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Vasija de cerámica
Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

De la presencia aborigen en el archipiélago cubano los cubanos modernos heredamos, además de otros objetos, vocablos y prácticas, algo de alfarería. Durante los años sesenta, setenta y ochenta, el gobierno de la isla promovió la producción y comercialización (para consumo interno y para exportación) de objetos decorativos inspirados en dicha tradición que dieron visibilidad a su discurso nacionalista (y latinoamericanista) de legitimación.

La vasija de abajo la compró mi mamá en un taller de cerámica en el que fuera aristocrático barrio de Siboney, anteriormente Biltmore. El nuevo gobierno no solo habría rebautizado el vecindario con un topónimo de raíz indígena (los siboneyes eran una de las tribus que, se cree, los colonizadores españoles encontraron en Cuba a su llegada), también se habría encargado de proletarianizarlo (hasta cierto punto), convirtiendo algunas de las antiguas mansiones palaciegas en centros de trabajo, entre ellos un taller de alfarería.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

Con la colonización española, la cerámica indígena sería desplazada por la peninsular, mucho más elaborada. Según José Luis Vega («¿Alfarería autóctona?», en Opus (1998):56), esta última cedería, para mediados del siglo xvii, a la influencia de la cerámica mexicana, que un siglo después sucumbiría ante la popularidad de la cerámica inglesa.

Tamborcito artesanal
Tamborcito artesanal

Tamborcito artesanal. 1970s. Colección Cuba Material.

Mucho jugamos con este tambor mi hermana y yo, de pequeñas. No era un juguete. Mi papá lo compró en algún viaje que hizo al interior, por trabajo. Eran los años setentas había poco que comprar, mucho menos juguetes. Tenía una correa trenzada con tiras de cuero blancas y negras, que hace tiempo perdió.

Adorno de pared artesanal
negrito

Figura artesanal. Hecha en Cuba. Colección Cuba Material.

La figurita, hecha con alambre e hilo, se vendió a un precio de cinco pesos en las tiendas cubanas. Tiene, en la base, un cuño que certifica su fabricación nacional y, escrito con lápiz, el precio de venta. Costaba mucho más que la entrada del cine, que toda la literatura que se vendía por entonces, y que las blusas y camisas que se ofertaban en el mercado racionado. La encontré en un closet de mi casa. No recuerdo haberla visto nunca como adorno.

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En Zumbado, Héctor. 1988. Kitsch, Kitsch, ¡Bang, Bang! Havana, Cuba: Letras Cubanas (gracias a Enrique del Risco por la fotocopia):

Esos ejemplos que pone Slavov de la producción búlgara nos recuerdan demasiado a la producción cubana con sus temibles animalejos de yeso, las detestables jaretas, vasijas y cazuelas de barro y cerámica, los horribles diablillos y otras obscenidades «folclóricas» que no solamente agreden a los consumidores nativos, sino que también se venden en las tiendas INTUR a turistas extranjeros como exponentes de nuestra artesanía y nuestras cultura; y nos recuerdan también nuestras espantosas flores artificiales y otros adefesios, ¡contra los cuales en Cuba ni siquiera existe una campaña nacional! (p. 32)

Nota: Una figura muy parecida al indígena de yeso puede verse en una foto de Abigail García de la serie Realidades, realizada en 1985 en Caibarién y Remedios.

Adorno de pared artesanal

Adorno de pared artesanal. 1960s-1970s. Colección Cuba Material.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

Tamborcito artesanal

Tamborcito artesanal. 1970s. Colección Cuba Material.

Vasija de cerámica
Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

En Hecho a mano en Trinidad de Cuba, libro de Cristina González Béquer (E&A Editions 2013):

En el año 1959, cuando la Comisión Nacional de Turismo se convirtió en el INIT (Instituto Nacional de la Industria Turística) algunos especialistas fueron a conocer y a valorar la obra de los artesanos trinitarios. Una exposición, que debe haber tenido lugar a finales de ese año o a inicios del 60, recogió los resultados de la pesquisa y del trabajo directo con los artesanos para conseguir piezas de gran calidad. Por ese tiempo, dos arquitectos, Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet, ambientaron las cabañas del Motel Las Cuevas utilizando piezas de artesanía local. Las bases de las lámparas se hicieron en Los Hornos de Cal y fueron modeladas siguiendo los patrones que, unos años antes, habían aprendido los alfareros trinitarios de Amelia Peláez. Las pantallas fueron tejidas de carey, lo mismo que las empleitas con las que crearon vistosas esteras. Más tarde, por obra y gracia de esos pesquisajes, se mezclaron y se estandarizaron las manualidades en todo el país y se formó una mezcolanza de artesanías que impediría, por largo tiempo, reconocer las tradiciones locales.

A mediados de la década de los años setenta, Córdoba y María Victoria regresaron a Trinidad para realizar la ambientación del hotel que se construía entonces en la playa de María Aguilar y que se llamó Costa Sur (…). Lorenzo Urbistondo y Aurora Mesa, que fueron los diseñadores designados para esa tarea, (…) recorrieron casas y patios trinitarios, visitaron el taller de alfarería de los Santander y conocieron a mucha gente anónima —que seguía trabajando en pequeña escala— con el propósito de utilizar sus obras en los espacios del hotel. Por ejemplo, los pañuelos de malla de Enriqueta Medina, hermana de Merceditas, iban a ser enmarcados para presidir los dormitorios. Llegaron a realizar el diseño para estampar un tejido, cuyo dibujo imitaba las ensaladillas que habían encontrado en las camas trinitarias. Con ese tejido proyectaron la elaboración de las sobrecamas del hotel.

La premura por inaugurar el hotel hizo que estos proyectos decorativos nunca llegaran a realizarse. Las sobrecamas definitivas fueron de chenille, como las de todos los hoteles cubanos de esa época. (pp. 71-74)

Cinturón de cuero, hecho por Carlos Téllez
Cinturón de cuero, hecho por Carlos Téllez

Cinturón de cuero, hecho por Carlos Téllez en los tempranos noventas. Regalo de Eida del Risco. Colección Cuba Material.

En los años ochenta, los mejores zapatos y cinturones que se podían adquirir en Cuba los hacían los artesanos. Como a estos últimos el gobierno no les permitía tener un punto de venta, tienda o boutique –a diferencia de quienes producían ropa y accesorios de vestir en otros países de Europa del Este–, estaban obligados a vendérselos al Fondo de Bienes Culturales, institución estatal que a su vez les vendía a estos la materia prima. Sin embargo, de manera clandestina y a precios más elevados, los artesanos cubanos también satisfacían desde su domicilio los pedidos de una clientela que no dejaba de rendirles pleitesía y favores.

Cuando se fue del país en los tempranos noventas, entre las pocas cosas que mi amiga Eida se llevó consigo estaba un cinturón de cuero que le había comprado poco tiempo antes (quizás en 1993) a Carlos Téllez, uno de los artesanos más famosos de La Habana de entonces. Carlos vivía en la calle D, frente al parque Mariana Grajales, en el Vedado, a un costado del preuniversitaro Saúl Delgado. Cuando conocí a Eida, poco más de 10 años después, aún conservaba el cinturón, no por nostalgia, me dijo, sino por lo que a falta de una definición mejor llamó recuerdo.

Yo estudié en el Saúl y visitaba el taller de Carlos Téllez desde finales de los años ochenta. Allí compré sandalias «romanas» y sandalias «de tiritas» –como les decíamos a las diferentes versiones de guaraches que por entonces se hacían (Carlos solía bromear conque él hacía «guaraches», no «guarachas», y que si alguien quería de las segundas debía ir a ver a Pedro Luis Ferrer, el trovador)–. También le encargué algún que otro modelo copiado de revistas extranjeras que caían en mis manos.

El taller de Carlos Téllez estaba en la azotea de una vieja casona del Vedado donde vivían varias familias. Carlos ocupaba la parte de atrás, sin vista a la calle, y a su casa se llegaba por la antigua entrada de automóviles. La pequeña puerta de entrada, a un costado de la que fuera una mansión, debe haber sido la que daba a la servidumbre acceso a la cocina de la casa. Una sala y una cocina pequeñitas ocupaban el primer piso, decorado al estilo modernista. Desde la sala, una escalera de madera conducía a un segundo piso, donde cabía apenas una sola habitación que servía de cuarto. Estaba aclimatada con aire acondicionado, un BK-2500 de fabricación soviética, y tenía el piso tapizado con una alfombra que, creo recordar, era de color rojo. En una esquina había un tocadiscos y un montón de discos de acetato estaban ordenados sobre el suelo. Una escalera menos sofisticada, de hierro, subía hacia la azotea. Allí, bajo un techo de zinc y rodeados por una cerca pirle (sustantivo genérico que los cubanos adaptamos de la marca Peerlees), Carlos hacía todo tipo de zapatos, cinturones y carteras, asistido por al menos un par de ayudantes, todas mujeres jóvenes y bellas.

Desde el 2009 he viajado a Cuba al menos una vez al año para pasar unos días con mis abuelos y mi mamá. La casa de los primeros, en la calle C del Vedado, queda a apenas dos cuadras de la de Carlos Téllez. En el 2013 fui a visitarlo para saber de él y, de paso, entrevistarlo para mi tesis doctoral, que trataba sobre la moda y la política en la Cuba de la Guerra Fría. Una vecina me dijo que hacía un año ya no vivía allí. Vendió la propiedad y se mudó a provincias, donde creía que había comprado una finca.

negrito

Figura artesanal. Hecha en Cuba. Colección Cuba Material.

Néstor Díaz de Villegas, en Diario de Cuba:

Estética batistiana

Desde el Palacio de Bellas Artes hasta Tropicana; desde el amarillo caqui hasta la fuente de soda; desde cafetería Miami hasta la embajada americana de Harrison & Abramovitz; desde Rita Longa hasta Mateo Torriente; desde el self serve Wakamba hasta el Havana Hilton, la estética batistiana es la estética de lo cubano moderno.

La música que todavía explotamos, es música batistiana. La Habana histérica y libertina deTres Tristes Tigres, es La Habana batistiana. Todo Kcho, y el Tomás Sánchez de los manglares, son batistianos. El mobiliario del Comité Central es batistiano. El yute, la artesanía de semillas, las cabañitas, el mimbre, los bohíos y el Kawama pertenecen al Modern Karabalí (batistiano). El Plan Maestro de La Habana y el Martí de la Raspadura son batistianos. De la estética batistiana hemos vivido vicariamente: la Revolución le sacó el quilo. La estética batistiana continúa siendo fuente inagotable de admiración general y de cohesión nacional.

Como resumen y exaltación de las tendencias del batistato y de sus potencialidades, y desde la perspectiva de una sociedad avanzada, incapaz de crear otros valores que no fuesen espectaculares, Fidel Castro es el Homo Batistianus. Es decir: el hombre nacido de las condiciones objetivas del espectáculo batistiano, y la más alta creación artística de su época. Fidel Castro encarna la libertad batistiana in extremis, y su poder de seducción emana de la intensa fruición estética que trajo al mundo la Cuba batistiana.