Grabación realizada el día del estreno de la obra, en el teatro Mella, en el Vedado, durante la primera edición del festival del humor Aquelarre, en 1993. Sobre el texto, dice Enrisco quince años después:

En 1993, cuando se iba a inaugurar el primer festival de humor Aquelarre los organizadores me pidieron que le preparara un homenaje a Zumbado. En lugar del collage de los chistes del maestro que era más o menos lo que se esperaba opté por ser fiel a su espíritu, un espíritu inquieto, jodedor e irremediablemente rebencúo. Y eso fue lo que hice: convertirlo en espíritu, en un San Zumbado al que hacía responsable de los horrores del Período Especial. El texto, por supuesto, iba más allá de mencionar aquellas escandalosas miserias. Más bien era un ataque a la nostalgia de los que concebían la década de los 80 como una especie de paraíso, algo que a Zumbado le hubiera parecido una aberración. Y les recordaba a todos (como nunca dejó de hacerlo Zumbado) que Aquello nunca había conseguido organizar un presente más o menos placentero, que la Revolución nunca había cumplido 15.
Como se trataba de un homenaje a nadie se le ocurrió revisar el texto y con menos de 24 horas para prepararlo el actor Osvaldo Doimeadios llevó a las tablas del teatro Mella una interpretación espléndida. Al terminar Zumbado subió al escenario risueño como siempre y tarareando el tema de «Casablanca». No estoy muy seguro si entendió lo que estaba pasando, si su maltratado cerebro había captado toda la ironía del asunto. Lo cierto es que de inmediato el monólogo se convirtió en parte de la rutina que varios actores repetirían durante años por todo el país sin que se atrevieran a censurarlos. En ese texto yo no había inventado nada nuevo. Apenas sintonicé el espíritu de Zumbado con la nueva época en la que habíamos entrado. Por eso me complació tanto que sin poder escribir una línea, el nombre y los hallazgos de Zumbado se mantuvieran vigentes durante la feroz década del 90 cada vez que algún actor empezara invocándolo con aquél «Oh, San Zumbado, santo patrón de los usuarios, tenaz castigador de administraiciones y/o catástrofes, escudo de los traspapelados en las envolventes aguas de la burocracia ¡auxílianos en esta hora difícil!». Era un medio de devolverle en parte lo mucho que nos había dado. Su cuerpo no sé por dónde andará. Su espíritu no es difícil de invocar cada vez que un cubano intente entender su realidad (no sé por qué pero así es como insistimos en llamar a una pesadilla de medio siglo: «realidad») con humor y (valga la redundancia) inteligencia.
Enrique Del Risco
NY 2008