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Pasaporte oficial
Pasaporte oficial

Pasaporte oficial. 1980s. Regalo de Sergio Valdés Rodríguez. Colección Cuba Material.

Una amiga me envía por correo electrónico este texto que el blog El balsero suicida atribuye a Leonardo Padura. El blog Caracol de agua, en cambio, lo atribuye a Wilma Suárez Bárcena, una médico de la familia:

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1979 o 1980 ya tenemos más de 50 años. En más de treinta años de trabajo hemos pasado por dos rectificaciones de errores, un perfeccionamiento empresarial y ahora por el reordenamiento laboral.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos a trabajar en 1980, aun compartimos la vivienda con nuestros padres, incluso con nuestros hermanos y sus hijos, o con mucha suerte tenemos un apartamento que compartimos con nuestros hijos y sus esposas y los hijos de nuestros hijos.

Las cubanas y los cubanos que nos convertimos en trabajadores en 1980, somos ahora destacados científicos, prestigiosos profesores, experimentados obreros, condecorados militares, campeones olímpicos, artistas de fama mundial, veteranos de guerras a miles de kilómetros de nuestras costas, pero no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra. Con esa carencia, nuestro papel ha estado bien claro: trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos la vida laboral en 1980, crecimos y envejecimos, guiados por la misma generación, una generación que enfrentó responsabilidades y retos que van más allá de nuestra imaginación con menos edad que la que ahora tenemos nosotros, y que aprendió y ganó experiencia ensayando en nuestro pellejo por el método de prueba y error.
En 1980, había pasado Playa Girón, la Lucha contra Bandidos, la Ofensiva Revolucionaria, la Zafra de los Diez Millones, la ayuda a los movimientos guerrilleros en América Latina y la Guerra de Viet Nam.

Las cubanas y los cubanos que en 1980 nos estrenábamos como trabajadores, nos habíamos espantado con la explosión de La Coubre, habíamos cantado “Pionero soy” y el himno de la URSS, en ruso, en el patio de la escuela. Habíamos llenado bolsitas de tierra en el Cordón de La Habana, protestado frente a la embajada de Suiza por el secuestro de los 11 pescadores, cortado caña en las frías llanuras de Camagüey y tratado de convertir, más de una vez, el revés en victoria. Pero éramos demasiado jóvenes, nos tocaba trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes. Nosotros, no habíamos desembarcado en el Granma ni estuvimos en La Sierra Maestra.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, alguna vez fuimos niños que comimos fritas en el puesto de Pancho, tomamos batidos en el quiosquito de Manolín o llevamos a arreglar nuestros “colegiales” al viejo remendón de la esquina, con sus espejuelos sujetos con un cordón de zapatos, su busto de Martí en la repisa y su buen trato y mejor servicio. Fuimos alguna vez, niños que llamamos señorita a la maestra, señor al vecino de enfrente y señora a la mamá de nuestro mejor amiguito, pero ello no nos contaminó con las pestilentes miasmas imperialistas, ni nos salieron pústulas en la piel.

Las cubanas y los cubanos que integramos las plantillas en 1980, cantamos “Somos comunistas palante y palante” contagiados con la euforia de los mayores. Asistimos a la inauguración de Coppelia, vimos el Salón de Mayo en La Rampa, escuchamos por primera vez al Grupo de experimentación sonora del ICAIC, no entendimos nada de la Primavera de Praga, y nos grabamos con letras de fuego Hasta la victoria siempre. Aunque, no habíamos desembarcado en el Granma ni estado en La Sierra.

Las cubanas y los cubanos que empezamos a trabajar en el 80, teníamos 30 años cuando Carlos Varela proponía probar habilidad con la ballesta y estuvimos de acuerdo, pero una edición dominical de Juventud Rebelde nos recordó que “los niños hablan cuando la gallina mea”. Se nos olvidaba que no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra, lo que teníamos que hacer era trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Cuando al campo socialista europeo le sucedió lo único que le podía suceder al campo socialista europeo, las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 teníamos más de 30 años y estábamos listos para reaccionar, y sabíamos que la única salida no era la “opción cero” pero no estábamos políticamente maduros, nos faltaba la experiencia del Granma y de La Sierra. Nuestra misión seguía siendo trabajar duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 ya tenemos 50 años y más de 50 también, y hemos vivido lo suficiente para ver al administrador estatal del “quiosquito” que fue de Manolín, hacerse indecentemente rico, como nunca hubiera podido ser Manolín. Hemos visto llenarse los campos de marabú mientras los noticieros nos enseñan postales idílicas de la abundancia. Hemos obtenido una amplia cultura de las desgracias del universo, sin podernos enterar de lo que pasa en nuestro propio municipio. Hemos visto a Hanoi levantarse de las cenizas de la guerra mientras La Habana se cae a pedazos sin necesidad de un bombardeo masivo. Hemos visto como se convierte el guajiro en una especie en peligro de extinción como las vacas o la caña de azúcar, y como el cine convierte a nuestro padre en el personaje ridículo del filme, con su vieja boina verde olivo y sus consignas machaconas en el raído pullóver.

Los nietos de las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, tienen ahora maestros que escriben Habana sin “H” y campiña con “n” y que declaran sin pudor no saber donde nació Antonio Maceo, porque eso no es materia de su grado.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, hemos visto proliferar pícaros y farsantes de toda laya en todos los niveles y hacer de la consigna un método y de la apariencia un culto: “Tenemos la mayor micropresa del mundo”. Por eso las cubanas y los cubanos que tenemos 50 años, recibimos regaños en la televisión a través de un anónimo calvito que nos sermonea con fondo musical de La Guantanamera. Cargamos con el Sambenito de las malas decisiones, los caprichos y la megalomanía, y la prensa nos pide ser austeros, comprensivos y desde luego, seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

A las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, nos toca desde luego, rescatar los albañiles perdidos, los maestros perdidos, la eficiencia perdida, el quiosquito perdido, incluso el respeto al prójimo también perdido cuando la palabra “compañero” igualó al trabajador y al vago, al adulto y al niño, al genio y al bruto, y sembró en la mente de mucha gente la cómoda fórmula de que todos merecemos lo mismo y no que todos tenemos iguales oportunidades. Y otra vez se nos recuerda que nos toca seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y confiar en la Revolución y en sus dirigentes, porque nosotros no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980, ahora somos viejos pero somos de “mala raza” porque no hemos sabido asimilar las enseñanzas recibidas, hemos engavetado los buenos consejos y no hemos dado un solo líder, además de la propensión que tenemos todos a la corrupción y al delito. El país necesita de “los jóvenes menores de 40”, se requiere, al menos en teoría, de la sangre fresca, pero a nuestra generación, con sesenta años y un poco más y con unos cuantos años de trabajo todavía por delante, nos tocará seguir trabajando duro, demostrar lo aprendido y agradecer a la Revolución y a sus dirigentes.

Las cubanas y los cubanos que comenzamos nuestra vida laboral en 1980 somos ahora niños viejos, que necesitan una vez más ser regañados y aleccionados por las mismas personas que desde hace más de medio siglo nos regañan y aleccionan, porque hay que tener en cuenta que nosotros no desembarcamos en el Granma ni estuvimos en La Sierra Maestra.

Nota: Otra amiga me envía el texto en Abril de 2014 y me dice que lo escribió Leonardo Padura. Vuelvo a buscar en internet y ya nadie menciona a la doctora. El Balsero Suicida alguna vez lo atribuyó a Enrique Pineda Barnet.