
Si no contara la regularidad con que mi mamá solía enviarnos, a mi hermana y a mí, al mercadito del barrio con la encomienda de comprar queso crema, queso proceso o huevos, productos que en los años ochenta se vendían por la libre, podría decir que jamás tuve de niña responsabilidades domésticas.
Había por entonces dos tipos de queso crema, uno de textura pastosa y compacta, de marca Nela, y otro de textura granulosa que se desbarataba cuando se mezclaba con la mermelada, producido bajo la marca comercial Guarina —ambas marcas habían sido nacionalizadas tras el triunfo de la revolución—. Tanto el queso crema Nela como el Guarina se vendían envueltos en papel de superficie exterior metálica, el Nela con el nombre impreso en letras verdes sobre el envoltorio, formando líneas diagonales. Los de la marca Guarina, creo recordar, se vendían en bloques más gruesos que los del queso crema Nela, y no anunciaban su marca en la envoltura. El queso crema Nela, además, llegaba a las bodegas y supermercados en cajas de cartón (las había de dos alturas o grosores), y en ellas, muchas veces, los compradores se llevaban el producto a casa.
Mi mamá y mi abuela solían reutilizar estas cajas para, por ejemplo, guardar las cosas de coser (cintas, por ejemplo). En la de la foto, mi mamá guardó por años las muestras de ropa que cosió cuando estudiaba en la Escuela de Corte y Costura Ana Betancourt.