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radio en Calle 23
radio en Calle 23

Calle 23. Vedado, La Habana. 2015.

En una casa en reparaciones, en la avenida 23 en El Vedado, encontré una careta de radio empotrada a un muro a medio construir, vacía, sin dial, casi a ras del suelo. Me recordó las cabezas de muñecas que los choferes de camiones colocan en la defensa delantera o en el extremo de las antenas de radio de sus vehículos. Constituye, quizás, un precario «cargo cult» que fetichiza una modernidad que solo consigue recrear en apariencia.

Lavatín del Vedado
Lavatín del Vedado

Lavatín del Vedado. 1980. Imagen tomada del libro de Margaret Randall.

En la década de los años ochenta, el gobierno cubano abrió en diferentes barrios de La Habana lavanderías de autoservicio. Uno de estos establecimientos, que recibieron el nombre de Lavatín, se encontraba muy cerca de casa de mi abuela, en la avenida 23 entre 2 y 4, en El Vedado.

Mi abuela, que no tenía lavadora en casa desde que la que había comprado antes de 1959 dejara de funcionar, y que, siendo ama de casa, nunca tuvo la posibilidad de comprar una lavadora semiautomática soviética a través del centro de trabajo (vía Plan CTC), iba con regularidad al Lavatín. La acompañé algunas veces hasta la esquina de la avenida 23 y la calle C, donde tomaba un taxi que, por 80 centavos, la dejaba, cinco cuadras después, en su destino.

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En Penúltimos Días: Lavatín, autoservicio, texto de Emilio García Montiel inspirado en la canción Sube espuma de Juana Bacallao:

 Tal vez el momento más simpático de esta versión de “Sube espuma” no le corresponda precisamente a Juana Bacallao —menos excéntrica aquí que lo habitual—, sino al brevísimo coro con que la Ritmo Oriental introduce la pieza. La composición de Obdulio Morales, también cantada por Xiomara Alfaro, Armando Orefiche y Ninón Sevilla, resulta, de ello, temporalmente contextualizada —ocurrencia, a no dudar, de la propia Juana— a partir de lo que, probablemente, debió constituir la “novedad” de turno dentro de las exiguas disponibilidades tecnológicas en servicios y bienes de consumo de la Cuba revolucionaria: el autoservicio de lavandería o Lavatín.

En la música bailable posterior a 1970, el tema de estas novedades industriales —o mejor, su tardía aparición o reaparición en la isla, así como su relativa posibilidad de adquisición o uso— provocó estribillos, ciertamente más recordados que memorables, dedicados a la olla de presión (“cómo hace la olla cuando pita: pi, pi; cuando explota: po, po”), a la televisión en colores (“televisión a colores, qué bien se ve”), y a los ómnibus japoneses Hino (“la Hino es una guagua nueva”).

De considerar el tema en lo que bien podría ser su opuesto —la inventiva doméstica ante la consuetudinaria carencia de bienes necesarios— habría que añadir composiciones como “dime dónde quieres que te ponga la barbacoa”, de Los Van Van (muy lejos, sin dudas, de aquel despreocupado “Cemento, ladrillo y arena”, de José Antonio Méndez); “El palito de la alcancía”, de El Guayabero (tanto por la alcancía como por el palito, que llegarían a alcanzar la categoría de “innovaciones”); o “El mechón”, de La Monumental, símbolo más de apagón que de luz. Todo ello, obviamente, en contraste con las utopías de bienestar social y personal aludidas no sólo en piezas al uso como “La nueva escuela”, de Silvio Rodríguez, sino, igualmente, en la muy bailada “Me voy pa’ La Habana”, de Sergio Rivero e interpretada por Los Latinos, quizás una de las que mejor sintetiza —desde el irresoluble tema de La Habana y sus inmigrantes— lo que la maquinaria “moderna” gubernamental llegaría a convertir en la mayor —y acaso única— aspiración de muchas familias cubanas de la época: poseer un “… apartamento en el reparto Alamar, con frío y televisor…”. . . .

Ver texto completo en Penúltimos Días.

CID 201
CID 201

CID 201. 1969.

En Cubadebate:

El fundador de la informática en Cuba es Fidel y se darán cuenta cuando lean mi relato. En el año 1969, en el laboratorio de electrónica de la Universidad de La Habana (UH), bajo la dirección de un brillante ingeniero llamado Luis Julián Carrasco Pérez, rodeado de un pequeño grupo de ingenieros, físicos y matemáticos entre los cuales se destacaba Orlando Ramos y su esposa Mirtha, se estaba tratando de rediseñar (clonar) una computadora de segunda generación Elliott 803B que manos amigas habían hecho llegar a Cuba. Ellos querían producirla también en el país. Estos compañeros ya han fallecido.

Era un sueño casi irrealizable. Una madrugada, como tantas otras en la UH, se aparece Fidel con Chomi (el doctor José Miyar Barruecos) en ese laboratorio para interesarse en lo que estaban haciendo aquellos “muchachos”. Quedó impresionado y les preguntó cuánto les hacía falta para fabricar el prototipo. Se trataba de una cifra irrisoria para un proyecto de esa envergadura (20.000 usd), destinada a la compra de componentes, pasajes, hoteles y comida. Recibieron lo necesario y con ese dinero, Ramos  salieron a Europa Ramos y Carrasco para comprar los componentes “en la calle”, no a una firma reconocida, porque nadie le vendía equipamiento electrónico a Cuba por el bloqueo yanqui (era ya el año 1969…).

Cuando los compañeros estaban en la Plaza L´Invalide de París, en una librería pública, encontraron un librito de la firma norteamericana Digital Equipment Corporation, donde se ofrecía los esquemas estructurales (no los circuitos lógicos) de una minicomputadora de tercera generación: la PDP-8. Compraron los libros, se fueron al hotel y tomaron una decisión magistral: no clonar la Elliott 803B (de segunda generación, vieja y obsoleta), sino crear el prototipo cubano de esa moderna computadora yanqui de tercera generación.

Para ello diseñaron los diagramas lógicos y definieron los componentes básicos para producirla, que no encontraron en Europa, y tuvieron que viajar a Japón, ya sin dinero ni siquiera para dietas y hoteles, donde gracias a la colaboración del Consejero Comercial de Cuba en la embajada, Iraídu Istokazu -cubano de descendencia japonesa, ya fallecido-, se pudo comprar los componentes y embarcarlos en la cabina del avión de regreso hacia Cuba en más de 10 comandos (maletines de mano), que ambos compañeros llevaban en sus hombros.

Como en la Universidad de La Habana no había espacio para “ensamblar aquel “muñeco” de máquina”, Fidel les proporcionó una casa situada junto al Río Kibú (o Quibú), a unos 200 metros del hoy Palacio de las Convenciones, que aún no existía. Aquel grupito de la UH creció con otros ingenieros mecánicos, químicos, técnicos calificados, etc., de tal forma, que a finales de aquel mismo año, a inicios de 1970, ya aquel “Frankenstein” se hizo y lo más sorprendente, funcionaba a las mil maravillas. Se diseñó un software-ensamblador, que nombraron LEAL (Lenguaje Algorítmico), creado por dos matemáticos de la UH, y un programa de aplicación para jugar ajedrez.

Los periféricos de aquella primera máquina cubana, bautizada con el nombre de CID-201, eran un teletipo RFT convencional (que servía de impresora y teclado), una grabadora de audio convencional SONY (que era el soporte de almacenamiento magnético externo) y una cassetera de audio para cargar el LEAL y los software de aplicación. El prototipo no tenía pantalla, luego se le incorporó un televisor soviético de entonces. La caja de la Unidad Central (de la lógica) era de madera, y todos los cables de conexiones con la periferia estaban regados en la sala de la casa donde se ensambló. Cuando todo estuvo listo se invitó a Fidel a una demostración. El Comandante llegó a la casa en horas de la madrugada, vio aquello y preguntó si funcionaba. Todos dijeron que sí, que si él quería podía jugar ajedrez con ella. Se sentó ante la máquina y estuvo más de una hora jugando al ajedrez hasta que la máquina perdió. A Fidel nunca le gustaba perder en nada…

Enseguida, con la visión tremenda que le caracteriza, dijo que le pasaran la mano a aquel equipo para que apoyara la Zafra de los Diez Millones. Propuso que se instalara en el central Smith Comas para controlar el “chucho” del ferrocarril del central y algunas tareas de control estadístico de la zafra. Así se hizo, y durante toda esa zafra el primer prototipo de computadora cubana se ocupó de cumplir aquella misión asignada por nuestro querido Comandante en Jefe.

Viendo el éxito del equipo, Fidel sugirió que se le asignaran a la Universidad de La Habana otras casas alrededor de la primera, y así surgiría oficialmente el Centro de Investigación Digital (CID), o Planta Piloto, que derivó en el actual Instituto Central de Investigación Digital (ICID), cuyo director actual fue uno de aquellos enormes “muchachos”. Así empezó en Cuba la Informática, gracias a Fidel, a su genio visionario. Con el tiempo se produjeron, bajo otras condiciones técnicas, y siempre con el apoyo directo del líder cubano, más de 400 minicomputadoras de la serie CID cubanas -en universidades, politécnicos, empresas, fábricas en todos los territorios del país-, que constituyeron la base de la preparación de muchísimos especialistas de alto nivel en la Informática, hoy profesores de nuestros hijos y nietos. Espero que esta historia les haya resultado de interés. Gracias por publicarla, y por  leerla.

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Ver tambien, «Let’s Find the First Cuban Computer«, en Medium.

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La primera vez que vi una computadora en Cuba, fue cuando estudiaba en el preuniversitario, en 1989. La asignatura Computación formaba parte del currículum docente del bachillerato y, como parte de la misma, todos debíamos crear algoritmos elementales que mostraran, en la pantalla de nuestras computadoras, muy similares a las de los televisores domésticos, las figuras geométricas que el profesor requería, por lo general rectángulos o cuadrados de coordenadas y dimensiones precisas. Eran tan primitivos los equipos y tan tediosos los procedimientos que no creo que hayamos aprendido algo de utilidad en aquellas clases. Muchos antiguos estudiantes del pre Saúl Delgado sólo guardamos un recuerdo grato del profesor Amaury, a quien años después encontraríamos hablando disparates y oliendo a la goma de pegar que en Cuba llaman garrapata. Supe cuán atrasados estaban, en cuanto a tecnología y diseño, aquellos equipos con que nos enseñaron los rudimentos de la computación cuando, al año siguiente, mi papá me llevó a tomar junto con él un curso de programación ofrecido por el Ministerio de la Agricultura. Gracias a esas clases, cuando poco después comencé á estudiar en la universidad, pude convalidar la asignatura de computación al presentar mi diploma de programadora.

Café Internet del Tercer Mundo. Obra de Abel Barroso. Imagen tomada de internet.

En el libro American Philosophy of Technology: The Empirical Turn (2001. Bloomington, IN: Indiana University Press), Pieter Tijmes escribe sobre Borgmann y la relación entre tecnología y política. Dice Tijmes que no solamente existe entre ambas realidades una relación de afinidad, sino que la democracia depende, y subraya el verbo depender, de la tecnología para realizar sus metas. Según este filósofo, una elección en contra de la tecnología, es decir, en contra de una democracia tecnológicamente desarrollada, es una elección que va en contra de la libertad y en favor del prejuicio y el paternalismo, pues rechazar la promesa de liberación y enriquecimiento que la tecnología ofrece es aceptar la opresión, la pobreza y el sufrimiento. Y eso, concluye, no es una opción democrática.