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Casete ORWO de 60 minutos

Casete ORWO de 60 minutos. 1980s. Colección Cuba Material.

 

A inicios de 2021 murió Lou Ottens, inventor del casete de audio en 1963 con el apoyo de la compañía Phillips. En 1974, Maxell comenzó a fabricar casetes con cinta virgen, donde el consumidor podía grabar el audio que quisiera. Cuánto tardó el invento de Ottens en llegar a Cuba y por qué vía lo hizo son preguntas que valdría la pena responder. Los trabajos periodísticos sobre el tema no lo consignan. Los que más se aventuran lo ubican a mediados de los años setenta, cuando «La Habana comenzó a llenar sus calles de música escapadas de las primeras grabadoras que los marinos llegados de largas campañas pesqueras exhibían como trofeos». Ya en los años ochenta las tiendas cubanas vendían casetes ORWO, fabricados en la República Democrática Alemana y de muy mala reputación en cuanto a calidad.

Los casetes facilitaron la circulación de música que no transmitían la radio o la televisión, ya fuera por reparos ideológicos o políticos, como en el caso del rock, o porque no había sido grabada aún, como muchas de las canciones primeras de Silvio Rodríguez. Toda Cuba conocía de memoria los chistes de Álvarez Guedes a fuerza de escucharlos en casetes. Mis amigos y yo repetíamos al dedillo canciones de Silvio que nunca había sido escuchadas en un estudio de grabación.

Muchas personas grababan música directamente de la radio. El periodista Raúl Flores Iriarte cuenta en AM:PM que sus padres «solían llenar el espacio de sus casetes (30 minutos por cada cara; nunca vi un ORWO de 90 minutos) con grabaciones tomadas directamente de las ondas de radioemisoras cubanas». Familias divididas ya fuera a causa de la emigración o del internacionalismo proletario intercambiaban mensajes grabados en casetes.

Tengo la impresión de que, a medida que se fue popularizando la tecnología y compartimentalizando el gusto musical, lo que comenzó siendo propiedad familiar —hubo un momento en que los casetes, como los discos de vinilo, pertenecieron a la familia— se transformó en algo más personal, incluso íntimo. Había quienes, de hecho, tenían casetes sin tener reproductora donde escucharlos, y cuando querían disfrutar de su música se reunían en casa de algún amigo que tuviera una reproductora.

Ahora bien, los casetes no carecían de inconvenientes. Un equipo de reproducción con los cabezales sucios distorsionaba el sonido. Con frecuencia, las cintas se enredaban o partían y había que desenredarlas con ayuda de un bolígrafo o lápiz, o empatarlas pegándolas con goma, pintura de uñas o scotch tape. Como no existían comandos que permitieran deshacer lo que se grababa, a veces ocurrían accidentes lamentables. Una vez que fui a grabar en la doble casetera de una amiga la canción «Lady in Red», coloqué mal los casetes y terminé borrando la canción en lugar de copiarla.

No sé si era porque, ya retirado, mi abuelo tenía mucho tiempo libre, porque escaseaba el entretenimiento, porque los casetes le parecían muy feos o porque le sobraba creatividad, pero las cajas de sus casetes estaban siempre «decoradas». En un fichero de metal en su antigua consulta, donde solía sentarse a escuchar música, casi siempre a oscuras para ahorrar electricidad, mi abuelo tenía catalogado cada casete que poseía y la música que había grabado en ellos. Identificaba las cajas con números que recortaba de almanaques viejos. Adentro de cada una escribía, a máquina, el nombre de los temas y los artistas, y adornaba la parte de afuera con una fotografía a color que también recortaba de almanaques o de revistas. Con la llegada del CD, los casetes fueron desapareciendo, pero mi abuelo nunca se deshizo de los suyos, ni de los números y láminas con que los adornaba.

Caja de casete ORWO de 90 minutos

Caja de casete ORWO de 90 minutos. Colección Cuba Material.

Caja de casete ORWO de 90 minutos

Caja de casete ORWO de 90 minutos. Colección Cuba Material.

Caja de casete ORWO de 60 minutos

Caja de casete ORWO de 60 minutos. Colección Cuba Material.

Casete ORWO de 60 minutos

Casete ORWO de 60 minutos. 1980s. Colección Cuba Material.

Casete ORWO de 60 minutos

Casete ORWO de 60 minutos. 1980s. Colección Cuba Material.

Casete ORWO de 90 minutos

Casete ORWO de 90 minutos. 1980s. Colección Cuba Material.

Conversación con el artista Jairo Alfonso durante la inauguración de la exposición «Useless: Machines for Dreaming, Thinking, and Seeing«, curada por Gerardo Mosquera y abierta al público en el Bronx Museum of the Arts desde el 27 de marzo al 1 de septiembre de 2019, donde se exhibe su obra «TELEFUNKEN 584827».

Manual de la grabadora de cintas Telefunken. República Federal Alemana. 1963. Colección Cuba Material.
Manual de operaciones de la grabadora de cintas Telefunken. República Federal Alemana. 1963. Colección Cuba Material.
Radio Agrícola II

Radio Agrícola II

Radio Agrícola II. 1970s. Regalo de Pablo Argüelles. Colección Cuba Material.

A los 99 años, murió en Cuba Juana Rivero Casteleiro, conocida como Cuca Rivero o «la profesora invisible», de quien varias generaciones de cubanos recibimos clases de música entre preescolar y cuarto grado. Dos veces por semana, las maestras y auxiliares pedagógicas traían a las aulas un radio Agrícola (el de mi escuela era de color anaranjado) y sintonizaban el programa de Educación Musical que se transmitía por la frecuencia de Radio Rebelde. En sus clases «invisibles», Cuca Rivero orientaba ejercicios de vocalización y enseñaba a los niños canciones, casi siempre de contenido patriótico y «revolucionario».

Fue a partir del curso escolar 1975-1976 que el Ministerio de Educación incorporó el programa  Educación Musical en el plan de estudios nacional como una asignatura.

En una entrevista publicada en el blog Desde Cuba, Cuca Rivero explica:

—Sí, durante 26 años ininterrumpidos impartí clases por radio en un programa llamado Educación Musical de Radio Rebelde, a los niños de toda Cuba, desde preescolar hasta cuarto grado. Tuve una etapa experimental de 1962 a 1974 y después comencé en 1975, hasta 1993. Un total de 376 escuelas del país oían ese espacio. Yo no olvido la experiencia de haberle impartido clases a maestros de música en ejercicio de las escuelas públicas, ¡gratis!, antes de 1959. Ellos solo habían estudiado piano, pero dirección coral, no. Fue algo hermoso, pero esta vivencia de mis clases por radio superaron todo lo vivido por mí en ese sentido profesoral y educativo.

“Esos programas se grababan en la EGREM. Yo dirigía un equipo excepcional de profesionales que me ayudaron en eso: la asesora literaria era Mirta Aguirre, las compositoras, Gisela Hernández y Olga de Blanck; el ilustrador, Nelson Castro; la cantante, Bertha González, y el pianista, Mario Romeu, todos estrellas. Se transmitían en mi voz, a las tres de la tarde, dos veces a la semana.

“Tampoco olvidaré que subimos al Pico Turquino, y estando allá, ante el busto de José Martí, cuando me dirigí a los niños presentes, uno de ellos gritó: ¡Esta es la profesora invisible! Le pregunté por qué lo sabía y me dijo: ‘Por su voz, porque yo oigo sus clases por el radio de mi casa’. Y es que en aquel programa siempre decía: ‘Llegó la hora de cantar y aquí estamos los profesores invisibles para enseñar a cantar, jugando’. ¡Se me salieron las lágrimas en la montaña más alta de Cuba, mirando al niño y a la vez la imagen del Apóstol que escribió La Edad de Oro! para muchachos como él”.

Taza de café Duralex

Taza de café Duralex

Taza de café Duralex. Hecha en Francia. 1970s-1980s. Colección Cuba Material.

Publicado en Cuba Contemporánea: Ausencia no quiere decir olvido:

(…) Una tacita de café para comenzar. Porque a mi memoria esta fue la primera imagen que arribó: para la colada en la cafetera INPUD, poner en el embudo, donde va la mezcla de un polvo a base de café y chícharos, aquellas canicas de cristal con aletas de colores en su interior -esas bolas con que los niños jugábamos “a la mentira” o “la verdad”-. En el siglo XX nuestro alguien comenzó a utilizarlas no bajo el concepto de ingredientes, sino con la estrategia de hacer más con menos. Y al parecer algo en verdad sucedía, porque fue un método extendido. Sí, es exagerado. Olvídenlo.

Antes de ir a la cocina a por el café, una mujer se calza sus chancletas de goma. Coloridas, por capas, bordes corrugados. Un modelo similar a las hawaianas. Pero gordas. Chancletas gordas que por el uso y la malformación del pie, y las complicaciones a la hora del recambio por otras nuevas, se desgastaban. ¿La solución?: ponerlas en agua caliente. Y casi se recuperaban -dicen- del fuerte desgaste.

Antes de ir para la escuela o a la jornada laboral, la Revista de la mañana. Noticias y muñequitos en blanco y negro mientras en la mesa estaba la taza de café, o el café con leche, galletas y pan con algo… Por entonces no era “La Habana a todo color” si de televisores se trata. El reinado del Caribe, el Krim 218 y otras pocas marcas. De bombillos fueron en una época, de transistores (creo) más adelante. Un adelantado puso manos a la obra y con una muy pequeña inversión tuvo lo que para él fue su primer TV a color: pintar la pantalla en los bordes con los colores primarios permitiendo siempre la transparencia.

Las guarachas eran unas sandalias que se hacían con neumáticos desechados. En el gusto o en el apartado de los gratos recuerdos de no pocas amigas cuarentonas y cincuentonas que tengo en mi haber, persiste o pervive la imagen del pie calzando aquellos modelos. Incluso, algunas quisieran tener un par flamante para los días de verano y largas caminatas.

Por cierto, si tienes un Lada, los tornillos del chasis de una PC en desuso te pueden servir para resolver, en estos días que corren, problemas de ajuste de la aceleración en el carburador. Y el muelle de cualquier fotocopiadora vieja -es un muelle largo y grueso-, te servirá para arreglar el embrague.

Las etiquetas zurcidas en las patas o el trasero del jean alargaban su vida útil. Cualquier etiqueta servía. Si era grande, colorida, si era una etiqueta de alguna marca bien dura en el ranking internacional, su valor ascendía. El pitusa seguiría sirviendo para el cine, la pizzería, la fiesta, la oficina y la escuela, las salidas con la novia o el novio…

El Período especial en tiempos de paz fue una verdadera guerra. No una guerra a muerte aunque las bajas no fueran pocas. Parece que en ese punto de nuestro pasado cercano no pocos sueños quedaron a la vera del camino, liquidados. Y también cierta ilusión o realidad parecida a la candidez. Una crisis saca lo peor, también lo mejor del individuo en el proceso de adaptación.

Mientras se producía ese proceso de rotación y cambio en la perspectiva y el actuar de los individuos bajo nuevas reglas en el juego, entre nosotros se instauró la orinoterapia -creo haber leído en la prensa un texto para rebatir los supuestos beneficios-. Algo parecido ocurrió con el noni -de la prensa y el noni: recuerdo haber leído acerca de los beneficios, pero de aquella maravilla solo quedan arbustos que paren unos frutos de dudoso aspecto.

Antes de caer en las variantes culinarias a lo largo y ancho de apagones bajo el reinado de… (antes de que lo olvide: los almendrones rodaron en las calles de Qva con luz brillante o queroseno en el tanque)… Hablaba de un terrible reinado y los apagones. El reinado de tú sabes quién: el calor.

Perdí el hilo de este discurrir. Entonces tomo la madeja por este punto anterior al Período especial: hubo un día en que apareció la Casa del Oro y la Plata. Las gentes vieron allí la posibilidad de mejorar cuanto había colgado en su ropero y/o el calzado. También cabrían allí los deseos de tener una videocasetera o una grabadora -citar solo dos electrodomésticos a modo de ilustración- que antes solo eran posibles si te ganabas el bono otorgado por la CTC (por ejemplo) para llegar al ventilador, la lavadora, la batidora y… Las gentes dieron sus tesoros, nimios o en verdad significativos -un tesoro es un tesoro, da igual cómo lo mires-, por lo que había en esas tiendas. Y lo que había allí solo era un “tesoro” si se comparaba con la necesidad. Por cierto, en ese tiempo corría la leyenda de que en un viejo modelo de máquinas de coser del fabricante Singer los mecanismos eran de platino, un metal precioso que también podías cambiar por los “chavitos” necesarios para el trueque.

Mencioné las artes o la magia culinaria de aquel tiempo dolorosamente humano en tiempos de paz. Rara alquimia para confeccionar un plato; sucedáneos por lo que una vez fue común en la mesa: las fibras de la cáscara o la corteza de vegetales y viandas, molidas o en grandes trozos, adobadas, para simular la añorada carne. Dejemos aquí este párrafo, la sumatoria de ejemplos lo volvería demasiado largo.

Existía el gel de papas o clara de huevos para mantener el cabello engominado.

Existía el ventilador fabricado con el motor de las lavadoras Aurika. Aquellos ventiladores parecían tener alma propia: con la vibración podían desplazarse según el largo del cable mientras no reinara el apagón. Y aparecieron las cocinas eléctricas cuya base era una piedra siporex y un alambre enrollado a manera de resistencia, y las cocinas de luz brillante armadas con trozos reciclados o “conseguidos” Dios o el Diablo mediante, y los calentadores que el ingenio popular resolvió a partir de una vieja lata de leche condensada Nela o las soviéticas, y…

Esos aparatejos no tenían una verdadera ingeniería detrás, consumían a más no poder. Fueron criticados y sustituidos por otros fabricados en serie (y supuestamente en serio), la mitad igual de gastadores. Para muchos aquella crítica en la TV casi fue una burla. Sí, dolió. Muchísimo. Pero “la gente sabe bien lo que no quiere” -como dice Vanito Brown en su disco Vendiéndolo todo-, ante aquella batalla energética hizo lo de siempre: rotación y cambio. Adaptación o muerte -según Ch. Darwin-. Se las seguirán ingeniando, porque, a propósito de la lucha del día a día, “la gente nunca pierde la ilusión”.

Por cierto, ¿también debemos poner como ejemplo el Paquete semanal?

La breve lista anunciada en el inicio de este discurrir es en realidad muy larga. Tan larga como ejemplos desempolvemos de la memoria. Ausencia, en este caso, no quiere decir olvido.

Ahmel Echevaria

Conector de corriente para plancha eléctrica

Conector de corriente para plancha eléctrica

Conector de corriente para plancha eléctrica. Hecho en la República Popular y Democrática de China. Colección Cuba Material.

Dentro de la muy peculiar materialidad del socialismo cubano, algunos objetos se destacan más que otros por lo raros que pueden parecernos hoy. Tal es el caso del conector de corriente para plancha eléctrica. No recuerdo haber visto ninguna plancha en Cuba, ni siquiera las que quedaban en casa de antes de 1959, que pudiera necesitar un aditamento como este para conectarse a la corriente. Ni siquiera sé si este conector fue comercializado en la era socialista o es de los rezagos de la materialidad capitalista que todavía abundan en los espacios domésticos, aunque el precio escrito a mano en el extremo superior del envase delata una práctica característica del comercio socialista, así como la procedencia del producto: la República Popular y Democrática de China.

Si el conector es ya un objeto raro, más extraño resulta el que, al parecer, mis abuelos adquirieran más de uno.

Conector de corriente para plancha eléctrica

Conector de corriente para plancha eléctrica. Hecho en la República Popular y Democrática de China. Colección Cuba Material.

Manual de usuario. Televisor Krim 218

Manual de usuario. Televisor Krim 218

Manual de usuario. Televisor Krim 218. 1981. Colección Cuba Material.

Mis abuelos compraron su televisor Krim-218 en la ferretería Variedades Vedado, el 24 de julio de 1981. Pagaron por él 650 pesos. Junto al equipo, recibieron un manual de usuario y un Certificado de Garantía. Este último especificaba que cubría por un año cualquier desperfecto del tubo de pantalla y por tres meses, los del resto del equipo. Para reparaciones, decía, les correspondía el consolidado de Línea entre 4 y 6, también en el Vedado. Hace unos cinco años, mi abuelo y mi mamá decidieron deshacerse del viejo televisor Krim, en el que apenas se veían sombras.

En el 2012, se encontraban en funcionamiento en Cuba «759,164 televisores en blanco y negro…, todos con más de 25 años de explotación», según estadísticas publicadas por Café Fuerte.

Descargue aquí el manual de usuario del Krim-218.

televisor Krim 218

Certificado de propiedad de televisor Krim 218. 1981. Colección Cuba Material.

Broche 1959 año de la libertad

Broche 1959 año de la libertad. 1959. Colección Cuba Material.

En Cuba Contemporánea: De los objetos y la memoria:

Tómate un respiro, o mejor, detén ese agitado ritmo que te impone la vida -el trabajo, los hijos o tus padres, incluso tu pareja; para qué hablar de los arreglos en la casa, la desazón ante la tarima donde aguardan los vegetales, las frutas “listas” para el bocado gracias a los maduradores químicos, o los trozos de carne bajo el azote del sol, el polvo y las moscas.

Invéntate un paréntesis entre tanto estrés.

Inhala.

Exhala.

Dentro de las cuatro paredes de tu casa, ¿qué ves?

A veces pasan desapercibidos los objetos acumulados a lo largo de la vida; sí, la vida de tus padres, de los padres de tus padres. El de algún familiar cercano que carenó durante un tiempo bajo el mismo techo. Esos objetos ya son parte de ti; incluso están los que “habitan” tu cuarto o la sala y gracias a ti han llegado a la casa -que bien puede ser la casa de tus padres, abuelos, o la tuya, de tu propiedad.

De puro adorno, en un cuarto de desahogo o listos para el uso están los adornos, la cubertería, los efectos electrodomésticos, muebles u otros enseres. Solo a la hora de desecharlos o tras una ruptura en los afectos con la pareja o demás familiares sale a flote la otra parte de la historia de esos objetos, la que no está relacionada específicamente con el uso y las prestaciones. La cafetera y la olla de presión INPUD y el VHS Toshiba. El radio VEF, el Selena y el ventilador Órbita 5. La lavadora Aurika y el televisor Caribe. El reloj Poljot y la máquina de coser Singer. El refrigerador General Electric, Philco y las cocinas de gas INPUD.

Sí, ya lo notas. La mayoría están ahí, sobreviviendo y funcionando. Eran objetos cuya ingeniería interna no estaba asociada al concepto de obsolescencia programada. Han pasado de una generación a otra; si algunos ya no están entre nosotros se debe a planes energéticos de ahorro a nivel nacional, también debido al fin de una era (la casi total ausencia de piezas de recambio, la tecnología digital y de alta definición en las señales de TV, el imperio digital para la reproducción de música y audiovisuales), al afán de hacer más amable y grata la vida si de tareas domésticas se trata.

Me gustaría que pensaras en esos objetos de súbito entrañables, ese del que no quisieras deshacerte porque ya no da más, o del que deseas regalar a un familiar o amigo.

Me gustaría que recordaras la historia agazapada tras el plástico de la carcasa del viejo ventilador y la TV, una historia prendida como el polvo en las ranuras.

Son historias mínimas. En ellas no está contenido el destino de una nación, sino el devenir de un pequeño grupo de mujeres y hombres cohabitando bajo un mismo techo. Afuera la geopolítica, el ajedrez a nivel de Estado y Gobierno, tensiones y pactos entre naciones mientras que puertas adentro se hace la magia de la comida para luego llevarla a la mesa, la de la ropa en el closet, los malabares para las vacaciones de verano o las fiestas de fin de año.

Ante mí el Órbita 5. Pequeño ventilador, de plástico, ruso (soviético debería decir), irrompible. Llegaron a Cuba, dicen, con un lote de refrigeradores. Si la información es cierta, fueron diseñados y construidos para descongelar, porque hubo un tiempo en que los refrigeradores creaban un gruesa capa de hielo; una buena cantidad de tiempo se debía invertir para limpiarlos casi siempre los domingos. ¿Se construyeron solo para eso?

No puedo consignar que el Órbita viniera convoyado con el refrigerador hecho en la antigua URSS. Lo cierto es el pequeño ventilador irrompible. Empezaba mis estudios en la secundaria cuando mis padres me lo regalaron. Tenía tres velocidades, misteriosamente la menor (la posición última hacia la derecha) no funcionaba. Entonces digamos que mi ventilador tiene (porque todavía existe y funciona) dos posiciones de apagado. Por cierto, mis padres y mis amigos me recomendaban no utilizar el selector de velocidades para apagarlo, la operación debía hacerse (des)enchufando la espiga en la toma de corriente.

El motor… las prestaciones de su motor. Si en la madrugada se les trababan las aspas al caerle encima una camisa o un pulóver, no se quemaban. Solo se derretía la cubierta del motor. Bastaba quitarle la carcasa. Seguían funcionando.

Ese pequeño ventilador puesto en la tercera velocidad me cogió varias veces los dedos mientras yo trastabillaba medio fuera de foco en una primera historia de romance y tropiezos en mi habitación, en la madrugada, a cinco pisos de altura sobre el asfalto. O cuando en mis días de universidad y alumbrones en los duros 90 descubrí a Kundera.

Debería buscar en Internet cuánto hay del Órbita 5, un ventilador bien ajustado a los rigores de la vida en este breve y tórrido archipiélago.

Pienso en otras anécdotas relacionadas con mi ventilador. Y me sonrojo. Esas historias las guardo para mí.

Miro a mi alrededor, elijo otros objetos y hago un salto hacia mí, hacia mi memoria, justo hacia el momento en que por alguna razón se hizo significativo, por ejemplo, el quinqué, el viejo despertador de cuerdas, la radio de mi madre.

Si miraras a tu alrededor, de todos los objetos, para contar una historia cuál elegirías tú.

Ver también VercubaInventario de espacios citadinos: La cuentística de Ahmel Echevarría:

La literatura cubana actual presenta una gran diversidad de voces y heterogeneidad de formas, estilos y temas. Sin embargo, ciertos asuntos y preocupaciones se destacan como constantes en la producción de la isla hasta hoy. Uno de ellos es el tópico de la ciudad. La Habana ha fascinado a artistas, escritores, científicos, políticos, exploradores, sacerdotes, historiadores y tantos otros. En esta ocasión, vuelve a ser uno de los protagonistas de las historias de un narrador contemporáneo, quien entreabre las puertas de una Habana cansada, gris, de pérdidas y reencuentros, mientras sobrevive a las interrogantes de una nueva era. Los dos libros de Ahmel Echevarría Peré —Inventario (Ediciones UNION, 2007) y Esquirlas (Editorial Letras Cubanas, 2006) —, sumergen al lector en el cuerpo abierto de las calles citadinas y lo enfrentan a su mejor enemigo: él mismo. El hombre y la urbe miden fuerzas. El saldo: la compleja urdimbre de un texto narrativo que gana por apostar a la sobriedad, a la emoción contenida, el guiño de lo lúdico y por adentrarse sin miedos en lo recóndito del ser humano.

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Es este un inventario de aquello que forma parte de su vida, ya sea presente o pasado. En él, la ciudad retumba en los oídos y golpea en los ojos como el límite posible a lo diferente. Las calles capitalinas se apropian del libro para representar un espectáculo, para condicionarlo. Se muestran en su plenitud dialéctica y le obligan al narrador a preguntarse sobre la condición de vivir en la Cuba de principios del siglo XXI….

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En el texto se pueden distinguir tres tipos de espacios fundamentales pero íntimamente relacionados: el físico —concentrado sobre todo a partir de la propia ciudad habanera, con su arquitectura y áreas urbanas— el de la memoria y el del cuerpo. Los dos últimos elementos de esta tríada, junto a las impresiones y sensaciones del narrador, irán descubriendo la urbe. “Bastaron dos palabras: Habana,desmemoria. Con ellas, Ahmel logró evadir la realidad —aquella, incómoda, caliente; un obligado viaje en ómnibus desde la periferia al centro de La Habana— para adentrarse en otra Habana que se levantaba tras sus párpados. Ahmel cree que ha vivido en dos ciudades al mismo tiempo (…) Imaginaba la ciudad como un inmenso retablo. Un escenario repleto de cuerpos cansados, armado a retazos, sobre una lasca de piedra a la deriva (…)”

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La condición geográfica y física de la isla es igualmente sometida a varias interrogantes, en las cuales se pueden ver las reminiscencias de un Piñera —con su maldita circunstancia del agua por todas partes—, o lezamianas —pues vivir aquí es una fiesta innombrable—. Para el narrador no hay contradicción entre ambas, sino que desde la posición de observador y cuestionador de su entorno llega a cierto consenso. Ello se da sobre todo en la obra a partir de la imagen de la capital enfocada desde el Malecón, la bahía de La Habana o la colina donde se levanta El Cristo.

“— ¿Por qué te torturas? —Dije.

—No es un castigo. Desde el mar, La Habana no parece la misma. Las ruinas, la mala vida y toda la mierda no se ven desde el agua.

—La Habana siempre será la misma (…)

—La ciudad tiene una máscara. No me interesa ver nada más (…) Esta bahía es la máscara o el disfraz para dar la bienvenida. Me subo en la lancha y todo me parece nuevo. Desde aquí tengo una ciudad nueva o una nueva ciudad frente a mí (…)”

La construcción citadina surge paralelamente a la reconstrucción de la memoria, de esos hechos y personajes que la habitan. El narrador protagonista desanda las calles y crea su mundo percibido. A través de un espacio físico real, elabora el dibujo de una (ir)realidad para el lector. Cuidadosamente ha seleccionado los elementos que componen la urbe. Se abren las puertas entonces a la suciedad y la decadencia. En ella es mejor mantenerse enajenado porque es esta en realidad, la verdadera condición del ser humano.

“Tengo la sensación de que camino y no avanzo. Todo me resulta repetido. La ciudad tiene un mismo color, parejo, sucio; es una vieja enferma, de miembros mutilados por tanta ruina y remiendos. Parece no estar sembrada en el trópico. ¿A dónde habrán ido a parar sus colores? Dos tipos —una mujer y un hombre— caminan delante de mí. Cargan mochilas, agua embotellada en pomos desechables y toman fotos. ¿Qué será lo que yo no alcanzo a ver?”

El narrador edifica su ciudad a partir de las relaciones con los sucesos que tienen lugar en Cuba, como el robo de la lancha Habana-Casablanca, el triunfo de la Revolución, el Período Especial. La capital es mucho más que un entramado urbanístico o arquitectónico. Reúne las características y complejidades de una sociedad que ha sufrido y sufre importantes cambios. Aparecen el Boulevard de San Rafael y sus gentes, las calles Belascoaín y Zanja, las paradas de la ya antigua ruta 298, el Vedado como polo opuesto a una compleja Centro Habana, los aromas, la mugre de las calles: “La Habana parece un clip, pero es más que eso (…) Corro. Entro al metrobus tras la gente que forcejea y trata de subir. Una señora y un señor pelean por su lugar en la fila, por su sitio en el pasillo y porque él no tiene otro remedio que pegarse demasiado a su fondillo aunque viaje de espaldas a ella. En la acera una mujer se seca el sudor (…) Hay demasiado calor y mucha humedad. Desfallece (…) Una caravana atraviesa la calle, la patrulla ordenó que se detuviera el tráfico. Ómnibus amarillos para escolares, ómnibus amarillos con franjas negras, ómnibus amarillos repletos de estudiantes extranjeros (…)”

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Los espacios en Esquirlas coinciden en gran medida con los de Inventario: el cuerpo, la memoria y la ciudad. Sin embargo, la diferencia fundamental que se observa entre ambos libros, en relación con el espacio, está dada sobre todo por la manera narrar. Constantemente se cruzan los límites de la realidad/irrealidad en las historias. El contexto ficcionalizado se permea también de lo fantástico y de lo absurdo para dar un mundo que sólo existe tangencialmente. El narrador se adentra más en el espacio de la memoria y va uniendo cada fragmento con un fuerte hilo de dolor, de rabia contenida, de rencor tal vez. Esquirlas está por encima de lo visto o lo palpable. Si en Inventario el espacio existía en la piel del sujeto, ahora es el sujeto el que inunda todos los espacios. El desandar las calles de las memorias del primer libro conduce, en el segundo, al encuentro con aquello innombrable que se encuentra en lo más íntimo de nuestro ser.

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La ciudad, aunque sigue siendo la capital habanera, se extiende y alcanza otras significaciones. Está presente físicamente también de manera fragmentada, sin embargo, más que verse, se siente. Se han seleccionado de tal manera los lugares, que la imagen construida es distante e irreal. Predominan aquellas zonas enfocadas hacia el afuera, desde lejos. Se trata de huir de ella. Tanto la ciudad como la isla, se construyen cuales fantasmas. “El tren se alejó dando tumbos. No tenía sentido llegar a Matanzas. Con algo de comida, poco dinero y ron, bastaba Hershey…”

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Material World. Cuba.

Material World. Cuba.

Material World. Cuba. Imagen tomada de http://www.teacheroz.com/mwi.htm

El proyecto Material World (1994) es a su manera un archivo sobre la materialidad del espacio doméstico. Documenta las posesiones materiales de cinco familias en diferentes países alrededor del mundo, reuniendo en una fotografía, tomada en el exterior de la vivienda, personas y pertenencias. Para ello, los fotógrafos que participaron en el proyecto debían convivir con cada una de las familias fotografiadas por una semana.

La familia Costa, de La Habana, Cuba, fue una de las escogidas por el fotógrafo Peter Menzel.

El libro Material World: A Global Family Portrait, explica:

In an unprecedented effort, sixteen of the world’s foremost photographers traveled to thirty nations around the globe to live for a week with families that were statistically average for that nation. At the end of each visit, photographer and family collaborated on a remarkable portrait of the family members outside their home, surrounded by all of their possessions—a few jars and jugs for some, an explosion of electronic gadgetry for others. Vividly portraying the look and feel of the human condition everywhere on Earth, this internationally acclaimed bestseller puts a human face on the issues of population, environment, social justice, and consumption as it illuminates the crucial question facing our species today: Can all six billion of us have all the things we want?

Cuarto de desahogo

Cuarto de desahogo

Cuarto de desahogo de casa de mis abuelos. Foto 2013.

Bitácora participativa: Un agujero en el recuerdo:

Si usted es cubano y recuerda los pantalones de laxter elastizados, de tela brocada o los «pitusas» (jeans) de corduroy que se combinaban con una manjata o una blusa de jersey, entonces recordará también los aberrantes calores de Agosto que provocaban un sudor insoportable menguado un poco quizás con aquellos desodorantes de tubito donde el alcohol creaba los famosos golondrinos a los que se atacaba enseguida con antibióticos, crema la sal(útil para todo) y después leche magnesia con alcohol. Método infalible para detener el olor pero, sobre todo, le enseñaban desde pequeño a no oler si había «peste», que eso se pega.

Si haciendo un esfuerzo puede aún sentir el fuerte aroma del Moscú Rojo, un perfume que cegaba los instintos y provocaba mareos o también puede recordar la suavidad de Pétalos de Violeta o el pequeño extracto de Rococó cuando el cristal impactaba con su diseño conocido: el clásico racimo de uvas que solo veíamos en las películas. Si su olfato se detiene en el Bermellón una esencia que dejaba por sentado su uso oficial para ir a la escuela o el trabajo, entonces recordará también «Los Quince».

Esta celebración quizás esté más a flor de piel porque es una fiesta que jamás ha dejado de tener su lugar aunque ya no se recuerde el motivo.
La figura principal, no es la homenajeada sino el cake, tan grande como la suma de los futuros pedazos a repartir entre amigos, familiares, invitados, ausentes, santos y demás. El diseño de la mesa, la figurita encima del merengue y el relleno no dejaban escapar su importancia por más que siempre se hicieran acompañar de la ensalada que a veces reforzaba su sabor a piña con el polvito de hacer refresco instantáneo. Las croquetas serían el sello. Todo ya preparado en una cajita de cartón lista para repartir. La cuchara podía ser un pedazo de la tapa y los vasos reciclados de antes de 1959 cuando la cerveza polar. Tan magnánimo agasajo tendría garantizada unas cajas de refresco y algunas de cerveza siempre y cuando usted cumpliera con aquello de: «entregar el vacío p’recoger el lleno».

El maquillaje era un dilema pero siempre había una peluquera que junto a la costurera del barrio sabían hacer milagros para que los zapatos de Primor parecieran únicos en cada homenajeada. El pelo demostraba su disciplina cuando al intervenir el champú «fiesta» se dejaba moldear para poder lucir los encantos que se descubrían con la llegada al salón, la sala o el espacio, destinado para todos. Rolos de los rollitos de papel sanitario. El inolvidable torniquete que se ajustaba con el gorro formado por la punta de una media de nylon, completaba la escena previa. La casa de los festejados y de los invitados ya desde una semana antes puede parecer un loquero, porque si usted recuerda la madre debía lucir bella y joven montada sobre los fabulosos «catarritos» que hacían una única aparición porque después la suela se abría en eterna carcajada.

Si, usted recuerda seguramente que en esta fiesta no faltaba la historia completa de la parentela. Las baby flowers, los adornos y fotos, tampoco se podía olvidar al combo para amenizar que después seguían al día siguiente con el pique, una celebración más informal. Al pasar unos años la grabadora sería el instrumento de más uso pero siempre necesitaría del tocadiscos Accord para amplificar el sonido y de vez en cuando escuchar el crash de los discos de 45rpm o aquellos azulitos que nunca dejaban claro que música tenían impresa.

El cubano siempre ha asociado las fiestas con la bebida porque con ella los más «patones» (portador de dos pies izquierdo y una caja de fósforo sin fósforo en cada oreja) y penosos se atrevían a bailar. Ronda, Matusalén, Legendario, Castillo, Coronilla, Bocoy, Guayabita del Pinar o Villa Clara, con el tiempo se sintieron abochornados al aparecer el «chispa e’tren» dudoso producto de fabricación casera que parecía más una bomba estomacal que licor de bebederos, pero ya para esa época usted, quizás, estaba tomando otras bebidas más fuertes, más suaves, diferente.

Después de la reseca venía el agotador domingo, un aburrido día que se atraviesa a principio o final de la semana depende como usted lo vea. Este se transformó de la noche a la mañana en el preferido de todos cuando La Tanda del Domingo y Mario Rodríguez Alemán nos dieron la oportunidad de conocer buen cine aun cuando ya existía otro programa de calidad que nos permitió ver la diferencia entre el cine de hollywood y la reserva anterior de pantalla cinco o la película de las 2 y media cada tarde entre semana que aceptaba como únicas las películas mexicanas, argentinas y españolas guardadas en la cinemateca. Colina, un «describidor» de imágenes.

Cuando la quinceañera hacía su desfile en el barrio podía servirse de un carro antiguo funcionando como nuevo o de los carruajes, si era en el campo, pero usted sabía de qué familia venía si el resto llegaba en Lada, Moskovish, Fiat polaco o de 4 puertas que eran los europeos y si por algún motivo alguien se bajaba de un Volga o Peugeot ya ahí si se ponía bueno el festejo porque ella tenía familiares o amigos en el gobierno aunque quedaba por sospecha que pudiera ser un chofer de servicio especial desviando la ruta. Buen motivo para especular con el arte incontrolable del chisme que para un buen cubano es la cienciología sublimada. Un acto secreto y pleno de conjuros.

Llegado el momento no faltaron los recuerdos de toda la familia e incluso el álbum familiar para demostrar que no habías crecido de la nada sino después de un duro esfuerzo de tus padres por hacerte entender que andar con short, pullover y tenis no sería eterno. En algún momento llegaría este día especial, después de haber pasado por varias facetas de uniforme que fueron desde el gris hasta el rojo y ahora el mostaza o el azul dependiendo si estabas becada o estudiabas en la calle. Claro que el verde de las conocidas Macarencos, nunca sería olvidado.

Por las viejas fotos recordarías que de niña usaste medias tejidas con hilo ´´osito´´, suéteres de estambre y un elástico impediría que tus medias blancas cayeran sobre el zapato, ese mismo elástico blanco de un rollo comprado sabe Dios donde, sostenía tu pelo que lucía motonetas amarradas con bolitas de diferentes colores. ¿Podrás recordar que escuchaste Nocturno en tu radio Siboney, quizás en el Taíno?, si tuvistes suerte tus padres te regalarían el Sokol, pequeño, portátil y todo un éxito que no te prohibía hacer las tareas mientras escuchaba lo último en el hit -parade de los años 60´. Lo máximo podía ser tener un Veff o un Selena para sintonizar la Voz de los Estados Unidos de América o poder estar «alante» con la música.

Todos esos recuerdo, incluidas las fotos donde tu mamá lucia espectacular al lado de un padre galante y nada gordo quizás con espejuelos de armadura de pasta, están en tu memoria pero es probable que no puedas descifrar aquella de la esquina que tiene unas chancletas «metedeo con un floripondio» dejando entrever el increíble arreglo de sus pies con una luna de preciso diseño y en la cabeza un pañuelo de seda con hilos plateados. La moda cambia, pero la personalidad se mantiene y a esa, la conoces por la parada y el cigarro. Te queda una duda ¿qué fumaba la tía? Vegueros, Populares, Ligeros porque si había otra no te acuerdas. Cuando aquello no estaba la furia del cáncer por fumar, todo se solucionaba con un pomo de bicomplex, viña 95 y una yema de huevo, aceite de hígado de bacalao y si se ponía muy difícil la situación la penicilina o la gamma resolvían el problema.

Al pasar de los años quizás lo hayas olvidado, pero si te lo menciono, tú te emocionas cuando recuerdas las Aventuras, San Nicolás del Peladero y su Juan primito, la alcaldesa, una mujer bella y calmada, símbolo de rebeldía y elegancia que contrataba con la potente voz de Raquel Revuelta en su inolvidable Doña Bárbara en el gustado espacio de la novela cuando de un momento a otro comenzaron a competir las nacionales y las extranjeras que bajo su influencia soñábamos. De lo que si no te olvidas es de la Comedia Silente, Nitza Villapol, Detrás de la Fachada un programa que no nos permitía odiar a Consuelito porque sus constantes intervenciones servían de pie al inolvidable Bernabé para hacer de las suyas.

Aunque la televisión a color se conocía en Cuba hacía mucho tiempo atrás, siempre decíamos ¡bendito televisor! Que nos permitía entretenernos. Un Caribe, con sus delgadas patas a punto de caer, el Krim 218 u otro cualquiera que en blanco y negro o más adelante, pintada la pantalla serviría para descubrir un mundo de conocimientos. Escriba y lea, el panel de los sabios con su clásico «vamos a la siguiente vuelta» del moderador, después de las preguntas que aquellos catedráticos respondían sin temor- ¿posterior a la edad media?, ¿siglo XIX o XX?. De la Gran Escena nos obligaba a entender la música más allá de las orquestas. ¡ahhh!, no te escapas, “Tía Tata cuenta cuentos”, fue tu primer despertador.

Seguro ahora te vendrá a la memoria que después de abrir las ventanas y puertas para soportar las noches de poca brisa sin perder un detalle de la programación, dormir en cama generacional o el viejo pimpampum no sería un problema. El dilema comenzaba cuando el ventilador General Electric después 2millones de reparaciones y cables «enteipados» fue sustituido en sus funciones. Un aparato blanquito, plástico, y con paletas, aparecía en escena con la arrogante osadía de querer llamarse ventilador. Por ser moderno venía sin protector. Su único problema es que había sido creado para ayudar a descongelar un refrigerador y su uso continuo le provoca ansias de rebeldía por lo que había que amarrarlo a la silla y calzarle la cabeza. Ruso al fin y al cabo no nos entendía y quería salir caminando pero ante nuestra actitud inconsecuente bajaba la cabeza y se suicidaba en su propio calor. Quedaba reducido a la nada plástica.

Si usted recuerda los cubanos podían ser pobres pero limpios por eso hervir la ropa blanca, lavarla con Batey y ponerla al sol era la mejor manera para conservarla ¡qué debía durar unos cuántos años! Lavarla en la Aurica y después en la centrífuga, un equipo pequeño pero útil lo único es que con el uso podía destrozar lo que costó mucho conseguir. Los zapatos de tela, ni soñarlo, esos se lavaban con un cepillito y jabón de olor después se colgaban al sol, cogidos con palitos de tendedera por la lengüeta.

Aunque su mente se ponga a vagar en los recuerdos, tiene fija la foto que recoge cuando tomaste de encima de la cama los regalos, el «pitusa Jiquí con la chaqueta», no sabes si fue tu tía o tu mamá pero alguien convirtió en batalla conseguir este preciado regalo. El Caribú te lo regaló tu abuela que estuvo esperando conseguirlo por la libreta y cuando lo compró todo el mundo se le quedó mirando porque nadie imaginó a tan respetable señora en aquellos pantalones tan delgados. El mundo corría rápido sólo en tres generaciones y la sociedad se veía distinta. Todos fueros a formar parte de tus prendas personales dentro del escaparatico.

El talco, los perfumes, jabones, las «cocalecas» (con suela de goma de carro) . Tu papá hizo uno que otro negocio entre los conocidos y te compró unos pullovers que venían con unas mariposas delante, una enguatada de las que daban para la escuela al campo que con un amigo le mandó a pintar una pareja bailando aquello de bim bóm bim bóm..¡.era gracioso! Se usaban la plataforma y había un tenis que se los habías visto a tus amiguitas y sin saber que ellos te guardaban un par les confesaste que te gustaría tener uno. Eran puntiagudos delante y negros, muy bonitos.

Para aquel entonces podías conseguir un pitusa JOUJOU que todavía si cierras los ojos sientes el olor de la mezclilla y la alegría de tener uno de verdad. Muchas de estas cosas te las mandaban de «afuera» y otras se las compraba tu familia a los rusos del Focsa o los marinos mercante. Todo venía de 15 años reuniendo porque desde que tu naciste se esperaba este día como «cosa buena». Incluso Bruce Lee, entró en Cuba con aquellos pullovers que se pegaban al cuerpo con el más mínimo sudor.

Pasadas las fiestas, un momento único, se volvía a la realidad y si todavía a la menoria te llega el olor de tus pies después de usar los kikos plásticos entonces es que nunca tuvo tu familia un amigo médico que declarara tu defecto en la columna lo que impedía usaras un zapato que no fuese cerrado y para ello lo mejor serían los colegiales. Claro que tampoco estuviste ajena de los dos tonos, la puntera de piel y el resto de lona. El fin de semana siempre fue distinto, cuando te quitabas el uniforme y podías discutir tu entrada al cine o al teatro. Seguro no olvidas las Ferias de Telarte, con telas que hicieron furor. La moda de los 80′, la costumbre del libro bajo el brazo que mirándolo bien debajo de tu brazo siempre se acomodaba la cultura y la comida: el pan y el libro.

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Bombones Sans Souci

Bombones Sans Souci

Bombones Sans Souci de Luxe. Hechos en Cuba. Colección Cuba Material.

Tomado del Lewis, Oscar, Lewis, Ruth M. and Rigdon, Susan M. 1978. Neighbors. Living the Revolution. An Oral History of Contemporary Cuba. Urbana: University of Illinois Press:

By the late 1960s, Havana was far from the city of privilege it once had been. The heavy downtown traffic, motor and pedestrian, had disappeared; nightclubs, shops and small businesses, many restaurants, concessions, and vendors had been «intervened» (nationalized) and shut down, or reopened on a part-time basis under state management. Tourism was, of course, greatly curtailed. . . . Hotels, private clubs, and beaches were taken over by the National Institute of the Tourist Industry; clubs and beaches were opened to the public and hotel room rents were lowered by as much as $35 a day, making them available to large number of Cubans. (P. xiv)

In 1960, schools, clinics, and rest homes were established in Miramar’s larger vacated residences. The medium and smaller-sized homes became foreign embassies, administrative offices, and dormitories for boarding students on scholarships. . . . Single-family residences and apartments were assigned to visiting dignitaries, foreign technicians working on agricultural or industrial development programs, and diplomatic personnel. In one part of Miramar a small community was established for the families of counterrevolutionaries who were serving time in prison or on work farms. Brought to the city in 1965 at state expense, these families, once numbering 1,000 people, from rural Pinar del Río and Las Villas provinces, were to be «rehabilitated» and integrated into the Revolution while husbands, sons, and fathers underwent the same process un prison.

For the old residents who remained in Miramar, personal lives were turned upside down. . . . They were no longer able . . . to organize landowners’ associations to maintain the appearance of the community, or a private police force to keep «undesirables» from entering the neighborhood. The «undesirables» had moved next door and had taken over the private beaches and clubs. The scholarship children played in the streets, parks, and yards, picked fruit from private gardens, and marched in formation past their homes, singing and shouting slogans of the Revolution as they went. (Pp. xiv-xv)

El matrimonio Lewis identificó cinco principales áreas de cooperación entre los nuevos y antiguos inquilinos: «(1) borrowing food, household items, and tools, and exchanging foods, (2) running errands, shopping or standing in line for one another, and informing each other of items available in the stores, (3) occasionally taking care of each other’s children, (4) working together in block or neighborhood organizations, (5) sharing items of luxury or privilege, such as telephones, automobiles, refrigerators, and small appliances» (p. xxxvi).

Lavatín del Vedado

Lavatín del Vedado

Lavatín del Vedado. 1980. Imagen tomada del libro de Margaret Randall.

En la década de los años ochenta, el gobierno cubano abrió en diferentes barrios de La Habana lavanderías de autoservicio. Uno de estos establecimientos, que recibieron el nombre de Lavatín, se encontraba muy cerca de casa de mi abuela, en la avenida 23 entre 2 y 4, en El Vedado.

Mi abuela, que no tenía lavadora en casa desde que la que había comprado antes de 1959 dejara de funcionar, y que, siendo ama de casa, nunca tuvo la posibilidad de comprar una lavadora semiautomática soviética a través del centro de trabajo (vía Plan CTC), iba con regularidad al Lavatín. La acompañé algunas veces hasta la esquina de la avenida 23 y la calle C, donde tomaba un taxi que, por 80 centavos, la dejaba, cinco cuadras después, en su destino.

* * *

En Penúltimos Días: Lavatín, autoservicio, texto de Emilio García Montiel inspirado en la canción Sube espuma de Juana Bacallao:

 Tal vez el momento más simpático de esta versión de “Sube espuma” no le corresponda precisamente a Juana Bacallao —menos excéntrica aquí que lo habitual—, sino al brevísimo coro con que la Ritmo Oriental introduce la pieza. La composición de Obdulio Morales, también cantada por Xiomara Alfaro, Armando Orefiche y Ninón Sevilla, resulta, de ello, temporalmente contextualizada —ocurrencia, a no dudar, de la propia Juana— a partir de lo que, probablemente, debió constituir la “novedad” de turno dentro de las exiguas disponibilidades tecnológicas en servicios y bienes de consumo de la Cuba revolucionaria: el autoservicio de lavandería o Lavatín.

En la música bailable posterior a 1970, el tema de estas novedades industriales —o mejor, su tardía aparición o reaparición en la isla, así como su relativa posibilidad de adquisición o uso— provocó estribillos, ciertamente más recordados que memorables, dedicados a la olla de presión (“cómo hace la olla cuando pita: pi, pi; cuando explota: po, po”), a la televisión en colores (“televisión a colores, qué bien se ve”), y a los ómnibus japoneses Hino (“la Hino es una guagua nueva”).

De considerar el tema en lo que bien podría ser su opuesto —la inventiva doméstica ante la consuetudinaria carencia de bienes necesarios— habría que añadir composiciones como “dime dónde quieres que te ponga la barbacoa”, de Los Van Van (muy lejos, sin dudas, de aquel despreocupado “Cemento, ladrillo y arena”, de José Antonio Méndez); “El palito de la alcancía”, de El Guayabero (tanto por la alcancía como por el palito, que llegarían a alcanzar la categoría de “innovaciones”); o “El mechón”, de La Monumental, símbolo más de apagón que de luz. Todo ello, obviamente, en contraste con las utopías de bienestar social y personal aludidas no sólo en piezas al uso como “La nueva escuela”, de Silvio Rodríguez, sino, igualmente, en la muy bailada “Me voy pa’ La Habana”, de Sergio Rivero e interpretada por Los Latinos, quizás una de las que mejor sintetiza —desde el irresoluble tema de La Habana y sus inmigrantes— lo que la maquinaria “moderna” gubernamental llegaría a convertir en la mayor —y acaso única— aspiración de muchas familias cubanas de la época: poseer un “… apartamento en el reparto Alamar, con frío y televisor…”. . . .

Ver texto completo en Penúltimos Días.

Radio Sokol 2

Radio Sokol 2. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

En el texto de Manuel Zayas sobre las UMAPs (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), publicado en Diario de Cuba, el autor contrasta los reportajes de Paul Kidd, periodista canadiense que denunció las UMAP, con los publicados por la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Verde Olivo:

…»El sistema de disciplina era simple. Los confinados que no trabajaban, no recibían alimentación. Y a menos que su trabajo llegara a la norma asignada, no se les autorizaba salir. En el segundo domingo de cada mes, a los confinados se les permitía recibir visitas de sus familias, que podían traerles cigarrillos y otros pequeños artículos. Si un confinado no obedecía órdenes, esos objetos eran retenidos. Los informes de brutalidad física en los campamentos circulaban ampliamente en Cuba».

El corresponsal resumió la existencia de las UMAP como una fuente de mano de obra casi esclava, hecha a la medida.

Paul Kidd recibió el Premio Maria Moors Cabot de 1966, que otorga la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. El PEN de escritores canadienses concede cada año un premio con su nombre, el Paul Kidd Courage Prize.

Después de que el corresponsal canadiense fuera expulsado, la revista Verde Olivo, órgano de propaganda del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, publicaba un reportaje elogiando las bondades de esos campamentos y reseñaba un acto que «desbarataba una vez más la sarta de mentiras echadas a rodar por los enemigos de la Revolución que trataban de presentarla como una institución de sometimiento».

El singular acto consistió en la premiación a algunos «macheteros» de las UMAP con la entrega de «motocicletas, refrigeradores, radios y relojes», además de la imposición de medallas a «cuadros de mando». …

Cafetera

Cafetera

Cafetera. Hecha en Estados Unidos. 1950s. Colección Cuba Material.

Mis abuelos nunca se deshicieron de sus antiguos equipos electrodomésticos (me refiero a los de los cincuentas y años anteriores), ni siquiera cuando dejaron de funcionar. Una tostadora, una plancha para sandwiches y una cafetera de café americano cuyas porciones de agua y borra mi abuela aprendió a dosificar para obtener algo parecido al café expreso, acumulan herrumbre sobre un aparador del comedor. Allí los dejaron mis abuelos con la esperanza de que un día apareciera la resistencia o pieza que los devolvería a la vida, mas esta nunca llegó.

En Diario de Cuba:

Antes de los Castro, la Isla era un imán para atraer inmigrantes de Europa, Medio Oriente, Asia, el Caribe e incluso de Estados Unidos. Estadísticas del antiguo Ministerio de Hacienda de Cuba revelan que solo entre 1902 y 1930 llegaron a nuestro país 1.3 millones de inmigrantes, 261.587 de ellos en los últimos seis años de ese período.

En esos 28 años, encabezaron la lista 774.123 españoles, 190.046 haitianos, 120.046 jamaicanos, 34.462 estadounidenses, 19.769 ingleses, 13.930 puertorriqueños, 12.926 chinos, 10.428 italianos, 10.305 sirios, 8.895 polacos, 6.632 turcos, 6.222 franceses, 4.850 rusos, 3.726 alemanes y 3.569 griegos.

En años posteriores siguieron llegando a Cuba más inmigrantes de las nacionalidades mencionadas, así como también libaneses, judíos, palestinos, rumanos, húngaros, filipinos y mexicanos (sobre todo de Yucatán), etc. En 1958 había en la embajada de Cuba en Italia 12.000 solicitudes de ciudadanos deseosos de emigrar a la Isla.

Pero si en 1958 Cuba era uno de los tres países de Latinoamérica con mayor ingreso per cápita, con 374 dólares —el doble que en España ($180) y casi igual al de Italia—, hoy es uno de los más pobres. Es el único que en vez de avanzar involucionó y presenta ahora un grado menor de desarrollo económico y social que hace media centuria. Ni siquiera Haití sufrió tal retroceso.

Los efectos del castrismo asombran cuando se examinan algunas estadísticas del Anuario Estadístico de Naciones Unidas, el Atlas of Economic Development (1961) de Norton Ginsburg, la FAO, el Departamento de Comercio de EE UU, y el Cuban Center for Cultural Social & Strategic Studies, Inc.

En 1958, como en cualquier nación en desarrollo, había pobreza en la Isla, pero Cuba era el octavo país del mundo con mayor salario promedio en el sector industrial, con $6.00 diarios, por encima de Gran Bretaña ($5.75), Alemania Federal ($4.13) y Francia ($3.26). La lista la encabezaban EE UU ($16.80) y Canadá ($11.73). Cuba, además, ocupaba el séptimo lugar mundial en salario agrícola promedio, con $3 diarios, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Hace 54 años Cuba registraba la mayor longitud de vías férreas en Latinoamérica, con un kilómetro de vía por cada 8 kilómetros cuadrados. Y era líder en televisores, con 28 habitantes por receptor (tercer lugar en el mundo); la primera señal de TV a color en el mundo fuera de EE UU fue lanzada en La Habana por Gaspar Pumarejo, el 19 de marzo de 1958. El país ocupaba el segundo lugar latinoamericano en número de automóviles, con 40 habitantes por vehículo.

También teníamos la más baja tasa de inflación en Latinoamérica, con 1.4%. Nos autoabastecíamos de carne de res (desde 1940), leche, frutas tropicales, café y tabaco; y éramos casi autosuficientes en pescados y mariscos, carne de cerdo, de pollo, viandas, hortalizas y huevos. Éramos el primer país latinoamericano en consumo de pescado y el tercero en consumo de calorías, con 2.682 diarias. Producíamos el 76% de los alimentos que consumíamos (hoy producimos el 21%), y había una vaca por habitante.

La Isla exportaba más de lo que importaba, y era la tercera economía más solvente de la región por sus reservas de oro y de divisas y por la estabilidad del peso, a la par con el dólar. Era el país latinoamericano con menor mortalidad infantil y el que dedicaba mayor porcentaje del gasto público a la educación, con el 23 %. (Costa Rica, 20%; Argentina, 19.6%; y México, el 14.7%). En 1953, Francia, Gran Bretaña, Holanda y Finlandia contaban proporcionalmente con menos médicos y dentistas que Cuba.

Cuba era también proporcionalmente en 1958 el país latinoamericano con más salas de cine, ostentaba el segundo puesto en cantidad de periódico impresos, con ocho habitantes por ejemplar, luego de Uruguay (seis), y tenía el segundo lugar en teléfonos, con 28 habitantes por aparato.

Conclusión, que la debacle económica cubana no es causa, sino efecto. La verdadera razón que fuerza a emigrar de Cuba es el sistema político que sepultó la libertad económica y transformó la Isla en una ameba gigante que se nutre de subsidios extranjeros.

Plancha eléctrica

Plancha eléctrica

Plancha eléctrica. Hecha en la URSS. Colección Cuba Material.

Los bienes de consumo socialistas que el estado cubano otorgaba a los trabajadores destacados no solamente constituyeron un instrumento de persuasión y propaganda política. También reprodujeron —y crearon— diferencias de género. Las lavadoras y planchas, por ejemplo, fueron a para a manos femeninas, a veces como premio recibido en el centro laboral o como regalo recibido en ocasiones especiales.

Estos electrodomésticos, además, junto a los televisores y los radios, mantuvieron a la mujer ocupada dentro de casa, mientras los hombres disfrutaban de su tiempo libre paseando en automóviles, casi siempre manejados por «ellos», que les daban una desproporcionada libertad de movimiento. Los hombres, además —algunos—, utilizaban su automóvil como medio de conquista, como refleja la canción de los Van Van Titimanía y da cuenta Norberto Fuentes en su libro Dulces guerreros cubanos.

En la Cuba de los años ochenta, un personaje común era el titimaniaco, que paseaba en Lada con su joven amante mientras su esposa echaba a andar la lavadora Aurika y se sentaba a llorar con la película de la Tanda del Domingo que veía en su televisor Krim, o alisaba las camisas del esposo y los uniformes de los hijos con una plancha rusa.

Aspas de ventilador Órbita. Colección Cuba Material.

En casa tuvimos varios ventiladores Órbita, de fabricación soviética. De hecho, fue el único tipo de ventilador que tuvimos, en diferentes modelos. Eran pequeños, livianos y portátiles, y podían utilizarse como ventilador de mesa o de pared. Se vendieron a un costo de 40 pesos.

En casa, debe haber sido mi papá quien colocó un tornillo en los travesaños de madera que dividían las ventanas de cada habitación, para colgar estos ventiladores, uno en cada cuarto. Mi mamá se encargaba de comprar los ventiladores, y las piezas de estos ventiladores que pudiera conseguir, para guardar como repuesto, por si se rompía alguno más allá del punto de cualquier reparación.

Se decía que los ventiladores Órbita venían con los refrigeradores Minsk, para descongelarlos, pero el Manual del usuario no lo menciona. Sin embargo, ciertamente parece más un manual industrial que uno comercial. En cualquier caso, también se usaban para descongelar los refrigeradores.

Todavía se encuentran estos ventiladores en las casas y comercios cubanos, en muchos casos reparados hasta volverlos irreconocibles —el artista Ernesto Oroza ha documentado este proceso, que incluye en la categoría «desobediencia tecnológica»—. Parece que en algún momento se acabaron las piezas de repuesto de ventilador Órbita que mi mamá almacenó, pues he encontrado en casa uno cuya armazón ha sido fabricada con plástico derretido, de manera totalmente artesanal.

Recibo de compra de ventilador Órbita. 1979. Colección Cuba Material.

Ventilador Órbita en una escena doméstica rural. Foto de Guido Paulussen. 1994. Imagen tomada de internet.

Ventilador Órbita con aspas de fabricación artesanal. Imagen tomada de internet.

Ventilador Órbita con aspas de fabricación artesanal. Imagen tomada de internet.

Ventilador Órbita con cuerpo y aspas de fabricación artesanal. Colección Cuba Material

Ventilador Órbita roto abandonado sobre un escaparate.

Pueden ver aquí el Manual del ventilador Órbita.

Polvo para limpiar los dientes

Polvo para limpiar los dientes

Polvo para limpiar los dientes. Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

Fragmentos del texto de Yoss Lo que dejaron los rusos:

…¿cuántos de nosotros no nos hemos sorprendido en los revueltos años de fin e inicio de milenio, al menos una vez, suspirando de añoranza por algunas de esas cositas Made in URSS que tanto criticábamos antes de 1989?

…La Mujer Soviética, Unión Soviética, El Deporte en la URSS, Panorama Olímpico, Misha, también se leían bastante, además de servir para forrar libretas y libros, por el excelente papel satinado de sus portadas…

Mirando atrás desde el presente, para la más joven generación que creció después del derrumbe del muro de Berlín, y que considera los CD como algo cotidiano y no una maravilla tecnológica, resulta difícil hasta imaginarse lo profundo del desfasaje tecnológico y cultural en que vivíamos entonces aquí en Cuba. Aunque la música y las modas sí entraban. ¿Se acuerdan de los Boney M, los pantalones campana y el espendrum? Lo cierto es que, para nosotros, los crecidos en los 70 y los 80, cuando el último grito de la técnica eran los tocadiscos Radiotécnica y el radio Selena (salvo para aquellos privilegiados hijos de viajeros a las otras partes, que ya le rezaban a los dioses Sony, Sanyo, Philips, Panasonic, TDK, etc.), la cultura rusa fue una influencia subyacente, pero sólida y constante en muchas esferas de la cotidianidad, símbolo contradictorio, a la vez, de modernidad y fealdad, de resistencia extrema y falta de calidad, ambivalencia que moduló por décadas la actitud de los cubanos hacia todo lo ruso, y que está en el origen del término «bolo».

Veamos algunos ejemplos, empezando por el renglón automotor. Los Moskvichs, Volgas, Nivas y Ladas consumían menos gasolina, echaban menos humo, sonaban menos, eran más cómodos y lucían mejor, al menos en teoría; pero tampoco importaba: eran símbolos de estatus, de modernidad, de adelanto. Aunque los viejos carros americanos fueran bombas de humo rodantes, eran para toda la vida, y sus carrocerías mil veces chapisteadas eran de hierro y no de aluminio de tubo de pasta de dientes. Cualquier flamante Lada 1600 que chocara con un tartajeante Plymouth del 49 quedaba para chatarra, lo sabían hasta los niños. Claro, si era un Chaika, ya eran otros cinco pesos.

Las motos Ural, auténticos camiones con sidecar, copiados de las BMW tomadas de trofeo a los nazis en la Gran Guerra Patria, circulan todavía, con bastantes adaptaciones de nuestros Hell Angels insulares. Eran las dos ruedas que había para resolver, y vaya si resolvían. Hasta sofás se cargaban en aquellas heroicas motos. Y cinco pasajeros a bordo de una Ural con sidecar no era record para nada.

De los KP3, Gaz, Kamaz y otros camiones, nuestro gobierno tuvo que confesar en 1990 que eran máquinas muy bien diseñadas para gastar petróleo. Y, hermetizados contra las bajas temperaturas siberianas, eran auténticos hornos rodantes. Pero la fama de «asesinos de choferes» que trajeron de la URSS duró hasta que cayeron en manos de nuestros «paticalientes» ases del volante, que los asesinaron a ellos.

Y si de aeronáutica se trata, nuestra Cubana de Aviación ha surcado, por décadas, los cielos del mundo con aviones soviéticos, relativamente lentos y también muy gastadores, pero seguros (mientras hubo piezas de repuesto). Fue así desde que los vetustos Super Constellation y Bristol Britannia de antes del 59 dejaron de creer en milagros mecánicos y se negaron rotundamente a despegar, al menos enteros. Los An-2 de fumigación vuelan aún, los «paticos» An-24 estuvieron haciendo rutas nacionales hasta hace muy poco, como los primos hermanos Yak 40 y 42, los viejos Tu-154 y el antiquísimo Il-18. Y si bien nunca tuvimos chance de ver aterrizar por Boyeros el supersónico y espigado Tu-144, todavía nuestro presidente recurre a su segurísimo Il-62-M cada vez que tiene que viajar.

Dentro de esta nunca demasiado criticada categoría de los electrodomésticos de producción soviética, estaban las indestructibles lavadoras Aurika y los televisores Electrón, Rubin y Krim, que todavía sirven para ver la novela en no pocos hogares cubanos. Tanto aquellos mastodónticos aires acondicionados que enfriaban con un cierto estruendo, como sus primos menos adelantados, los ventiladores Órbita sin careta (porque originalmente estaban concebidos como una pieza más de ciertos refrigeradores), nos aliviaron tantos tórridos veranos. ¿Feos? Vaya si lo eran todos. Verdaderas monstruosidades de diseño, pero hechas a prueba de bala. ¿Y cuántos no echamos de menos aquel piñazo sobre el televisor cuando los controles vertical u horizontal se desajustaban, o la patada al refrigerador cuando el motor se negaba a arrancar? Gestos que ya pasaron a formar parte del acervo mímico nacional, aunque nuestros electrodomésticos de hoy, japoneses, chinos y coreanos, no agradezcan tan «cariñoso» tratamiento.

En el capítulo de la relojería, vale la pena mencionar aquellos Raketa, Zaria y Poljot que pesaban toneladas en la muñeca, y cuyos cristales se empañaban casi de respirarles cerca. Así como aquellos despertadores titánicos, marca Slava y Sevani, que sonaban cuando les daba la gana y daban la hora que mejor les parecía. Ahora, sentir el pitido electrónico de un moderno radio- despertador digital y saber que es esa la hora, la misma que uno eligió para despertarse, inapelable, sin troque ni factor sorpresa que valga, resulta enervante. Qué aburrido, ¿no?

Bajo el genérico rótulo de la industria ligera se agrupan tantos objetos familiares por décadas, casi amigos, ahora vetustas reliquias domésticas que cada día escasean más y ceden más terreno en nuestras casas a sus cromados, ultramodernos émulos capitalistas. Como aquellos bombillos que duraban años derramando su luz amarilla o esas pilas secas que tan fácilmente se mojaban y sulfataban, o aquellos abridores que se oxidaban al primer mes, o perdían el filo, y los otros, de rosca y estilo pinza, cuyo funcionamiento exacto nadie comprendió jamás del todo. ¿Y qué decir de los juguetes rusos? Feos, toscos, con las uniones de plástico llenas de rebabas. Pero eran baratos, y resolvían. Aquellas pistolas espaciales y escudos, espadas y cascos de plástico rojo aguantaban bastante más que aquellos delicados, bellos y añorados básicos, no básicos y dirigidos Made in Hong Kong y Made in Singapore, que conmocionaban a los fiñes una vez al año, por julio. Todavía algunos de aquellos artilugios eslavos, a prueba de chamacos cubanos, andan dando vueltas por ahí, entizados con esparadrapo o tape, pero en servicio activo tras haber divertido a tres generaciones.

Los mismos cubanos que regresaban contando de la nieve en la Plaza Roja, del lujo increíble de las estaciones del metro moscovita y de las bellas noches blancas de Leningrado, trajeron todo un flamante concepto de decoración doméstica, junto con toneladas de souvenirs de la riquísima artesanía popular rusa. ¿Quién no tuvo o soñó tener en el aparador de su casa una matrioshka de veinte o más muñequitas? Algunos cubanos fueron más allá y cargaron a su regreso al terruño con titánicos samovares de cobre, con teteras eléctricas y juegos de té y todo. Así, la costumbre de tomar la delicada infusión, que hasta el 59 se suponía inglesa y aristocrática, se popularizó entre nosotros, y luego se volvió patrimonio de artistas y bohemios tropicales trasnochadores.

Otros cargaron con enormes afiches del Kremlin, de la policromada catedral de San Basilio y hasta del Mausoleo de Lenin, que aún hoy se aferran tercamente a algunas paredes habaneras, muy desteñidos por la sobredosis de luz de este implacable trópico. Y hubo otras mil chucherías rusas adornando las salas cubanas: desde cucharas campesinas talladas en madera, hasta reproducciones de llaves de las murallas de ciudades medievales del Báltico. En los cuartos de las casas cubanas, las alfombras, unas de grueso fieltro industrial y otras notables piezas de artesanía de los pueblos de Asia Central, resistieron largamente una pelea de mono a león con el polvo, el churre y el calor tropicales. Hubo cuernos lituanos para beber hidromiel junto con astas de ciervo y hasta de alce, y cabezas de jabalí para adornar la pared. Tiubeteikas tradicionales uzbekas se colgaron de nuestras sombrereras junto a la boina gallega y el yarey guajiro. Y cuántos gruesos abrigos enguatados y chapkas de piel peluda no permitieron y permiten aún a su orondo y nostálgico poseedor pasearse con la sensación de invulnerabilidad que da una escafandra cósmica en medio de nuestros más helados frentes fríos.

¡Nada en comparación con los veintipico bajo cero de Moscú en diciembre! Sin contar con esas botas altas de mujer, interiormente forradas de cálida piel de cordero, verdaderas saunas de torturar pies en este clima, que enmohecieron en los escaparates caribeños, entretanto no había una salida de verdad. Del resto de la ropa, mejor ni hablar. Los cubanos hemos tenido siempre una sensibilidad especial para detectar «lo cheo». Y aquellos trajes rusos que parecían cortados a serrucho, y aquellos zapatos tan «bolos», sin duda alguna lo eran, y mucho.

Notas
Montados en la máquina del tiempo y la nostalgia, vale la pena puntualizar que no solo a la URSS acudieron a superarse los cubanos, y no solo de ella vinieron los hermanos del CAME y los productos comestibles e industriales, los dibujos animados y otras formas de cultura. ¿Recuerdan las ventas de discos LP de música clásica en la Casa de la Cultura Checoslovaca, de 23 y O, que hoy es el Centro de Prensa Internacional? ¿Los dibujos animados de Aladar Meszga, de Lolek y Bolek, Mati el guardador de gansos, Juan el Paladín y tantos otros? ¿Las latas de Mesa Slava? ¿Las rosas y los jugos de fruta búlgaros y las sopas polacas de paqueticos? ¿Los ciclos de cine polaco en la Cinemateca, que entonces todavía no era el Chaplin? ¿El excelente musical televisivo alemán Ein Kessel Buntes? ¿La peliculaza histórica de Serge Nicolaescu (sí, el mismo famoso «comisario solo») Los dacios? Tantas cosas. Pero solo el considerar superficialmente las diferencias entre las respectivas versiones del socialismo de Rumania, Checoslovaquia, Yugoslavia, Alemania Democrática, Hungría, Bulgaria, etc., y las influencias y experiencias de los cubanos en y con cada uno, llevaría tanto tiempo y extensión como hacer la historia de la Revolución. Quién sabe si más. Y entonces este trabajo debería titularse «Lo que dejó la Europa del Este socialista». Así que, por simplificar las cosas, consideramos aquí solo las relaciones cubanas con la URSS.

2. El trovador Frank Delgado tal vez no pase a la historia de la música cubana como un sublime creador de metáforas ni un romántico bardo, pero en su condición de irónico cronista de finales de los 80 y todos los 90, resultará probablemente tan insoslayable en la sociología nacional como los Van Van en los 70 y tempranos 80. La siguiente letra prácticamente funciona como resumen de todo el artículo anterior. Y si hay algún error, es 100% de mi mala memoria. Konchalovski hace rato que no monta en Lada Ya no podré leer más ningún libro de esos de Editorial Ráduga, de Editorial Progreso. No podré disfrutar más de aquel Tío Stiopa de estatura increíble y tan horrible ropa. No te puedo negar que los ojos me arden. Maiakovski ya deja reptar a los cobardes y no podré tomar el té negro en las tardes. El teatro Bolshoi aún no ha sido saqueado hay Noches de Moscú y crimen organizado los Estudios Mosfilm seguro que han cerrado. No me volveré a emocionar con Siberiada. Konchalovski hace rato que no monta en Lada. No podré disfrutar de aquellas olimpíadas con los soviets ganando todas las medallas. La Kazánkina grita: no me dejen sola. Serguei Bubka se venga y toma Coca Cola, con Salenko jugando en la Liga Española. Alguien a mí me preguntó si me había leído El Capital: Sí, pero a mí no me gustó, pues la heroína muere al final. En fin, que no me gusta tanta economía novelada que escribió el tal Carlos Marx. Ahora que los censores no pitchean bajito ya podemos burlarnos de sus muñequitos. Ahora que los ministros cambiaron las banderas podemos hablar mal de su industria ligera. Hoy que llevo en la frente el cuño del vencido y me acusan de muros que al fin se han caído puedo ser posmoderno y perder el sentido. Renegar de las utopías en que creo o ensañarme con toda la ley del deseo con la momia de Lenin y su Mausoleo. Hoy que solo del vodka queda la resaca yo me niego amor mío, cambiarme la casaca. Hoy que los konsomoles van pasando de todo abrázame, mi china, y no me dejes solo. Y mientras Fukuyama repite iracundo que estamos ante el fin de la historia del mundo mi amigo Benedetti abre el tomo segundo. Alguien a mí me preguntó si me había leído El Capital: Sí, pero a mí no me gustó, pues la heroína muere al final. En fin, que no me sirven estas novelitas de tres tomos que escribió el tal Carlos Marx.

por Yoss

(publicado en Temas en abril de 2006 y reproducido con permiso del autor)

Leer texto completo aquí.

***

Sobre el documental de Enrique Colina Los bolos en Cuba y una eterna amistad, ver en Havana Times, La época de «los bolos» en Cuba, y en Vercuba, Rusias de mi cabeza o las astillas de Los bolos en Cuba.

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En Generación Y: Evocación de los bolos:

La lectura del libro “El séptimo secretario” de Michel Heller me ha traído un montón de recuerdos de la “etapa soviética” de esta islita. En ese entonces, yo no pasaba de los quince años y tengo evocaciones muy sensoriales de aquel coloniaje. Rememoro los caramelos y vituallas adquiridos a través del mercado informal que regentaban las esposas de los técnicos soviéticos. Es curioso que no los llamábamos por el gentilicio de la URSS y mucho menos como “camaradas”, sino que usábamos un sustantivo cuya fonética no permitía los detalles. Ellos eran “los bolos”: informes, toscos, un trozo de barro sin trabajar; macizos y sin gracia; capaces de fabricar una lavadora que gastaba la electricidad destinada a toda una casa, pero que -todavía hoy- funciona en no pocos hogares cubanos.

Muchos de nuestros padres habían estudiado o trabajado en la URSS, pero nosotros no conocíamos la sopa borsht ni nos gustaba el vodka, así que todo lo “soviético” nos parecía pasado de moda, rígido y cheo. Lo que nos paralizaba de ellos era el poder osuno que emanaba de sus gestos, la advertencia velada de que ellos sostenían nuestro “paraíso” caribeño.

Aquella mezcla de temor y burla que nos generaban los bolos todavía se mantiene. Si ahora mismo un turista que pasea por la ciudad no quiere ser molestado por los continuos vendedores de tabacos, sexo y ron, sólo debe musitar algo como “Tavarich”, “Niet ponimayo” y el asustado mercader se esfumará.

Información sobre las lavadoras Aurika-70. Publicado en Magacín. 1976. Colección Cuba Material.

Comentarios dejados en DEBAJO DE LA CAMA:

  1. Anónimo

    LA LAVADORA AURIKA SE USO COMO DESPENSA Y GALLINERO PARA QUE LA GALLINA PUDIERA CALENTAR LOS HUEVOS. CUANDO ERA INSERVIBLE SE PINTABA Y SE RELLENABA DE TIERRA SIENDO UNO DE LOS CANTEROS DE PORTAL MUY LINDOS.

  2. Anónimo

    Las Medallas… tanto me hastiaron de medallas y estímulos en esa, nuestra «Patria» tergiversada q las pongo debajo de la cama, pero ni siquiera debajo de la mía… a mí que me regalen cheques!!!

  3. Anónimo

    1.- SANDALIAS Y ZAPATOS HECHOS CON LA GOMA Y LLANTAS DE CARRO, A VECES LAS HACIAN DE LA PARTE DE LA CURVA Y SE LEVANTABAN HACIA ADELANTE Y TE HACIAN TAMBALEARTE Y CAER

    2.- ZAPATOS DE PLASTICO ERAN UNAS BOLITAS QUE COSTABAN CENTAVOS PASABA POR LA MAQUINA CON EL MOLDE Y SALIAN LOS ZAPATOS PLASTICOS HASTA DE TACONES HACIAN, ESOS SE LLAMARON «CATARRITOS» PORQUE NADA MAS QUE LLOVIAN SE DESPEGABAN POR CUALQUIER PARTE

    3.- EL ALGODON LLAMADO «MOQUITO» SE COMPRABA EN BOLSA NEGRA POR LA ESCASEZ, PERO CUANDO SE HUMEDECIA SE TE PEGABA EN LOS DEDOS Y ZAS! UNA Y OTRA VEZ LO QUERIA SACAR DE TUS DEDOS CHASQUEANDOLOS PERO NADA.. DE ESTE TIPO DE ALGODON SE FABRICO LA INTIMA FEMENINA CON GASA Y NI QUE DECIR DEL CAOS QUE SE CREABA

    4.- MEDIAS DE NYLON, PANTIES-MEDIA, PLANTILLAS DE MEDIA, CUANDO SE LE IBA UN HILO COSA FRECUENTE PUES A COGERLO CON EL BRILLO DE LA PINTURA DE UNAS SE LE UNTABA AL SELLARSE NO CONTINUABA ABRIENDOSE

    5.- BOLSITAS TENIDAS DEL COLOR DE LA CARTERA QUE LLEVABAS AL RESTAURANT DONDE ESTABA PROHIBIDO LLEVARSE COMIDA PARA LA CASA, AL ESTAR DEL MISMO COLOR DE LA CARTERA, ABRIAS ESTA Y DEJABAS CAER LA COMIDA SIN QUE NADIE LO NOTARA..

    6.- CUANDO LAS MEDIAS PANTIES IBAN PERDIENDO EL COLOR LAS METIAS EN UN RECIPIENTE LARGO CON AGUA DE TE FUERTE DURANTE ALGUNAS HORAS Y SALIDAN NUEVAS

    7.- SE TOMABA UN NYLON SE LE PASABA COSTURA A LO LARGO DE 6″ X 2″ DE ANCHO, SE HACIAN HASTA 20, DESPUES SE RECORTABAN INDIVIDUALMENTE, SE RELLENABAN CON LIQUIDO DE DISTINTOS SABORES DE FRUTAS, SE COSIA POR LA PARTE DE ARRIBA Y SE PONIAN A CONGELAR, SE VENDIAN A PESO LOS NINOS ABRIAN UNA PEQUENA ABERTURA POR UNO DE LOS LADOS Y SE IBAN TOMANDO EL JUGO CONGELADO, ELLOS LE DECIAN » PINGUILLA DE LIMON» DE NARANJA, ETC TENIA MUCHA ACEPTACION

    8.- LOS ANIMALITOS DE ADORNO PARA PONER EN LOS CARROS O EN LAS CASAS QUE MOVIAN LA CABEZA AFIRMATIVAMENTE ERAN GRACIOSOS Y LA GENTE LOS COMPRABA, DE PRONTO SE DEJARON DE LLAMAR MOVIBLES O PORFIADOS PARA LLAMARSE «RANDY ALONSO» ERA UN LOCUTOR QUE TRABAJABA EN LA MESA REDONDA Y SIEMPRE ESTABA ASINTIENDO A TODO LO QUE DECIA EL COMANDANTE.. SE LLEGABA A LA TIENDA Y SE DECIA «QUIERO UN RANDY ALONSO DE PERRITO» QUIERO UN RANDY ALONSO DE GATICO Y ASI SUCESIVAMENTE..

    9.- LA CIFRA DE ENFERMEDADES VENEREAS CRECIA CUANDO LLEGABA LA CARNE DE DIETA A LA CARNICERIA O LAS CAJAS DE POLLOS, TAMBIEN CUANDO LOS TELEFONICOS IBAN A INSTALAR LOS NUEVOS TELEFONOS.. LAS ENFERMERAS QUE SE OCUPABAN DE LAS CIFRAS CUANDO SE ENTERABAN DE LA LLEGADA DE LOS PRODUCTOS REPARTIAN GRATUITAMENTE CONDONES.. LA QUE TENIA MAS ALTO POCENTAJE ERA LA GONORREA,

    10.- AGUJAS DE TEJER A CROCHET PARA HACER LOS RAYITOS

  4. Anónimo

    Saludos aunque no soy cubano me parece muy interesante su blog pero tengo una duda sobre el escrito numero 9. En realidad no veo la relación entre la carne de dieta, las cajas de pollos y los teléfonos nuevos con las enfermedades venéreas!!!???Alguien me podría explicar Por Favor.

  5. Bueno, aunque no se exactamente lo que quiso decir el autor del comentario, entiendo que se refiere al sexo como moneda de cambio, es decir, cuando llegaba la carne, los telefonos, u otro articulo codiciado, los carniceros, telefonicos, o la persona que los repartia podia ser sobornada con favores sexuales. Pero esta es mi interpretacion solamente.

  6. Anónimo

    Primero te felicito por tu blog que está bien interesante además educativo para los que no vivimos esos tiempos.
    Que interesante e intrigante me parece este asunto, al punto que ahora hubiera querido ser un cubano carnicero, pollero o telefónico para ese tiempo…jejeje. Saludos y Mucho Cariño desde la UPRC.

  7. Teresa Valladares, que ya ha colaborado enviando muchos de los otros comentarios, nos envía este:

    TONITA.. AQUI TE MANDO ALGUNOS ARREGLOS E «INVENTOS» PARA PODER SEGUIR VIVIENDO,

    – CUANDO NO HABIAN ROLITOS PARA EL PELO SE CORTABA EL PALO DE ESCOBA PLATICO Y SE HACIAN MAS DE 12 ROLITOS

    – PARA GUARDAR HEMETICAMENTE, ARROZ, FRIJOLES, CREMA DE LECHE, ETC SE CORTA UNA BOTELLA PLASTICA POR LA PARTE DE ARRIBA SIN TOCAR LA ROSCA Y LA TAPA, ES PONE EL CARTUCNO DE NYLON YA LLENO, SE PASA POR LA BOCA YA CORTADA SE LE PONE LA TAPA Y LISTO PARA LA DESPENSA O REFRIGERADOR

    – EL CRISTAL DEL ATAUD LLEGO A ESCACEAR TANTO QUE A VECES EN LA FUNERARIA SOLO HABIA UNO Y SE LO PONIAN A LA CAJA, ENSEGUIDA QUE IBA A SALIR EL ENTIERRO SE LO QUITABAN Y SE LO PONIAN AL OTRO

    – AURICULAR DE TELEFONOS INSERVIBLES SE LE QUITABA LA TRIPA DE ADENTRO, SE LE INTRODUCIA UN PEDACITO DE MANGUERA Y HACIA DE DUCHA

    – SE HCIERON CORTINAS CON PALITOS PLASTICOS DE LOS POT-CICLETS, SE ENSARTABAN UNOS CON OTROS QUEDANDO UNA CORTINA BASTANTE ACEPTABLE

    – SE HICIERON ARBOLITOS DE NAVIDAD, DESHACIENDO PERCHEROS FORRANDOLO CON PAPEL O CINTA VERDE

    – BOLSITAS DE NYLON TRANSPARENTE LLENAS DE AGUA COLGADAS DE TECHO PARA ESPANTAR LAS MOSCAS

    – PARA CERRAR LA OLLA DE PRESION SE PONIA AL CERRAR LA TAPA CON LA CAZUELA DOS CUCHARAS PARA QUE PUDIERA CERRAR BIEN

    – LATONES DE BASURA PUBLICOS LES QUITABAN LAS RUEDAS PARA HACER CARRITOS, VELOCIPEDOS Y CARRETILLAS

    – CUANDO SE IBA LA VALVULA DE LA OLLA DE PRESION SE PONIA UNA GOMITA DE ALGUN BULBO DE PENIICILINA O TAMBIEN ALGUNA GOMITA DE ZAPATILLA

    – LATICAS DE REFRESCO, CERVEZA, ETC SE CORTAN A DOS DEDOS DE LA BASE Y SE ABREN EN FLECOS LO RESTANTE, ASI QUEDA UN CENICERO, UN PALTICO SERVIDOR, LAS PUNTAS SE DOBLAN Y QUEDAN BONITAS

    – SE CORTABAN LAS BOTELLAS DE REFRESCO Y SE HACIAN VASITOS, TACITAS, Y SI SE CORTABAN POR AMBOS LADOS SE PONIAN DE SOPORTE PARA LAS LAMPARAS

Peine plástico

Peine plástico

Peine plástico. Hecho en Polonia. 1980s. Colección Cuba Material.

 

Cuando Cuba Material dejó la plataforma blogger, perdí muchos comentarios y entradas. Estos son algunos referidos a las cosas (materiales) que aún hoy se asocian con significados positivos:

  1. Anónimo 

    Los objetos que recuerdo con agrado son los libros de la coleccion Huracan, grandes obras literarias con una encuadernacion tan primitiva que las hojas se despegaban al pasarlas,. pero muy baratos, cualquier estudiante con unos centavos los compraba y formaba su coleccion.
    Otros son las sandalias , llamadas guarachas, con la suela de gomas de camion y entretejido de piel. Muy comodas y sobre todo que duraban muchisimo.
    El jabon Alborozo. Tenia un perfume muy antiguo y delicado que jamas pude encontrar otra vez en otros productos en el extranjero.
    El perfume Alicia Alonso y Gisell. Me gustaban mucho y considerando la escases y la miseria mediante eran un buen logro de nuestros tecnicos perfumistas. Tanto que consegui el telephono de Suchel y los felicite personalmente.
    El helado Copelia de Chocolate al inicio de inaugurada la heladeria .
    La crema hidratante Cirene.
    El refrigerador Westinhouse de mi familia que duro casi 50 años comprado antes de la Revolucion , claro.
    La maquina de cocer Singuer y la maquina de escribir Lettera que duraron casi 60 años.
    Mi madre escribia ya sin cinta utilizando papel carbon.
    La pluma fuente que me regalo mi hermano cuando el estudiaba en la Union Sovietica. Me duro toda la carrera en la Universidad. El peine de plastico de dientes separados comprado en Checoslovaquia , otro regalo que me hizo porque yo tenia el pelo muy largo y se me enredaba. Todavia lo tengo y ha pasado casi 20 años. En Cuba no habia ese tipo de peine en aquellos momentos.

     

  2. Anónimo

    la casa donde nací… tenía un encanto especial, fabricada por mi abuelo español mantenía la tipología de las casas españolas con su patio interior y un patio trasero donde jugaba cuando niña, grandes habitaciones que todas daban a los patios, pisos de losas blancas y negras y persianas francesas y sobre todo el angel de la familia que la habitaba… el día q la cerré porque mis padres venían para Miami y perdíamos mi querido hogar, corté mis raíces con Cuba, pero la extraño y la lloro, la tengo en mi vitrina interior

     

  3. Anónimo

    mi difraz de la Violetera… tenía unos 3 años por el 1958 y nos disfrazaron de la Violetera por la pelicula de igual nombre interpretada por Sarita Montiel, todas las niñas iguales y los niños con los cuales hacíamos pareja con tabaquitos que eran de chocolate, en el Club Campestre de mi pueblo

 
 

Información sobre las lavadoras Aurika-70. Publicado en Magacín. 1976. Colección Cuba Material.

En CubaAhora: La lavadora rusa:

La llamada obsolescencia programada nada tenía que ver con los equipos confeccionados en la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, como queda demostrado en Cuba.

Los “bolos” (así solían llamar a los soviéticos en su ausencia) fabrican feo, pero -se decía- las cosas son duras y no cambian los modelos todos los años, sino cada 10 o más.

También llamaban “rusos” a los equipos aunque fueran productos de cualquiera de las otras 15 repúblicas que componían la desintegrada unión.

Aunque en 2005 hubo cambio masivo de equipos electrodomésticos en la nación caribeña, hay quienes se aferraron a su refrigerador ruso y todavía los muestran con orgullo, proclamando que durarán más que los nuevos y no faltan quienes adquirieron los modernos y ahora lamentan haberse desprendido del made in URSS.

Recientemente me brindaron un batido de guayaba elaborado en un artefacto que a sus casi 40 años solo ha habido que sustituirle una pieza relacionada con la cuchilla  y el vaso plástico cambiado por otro fundido en aluminio.

Y por si fuera poco, mientras degustaba el frío líquido, apaciguaron el calor con un ventilador plástico marca Orbita que ha resistido los embates de dos generaciones de niños que lo han usado para toda clase de entretenimientos.

Todavía ruedan por las carreteras cubanas modelos de jeep de dos puertas y de cuatro con sus motores originales o en algunos casos remotorizados con otro de auto soviético Volga desde hace más de 30 años.

Hay un chiste: varios países llevaron un reloj a competir en tamaño, y ganó la URSS por ser el más pequeño, exacto y duradero, pero cuando notaron que un cable lo conectaba a un aparato gigantesco como el Hotel Habana Libre, el jurado indagó. La respuesta: Es la batería del relojito.

Pero, de todos los equipos, el más asombroso debe ser la lavadora marca Aurika cuya entrada a Cuba se registra en los años de mediados de la década de 1970 del siglo pasado, cuando las amas de casa se sintieron liberadas de una dura carga domestica con su auxilio.

Todavía las hay funcionando como siempre, es decir, las encienden en un lugar y la vibración las traslada a los sitios más insospechados, con un ruido ensordecedor y mojando toda la vivienda.

Después de tantos años, este equipo no deja de asombrar, pues algunas solo lavan, no secan porque el motor fue utilizado para confeccionar un potente ventilador capaz de lanzar una chorro de aire a más de 10 metros de distancia.

O quizás lo encuentre en una turbina para impulsar el agua, en una podadora de césped como la que usan en los jardines del Monumento a la Acción del Tren Blindado en Santa clara, o en el más increíble de los aparatos manufacturados por la ingeniosidad cubana.

Sin embargo, nadie en otro país que no sea Cuba, puede imaginar que lo inviten a una fiesta y a la hora de brindar la cerveza y asar el pernil de cerdo, convoquen a ubicarse alrededor de una lavadora rusa marca Aurika.

Como por arte de magia, levantan la tapa y extraen una botella de bebida congelada, y también una masa de carne congelada, pues han convertido la lavadora en una nevera.

Teresa Valladares, colaboradora de Cuba Material, me envía el siguiente texto sobre las lavadoras Aurika, que ha estado circulando por correo electrónico desde hace tiempo:

Estoy seguro que cuando los rusos la inventaron nunca imaginaron el sinfín de utilidades que tendría en Cuba:
Lo primero que se quitaba era la junta plástica plateada que calzaba la tapa, ¿recuerdan? Era perfecta para un cinto de mujer, al cual lo único que había que adaptarle era una hebilla pequeña, reciclada de algún par de zapatos viejos, hacerle un par de huecos con un clavo caliente y ya, perfecto!
Luego la secadora, que generalmente funcionaba por muy poco tiempo, se convertía en maceta!! Se extraía el cesto de aluminio (era muy «elegante» y sobre todo, no se oxidaba) se llenaba de tierra y para las malangas era perfecto!!!
El motor se ajustaba no se como, el hecho es que se convertía en uno de los mas potentes ventiladores en la historia de casi todos los cubanos de la isla, aquellos que hacían un ruido bestial y que vibraban tanto que había que calzarlos con una frazada o te caminaban por toda la casa.
El transformador es perfecto para llevar los equipos de 220v a 110v.
Cuando ya no funciona nada, es un perfecto cesto para ropa sucia.
Por ultimo, la tapa de la lavadora era imprescindible para el cake de cumpleaños!!!
La primera pregunta que te hacían los dulceros en Cuba cuando mandabas a hacer un cake era:
«Tienes una tapa de lavadora?» «Si la tienes, tráemela!»
Son… Cosas de Cuba.
En mi caso también la lavadora Rusa AURICA tuvo otras funciones como: El motor de la centrifuga se uso para bomba de extracción y ladrona de agua.
También se uso para masajes para tratamientos terapéuticos de hidro-masajes (se ponía una mezcla de agua fría y de agua caliente soportables a la piel, se ponía a funcionar introduciendo las piernas o los brazos.
Otra función como enfriadora, le echaban pedazos de hielo y se enfriaban las cervezas y los refrescos, la tapa también se uso muchas veces para deshuesar un pernil…..jajajajajaaaa
Todavía no entiendo cómo pueden existir personas que se mofen de la genialidad e inventiva de los cubanos!

Información sobre las lavadoras Aurika-70 y los servicios de mantenimiento a domicilio. Publicado en Magacín. 1976. Colección Cuba Material.
Pinzas de la lavadora Aurika. Colección Cuba Material.
Lavadoras soviéticas. Imagen tomada de internet.
Cuchilla de afeitar Sputnik

Cuchilla de afeitar Sputnik

Cuchilla de afeitar Sputnik. Hecha en la URSS. Colección Cuba Material.

En La Habana Elegante, «De la materialidad soviética, sus huellas e implicaciones. Apuntes para una reflexión por Damaris Puñales-Alpízar:

Pero además de esta presencia subjetiva de lo soviético en Cuba (1), que se ha traducido en una producción cultural cubana pos–noventa donde abundan los referentes soviético–rusos, otra parte importante dellegado soviético está constituida por la permanencia física, después de los noventa, de automóviles, maquinaria pesada, electrodomésticos, libros, juguetes y edificios, principalmente habitacionales y escolares, cuya arquitectura siguió estándares socialistas: la carencia de cualquier ornamento. (…)

En este artículo propongo analizar cómo la permanencia de estos objetos se ha convertido en una poética del fracaso de un proyecto social, y cómo puede entenderse su persistencia en Cuba después del fin de la Unión Soviética. ¿Qué significa tal presencia, cómo proporciona una determinada lectura de la realidad y de cierto grupo social? En este análisis intento establecer un contraste entre esta materialidad específica, y una subjetividad afectiva que se manifiesta a través de la producción cultural.

(…) Presento el término de ‘comunidad sentimental soviético–cubana’ (3) para agrupar a los cubanos educados entre 1960 y 1980, para quienes los referentes soviético–socialistas comunes de la infancia y la educación recibida, facilitaron la creación de un imaginario de comunidad sentimental, que otorga pertenencia y cohesión entre sus miembros, a la vez que la diferencia de otras comunidades también imaginadas, incluso cuando la mayoría de los miembros de esta comunidad sentimental soviético–cubana no comparta el mismo territorio geográfico, ni la misma formación académica y mucho menos, la misma ideología social.

(…) Para las décadas de los setenta y los ochenta, los hogares cubanos parecían copia unos de otros: no sólo se repetían las mismas marcas de electrodomésticos, sino que las decoraciones y los muebles en general también eran similares, cuando no idénticos. Este inventario homogéneo proveyó, durante algunos años, una representación idealizada de la igualdad social, a la vez que otorgó un sentido de estabilidad y de pertenencia subjetiva de los cubanos –o al menos, la gran mayoría de ellos– a una imagen de la nación impulsada desde el gobierno, y sostenida gracias a la ayuda financiera, técnica y humana de la Unión Soviética a Cuba.

(…) La materialidad homogénea de la sociedad cubana permitió el surgimiento de una subjetividad histórica que explica, en conjunción con otros factores que he detallado antes, la conformación de una comunidad sentimental soviético–cubana. Los objetos soviéticos, dada la imposibilidad de su sustitución, se convertían no sólo en parte del hogar, sino también en parte de la familia. Una batidora era “la” batidora y lo sería por ‘siempre’; un ventilador, “el” ventilador. De tal modo, los objetos rusos lograron lo que las imposiciones ideológicas, políticas y culturales no pudieron del todo: la aceptación y su conversión en parte del escenario familiar, diario, de los cubanos. Esta familiaridad de los cubanos con los objetos soviéticos es depositaria de un significado de íntima afección y se convirtió no sólo en uno de los recuerdos más perdurables, sino también más entrañables para los individuos que se acostumbraron a ayudarse en sus labores domésticas con aparatos soviéticos.

(…) La permanencia de equipos soviéticos se convierte en un signo social de exclusión: los que tienen objetos, electrodomésticos soviéticos, son principalmente aquellos que no han podido insertarse en la nueva dinámica mercantil laboral que depende principalmente de una economía capitalista, ya sea a través de la contratación en empresas extranjeras –principalmente turísticas–, mediante las remesas familiares provenientes de Estados Unidos y a partir del VI Congreso del PCC (6), en abril del 2011, del crecimiento de negocios de iniciativa privada. Aunque no hay cifras oficiales que lo confirmen, se estima que el envío de dinero desde Miami, sobre todo, constituye, junto al turismo, el principal sostén de la economía cubana, luego del debilitamiento, hasta la desaparición casi, de la industria más tradicional cubana: la producción de caña de azúcar.
Lo soviético funciona así como una atadura que liga a un segmento de la población al pasado, ante la incapacidad de acceder a otros objetos. Es una doble marca: el recuerdo de un pasado que fue ‘mejor’ –en términos de estabilidad y accesibilidad–, y la constatación de que ese pasado se perpetúa sólo en cierto sector.

H/T Walfrido Dorta.

Sobre que contenía los documentos de garantía del refrigerador Admiral que compraron mis abuelos en los años cuarenta-cincuenta. Colección Cuba Material.

Apenas comenzado el siglo XXI, Fidel Castro lanzó la que se conoció como «revolución energética». Esta supuso el reemplazo, decretado por el gobierno, de todos los refrigeradores soviéticos y norteamericanos que existían en los hogares cubanos. A cambio, el gobierno vendió a los dueños de estos refrigeradores modernos de fabricación china. Para ello, fueron enviados inspectores a las casas, que contabilizaron los refrigeradores en existencia y presionaron a sus dueños para que accedieran al cambio que se les proponía, entregando gratuitamente al estado su refrigerador antiguo y comprando el que este les vendía. Casi todos lo hicieron, como puede observarse en una simple visita a los talleres donde se reparan refrigeradores. Las hileras de refrigeradores chinos, todos del mismo color blanco y tamaño mediano, delatan la poca calidad de los nuevos equipos, muchos de los cuales dejaron de funcionar antes de que el pago de las mensualidades del préstamo financiero en que sus dueños incurrieron concluyera.

Con ello, perdí

la posibilidad de obtener un refrigerador soviético para la colección de Cuba Material.

Sobre la recogida de los refrigeradores norteamericanos y soviéticos y su sustitución por refrigeradores chinos, ver, en Octavo Cerco«la llegada del refrigerador».

Reemplazo de refrigeradores. Imagen tomada de internet.

Reemplazo de refrigeradores. Imagen tomada de internet.

Reemplazo de refrigeradores. Imagen tomada de internet.

Reemplazo de refrigeradores. Imagen tomada de internet.

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En la revista de artes visuales Heterogénesis: Good-by Rocco, por Jorge Perugorría y Juan Carlos Tabío:

Compañeras y compañeros:

Aquí yace, en contra de su voluntad, el compañero Rocco. Nace en Detroit en agosto de 1952, en la fábrica de la General Motors. En su más tierna infancia fue testigo de las confrontaciones sindicales y de las reivindicaciones raciales que sacudieron su ciudad de nacimiento, forjando así su inclaudicable espíritu de lucha.

Siendo aún muy jóven, junto a 250 hermanos suyos, es obligado a hacinarse en el vapor General Custer (primo del General Motors), arribando a la bahía de La Habana en enero de 1953. Aquí en La Habana es adquirido, como vulgar mercancía, en la tienda “El Encanto” por la familia Orozco, llevando a partir de ese momento una vida burguesa de abundancias durante la cual enfrió los más exquisitos manjares y licores. No es hasta cinco años después, en 1958, cuando Joaquinito, el benjamín de los Orozco, a la sazón estudiante de derecho en la Universidad de La Habana, comienza a esconder entre champanes y langostas, proclamas subversivas del 26 de julio, lo que provoca una retoma de conciencia del compañero Rocco y su inicio en la lucha revolucionaria, llegando incluso a acoger en sus entrañas a un compañero de Joaquinito perseguido por los Tigres de Masferrer.

Ya en 1960, los sobrevivientes de la familia Orozco, (incluyendo a Joaquinito) abandonan el país, y la mansión de los Orozco (y por supuesto el mismo compañero Rocco), pasan a ser propiedad del Estado.

Conectado activamente al voltaje de todos los procesos de transformaciones revolucionarias, el compañero Rocco participa en la Campaña de Alfabetización, Crisis de Octubre, Zafra de los 10 Millones (trabajando en ésta más de 365 días al año). En todos estos años el compañero Rocco, lejos de añorar los filetes y caviares que conservó en su juventud, se dedicó, con ahínco encomiable, a enfriar torticas, masareales, croquetas cosmonautas (las que se pegan al cielo”de la boca”) los refrescos conocidos como “líquido de freno” y agua, mucha agua que calmaron la sed de nuestros estudiantes y milicianos.

Ya a principios de los años 70, con la llegada de sus congéneres soviéticos, el compañero Rocco es confinado a un honroso “plan pijama”, olvidado en un oscuro almacén durante todo un quinquenio gris, hasta que el “inventivo” administrador del almacén lo trueca, en una maniobra “por la izquierda” por un juego de “doce sillas” a una humilde familia proletaria, en el seno de la cual, y con su esfuerzo desinteresado de siempre y con la alegría de sentirse útil nuevamente, el compañero Rocco se apresta a congelar sabrosos “durofríos”, convirtiéndose en el sostén de esa familia y ganándose así el cariño de todos los niños del barrio.

Los 80 son años en los que el compañero Rocco puede vivir del fruto de su trabajo. Con el producto de la venta de estos “durofríos” el compañero Rocco es recompensado con quesitos crema, jamón plástico, pollo a la jardinera, vinos búlgaros y algún que otro cake bombón (de los que costaban 10 pesos cubanos), llegando incluso a enfriar su pedacito de carne de puerco y su cervecita en los días festivos. Y por supuesto, los huevos de siempre. A principios de los años 90, y como consecuencia del “Período Especial”, el compañero Rocco es sometido al zozobrante sistema de apagones que lo llevaron al borde del ataque de nervios. Tan prolongados llegaron a ser estos apagones que cuando se restablecía brevemente el fluído eléctrico, el compañero Rocco llegó a pensar que le estaban aplicando “electro shocks”.

Fue en aquellos difíciles momentos que la humilde morada de la familia que acogió al compañero Rocco como a un pariente más, es escogida por el ICAIC como locación principal de la película “Fresa y Chocolate” en la cual el compañero Rocco, no obstante su deteriorada salud física y mental, asume el rol protagónico que le valió la unánime aclamación de público y crítica como (con mucho) el mejor actor de la película.

Lejos de envanecerse con tan ecuménico triunfo, el compañero Rocco acomete con renovados bríos las perspectivas que le depara su nuevo horizonte de sucesos: Jefe de Frigoríficos del Paladar “La Guarida”, porque en paladar deviene su vivienda no bien terminado el rodaje del susodicho filme.

Ahora vuelve el compañero Rocco a enfriar los manjares y licores olvidados de su juventud. En este paladar, la carismática presencia del compañero Rocco es punto de atención de todos los clientes, llegando incluso a departir con La Reina de España, para la cual sacara de sus gélidas entrañas un rotundo y criollo boniatillo que arrancó los más encomiásticos comentarios de Su Majestad.

Así trancurría la plácida vejez del compañero Rocco, esperando que llegara, como en un sueño la muerte natural con esa paz de espíritu propia de quien ha cumplido a cabalidad y conciencia toda tarea que le haya sido encomendada. Pero no, la muerte del compañero Rocco sobreviene de forma trágica y fulminante cuando es públicamente declarado “Devorador Energético”.

Sus relays y reguladores de voltaje no soportaron la vergüenza y el compañero Rocco estalla en un flamígero y fatal cortocircuito que sonó en todo el barrio como un ¡PLAFF! fatídico.

Compañero Rocco, donde quiera que tú estés ahora, que llegue hasta ti nuestro agradecimiento por todos tus desvelos y nuestro más sentido pésame para que de una vez por todas descanses en paz.