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Lavatín del Vedado
Lavatín del Vedado

Lavatín del Vedado. 1980. Imagen tomada del libro de Margaret Randall.

En la década de los años ochenta, el gobierno cubano abrió en diferentes barrios de La Habana lavanderías de autoservicio. Uno de estos establecimientos, que recibieron el nombre de Lavatín, se encontraba muy cerca de casa de mi abuela, en la avenida 23 entre 2 y 4, en El Vedado.

Mi abuela, que no tenía lavadora en casa desde que la que había comprado antes de 1959 dejara de funcionar, y que, siendo ama de casa, nunca tuvo la posibilidad de comprar una lavadora semiautomática soviética a través del centro de trabajo (vía Plan CTC), iba con regularidad al Lavatín. La acompañé algunas veces hasta la esquina de la avenida 23 y la calle C, donde tomaba un taxi que, por 80 centavos, la dejaba, cinco cuadras después, en su destino.

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En Penúltimos Días: Lavatín, autoservicio, texto de Emilio García Montiel inspirado en la canción Sube espuma de Juana Bacallao:

 Tal vez el momento más simpático de esta versión de “Sube espuma” no le corresponda precisamente a Juana Bacallao —menos excéntrica aquí que lo habitual—, sino al brevísimo coro con que la Ritmo Oriental introduce la pieza. La composición de Obdulio Morales, también cantada por Xiomara Alfaro, Armando Orefiche y Ninón Sevilla, resulta, de ello, temporalmente contextualizada —ocurrencia, a no dudar, de la propia Juana— a partir de lo que, probablemente, debió constituir la “novedad” de turno dentro de las exiguas disponibilidades tecnológicas en servicios y bienes de consumo de la Cuba revolucionaria: el autoservicio de lavandería o Lavatín.

En la música bailable posterior a 1970, el tema de estas novedades industriales —o mejor, su tardía aparición o reaparición en la isla, así como su relativa posibilidad de adquisición o uso— provocó estribillos, ciertamente más recordados que memorables, dedicados a la olla de presión (“cómo hace la olla cuando pita: pi, pi; cuando explota: po, po”), a la televisión en colores (“televisión a colores, qué bien se ve”), y a los ómnibus japoneses Hino (“la Hino es una guagua nueva”).

De considerar el tema en lo que bien podría ser su opuesto —la inventiva doméstica ante la consuetudinaria carencia de bienes necesarios— habría que añadir composiciones como “dime dónde quieres que te ponga la barbacoa”, de Los Van Van (muy lejos, sin dudas, de aquel despreocupado “Cemento, ladrillo y arena”, de José Antonio Méndez); “El palito de la alcancía”, de El Guayabero (tanto por la alcancía como por el palito, que llegarían a alcanzar la categoría de “innovaciones”); o “El mechón”, de La Monumental, símbolo más de apagón que de luz. Todo ello, obviamente, en contraste con las utopías de bienestar social y personal aludidas no sólo en piezas al uso como “La nueva escuela”, de Silvio Rodríguez, sino, igualmente, en la muy bailada “Me voy pa’ La Habana”, de Sergio Rivero e interpretada por Los Latinos, quizás una de las que mejor sintetiza —desde el irresoluble tema de La Habana y sus inmigrantes— lo que la maquinaria “moderna” gubernamental llegaría a convertir en la mayor —y acaso única— aspiración de muchas familias cubanas de la época: poseer un “… apartamento en el reparto Alamar, con frío y televisor…”. . . .

Ver texto completo en Penúltimos Días.