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Requisitos para obtener la salida del país
Requisitos para obtener la salida del país

Requisitos para obtener la salida del país. Imagen tomada del blog de Yolanda Farr.

Manuel Zayas, en Diario de Cuba: La isla del nunca jamás:

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Dijo Castro: «Los parásitos que se van a veces traen a un parientico o traen a un amiguito para la casa, y, ¡de eso nada! No señor. Hay que vigilar para cuando ya ustedes los vean vendiendo máquina, muebles, etcétera, y ya se sabe que se van, nosotros tengamos la planilla. Y esa casa —lo advertimos— será para una familia obrera. El que se mude para la casa de un parásito que se vaya, ¡que sepa que después tiene que dejar la casa! (Aplausos), el que se mude para la casa de un parásito, que esas casas son para los obreros».

Las listas negras

Al día siguiente, el 29 de septiembre de 1961, el Ministerio del Interior (MININT) dictó una disposición contraria al Artículo 30 de la Ley Fundamental. Mediante la Resolución No. 454, se implantaba el permiso de salida y los tiempos de estancia que los ciudadanos cubanos podían permanecer en el extranjero, quienes, de no regresar en los términos establecidos, serían considerados emigrantes definitivos y se procedería a confiscar todos sus bienes, sin derecho a indemnización.

Pese a las críticas a esa disposición del MININT, que no era un organismo facultado para ordenar la confiscación de propiedades, el gobierno promulgó un texto más restrictivo, la Ley No. 989 de 5 de diciembre de 1961 (vigente en la actualidad), que reglamenta «las medidas a tomar sobre los muebles o inmuebles, o de cualquier otra clase de valor, etc. a quienes abandonan con imperdonable desdén el territorio nacional».

La nueva norma estableció lo que sería el permiso de salida y el de entrada, y reguló la confiscación de bienes al emigrante definitivo, sin derecho a compensación. Aunque contraria al ordenamiento jurídico, esa ley había levantado un muro infraqueable. Todos los ciudadanos eran rehenes de un sistema totalitario. De golpe, los cubanos en terceros países comenzaron a ostentar una nacionalidad inefectiva, la del apátrida, sin derecho a residencia y tránsito en su propio país.

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En su libro Diario para Uchiram (Verbum, Madrid, 2008), la escritora cubana Julia Miranda relata la odisea que significaba querer emigrar y ofrece un retrato del momento en que llegan a inventariar su casa «cuatro de los más repulsivos personajillos creados especialmente para nosotros»:

«Los intrusos abrieron sus plumas y sus libros y comenzaron a apuntar, dos de ellos en los cuartos principales, deteniéndose en medio de cada habitación para mirar con ojos devoradores cada objeto, cada detalle. (…) Entré directamente hasta la cocina donde mi madre contaba, ayudada por uno de aquellos hombres, cada platico, cada tacita, cada jarro, cada cuchara. Miré sus canas y pensé que no había derecho a obligarla a realizar aquella labor…»

Y sigue la enumeración:

«Comencé, pues, a contar y dar el número exacto de mis vestidos, faldas, blusas, ajustadores, bloomers, medias, etc. Finalmente, y después de haber terminado con todo lo de la niña, hicimos lo mismo con las sábanas, toallas, fundas, almohadas, zapatos, carteras, collares, relojes, sortijas, en fin, con todos aquellos objetos que no constituyen un mueble o aparato, pues estos ya los habían inventariado desde el principio».

Julia Miranda resume:

«Aquel día sufrimos, de modo casi irreparable, la violación de nuestro hogar y las más desagradables horas de nuestra existencia».

El Estado se consumó como institución soberana del pillaje. En un fragmento documental insertado al inicio de la película Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, puede contemplarse cómo los funcionarios de emigración obligaban a los que abandonaban el país a dejar sortijas y relojes… Se suponía que esos pequeños objetos irían, también, al Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados.

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En Sejourné, Laurette and Tatiana Coll, La mujer cubana en el quehacer de la historia (Mexico: Siglo Veintiuno, 1980):

Esto lo hacíamos con inventarios, tan pronto ellos decían que se iban, se iba a hacer el inventario, y cuando se iban había que volver a la casa para ver si todo lo que se había inventariado estaba allí, eso era en el momento de la salida, que a veces era  a las dos, a las tres de la mañana. Entonces uno salía a checar el inventario y si faltaban cosas no se podían ir. Ya al irse la familia, había que sellar la casa hasta que la reforma urbana se la entregara a otra familia. Estas casas selladas había que vigilarlas mucho, pues todos sabían que tenían millones de cosas y se corría el riesgo de robo. (Carmen Pola, p. 211)

En el mismo libro aparece la transcripción de un discurso de Fidel Castro. «Fidel Castro expone por televisión la situación económica de Cuba, 17 de septiembre de 1959 (publicado en Escritos y discursos, Buenos Aires, Editorial Palestra, 1960, pp.324-325)»:

Hay una cosa muy importante en todo esto y es que el pueblo entendió inmediatamente la medida. El pueblo mismo era el que, sabiendo que un hombre o una familia o un negociante había abandonado el país, ponía vigilancia en aquella casa hasta que llegara «Recuperación». «Recuperación» hacía el inventario, eso se entregaba al estado, el estado entraba en posesión de aquellos bienes y creo que a nadie se le ocurría llevarse nada, que nosotros sepamos, eso no sucedió. Pero el hecho es que la medida respondía a una ansiedad del pueblo, porque realmente era un bofetón en la cara: el hambre que había estado pasando el país y ver la ostentación, el lujo, el despilfarro con que vivían. Además se tenía la convicción íntima de que el 90% de los casos eran cosas malhabidas; era el contrabando perfectamente organizado, era el negocio sucio.

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La participación era, no sólo al vigilar aquello, es decir, el pueblo vigilando la casa del que se había ido y del que había salido corriendo, sino la participación de los compañeros revolucionarios en un trabajo paciente de análisis, de búsqueda, hasta llegar a formar un instrumento legal donde se registraban los bienes y propiedades de la gente que se iba y que eran los que hicieron pasar al país a través de todo (…).  (p. 45)

Una amiga que se fue del país con su familia en 1967, me cuenta que tuvieron que permanecer en Cuba por unos cuantos años luego de que solicitaran la salida del país (durante los cuales sus padre fue enviado a un campamento de apátridas por un tiempo). Todo ese tiempo tuvieron que cuidar con mucho esmero cada una de las propiedades que les habían sido inventariadas, incluso las sábanas y manteles de uso diario, para poderse ir cuando les fuera concedido el permiso. Estas piezas se gastaron y se llenaron de agujeros, que su madre se apuraba a zurcir. Niños y adultos sabían al dedillo que no debía faltar ni una cucharita de postre cuando las cederistas encargadas de contabilizar sus pertenencias se presentaran en su casa.