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Estuche para lápices
Estuche para lápices

Estuche para lápices. Hecho en la República Popular Democrática de China. 1980s. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

A la escuela primaria llevaba los lápices y los bolígrafos (en primer y segundo grado nos obligaban a escribir con bolígrafo) en un estuche de vinyl, tipo funda, que mis padres mandaron a hacer con un talabartero. Cerraba con un zíper y hacía juego con la mochila tipo maletín que mis padres le encargaron a ese mismo artesano cuando comencé el primer grado, en 1979.

Ya para cuando entré a la secundaria, las tiendas estatales alguna que otra vez vendían, en cantidades limitadas y a precios elevadísimos, bolsos de nylon y estuches para lápices importados de China, país cuyos bienes de consumo casi se acercaban a la idea que teníamos, al menos en El Vedado, de las cosas «de afuera». Muy pocas familias, por lo general de profesionales, dirigentes, administradores estatales o «bisneros», podían comprar estos productos. A lo más, mi hermana y yo alcanzamos a tener, alrededor de 1985, un bolso de nylon para llevar los libros a la escuela.

Uno de los estuches para lápices que ilustran este post, cuando su dueña ya no los utilizó más para la escuela, fue utilizado como estuche de cosméticos. Aún tienen pegadas láminas de colorete y de sombras compactas para ojos que alguna vez recibió como regalo de los «quince».

Estuche para lápices

Estuche para lápices. Hecho en la República Popular Democrática de China. 1980s. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Estuche para lápices

Estuche para lápices. Hecho en la República Popular Democrática de China. 1980s. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

foto de quince en los caminitos. 1988.

foto de quince en los caminitos. 1988. cortesía de Vanessa Vallejo.

Texto enviado por un lector:

Swing y jabones rusos. Breve apunte sobre las guerras culturales en los setenta.

A escasos dos meses de mi cumpleaños número doce me llevaron a Santa Clara en un cromado ómnibus Skoda y me soltaron en medio del polígono en una mañana brillante y verde azul de 1974. Recuerdo el mar de cabezas oscuras, la bulla, los bultos en la hierba, la sensación extraña de saberme separado de mi familia por quién sabe cuánto tiempo. “Si vas para los Camilitos ya lo sabes, no te puedes rajar. “A ver si no te rajas”. Fulano “se rajó”. Rajarse, la peor ofensa, la muda admisión de que uno no tiene lo que hay que tener para aguantar la candela. Y no rajarse. No hay dudas en mi mente de que ese era el mantra entonces. “No nos podemos rajar, caballero” decíamos buscando confirmación en el otro, acentuando que sin importar lo que viniera nada podría ser peor que la defección y volver a casa en escarnio y a la burla de los socios. “Te rajaste, chama, te rajaste”.

La Escuela Militar Camilo Cienfuegos, también conocida como los Camilitos de Santa Clara estaba en el kilómetro once de la carretera a Camajuaní y las instalaciones después pasarían a ser parte de la facultad de ciencias Agropecuarias de la Universidad Central de Las Villas “Marta Abreu” a donde por esas cosas de la vida, volvería yo en 1980 como estudiante de ingeniería. El sitio estaba concebido como una pequeña ciudad escolar con calles, señales de tráfico, cinco bloques de albergues: tres para estudiantes masculinos y dos bloques de hembras, lógicamente más asediados que Nínive por la horda macha rebosando en hormonas; trulla de voraces, pendencieros muchachos hombreando a cómo se pudiera.

El primer día nos dieron un cartón largo que se doblaba como en cuatro partes y nos explicaron que ese era la tarjeta de inventario para los objetos de aseo personal, uniformes y eso. Para asearnos nos dieron: cuatro jabones de baño rusos, un tubo de pasta Perla, dos jabones de lavar Batey, chancletas plásticas y una toalla. Para vestirnos nos dieron: dos overoles verde olivo, un par de botas Centauro, cuatro camisetas blancas, dos pulóveres de algodón blancos, cuatro pañuelos blancos, cuatro pares de medias de algodón y dos pares de medias de nylon negras, un quepis, un traje de gala con gorra de plato y un abrigo. El traje de gala había que usarlo para salir de pase o para asistir a actos oficiales. Recuerdo que la tela era de gabardina, muy incómoda y cuando se mojaba apestaba a pollo mojado, nada infrecuente cuando uno salía a pedir botella en la carretera central bajo un aguacero. La camisa era estilo “guapita” o sea había que ponérsela pasando el torso a través, como un pulóver y picaba mucho especialmente alrededor del cuello. Medio claustrofóbica la cabrona guapita aquella. Los botones eran escudos de la república en metal dorado. La gorra tenía una visera de charolita y algunos le ponían aceite para que brillara más. La gorra tenía también los mismos escuditos de metal dorado a ambos lados de la visera.

Las botas eran marca Centauro como dije y la gente competía a ver quién las hacía brillar más. Las botas más brillantes que he visto en mi vida las vi en los Camilitos de Santa Clara. Tinta primero, betún negro después, cepillo y mucho trapo. Luego betún blanco o brillador que le decían y más trapo, por horas a veces para pulirlas bien y hacer las botas brillar como charol. Los tacones eran otra cosa; lo bacán era cortar los tacones en forma cónica, “tacón joliwu” decían, y no acordonarlos completamente de modo que los bajos del bien planchado overol se metieran por dentro. Esto fue antes de la era del polyester que empezó en 1975.

El uniforme de las EMCC cambió en 1975 y también cambió el nombre de las escuelas que empezaron a llamarse Escuelas Vocacionales Militares Camilo Cienfuegos para ponerlas a la par de las otras vocacionales como la Che Guevara y la Lenin y les dijimos adiós al algodón para ponernos polyester. Casi todo el mundo saludó el cambio con entusiasmo pues los camilitos siempre estuvimos considerados como medio cuadrados, tirando a lo cheo. En aquellos tiempos de pelo largo, patillas y bigotes nosotros, con nuestros pelados bajitos y nuestro paso largo asimilado a bases de horas y horas de marchas y a-retaguardias, teníamos una notoria falta ‘e swing. Al menos los nuevos uniformes: camisa verde claro, pantalones verde oscuro y zapatos civiles nos acercaban mas al atuendo del resto de los becarios de la época.

Era los mediados de los setenta y era la época de Los Latinos y La Ritmo Oriental; Fleetwood Mac y los Eagles; Radio Liberación con Sorpresa y A la Veinte Horas; la WQAM y WGBS con las “escalas” a copiar durante los fines de semana y comparar el lunes de vuelta del pase. Era una época de polarización y rechazo por todo aquello que fuera oficial, nacional, u oliera a teque político. Posiciones en el escalafón del swing se otorgaban de acuerdo a diferencias raciales y geográficas, a menudo emparentadas. Por ejemplo la gente de Trinidad, Cruces, Casilda, Sagua, Zulueta, Corralillo eran cheos, generalmente de raza negra, identificados con la música cubana bailable y “rutineros”, esto es: pañuelo en mano con el que tocarse la cara a menudo se sudara o no, toneladas de colonia, y el caminao de rigor, cabeza ladeada y paso de muelle. Pachanga en Carlito’s way camina del mismo modo por si alguien necesita la referencia visual. Los pepillos, por lo general blancos estaban representados en primer lugar por la gente de Cienfuegos. Parece que el hecho de ser Cienfuegos una ciudad con un gran puerto comercial los ponía en contacto con lo último en materia de música y moda. Cuando nadie en Cuba oía a Queen y pocos a Led Zeppelin, los cienfuegueros se apearon con cassettes TDK de 90 conteniendo A Night at the Opera y Houses of the Holy y revistas con fotos de artista de pop y se aplastaban el pelo con brillantina sólida Fiesta para aparentar estar pelados de reglamento. Luego seguían la gente de Santa Clara, Santo Domingo, Caibarién y Fomento (cómo Fomento se convirtió en una potencia del swing rockero es para mí un misterio pero mis primeras copias de Frank Zappa y Yes vinieron de allí). Yo era de Cabaiguán y mis amigos y yo éramos habituales visitantes a “la casa de Brito”. Brito ponía música en quinces, bodas y descarguitas y no solamente tenía toda la música de Los Beatles y Stones sino que podía grabar de cassette a cassette. Nosotros en cambio le traíamos álbumes prestados por nuestros amigos de otros municipios y así creo yo es que se extendía, de mano en mano, el conocimiento y la avidez por conocer más de la cultura anglosajona en aquellos tiempos de tanta censura radial y de rechazo oficial por todo aquello que viniera “en inglés”. Incidentalmente cuando formamos nuestra primera banda, recuerdo que nos dejaron cantar Proud Mary con la condición de que fuera en español. Mary se convirtió así en María Orgullosa y la letra en español nos daba tanta risa que a veces había que parar hasta que recobráramos la compostura. Los que ellos querían que aprendiéramos era ruso.

Los rusos no hacían nada bien. Eran bolos. Ala Pugachova o Muslim Magomaiev no podían competir con el swing de Robert Plant o siquiera Andy Gibb. Y en el mismo saco caían Karel Gott y la Siromajova, Kati Kovacs, Yordanka Kristova, Biser Kirov y hasta Locomotiv GT, una banda húngara de rock cuyo éxito Ringasd el magad salía hasta en la sopa. Todo eso para nosotros era “música rusa” aunque los artistas fueran búlgaros o checos. Lo mismo pasaba con las películas: uno decía “ñó, otra película rusa…” viendo la cartelera del canal 6 anunciando Alarma en el Delta, sin importar que fuera un filme rumano.

Muchas de las cosas que comíamos eran rusas: carne enlatada, jurel enlatado, spam. El jabón que usabamos para bañarnos era ruso y de un olor desagradable. Pero limpiaba bien eso sí. Los sabelotodos decían que era por la sosa cáustica, los rusos le ponían mas sosa cáustica. La misma teoría oí acerca de la pasta de dientes Pomorin, de infame memoria: es verdad que sabe mal decían pero es porque tiene más fluor. Pomorin era una marca búlgara pero por supuesto a la gente qué le importaba, para nosotros era pasta ‘e diente’ rusa! Los perfumes rusos no estaban tan mal, digo yo comparados con algunos de factura nacional como el nefasto Imágenes. Vaya que el Moscú Rojo era Nina Ricci comparado con el Imágenes. El Imágenes traía un dibujo de mujeres griegas y un olor muy penetrante a grajo del Peloponeso. Regalo de mi vieja, no pude decir que no y me lo llevé a la beca pero me lo desaparecieron del closet en un par de semanas.

En los camilitos se puso de moda usar jabones para hacer esculturas. La gente se ponía creativa y vi a algunos hacer increíbles regalos para el día de las madres hechos de jabón ruso. Los jabones venían en dos colores que yo recuerde: ámbar y rojo, el rojo en particular olía muy fuerte a desinfectante o ambientador pero los Michelangelos del alberge los fundían juntos y los esculpían y los pulían hasta darles la forma deseada. Ví unicornios, delfines y corazones con cintas alrededor e incripciones de Felicidades Mamá, corazones que se abrían y dentro estaba la foto de la madre…todo hecho de jabón ruso. Otro uso de los jabones era emplearlos como una maza en broncas y eso. Un par de jabones de lavar metidos en una funda y uno se convertía en Vargas Machuca u Olaff el de los Vikingos que ponían en la Aventuras a las siete y media. Pero esa es otra historia.

Por Pepeluí.

Envase del medicamento Avafortán

Envase del medicamento Avafortán. Importado de la RDA. Producido por Asta Werke AG Chem Fabrlk. Evasado en Cuba por Empresa de Suministros Médicos. Precio de venta de un peso. Colección Cuba Material.

En Habanero 2000: Importando productos y recuerdos:

…En días pasados, estuve indispuesto, con nauseas, cuando me incorporé al trabajo, una compañera me pregunto; ¿Que tomaste? Gravinol, le respondí, alguien me pregunto ¿Qué es eso? Un medicamento para los vómitos, aquí lo llaman Dramamine, pero yo lo sigo llamando; Gravinol. Era como si cambiarle el nombre, cubanizarlo, hiciera el milagro de hacer presente las manos de mi madre llevándomelo a la cama. Un nombre, lograba cambiarle el efecto, mejorarlo, hacerlo capaz de curar el cuerpo y el alma.

Cuando me recuperé y conversé con uno de mis grandes amigos, sobre el malestar que había tenido me dijo; ¿Cómo no me avisaste? Yo tenía Novatropin que mande a pedir de Cuba, eso te lo hubiera quitado todo. Cuando vivíamos en Cuba, el Peptobismol, el Tylenol y otros medicamentos nos parecían la panacea universal, el non plus ultra de la medicina moderna. Ahora que estamos del lado de acá, cuando nos llega un medicamento de nuestra islita, nos parece estar a salvo; no hay enfermedad o malestar capaz de resistírsele.

(…)

La lista de los productos de Cuba, que pedimos desde acá, es larga. Una vez un amigo me pidió, casi me suplico le trajera unas latas de Vitanuova, según me dijo; ninguna salsa para pastas podía compararse con la fabricada en nuestra Isla. Más de una vez me han pedido frazadas de piso. Les explico que siempre le llevo a mi mamá las de aquí, y que las amigas de mi hermana cuando las ven, siempre suplican les regalen una y se van felices con su frazada amarilla, que vino directo de la Yuma. De nada valen mis explicaciones; frazadas como las de Cuba, no hay, son las mejores.

De pronto, por decreto nuestro, acuñado por la nostalgia y las ganas inmensas de traernos a nuestra islita y a nuestros seres queridos hasta acá; Cuba se ha convertido en exportadora de medicinas y artículos para el hogar. Me han contado de algunos que, ahora que pueden comprar los mejores perfumes, mandan a buscar aquellos que venden en la Isla.

***

En Emilio Ichikawa: Quien se fue de MEGA TV no fue María Elvira, fue una época:

En la noche de hoy viernes (julio 5-2011) el presentador Tony Cortés comentó en su programa en MEGA TV, junto a un actor invitado, un reportaje fílmico que muestra el estado de destrucción en que se encuentran inmuebles, calles y huertas urbanas de la ciudad costera de Guanabo, al este de La Habana.

Nadie se atrevería a desmentir la realidad presentada por Cortés; o la lógica de sus comentarios. Lo que sí provocó extrañeza fueron los sentimientos de nostalgia que trató de mover al respecto; y que confirmaron lo errático que es ya tratar de sacar dividendos ideológicos a la exhibición del consabido deterioro urbanístico cubano. Cuyo estado ruinoso se ha llegado incluso a estetizar (con notable éxito en los centros dominantes de la cultura Occidental).

Es un hecho: las instalaciones del noreste habanero no son ya como eran en los años ´80 (que es aproximadamente el tiempo que añoran Cortés y su invitado). Ni eran en los ´80 como habían sido antes de 1959.

Ahora bien, cuando se decía, por ejemplo en 1983, que Cuba no era como en 1953 o 43, se quería significar que existía un pasado hermoso, utópico, erigido a través de acciones asentadas en un sistema de propiedad privada capitalista; y que otro régimen, comunista, había malogrado al instaurarse desde 1959.

Pero, cuando Cortés y su invitado “denuncian” que el Guanabo de hoy es un desastre comparado con el Guanabo paradisíaco de 1983, ¿qué sugieren, qué mensaje envían, en qué concepto dan sentido al regodeo fotográfico? Pues en ninguno. Es más, muchas de las lecturas posibles de su reportaje gráfico son contraproducentes, como esa que deja caer que con Fidel Castro y el Kremlin en forma los cubanos estaban mucho mejor que ahora. Algo alarmante, porque… ¿y si fuera verdad?…

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En Emilio Ichikawa: Radio Mambí: Un desplazamiento hacia la «sensibilidad ’70»:

El espacio del antiguo Noticiero de RADIO MAMBI (Miami 7.10 AM) a las 5:00 de la tarde, fue ocupado hoy por un programa de participación que convergió en la evocación de “las fiestas de 15” en los años ’70 en Cuba.

Una oyente recordó como muy grata la experiencia de su fiesta en el Hotel Nacional de Cuba; mientras otra refirió su celebración en una Escuela en el Campo. Alguien agregó que esas reuniones se realizaban con esfuerzo propio, porque “en ese época no se recibía dinero de remesas” (desde el extranjero). También echaron de menos bailar canciones de amor como “Candilejas”, popularizada en la Cuba de entonces por José Augusto. También se refirió al grupo Los Barba como música del momento. Un señor recordó una experiencia singular, cuando él y un amigo se “colaron” en una fiesta que resultó ser la de un familiar de Ramiro Valdés. Fueron sacados por unos “ayudantes”, lo que fue comentado por el conductor del programa (Pepe) como algo lógico tratándose del personaje citado.

Los oyentes proyectaron sobre los años ’70 un sentimiento nostálgico, romántico (centrado en el regreso y recuperación de lo perdido), similar al que una generación anterior ha proyectado sobre la Cuba de antes de 1959; con la peculiaridad de que “la pérdida” del paraíso de los ’70 se da en el marco del mismo sistema político y, según analistas, del predominio del mismo grupo político. A primera vista, juzgando por el trato personal, esta “oleada de los ‘70” está notablemente identificada con los valores de la cultura norteamericana, son críticos del socialismo cubano y no se identifican demasiado con la Cuba republicana (pre-1959).

En agosto de 2011 el actor y periodista Tony Cortés condujo un interesante programa en MEGA TV, donde se hizo un ejercicio de la nostalgia en la pérdida y recuperación de “el Guanabo de los ‘80”. La nostalgia por los ’90, incluso por el Periodo Especial, está tocando a las puertas de la sensibilidad pública de la comunidad cubana de Miami.