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Paquete de café molido (y mezclado con chícharos) comercializado en el mercado normado
Paquete de café molido (y mezclado con chícharos) comercializado en el mercado normado

Paquete de café molido (y mezclado con chícharos) comercializado en el mercado normado. 1990s. Foto cortesía de Mónica López.

El café que por siglos han bebido los cubanos en pequeños tragos azucarados y fuertes se comercializó durante la era socialista en pequeños sobres de nylon transparente. No sé si alguna vez tuvieron marca comercial y diseño, pero sí creo recordar que se vendían en el mercado racionado en sobres dos tamaños (asumo que de 4 y 8 onzas respectivamente), para satisfacer las cuotas establecidas por las OFICODAs (Oficinas para el Control de Abastecimientos).

En el año 2017, la cuota mensual de café era de 225 gramos por persona, según el documento El mercado de la distribución de productos de consumo en Cuba Julio 2017.

libreta de racionamiento de productos de vestir
libreta de racionamiento de productos de vestir

Libreta de racionamiento de productos de vestir. Mujer. 1970s. Colección Cuba Material.

En 1963, el gobierno cubano extendió a las prendas de vestir y el calzado el sistema de racionamiento que ya existía para una serie de productos comestibles. Parece ser que, en un inicio, los productos se adquirían mediante cupones que distribuían los centros de trabajo y los Comités de Defensa de la Revolución (CDRs), en los casos de aquellas personas que no estaban vinculadas a la vida laboral.

Ya a finales de los sesenta, según cuenta la escritora estadounidense Margaret Randall, que vivió en Cuba durante más de una década, existía la libreta de racionamiento y los consumidores, al menos en La Habana, se encontraban divididos en grupos. Identificados por letras (creo haber visto hasta la I), cada grupo de consumidores solo podía comprar durante los días asignados para ello. Dentro del período de compra de cada grupo había también un día separado para los trabajadores, en el que las tiendas permanecían abiertas hasta más tarde.

Recuerdo en más de una ocasión haber escuchado a mi madre y a mi abuela comentar que «les tocaba comprar», y muchas veces las acompañé a las tiendas, en La Habana, como solían llamarle al distrito comercial que, en realidad, quedaba en Centro Habana. No sabía que muchas de las cosas que mi mamá compraba en las tiendas del mercado racionado las adquiría porque tenía una amiga que era dependiente en una de las tiendas, y le facilitaba muchísimos productos (incluso metros de tela adicionales) sin pedirle siquiera el cupón de la libreta que la autorizaba a adquirir solamente determinada cantidad.

Libreta de racionamiento de productos de vestir. Hombres. 1970s. Colección Cuba Material.

Libreta de racionamiento de productos industriales. 1991. Colección Cuba Material.

libreta de racionamiento para adquirir la canastilla prenatal

Libreta de racionamiento para adquirir la canastilla prenatal. 1973. Colección Cuba Material.

En Julio Díaz Acosta, “Consumo y distribución normada de alimentos y otros bienes.” Pp. 333-62 in Cincuenta años de la economía cubana, edited by Omar E. Pérez Villanueva. Havana: Ciencias Sociales, 2010:

Vale distinguir que clasificaban como productos amparados en cupones anuales o semestrales, aquellos como calzado, prendas de vestir, confecciones, ropa interior, artículos de punto, etcétera, u otros objetos de uso duradero. En tanto, los agrupados en casillas comprendían a variantes que se le ofrecían al comprador, ya fueran artículos de mercería, quincalla, perfumería, etcétera, y que podían, en ocasiones, intercambiarse varias casillas por un objeto determinado o tener alternativas entre géneros. (p.345)

En Carmelo Mesa-Lago, Cuba in the 1970s: Pragmatism and Institutionalization, revised edition. Albuquerque: University of New Mexico Press, 1978:

The new rationing booklet distributed in the second half of 1973 remained unchanged as far as food was concerned, but introduced significant modifications in manufactured goods. Many of the latter were freed from rationing (“liberados”) and could be bought even when travelling to the interior; among them: film, still and motion-picture cameras, projectors, record players, parts for bicycle and kitchen appliances, coffee sets and crystal cups, silver wedding rings, stationary, plastic shoes and slippers, deodorants, and some cosmetics and perfumes (including brands with such exotic names as “Red Moscow” and “Bulgarian Rose”). A number of goods were put on limited distribution. Two or three times a year each consumer has the option to one or more of the following: toothbrushes, handkerchiefs, socks and stockings, underwear, slacks, pajamas, rubber shoes, raincoats, swimsuits, threads, cream cleansers, pots and pans, irons, meat grinders, hoses, and selected furniture. Hotel and vacation resorts were provided with convenient, freed goods such as swimsuits, lifesavers, sunglasses, cosmetics, and stationary. Some twenty manufactured goods remained strictly rationed such as pants, shirts, dresses, skirts, blouses, leather shoes, and fabrics. To facilitate buying, each member of the family received a booklet allowing direct purchases, certain goods (such as toys at Christmas time) were to be sold by appointment to avoid long queues, and specialized stores (e.g., for infants) were opened. (p. 43)

En i-friedegg:

La tarjeta de “productos industriales”, conocida popularmente como “la libreta de la tienda”, era la variante de la cartilla para el calzar, el vestir y adquirir productos para el hogar, no comestibles. Ésta, fue tan o más severa que la de la comida, y también se fue devorando a sí misma. Para 1973 cambió su diseño de casillas a uno más comprensivo de cupones a tirar que ofrecía la compra a través de la disyuntiva. Adquirías con el cupón número tal una camiseta o un pote de pulimento para muebles, y con otro un destornillador o una dulcera de cristal. La gente la bautizó como María La O. Y las combinaciones eran tan alucinantes que parecían escapadas de “El Maestro y Margarita” de Bulgákov.

Al principio se podía comprar cualquier día. Después esta tarjeta fue subdividida en “grupos de compra” identificados con letras y números (A1, A2, A3, A4; B1, B2…), de manera que había que acudir a las tiendas exclusivamente de acuerdo con un calendario que disponía un ventana de tiempo para comprar aquello con lo que se tenía la fortuna de coincidir durante el día que le tocaba a cada quien, según su grupo.

Esta libreta igualmente tenía su glosario de palabras oficiales como “básico” y “no básico” y “dirigido” para el caso de los juguetes; además de producto “adicional” y “convoyado”, éste último un engendro satánico de mercado en que el consumidor para llevarse a casa algo que podría usar —como un cepillo para el cabello— tenía que pagar también por un guante de soldador (como ha relatado el periodista y escritor Andrés Reynaldo que le pasó a su madre).

***

El 3 de marzo de 1969 se comenzaron a distribuir en La Habana los cupones del Plan San Germán para la distribución de productos industriales. Las familias habaneras dispusieron hasta el 6 de marzo para recoger sus cupones. El plan dividía los consumidores en grupos, a los que se les asignaba días específicos para comprar. El día 10 de marzo se inauguró el Plan en La Habana con el grupo uno de consumidores. Ya para entonces había sido introducido en el resto del país. El 10 de febrero el periódico Granma declaró que se habían entregado 122,718 libretas de racionamiento.

Tela antiséptica Bebitex

Tela antiséptica Bebitex. 1973. Colección Cuba Material.

Cuando nació mi hija, en el 2002, el sistema de racionamiento de productos industriales me asignó algunos metros de tela antiséptica para hacer pañales y culeros de bebé. Cuando fui a comprar la tela, por insistencia de mi abuela, me entregaron sin envoltura o envase los metros que tenía derecho a adquirir. Lo que compré tampoco tenía etiqueta o nombre comercial. Entregué el cupón correspondiente y pagué unos pocos pesos y, a cambio, me llevé a casa varios pliegos de la tela blanca con la que las madres cubanas confeccionan desde hace al menos medio siglo los pañales de sus hijos, festoneados y bordados por ellas mismas o por sus madres, abuelas, vecinas o costureras.

Cuando yo nací, en 1973, ya el gobierno cubano había racionado la venta de tela antiséptica. Para adquirirla era necesario poseer el cupón o casilla correspondiente de la libreta de racionamiento que se otorgaba a las embarazadas y los recién nacidos. La tela antiséptica de entonces tenía nombre comercial: bebitex, y se vendía con una envoltura de nylon donde podía leerse el nombre y las especificidades del producto, adornados con motivos infantiles. Era además un producto de fabricación nacional.

En algún momento dentro de las tres décadas que median entre el nacimiento de mi hija y el mío, desaparecieron el empaque de nylon y la marca comercial. Hoy en día posiblemente ni si quiera se produzca tela antiséptica en la Isla.

Canicas. 1980s. Colección Cuba Material.

Durante mi infancia, las canicas se compraban una vez al año, durante la venta anual de juguetes que el gobierno organizaba en el país. Como era niña, nunca se me ocurrió gastar en canicas uno de los tres cupones de que disponía para comprar juguetes. Tampoco tuve nunca la mala suerte de que mi turno cayera el último día, en el que ya no quedaba apenas nada que elegir y había que conformarse con lo que quedaba, aunque fuera una bolsa de canicas.

Muñecos de goma
Muñecos de goma

Muñecos de goma exhibidos en la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood, curada por Meyken Barreto y María A. Cabrera Arús. 17 de septiembre de 2015 – 1 de octubre de 2015. Sheila C. Johnson Galleries. Parsons School of Design, The New School. New York, NY.

Algunos comentarios sobre el sistema de venta de juguetes en la Cuba socialista:

En El fogonero: Básico, no básico y dirigido:

Ni Santa Claus ni los Tres Reyes Magos tenían permiso de entrada al Paradero de Camarones, por eso el que nos traía los juguetes era el camión del MINCIN (Ministerio de Comercio Interior). La fecha de entrega tampoco era el 6 de enero, sino un día de julio en el que siempre llovía y las horas se estiraban como si tuvieran un muelle en cada minuto. Una semana antes se hacía un sorteo.
Aracelia y su hijas, Nancy y Aracelita, echaba todos los números de los núcleos (que es el nombre por el que se llamaba a las familias en el borde superior de la Libreta de Abastecimiento) y los iban sacando de uno en uno. Con ese mismo orden consecutivo los niños podíamos pasar a comprar los juguetes. Mi suerte siempre fue pésima, pero en los dos últimos años me tocaron el 4 y el 2.
Con el cuatro alcancé un tren enorme, con estaciones, puentes, túneles, pasos a nivel y una locomotora con la luz encendida que pitaba al cambiar de vía. Con el 2, me compré una bicicleta de hembra (había ido una sola de varón y le tocó al 1). Básico, no básico y dirigido. Teníamos derecho a tres juguetes. El primero con un costo superior a los 6 pesos, el segundo de 2 a 6 pesos y el último, que sólo costaban centavos, era el que te dieran, de ahí su nombre tan preciso.  (…)
* * *
En esto de vivir es del carajo: Los Reyes Magos:
(…) Un día, de pronto, gracias a nuestro gran líder, los juguetes desaparecieron de las tiendas, así como la comida, que era mucho peor y se implantaron las así llamadas ¨libretas de racionamiento¨, desde ése momento, desaparecieron los Reyes Magos y los juguetes que llegaban al país, exclusivamente por esas fechas, se dividían en ¨básicos, no básicos y adicionales¨, a cada familia, según dónde viviera, la metían en una lista, que supuestamente, sorteaban a ver a quienes correspondía comprar el primer día, a quién el segundo y así, la clasificación de los juguetes la determinaba alguna oculta persona de ¨arriba¨, que decidía cuál era un juguete básico y cuál no. En general, se suponía que los básicos eran los más lindos y llamativos, los no básicos, los siguientes en el gusto y los adicionales la pura caca que sobrara.
A mi, en los dos años o tres, que participé en éste sistema, creo que el límite de edad era 12 años, después de eso, dejabas de ser niño a todos los efectos, jamás me tocó el primer día, mi mamá recorría con nosotros la tienda y nos decía que miráramos y decidiéramos qué queríamos, total, por gusto, porque al quinto día, cuando nos tocaba comprar, ya no quedaba nada que sirviera, mi año más afortunado fué uno en el que quedaba un muñequito de lo más chulo, que se suponía venía en pareja con la hembrita, pero que a esas alturas, habían divorciado sin más preámbulos, así que a mi me tocó el machito y a Ade, mi prima, la hembrita.
En esas lides, metían cualquier cosa que se les ocurriera, así que un año me tocó un tocadiscos portátil alemán de maletica, que no sería ningún juguete ni cosa parecida, y que cuando lo recibí me morí de desilusión, pero que en años subsiguientes fué uno de los objetos más útiles de la casa y una de las maravillas más recordadas por mi familia.
Roto entonces, el encanto de la infancia, las cosas se volvían más prácticas, y la gente negociaba en las calles juguetes de un tipo por otro y se hacían tratos de todo tipo.
Y no debería lamentarme, porque en años subsiguientes, los juguetes, sencillamente, desaparecieron, casi hasta hace poco, en los que los empezaron a vender de nuevo a precios prohibitivos, sin necesidad de libreta de racionamiento, pero sólo a aquellos que pudieran pagar semejante extravío. (…)
* * *
EN Baracutey cubano: Los Tres Reyes Magos. La Epifanía del Señor, por Zoé Valdés:
(…) Mamá empezó a pasar noches haciendo cola para un teléfono público. La cola para poder conseguir una llamada desde aquel aparato negro triplicaba la vuelta a la manzana. El teléfono se hallaba situado bajo las arcadas frente al Parque Habana, en la calle Muralla, junto a mi escuela primaria (hoy Fondo de Bienes Culturales, después mudaron mi escuela para la calle San Ignacio). Tampoco era fácil comunicar con el Centro desde donde se repartían los turnos que daban el derecho a comprar los juguetes del Día de Reyes, había que discar y discar, una y otra vez. A mi madre se le hinchaba el dedo de tanto meterlo en el disco descascarado. Tenía el derecho a veinte intentos, si en esos veinte intentos no lo conseguía debía volver al final de la cola, coger otro turno, dormir noches y madrugadas para que no le quitaran el puesto. A veces pagaba al de atrás de ella para que la dejara llamar hasta cincuenta veces. Todo eso sucedía tres meses antes o más, no recuerdo bien, al Día de Reyes, durante el castrismo, claro, y mientras hubo Día de Reyes.
Las madres debían dar el apellido del niño. A mí siempre me tocaba el último día, por lo de la V de Valdés, y entonces había que navegar con suerte para que en ese último día nos concedieran uno de los primeros números. Lo que nunca fue el caso. En consecuencia, año tras año, las opciones a las que pude acceder, eran las mismas, o casi…
Sólo teníamos derecho a tres juguetes por niño. El básico, el no básico, y el dirigido. El básico era el juguete más importante y caro, el no básico era el de menor importancia y menos caro, el dirigido era el impuesto por el gobierno, el que había que comprar obligatoriamente, y por supuesto, el más barato. Yo soñaba con una bicicleta y con patines, esos eran juguetes básicos, preferencialmente para varones. A las niñas nos tocaban juguetes “de niñas”, muñecas, juegos de tocadores, cocinitas, en ese orden… Cuando nos llegaba el turno de compra a mi madre y a mi ya sólo quedaban muñecas de las más baratuchas, juegos de tocadores plásticos (un espejo, un peine y un cepillo), y una cocinita de lata. Para el no básico sólo podía elegir entre el juego de parchís o el dominó, rara vez alcanzaba el de ajedrez. Y en el dirigido siempre escogía lo mismo: un juego de yaquis.
Aclaro que sólo se podía comprar en una tienda indicada por el gobierno. A nosotros nos dieron La Ferretería La Mina, junto a la casa, pero como era un lugar perdido en La Habana Vieja, los peores juguetes llegaban a esa tienda.
Una vez me tocó una muñeca española, de las que mandó el dictador Franco, para congraciarse con Castro. En otra ocasión mi madre compró el derecho a un juguete básico a la madre de Los Muchos, que no tenía dinero para gastárselo en juguetes, o se lo cambiaba por comida. En esa época debía elegir entre desayunar con leche condensada o tener una bicicleta. Por fin la tuve, me costó no sé cuántos, infinidad de desayunos, porque mi madre sacrificó la cuota de latas de leches condensada de varios meses para que la madre de Los Muchos le diera el derecho al juguete básico de uno de sus hijos. Así logré hacerme de la bicicleta, era azul y blanca, y todavía hoy sueño con ella. Con esa bicicleta recorrí La Habana Vieja completa. Incluso cuando me perdía la gente me localizaba por la bicicleta azul y blanca. Mi madre preguntaba de calle en calle: “¿No han visto a una chiquita menudita ella montada en una bicicleta blanca y azul?” Lo mismo hacían mi abuela y mi tía, cada una por su lado. Las respuestas eran siempre las mismas: “Pasó por aquí como una salación en dirección a Egido”. Egido era mi límite.
La bicicleta me fue quedando chiquita, y se fue poniendo mohosa, herrumbrosa, y entonces la heredó Pepito Landa Lora. Su padre la volvió a pintar y a engrasar. Y mi madre volvió a sacrificar otras cuotas de comida para que yo tuviera los patines. Tuve aquellos patines rusos que pesaban una enormidad, y cuando se les fastidió la caja de bolas, Cheo me construyó una chivichana, y luego una carriola, cuando la chivichana se partió en dos.
Maritza Landa Lora y yo cogimos vicio de parchís y de yaquis, con los yaquis éramos unas expertas. Armamos competencias de barrio donde nadie podía ganarnos porque tirábamos la pelota altísimo y hacíamos unas figuras y maniobras estelares con las manos, parecíamos más bien malabaristas.
De más está contarles –muchos de ustedes habrán pasado por lo mismo- que los cambalaches y el mercado negro de juguetes se acentuó a unos niveles grotescos. Entonces cambiaron el sistema por unos bombos o tómbolas a los que había que asistir masivamente, y los papelitos dando vueltas dentro de aquel aparato, eran repartidos al azar. Aunque el azar también se negociaba. A nosotros nos tocó el bombo o tómbola de la iglesia del Parque Cristo, pero ese día mi madre se había hecho Testigo de Jehová y no quería renunciar al teque de la que la había reclutado en eso, por ir a lo del maldito bombo. A mí me dio una especie de perreta, porque se trataba de mis últimos Reyes, o sea ya con catorce años nadie tenía más derecho a los juguetes. Y mi madre sacó el palo de trapear y me hizo ver las estrellas y los luceros del universo. La Testigo de Jehová ni se inmutó, por eso no creo en ellos ni en ninguno. Hasta que a mi madre se le pasaron los tragos y dejó de ser testigo de Jehová para pertenecer a otra secta, creo que la de Adventista del Séptimo Día; ella cambiaba de religión en dependencia de cómo le dieran los tragos mezclados con el Meprobamato. Total, que para mis últimos Reyes me tocaron los peores juguetes, que ya de por sí todos eran malos, porque para la época ya apenas llegaban juguetes de España ni de ninguna parte del mundo: Un juego de tocador, un dominó, y una muñequita plástica negra, que mi madre sentó en el sofá, o sea, la puso de adorno, y la que yo encontraba horrenda hasta que fui encariñándome con ella.
Después se acabaron los Juguetes del 6 de enero, también el concepto de Reyes Magos se había extinguido desde hacía ratón y queso; lo sustituyeron por dos eventos: los Planes de la Calle, aquellas recholatas festivas e ideológicas entre pioneros comunistas, y por el Día de los Niños, el 6 de julio, lo que lo aproximaba al día escogido por Castro para el Asalto al Cuartel Moncada, un 26 de julio, fecha intocable en la Cuba de los Castro. (…)
* * *
(…) El Básico, que era el juguete principal o el mejorcito, el No básico, era el juguete con menos importancia en cuanto a calidad o no sé qué, y el Dirigido, no era más que, si acaso, un juego de yakis, una suiza o algo menos que ésos dos mencionados.
El derecho a comprar los juguetes para el extinto Día de los Reyes en Cuba llegaba en forma de sorteo. Había varios días en los que tenías la posibilidad de comprarlos, pero cuando te tocara, que podía ser desde el primer día hasta el quinto o sexto. En fin, que el primer día, quizás, pudieras comprar hasta una bicicleta rusa, si es que te tocaba el número uno en la lista, pues solo llegaba una bicicleta por tienda. Luego eran otros tipos de juguetes como son: los bebés, las muñecas, los disfraces de vikingos para los varones, patines, etc. Si te tocaba el segundo día, al menos, podías soñar con algún juguete que valiera la pena, pero a partir del tercero, todo lo que quedaba eran juguetitos que no llenaban la imaginación de ningún niño.
De todas formas ya sabíamos que los Reyes Magos no existían. Habían sido expulsados de nuestros sueños, habían tenido que partir al exilio en busca de la libertad que necesitaban para repartir juguetes sin racionamiento, sin temor a la represión y sin que los llevaran a la cárcel con camellos y todo.
Pero la benevolente revolución tenía para nosotros, los niños de antaño, una forma de vender esos juguetes importados de la Unión Soviética y China, de la mejor manera que saben hacerlo: controlado, limitado y basados en la llamada igualdad social para el pueblo. Al final, todos éramos iguales, pero había otros más iguales que nosotros.
Y era así como siempre nos tocaba, a mi hermana y a mí, comprar casi el último día de la famosa venta de juguetes, donde teníamos que conformarnos con algo parecido a un juguetito que pudiera costar ahora el precio de noventa y nueve centavos en cualquier tienda de Miami. Por supuesto, aquellos estaban por debajo de la calidad de cualquiera de éstos ahora.
Y era así como “celebrábamos” el Día de los Reyes Magos, que ya no llamaban así, porque los Reyes Magos se habían convertido en opositores al régimen y cabalgaban por otras partes del mundo llevando sus sueños en bolsas cargadas al hombro, repartiendo ilusiones a otros niños que no tenían que usar pañoletas de pioneros comunistas, ni gritar consignas arcaicas llenas de odio. Nosotros, seguíamos siendo los niños cubanos que la revolución magnánimamente nos hacía llegar sus limosnas, mientras que los hijos de los dirigentes, o los “hijos de papá”, como se les conocía, tenían los mejores juguetes comprados en países capitalistas que los demás mirábamos como algo lejano e imposible y, boquiabiertos y estupefactos, no entendíamos entonces esa “igualdad social” de la que nos hablaban. (…)

Armónica Victory. Hecha en China. Regalo de Yasiel Pavón. Colección Cuba Material.

Cuando salió de Las Tunas hacia Estados Unidos, en los tempranos años noventa, tenía muy pocas cosas que llevarse. Entre los dos o tres recuerdos y pertenencias con los que pudo o quiso cargar, estaba su vieja armónica. Aunque tenía parte de la pintura gastada y en algunas esquinas se veía abollada, conservaba el aura de lo exótico, del blues y el rock & roll del país en donde viviría.

Yo nunca tuve una, pero siempre añoré tener una armónica. Se me hacía tan «de afuera» como los «pitusas» y los «popis».

Cajetillas de cigarros cubanos diseñadas en 1961

Cajetillas de cigarros cubanos diseñadas en 1961. Foto cortesía de Pablo Argüelles.

“El diseño industrial ha convertido objetos que van desde la cajetilla de cigarros hasta las lámparas de mesa, desde las sillas hasta los ceniceros, en pequeñas obras de arte que de cierta manera anuncian la belleza del mundo comunista del futuro,” escribió Ambrosio Fornet en 1964 (en Fornet 2006: 296). Años después, el diseñador Félix Beltrán decía de la cajetilla de Populares diseñada en 1961 que era la más hermosa de todas las que habían sido diseñadas en la Isla.

El diseño al que se refería Beltrán fue concebido cuando el gobierno cubano, tras intervenir las fábricas de cigarros, cambió el nombre y el diseño de todas las marcas nacionales que se comercializaban por entonces —el 1ro. de junio de 1961 comenzaron a circular las nuevas marcas; los tabacos, en cambio, conservaron sus nombres comerciales de siempre, con seguridad debido a su popularidad internacional—. 

Sobre los envases de cigarros  y su consumo en Cuba socialista, Pepe Forte cuenta en su blog i-friedegg, donde también pueden verse otros diseños de cajetillas más recientes:

Los fumadores cubanos se dividían pues en dos grupos: los que fumaban cigarrillos negros, y los que fumaban cigarrillos rubios. Era muy común escuchar a un fumador preguntarle al otro, “y tú, ¿qué fumas… suave o fuerte?”

Para los años 60 y 70, los cigarrillos suaves eran más de la predilección de las fumadoras.

En aquellos primeros momentos bajo la égida castrista, todavía los cigarrillos cubanos de venta a la población común tenían cierto nivel de calidad. Las “cajetillas” —como se le llamaba comúnmente al paquete—, tenían doble envoltura con el interior de papel de brillo para hermetizar el aroma y parar la humedad. Pero pronto, paulatinamente comenzaron una carrera hacia la decadencia de la calidad que llegó a su cúspide ya para los años 80. El cigarrillo cubano —qué pena— ni siquiera se quedó congelado en el tiempo, sino que no solo no evolucionó, sino que involucionó.

Además, fue racionado…

(…)

En agosto de 1972 los fumadores volvieron a respirar esperanzados: el gobierno anuncio la venta ¡por primera vez! de cigarrillos “por la libre”, es decir sin estar sujetos a la estricta cuota semanal, desde su severa regulación a principios de la Revolución. Fue una de las primeras movidas de lo que luego el gobierno perfeccionó y llamó mercado paralelo: la venta sin restricciones, a distinto precio del subsidiado por el estado. Las cajetilla de cigarrillos “liberados” costaría $1.60, un incremento de más del 30% por sobre el precio de 15 centavos del paquete por la libreta.

El precio era alto para una población asalariada por el estado cuyo sueldo promedio mensual era de $120.00. Aunque fumadores compulsivos consumirían más de una cajetilla al día, en el average de una diaria, un fumador invertiría $48.00 pesos mensualmente en fumar, casi la tercera parte de lo que ganaba.

En realidad el precio de $1.60 era el emblemático porque correspondía a los cigarros fuertes, el sabor predilecto de la mayoría de los fumadores cubanos, o esa el cigarrillo con picadura negra, como ya hemos dicho. Pero era un precio en el centro. Los llamados cigarros suaves —de picadura rubia, como el Aroma, el Dorado… — costaban decenas de centavos menos, $1.40, $1.20… En la cúspide estaban los cigarrillos Vegueros, también fuertes, que alcanzaban los $2.00 ó $2.40, porque aparte de que eran de picadura negra, eran más grandes como ya dijimos arriba.

Con tal de diferenciar los cigarrillos ‘normados’ de los ‘liberados’ la solución fue el cambio de color. Los cigarrillos Populares de la cuota permanecieron con la cajetilla rosada, mientras que a los otros se les aplicó azul (…).

En 1981, las cajetillas de cigarrillos por la libre fueron rediseñadas. La cajetilla de Populares “normada” —es decir, “por la libreta”, o racionada que es como sería correcto definirla— siguió llamándose así, pero la de “por la libre” acortó su nombre a Popular, que en definitiva es como la mayoría de la gente le llamaba (“dame un Popular ahí, mi socio…”).

El hecho también se manifestó en las otras marcas. La mayoría de los cigarrillos cubanos llevaban nombre en plural (Populares; Aromas; Dorados, Ligeros, Vegueros…), y ahora casi todos pasaron al singular con Popular; Aroma; Dorado, Ligero, Veguero…

Cajetilla de cigarros Populares diseñada en 1961

Cajetilla de cigarros Populares diseñada en 1961. Colección Cuba Material.

Cajetillas de cigarros

Espejuelos de pasta de Leopoldo Arús Gálvez

Espejuelos de pasta de Leopoldo Arús Gálvez

Espejuelos de pasta de Leopoldo Arús Gálvez. Colección Cuba Material.

Ayudando a arreglar sus gavetas a mi abuelo, que ya no puede leer a causa de una enfermedad degenerativa de la vista, encontré estas estrofas manuscritas, Dice mi abuelo que se las escuchó a un paciente del Hospital Psiquiátrico de La Habana (Mazorra):

Quise comprar un boniato

y me dijo el del mercado

¨tráigame un certificado,

la libreta, dos retratos

y, de la casa, el contrato

por si fuera necesario¨.

Le dije ¨óigame, Hilario,

dígame con disimulo,

¿le debo enseñar el culo

para el papel sanitario?¨