Cultura material del socialismo cubano: 1961-1989.

Cuchilla de afeitar Sputnik
Cuchilla de afeitar Sputnik

Cuchilla de afeitar Sputnik. Hecha en la URSS. Colección Cuba Material.

En La Habana Elegante, «De la materialidad soviética, sus huellas e implicaciones. Apuntes para una reflexión por Damaris Puñales-Alpízar:

Pero además de esta presencia subjetiva de lo soviético en Cuba (1), que se ha traducido en una producción cultural cubana pos–noventa donde abundan los referentes soviético–rusos, otra parte importante dellegado soviético está constituida por la permanencia física, después de los noventa, de automóviles, maquinaria pesada, electrodomésticos, libros, juguetes y edificios, principalmente habitacionales y escolares, cuya arquitectura siguió estándares socialistas: la carencia de cualquier ornamento. (…)

En este artículo propongo analizar cómo la permanencia de estos objetos se ha convertido en una poética del fracaso de un proyecto social, y cómo puede entenderse su persistencia en Cuba después del fin de la Unión Soviética. ¿Qué significa tal presencia, cómo proporciona una determinada lectura de la realidad y de cierto grupo social? En este análisis intento establecer un contraste entre esta materialidad específica, y una subjetividad afectiva que se manifiesta a través de la producción cultural.

(…) Presento el término de ‘comunidad sentimental soviético–cubana’ (3) para agrupar a los cubanos educados entre 1960 y 1980, para quienes los referentes soviético–socialistas comunes de la infancia y la educación recibida, facilitaron la creación de un imaginario de comunidad sentimental, que otorga pertenencia y cohesión entre sus miembros, a la vez que la diferencia de otras comunidades también imaginadas, incluso cuando la mayoría de los miembros de esta comunidad sentimental soviético–cubana no comparta el mismo territorio geográfico, ni la misma formación académica y mucho menos, la misma ideología social.

(…) Para las décadas de los setenta y los ochenta, los hogares cubanos parecían copia unos de otros: no sólo se repetían las mismas marcas de electrodomésticos, sino que las decoraciones y los muebles en general también eran similares, cuando no idénticos. Este inventario homogéneo proveyó, durante algunos años, una representación idealizada de la igualdad social, a la vez que otorgó un sentido de estabilidad y de pertenencia subjetiva de los cubanos –o al menos, la gran mayoría de ellos– a una imagen de la nación impulsada desde el gobierno, y sostenida gracias a la ayuda financiera, técnica y humana de la Unión Soviética a Cuba.

(…) La materialidad homogénea de la sociedad cubana permitió el surgimiento de una subjetividad histórica que explica, en conjunción con otros factores que he detallado antes, la conformación de una comunidad sentimental soviético–cubana. Los objetos soviéticos, dada la imposibilidad de su sustitución, se convertían no sólo en parte del hogar, sino también en parte de la familia. Una batidora era “la” batidora y lo sería por ‘siempre’; un ventilador, “el” ventilador. De tal modo, los objetos rusos lograron lo que las imposiciones ideológicas, políticas y culturales no pudieron del todo: la aceptación y su conversión en parte del escenario familiar, diario, de los cubanos. Esta familiaridad de los cubanos con los objetos soviéticos es depositaria de un significado de íntima afección y se convirtió no sólo en uno de los recuerdos más perdurables, sino también más entrañables para los individuos que se acostumbraron a ayudarse en sus labores domésticas con aparatos soviéticos.

(…) La permanencia de equipos soviéticos se convierte en un signo social de exclusión: los que tienen objetos, electrodomésticos soviéticos, son principalmente aquellos que no han podido insertarse en la nueva dinámica mercantil laboral que depende principalmente de una economía capitalista, ya sea a través de la contratación en empresas extranjeras –principalmente turísticas–, mediante las remesas familiares provenientes de Estados Unidos y a partir del VI Congreso del PCC (6), en abril del 2011, del crecimiento de negocios de iniciativa privada. Aunque no hay cifras oficiales que lo confirmen, se estima que el envío de dinero desde Miami, sobre todo, constituye, junto al turismo, el principal sostén de la economía cubana, luego del debilitamiento, hasta la desaparición casi, de la industria más tradicional cubana: la producción de caña de azúcar.
Lo soviético funciona así como una atadura que liga a un segmento de la población al pasado, ante la incapacidad de acceder a otros objetos. Es una doble marca: el recuerdo de un pasado que fue ‘mejor’ –en términos de estabilidad y accesibilidad–, y la constatación de que ese pasado se perpetúa sólo en cierto sector.

H/T Walfrido Dorta.

Almanaque de pared de Cubana de Aviación. 1979. Foto cortesía de Ariana Hernández-Reguant.

Cubana de Aviación, la aerolínea bandera de la República de Cuba, fue creada el 8 de octubre de 1929, cuando en América sólo existían ocho aerolíneas, y en el resto del mundo, 21. En 1954 se convirtió en una empresa de capital cubano. Cuenta Sartre que, allá por la época en que este visitara la isla, los nuevos líderes revolucionarios solían viajar en clase económica, para así ahorrar los dineros públicos que administraban.

En 1996, hice mi tesis de licenciatura en psicología sobre la política de mercado de Cuba de Aviación. Para entonces, Fidel Castro viajaba con tres aviones de la flota comercial, que eran desviados de sus rutas habituales, no para trasladar una extensa comitiva presidencial, sino como medida de seguridad.

Estuche de postales promocionales de Cubana de Aviación. 1970s. Regalo de Jorge Pantoja Amengual. Colección Cuba Material.

negrito

Figura artesanal. Hecha en Cuba. Colección Cuba Material.

Néstor Díaz de Villegas, en Diario de Cuba:

Estética batistiana

Desde el Palacio de Bellas Artes hasta Tropicana; desde el amarillo caqui hasta la fuente de soda; desde cafetería Miami hasta la embajada americana de Harrison & Abramovitz; desde Rita Longa hasta Mateo Torriente; desde el self serve Wakamba hasta el Havana Hilton, la estética batistiana es la estética de lo cubano moderno.

La música que todavía explotamos, es música batistiana. La Habana histérica y libertina deTres Tristes Tigres, es La Habana batistiana. Todo Kcho, y el Tomás Sánchez de los manglares, son batistianos. El mobiliario del Comité Central es batistiano. El yute, la artesanía de semillas, las cabañitas, el mimbre, los bohíos y el Kawama pertenecen al Modern Karabalí (batistiano). El Plan Maestro de La Habana y el Martí de la Raspadura son batistianos. De la estética batistiana hemos vivido vicariamente: la Revolución le sacó el quilo. La estética batistiana continúa siendo fuente inagotable de admiración general y de cohesión nacional.

Como resumen y exaltación de las tendencias del batistato y de sus potencialidades, y desde la perspectiva de una sociedad avanzada, incapaz de crear otros valores que no fuesen espectaculares, Fidel Castro es el Homo Batistianus. Es decir: el hombre nacido de las condiciones objetivas del espectáculo batistiano, y la más alta creación artística de su época. Fidel Castro encarna la libertad batistiana in extremis, y su poder de seducción emana de la intensa fruición estética que trajo al mundo la Cuba batistiana.

Silla diseñada por Clara Porcet
Silla diseñada por Clara Porcet

Silla diseñada por Clara Porcet. Imagen tomada de internet.

La cubana Clara Porcet no tuvo mucho impacto, a largo plazo, en la cultura material de su país. Y es una pena. De los muebles que diseñó para las escuelas de arte y para el programa de viviendas del Escambray y de la Sierra Maestra no debe quedar ninguno. Pocos han leído los artículos suyos que aparecieron en la revista Social, incluso después de que en el año 2005 Letras Cubanas los publicara, ya para entonces mera reliquia bibliográfica. Y su sueño de una escuela de diseño en Cuba nunca se realizó, como tampoco su deseo de regresar a su país ya de avanzada edad. No se lo permitieron las autoridades cubanas, a pesar de habérselo pedido personalmente a Fidel Castro. Su obra es, sin embargo, venerada en México, país en el que impulsó la enseñanza del diseño industrial a nivel universitario, lo que no pudo realizar en Cuba.

Cantar de rana y sapito
Cantar de rana y sapito

Contraportada de la revista Bohemia con el poema «Cantar de rana y sapito». Colección Cuba Material.

Durante años, mis padres y abuelos recortaron y guardaron «los versitos» que aparecían en el reverso de la contraportada de la revista Bohemia. Cuando éramos pequeñas, mi hermana y yo nos los aprendíamos de memoria y, a veces, los recitábamos en la escuela o en las actividades del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de casa de mi abuela.

* * *

Muchos de esos versitos fueron exhibidos, en el 2015, en la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood, curada por Meyken Barreto y por mí, que estuvo abierta al público entre el 17 de septiembre y 1 de octubre de 2015 en la Arnold and Sheila Aronson Galleries, Sheila C. Johnson Design Center, Parsons School of Design, The New School, New York, NY. Para ello contamos con el financiamiento parcial del premio New Challenge Award for Social Innovation que otorga The New School.

Vista de la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood

Vista de la exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialista Childhood, curada por Meyken Barreto y María A. Cabrera Arús, que estuvo abierta al público entre el 17 de septiembre de 2015 y 1 de octubre de 2015 en la Arnold and Sheila Aronson Galleries, Sheila C. Johnson Design Center, Parsons School of Design, The New School, New York, NY.

Broche de graduado de la Universidad Estatal de Leningrado.
Broche de graduado de la Universidad Estatal de Leningrado.

Broche de graduado de la Universidad Estatal de Leningrado.

Alexis Jardines sobre su broche de graduado de la Universidad Estatal de Leningrado, ahora San Petersburgo:

Hará unos cuatro años decidí sacar de su estuche un pequeño objeto que todavía no he podido clasificar. Me preguntaba qué hacer con aquello que dormitaba casi tres décadas en una gaveta. No es una medalla, no es un broche ni un prendedor. Se encuentra en la misma situación de los invertebrados, grupo que ―en opinión de los cladistas como C. Patterson― al ser definido únicamente por rasgos negativos no existe en la naturaleza (ya sea por el solo hecho que también abarca a las peras y a los puentes). Lo cierto es que me lo gané como se ganan las medallas y también es obvio que se prende en las solapas. Aquél día (estoy en el Vedado, en 23 y 26) no supe finalmente qué hacer con él. Lo llevé conmigo en el bolsillo hasta el garaje de 28, donde algo compré y me regresé enseguida. Sentía vergüenza de lucirlo porque tenía a relieve una hoz y un martillo, pero, al propio tiempo, experimentaba cierto orgullo ya que no eran muchos los cubanos que atesoraban algo semejante (tomando en cuenta que con el paso de los años no pocos lo habrían extraviado). De modo que volvió a su caja. Solo hoy salió de nuevo a la luz (ya en Puerto Rico) y fue para tomarle la foto que acompaña el presente texto. ¿Qué es? Todavía no puedo definirlo, solo sé que lo tienen todos los que se graduaron en universidades soviéticas por aquellos años grises que solo la nostalgia es capaz de matizar, pero que a pesar de todo fueron años felices.

Alexis Jardines

Medalla de la Alfabetización
Medalla de la Alfabetización

Medalla de alfabetizador. 1986. Archivo de José A. Cabrera Pérez.

Solía admirar, de niña, los pechos de los generales cubanos, llenos de medallas y gafetes. Mis padres no tenían ninguna, hasta que recibieron la medalla de la alfabetización en 1986. Sobre esta, mi papá me dice:

Haber participado en la Campaña de Alfabetización en el año 1961 y recibir la medalla 25 años más tarde han sido hechos totalmente separados, no solamente en el tiempo, sino también en sus significados. El acto de participar en la campaña fue puro, deseado y enaltecedor para un adolescente que en ese momento era miembro de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) y de las Brigadas de Alfabetización Conrado Benítez. El acto de recibir la medalla fue un camuflaje político de mi parte y una complicidad del gobierno que la concedía. Entre ambos hechos, concretamente en los 25 años que los separan, yo había sido, entre muchas otras cosas, cadete de aviación en la base aérea Libertad, controlador de tráfico aéreo, preso político sancionado a cinco años de prisión en el año 1966, hipócritamente «rehabilitado» para vivir en la Cuba de los años 70, casado y padre de dos hijas encantadoras y licenciado en economía por la Universidad de La Habana.

Vivo en Puerto Rico desde el año 1992 y un colega miembro del claustro de profesores de la UPR en Cayey, en una de sus visitas a Cuba, me trajo la medalla. No fue algo muy deseado que traje de Cuba en mi maleta, pero cuando me la entregó le di un significado académico que correspondía un poco con la actividad que realizaba. Hoy en día, el único y verdadero significado que le doy es que cuando tenía 13 años prácticamente no regresé más a mi casa, se acabó mi adolescencia y todas las decisiones que tomé en lo adelante, buenas o malas, fueron mías.

José A. Cabrera

Imágenes y cifras sobre la campaña de alfabetización aquí y aquí, publicadas por el periódico Granma.

Ana y la estrellita, por Werner Heiduczek. Editorial Gente Nueva, 1977. Impreso en la RDA. Colección Cuba Material.

Cuando se celebró en La Habana la Concentración Campesina de 1959, mis abuelos le regalaron, a uno de los campesinos que el gobierno trasladó a La Habana para participar en el acto y que ellos alojaban en su casa, una muñeca que cantaba, caminaba y tenía un surtido ropero. La muñeca era de mi mamá, pero esta por entonces ya tenía doce años y, habrán pensado mis abuelos, debería demostrar su generosidad. Las hijas de mi mamá, como las de aquel campesino, nunca tuvieron una muñeca así.

Posiblemente haya sido por eso por lo que mi mamá guardó casi todos los libros y juguetes infantiles de mi hermana y míos, y porque para entonces se sabía que sus futuros nietos tampoco tendrían una muñeca como aquella.

Ana y la estrellita fue siempre uno de mis libros preferidos. No solo por la calidad de la edición —empastada, con cubierta cromada y dimensiones poco comunes—, sino también por el tema. De niña, quería ser cosmonauta. Quizás, entre otras cosas, inspirada en historias como la de Ana y su estrellita.

Disfraces de odalisca
Disfraces de odalisca

Disfraces de odalisca. Casa de los disfraces, Habana. Alrededor de 1980.

Un amigo, profesor de The New School, me comenta sobre Cuba Material:

Me hizo pensar en mi disfraz de carnaval—fui vestido de ‘andaluz,’ fue confeccionado por mi madre, ‘la gallega,’ y ahora (…) entiendo que el disfraz fue parte de una resistencia conservadora y católica a los cambios revolucionarios que se iban imponiendo dentro y fuera de nuestra familia (…) etc. Y ahora que me recuerdo del disfraz y lo que viví durante el carnaval me invade un sentido de…

Yo también tuve disfraces que no olvido. El de odalisca que mi hermana y yo llevamos en la foto, que mis padres rentaron en la casa de los disfraces de Galiano, en La Habana, lo usamos en una actividad de la escuela. Inspirado por estos, mi abuelo organizó después una sesión de fotos en su casa, para la que preparó un set en una esquina de la sala, con cojines y sábanas. Mi abuela nos maquilló y adornó con sus collares. A a hermana y a mí solo nos tocó hacer de odaliscas, lo mejor que pudimos.

Sin embargo, el «disfraz» más memorable de mi infancia fue el de la fiesta de fin de curso de primer grado, cuando hice de reina en la obra El Ratoncito Pérez. Me puse el vestido que mi mamá usó en su primera comunión, y en la cabeza, una estola de seda de mi abuela y la tiara de su boda. Los niños de mi aula no paraban de decirme que era la niña con el disfraz más lindo de la escuela, tan contentos ellos como yo. Pero cuando recogía los caramelos de la piñata de la fiesta que hicimos en el aula, alguien me pisó el vuelo y la tela de la saya, que estaba podrida, y esta se rasgó. Luego llegó a mi aula el rumor de que una niña de otro grado tenía un vestido más bonito que el mío. Se trataba del traje nacional de una de las repúblicas de Europa del Este. Un traje colorido, floreado, exótico y, sobre todo, nuevo.

Disfraces de odalisca

Sesión de fotos con disfraces de odaliscas. Alrededor de 1980.

disfraces infantiles

Vestido de comunión usado como disfraz para representar una reina. 1980.

disfraces infantiles

Vestido de comunión usado como disfraz de reina. Fiesta de fin de curso de la escuela Nicolás Estévanez. 1980.

Fidel Castro sentado sobre un Alfa Romeo
Fidel Castro sentado sobre un Alfa Romeo

Fidel Castro sentado sobre un Alfa Romeo. 1960s. Imagen tomada de internet.

La apertura al turismo de los años noventas trajo consigo una revalorización de los automóviles norteamericanos de la primera mitad del siglo XX, para entonces cotizados en los Estados Unidos y en el resto del mundo por su estética vintage. Se pusieron de moda, y se veían con más frecuencia en las bodas y las fotos de quince, y más de un músico y artista que antes hubiera dado cualquier cosa por un moderno Lada invirtió sus ahorros en automóviles antiguos.

Si algún objeto ha constituido un claro marcador de las diferencias de clase en la Cuba socialista ha sido el automóvil. Ello no ha sido del todo culpa del castrismo, aunque sí es su entera responsabilidad el haber politizado los significados en los que tales diferencias se sostienen. Durante los setentas y ochentas, el Rambler de mi abuelo y el Opel de su hermano en que mi prima se negaba a ir a su escuela de Nuevo Vedado, más que aportar, restaban prestigio social en los confines del municipio Plaza de la Revolución, mayoritariamente ocupado por las nuevas élites profesionales socialistas. El Lada, en cambio, sí era un claro marcador de pertenencia a esta clase.

Cuarto
Cuarto

Cuarto de casa de mis abuelos. Alrededor de 1976.

Crecí en el barrio habanero de El Vedado, en un edificio Pastorita amueblado con sillones de mimbre de la época colonial que pronto fueron reemplazados por lo que me pareció entonces un hermoso juego de sala de estructuras modulares de plywood; juego de comedor de diseño modernista, de moda en los años cincuenta, y juegos de cuarto de los que llamaban «de estilo». Mis abuelos, en cambio, vivían a doce cuadras en una casona de arquitectura ecléctica de las que abundan en ese vecindario, con techos de viga y losa y puntal alto, y pisos de losas que formaban diseños de colores. No es de extrañar entonces que, de niña, la casa entera de mis abuelos, y sobre todo el cuarto, me parecieran de otro mundo. Este tenía cortinas de papel alrededor de la ventana de detrás de la cama matrimonial,  y una lamparita de leer, de madera, adosada al respaldar de esta, cuyos pequeños tubos de luz fría parecían de juguete. La lámpara se encendía con un interruptor que colgaba a un lado, también sobre el respaldar de la cama. A su lado, la lámpara de noche de mi abuela, de base de bronce, tenía una pantalla de cristal nevado en forma de helado, de los que dispensaban las máquinas que todavía existían en los Tent-Cents y Tropic Creams del barrio. Dentro, un bombillo verde daba una luz que me parecía sabría a menta. El colchón de la cama era de espuma de goma, no de muelles como los que siempre había visto, y en los escaparates y gavetas podía encontrar, además de la ropa que usualmente vestían mis abuelos, plumas de sombreros de noche ya desaparecidos, chales con lentejuelas, estolas de piel de zorro, una larga trenza de pelo que fue de mi mamá, y trajes, corsets y guayaberas de hilo —de vez en cuando, mis abuelos vendían algunos de estos al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT)—. Los domingos y los días de fiesta, mi abuela ponía una sobrecama tejida, bajo la que sobresalía el rosa o el azul de una sábana de satín. En el apartamento Pastorita donde vivía con mis padres, no teníamos nada de eso.

Broche
Broche

Broche. Años 1950s. Colección Cuba Material.

Cuando me fui de Cuba, el 6 de enero de 2006, tuve que hacerlo con salida definitiva, pues viajaba con mi hija menor de edad y la ley no permitía que estos (los menores) salieran del país por motivo de turismo u otro de interés personal. Fui forzada así a un exilio que no hubiera escogido. Interesada en llevarme algunas prendas de valor que habían pertenecido a mi familia por varias generaciones, llamé a las oficinas de Aduanas para saber qué objetos personales me estaba permitido llevar. 20 libras de equipaje y no más de 200 pesos en prendas, me dijeron, sin aclararme en qué moneda (por entonces circulaban en Cuba el peso cubano y el CUC) ni según qué tasación (pues una cosa era el precio de venta que el estado cubano asignaba a todo bien cuya propiedad se atribuía y otra el de los bienes a la venta en el circuito estatal o en el mercado negro). El día de la salida me puse los aretes de brillante con que se habían casado mi mamá, mi abuela, mi bisabuela, mi hermana, mi prima y hasta yo misma, además de una sortija que había sido de mi abuela y que desde entonces uso, sobre todo cuando me enfrento a retos difíciles, así sea la evaluación de una clase, y alguna que otra prenda de valor, y me fui al aeropuerto, donde no tuve el menor percance.

Quienes abandonaron el país en los años sesenta corrieron otra suerte. En su blog, la actriz Yolanda Farr ha hecho público el listado de documentos que, por disposición de la Aduana General de la República de Cuba, debía presentarse entonces a las autoridades antes de abandonar el país, en donde se incluye una relación de joyas y cuentas bancarias. También entonces el gobierno cubano solo autorizaba a los exiliados a sacar del país hasta 200 pesos en prendas, pero, a diferencia del presente, quienes abandonaban el país eran, con regularidad, despojados de esos bienes en el aeropuerto.

Relación de documentos a presentar en el aeropuerto de La Habana antes de abandonar el país. 1960s. Imagen tomada del blog de Yolanda Farr.

Tengo amigos que no poseen ni una sola foto de su juventud porque los funcionarios de la aduana se las decomisaron (para acto seguido destruirlas y quedarse con los álbumes y marcos), o que fueron despojados de sus anillos de bodas. Sé incluso de quienes, siendo niños y partiendo solos al exilio, fueron obligados a entregar objetos cargados de valor sentimental, único recuerdo que les acompañaría de la familia que dejaban atrás.

Muchos de los objetos que componen la colección de Cuba Material los he traído en sucesivos viajes, en los que he regresado a Cuba para visitar a mis abuelos y a mi madre. En cada una de esas ocasiones mi equipaje de regreso ha pesado mucho más que las 200 libras reglamentadas por la aduana, pero nadie se ha detenido a cuestionarme. En sucesivos posts compartiré la particular cultura material del socialismo cubano que me acompañó en mi infancia y que ahora estudio. Verán que se trata de una historia muy particular.