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UMAP
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Imagen tomada del blog de Manuel Zayas.

En el número 44 de Cuban Studies, entrevista realizada por Abel Sierra Madero a una de las psicólogas que trabajó en la rehabilitación de los homosexuales recluidos en la UMAP:

Esos que tenían conducta tan aspaventosa, ellos hacían allí concursos y nos invitaban a nosotros— los guardias no se tenían que enterar: rompían los mosquiteros, raspaban los ladrillos para echarse en la cara, raspaban las cazuelas para pintarse el pelo de negro, se hacían tremendos trajes con los mosquiteros y hacían desfiles de moda.

Ver dossier con artículos sobre las UMAP publicado por la prensa cubana, preparado por Manuel Zayas.

También en el número 44 de Cuban Studies, en el artículo de Sierra Madero “‘El trabajo os hará hombres.’ Masculinización nacional, trabajo forzado y control social en Cuba durante los años sesenta”:

 La “comunidad” homoerótica dentro de las UMAP desarrolló varias estrategias para contrarrestar el proceso de masculinización surgió una especie teatro de resistencia en las algunas unidades. Las “locas”, dice Santiago, hacían shows de travestis en los que se representaban películas mejicanas y algunos imitaban a las vedetes nacionales como Rosa Fornés y las del ámbito internacional como Tongolele, Ninón Sevilla y Carmen Miranda. La creatividad era tal que teñían mosquiteros con sustancias médicas como el mercurocromo, violeta genciana y azul de metileno. De esta manera decoraban el rústico escenario y se auxiliaban de otros materiales como sacos de yute y sogas para hacer pelucas, manillas hechas de semillas, latas de aceite en función de tambores y se maquillaban las pestañas con betún negro para limpiar zapatos y la sombra la recolectaban del hollín de las cazuelas, polvo de ladrillo. (Sierra Madero: 336)

 

radio en Calle 23
radio en Calle 23

Calle 23. Vedado, La Habana. 2015.

En una casa en reparaciones, en la avenida 23 en El Vedado, encontré una careta de radio empotrada a un muro a medio construir, vacía, sin dial, casi a ras del suelo. Me recordó las cabezas de muñecas que los choferes de camiones colocan en la defensa delantera o en el extremo de las antenas de radio de sus vehículos. Constituye, quizás, un precario «cargo cult» que fetichiza una modernidad que solo consigue recrear en apariencia.

"Trabajador, construye tu propia maquinaria"
"Trabajador, construye tu propia maquinaria"

«Trabajador, construye tu propia maquinaria». Cartel del Ministerio de Industrias. Años 1960s. Imagen de Ernesto Oroza.

En el libro de María del Pilar Díaz Castañón Ideología y Revolución. Cuba, 1959-1962 (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2004) se adjunta el documento «Informe del Dr. Ernesto Guevara, Ministro de Industrias», una transcripción del tal informe que Guevara presentara en la Reunión Nacional de Producción celebrada en 1961. Allí, dijo:

En este momento estamos estudiando una segunda campaña de emulación, basada en parecidas características, y que tendrá por nombre «Construya su propia máquina». Es decir, tomar a los obreros, a los técnicos de mayor categoría y de más empuje revolucionario, porque también hay que tener empuje revolucionario para esto, y crear equipos de trabajo que vayan copiando todas las máquinas que hay en el país, reproduciéndolas y aumentando nuestro equipamiento industrial con los materiales que existan en el país, cuando no se pueda otra cosa comprando algunos para completar maquinarias nuevas. Es ya la tarea que va a separar nuestra lucha pasiva por mantener la máquina andando con la pieza de repuesto, y nuestra lucha activa correspondiente a un nuevo escalón en el desarrollo de la producción, con los obreros y técnicos cubanos construyendo las máquinas para producir más en el país. (p. 228)

Y así se hicieron las cosechadoras de marca Libertadora, copia cubana de las norteamericanas Henderson.

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Ernesto Oroza, Desobediencia tecnológica: De la revolución al revolico:

Revolución

“Obrero construye tu maquinaria!” fue la invitación que Ernesto Guevara, el Ministro de Industrias, lanzó a los participantes de laPrimera Reunión Nacional de Producción en agosto de 1961. La frase fue el primer impulso ideológico al movimiento nacional de innovadores e inventores cubanos que se habían agrupado desde 1960 en los Comités de Piezas de Repuesto. Dos años y medio después (1963) queda fundada la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores(ANIR) con el propósito de organizar el movimiento y darle un carácter institucional. Pero la situación que provocó la creación de la ANIR fue la confluencia del deterioro de las industrias y la salida masiva del país, desde inicio de 1960, de ingenieros, técnicos y obreros calificados que buscaban continuidad laboral en suelo estadounidense con las empresas para las cuales habían trabajado en la isla.

El nuevo gobierno nacionalizó las empresas extranjeras y convocó a los obreros como los nuevos “dueños” del parque productivo de la nación y los invitó a asumir la creación de piezas de repuesto y las primeras tareas de reparación. Maquinarias rotas parecían por esos días el enemigo mas temible de la patria. Un torno sin husillo, una sierra sin volantes, moldes desgastados, cientos de artefactos mutilados aterrorizaban como zombis descuartizados el devenir de la nueva sociedad. Los espacios vacíos en las máquinas paralizaban el engranaje de la revolución. Los obreros comenzaron a llenar esos vacíos y lo hicieron tantas veces y durante tantos años que muchas de esas maquinas poseen hoy más piezas hechas por ellos que piezas originales. En el argot popular de los talleres se renombró estas máquinas alteradas o totalmente rehechas como criollas. Si un ingeniero exilado en EUA hubiera regresado a la isla 10 años después, ya no sería un experto. Las vísceras de los aparatos de tecnología norteamericana que el conocía muy bien habían sido sustituidas por otras más toscas y ruidosas, pero igualmente productivas.

He seguido a algunos de estos primeros innovadores cubanos y he notado recurrentemente que a lo largo de su vida dejan una estela de invención que ha transformado todo. No se trataba únicamente de reparar las maquinas que usaban en las fabricas, sus tareas debieron comenzar en los hogares que devinieron los verdaderos laboratorios de invención. El mismo obrero, que arreglaba el motor de un avión de combate soviético MIG15 le fabricaba a su esposa unos portarretratos con clavos, espejos e hilos o hacía un encendedor eléctrico con una bombilla y un bolígrafo cuando ya empezaban a escasear los fósforos.

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Y esta es la paradoja: la desobediencia tecnológica, que nace como una alternativa que la revolución estimuló, devino el principal recurso de los individuos para sobrevivir la ineficiencia productiva de la revolución comunista. El mismo obrero que ha usado por años su imaginación para ayudar a que la revolución no se detenga, la ha usado también para resistir las duras condiciones de vida que el ineficaz gobierno revolucionario le impone.

Acumulación

Durante los primeros meses de 1970 la desolación cubrió la red comercial del país. Los obreros, que ya habían vivido 10 años en revolución, vieron como una década de esfuerzos no resolvía los problemas de la vida cotidiana. En el ámbito familiar se desató un comportamiento preventivo que ha permanecido en la base organizativa del fenómeno creativo cubano: la Acumulación. La desconfianza en el éxito de la revolución convirtió cada espacio de la casa en un área de almacén y cada materia u objeto, o fragmentos de este, devino sujeto de la acumulación. Con este simple y primer gesto se cuestionaron radicalmente los procesos y lógicas industriales, revisándolos desde una perspectiva artesanal. Todo objeto podía ser reparado o reusado en su mismo o en otro contexto. La acumulación, que es un gesto manual, separó al objeto occidental del ciclo de vida asignado por la industria y pospuso el momento de su desecho insertándolo en una nueva línea de tiempo. Este primer desacato organizó e inscribió su propia noción de tiempo al fenómeno productivo cubano que he denominado Desobediencia Tecnológica.

Cuando los individuos conservaron los objetos guardaron también principios técnicos, ideas de unión y arquetipos formales. En cada momento crítico escarbaron mentalmente en su stock para encontrar la cosa exacta que guardaron con previsión. Cuando faltó la luz, cuando se rompió el ventilador o se fracturó la primera silla, la familia escuchó susurros provenientes de los patios, de abajo de las camas, de los oscuros rincones de la sala donde habían guardado todo tipo de cosas. Pedazos de sillas completaron a las recién rotas. El viejo y deteriorado farol de kerosene (Eagle) reapareció cuando los apagones azotaron la isla. Un envase metálico para leche condensada con unos frijoles secos en su interior sirvió de juguete sonoro a mi hermano mayor, en ese momento recién nacido.

En la década siguiente y por el reforzamiento de las relaciones estratégicas y económicas con la URSS el país pareció salir de la crisis. Los intercambios económicos con el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON) instauraron en la isla la estandarización. Todos los cubanos conocieron un solo tipo de refrigerador (Minsk), dos tipos de TV (Caribe y Krim), un único ventilador (Orbita), dos generación de una misma lavadora (Aurika). Siete tipos de envases sostenían los intercambios con la Europa comunista, se enviaba dulces de papaya a cambio de peras en sirope a Bulgaria. En la misma botella que se envasaba Vodka en Rusia se distribuía el Ron en la Habana. La base material burguesa pre-revolucionaria se mezcló con sistemas de objetos estandarizados. La industria comunista priorizó las producciones con fines sociales. Las sillas eran las mismas en todas partes. Las acumulaciones en los hogares también recibieron aires de estandarización. Que todos guardaran lo mismo favoreció el asentamiento de un lenguaje técnico común y estandarizó también las soluciones, las ideas de reparación. La racionalización y estandarización dotaron de un patrón al sentido común y este hecho tuvo su efecto posteriormente. Anos después había objetos ingeniosos producidos por cientos de personas al mismo tiempo pero en diversos lugares. La estandarizada bandeja de aluminio usada en los comedores escolares y obreros de toda la isla devino la única antena de televisión posible en la isla. ¿Como fue posible una expansión así? ¿Hubo una primera antena que inspiró a todos? ¿O la antena fue una conjunción fatal de necesidad, estandarización y astucia vernácula? Ciertamente la bandeja era el único pedazo de metal accesible y las antenas normales habían desaparecido del mercado muy prontamente tras la crisis.

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Desobediencia

Al principio del Periodo Especial los cubanos creaban sucedáneos instantáneos, objetos o soluciones provisionales que le resolviesen sus problemas hasta la desaparición de la nueva crisis. Con los años, y por la continua escasez, ganaron confianza e hicieron frente a todos los problemas de la vivienda, el transporte, la vestimenta, los electrodomésticos. Es decir, las prácticas productivas de los primeros años 90’ eran solo reparativas de una realidad material destruida e insuficiente pero esto fue solo la antesala del fenómeno creativo mas espontáneo y revolucionario de la nación en toda su historia.

Mientras reinventaban su vida, algo inconsciente se perfilaba como una mentalidad. De tanto abrir cuerpos el cirujano se desensibiliza con la estética de la herida, la sangre y la muerte. Y esa es la primera expresión de desobediencia de los cubanos en su relación con los objetos: un irrespeto creciente por la identidad del producto y la verdad y autoridad que esta identidad impone. De tanto abrirlos, repararlos, fragmentarlos y usarlos a su conveniencia terminaron desestimando los signos que hacen de los objetos occidentales una unidad o identidad cerrada. No se atemoriza el cubano con la autoridad emanada de ciertas marcas como Sony, Swatch o la propia NASA. Si está roto él lo arreglará. Si le sirve para reparar otro objeto también lo tomará, a pedazos o íntegramente. El desacato ante la imagen consolidada de los productos industriales se traduce en un proceso de desconstrucción, de fragmentación en materiales, formas y sistemas técnicos. Es como si al tener un conjunto de ventiladores rotos los entendiéramos como un conjunto explotado de estructuras, uniones, motores, cables. Esta liberación, que reconsidera lo que entendemos como materia prima o incluso materia semifinis para rebasarlas con la idea de materia objeto o materia fragmento de objetos, hace cierta omisión del concepto objeto en si mismo, en este caso del ventilador. Es como si el individuo en la isla tuviera la capacidad de no ver los contornos, las articulaciones y signos que semióticamente hacen el objeto, y solo viera un cúmulo de materiales disponibles que son usados ante cualquier emergencia. El proceso remite a la idea del objeto transparente que Boris Arvatov enunció en los albores del produccionismo. Arvatov se refería a lo que debía ser el objeto socialista en oposición al hermetismo del objeto suntuoso burgués. Sin embrago los cubanos ven “a través” de todos los objetos sin importar su procedencia ideológica. La crisis profunda e interminable dotó al individuo de una destreza especial. Si un objeto se rompe, no importa si es un objeto capitalista o socialista, se torna invisible como objeto, para mostrarse como una relación de partes.

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Para adéntranos en los procesos que dan sentido a la desobediencia tecnológica comentaré a continuación algunas ideas sobre prácticas como la reparación, la refuncionalización y la reinvención, todas ellas con un grado de subversión elevado. En primer lugar, por la reconsideración del objeto industrial desde un ángulo artesanal. En segundo lugar por la forma en que niegan los ciclos de vida de los objetos occidentales prolongando en el tiempo su utilidad, ya sea dentro de la función original o en nuevas funciones. En tercer lugar porque al aplazar la acción consumo, pero satisfaciendo las demandas, devienen dichas prácticas formas productivas alternativas.

Veamos concretamente el caso de la reparación. Esta práctica es la más extendida, se expresa en la escala familiar y en la estatal. Como muchos de los objetos electrodomésticos en Cuba provenían de producciones masivas y estandarizadas las soluciones de reparación se estandarizaron impulsando la creación de un enorme sistema de piezas de repuesto. El gesto más desobediente de la reparación es la capacidad de inmortalizar los objetos conservándoles sus funciones originales. …

La re-funcionalización es el proceso mediante el cual nos aprovechamos de las cualidades (materia, forma, función) de un objeto desechado para hacerlo funcionar de nuevo en su contexto o en otro nuevo. …

La reinvención, de las tres prácticas mencionadas, es la que contiene más actos de desacato ante la cultura industrial y el contexto. Puede ser entendida como el proceso mediante el cual creamos un objeto nuevo usando partes y sistemas de objetos desechados. Los objetos reinventados se parecen a los inventos originales, por la austeridad y desfachatez con que son utilizadas y articuladas sus partes. Las reinvenciones muestran objetos transparentes, sinceros y en proporción en términos de inversión material y simbólica con la necesidad que los provocó. Conservan también el conjunto de gestos manuales, conceptuales y económicos que el operador-creador les añade. …

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Para concluir con la desobediencia tecnológica en Cuba debo aclarar que su existencia no solo tiene que ver con el rechazo y trasgresión de la autoridad de los objetos industriales y los modos de vida que ellos contienen y proyectan. Ella encarna sobre todo un desvío ante las asperezas económicas y las restricciones dominantes en el contexto cubano. Por tanto, la desobediencia que he nombrado tecnológica en el marco de este texto, tiene imbricaciones y variantes en lo social, lo político y económico, por lo que puede ser denominada también con esos apellidos. Es una interrupción al estado de tránsito perenne que impone occidente y al estado de tránsito al comunismo, también interminable, que propone la oficialidad en la isla.

Revolico ( un epílogo provisional)

Hace 5 años, en 2007 apareció www.revolico.com, una pagina web para que los cubanos (los escasos que acceden a internet) hagan sus ventas de casas, autos, y bienes de toda índole. El nombre no podía ser más acertado, la Revolución devino un Revolico. Dicha web es un deposito de descripciones y anagramas, un extenso desglose de artefactos, especialmente de autos híbridos: “Vendo Fiat 125, 1974. Con Motor original en perfecto estado; caja de velocidad 5ta de SEAT; carburador de NISSAN V-12, butacas delanteras de TOYOTA YARI; pizarra de LADA nueva, con todo funcionando; CD player SONY con 4 bocinas y cloche de PEUGEOT todo nuevo…”. Las terminologías y convenciones vernáculas usadas por los usuarios de Revolico son indicativas de un movimiento y un lenguaje de resistencia consolidado. El propio Fidel Castro reconoció los artefactos cubanos como enemigos y los nombro “monstruos devoradores de energía” durante una presentación de objetos electrodomésticos chinos que llegaban a Cuba para sustituir los ventiladores, cocinas y refrigeradores que el pueblo había creado para resistir su ineficiente dictadura.

Además de revolico.com y de aquellos discursos de Castro hay otros espacios que se han hecho eco de las desobediencias tecnológicas, hablo de la prensa oficial y los documentos y declaraciones legales que el estado decreta en su desespero por controlar el torrente de iniciativas individuales. Primero hallé prohibiciones descriptivas como el articulo 215 de la Ley No. 60 del Código de Vialidad y Tránsito: “Se prohíbe la construcción de vehículos y, por tanto, su inscripción en el Registro, mediante el ensamblaje de partes y piezas nuevas o de uso, cualquiera que fuere el título de adquisición de las mismas”. Después encontré notas en la prensa oficial donde algunos periodista del régimen describen con términos peyorativos y dramatismo cuanto perjudican los Rikimbilis a la salud y la ciudad. Los Rikimbilis eran, inicialmente, bicicletas a las cuales les añadían motores de aparatos de fumigación, bombas de agua o de sierras manuales, pero el termino permite nombrar hoy todos los artefactos rodantes hibridados y reinventados en la isla. Una de las notas de prensa que guardé denuncia el robo de señalizaciones del transito para construir las carrocerías de estos artefactos.

Pero hay algo nuevo que supera las descripciones de las notas de prensa, de los documentos legales y de Revolico. Hace algunos meses el estado ha lanzado un decreto ley que permite re-circular aquellos autos destruidos por un choque, corrosión o abandono. Cuando un auto, por estos motivos, salía de circulación resultaba imposible incorporarlo nuevamente a la vía. El nuevo decreto permite inscribir autos si se conserva un 60 por ciento de sus rasgos originales. Esto abre un umbral del 40 por ciento a la fantasía técnica y formal. Las personas en la calle nombran estos autos como “60 por ciento” pero creo que la denominación mas adecuada sería la de “40 por ciento”. Desde ahora el fenómeno empieza por demandar nuevos tipos de expertos. En los años venideros habrán expertos del 60 por ciento compitiendo con expertos del 40 por ciento. En las narrativas legales encontraremos truculentas maravillas. La batalla de por cientos que tomará lugar en el cuerpo de los autos tendrá un impacto en el cuerpo de la ley general del tránsito. ¿Quién y cómo definirá las fronteras legales y físicas entre el 60% y el 40%? En marzo pasado hallé un Peugeot 404 diseñado en 1962 por Pininfarina. El auto muestra el 60 por ciento del diseño original, al menos teóricamente, el 40 por ciento restante no puede ser adjudicado al diseñador italiano. Los nuevos encuentros y líneas que aparecieron en el maletero, los sistemas técnicos ahora híbridos, los plexiglases de colores que sustituyen las ventanas, los guardafangos inflamados entre otras alteraciones conforman el 40% restante.

Creo que las líneas de este auto evocan ahora una aerodinámica vernácula divertidamente especulativa y utópica. La forma de un auto, cuando su fabricante es serio, es también un diagrama de la velocidad, la resistencia del aire, las turbulencias y otras fuerzas del universo sobre el automóvil. Si damos por sentada esa relación y la invertimos, al cambiar la forma del Peugeot estaríamos diagramando y proponiendo las leyes físicas de un nuevo universo. Esta propuesta dejaría de ser delirante si se propone como un modelo de interpretación del caos que provocaran estos autos en su encuentro con la reglas del universo legal.

foto de quince en los caminitos. 1988.

foto de quince en los caminitos. 1988. cortesía de Vanessa Vallejo.

Texto enviado por un lector:

Swing y jabones rusos. Breve apunte sobre las guerras culturales en los setenta.

A escasos dos meses de mi cumpleaños número doce me llevaron a Santa Clara en un cromado ómnibus Skoda y me soltaron en medio del polígono en una mañana brillante y verde azul de 1974. Recuerdo el mar de cabezas oscuras, la bulla, los bultos en la hierba, la sensación extraña de saberme separado de mi familia por quién sabe cuánto tiempo. “Si vas para los Camilitos ya lo sabes, no te puedes rajar. “A ver si no te rajas”. Fulano “se rajó”. Rajarse, la peor ofensa, la muda admisión de que uno no tiene lo que hay que tener para aguantar la candela. Y no rajarse. No hay dudas en mi mente de que ese era el mantra entonces. “No nos podemos rajar, caballero” decíamos buscando confirmación en el otro, acentuando que sin importar lo que viniera nada podría ser peor que la defección y volver a casa en escarnio y a la burla de los socios. “Te rajaste, chama, te rajaste”.

La Escuela Militar Camilo Cienfuegos, también conocida como los Camilitos de Santa Clara estaba en el kilómetro once de la carretera a Camajuaní y las instalaciones después pasarían a ser parte de la facultad de ciencias Agropecuarias de la Universidad Central de Las Villas “Marta Abreu” a donde por esas cosas de la vida, volvería yo en 1980 como estudiante de ingeniería. El sitio estaba concebido como una pequeña ciudad escolar con calles, señales de tráfico, cinco bloques de albergues: tres para estudiantes masculinos y dos bloques de hembras, lógicamente más asediados que Nínive por la horda macha rebosando en hormonas; trulla de voraces, pendencieros muchachos hombreando a cómo se pudiera.

El primer día nos dieron un cartón largo que se doblaba como en cuatro partes y nos explicaron que ese era la tarjeta de inventario para los objetos de aseo personal, uniformes y eso. Para asearnos nos dieron: cuatro jabones de baño rusos, un tubo de pasta Perla, dos jabones de lavar Batey, chancletas plásticas y una toalla. Para vestirnos nos dieron: dos overoles verde olivo, un par de botas Centauro, cuatro camisetas blancas, dos pulóveres de algodón blancos, cuatro pañuelos blancos, cuatro pares de medias de algodón y dos pares de medias de nylon negras, un quepis, un traje de gala con gorra de plato y un abrigo. El traje de gala había que usarlo para salir de pase o para asistir a actos oficiales. Recuerdo que la tela era de gabardina, muy incómoda y cuando se mojaba apestaba a pollo mojado, nada infrecuente cuando uno salía a pedir botella en la carretera central bajo un aguacero. La camisa era estilo “guapita” o sea había que ponérsela pasando el torso a través, como un pulóver y picaba mucho especialmente alrededor del cuello. Medio claustrofóbica la cabrona guapita aquella. Los botones eran escudos de la república en metal dorado. La gorra tenía una visera de charolita y algunos le ponían aceite para que brillara más. La gorra tenía también los mismos escuditos de metal dorado a ambos lados de la visera.

Las botas eran marca Centauro como dije y la gente competía a ver quién las hacía brillar más. Las botas más brillantes que he visto en mi vida las vi en los Camilitos de Santa Clara. Tinta primero, betún negro después, cepillo y mucho trapo. Luego betún blanco o brillador que le decían y más trapo, por horas a veces para pulirlas bien y hacer las botas brillar como charol. Los tacones eran otra cosa; lo bacán era cortar los tacones en forma cónica, “tacón joliwu” decían, y no acordonarlos completamente de modo que los bajos del bien planchado overol se metieran por dentro. Esto fue antes de la era del polyester que empezó en 1975.

El uniforme de las EMCC cambió en 1975 y también cambió el nombre de las escuelas que empezaron a llamarse Escuelas Vocacionales Militares Camilo Cienfuegos para ponerlas a la par de las otras vocacionales como la Che Guevara y la Lenin y les dijimos adiós al algodón para ponernos polyester. Casi todo el mundo saludó el cambio con entusiasmo pues los camilitos siempre estuvimos considerados como medio cuadrados, tirando a lo cheo. En aquellos tiempos de pelo largo, patillas y bigotes nosotros, con nuestros pelados bajitos y nuestro paso largo asimilado a bases de horas y horas de marchas y a-retaguardias, teníamos una notoria falta ‘e swing. Al menos los nuevos uniformes: camisa verde claro, pantalones verde oscuro y zapatos civiles nos acercaban mas al atuendo del resto de los becarios de la época.

Era los mediados de los setenta y era la época de Los Latinos y La Ritmo Oriental; Fleetwood Mac y los Eagles; Radio Liberación con Sorpresa y A la Veinte Horas; la WQAM y WGBS con las “escalas” a copiar durante los fines de semana y comparar el lunes de vuelta del pase. Era una época de polarización y rechazo por todo aquello que fuera oficial, nacional, u oliera a teque político. Posiciones en el escalafón del swing se otorgaban de acuerdo a diferencias raciales y geográficas, a menudo emparentadas. Por ejemplo la gente de Trinidad, Cruces, Casilda, Sagua, Zulueta, Corralillo eran cheos, generalmente de raza negra, identificados con la música cubana bailable y “rutineros”, esto es: pañuelo en mano con el que tocarse la cara a menudo se sudara o no, toneladas de colonia, y el caminao de rigor, cabeza ladeada y paso de muelle. Pachanga en Carlito’s way camina del mismo modo por si alguien necesita la referencia visual. Los pepillos, por lo general blancos estaban representados en primer lugar por la gente de Cienfuegos. Parece que el hecho de ser Cienfuegos una ciudad con un gran puerto comercial los ponía en contacto con lo último en materia de música y moda. Cuando nadie en Cuba oía a Queen y pocos a Led Zeppelin, los cienfuegueros se apearon con cassettes TDK de 90 conteniendo A Night at the Opera y Houses of the Holy y revistas con fotos de artista de pop y se aplastaban el pelo con brillantina sólida Fiesta para aparentar estar pelados de reglamento. Luego seguían la gente de Santa Clara, Santo Domingo, Caibarién y Fomento (cómo Fomento se convirtió en una potencia del swing rockero es para mí un misterio pero mis primeras copias de Frank Zappa y Yes vinieron de allí). Yo era de Cabaiguán y mis amigos y yo éramos habituales visitantes a “la casa de Brito”. Brito ponía música en quinces, bodas y descarguitas y no solamente tenía toda la música de Los Beatles y Stones sino que podía grabar de cassette a cassette. Nosotros en cambio le traíamos álbumes prestados por nuestros amigos de otros municipios y así creo yo es que se extendía, de mano en mano, el conocimiento y la avidez por conocer más de la cultura anglosajona en aquellos tiempos de tanta censura radial y de rechazo oficial por todo aquello que viniera “en inglés”. Incidentalmente cuando formamos nuestra primera banda, recuerdo que nos dejaron cantar Proud Mary con la condición de que fuera en español. Mary se convirtió así en María Orgullosa y la letra en español nos daba tanta risa que a veces había que parar hasta que recobráramos la compostura. Los que ellos querían que aprendiéramos era ruso.

Los rusos no hacían nada bien. Eran bolos. Ala Pugachova o Muslim Magomaiev no podían competir con el swing de Robert Plant o siquiera Andy Gibb. Y en el mismo saco caían Karel Gott y la Siromajova, Kati Kovacs, Yordanka Kristova, Biser Kirov y hasta Locomotiv GT, una banda húngara de rock cuyo éxito Ringasd el magad salía hasta en la sopa. Todo eso para nosotros era “música rusa” aunque los artistas fueran búlgaros o checos. Lo mismo pasaba con las películas: uno decía “ñó, otra película rusa…” viendo la cartelera del canal 6 anunciando Alarma en el Delta, sin importar que fuera un filme rumano.

Muchas de las cosas que comíamos eran rusas: carne enlatada, jurel enlatado, spam. El jabón que usabamos para bañarnos era ruso y de un olor desagradable. Pero limpiaba bien eso sí. Los sabelotodos decían que era por la sosa cáustica, los rusos le ponían mas sosa cáustica. La misma teoría oí acerca de la pasta de dientes Pomorin, de infame memoria: es verdad que sabe mal decían pero es porque tiene más fluor. Pomorin era una marca búlgara pero por supuesto a la gente qué le importaba, para nosotros era pasta ‘e diente’ rusa! Los perfumes rusos no estaban tan mal, digo yo comparados con algunos de factura nacional como el nefasto Imágenes. Vaya que el Moscú Rojo era Nina Ricci comparado con el Imágenes. El Imágenes traía un dibujo de mujeres griegas y un olor muy penetrante a grajo del Peloponeso. Regalo de mi vieja, no pude decir que no y me lo llevé a la beca pero me lo desaparecieron del closet en un par de semanas.

En los camilitos se puso de moda usar jabones para hacer esculturas. La gente se ponía creativa y vi a algunos hacer increíbles regalos para el día de las madres hechos de jabón ruso. Los jabones venían en dos colores que yo recuerde: ámbar y rojo, el rojo en particular olía muy fuerte a desinfectante o ambientador pero los Michelangelos del alberge los fundían juntos y los esculpían y los pulían hasta darles la forma deseada. Ví unicornios, delfines y corazones con cintas alrededor e incripciones de Felicidades Mamá, corazones que se abrían y dentro estaba la foto de la madre…todo hecho de jabón ruso. Otro uso de los jabones era emplearlos como una maza en broncas y eso. Un par de jabones de lavar metidos en una funda y uno se convertía en Vargas Machuca u Olaff el de los Vikingos que ponían en la Aventuras a las siete y media. Pero esa es otra historia.

Por Pepeluí.