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Herbario, 1978–1983

Herbario, 1978–1983, por Dashel Hernández.

Nunca he conversado en persona con Dashel, pero lo hemos hecho por años a través de WhatsApp y de esta página. Dashel me ha enviado objetos para la colección y yo he compartido con él imágenes que luego ha dibujado o incorporado a su escritura. Algunas de ellas terminaron, transfiguradas por su mano, en Herbario, 1978–1983, su más reciente libro, una novela escrita e ilustrada por él. Hace unos años conversamos sobre su serie de acuarelas  «En el jardín de la abuela». Desde que me envió su libro, teníamos esta conversación pendiente.

Llevas años recreando de manera pictórica y literaria el mundo afectivo y material de tu infancia. ¿Pudiéramos hablar de un síndrome de Peter Pan, de una evasión de la vida adulta?

No, todo lo contrario. Es un adulto funcional, y no un hombre-niño, quien mira hacia ese mundo y lo recrea con intenciones muy claras y para nada escapistas. Mi exploración de la infancia —la mía y, por extensión, la de buena parte de mi generación— no es una huida del presente, sino una forma de procesar y comprender mi propia historia y examinar temas universales que todos enfrentamos al crecer: el medio familiar, la escuela, el contexto histórico, la política, entre muchos otros. 

Hay al menos cuarenta años de por medio entre los hechos que recreo y la actualidad. Esa distancia me ha permitido acercarme a ellos con una mirada que busca descorrer el velo rosa con que muchas veces cubrimos el pasado. Por otra parte, he tenido que revivir muchos dolores propios y heredados para escribir este libro, tantos que en más de una ocasión quise abandonar el proyecto. Si no fuera por las palabras de aliento del editor, Yoandy Cabrera, creo que no hubiera llegado a terminar esta primera parte. Y necesitaré aún más ánimo para las otras dos. Créeme cuando digo que para mí no hay huida posible. No miro hacia atrás para refugiarme ahí, sino para entender mejor el presente y caminar con ligereza hacia el futuro. 

Pero sí concluyo con una necesaria advertencia: trabajar con la infancia no carece de riesgos porque, para hacerlo, hay que acceder al Puer Aeternus del inconsciente. Como todo arquetipo, el Puer tiene un aspecto positivo (Niño Divino) y otro negativo (el Peter Pan de tu pregunta), y es imposible separarlos porque forman una unidad. Por tanto, quien quiera emprender un viaje semejante ha de saber que estará caminando sobre el filo de una espada, siempre a medio camino entre la integración sanadora y la fracción del ser. 

Así pues, al reino del Puer hay que entrar con respeto y con intenciones claras y limpias: sanar, jugar, crear. Solo así se nos manifestará su aspecto divino: la fuerza renovadora y el potencial imaginativo que le son propios. Pero jamás se debe irrumpir como fugitivo. Quien entre huyendo de su presente y su realidad, no encontrará juegos ni castillos ni rostro alegre, sino la mueca grotesca de un hombre-niño incapaz de amar y crecer.

Herbario comienza con el despertar de un personaje, la madre, a un día que tiene muy poco de extraordinario y mucho de rutina y de politización —una de las primeras cosas que ve al abrir los ojos son las obras completas de Vladimir I. Lenin—. El libro cierra con un fragmento de una marcha política de alabanza a la Revolución. Entre uno y otro transcurre parte de tu infancia y de la vida de tu familia. Hoy en día, ¿qué queda en ti del trasfondo político que definió tu infancia?

En mi vida cotidiana queda muy poco de aquello, para ser honestos. Comparto recuerdos y traumas similares con la gente de mi generación en Cuba, Rusia y Europa del Este; sé de memoria las canciones de algunos animados, y he desarrollado un interés investigativo por todo lo relativo a la Guerra Fría. Hasta ahí. 

Creo que el momento en que nací es determinante para entender lo anterior. El Muro de Berlín cayó cuando cumplí doce años —la URSS agonizó otros veinticinco meses, pero su suerte ya estaba echada—; por tanto, la influencia real de ese trasfondo político, al estar contenida en mi infancia, ha quedado a medio camino entre la realidad y el juego. 

Mis primos mayores, sin embargo, tienen otra relación con ese pasado —aunque solo nos separen siete años—, porque su estructura psicológica acabó de madurar y solidificarse bajo unos presupuestos políticos que yo nunca concienticé del todo. 

Por eso, para escribir lo que escribo, para poder “reconstruir” los aspectos políticos de aquel mundo perdido, es más lo que investigo que lo que dejo “salir” naturalmente de mi cabeza. Yo desconfío siempre y mucho de mis recuerdos.

Súmese a lo anterior que mi infancia terminó de manera traumática. La adolescencia que siguió fue una insurrección radical. Abrí los ojos de golpe y todavía no sé cómo. Aún no puedo explicar cómo pasé tan súbitamente del Pust’ vsegda budet solntse al the wind of change blows straight. Ojalá este proyecto me ayude a aclararlo un poco.

¿Qué significados y registros te ha permitido la literatura que no encontraste en la acuarela, y viceversa?

La relación entre pintura y literatura es compleja y difícil de explicar para mí a estas alturas porque las he llevado en paralelo por mucho tiempo. Desarrollé el hábito de leer desde muy temprana edad, pinto desde los cinco años y comencé a escribir a los doce. 

Así pues, las tres se han entrelazado de tal modo que me cuesta mucho verlas por separado o explicar cómo me muevo entre ellas. Aunque he escrito mucho más que lo que he pintado, he dedicado mayor tiempo y esfuerzo a promover mi obra plástica. Y está bien así: me considero un pintor que escribe y no a la inversa. 

De todos los posibles registros y significados entre texto y artes visuales, creo que este define mejor lo que siento: en las artes visuales la imagen se encarna en un receptáculo más completo y terminado, aunque no por ello se agote su caudal simbólico. Las imágenes literarias, en cambio, quedan siempre como en una etapa fetal: ellas son “moldes” o receptáculos en estado semi vacío que solo cobran vida cuando el lector las rellena o completa con su propia imagen mental. La palabra tiene, en potencia, una multiformidad de la que carece la imagen plástica.

Sí, yo soy de los que siempre prefiere el libro a la película.

¿Cómo y por qué escogiste los objetos que ilustran cada capítulo?

Cuando comencé la serie de pinturas de las que hablamos en 2019 yo ni siquiera sospechaba que aquello se convertiría en una novela. Pero, una vez que lo supe, hice caso a la voz interior y seguí ese camino. 

Desde entonces, la manera de elegir los objetos ha cambiado radicalmente: ya no se trataba de utilizarlos como artefactos mnemónicos para evocar emociones de un pasado compartido, sino de ilustraciones en diálogo con un texto complejo al que debían aportar sentido, y no “decorarlo” meramente. 

Lo primero que no pude pasar por alto es el contexto histórico de cada imagen. Así, no es posible ilustrar un capítulo que ocurre en 1978 con un objeto que se comenzó a producir en 1986. Este proceso de elección se extendió luego a detalles mínimos. Por citar un ejemplo, en “Alfileres de Eva” (1983), la ilustración muestra un recorte de la revista Misha. Tuve que revisar muchos archivos hasta dar con el osito Misha que ilustraba los primeros números de aquella revista, que es diferente del que apareció a finales de los ‘80. Ese mismo proceso lo he seguido con el resto de las imágenes. 

Aunque la novela es perfectamente legible sin ilustraciones, ellas aportan una lectura extra. Como están al inicio, habrá siempre una primera interpretación que luego será alterada o completada por el texto. Así, una inocente paloma de pasta blanca se convierte en burla política, el Cheburashka plástico se revela como el sustituto de un Mickey Mouse de peluche, y dos “inocentes” soldaditos de juguete conducirán al lector a una escena que tiene más de infierno dantesco que de juego infantil. 

Como aún trabajo en las otras dos partes, sé que aún queda mucho por elegir e investigar. Veremos qué nuevas sorpresas nos traerán los objetos por venir.  

Dashel es escritor y artista visual. Es Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de Camagüey (2008) y Máster en Administración Pública por la Syracuse University, de Nueva York (2018). Ha organizado y participado en varias exposiciones personales y colectivas en Cuba, Estados Unidos y Europa. También es el autor del libro de sonetos Meditaciones (Ácana, 2016).

Su libro más reciente está a la venta en: Tapa dura con ilustraciones a color; tapa blanda con ilustraciones en blanco y negro; formato Kindle con ilustraciones en blanco y negro.

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983. Foto cortesía del autor.

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983. Foto cortesía del autor.

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983. Foto cortesía del autor.

Tela antiséptica Bebitex

Tela antiséptica Bebitex. 1973. Colección Cuba Material.

Cuando nació mi hija, en el 2002, el sistema de racionamiento de productos industriales me asignó algunos metros de tela antiséptica para hacer pañales y culeros de bebé. Cuando fui a comprar la tela, por insistencia de mi abuela, me entregaron sin envoltura o envase los metros que tenía derecho a adquirir. Lo que compré tampoco tenía etiqueta o nombre comercial. Entregué el cupón correspondiente y pagué unos pocos pesos y, a cambio, me llevé a casa varios pliegos de la tela blanca con la que las madres cubanas confeccionan desde hace al menos medio siglo los pañales de sus hijos, festoneados y bordados por ellas mismas o por sus madres, abuelas, vecinas o costureras.

Cuando yo nací, en 1973, ya el gobierno cubano había racionado la venta de tela antiséptica. Para adquirirla era necesario poseer el cupón o casilla correspondiente de la libreta de racionamiento que se otorgaba a las embarazadas y los recién nacidos. La tela antiséptica de entonces tenía nombre comercial: bebitex, y se vendía con una envoltura de nylon donde podía leerse el nombre y las especificidades del producto, adornados con motivos infantiles. Era además un producto de fabricación nacional.

En algún momento dentro de las tres décadas que median entre el nacimiento de mi hija y el mío, desaparecieron el empaque de nylon y la marca comercial. Hoy en día posiblemente ni si quiera se produzca tela antiséptica en la Isla.

Estuche de crayolas Arcoiris. Hecho en Cuba. 1980s. Regalo de Meyken Barreto. Colección Cuba Material.

En Cuba, a los crayones para colorear se les llama crayola, como la marca norteamericana. En mi escuela primaria, incluso los maestros utilizaban el nombre de esa marca como sustantivo genérico. Nunca escuché decir creyón, como aparecen referidos los de la marca cubana Arcoiris (sin acento) en su envase, palabra que tampoco encontramos referida en el diccionario de la Real Academia Española de la lengua.

 

Estuche de crayolas Arcoiris. Hecho en Cuba. 1980s. Regalo de Meyken Barreto. Colección Cuba Material.
venta anual de juguetes

venta anual de juguetes

Reconocimiento a trabajadores del MINCIN que participaron en la venta anual de juguetes. 1971. Carné facilitado por Janet Vega Espinosa. Colección Cuba Material.

En 1971, los turnos para la venta anual de juguetes se repartieron por teléfono. Cuentan que en La Habana fueron tantas las llamadas para adquirir un turno que las líneas telefónicas colapsaron. Los llamados «coleros» se dedicaban a llamar por teléfono para conseguir turnos para luego vender. Contra ellos, el gobierno lanzó la campaña «¿Quién mató a ‘Billy’ el colero?». En el reconocimiento a los trabajadores que participaron de esa venta de juguetes, el tal Billy, de aspecto medio chulampín y vestido con ropa que parece extranjera, como su nombre, cuelga ajusticiado del cable de un teléfono alcancía.

Muñecos de goma

Muñecos de goma

Muñecos de goma exhibidos en la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood, curada por Meyken Barreto y María A. Cabrera Arús. 17 de septiembre de 2015 – 1 de octubre de 2015. Sheila C. Johnson Galleries. Parsons School of Design, The New School. New York, NY.

Algunos comentarios sobre el sistema de venta de juguetes en la Cuba socialista:

En El fogonero: Básico, no básico y dirigido:

Ni Santa Claus ni los Tres Reyes Magos tenían permiso de entrada al Paradero de Camarones, por eso el que nos traía los juguetes era el camión del MINCIN (Ministerio de Comercio Interior). La fecha de entrega tampoco era el 6 de enero, sino un día de julio en el que siempre llovía y las horas se estiraban como si tuvieran un muelle en cada minuto. Una semana antes se hacía un sorteo.
Aracelia y su hijas, Nancy y Aracelita, echaba todos los números de los núcleos (que es el nombre por el que se llamaba a las familias en el borde superior de la Libreta de Abastecimiento) y los iban sacando de uno en uno. Con ese mismo orden consecutivo los niños podíamos pasar a comprar los juguetes. Mi suerte siempre fue pésima, pero en los dos últimos años me tocaron el 4 y el 2.
Con el cuatro alcancé un tren enorme, con estaciones, puentes, túneles, pasos a nivel y una locomotora con la luz encendida que pitaba al cambiar de vía. Con el 2, me compré una bicicleta de hembra (había ido una sola de varón y le tocó al 1). Básico, no básico y dirigido. Teníamos derecho a tres juguetes. El primero con un costo superior a los 6 pesos, el segundo de 2 a 6 pesos y el último, que sólo costaban centavos, era el que te dieran, de ahí su nombre tan preciso.  (…)
* * *
En esto de vivir es del carajo: Los Reyes Magos:
(…) Un día, de pronto, gracias a nuestro gran líder, los juguetes desaparecieron de las tiendas, así como la comida, que era mucho peor y se implantaron las así llamadas ¨libretas de racionamiento¨, desde ése momento, desaparecieron los Reyes Magos y los juguetes que llegaban al país, exclusivamente por esas fechas, se dividían en ¨básicos, no básicos y adicionales¨, a cada familia, según dónde viviera, la metían en una lista, que supuestamente, sorteaban a ver a quienes correspondía comprar el primer día, a quién el segundo y así, la clasificación de los juguetes la determinaba alguna oculta persona de ¨arriba¨, que decidía cuál era un juguete básico y cuál no. En general, se suponía que los básicos eran los más lindos y llamativos, los no básicos, los siguientes en el gusto y los adicionales la pura caca que sobrara.
A mi, en los dos años o tres, que participé en éste sistema, creo que el límite de edad era 12 años, después de eso, dejabas de ser niño a todos los efectos, jamás me tocó el primer día, mi mamá recorría con nosotros la tienda y nos decía que miráramos y decidiéramos qué queríamos, total, por gusto, porque al quinto día, cuando nos tocaba comprar, ya no quedaba nada que sirviera, mi año más afortunado fué uno en el que quedaba un muñequito de lo más chulo, que se suponía venía en pareja con la hembrita, pero que a esas alturas, habían divorciado sin más preámbulos, así que a mi me tocó el machito y a Ade, mi prima, la hembrita.
En esas lides, metían cualquier cosa que se les ocurriera, así que un año me tocó un tocadiscos portátil alemán de maletica, que no sería ningún juguete ni cosa parecida, y que cuando lo recibí me morí de desilusión, pero que en años subsiguientes fué uno de los objetos más útiles de la casa y una de las maravillas más recordadas por mi familia.
Roto entonces, el encanto de la infancia, las cosas se volvían más prácticas, y la gente negociaba en las calles juguetes de un tipo por otro y se hacían tratos de todo tipo.
Y no debería lamentarme, porque en años subsiguientes, los juguetes, sencillamente, desaparecieron, casi hasta hace poco, en los que los empezaron a vender de nuevo a precios prohibitivos, sin necesidad de libreta de racionamiento, pero sólo a aquellos que pudieran pagar semejante extravío. (…)
* * *
EN Baracutey cubano: Los Tres Reyes Magos. La Epifanía del Señor, por Zoé Valdés:
(…) Mamá empezó a pasar noches haciendo cola para un teléfono público. La cola para poder conseguir una llamada desde aquel aparato negro triplicaba la vuelta a la manzana. El teléfono se hallaba situado bajo las arcadas frente al Parque Habana, en la calle Muralla, junto a mi escuela primaria (hoy Fondo de Bienes Culturales, después mudaron mi escuela para la calle San Ignacio). Tampoco era fácil comunicar con el Centro desde donde se repartían los turnos que daban el derecho a comprar los juguetes del Día de Reyes, había que discar y discar, una y otra vez. A mi madre se le hinchaba el dedo de tanto meterlo en el disco descascarado. Tenía el derecho a veinte intentos, si en esos veinte intentos no lo conseguía debía volver al final de la cola, coger otro turno, dormir noches y madrugadas para que no le quitaran el puesto. A veces pagaba al de atrás de ella para que la dejara llamar hasta cincuenta veces. Todo eso sucedía tres meses antes o más, no recuerdo bien, al Día de Reyes, durante el castrismo, claro, y mientras hubo Día de Reyes.
Las madres debían dar el apellido del niño. A mí siempre me tocaba el último día, por lo de la V de Valdés, y entonces había que navegar con suerte para que en ese último día nos concedieran uno de los primeros números. Lo que nunca fue el caso. En consecuencia, año tras año, las opciones a las que pude acceder, eran las mismas, o casi…
Sólo teníamos derecho a tres juguetes por niño. El básico, el no básico, y el dirigido. El básico era el juguete más importante y caro, el no básico era el de menor importancia y menos caro, el dirigido era el impuesto por el gobierno, el que había que comprar obligatoriamente, y por supuesto, el más barato. Yo soñaba con una bicicleta y con patines, esos eran juguetes básicos, preferencialmente para varones. A las niñas nos tocaban juguetes “de niñas”, muñecas, juegos de tocadores, cocinitas, en ese orden… Cuando nos llegaba el turno de compra a mi madre y a mi ya sólo quedaban muñecas de las más baratuchas, juegos de tocadores plásticos (un espejo, un peine y un cepillo), y una cocinita de lata. Para el no básico sólo podía elegir entre el juego de parchís o el dominó, rara vez alcanzaba el de ajedrez. Y en el dirigido siempre escogía lo mismo: un juego de yaquis.
Aclaro que sólo se podía comprar en una tienda indicada por el gobierno. A nosotros nos dieron La Ferretería La Mina, junto a la casa, pero como era un lugar perdido en La Habana Vieja, los peores juguetes llegaban a esa tienda.
Una vez me tocó una muñeca española, de las que mandó el dictador Franco, para congraciarse con Castro. En otra ocasión mi madre compró el derecho a un juguete básico a la madre de Los Muchos, que no tenía dinero para gastárselo en juguetes, o se lo cambiaba por comida. En esa época debía elegir entre desayunar con leche condensada o tener una bicicleta. Por fin la tuve, me costó no sé cuántos, infinidad de desayunos, porque mi madre sacrificó la cuota de latas de leches condensada de varios meses para que la madre de Los Muchos le diera el derecho al juguete básico de uno de sus hijos. Así logré hacerme de la bicicleta, era azul y blanca, y todavía hoy sueño con ella. Con esa bicicleta recorrí La Habana Vieja completa. Incluso cuando me perdía la gente me localizaba por la bicicleta azul y blanca. Mi madre preguntaba de calle en calle: “¿No han visto a una chiquita menudita ella montada en una bicicleta blanca y azul?” Lo mismo hacían mi abuela y mi tía, cada una por su lado. Las respuestas eran siempre las mismas: “Pasó por aquí como una salación en dirección a Egido”. Egido era mi límite.
La bicicleta me fue quedando chiquita, y se fue poniendo mohosa, herrumbrosa, y entonces la heredó Pepito Landa Lora. Su padre la volvió a pintar y a engrasar. Y mi madre volvió a sacrificar otras cuotas de comida para que yo tuviera los patines. Tuve aquellos patines rusos que pesaban una enormidad, y cuando se les fastidió la caja de bolas, Cheo me construyó una chivichana, y luego una carriola, cuando la chivichana se partió en dos.
Maritza Landa Lora y yo cogimos vicio de parchís y de yaquis, con los yaquis éramos unas expertas. Armamos competencias de barrio donde nadie podía ganarnos porque tirábamos la pelota altísimo y hacíamos unas figuras y maniobras estelares con las manos, parecíamos más bien malabaristas.
De más está contarles –muchos de ustedes habrán pasado por lo mismo- que los cambalaches y el mercado negro de juguetes se acentuó a unos niveles grotescos. Entonces cambiaron el sistema por unos bombos o tómbolas a los que había que asistir masivamente, y los papelitos dando vueltas dentro de aquel aparato, eran repartidos al azar. Aunque el azar también se negociaba. A nosotros nos tocó el bombo o tómbola de la iglesia del Parque Cristo, pero ese día mi madre se había hecho Testigo de Jehová y no quería renunciar al teque de la que la había reclutado en eso, por ir a lo del maldito bombo. A mí me dio una especie de perreta, porque se trataba de mis últimos Reyes, o sea ya con catorce años nadie tenía más derecho a los juguetes. Y mi madre sacó el palo de trapear y me hizo ver las estrellas y los luceros del universo. La Testigo de Jehová ni se inmutó, por eso no creo en ellos ni en ninguno. Hasta que a mi madre se le pasaron los tragos y dejó de ser testigo de Jehová para pertenecer a otra secta, creo que la de Adventista del Séptimo Día; ella cambiaba de religión en dependencia de cómo le dieran los tragos mezclados con el Meprobamato. Total, que para mis últimos Reyes me tocaron los peores juguetes, que ya de por sí todos eran malos, porque para la época ya apenas llegaban juguetes de España ni de ninguna parte del mundo: Un juego de tocador, un dominó, y una muñequita plástica negra, que mi madre sentó en el sofá, o sea, la puso de adorno, y la que yo encontraba horrenda hasta que fui encariñándome con ella.
Después se acabaron los Juguetes del 6 de enero, también el concepto de Reyes Magos se había extinguido desde hacía ratón y queso; lo sustituyeron por dos eventos: los Planes de la Calle, aquellas recholatas festivas e ideológicas entre pioneros comunistas, y por el Día de los Niños, el 6 de julio, lo que lo aproximaba al día escogido por Castro para el Asalto al Cuartel Moncada, un 26 de julio, fecha intocable en la Cuba de los Castro. (…)
* * *
(…) El Básico, que era el juguete principal o el mejorcito, el No básico, era el juguete con menos importancia en cuanto a calidad o no sé qué, y el Dirigido, no era más que, si acaso, un juego de yakis, una suiza o algo menos que ésos dos mencionados.
El derecho a comprar los juguetes para el extinto Día de los Reyes en Cuba llegaba en forma de sorteo. Había varios días en los que tenías la posibilidad de comprarlos, pero cuando te tocara, que podía ser desde el primer día hasta el quinto o sexto. En fin, que el primer día, quizás, pudieras comprar hasta una bicicleta rusa, si es que te tocaba el número uno en la lista, pues solo llegaba una bicicleta por tienda. Luego eran otros tipos de juguetes como son: los bebés, las muñecas, los disfraces de vikingos para los varones, patines, etc. Si te tocaba el segundo día, al menos, podías soñar con algún juguete que valiera la pena, pero a partir del tercero, todo lo que quedaba eran juguetitos que no llenaban la imaginación de ningún niño.
De todas formas ya sabíamos que los Reyes Magos no existían. Habían sido expulsados de nuestros sueños, habían tenido que partir al exilio en busca de la libertad que necesitaban para repartir juguetes sin racionamiento, sin temor a la represión y sin que los llevaran a la cárcel con camellos y todo.
Pero la benevolente revolución tenía para nosotros, los niños de antaño, una forma de vender esos juguetes importados de la Unión Soviética y China, de la mejor manera que saben hacerlo: controlado, limitado y basados en la llamada igualdad social para el pueblo. Al final, todos éramos iguales, pero había otros más iguales que nosotros.
Y era así como siempre nos tocaba, a mi hermana y a mí, comprar casi el último día de la famosa venta de juguetes, donde teníamos que conformarnos con algo parecido a un juguetito que pudiera costar ahora el precio de noventa y nueve centavos en cualquier tienda de Miami. Por supuesto, aquellos estaban por debajo de la calidad de cualquiera de éstos ahora.
Y era así como “celebrábamos” el Día de los Reyes Magos, que ya no llamaban así, porque los Reyes Magos se habían convertido en opositores al régimen y cabalgaban por otras partes del mundo llevando sus sueños en bolsas cargadas al hombro, repartiendo ilusiones a otros niños que no tenían que usar pañoletas de pioneros comunistas, ni gritar consignas arcaicas llenas de odio. Nosotros, seguíamos siendo los niños cubanos que la revolución magnánimamente nos hacía llegar sus limosnas, mientras que los hijos de los dirigentes, o los “hijos de papá”, como se les conocía, tenían los mejores juguetes comprados en países capitalistas que los demás mirábamos como algo lejano e imposible y, boquiabiertos y estupefactos, no entendíamos entonces esa “igualdad social” de la que nos hablaban. (…)
Tigre de peluche

Tigre de peluche

Tigre de peluche. años ochentas. Foto cortesía de Claudia Cruz Barigelli.

George Gautier: Voltus V y las primeras clases de capitalismo y mercado:

No se cuantas veces, quizá mas de 50 o 60 vi repetidas tandas del anime japonés VoltusV. Con un peso, si entrabas temprano, podías ver la película cada vez que quisieras hasta que cerraran el cine ese día. Después, hambriento y acelerado por la ilusión del mundo de fantasías tecnológicas del imaginarium nipón, cruzábamos a la pizzería de 23 y 12 llamada Cinecittá a engullir deliciosas pizzas de 1.20, en un sitio que no podía tener mejor nombre, porque llegábamos ahí siempre con la ilusión del mundo cinematográfico desde donde hubiéramos estado antes.

A golpes limpios hacíamos la cola después de ver películas de Bruce Lee, o a tiros después de ver películas del oeste italiano con Trinitty y Bud Spencer. Volábamos en las naves de la guerra de las galaxias o nos abatíamos en feroces combates de espadas láser donde fingíamos ver volar nuestros miembros por el aire a cada corte de la luz imaginario. Pero lo de VoltusV fue apoteósico.

Penosamente lo que nos proyectaron en los cines no fue mas nada que unos cuantos capítulos editados de una serie con un guión mucho mas profundo y complejo que lo que nos dejaron ver. Aun así, era una historia grandiosa. Heroica, de hermandad, lealtad, perseverancia y valentía. Y la creatividad de la tecnología ficticia japonesa que aun hoy deslumbra a los mas jóvenes.

Claro, no había mercadotecnia. Al unísono en muchas escuelas se les ocurrió a los niños conseguir fotogramas de la película. Se le llamaban «Fotico e voltuV» Esa experiencia no era nueva. Nos escapábamos muy seguido de clases para ir a revisar al basurero del ICAIC por 25 y 10 en el Vedado. Ahí recogíamos los fotogramas de muchas películas de la época, ya fuera porque tiraban rollos enteros o los retazos de las ediciones manuales de los laboratorios de fotografía. Estos fotogramas se intercambiaban entre los niños, que mirándolos a trasluz comprobaban la calidad del tesoro. Estos fotogramas se podían montar en diapositivas para los curiosos o pegarlos directamente en el hierro de un proyector ruso de diapositivas para proyectarlos sobre una cartulina en la pared y dibujar sobre ella, haciendo unas reproducciones casi perfectas de actores y escenas que eran vendidos a peso y a veces hasta 1.50 en las aulas según la calidad de la hoja, si era cartulina blanca o cartulina marrón de file.

Yo mismo hacía excelentes dibujos calcados de estas proyecciones de fotogramas de las películas de karate, westerns y animados, los que fueran. A los coleccionistas les encantaba y además daba mis toques propios de claros oscuros que había oído decir por ahí y mis puntos de fuga, que también había oído decir por ahí… Pero Voltus tenía buenísima salida. Nos pagábamos la merienda y el almuerzo con esto. La competencia era sana y acordada. Mismo precio, distintos fotogramas hasta que un día arreció el mercado. Se apareció en la puerta de la escuela un señor mayor de apellido Carvajal que vendía fotos… ¡Fotos! de la película de VoltusV. Aunque estas eran mas caras, como 3 pesos, nuestro producto no se sostenía y ahí tuvimos una primera lección de mercado.

Lección comercial Nº 1: Tu producto no tardará en ser copiado y mejorado por compañías rivales.

Alguno que otro se aventuró a apedrear al señor, pero la mayoría decidimos que teníamos que adaptarnos, así que convencimos al señor que queríamos comprarle bastante fotos para poder ir a su casa y ver como lo hacía. Cuando fuimos, los integrantes de nuestra corporación de foticos de VoltuV vimos impávidos como el señor nos mostró amablemente el proceso. No tenía maldad comercial o sabía que era demasiado complicado para nosotros. Nos enseñó como positivar uno de los fotogramas en una ampliadora y después un montón de procesos químicos para imprimir la imagen en papel fotográfico común. Era demasiado complicado y costoso para nosotros. Ni de broma nuestras madres nos iban a dejar manipular nitrato de plata o como se llamase lo que usaba y mucho menos tener una habitación en nuestros magros hogares con iluminación controlada para estos menesteres. Alguno que otro arengó a comprarse la maldita ampliadora pero el resto del consejo de comerciales no lo vio factible, así que muchos de nosotros tuvimos que regresar al viejo negocio de pasar por encima de los juegos de bolas con agujeros en las suelas para, con un hábil movimiento de los dedos de los pies ir recolectando bolas que después venderíamos en 20 centavos a sus mismos dueños al día siguiente. Excepto los tiritos y cuatripaletas que esos, al no ser genéricos, podían ser reconocidos por cualquiera, pero bueno, había un procedimiento establecido para este negocio que no había fallado nunca, ni había encontrado competencia y mucho menos tan cruel como las que nos había hecho el señor Carvajal con toda su parafernalia química y técnica que nos dejó en la cuneta de la mercadotecnia cinematográfica.

Pero había uno del grupo que no se dio por vencido y buscó y buscó hasta que arreglamos con alguien del laboratorio del ICAIC que nos diera trozos de películas bastante largos y en una tienda de fotos pegábamos fotogramas hasta conseguir hacer una buena parte de la película en un rollo de diapositiva estándar para los proyectores rusos.

El estreno trascendió las fronteras del fanguito y comenzamos a vender en las ligas mayores, película de VoltusV en diapositiva con los subtítulos pegados y todo, a la astronómica cifra de 10 pesos. Cogíamos los botecitos o pomitos de las películas de diapositivas rusas y con alcohol le borrábamos el ruso titulo. Ahora el producto tenía una presentación impecable.  El negocio de las fotos fue abajo ya que en estas composiciones de diapositivas eran coleccionables auténticos de la película original, aunque la mayoría de las versiones proyectadas fueron dobladas al español en algunas se veían hasta los diálogos en los fotogramas. A 5 pesos comprábamos el rollo del extracto de la película ya editado y a 10 se vendía como por arte de magia. En aquel tiempo superó las ventas de las películas en diapositivas de Elpidio Valdés y los intercambios por todas las películas rusas. Es señor Carvajal dejó de vender sus fotos directamente.

Lección comercial Nº 2 – Consigue un buen proveedor de primera mano con la máxima calidad de producto que supere lo que está en venta.

Poco después nuestro proveedor falló. Se asustó un poco de estar cogiendo los caros rollos de 35 mm para imprimir este tipo de cosas infantiles y ya se dio por terminado la temporada de venta de foticos de VoltusV. El señor Carvajal comenzó a vender fotos del Bolo Jeun y Chuck Norris y también inició la temporada de fotos de Rambo y un personaje de Arnold el impronunciable que se cargaba a todo el mundo con su espada y sus esteroides. Nosotros volvimos al negocio de las bolas hasta que uno del grupo se le ocurrió que si las aspiraba con una cerbatana la producción de bolas robadas para reventa posterior iría en un aumento exponencial ligada a la necesidad del mercado, pero junto a las bolas aspiró varias libras de tierra en el primer día del experimento y fue hospitalizado grave por broncoaspiración sólida, de la cual tardó bastante para curarse, lo cual nos dejó una tercera ley comercial importante.

Lección comercial Nº 3 – Estudia a fondo la tecnología de todos los procesos ligados a tu producción antes de anunciar un producto, para evitar paradas improductivas y lo que es mas peligroso, la completa destrucción de los medios de producción y personal a cargo. Si no se está seguro de la introducción de nuevos cambios ¡¡No los hagas!! la casualidad nunca estuvo ligada positivamente a la innovación.

Y ahora en el 2016 un amigo me manda un link de Ebay donde venden a VoltusV que se desarma en las navecitas y todo. ¡¡Me caguen todo lo que se mueva!!! ¡¡Todos los rencores empresariales han salido a flote!! ¡¡Maldición mil veces!! ¡¡Como nunca pudimos tener este VoltusV original ¡¡Que impotencia!!

Necesitaría una máquina del tiempo para ir con este Voltus en las manos y decirle al señor Carvajal ¡¡Donde está tu dios ahora maldito!! ¡¡Donde está!! Pero el señor Carvajal no debe existir ya. Era bastante viejo en los 80s. Maldición mil veces, compraré un muñeco de estos y lo llevaré a mi tumba y en el mas allá se lo llevaré al señor Carvajal donde quiera que se encuentre y le gritaré esto:

¡¡DONDE ESTÁ TU DIOS AHORA SEÑOR CARVAJAL, DONDE ESTÁ!!!

Cantar de rana y sapito

Cantar de rana y sapito

Contraportada de la revista Bohemia con el poema «Cantar de rana y sapito». Colección Cuba Material.

Durante años, mis padres y abuelos recortaron y guardaron «los versitos» que aparecían en el reverso de la contraportada de la revista Bohemia. Cuando éramos pequeñas, mi hermana y yo nos los aprendíamos de memoria y, a veces, los recitábamos en la escuela o en las actividades del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de casa de mi abuela.

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Muchos de esos versitos fueron exhibidos, en el 2015, en la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood, curada por Meyken Barreto y por mí, que estuvo abierta al público entre el 17 de septiembre y 1 de octubre de 2015 en la Arnold and Sheila Aronson Galleries, Sheila C. Johnson Design Center, Parsons School of Design, The New School, New York, NY. Para ello contamos con el financiamiento parcial del premio New Challenge Award for Social Innovation que otorga The New School.

Vista de la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood

Vista de la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood, curada por Meyken Barreto y María A. Cabrera Arús, que estuvo abierta al público entre el 17 de septiembre de 2015 y 1 de octubre de 2015 en la Arnold and Sheila Aronson Galleries, Sheila C. Johnson Design Center, Parsons School of Design, The New School, New York, NY.

Ana y la estrellita, por Werner Heiduczek. Editorial Gente Nueva, 1977. Impreso en la RDA. Colección Cuba Material.

Cuando se celebró en La Habana la Concentración Campesina de 1959, mis abuelos le regalaron, a uno de los campesinos que el gobierno trasladó a La Habana para participar en el acto y que ellos alojaban en su casa, una muñeca que cantaba, caminaba y tenía un surtido ropero. La muñeca era de mi mamá, pero esta por entonces ya tenía doce años y, habrán pensado mis abuelos, debería demostrar su generosidad. Las hijas de mi mamá, como las de aquel campesino, nunca tuvieron una muñeca así.

Posiblemente haya sido por eso por lo que mi mamá guardó casi todos los libros y juguetes infantiles de mi hermana y míos, y porque para entonces se sabía que sus futuros nietos tampoco tendrían una muñeca como aquella.

Ana y la estrellita fue siempre uno de mis libros preferidos. No solo por la calidad de la edición —empastada, con cubierta cromada y dimensiones poco comunes—, sino también por el tema. De niña, quería ser cosmonauta. Quizás, entre otras cosas, inspirada en historias como la de Ana y su estrellita.