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Souvenir con la Puerta de Brandeburgo. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

No sé cómo llegó a Cuba este souvenir plástico de los tiempos de la Guerra Fría, del tamaño de un cenicero de mesa, con una reproducción a relieve de la Puerta de Brandeburgo. En ella ondea una bandera soviética, que se alza por encima de la clásica cuadriga, tal y como se le vio ondear el día de la capitulación del ejército nazi, el 8 de mayo de 1945.

Medalla por el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR)
Medalla por el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR)

Medalla por el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Colección Cuba Material.

En Generación Y: En venta las medallas:

Grados militares, estrellitas, distinciones de mayor o menor importancia: condecoraciones que remiten a glorias pasadas. Junto a los libros que se venden en la Plaza Vieja -y las postales turísticas con el rostro del Che- tenemos el mayor mercado de medallas de todo el país. Si en Alemania oriental cayó el muro y después el comercio de las insignias ganó la calle, aquí éste ha surgido frente a los ojos de quienes prendieron esas calaminas sobre las solapas. Muchos trabajadores de vanguardia, soldados mutilados y federadas combativas que recibieron tales honores prefieren hoy intercambiarlos por pesos convertibles. Mercadean en moneda fuerte el objeto que los distinguía como modelos sociales a imitar.

Sobre un tapete rojo, carente ya de cualquier sobriedad, se exhiben los emblemas de una nación sofocada entre diplomas y distintivos. La herencia soviética nos dejó esta larguísima fila de órdenes, distinciones, ramas de olivo, laureles de blando metal, certificados de destacado, hoces y martillos pintados en rojo y escudos de la república impresos sobre zinc. Una parafernalia del reconocimiento que calcó el kitsch y la desmesura llegados desde el Kremlin. En aquellos años nadie quería quedarse sin su condecoración, pues esas distinciones se trocaban por prebendas o privilegios. En las asambleas donde se entregaba un refrigerador o una lavadora, los aspirantes al electrodoméstico iban con su ristra de galardones colgada en la camisa. La reunión se convertía así en un ring de méritos, en un carnaval de hazañas exageradas. Pero eso fue hace mucho tiempo…

A estas alturas de tan escéptico 2012, la estética de aquellas insignias nos provoca una mezcla de curiosidad y extrañeza. Algunos vagabundos de la Habana Vieja se las colocan sobre el pecho para que los sonrientes turistas les regalen unas monedas.  También, escondidas en el fondo de innumerables gavetas, yacen muchas de aquellas reliquias por la indiferencia o la decepción de su beneficiario. Otras -sencillamente- tienen un precio. Se venden en el mercado de antigüedades junto a muestras numismáticas del siglo XIX o cámaras Leica octogenarias. Los compradores sopesan las medallas, le regatean al vendedor, para al final descartar o llevarse el frío metal que contiene tanto pompa como fracaso; esplendor y caída.

Menú de la cena ofrecida al gobernador provisional de Cuba Charles E. Magoon. 1907

Menú de la cena ofrecida al gobernador provisional de Cuba Charles E. Magoon. 1907

El 20 de mayo de 1902, los cubanos celebraron la fundación de la República de Cuba. Cuatro años más tarde, el 29 de septiembre de 1906, Tomás Estrada Palma, su primer presidente, solicitaba ayuda militar a los Estados Unidos, dando lugar a una segunda intervención norteamericana que se extendió hasta 1909. Durante la misma, gobernaron la isla, primero, William H. Taft y, a partir del 13 de octubre de 1906, Charles E. Magoon (quien anteriormente había administrado el Canal de Panamá). El 13 abril de 1907, el periódico The New York Herald celebró, en Miramar, una fiesta en su honor, cuyo souvenir se muestra en la imagen.