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aceite ricino aromatizado
aceite ricino aromatizado

Frasco de aceite ricino aromatizado. Comercializado por el MINSAP, Cuba. 1980s. Colección Cuba Material.

La primera vez que escuché mencionar el aceite ricino, fue en la escuela primaria. De vez en cuando, alguien lo traía a cuento para referirse a su sabor desagradable, siempre agregándole la preposición «de» a su nombre: aceite de ricino.

Este purgante se utilizaba en Cuba, también, para suavizar el pelo y, según la cronología de historia y política cubanas de Leopoldo Fornés Bonavia (publicada por Verbum en el 2008), el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) lo utilizó como método de tortura durante el gobierno provisional de Carlos Mendieta. Le fue administrado a los periodistas del diario Acción, dirigido por Jorge Mañach, el 12 de diciembre de 1934. Entre ellos se encontraban Francisco Ichaso, Jess Losada y Eduardo Héctor Alonso.

En su historia de Cuba, Hugh Thomas refiere que, «en mayo de 1939, Felipe Rivero, editor del semanario Jorobemos, quien había criticado al gobierno [de Federico Laredo Bru], fue obligado a beberse el contenido de una botella de aceite de ricino por cuatro matones no identificados, sin duda a sueldo del gobierno» (p. 534). También, según Thomas, en su alocución del 5 de agosto de 1951, transmitida por la CMQ, el político y líder del Partido Ortodoxo Eduardo Chibás se refirió a «los coroneles del aceite de ricino» (p. 585) minutos antes de dispararse el tiro fatal en el abdomen.

Wikipedia confirma que el aceite ricino, en efecto, se ha utilizado como método de tortura, ya que en elevadas dosis produce vómitos, diarreas agudas, náuseas y cólicos.

El aceite ricino, uno de los más antiguos que se producen, se conoce también como Palmacristi.

Tarjeta promocional del Chevrolet de 1956 Sport Coupe
Tarjeta promocional del Chevrolet de 1956 Sport Coupe

Tarjeta promocional del Chevrolet de 1956 Sport Coupe en colores india ivory y matador red, del dealer de autos Ambar Motors Corporation. 1956. Colección Cuba Material.

Ahora fue el turno del gobernador del estado de Virginia, Terry McAuliffe. En cuanto viajó a Cuba, a inicios del 2016, se retrató con Lola, el automóvil clásico con nombre de puta y color de conejita de Playboy que los anfitriones cubanos ponen siempre a disposición de sus vecinos más ilustres cuando visitan la isla. Antes, ya la había trajinado el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, primero en viajar a Cuba tras el deshielo diplomático entre los dos países. De ello comenté en el texto Los almendrones, la política y la moda, del que reproduzco la segunda mitad, Almendrones y política:

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Menos predecible es, en cambio, la asociación del almendrón con los discursos simbólicos que han acompañado el deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos. En agosto pasado, casi todos los medios de prensa que cubrieron la noticia comentaron sobre los tres almendrones estacionados tras el podio del secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, justo frente al mar que separa a La Habana del punto más al sur de la Florida, durante la ceremonia que oficializó la reapertura de la embajada norteamericana en Cuba.

Horas después, se vio a Kerry saludar al dueño de un flamante Chevrolet Impala de 1959 de color negro, estacionado en la Plaza de San Francisco al lado de un almendrón blanco y turquesa, durante el recorrido que realizara por la Habana Vieja, como también hiciera el gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, en su visita a La Habana algunos meses antes, posando para la ocasión junto a un igualmente esplendoroso Chevrolet de 1956, pintado en tonos de rosado, que se hallaba estacionado en algún punto de su recorrido.

Un simple repaso a las fotos publicadas en torno a la visita del secretario de Estado John Kerry a Cuba, revela que los almendrones estacionados en la Plaza de San Francisco fueron los mismos que «adornaron» la escena del podio desde donde se oficializó la última maniobra del «deshielo» diplomático entre los dos países, lo que podría indicar que estos emplazamientos fueron planificados. La prístina apariencia de todos los almendrones con que se han «tropezado» los políticos de Estados Unidos de visita en Cuba, tan diferente de los desvencijados almendrones que a diario recorren las calles habaneras, sugiere también la intencionada construcción de esa escenografía.

Solo el Gobierno de la Isla puede haber «fabricado» esas escenas. Es la única instancia con poder para contravenir las regulaciones de la policía de tránsito y estacionar vehículos en zonas cerradas al tráfico motorizado, como son la Plaza de San Francisco y el tramo del Malecón donde se encuentra la embajada norteamericana, que había sido cerrado al tráfico vehicular desde horas antes del inicio de la ceremonia que oficializó la reapertura de la sede diplomática.

Poco se ha revelado de los acuerdos a los que han llegado, tras año y medio de conversaciones secretas, los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba, y poco se puede anticipar del curso que tomarán los cambios que se deriven de los mismos. Sin embargo, la recurrente apelación al automóvil clásico como recurso escenográfico, con todo y cuanto remite a una tácita sinergia entre la vida cotidiana cubana y los productos de la industria del «vecino del norte», debe pensarse como algo más que un guiño de aprobación al nuevo acercamiento diplomático y al florecimiento de la gestión privada en Cuba.

Estos automóviles evocan una década que, si bien mucho más próspera, fue testigo de cortapisas al ejercicio democrático en Cuba por parte de un poder usurpador que nunca fue legitimado en las urnas, con el que, sin embargo, los Estados Unidos mantuvieron excelentes relaciones. El actual poder político cubano pudiera querer insinuar, con esta utilería cincuentera, la posibilidad de relaciones entre las dos naciones independientemente de la existencia de un orden político no democrático en la Isla. La diplomacia norteamericana, por su parte, pudiera buscar una tácita alusión a los millones de dólares reclamados como compensación por las propiedades expropiadas por el Gobierno cubano.

Son sólo hipótesis pero, en cualquier caso, la protagónica presencia de almendrones en los discursos simbólicos de la diplomacia bilateral da cuentas del bien llevado equilibrio entre el poder y las mitologías estéticas. No sería entonces fútil proponer trascender el clásico almendrón para buscar nuevas metáforas con las cuales impulsar una Cuba tan próspera como genuinamente democrática.

Sucesos del teatro Villanueva
Sucesos del teatro Villanueva

Sucesos del teatro Villanueva. 1969. Imagen tomada de Bohemia en twitter.

En 1869, un grupo de patriotas criollas asistió a una función en el teatro Villanueva adornadas con cintas de color azul, blanco y rojo, los mismos de la bandera del independentismo.

Tuvieron que pasar más de cien años para que la disidencia política cubana se viera nuevamente reflejada en elementos del vestir. El movimiento de las Damas de Blanco, madres y esposas de prisioneros políticos, decidieron vestir de ese color como protesta tras lo que se conoce como la Primavera Negra del 2003. Diario las Américas explica los significados de los elementos que identifican a este grupo: «Damas, porque son mujeres que demuestran su noble ascendencia patriótica con sus valerosas acciones. De blanco, no solo por el color de su vestimenta, sino también por la pureza de sus intenciones en el reclamo de justicia para sus seres queridos». Según el ex-prisionero político Arturo Suárez Ramos, el Comité de Madres y Familiares pro-amnistía Leonor Pérez, que se reunía en la iglesia Santa Rita a partir del año 2000, vestidas de blanco en verano y de negro en invierno, les sirvió de inspiración.

En el presidio político, existe el precedente de los llamados «plantados», quienes, para exigir al régimen de Fidel Castro su reconocimiento en tanto prisioneros de conciencia, se negaron a vestir el uniforme carcelario, optando por permanecer desnudos. Otras acciones políticas que involucran elementos del vestir incluyen, como menciona Enrique del Risco, la negativa de los testigos de Jehová a llevar la pañoleta que identifica a la organización de pioneros. En ambos casos, sin embargo, se trata más bien del rechazo a las normas impuestas que de la búsqueda de elementos específicos del vestuario para identificar una agrupación o corriente política.

Otras alianzas de la moda y la política, según Enrique del Risco:

En 1851, a raiz del fusilamiento de Joaquín de Aguero y Aguero y tres de sus compañeros alzados contra España, las mujeres de la aristocracia camagüeyana se cortaron el pelo en señal de luto. Durante la primera guerra mundial, los cocheros se ataviaban en La Habana de colores distintos para indicar que estaban a favor del bando aliado o de la entente. Entre 1933 y 1935 los seguidores del partido ABC desfilaban con camisas verdes imitando a los camisas negras del fascismo italiano y a los camisas pardas del nazismo. Los desfiles de mujeres en Santiago de Cuba en 1957, vestidas de negro para protestar por los asesinatos de la dictadura de Batista. Los famosos batiblancos, como les llamaban a los testigos de Jehová en los 60, convertidos en disidentes por el régimen.

Camisa guayabera Criolla. Colección Cuba Material.

En OnCubaUna casa, algunos mitos y muchas guayaberas:

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Desde que el gobierno cubano estableciera en el año 2010 la guayabera como prenda oficial en ceremonias diplomáticas mediante el Decreto-Ley No. 279, la prenda ha adquirido más relevancia. Incluso antes. Actualmente se puede hablar de su retorno a la moda de la Isla, en mayor cantidad de diseños y variantes, aunque a precios elevados. Para develar algunos misterios de su origen y su presencia en la sociedad cubana, OnCuba conversó con Carlos Figueroa, director de la Casa de la Guayabera de Sancti Spíritus.

“La guayabera ha sido objeto de mucho estudio y la historia que la rodea está llena de mitos. Absolutamente todas las referencias históricas de principios del siglo XVIII hablan del famoso cuento del matrimonio andaluz de José Pérez Rodríguez (Joselito) y Encarnación Núñez García, que se asentó a orillas del Río Yayabo y en la que el marido le pidió a la esposa que le cosiera una camisa holgada y cómoda para guardar las herramientas de trabajo. Digamos que ese es el antecedente más antiguo.

“A mí todo eso me parece muy raro. O sea, que hubiese alguien anotando, a inicios del siglo XVIII, este tipo de cosas. Pero ese es el punto de partida que se conoce hasta hoy, y después de eso hay un salto en la historia hasta finales del siglo XIX. Estamos hablando de casi cien años o más sin una mención a la guayabera.

“También se habla de unas décimas de El Cucalambé, de principios del siglo XIX, que las refiere todo el mundo. Digamos que tanto el cuento de Joselito y Encarnación como las décimas de El Cucalambé, son las evidencias mitológicas más fuertes que hay. El Cucalambé nunca pudo escribir estas décimas, porque desaparece en 1862 y la Guerra de Independencia comienza en 1868 y en las décimas se habla de los mambises. De pronto aparecieron fotos y trataron de demostrar que los mambises las usaban, pero no fue así, ellos usaban chamarretas, parecidas a las españolas.

¿Cuándo aparece una evidencia más seria del uso de la prenda?

La gran explosión es a finales del siglo XIX con la conclusión de la guerra, porque si uno busca en la historia, todos los veteranos de la Guerra de Independencia en Cuba se identifican vestidos de guayabera.

Se ha hablado de que Marcos García —anexionista espirituano—, alrededor de 1890 convoca a una reunión contra España en el teatro de Sancti Spíritus y que todos los participantes se vistieron de guayabera, pero no hay evidencia gráfica, aunque sí en la prensa de la época, sobre todo el uso del vocablo guayabera, (corruptela de yayabera, el nombre original).

Ella tuvo además variables dependiendo de la zona, por ejemplo se le ha llamado camagüeyana, o trochana, por la Trocha de Júcaro a Morón en Ciego de Ávila. En La Habana se le dice guayabana a un modelo específico de guayabera, que no lleva bolsillos arriba, solo dos en la parte de abajo.

¿Entonces se defiende el origen espirituano de la guayabera?

No hay ninguna evidencia que diga que la guayabera es espirituana, pero no hay ninguna que lo contradiga. Todo el mundo dice que lo es, de eso no cabe la menor duda.

Lo cierto es que aquí se dinamizó y se apropió la gente de su uso. De hecho el fabricante más importante llamado Rey de las Guayaberas en Cuba fue Ramón Puig, natural de Zaza del Medio en Sancti Spíritus, que emigró a Estados Unidos después de la Revolución y montó en la Calle 8 de Miami su famosa Casa de las Guayaberas donde siguió cortando hasta el año pasado, cuando murió a los 93 años de edad.

¿Qué no puede faltar en una guayabera para hacerla lo que es?

Las alforzas, para mí son clave, el uso del botón (una guayabera lleva más de 25 botones), y un elemento importante, muy discutido, pero a mi juicio muy acertado: la guayabera cubana lleva cinco juegos de alforzas y todas comienzan y terminan en forma de triángulo con un botón, y la lectura semiótica es que simboliza a nuestra bandera. Además la guayabera cubana debe ser blanca y llevar entre 27 y 29 botoa sin uniforme militar; y en el 2011 fue decretada vestuario oficial de la diplomacia de la isla.

La guayabera ha formado parte de la diplomacia simbólica y las campañas políticas desde y hacia Cuba. Cuando el papa Francisco recibió a la familia Payá-Acevedo el 14 de mayo del 2014, estos le ofrecieron una guayabera y, según comentó Rosa María Payá en su cuenta de Twitter, «el Papa bromeó con posibilidad de ponerse guayabera que una familia cubana en el exilio nos dio para él». El ex-presidente Jimmy Carter vistió una guayabera cuando visitó la isla en el 2002 y en el 2011; el candidato presidencial Mitt Romney llevó una cuando se dirigió a los votantes del condado de Miami, en la Florida, en enero del 2008.

Las guayaberas están a la venta en las pequeñas tiendecitas del aeropuerto de La Habana y en los pulgueros de Miami donde  muchos compran mercancía para llevar a Cuba. En la Quinta de Santa Elena, a orillas del río Yayabo, en Sancti Spiritus, el 4 de junio del 2012 abrió sus puertas el Museo de la guayabera. En su tienda, La alforza, pueden adquirirse guayaberas por 368 pesos cubanos.

Ver también, en Cuba Material, guayaberas.

Radio Sokol 2

Radio Sokol 2. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

En el texto de Manuel Zayas sobre las UMAPs (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), publicado en Diario de Cuba, el autor contrasta los reportajes de Paul Kidd, periodista canadiense que denunció las UMAP, con los publicados por la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Verde Olivo:

…»El sistema de disciplina era simple. Los confinados que no trabajaban, no recibían alimentación. Y a menos que su trabajo llegara a la norma asignada, no se les autorizaba salir. En el segundo domingo de cada mes, a los confinados se les permitía recibir visitas de sus familias, que podían traerles cigarrillos y otros pequeños artículos. Si un confinado no obedecía órdenes, esos objetos eran retenidos. Los informes de brutalidad física en los campamentos circulaban ampliamente en Cuba».

El corresponsal resumió la existencia de las UMAP como una fuente de mano de obra casi esclava, hecha a la medida.

Paul Kidd recibió el Premio Maria Moors Cabot de 1966, que otorga la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. El PEN de escritores canadienses concede cada año un premio con su nombre, el Paul Kidd Courage Prize.

Después de que el corresponsal canadiense fuera expulsado, la revista Verde Olivo, órgano de propaganda del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, publicaba un reportaje elogiando las bondades de esos campamentos y reseñaba un acto que «desbarataba una vez más la sarta de mentiras echadas a rodar por los enemigos de la Revolución que trataban de presentarla como una institución de sometimiento».

El singular acto consistió en la premiación a algunos «macheteros» de las UMAP con la entrega de «motocicletas, refrigeradores, radios y relojes», además de la imposición de medallas a «cuadros de mando». …

Broche de celebración de la amistad cubana y china. 1961. Colección Cuba Material.

Recién declarado el socialismo cubano, en medio del conflicto entre la República Popular China y la URSS, justo cuando los soviéticos retiraban su ayuda técnica al país asiático, Cuba celebraba la amistad con la China de Mao, no sin antes haber asegurado un crédito soviético por cien millones de dólares, haber firmado un convenio de venta de azúcar a este país y haber negociado la compra de petróleo a precios preferenciales.

Diploma de Firmeza Patriótica otorgado por la Casa de la Cultura Española. 1960. Regalo de Gerardo Fernández Fe. Colección Cuba Material.

Se sabe que, como asegura el historiador Juan Pérez de la Riva (1966), los cubanos proindependentistas del siglo XIX preferían beber café en lugar de chocolate y comer arroz blanco con frijoles negros en lugar de la paella y los garbanzos españoles. De igual modo, pintaban sus casas en los colores de la bandera de La Demanjagua.

Me cuenta mi abuela que su abuela, Gertrudis Mueses, cuyo nombre de pila ella heredó, había sido, además de prima, novia de Pascual Rodríguez y Pérez, uno de los ocho estudiantes de medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871, acusados de profanar la tumba de un oficial español. Dice mi Gertrudis que, por eso, a su Gertrudis todo lo relacionado con España le parecía feo, y que encontraba defectos en todos los objetos asociados con la antigua metrópolis.

En 1960, sin embargo, la Casa de la Cultura Española otorgó un diploma de «firmeza patriótica» a aquellos de sus miembros que más «fidelidad a la causa del pueblo español» y a su casa de cultura hubiesen demostrado, en especial, dice el diploma, «durante los años de persecución de la dictadura batistiana».

Pasaporte oficial

Pasaporte oficial

Pasaporte oficial. 1980s. Regalo de Sergio Valdés Rodríguez. Colección Cuba Material.

Una amiga me envía por correo electrónico este texto que el blog El balsero suicida atribuye a Leonardo Padura. El blog Caracol de agua, en cambio, lo atribuye a Wilma Suárez Bárcena, una médico de la familia:

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1979 o 1980 ya tenemos más de 50 años. En más de treinta años de trabajo hemos pasado por dos rectificaciones de errores, un perfeccionamiento empresarial y ahora por el reordenamiento laboral.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos a trabajar en 1980, aun compartimos la vivienda con nuestros padres, incluso con nuestros hermanos y sus hijos, o con mucha suerte tenemos un apartamento que compartimos con nuestros hijos y sus esposas y los hijos de nuestros hijos.

Las cubanas y los cubanos que nos convertimos en trabajadores en 1980, somos ahora destacados científicos, prestigiosos profesores, experimentados obreros, condecorados militares, campeones olímpicos, artistas de fama mundial, veteranos de guerras a miles de kilómetros de nuestras costas, pero no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra. Con esa carencia, nuestro papel ha estado bien claro: trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos la vida laboral en 1980, crecimos y envejecimos, guiados por la misma generación, una generación que enfrentó responsabilidades y retos que van más allá de nuestra imaginación con menos edad que la que ahora tenemos nosotros, y que aprendió y ganó experiencia ensayando en nuestro pellejo por el método de prueba y error.
En 1980, había pasado Playa Girón, la Lucha contra Bandidos, la Ofensiva Revolucionaria, la Zafra de los Diez Millones, la ayuda a los movimientos guerrilleros en América Latina y la Guerra de Viet Nam.

Las cubanas y los cubanos que en 1980 nos estrenábamos como trabajadores, nos habíamos espantado con la explosión de La Coubre, habíamos cantado “Pionero soy” y el himno de la URSS, en ruso, en el patio de la escuela. Habíamos llenado bolsitas de tierra en el Cordón de La Habana, protestado frente a la embajada de Suiza por el secuestro de los 11 pescadores, cortado caña en las frías llanuras de Camagüey y tratado de convertir, más de una vez, el revés en victoria. Pero éramos demasiado jóvenes, nos tocaba trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes. Nosotros, no habíamos desembarcado en el Granma ni estuvimos en La Sierra Maestra.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, alguna vez fuimos niños que comimos fritas en el puesto de Pancho, tomamos batidos en el quiosquito de Manolín o llevamos a arreglar nuestros “colegiales” al viejo remendón de la esquina, con sus espejuelos sujetos con un cordón de zapatos, su busto de Martí en la repisa y su buen trato y mejor servicio. Fuimos alguna vez, niños que llamamos señorita a la maestra, señor al vecino de enfrente y señora a la mamá de nuestro mejor amiguito, pero ello no nos contaminó con las pestilentes miasmas imperialistas, ni nos salieron pústulas en la piel.

Las cubanas y los cubanos que integramos las plantillas en 1980, cantamos “Somos comunistas palante y palante” contagiados con la euforia de los mayores. Asistimos a la inauguración de Coppelia, vimos el Salón de Mayo en La Rampa, escuchamos por primera vez al Grupo de experimentación sonora del ICAIC, no entendimos nada de la Primavera de Praga, y nos grabamos con letras de fuego Hasta la victoria siempre. Aunque, no habíamos desembarcado en el Granma ni estado en La Sierra.

Las cubanas y los cubanos que empezamos a trabajar en el 80, teníamos 30 años cuando Carlos Varela proponía probar habilidad con la ballesta y estuvimos de acuerdo, pero una edición dominical de Juventud Rebelde nos recordó que “los niños hablan cuando la gallina mea”. Se nos olvidaba que no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra, lo que teníamos que hacer era trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Cuando al campo socialista europeo le sucedió lo único que le podía suceder al campo socialista europeo, las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 teníamos más de 30 años y estábamos listos para reaccionar, y sabíamos que la única salida no era la “opción cero” pero no estábamos políticamente maduros, nos faltaba la experiencia del Granma y de La Sierra. Nuestra misión seguía siendo trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 ya tenemos 50 años y más de 50 también, y hemos vivido lo suficiente para ver al administrador estatal del “quiosquito” que fue de Manolín, hacerse indecentemente rico, como nunca hubiera podido ser Manolín. Hemos visto llenarse los campos de marabú mientras los noticieros nos enseñan postales idílicas de la abundancia. Hemos obtenido una amplia cultura de las desgracias del universo, sin podernos enterar de lo que pasa en nuestro propio municipio. Hemos visto a Hanoi levantarse de las cenizas de la guerra mientras La Habana se cae a pedazos sin necesidad de un bombardeo masivo. Hemos visto como se convierte el guajiro en una especie en peligro de extinción como las vacas o la caña de azúcar, y como el cine convierte a nuestro padre en el personaje ridículo del filme, con su vieja boina verde olivo y sus consignas machaconas en el raído pullóver.

Los nietos de las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, tienen ahora maestros que escriben Habana sin “H” y campiña con “n” y que declaran sin pudor no saber donde nació Antonio Maceo, porque eso no es materia de su grado.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, hemos visto proliferar pícaros y farsantes de toda laya en todos los niveles y hacer de la consigna un método y de la apariencia un culto: “Tenemos la mayor micropresa del mundo”. Por eso las cubanas y los cubanos que tenemos 50 años, recibimos regaños en la televisión a través de un anónimo calvito que nos sermonea con fondo musical de La Guantanamera. Cargamos con el Sambenito de las malas decisiones, los caprichos y la megalomanía, y la prensa nos pide ser austeros, comprensivos y desde luego, seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

A las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, nos toca desde luego, rescatar los albañiles perdidos, los maestros perdidos, la eficiencia perdida, el quiosquito perdido, incluso el respeto al prójimo también perdido cuando la palabra “compañero” igualó al trabajador y al vago, al adulto y al niño, al genio y al bruto, y sembró en la mente de mucha gente la cómoda fórmula de que todos merecemos lo mismo y no que todos tenemos iguales oportunidades. Y otra vez se nos recuerda que nos toca seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y confiar en la Revolución y en sus dirigentes, porque nosotros no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, ahora somos viejos pero somos de “mala raza” porque no hemos sabido asimilar las enseñanzas recibidas, hemos engavetado los buenos consejos y no hemos dado un solo líder, además de la propensión que tenemos todos a la corrupción y al delito. El país necesita de “los jóvenes menores de 40”, se requiere, al menos en teoría, de la sangre fresca, pero a nuestra generación, con sesenta años y un poco más y con unos cuantos años de trabajo todavía por delante, nos tocará seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 somos ahora niños viejos, que necesitan una vez más ser regañados y aleccionados por las mismas personas que desde hace más de medio siglo nos regañan y aleccionan, porque hay que tener en cuenta que nosotros no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra Maestra.

Nota: Otra amiga me envía el texto en Abril de 2014 y me dice que lo escribió Leonardo Padura. Vuelvo a buscar en internet y ya nadie menciona a la doctora. El Balsero Suicida alguna vez lo atribuyó a Enrique Pineda Barnet.

Brazalete de felpa del Movimiento 26 de julio. Colección Cuba Material.

Sobre la ropa que se gastan Hugo Chávez y Fidel Castro, en El tono de la voz: Otra ropa de la decadencia:

La levita de José Martí…, el uniforme de gala de Simón Bolívar y estos dos calamitosos epígonos vestidos como narcos que charlan un domingo cualquiera en una valla de gallos…

En tiempos dominados por la apoteosis visual, ya no se trata de preguntarse si cada pueblo tiene los gobernantes que merece. Más bien de constatar la imagen que transmiten sus líderes. “Revoluciones pujantes”, dicen mientras se muestran como atletas en retiro esos dos fantoches. ¡Vaya pujo!

Sobre el brazalete del 26 de julio que ilustra esta entrada, comenta un entrevistado en Cuesta arriba: Historias de Cinco Picos, libro de Jorge Martín Blandino (2012, p. 49):

La alegría era tremenda, todo el mundo en las calles, adolescentes incluso con armas, los brazaletes del Veitiséis…

Mi familia materna simpatizaba con la revolución. Este brazalete pertenecía a mis abuelos. Es posible que lo hubieran adquirido durante los días posteriores al 1 de enero de 1959. Quizás como parte de los disfraces de guerrilleros que se comercializaron por aquellos años.

Café Internet del Tercer Mundo. Obra de Abel Barroso. Imagen tomada de internet.

En el libro American Philosophy of Technology: The Empirical Turn (2001. Bloomington, IN: Indiana University Press), Pieter Tijmes escribe sobre Borgmann y la relación entre tecnología y política. Dice Tijmes que no solamente existe entre ambas realidades una relación de afinidad, sino que la democracia depende, y subraya el verbo depender, de la tecnología para realizar sus metas. Según este filósofo, una elección en contra de la tecnología, es decir, en contra de una democracia tecnológicamente desarrollada, es una elección que va en contra de la libertad y en favor del prejuicio y el paternalismo, pues rechazar la promesa de liberación y enriquecimiento que la tecnología ofrece es aceptar la opresión, la pobreza y el sufrimiento. Y eso, concluye, no es una opción democrática.