En las paredes de las viviendas cubanas se puede detectar no solo el impacto del régimen político cubano actual en la cultura material, la arquitectura y la vida doméstica, sino también la propia temporalidad castrista y sus clases sociales. La pintura, ya fuera a base de agua, de acetato o de aceite, nunca estuvo al alcance de todos. Se requerían amigos, relaciones, influencias y dinero para comprar un lata de esmalte de paredes, de barniz o de pintura de aceite, pese a tratarse de productos de la industria local.
No tenía más de 16 años cuando un vecino, un año menor que yo, me regañó porque me recosté a las paredes blancas de su casa. Se ensuciarían, me dijo. Y, ciertamente, la posibilidad de cambiar el color de las habitaciones resultaba tan remota como cambiar el gobierno, por lo que ese muchacho aventajado (¿avejentado?) quería cuidar las suyas.