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Cuarto de baño
Cuarto de baño

Cuarto de baño. Vedado. Foto 2012.

He visto, en Cuba, cuartos de baños recubiertos de mármol, de azulejos de cerámica, y de paredes de cemento; baños con agua fría y caliente y baños sin una gota de agua; baños sin ducha y baños con duchas a donde no sube el agua; baños con inodoros que descargan y tienen asentador y tapa, y baños con inodoros que para que descarguen hay que echarles uno o más cubos de agua; baños grandes como salones de baile, y baños pequeños y atestados de cosas; baños para visitantes, antiguos baños de criados, y baños colectivos, compartidos por más de una familia; baños con pinturas al fresco, con coquetas y armarios empotrados, y baños con solo un inodoro y una pila; baños con espejos y sin ellos; baños limpios, mugrientos y apestosos. Nada, quizás, denota más las diferencias sociales en la Cuba de hoy que las condiciones de los baños. No supe hasta hace poco que había familias que tenían baños de letrina en capitales de provincia como Victoria de las Tunas.

El de la foto es el baño de la casa de mis abuelos. Cuando yo era niña, aún tenía su bañadera de hierro. Vi cómo, una a una, fue perdiendo las patas, que mis abuelos reemplazaron por ladrillos. Vi también cómo los ahorros de mi abuelo se convirtieron en la actual poceta, y algo quedó para repellar el techo, que ya soltaba pedazos del revoque. Cuando era niña, el baño tenía una taza de inodoro blanca, que más tarde cambiaron por la de porcelana azul, fabricada en Cuba, sin orificios para la tapa y el asentador. En algún momento se rompió su mecanismo de descargue, y mi abuelo le amarró un hilito. Están ahora tratando de conseguir una taza nueva. Hace poco, mi mamá compró un nuevo lavamanos con los dólares que ahorra de lo que le mandamos y algo que le entra del alquiler de su apartamento. Gracias a eso, el baño de mis abuelos sigue siendo un buen baño.

H/T: María Paula Gómez Cabrera

Cuarto de baño
Cuarto de baño

Cuarto de baño. Nuevo Vedado. 1958. Foto Orlando Lache. 2001.

En una de las crónicas escritas por Emilio Roig de Leuchsenring que, desde hace mucho tiempo, viene publicando Opus Habana, se narra la evolución del baño en Cuba:

Quienes, como este Curioso Parlanchín, han visto tres banderas distintas izadas en el Morro de La Habana, recordarán, sin duda, tal vez con el cariño y la nostalgia que a veces nos produce lo vivido en otras épocas, los mil y uno contratiempos, dificultades y molestias que era necesario sufrir durante la colonia, cuando queríamos darnos un baño, de aseo, naturalmente y nunca de placer.
Esclavos o criados colocaban en el centro del cuarto dormitorio una batea, tina o palangana; aquellas dos, de madera, y esta última, de latón; más la indispensable pielera, para el uso que su nombre claramente indica.
Señalada con anticipación la hora en que tomaríamos el baño, era necesario acarrear el agua para el mismo, en cubos, sacada del pozo, aljibe o cisterna, y calentarla en un anafe, si más que el agua fría nos agradaba el agua tibiecita o quitado el frío.
Atrancadas puertas y ventanas y despojados de las ropas, poníamos en funciones el buen pedazo de jabón de Castilla legítimo, todo blanco, con sus hermosas vetas azules; la fina esponja de Batabanó y el eficaz estropajo, ya de soga, ya utilizando el fruto del bejuco silvestre así denominado. Una jícara o la esponja hacían las veces de ducha, y los restregones con el estropajo bien enjabonado completaban la obra higienizadora de nuestro cuerpo; enjuagándonos, finalmente, a fuerza de jicarazos.
Como es natural, el cuarto quedaba hecho una ensopadera, que los esclavos o criados se encargaban de limpiar debidamente cuando habíamos terminado nuestra toilette.
En las casas de gente rica, en algunos palacetes del aristocrático Cerro, se gozaba de cuartos especialmente dedicados al baño, con su lujosa bañadera de mármol blanco labrado, y hasta con piscinas cavadas en la tierra y revestidas de losas de mármol, tal como aquella que existió en el jardín de la espléndida casona criolla de la Calzada del Cerro esquina a Tulipán, donde estuvieron instalados los primeros talleres de la empresa editora de nuestra revista.
Había olvidado, lamentablemente, el citar otro artefacto higiénico de antaño: el semicupio, o sea la bañadera –de latón– en forma de poltrona, con espaldar y asiento hundido, que se usaba para baños de asiento, de la cintura a las rodillas.
Con el correr de los tiempos, y ya en los finales de la colonia, se fue generalizando el uso de las bañaderas, ya de latón o zinc, ya de porcelana, importadas estas últimas de los Estados Unidos; así como también el empleo de la ducha.
Al llevar a cabo el Gobierno de ocupación militar norteamericano la obra trascendental de la higienización de nuestras poblaciones, especialmente La Habana, bañaderas y duchas adquirieron papel importantísimo en toda casa en que sus dueños o inquilinos presumían de gentes instaladas a la moderna y entusiastas partidarias del baño diario.
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Al comienzo de esa nueva era criolla que podríamos calificar de apogeo del baño diario, el cuarto de idem era situado siempre al final de los cuartos dormitorios, e inmediato al comedor y la cocina.
Pero, de la noche a la mañana, y no sé por obra de qué taumaturgo innovador, comenzó a establecerse la costumbre de colocar en las nuevas construcciones habaneras, de manera especial en los llamados chalets de los repartos y en los palacetes de La Habana, el cuarto de baño, no al final de la casa, como hasta entonces, sino intercalado entre los dos, tres, cuatro o más cuartos de cada vivienda.
Es éste el prodigioso descubrimiento que quedará perennemente fijado en la historia del progreso y civilización de nuestra República en el siglo XX, con el nombre de casa con baño intercalado.
Y las casas con baño intercalado se pusieron de moda, llegando a constituir una de las más destacadas muestras del refinamiento y confort de una familia, a tal extremo que la familia que vivía en casa con baño intercalado, por ese solo hecho, era considerada como familia distinguida, chic, elegante, pudiente. La casa con baño intercalado llegó a constituir el grado máximo del buen gusto y de la aristocracia criollos republicanos.
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Ya en nuestros días, el baño intercalado no llama la atención ni constituye prueba alguna de refinamiento y elegancia, por haberse generalizado su uso, y abuso, en todas las casas, chicas y grandes, y además porque hoy en día una vivienda con pretensiones de casa grande no tiene baño intercalado, sino varios baños, con sus servicios sanitarios completos.
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En los días que corren si se ha empezado a generalizar entre nosotros otra moda bañistico-hogareña, que ha venido a sustituir, sucesivamente, las de la batea, la bañadera, la ducha, el baño intercalado y el departamento con baño.
Me refiero a lo que se denomina: baño de color, o dicho en otras palabras, baño con su bañadera, lavabo y demás artefactos higiénicos, no de porcelana blanca, sino de color, azul, verde, rosa, lila, etc., y también del mismo color los azulejos del zócalo del cuarto de baño.
Estos baños de colores, que a veces tienen más de un color, y resultan, por tanto, baños de colorines, constituyen el último grito de la moda y la distinción hogarístico-contemporáneas.