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Plegable promocional de la Concentración Campesina. 26 de julio de 1959. Donación de Gerardo Fernández Fe. Colección Cuba Material.
Plegable promocional de la Concentración Campesina
Plegable promocional de la Concentración Campesina (páginas interiores). 26 de julio de 1959. Donación de Gerardo Fernández Fe. Colección Cuba Material.

El 26 de julio de 1959, el gobierno cubano reunió en la Plaza Cívica de La Habana cerca de medio millón de campesinos. Habían sido trasladados a la capital por iniciativa del M-26-7, para asistir a la primera celebración oficial del fallido ataque a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, liderado por Fidel Castro en 1953.

El evento, donde el discurso revolucionario se alió con el agrario-nacionalista, fue preparado desde meses antes por la Comisión Organizadora Pro-Concentración Campesina en la colaboración con cientos de habaneros, que donaron dinero y una serie de artículos, entre ellos sombreros de yarey, para su uso o distribución entre los campesinos asistentes al acto. Entre los artículos recogidos se encontraba el sombrero de yarey, además de comunicar el origen rural del pueblo reunido para celebrar «el primer aniversario del Asalto al Moncada que se celebr[aba] en libertad», como describió el acto de masas uno de los plegables promocionales del evento, sirvió de logo a la campaña mediática lo acompañó, dirigida a la clase media habanera que alojó en sus casas a los «hermanos» del campo o cooperó de muchas otras maneras con la celebración.

Según el crítico literario Ambrosio Fornet,

“La Habana se llenó de sombreros de yarey y escarapelas con la visita de miles de campesinos que descubrían asombrados los bombillos y el teléfono” (2009: 354).

También la historiadora Lillian Guerra cuenta que la compañía Cubana de Aviación

“took out a large ad featuring a joyful peasant wearing his yarey  hat and linen guayabera, hands thrown up in the air: ‘Brother peasants,’ the ad announced, ‘Habana is yours; feel that the home of habaneros where you are staying are your own homes. . . . At this moment in Cuba, there is no one more important than you.’” (2012: 71).

Sobre la Concentración Campesina y la contribución de los habaneros, Lillian Guerra refiere en «Una buena foto es la mejor defensa de la Revolución.’ Imagen, Producción de Imagen y la Imaginación Revolucionaria de 1959», texto publicado en la revista Encuentro:

Traer medio millón de campesinos a La Habana requería un estimado de cinco millones de dólares en transporte, alojamiento y comida para los visitantes, muchos de los cuales no habían viajado nunca fuera de su provincia de origen, por no mencionar que no habían visitado nunca la capital. En algunos casos, los campesinos que iban a La Habana nunca habían salido de sus pequeños pueblos rurales. Al igual que la Reforma Agraria, el éxito de la visita de los guajiros a La Habana dependió, en primera instancia, de la generosidad financiera, del trabajo voluntario, y del apoyo organizativo de la clase media habanera. Igualmente significativa fue la organizada clase obrera habanera que voluntariamente donó en la fábrica su tiempo y, en algunos casos, su salario. Al final, el Gobierno nacional contribuyó, si es que lo hizo, con muy pocos fondos. . . .

Las familias pudientes abrieron sus puertas a cerca de 150.000 visitantes campesinos que no habían conocido antes. La Confederación de Trabajadores de Cuba, el sindicato más grande de Cuba, alentó a los trabajadores a donar un día de salario para la Reforma Agraria y a ofrecer alojamiento a los guajiros. Los estudiantes de la Universidad de La Habana, el personal del Ministerio de Hacienda, clubes de Rotarios y revistas como Carteles, prometieron proveer a 250.000 campesinos adicionales de un lugar donde quedarse en campamentos improvisados sólo para el evento. Los panaderos planearon hacer nueve millones de barras de pan para los desayunos y meriendas de los campesinos. Las compañías de gas acordaron donar combustible para su transportación y los ferrocarriles privados donaron 250.000 billetes gratis para hacer posibles los viajes desde las regiones más apartadas de Cuba.

Igualmente significativa fue la proporción en que los organizadores y los contentos residentes habaneros aseguraron que el espectáculo de la invasión guajira a La Habana fuera un éxito, tanto a nivel simbólico como personal. De esta forma, los trabajadores de la industria textil se ofrecieron para confeccionar, a un precio muy reducido, cientos de miles de guayaberas, las camisas tradicionales, supuestamente, usadas en el campo. Ostensiblemente, los residentes de La Habana esperaban que sus huéspedes campesinos «lucieran» como campesinos vistiendo guayaberas y el peculiar sombrero de yarey de ala ancha. Irónicamente, los campesinos ya no usaban sombreros de este estilo ni poseían guayaberas: la mayoría no podían ni pagarlas. Sabiendo esto, los organizadores movilizaron fábricas y comerciantes para vender las camisas y los sombreros a los residentes habaneros de clase media y adinerados, los cuales se esperaba fueran entregados como regalos de bienvenidas a todos los guajiros que se encontraran en las calles o que alojaran en sus hogares.

Además, los hoteles de cuatro y cinco estrellas ofrecieron cientos de paquetes vacacionales en sus habitaciones y suites, pagadas completamente, para los campesinos de Oriente, considerados los más pobres, los más olvidados, y los realmente heroicos por sus contribuciones al éxito de la lucha guerrillera. Miembros del Miramar Yacht Club, posiblemente el club social más exclusivo del país, proveyeron alojamiento en sus lujosos cuartos de huéspedes a treinta campesinos. Al final, ni los dueños de grandes extensiones de tierras, que habían sido el blanco de la Reforma Agraria, pudieron resistir el involucrarse. De acuerdo con Revolución, un grupo de hacendados pagó por 300 habitaciones en los hoteles Inglaterra y Plaza, en el corazón de la ciudad, así como un estipendio de tres pesos por campesino —¡lo cual resultaba ser mucho más de lo que ellos mismos ganarían trabajando en sus fincas! (Pp. 14-15)

Llegaron aquellos campesinos desnutridos–gente de 30 años que parecía tener 60, uno no tenía nunca la manera de calcular la edad de aquellos hombres destruidos físicamente, marginados totalmente de la vida moderna, muchos de ellos, que no conocían la electricidad, no conocían el cine; naturalmente, en una isla como ésta no habían visto el mar nunca en su vida. Entonces, iban al malecón y se quedan horas contemplando el mar. La gente realmente se estremeció. Se sintió culpable. Muchísima gente se sintió tremendamente culpable por haber tenido todo lo que tenía, poco o mucho, frente a aquella otra realidad que se presentaba de repente. (p.103)

Otros testimonios sobre la Concentración Campesina:

Cuando comenzaron a llegar los campesinos a La Habana… es que uno puede recordar tantas emociones al mismo tiempo, uno se pregunta a veces ¿qué fue lo que más te impresionó? y no puede saberlo ¡eran tantas cosas! Aquel bullicio de los sombreros, todo el mundo con su sombrero, con su pañoleta… Todavía recuerdo la concentración de aquel año, con los machetes aquellos en las manos, «chas, chas» sonando por toda la ciudad. (Carmen Pola, p. 105)

Ver también Xiqués Cutiño, Delfín. 2019. “Sombreros de yarey cubrieron La Habana (+ fotos)  (+ video).” Granma July 26 http://www.granma.cu/cuba/2019-07-26/sombreros-de-yarey-cubrieron-la-habana-fotos-video.

Disco Villancicos cubanos. Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación de la República de Cuba. Carátula de Servando Cabrera Moreno. 1959. Colección Cuba Material.

Para las Navidades de 1959, la Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación de la República de Cuba realizó, a cargo de la disquera Puchito, segunda empresa discográfica independiente cubana, el disco Villancicos cubanos. Interpretado por el Coro de Madrigalistas de La Habana bajo la dirección de Manuel Ochoa, y con la participación de la soprano Carmelina Rosell, la mezzo-soprano Marta Pérez y el pianista Laurence Davis, pueden escucharse:

Cara A:

  1. Una nave mercantil (tema de 1791 musicalizado por Esteban Salas)
  2. Pues logra ya (tema de origen desconocido y música de Esteban Salas)
  3. Guíame a Belén (tema de 1949 musicalizado por Olga de Blanck, con texto de Julia Casanova y arreglo coral de Gisela Hernández)
  4. Villancico criollo (tema de 1953 con música de Edgardo Martín y texto de Dora Carvajal)
  5. Canción al niño Jesús (tema compuesto en 1959, con música de Harold Gramatges y texto de Gerardo Diego)
  6. Tríptico de villancicos cubanos: Navidad guajira; Al niño le gusta el son; Flor de Pascua bendita (música y textos de César Pérez Setenat)

Cara B:

  1. Son de Navidad (tema compuesto en 1949 por Gisela Hernández)
  2. Palmas reales (tema de 1948, compuesto por Gisela Hernández y escrito por Concha Méndez)
  3. Adios, belenista (tema de 1957 con música de Roberto Marín y texto de Dora Carvajal)
  4. Brazo de mi cruz (tema de 1957 con música de Carlos Borbolla y texto de Fifina del Castillo)
  5. He bajado los cerros (tema de 1957 con música de Carlo Borbolla y letra de Lía Gómez)
  6. Ofrenda de un guajiro (tema de 1956 con letra y música del Hermano Alfredo Gabriel)
  7. Guajiro canta (tema de 1957 con letra y música de Mercedes Pedroso Douglas)
  8. Mensaje de Navidad (tema de 1959 con letra y música de Carmelina Rosell)

Es un disco de diseño y músicas hermosos, y su último tema, «Mensaje de Navidad», interpretado por Carmelina Rosell acompañada por un coro masculino y piano, augura igualdad y felicidad para Cuba.

Disco Villancicos cubanos. Estudios Puchito. Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación de la República de Cuba. 1959. Colección Cuba Material.

El escritor, traductor y crítico literario Ernesto Hernández Busto dedicó su columna de opinión en el medio digital ADN Cuba a este disco:

El disco, que hoy se percibe inevitablemente como una rareza, es en realidad una perfecta ilustración de la poderosa cultura católica que había en Cuba hasta los años 60 del siglo pasado. La medular generación de la revista Orígenes, por ejemplo, resulta inseparable de esa profunda veta católica, hoy reducida a seminarios de escasa repercusión, jesuitismo de salón y cursillos de oratoria santurrona, que tienen en Eusebio Leal su producto más logrado.
La Revolución se propuso como «borrón y cuenta nueva», pero ese proceso de cambio espiritual estaba condenado a ser gradual: debía lidiar con una tradición de siglos. Aún así, se pudo borrar. Poca gente de mi generación –y ni hablemos de la que hoy tiene menos de 30 años– sabe, por poner un ejemplo, que la obra de Esteban Salas (1725-1803), nacido, por cierto, un 25 de diciembre y considerado uno de los primeros músicos criollos, no sólo abunda en villancicos –¡unos 52!– sino que ese gran compositor cubano hizo del género un puntal de la experimentación barroca, y el puente entre una liturgia en latín y la música no litúrgica en español.
Esa parte de su obra considerada no litúrgica incluye también cantadas y pastorelas, compuestas, en su mayoría, en Santiago de Cuba, donde, desde 1764 y hasta su muerte en 1803, Salas, «el clásico de la música cubana», como lo llama Carpentier, desplegó una intensa actividad musical que produjo más de 100 partituras.
Quien mire con cuidado la lista de compositores contemporáneos que aparece en el disco de 1959, se asomará también, quizás sin saberlo, a la estricta censura que sufrió la música religiosa en Cuba durante la década del 60. En esa época, el mundo de la música llamada «clásica» padeció las consecuencias del enfrentamiento entre José Ardévol, un catalán asentado en la isla y convertido al más dogmático credo revolucionario, y otra tendencia, más cosmopolita y rupturista representada por Julián Orbón y su discípulo Aurelio de la Vega. Pero lo que resulta obvio es que ni siquiera los músicos adscritos a la facción ultranacionalista de Ardévol, como Pérez Sentenat, se atrevieron a componer después de 1959 nada que tuviera que ver con la liturgia o con temas católicos. En la lista de sus obras se salta directamente del «Aguinaldo del negro cristiano», de 1952, a «Cuatro estampas para un pionero», de 1962.
En cuanto a Borbolla, prefirió concentrarse en el estudio de la tradición afrocubana. Tuvo, además, la mala suerte de ser incluido por Carpentier en el mismo capítulo (el doce) de La música en Cuba donde se elogiaba a Orbón. Luego que este último se exiliara, ese capítulo del libro fue eliminado de las reediciones cubanas de 1979 y 1989.
Que conste que no estamos hablando de músicos de segunda fila, sino de compositores centrales en la tradición contemporánea cubana. Sentenat fue uno de los fundadores, junto a Gonzalo Roig y Ernesto Lecuona, de la Orquesta Sinfónica de La Habana. En 1942 se unió a Amadeo Roldán para crear la Filarmónica de La Habana. En 1965 dirigió la parte musical del Consejo Nacional de Cultura y presidió la comisión que debía reformar la enseñanza de la música en la isla. Borbolla, por su parte, fue un investigador y pedagogo fundamental, sin el cual sería imposible entender, por ejemplo, a Leo Brouwer. Sus cinco Cuadernos de Rítmicas Cubanas, dedicados al análisis del sincopado, son un monumento musicológico, a la altura de los trabajos de Fernando Ortiz y Natalio Galán. Murió en 1990, a los 88 años, resentido y olvidado, como muestran algunas de sus cartas a Aurelio de la Vega. En una de ellas, fechada en 1972, le decía: «Desde luego, todos los seres que conocemos continúan viviendo a la sombra del árbol revolucionario: una frasecita aquí, otra allá; un tema guataca que dé fe de ser un adicto y, pare de contar».
De ese Borbolla, marginado después de la Revolución, Carpentier había llegado a decir: «Constituye el caso más extraordinario de la música cubana contemporánea. Todo es singular y digno de atención en este compositor, su formación, su trayectoria al margen de los itinerarios propuestos al artista criollo, su vida, sus actividades, su obra». Y sin embargo, nada suyo se grabó en Cuba hasta que -¡en el 2002!- el pianista Ulises Hernández produjo para el sello Bis Music, la primera grabación mundial de algunas de sus obras más notables.
La música religiosa fue, como hemos visto, una «víctima colateral» de las tensiones entre el gobierno cubano y la Iglesia, que llegaron a un punto irreconciliable en 1961. El año anterior había sido el de la intervención de las escuelas católicas por el estado, las tres cartas pastorales de advertencia y el último Congreso Eucarístico, al que acudieron casi un millón de personas. El incipiente gobierno de los barbudos no veía a la Iglesia con buenos ojos, pero tampoco se atrevía a vetar un culto tan popular. La solución fue ahogarlo en nacionalismo revolucionario.
En el 60 se celebraron las «segundas Navidades Libres», muy distintas a las anteriores. Con el título «Jesús del Bohío» se representó el Nacimiento en la marquesina de la estación de radio CMQ, en La Habana. El gigantesco mural mostraba un belén revolucionario al que llegan los tres primeros comandantes (Fidel, el Che y Almeida en el obligatorio rol de Baltazar) con sus respectivos dones: la Industrialización, la Reforma Agraria y la Alfabetización.
Al fondo, las montañas, y sobre el Nacimiento la figura de un Martí gigante y beatífico. El mural, cuyo estilo naif recuerda las primeras obras monumentales de Siqueiros, puede verse en el documental de Chris MarkerCuba sí! (1961), cuyos primeros minutos son una antología del mito de la Revolución como consagración navideña.
Cuba sí! comienza con escenas tomadas en una famosa tienda de juguetes, entrevistas a un grupo de niños que van desgranando deseos ante la cámara. Se nota el placer de los rebeldes convertidos en representantes de los tres nuevos Reyes. Fidel Castro había anunciado que se regalarían juguetes a todos los niños cubanos, y en varios grandes almacenes se formaron colas gigantescas. Y premonitorias. Los juguetes, por supuesto, no alcanzaron, pero esa frustración sólo puede verse en otras fotos, bastante menos conocidas.
Durante esos primeros años no faltaron pruebas de la “voluntad navideña” de la Revolución. Hasta se intentó sustituir a Santa Claus por la figura autóctona de un “guajiro” barbudo, Don Feliciano, vestido con guayabera y sombrero de yarey. La idea no fue bien acogida, a diferencia de los camiones militares, que el 24 de diciembre de 1960 recorrieron los barrios pobres entregando carne de puerco, frijoles negros, arroz, turrones y golosinas.
El mito de la Revolución navideña, sin embargo, entrañaba un peligro: al convertir a los barbudos en los nuevos Reyes Magos, el pueblo cubano asumía también una condición infantil. Dejaba de ser un ente político adulto para convertirse en el niño que pide deseos, confiado en que, de alguna u otra manera, los regalos llegarán. Los principales dones (Industrialización, Reforma Agraria, Alfabetización) se anunciaban como derechos postergados, pero se entregaban como dádivas, como juguetes. Ayudada por el mito, la política se desligaba de las instituciones y de la sociedad civil para convertirse en ritual de complacencia que consagraba al Nuevo Poder en la esfera de lo inapelable.
En abril de 1961 se produjo la invasión de Bahía de Cochinos. Con la derrota de los mercenarios, quedaron al pairo también las esperanzas de muchos católicos cubanos. En septiembre, después de una manifestación frente a la Iglesia de la Caridad, en la que se coreó el explícito lema «Cuba sí, Rusia no», Fidel Castro decidió expulsar de Cuba a 136 sacerdotes. Quedaron alrededor de 50 para atender a los atemorizados fieles.
Ese fue, también, el comienzo del fin de las Navidades cubanas, en el país que había sido uno de los primeros bastiones del catolicismo en América. En 1962 los alimentos navideños se vieron restringidos por la imposición de la libreta de racionamiento. Ya no se vendían arbolitos de Navidad en las tiendas, aunque se podían comprar a vendedores ambulantes. Todavía, por Reyes, quedaban algunos juguetes para quienes hacían largas colas. El racionamiento se agudizó en 1964, y entonces desaparecieron del mercado artículos que antes se podían permitir hasta los más pobres.
En 1968 se produjo la «Ofensiva Revolucionaria» con la eliminación de los pequeños comercios y los vendedores ambulantes, lo cual redujo aún más todas las celebraciones religiosas, que habían quedado confinadas a las iglesias. A partir de 1969, las Navidades estuvieron prohibidas durante casi tres décadas.
En 1997, regresaron como mismo se había marchado: por decreto (mudo) de Fidel. Poco antes de la visita del Papa Juan Pablo II a La Habana, sin explicación alguna, el gobierno volvió a declarar como día feriado el 25 de diciembre. La Navidad estaba de vuelta.
Pero muchas otras cosas, que la censura revolucionaria y su cruzada contra el catolicismo también se habían llevado, nunca regresaron. Cuba ya era otro país, otra cultura.
Uno de los temas del disco Villancicos cubanos es un poema de Gerardo Diego, «Canción al Niño Jesús», musicalizado por el católico Harold Gramatges. Sus estrofas finales dicen:
Si la palmera supiera
que sus palmas algún día…
Si la palmera supiera
por qué la Virgen María
la mira… Si ella tuviera…

Si la palmera pudiera…
… la palmera…

Cualquier católico puede entender esa angustia de la Virgen del poema, convertida en reticencia retórica del poeta: la palmera dará las palmas con que Jesús será recibido triunfalmente en Jerusalén, pero eso será poco antes de su Pasión y su Muerte en la Cruz. Y así como María, al mirar una palmera, presentía el dolor futuro de su Hijo, los católicos cubanos deben haber intuido en esas Navidades de 1959, rodeados de palmas, la destrucción que se avecinaba.

Silla diseñada por Gonzalo Córdoba

Silla diseñada por Gonzalo Córdoba

Silla diseñada por Gonzalo Córdoba.

En Cubarte: Diseñar, crear… creer:

Como dos figuras singulares, diferentes, aisladas, únicas, raras para algunos, se alzan Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet en el panorama de la cultura cubana de los últimos 20 años, dado su entusiasmo y pasión –al parecer inagotables pese a acercarse ya a las 8 décadas de vida—por desarrollar en nuestro país un diseño industrial acorde con los materiales locales existentes, las condiciones climáticas, la racionalidad económica, el sentido de lo bello y la expresión de códigos y valores de una isla en cuyo destino se entrecruzan culturas provenientes de diversas regiones del mundo.
Por esas y otras razones se decidió otorgarles . . . el Premio Nacional de Diseño en su primera edición, otorgado por la Oficina Nacional de Diseño por la obra de toda una vida, a quienes han laborado juntos ininterrumpidamente desde 1959 en diversas empresas cubanas, comenzando por aquel Taller de Diseño de Interiores y Muebles de la Comisión de Proyectos Turísticos, en la entonces Junta Central de Planificación, hasta la Empresa de Producciones Varias (EMPROVA). Resulta sorprendente conocer que ambos realizaron más de 6 mil diseños para ser producidos por empresas tales como la textilera Ariguanabo y el Combinado del Vidrio, y un sinnúmero de pequeños talleres en los que tenían como norma que todos los materiales debían ser nacionales: maderas, textiles, pieles, tejidos de fibras, mármol, metal, y cuando se trataba de diseñar el interior de espacios públicos u oficinas, incluir siempre obras de artistas cubanos de la plástica, consagrados o jóvenes talentos.

La cubanidad contemporánea de los ambientes fue orientación permanente en todos los proyectos que participaron ya fueran hoteles, hospitales, casas de gobierno, viviendas, restaurantes, casas de protocolo, pabellones para ferias y exposiciones, escuelas, círculos infantiles, lo que extendían hasta el vestuario de los trabajadores que debían tomar parte de estas actividades, según lo expresado por ambos cada vez que le preguntaban acerca de sus puntos de vista. En más de una ocasión arremetieron contra todo tipo de lujo (dado lo artificioso del concepto) apoyándose en aquella observación de José Martí sobre “el lujo venenoso es enemigo de la libertad, pudre el hombre liviano y abre la puerta al extranjero…” pues su máxima, la divisa insobornable que sustenta su trabajo fue siempre, y es, la defensa de nuestro diseño… y creer en lo nuestro y crear lo nuestro.

Durante las décadas de los 60 y 70, Gonzalo y María Victoria formaron parte de numerosos proyectos y exposiciones en los que parecía cobrar fuerza la idea de un diseño nuestro, local, “tercermundista”, apropiado a las circunstancias locales y que estableciera los vínculos necesarios con la escena artística internacional, con la cultura occidental a la cual pertenecemos. En esos años se debatía intensamente acerca del valor del diseño en la calidad de vida de la sociedad cubana, de su más que importante papel en la sustitución de importaciones (para el ahorro de divisas) como posible renglón de exportaciones, así como lo concerniente a su significación en la escala de valores culturales, morales, ideológicos y políticos.

Recuerdo la creación de la Escuela de Diseño Industrial e Informacional, adscrita al Ministerio de la Industria Ligera, a fines de los 60, dotada de un magnífico equipo de profesores y dos importantes graduaciones; la visita a Cuba de Tomás Maldonado (Director de la Escuela de Ulm, heredera de la mítica Bauhaus), Gui Bonsiepe, Yuri Soloviev, Armand Mattelart; la creación de varias oficinas de diseño industrial (en especial la del Instituto Cubano de Investigaciones y Orientación de la Demanda Interna), contribuyendo al desarrollo del diseño de objetos en sus diversas escalas pues los planes de construcción a lo largo del país se multiplicaban y exigían, en consecuencia, respuestas a las crecientes demandas de mobiliario, iluminación y ambientación en general.

Por primera vez se debatía el concepto de diseño ambiental, defendido inteligentemente tantas veces por el arq. Fernando Salinas (quien al ser nombrado Director de Artes Plásticas en el naciente Ministerio de Cultura, 1976, no vaciló en cambiar el nombre de su oficina por el de Dirección de Artes Plásticas y Diseño) mediante artículos, ensayos, coloquios, seminarios, eventos. Ya desde entonces, y mucho antes, Gonzalo y María Victoria tenían muy claros la profundidad de dicho concepto, su alcance e integralidad, su inserción en las distintas esferas de la vida cotidiana, por lo que se sintieron como peces en el agua en medio de aquel clima cultural vivificador. Para ellos resultaba vital la plena conciencia del fenómeno pues veían en él un modo eficaz de superar la dependencia y el subdesarrollo despiadados que hace menos libres a nuestras naciones no solo en lo económico sino también en lo ideológico y cultural.

La práctica concreta de ambos resultó un modelo de rigor y análisis, de sencillez y de tener los pies en la tierra pues nunca cedieron a los cantos de sirena del lujo y la importación salvo cuando un objeto solicitado rebasaba las capacidades tecnológicas existentes en el país: su labor fue descolonizadora en muchos aspectos. Aunque trabajaron siempre “hacia adentro” de los espacios en busca de la belleza y el rigor funcional de los mismos, influyeron también en el “hacia fuera” ya que los arquitectos con los que laboraban reconocían de inmediato sus cualidades humanas y profesionales (en especial Antonio Quintana y también Raúl González Romero, Mario Girona, Galván, Josefina Rebellón, entre otros) quienes tomaban en cuenta sus observaciones para mejorar, en resumidas cuentas, el proyecto global en que se encontraban. Gonzalo y María Victoria “no caían en paracaídas”, como se dice vulgarmente, luego de la obra concluida, con el fin de “adornar” lo bien o mal diseñado, sino actuaban desde el inicio a la par de arquitectos y otros técnicos.

¿Cuando comenzó todo? Conversando con Gonzalo en medio de su última exposición con María Victoria, a propósito del Premio Nacional de Diseño (Diseñar, diseñar, diseñar, en el Centro de Prensa Internacional, La Habana, mayo 2004) y ante mi asombro de ver una silla diseñada por él en 1950, me confesó que fue el pintor Mariano Rodríguez quien lo estimuló a decidirse por esta especialidad, luego de visitarlo varias veces en una tienda de venta de muebles importados que Gonzalo administraba en la calle Calzada de El Vedado: “tu tienes mano para diseñar objetos y no importar más ninguno”, le dijo un día sobresaltado… En la exposición pude ver una de esas famosas sillas, nombrada Jaialai (por su similitud con las raquetas del deporte vasco), de cabilla redonda y junquillo, conservada intacta por más de 50 años.

De 1950 a 1958, una vez lanzado de lleno al diseño industrial, Gonzalo es llamado a diseñar el interior de importantes espacios de recreación: las cafeterías Wakamba, Kimboo, Karabalí, el bar La Zorra y el Cuervo, el Miramar Yacht Club, en La Habana, el Hotel Internacional en Varadero, y otros más que muchos recordamos por su coherencia, comodidad, “estilo” (una palabra muy en desuso), elegancia, frescura…en fin, personalidad que nos remitía a valores y códigos de ciertas zonas de la cultura cubana y caribeña aún cuando no pudiésemos determinar con claridad la pertenencia de esos rasgos en el diseño.

A partir de 1959 se une a María Victoria para compartir juntos nuevas aventuras y proyectos de interiores desde la JUCEPLAN y el MiCons, especialmente el complejo turístico Guamá, al sur de Matanzas, los hospitales Naval (La Habana) y Lenin (Holguín), salones de recepción, lobbys y oficinas en el Palacio de la Revolución, de las que emergen los diseños de la butaca Guamá y la mesa Isla, ambas de 1959. Durante el cuatrienio 1967-1971 su actividad internacional es grande pues significa el comienzo de una serie de participaciones en los Salones del Mueble de París y de Milán (considerada esta la meca del diseño de mobiliario) y exhibiciones en el Museo Liljab de Estocolmo, la sede de la FAO en Roma y el diseño interior de las Embajadas de Cuba en Checoslovaquia, Dinamarca, Suecia, Mongolia, Austria. Siguiendo la línea de objetos nuevos, crean las sillas MiCons, PR y PC en 1965, cuyos modelos se muestran en la exposición de este mayo del 2004.

En 1967 conocen a Setph Simon, cuya Galería en París no tenía muy buenas perspectivas a pesar de contar entre sus diseñadores y artistas a Noguchi, pero de inmediato se arriesga a exhibir objetos de los diseñadores cubanos, en madera y mármol, recién llegados a Francia. Para sorpresa de todos, aumenta la clientela y las ventas y la motivación a continuar trabajando juntos durante varios años, lo que significó para ellos, modestamente, su introducción en ciertas zonas del mercado europeo. Entre 1972 y 1973 experimentan con telas en sus diseños para cortinas, manteles, doyles, camisas y hasta en luminarias de estructura de madera. De esta época nace su famosa vajilla Pescadora (paltos, portavasos, bandejas, cubiertos) en maderas preciosas y dos años adelante María Victoria emprende por su lado una nueva vajilla, esta vez en vidrio. Ya ambos habían lanzado las butacas Flora y Adria en 1974 y un conjunto de banquetas, con lo cual queda en evidencia su tenacidad y persistencia. Sorprende la variedad de soluciones que ambos enfrentan, lo mismo para ambientes domésticos y masivos (siempre en busca de la máxima eficacia y ahorro de materiales) que para ambientes de carácter privado o selectivo. No discriminan ingenio y talento entre unos y otros. Para ellos la divisa es la misma: creer en lo nuestro, crear lo nuestro.

Las exposiciones se multiplicaron a partir de 1979 en la Galería Habana hasta la última en 1991, Diseño amigo, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, antes de esta que ahora comento a propósito del Premio.

Sin dudas, por lo que han sido mayormente conocidos es por su labor en la EMPROVA a partir de 1974, bajo el estímulo constante de Celia Sánchez Manduley, quien vio en ellos la garantía de impulsar un diseño cubano desde su origen hasta su recepción. Será bien difícil, cada vez que se nombre dicha empresa, no recordarla a ella (ya fallecida) y a ambos, aún hoy todavía en activo a pesar de su retiro oficial. Córdoba se encuentra enfrascado en la remodelación del complejo turístico Guamá, y María Victoria dedicada al diseño de tapices textiles en su casa, lo cual es un buen síntoma para quien pueda albergar dudas sobre las capacidades intelectuales y físicas de ambos.

Su labor de diseño, comenzada en el campo del mobiliario y que durante las décadas del 80 y 90 continuó produciendo modelos únicos como las sillas JG (1985), Queta, Matías y Luigi (1990) y la butaca MV (1987), se ha extendido a otros campos entre los que hallamos el desarrollo de textiles (en hilaza de algodón y fibra de henequén, por ejemplo), estampados, vidrio y soplado, la madera, el mármol y los metales (para objetos de escritorio), luminarias… porque su interés, en resumidas cuentas, es el ambiente, los espacios en los que el hombre vive y trabaja, sueña y reflexiona, goza y duerme.

Nada humano es ajeno a la actividad de diseño desde finales del siglo xix cuando se planteó la desaparición de las diferencias entre artes mayores y menores, y se luchó por dotar de significación cultural al universo de los objetos que rodean al hombre a pesar de que, en gran parte del siglo XX, una gigantesca ola de banalización y frivolidad (imbuida más por el espíritu de “embellecer” los productos) marcó esta actividad en determinados sectores del consumo y la industria dependientes (en especial en los países en vías de desarrollo) que preferían, y prefieren, importar antes que diseñar y creer en sus propias capacidades.

Entre el consumo desenfrenado (sobre todo si es de productos extranjeros) y el estímulo a lo local se ha movido una vasta zona de la teoría y la praxis de la actividad de diseño en nuestras regiones económicamente menos desarrolladas aunque exista hoy una mayor conciencia acerca de la estetización de la vida cotidiana y el diseño ambiental como disciplina rectora del mejoramiento de nuestros espacios.

Solo en el mundo moderno algunos países escandinavos han logrado superar tales obstáculos, barreras o dicotomías, luego de desarrollar sus propias escuelas y profesionales, anticipándose así a modelos que hoy podemos considerar válidos aunque respondan específicamente a sus realidades materiales y espirituales, bien distintas a las nuestras. En ellos el diseño ha alcanzado una importancia histórica y un enorme prestigio como actividad de altos valores culturales y espirituales: Gonzalo Córdova y María Victoria Caignet han asumido, desde el principio de sus carreras, esta rica herencia y se han apropiado de sus expresiones tanto como del impulso que esta disciplina cobró en los años iniciales de la revolución de Octubre de 1917 cuando un notable grupo de creadores (arquitectos, artistas, escritores, dramaturgos, cineastas) decidieron transformar el antiguo orden prevaleciente en la gigantesca geografía de la entonces Unión Soviética.

Herederos de ambas experiencias históricas, del know how norteamericano y del savoir faire francés, vertieron todo su talento y capacidad en la olla cubana (ya de por sí un verdadero ajiaco, al decir de Fernando Ortiz, donde se mezclan diversos componentes culturales de varias partes del mundo) para producir un conjunto notable de objetos en los que puede sentirse también, y con particular fuerza, el todo mezclado guilleneano. Claro que no partieron de la nada, ni de inspiraciones divinas, pues nadie puede hacerlo ya desde que el Renacimiento divulgó la apropiación del legado clásico greco-latino para transformar en lo adelante (hacia todo el mundo moderno y contemporáneo) las viejas nociones de pureza y originalidad que tantos inútiles dolores de cabeza han causado.

Por esos sus creaciones resultan vivas, familiares, a tono con las circunstancias de la vida, por muy difíciles que estas sean. No encontraremos en sus diseños nada disparatado, snob, frívolo, antiguo, absurdo, tonto, inútil, imposible de realizar. Son diseños de aquí y de ahora, afincados en nuestra realidad, expresión de lo mejor de una cultura artística que bebe de lo académico y popular a la vez, que se nutre de las fuentes en cualquier lugar del mundo, sean del Lejano Oriente o de Jamaica, a 70 millas de distancia. De ahí su espíritu democrático y universal, su respuesta, anticipada ya desde la década del 60, a los intentos de una globalización que amenaza con borrar nuestras diferencias y nuestras conquistas.

Por eso cobra tanta fuerza la divisa del trabajo de estos dos premiados, con toda justicia, diseñadores: creer en lo nuestro, crear lo nuestro.

Muebles y vajilla diseñados por Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet

Muebles y vajilla diseñados por Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet.

Vajilla diseñada por Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet

Vajilla diseñada por Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

De la presencia aborigen en el archipiélago cubano los cubanos modernos heredamos, además de otros objetos, vocablos y prácticas, algo de alfarería. Durante los años sesenta, setenta y ochenta, el gobierno de la isla promovió la producción y comercialización (para consumo interno y para exportación) de objetos decorativos inspirados en dicha tradición que dieron visibilidad a su discurso nacionalista (y latinoamericanista) de legitimación.

La vasija de abajo la compró mi mamá en un taller de cerámica en el que fuera aristocrático barrio de Siboney, anteriormente Biltmore. El nuevo gobierno no solo habría rebautizado el vecindario con un topónimo de raíz indígena (los siboneyes eran una de las tribus que, se cree, los colonizadores españoles encontraron en Cuba a su llegada), también se habría encargado de proletarianizarlo (hasta cierto punto), convirtiendo algunas de las antiguas mansiones palaciegas en centros de trabajo, entre ellos un taller de alfarería.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

Con la colonización española, la cerámica indígena sería desplazada por la peninsular, mucho más elaborada. Según José Luis Vega («¿Alfarería autóctona?», en Opus (1998):56), esta última cedería, para mediados del siglo xvii, a la influencia de la cerámica mexicana, que un siglo después sucumbiría ante la popularidad de la cerámica inglesa.

Disco «Intercosmos» (carátula). 1980. EGREM. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

El 18 de septiembre de 1980, despegó del cosmódromo de Baikonur, en la entonces Unión Soviética, hoy Kazajistán, el cohete Soyuz 38. Se dirigía al complejo orbital Saliut 6 y llevaba a bordo al teniente coronel, piloto de la fuerza aérea cubana Arnaldo Tamayo Méndez y al astronauta soviético Yuri Romanenko, capitán de la nave. Ayer, 7 de junio de 2018, despegó de ese mismo cosmódromo el cohete Soyuz MS-09. Lleva a bordo a los miembros de la expedición número 56-57: la astronauta de la NASA Serena Auñón-Chancellor; Alexander Gerst, astronauta de la Agencia Espacial Europea (ESA), y Sergey Prokopyev, del programa Roscosmos. Se dirigen a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), a donde llegarán mañana viernes.

La estadounidense Auñón-Chancellor es de origen cubano. Su padre, nacido en Cuba, emigró a Estados Unidos en 1960, lo que convierte a esta cubanoamericana en el segundo astronauta de origen cubano en viajar al espacio. El programa «Levántate Cuba», de Televisión Martí, la entrevistó a inicios de esta semana, poco antes del despegue de la Soyuz MS-09. En la entrevista, concedida en inglés y doblada al español, Auñón-Chancellor explica, respondiendo a una pregunta de la presentadora Maite Luna sobre cuál era su comida favorita, que «mi familia me ha preparado platos cubanos como los que comemos en las fiestas». Eso, al menos, es lo que se escucha en off en español, seguido de una breve pausa en donde escuchamos a la astronauta decir, en inglés, «including frijoles negros», que la voz en off en español traduce como «así que llevo frijoles negros». La noticia, publicada en la página web de Martí Noticias, traduce:

«Mi familia me ha preparado platos cubanos (…) llevo frijoles negros», dijo riendo.

Es muy probable que Auñón-Chancellor no lleve frijoles negros al espacio y que, en realidad, solo se estuviera refiriendo a los platos cubanos que suele comer con su familia, que es justamente lo que Maité Luna le había preguntado. Sin embargo, la noticia de que una astronauta cubanoamericana llevaría frijoles negros al espacio, que puede leerse solamente en las páginas de Televisión Martí y Martí Noticias, ha sido aplaudida por los cubanos en las redes sociales.

También, casi cuatro décadas atrás, el disco “Intercosmos” producido por los Estudios de Grabaciones EGREM con dirección y producción musical de Vicente Rojas Salermo y Reynaldo Fernández Pavón, instrumentales de Vicente Rojas (“Hermanos en la hazaña”, tema del documental homónimo) y Juan Pablo Torres (“Andromedason”) –este último interpretado por el Grupo Algo Nuevo– y canciones de Silvio Rodríguez (“En el jardín de la noche”), Juan Formell para Los Van Van (“Vuela la amistad”), Oscar Domenech para el Cuarteto Yo, Tú, Él y Ella (“Brilla mucho más”) y Las D’Aida (“En el espacio sideral”), José López López para Los Latinos (“Camino al porvenir”), Osvaldo Rodríguez para los 5 u 4 (“El hombre que anda”) y Aldo Baqueros para Los hermanos Bravo (“Un saludo desde el cosmos”) llevó, aunque solo figurativamente, algunos elementos de la gastronomía cubana al espacio.

Este disco de carátula de doble tapa que presenta el vuelo de la Soyuz 38 como un “nuevo triunfo de las ideas del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario” incluye las siguientes letras:

“En el jardín de la noche”

Por Silvio Rodríguez

En el jardín de la noche hay una rosa, luminosa,
que me mira fijamente a los ojos,
parpadea y me quiere decir cosas,
tantas cosas que no sé, que no sé.

Y es cuando alargo los brazos
para llevarle mis manos tan abiertas
que casi me siento llegar con el pie.

Pero yo, quiero ser de noche el dueño
de los ojos, de la altura,
y he de fundir la montura para galopar mi sueño.

Volaré, tengo que domar el fuego
para cabalgar seguro en la bestia de futuro
que me lleve a donde quiero.

En el jardín de la noche hay una rosa, luminosa,
que me mira fijamente a los ojos,
parpadea y me quiere decir cosas,
tantas cosas que no sé, que no sé.

Y es cuando alargo los brazos
para llevarle mis manos tan abiertas
que casi me siento llegar…

Volaré, volaré al jardín del cielo,
en un pájaro violento, en un corredor del viento,
en un caballo de fuego.

Volaré, quiero ser de noche el dueño
de los ojos de la altura, y he de fundir la montura
para galopar mi sueño.

***

“Vuela la Amistad” 
Por Van Van

La amistad, como (¿?) se echó a volar
con las alas de la libertad.
La hermandad de los pueblos conquista el cielo
y crece, crece sin parar.
Crece sin parar.
La hermandad de los pueblos conquista el cielo
y crece, crece sin parar.

Vuela la amistad.
Soviéticos y cubanos unidos al cosmos van.
Vuela la amistad.
Vuela Cuba, vuela Vietnam. Son principios de hermandad.
Vuela la amistad.
La bandera de mi Cuba soberana en el cosmos está.
Vuela la amistad.
La hermandad de los pueblos conquista el cielo y crece sin parar.
Vuela la amistad.
(Bis).

***

“Brilla mucho más” 
Por Cuarteto Yo, Tú, Él y Ella

La que llevaron a caballo los mambises,
la que cumplió el camino de la libertad,
la de las franjas y la estrella solitaria,
esa es mi bandera, y en el cosmos está.

En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.

La de la marcha del pueblo combatiente.
Simboliza el valor, la dignidad.
La que, hermanada con la insignia de otros pueblos,
ha defendido la justicia y la igualdad.

En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.

La que se honra en volar junto a mi enseña,
la de la patria de Gagarin, que nos da
todo su amor y su calor, todo su ejemplo
en la lucha por el progreso y la paz.

En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
(Bis).

***

“Camino al porvenir” 
Por Los Latinos

Internacionalistas somos, compartimos como hermanos
en nave espacial, al cosmos, soviéticos y cubanos.
Regocijo y emoción sentimos todos por eso,
por nuestra revolución, vamos camino al progreso.
Mantendremos la amistad soviéticos y cubanos
y la solidaridad de nuestros pueblos hermanos.
Mantendremos la amistad soviéticos y cubanos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Internacionalistas somos, al mundo lo demostramos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Y vamos todos los pueblos que luchamos por la paz
camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Qué regocijo y emoción sentimos por todo eso.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
En nave espacial al cosmos, soviéticos y cubanos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Camino al progreso vamos, luchando por la igualdad.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Unidos, hacia el futuro, soviéticos y cubanos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Que viva la libertad de los países hermanos.
Camino al progreso soviéticos y cubanos.

***

“El hombre que anda” 
Por Los 5 u 4

Trabajo es tiempo, tiempo es espacio,
ciencia es el hombre que anda despacio.
Sin la sapiencia de un buen maestro
no habría experiencia de alumno diestro.

Boris Petrov calló su voz
cuando más alta y fuerte vibró.
Cuando su vida nos enseñó
que ser hermano es igual a dos,
que no hay riqueza ni ambición mayor
comparable a sentir el amor.

Y hoy es el eco, palabra inmortal,
de lo que fue su mayor ideal.
Erguida Cuba, orgullosa, moral,
porque hay un vuelo conjunto espacial.

Boris Petrov calló su voz
cuando más alta y fuerte vibró.
Cuando su vida nos enseñó
que ser hermano es igual a dos,
que no hay riqueza ni ambición mayor
comparable a sentir el amor.

Y hoy es el eco, palabra inmortal,
de lo que fue su mayor ideal.
Erguida Cuba, orgullosa, moral,
porque hay un vuelo conjunto espacial.

***

“En el espacio sideral” 
Por Las D’Aida

En el espacio sideral se oye un sonido, y no es normal.
Es como un güiro y un timbal, es como un güiro y un timbal.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.

En el espacio sideral hay un olor, no es peculiar.
Es a guarapo y a tamal, es a guarapo y a tamal.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.

Por el espacio sideral vuela algo raro, ya verás.
Con boina verde va un caimán. 
Con boina verde va un caimán.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.

En el espacio sideral hay dos objetos a observar,
La guayabera, la palma real.
La guayabera, la palma real.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
No me preguntes, te lo digo ya.
No me preguntes, te lo digo ya.
No me preguntes, te lo digo ya.

Patria o Muerte, Venceremos, que Cuba en el cosmos está.
Es que Cuba en el cosmos está.
Caballero, no hay problema, Cuba llegando ya está.
Es que Cuba en el cosmos está.
Todos los países del mundo por la paz y la amistad.
Es que Cuba en el cosmos está.
Patria o Muerte. 
¿Cómo?
Ahí llegó el socialismo, por la paz y la amistad.
Es que Cuba en el cosmos está.
Todos los países del mundo, con solidaridad.
Es que Cuba en el cosmos está.
Caballero, no hay problema, que Cuba llegando está.
Es que Cuba en el cosmos está.
No me pregunten, caballero, que Cuba en el cosmos está.
Es que Cuba en el cosmos está.

***

“Un saludo desde el cosmos” 
Por Los hermanos Bravo

Salimos del yugo cruel 
hace apenas una veintena; 
eliminamos las penas 
que trae el capitalismo; 
construimos el socialismo 
como lo enseñó Fidel.

Con gran esfuerzo logramos
junto a la URSS ir al cosmos,
con el (¿?) hermanos
a los pueblos saludamos.

Prueba de internacionalismo,
de igualdad y de hermandad,
de la solidaridad,
eso es el socialismo.
Por eso ahora arrollamos,
por el éxito obtenido
Encima del mundo andamos y
Junto a nuestros amigos,
Desde el cosmos saludamos
a nuestros pueblos hermanos.
(Bis).

Encima del mundo andamos
Y junto a nuestros hermanos.
Desde el cosmos saludamos.
Desde el cosmos saludamos
a nuestros pueblos hermanos.

A nuestros pueblos hermanos,
Desde el cosmos saludamos.
Desde el cosmos saludamos
a nuestros pueblos hermanos.

(Bis).

Disco "Intercosmos" (interior)

Disco «Intercosmos» (interior). 1980. EGREM. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

h/t: Agradezco a Sergio Valdés García por los materiales gráficos.

He tomado algunas ideas de este texto del ensayo «Una plantilla de zapatos y el Vuelo Espacial Conjunto Soviético-Cubano, un pequeño relato», que formará parte del catálogo de la exposición El fin del gran relato, curada por Henry Erick Hernández.

***

La entrada «Former Bomber Commander, Second European ISS Skipper and Cuban-American Flight Surgeon Prepare for June Launch to Space Station» publicada en el blog AmericaSpace, refiere que Auñón-Chancellor, en efecto, consideró llevar algo de la gastronomía cubana a la ISS, pero nada más se ha dicho con relación a eso. Lo que sí aseguró la astronauta, antes del vuelo, es que llevaría consigo el estandarte del instituto preuniversitario al que su padre asistió en La Habana:

An engineer and flight surgeon by education, Auñón-Chancellor is the daughter of Dr. Jorge Auñón, a Cuban exile who came to the United States in 1960. As a result, she will become only the second person of Cuban ancestry to fly into space, almost four decades after Arnaldo Tamayo Méndez launched aboard Soyuz 38 to the Salyut 7 orbital station in September 1980. She plans to take a banner from her father’s Havana high school, but admitted to Michael Galindo that she was “still working on” plans to get some bite-sized Cuban food to take to the ISS.

***

Buscando en internet una entrevista que Tamayo Méndez diera a su regreso a la Tierra donde, creo recordar, hablaba de los deseos que tenía de beber pru oriental (h/t: Emilio Garcia Montiel), una bebida típica del oriente de la isla (el astronauta nació en la provincia de Guantánamo), tropiezo con un prontuario de términos usados en el centro del país para referirse a la coctelería más reciente de inspiración popular, publicado en el numero 68 de la revista Signos:

Vueloconjunto. Esta palabra o expresión corresponde a una fórmula de cali- dad no recogida por norma técnica alguna. Es un producto que se prepara con proporciones variables de alcohol (preferiblemente etílico fino o clase A), mezclado con un poco de ron añejado o ron madre. Por ejemplo, la dosis exacta es: a una caneca de alcohol a 93 grados se le añade 1⁄2 caneca de ron madre y de 2 a 21⁄2 canecas de agua al gusto para un rendimiento aproximado de 11⁄2 botella del preciado Vueloconjunto. Este producto es de los más demandados en el mercado negro. Su denominación nace de un importantísimo hecho histórico para Cuba, acaecido en el 19 de septiembre de 1980: se trata del primer vuelo cósmico conjunto del soviético Yuri Romanenko y el cubano Arnaldo Tamayo, uno blanco (el soviético) y uno negro (el cubano), metáfora del alcohol incoloro con la coloración oscura de los añejos.

En lugar de ser la gastronomía o coctelería cubanas las que incursionan (metafórica o realmente) en el «espacio sideral», es el programa de la conquista del cosmos el que deja su marca en la gastronomía y coctelería cubanas. Nada más y nada menos que en un menjunje etílico que serviría, si acaso, para ayudar a olvidar.

Plastilina para modelar Tainito

Plastilina para modelar Tainito. Hecho en Cuba. Colección Cuba Material.

Por lo general, cuando era niña los juguetes cubanos eran los más feos, los de peor terminación o factura, los menos codiciados por los niños, los que se vendían como «dirigidos», el menos atractivo de los grupos en que el Ministerio de Comercio Interior separaba los juguetes que se vendían anualmente en días indicados. La caja de la plastilina Taínito, dividida en barras de diferentes colores, cada una envuelta en papel encerado, era otra cosa. Traía, incluso, un instrumento de madera con una de las puntas en forma de paleta para modelar la plastilina, y un manual con instrucciones e ideas sobre cómo trabajar la plastifica y qué hacer con ella.

Para socializar a los niños en el nacionalismo revolucionario, esta plastilina lleva por nombre el de una de las principales culturas aborígenes de Cuba, además de incluir en el envase una ilustración de un simpático niño taíno. El manual de instrucciones que la acompaña incluye también consejos sobre cómo modelar utensilios y objetos de la cultura Taína.

***

En On Becoming Cuban: Identity, Nationality, and Culture, por el historiador Louis A. Pérez (1999):

In October 1959 the Agricultural and Industrial Development Bank of Cuba (BANFAIC) sponsored an «Exposition of Cuban Toys,» designed «to exhort the public to buy toys produced in Cuba.» The organizers affirmed: «In addition, the social function of the toy must be stressed, for from the most distant past to the present this has been one of the principal means to promote in the child knowledge of the civilization in which he develops.» (p. 483)

Pinche aquí para ver el manual en pdf de la Plastilina para modelar Tainito.

(nota: Esta entrada es una actualización de una entrada publicada el 3 de septiembre de 2014)

Brochure de la exposición anual de Mesas para Pascuas

Brochure de la exposición anual de Mesas para Pascuas auspiciada por la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana. 1960. Colección Cuba Material.

Antonio José Ponte en Diario de Cuba, ¿Quién va a comerse lo que esa mujer cocina?:

1

Hace quince años, la publicación de un libro relacionado con la gastronomía me hizo viajar desde La Habana a Miami. Las comidas profundas era un libro acerca de la imaginación cubana al comer, cuando faltaban ciertos ingredientes. No se ocupaba exclusivamente de secretos nacionales: en la Cuba bajo régimen revolucionario llegamos a preparados semejantes a los del París sitiado de la guerra franco-prusiana o de la Barcelona de la guerra civil. Las carencias cubanas podían encontrar linaje cosmopolita en los diarios de Virginia Woolf durante los bombardeos o en un apunte de Eugenio Montale ante el escaparate de un comercio londinense, en medio de las restricciones de posguerra.

El cubano y cualquier otro vecino (escribí en una de sus páginas) sustituye con tal de comer. No encuentra un ingrediente y lo suple por otro, fabrica aproximadamente, a la medida de sus deseos. Esas sustituciones podían partear monstruos, como el bistec de cáscaras de toronja. En mi libro podía hallarse, vuelta a contar después de Apollinaire, la historia del enamorado que, metido en una apuesta, se hacía cocinar un zapato femenino y lo devoraba. O la leyenda de un par de balletómanos que hacían lo mismo con las zapatillas de una ballerina adorada.

Podía considerarse como un libro de recetas monstruosas, de despropósitos culinarios. En sus páginas cabía la nostalgia, el anhelo por comidas perdidas, y eso fue lo primero que percibieron los amigos y conocidos a los que fui encontrando. De manera que me llovieron las invitaciones a restaurantes y fondas.

Excursiones antropológicas hasta el batido de anón o la fritura de malanga eran un modo de resarcirme por haber escrito aquello. A un centenar de millas del país dejado atrás, podía dar con todos los alimentos que soñaban los cubanos de la Isla. El exilio era, entre otras cosas, una reserva gastronómica. La tierra de los ingredientes salvados y de las recetas que no se olvidan.

Tanteos y tanteos habían hecho posible que las frutas fueran aproximándose a como saben las frutas de la tierra. (La cocina de los exiliados es asintótica: una curva con promesa de coincidir, pero en el infinito.) En Miami, entre cubanos, cualquier otro visitante habría estado expuesto a parecidas hospitalidades, más aun el autor de un libro dedicado a la cocina.

Hablamos de recetas en las sobremesas, hablamos de recetarios, y no tardó en mencionarse a Nitza Villapol, que había cocinado delante de las cámaras de televisión, antes y después de 1959, en la abundancia pero también en la escasez. Y me hicieron ver entonces, entre los potes de especias o encima de un refrigerador, las copias de Cocina al minuto atesoradas.

A partir de aquellos ejemplares habría podido fecharse perfectamente la salida al exilio de cada uno de esos amigos y conocidos. No es que hubieran cargado con ellos como Eneas cargó con su padre y con los penates, sino que, lejos ya de Troya, se dieron a la búsqueda de un ejemplar del recetario de Nitza Villapol que fuese exactamente aquella edición por la que alguna vez se guiaran. Ella había publicado sus recetas bajo el mismo título durante más de cuatro décadas. De manera que algunos cocinaban por la primera edición de su obra, puntillosa en especificidades, y otros por ediciones posteriores, mucho menos exigentes a la hora de armar un plato.

Cada cubano metido a cocinero tenía su Nitza Villapol. Los ejemplares eran, en su mayoría, ediciones piratas o simples fotocopias. Porque, si de un lado sustituíamos, de otro fotocopiábamos. Todos forrajeábamos: la cocina cubana se salvaba en la copia y en la sustitución. Igual que cualquier otra gastronomía en tiempos tormentosos o apacibles, era invento y transmisión

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Nitza Villapol fue bautizada así por un río de los Urales, tributario del Tura y navegable a todo lo largo: el Nitsa. Su padre, Francisco Villapol, comunista o admirador de la revolución de 1917, creyó ese nombre fiel a la lengua rusa. Aunque, tal como quedó inscripto, significa en hebreo capullo de flor. O es, en griego, una de las formas de llamar a Helena.

La rama paterna de su familia había emigrado a Cienfuegos desde el pueblo de Villapol, en la provincia gallega de Lugo. El apellido de su madre, Juana María Andiarena, provendría de Navarra o de Guipúzcoa. En la Nueva York de 1923, al nacer Nitza, los Villapol Andiarena eran una familia de ciertos recursos salida de Cuba por razones políticas. Exiliados. Los más viejos recuerdos de Nitza Villapol remitían a Washington Heights, donde vivían. Su primera memoria gastronómica comprendía helados y dulces de marcas estadounidenses. Padeció la polio de niña. La familia regresó a Cuba cuando ella contaba nueve o diez años.

Su currículo varía según las fuentes consultadas, aunque no tendrían por qué excluirse esas noticias. Graduada de la Escuela del Hogar en 1940 y diplomada de doctora en Pedagogía en La Habana en 1948 según unos, otros afirman que estudió Dietética y Nutrición en la Universidad de Londres a inicios de esa década. Es de suponer que no bajo la guerra. Aunque, cualquiera que haya sido la fecha, la escasez británica debió enseñarle el arte de preparar menús con apenas ingredientes.

En 1955 cursó estudios en la Universidad de Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachussets. La costumbre de coleccionar recetas, de copiar a mano secretos de cocina y de recortar los que se publicaban en diarios y revistas, debió conducirla, tarde o temprano, a componer su propio recetario. Durante más de 40 años, mantuvo en el aire un programa televisivo donde enseñaba a cocinar. El espacio cambió de cadena y de frecuencia (diaria durante mucho tiempo, luego tres veces a la semana y, al final, solo los domingos), pero nunca su nombre, que es también el de su libro más difundido: «Cocina al minuto».

«¿No sabe usted ni freír un huevo?», puede leerse en la solapa de la edición de 1958, publicado en coautoría con Martha Martínez. «¿Cree que jamás aprenderá a cocinar? Se está engañando. Usted sabe leer, y usted sabrá cocinar cuando lea COCINA AL MINUTO.» (Muchas de las ilustraciones contenidas en ese volumen son del pintor Raúl Martínez, luego traductor de la iconografía revolucionaria al lenguaje del pop.)

Aquellos que han escrito acerca de la trayectoria de Nitza Villapol la consideran con afán competitivo: lamentan que su récord de permanencia televisiva no fuese registrado en el Libro Guinness. Ciro Bianchi Ross contabiliza que, en su tiempo, solo la superaba por cuatro años el espacio «Meet the Press» de la cadena estadounidense NBC. Sin embargo, nadie podría competir con ella en veteranía de conductora: el periodista Lawrence E. Spivak llevaba 27 años frente a los más de 40 suyos. (Compañera en esa carrera de fondo, Margot Bacallao fue ayudante de Nitza Villapol durante 41 años, 3 meses y 5 días.)

Desde los comienzos de la televisión abundaban los espacios de cocina. Unión Radio Televisión apenas llevaba un mes de operaciones en noviembre de 1951, ni siquiera poseía estudios propios, y producía desde el teatro Alcázar «Teleclub del Hogar», con Dulce María Mestre. Meses antes, el 3 de julio de 1951, esa misma cadena había emitido el primer programa de «Cocina al minuto».

Los canales competidores incluían en sus programaciones espacios semejantes. No faltaban autoras de recetarios: Ana Dolores Gómez, Nena Cuenco de Prieto, Carmencita San Miguel, María Radelat de Fontanills, María Antonieta de los Reyes Gavilán, María Teresa Cotta de Cal (autora de un socorrido manual de cocina con olla de presión). Ninguna, sin embargo, gozó de suerte tan larga como Nitza.

Escritora, directora, guionista y conductora, ella tuvo fama de ser persona amarga fuera de las cámaras. (Suele explicarse que a causa de la polio padecida en la infancia.) Vivía con su madre en un apartamento moderno del Vedado, y la única curiosidad que pareció despertar su vida privada consistía en suposiciones acerca de lo que se comería en aquella casa. Sin embargo, alguien con la misión de entrevistarla se presentó a la hora del almuerzo, para descubrir que todo el festín se reducía a una papilla industrial de plátano, alimento para convalecientes.

Nitza acostumbraba a cenar a solas en la barra del restaurante Emperador, platos tan sencillos como un bistec con papas fritas. No le gustaba cocinar, confesó su ayudante Margot. Igual que los cómicos negados a hacer chistes fuera del escenario, evitaba cocinar sino tenía cámaras delante. Era experta en redondear platos, una gran conocedora de su materia, aunque prefería dejar la práctica en manos de Margot.

En 1993, en lo más crudo del llamado Período Especial, se emitió por última vez «Cocina al minuto». Los directivos de la televisión decidieron clausurar el programa. Más tarde cambiaron de idea (o cambiaron los directivos), pero para entonces ella no estaba en condiciones de volver a la televisión. A su entierro, celebrado cinco años después de la desaparición del programa, asistió muy poca gente.

Hasta aquí su biografía sin referencias políticas. ¿Quién habría sido Nitza Villapol en caso de exiliarse? A diferencia de su competidoras, cuando toda la televisión fue estatalizada, cuando se marcharon del país el propietario del canal y sus directivos, ella no se movió. Las firmas que solían publicitar productos en su programa fueron expropiadas por el Estado, y a ella debió bastarle con este nuevo y único patrocinador.

Permanecer en Cuba la hizo única. Cambiaron los tiempos y ella cambió su método de trabajo. «Sencillamente, invertí los términos», reconoció. «En lugar de preguntarme cuáles ingredientes hacían falta para hacer tal o cual receta, empecé por preguntarme cuáles eran las recetas realizables con los productos disponibles.»

Se hizo maestra de la cocina de estación, que opera con lo que existe en los mercados. Pero maestra de cocina de una estación que ha sido, en Cuba, interminable: la de la crisis. Su programa se acogió, precavidamente, a una frecuencia semanal. Y fue entonces que se hizo legendaria. Abogó por una cocina de sustituciones, dada a las metáforas. Hizo más de la tercera parte de su carrera profesional en puro páramo: emprendió un arte hecho de atajos y de trucos.

A partir de unas pocas existencias, intentó componer siempre el rancho más sabroso. Y debió enfrentar, amén de la economía socialista, los prejuicios del cubano al comer.  (En un libro escrito después de su visita a Cuba en 1970, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal hizo notar cuántos frutos desaprovechábamos. El país vivía una crisis de abastecimiento, y mucho de lo que se comía en tierras vecinas no era considerado alimento por los cubanos.)

Nitza Villapol enseñó a sus televidentes lo que ciertas cocinas latinoamericanas hacían con las cáscaras del plátano: una suerte de ropa vieja vegetal o de vaca frita verde. Presentó nuevas adquisiciones de la acuicultura, como la tilapia. Pero es falso que enseñara a hacer bistec de una frazada de limpiar el piso, y tampoco es suya la receta de la pizza de condones derretidos en lugar de queso. Las aberraciones de su cocina, si las tuvo, no llegaron a lo indigerible.

Se ha dicho que integró la comisión encargada de establecer las dosificaciones de la libreta de de racionamiento. La acusación (porque se trata de una acusación) puede tener alguna base: quizás fue consultada en tanto especialista en Dietética. Pero ella debió entender aquella solución como provisional y como justa. Y quién sabe cuánto cambió de parecer, luego de tantas décadas de practicar una cocina de pura sobrevivencia.

La mayor parte de su vida profesional estuvo bajo sospecha de apuntalar al régimen revolucionario, de justificarlo con la confección de platos. Conformista como era (todo cocinero de estación lo es), la acusaron de complicidad con el desabastecimiento. Aunque en este punto ella se mostró más responsable que las autoridades. Cierto que compartió el optimismo de la propaganda oficial («Tenemos aún dificultades por vencer», escribió de la carestía de los setenta), pero no trampeó nunca. Y quien quisiera hacerse por aquellos años una idea exacta de la economía del país hizo mejor en atender a «Cocina al minuto» que a los noticieros. Pues, mientras estos últimos mostraban cosechas exitosas que dudosamente llegarían a los mercados, Nitza ponía al fuego estrictamente aquello que su ayudante Margot Bacallao veía descargar de los camiones.

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Resulta interesante comparar distintas ediciones de Cocina al minuto. Una edición prerrevolucionaria y otra posterior a 1959, por ejemplo. Salta a la vista que la nueva época, la economía del nuevo régimen, dictó variantes a las maneras anteriores. Simplificó aquellas maneras o las volvió imposibles. Para entonces los huevos exigidos por las recetas dejaron de ser de La Dichosa, el arroz no era Gallo, el aceite no fue más de El Cocinero. Las antiguas precisiones (dictadas por la calidad de los productos o por el peso de los anunciantes) no tenían razón de ser. No existía ya más que una marca: la del Estado.

Huevos, arroz y aceite eran artículos genéricos, arquetípicos casi. No cabía elección. A juzgar por el lenguaje utilizado popularmente, ningún producto era alcanzable mediante compraventa. Venían al mercado. Los daban por la libreta de racionamiento. Venían, con lo azaroso que suelen ser los visitantes. Los daban, como una donación benevolente. La comida pertenecía ahora al ámbito de lo milagroso. Un litro de aceite rubio era un dios que bajaba. El país se abastecía en un tiempo que parecía desprovisto de conexión con el dinero. Era la emulación socialista entre brigadas la que creaba comida, era el trabajo sin retribución alguna, voluntario.

Muchos ingredientes de las primeras ediciones parecían escritos ya en una lengua muerta indescifrable. Nitza Villapol supo desprenderse de ellos como si se tratara de majaderías, pero incluyó en las reimpresiones de sus recetas un ingrediente con que apenas contara antes: la ideología política. El lugar de la publicidad comercial, tan presente en las ediciones anteriores a 1959, fue ocupado por la propaganda política. Ella dispuso como epígrafe de su libro de recetas, a la entrada de su cocina, esta frase de Friedrich Engels:  «…trasguean las tradiciones en la mente de los hombres…».

Se trataba de un Engels no muy canónico, un Engels casi Grimm, que hablaba de trasgos. Aunque lo importante (¿quién no lo sabía entonces?) era traer a cuento a tan pesante autoridad, sin importar lo que dijera.

El prólogo a la edición de 1980 de Cocina al minuto responsabilizaba de todas las carencias padecidas al bloqueo (por embargo) estadounidense. Sostenía que los primeros habitantes del país habían alcanzado una cultura elevada en materia de alimentos (Nitza debió confundir a siboneyes y taínos con aztecas e incas), y culpaba a los conquistadores españoles de no saber aquilatar las recetas culinarias indígenas.

Después de los españoles, tocaba el turno en ese prólogo a los males del intercambio económico con Estados Unidos. La industria porcina yanqui (así la llamaba) separaba la carne de cerdo y sus derivados para la población estadounidense y dejaba a los cubanos la manteca. «Éstos», decía de los estadounidenses, «conocedores del valor de la carne de puerco como fuente de proteína, de alta calidad, y de vitamina B-1, vendían a Cuba, un pueblo casi analfabeto y por lo tanto en gran medida desconocedor de estas cuestiones de alimentación, y a sus gobernantes de turno nada interesados en la salud popular, una buena parte de la manteca que no consumían. Así, sin saberlo, el cubano contribuía a que sus explotadores pudieran comerse la carne de puerco y sus derivados como perros calientes, jamón, jamonada, etcétera».

Nitza Villapol trazaba para su libro de recetas un esquema donde los cubanos comían sobras como esclavos domésticos, y la economía estadounidense invadía el país con manteca de cerdo, como si se tratara del agente naranja. En contrapartida, cantaba las alabanzas de la harina de trigo y la amistad soviética: «Símbolo de alimento desde que el hombre comenzó a cultivar cereales, es para nosotros también una parte de la eterna deuda de gratitud hacia el pueblo de la Unión Soviética y otros países de la comunidad socialista que en los momentos más difíciles tendió su mano amiga».

Pese a ello, en unos años en que la propaganda oficial eludía la idiosincracia nacional (para orbitar mejor en torno a la Unión Soviética), ella hizo hincapié en lo cubano. Y reside en este punto la mayor diferencia entre las distintas ediciones de su libro de recetas. Antes de 1959, el asunto era comer. Más tarde, pareció tratarse de comer en cubano, de dar con lo cubano en la comida.

Todo el que frecuente recetarios comprenderá que la mayoría de ellos son ordenados a la manera de un menú, desde los aperitivos y entrantes hasta los postres y licores. Cocina al minuto, en su edición de 1980, se salta esta norma y presenta una ordenación muy diferente. Comienza por las recetas de arroz, el plato base del comer cubano, y concluye, no en los dulces, sino en diversas recetas de ajiaco. Se trata de una muy extraña cena, que sirve un sopón después de lo almibarado.

La explicación puede encontrarse en ese nuevo ingrediente con que cocina Nitza Villapol, la ideología. En una conferencia de 1939, Los factores humanos de la cubanidad, Fernando Ortiz había sostenido que Cuba era, como nación, un ajiaco. Una suma heteroclítica de ingredientes que bullía en un caldero. Siguiendo esta observación, Nitza Villapol fija el nacimiento de la cocina cubana en el momento en que el cocido español pierde los garbanzos y se hace otro plato. El ajiaco es emblema de la nación, según Ortiz. A lo que agrega Nitza que nuestra cocina resulta independiente desde la invención del ajiaco. El ajiaco es, en los fogones, el grito de La Demajagua.

Cocina al minuto reserva espacio al ajiaco después de los postres por no estar interesado en planear simples cenas (como la mayoría de los recetarios), sino en ordenar una nación. Si cualquier menú que se intente puede ser entendido como historia, los postres no pueden ser la coronación, sino el ajiaco. El acto de comer tiende, al final, a ese momento de independencia. El ajiaco es la saciedad y beatitud definitiva. Y cada vez que lo emprendemos lo que se espesa en él, más que las viandas, es una conmemoración.

Cocina al minuto, en sus más recientes ediciones, intenta una teleología no muy distinta a la de Cien años de lucha, discurso pronunciado por Fidel Castro el 10 de octubre de 1968, o a la de Ese sol del mundo moral, el volumen donde Cintio Vitier historiara una ética de la nación. Comer y cocinar alcanzan, en cierta Nitza Villapol, un sentido político.

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¿Cuánto tienen que esperar los muertos para ponerse en pie?, me preguntaba. Yo era un niño frente al televisor, preocupado por el destino de los espadachines muertos. Y recuerdo de entonces esta otra preocupación, mientras caían los créditos finales sobre la imagen fija del plato confeccionado ese día por Nitza Villapol en «Cocina al minuto»: ¿quién va a comerse lo que esa mujer cocina?

exposición anual de Mesas para Pascuas

Brochure (tapa de contrcubierta) de la exposición anual de Mesas para Pascuas auspiciada por la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana. 1960. Colección Cuba Material.

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica

Vasija de cerámica. Colección Cuba Material.

En Hecho a mano en Trinidad de Cuba, libro de Cristina González Béquer (E&A Editions 2013):

En el año 1959, cuando la Comisión Nacional de Turismo se convirtió en el INIT (Instituto Nacional de la Industria Turística) algunos especialistas fueron a conocer y a valorar la obra de los artesanos trinitarios. Una exposición, que debe haber tenido lugar a finales de ese año o a inicios del 60, recogió los resultados de la pesquisa y del trabajo directo con los artesanos para conseguir piezas de gran calidad. Por ese tiempo, dos arquitectos, Gonzalo Córdoba y María Victoria Caignet, ambientaron las cabañas del Motel Las Cuevas utilizando piezas de artesanía local. Las bases de las lámparas se hicieron en Los Hornos de Cal y fueron modeladas siguiendo los patrones que, unos años antes, habían aprendido los alfareros trinitarios de Amelia Peláez. Las pantallas fueron tejidas de carey, lo mismo que las empleitas con las que crearon vistosas esteras. Más tarde, por obra y gracia de esos pesquisajes, se mezclaron y se estandarizaron las manualidades en todo el país y se formó una mezcolanza de artesanías que impediría, por largo tiempo, reconocer las tradiciones locales.

A mediados de la década de los años setenta, Córdoba y María Victoria regresaron a Trinidad para realizar la ambientación del hotel que se construía entonces en la playa de María Aguilar y que se llamó Costa Sur (…). Lorenzo Urbistondo y Aurora Mesa, que fueron los diseñadores designados para esa tarea, (…) recorrieron casas y patios trinitarios, visitaron el taller de alfarería de los Santander y conocieron a mucha gente anónima —que seguía trabajando en pequeña escala— con el propósito de utilizar sus obras en los espacios del hotel. Por ejemplo, los pañuelos de malla de Enriqueta Medina, hermana de Merceditas, iban a ser enmarcados para presidir los dormitorios. Llegaron a realizar el diseño para estampar un tejido, cuyo dibujo imitaba las ensaladillas que habían encontrado en las camas trinitarias. Con ese tejido proyectaron la elaboración de las sobrecamas del hotel.

La premura por inaugurar el hotel hizo que estos proyectos decorativos nunca llegaran a realizarse. Las sobrecamas definitivas fueron de chenille, como las de todos los hoteles cubanos de esa época. (pp. 71-74)

Perfume Moscú Rojo

Perfume Romeo

Perfume Romeo. Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

El discurso nacionalista en el que el régimen posrevolucionario cubano buscó legitimidad encontró expresión, entre otras cosas, a la producción de logotipos y nombres de marca vinculados con la idea de «cubanidad». Esta semiótica nacionalista abarca desde el nombre de la casa productora de ropa masculina Moda Cubana, creada en los años sesenta, hasta el logotipo inspirado en una mariposa autóctona con que se identificó la marca de trajes de baño Vanessa en los ochenta.

En On Becoming Cuban (1999), el historiador Louis A. Pérez, Jr. refiere que en noviembre de 1959 el Ministerio de Comercio «mandated the use of Spanish words on all foodstuff packages, wrappers, and labels ‘in oder to guarantee the consumer the best and proper knowledge of the nature, quantity, and other characteristics of the merchandise they purchase» (p. 485). Para finales de la próxima década, sin embargo, se comercializarían en Cuba toda clase de productos con indescifrables caracteres cirílicos, como este frasco de perfume.

Polvo para limpiar los dientes

Polvo para limpiar los dientes. Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

Perfume Moscú Rojo

Perfume Moscú Rojo. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Camisa guayabera Criolla. Colección Cuba Material.

En OnCubaUna casa, algunos mitos y muchas guayaberas:

. . .

Desde que el gobierno cubano estableciera en el año 2010 la guayabera como prenda oficial en ceremonias diplomáticas mediante el Decreto-Ley No. 279, la prenda ha adquirido más relevancia. Incluso antes. Actualmente se puede hablar de su retorno a la moda de la Isla, en mayor cantidad de diseños y variantes, aunque a precios elevados. Para develar algunos misterios de su origen y su presencia en la sociedad cubana, OnCuba conversó con Carlos Figueroa, director de la Casa de la Guayabera de Sancti Spíritus.

“La guayabera ha sido objeto de mucho estudio y la historia que la rodea está llena de mitos. Absolutamente todas las referencias históricas de principios del siglo XVIII hablan del famoso cuento del matrimonio andaluz de José Pérez Rodríguez (Joselito) y Encarnación Núñez García, que se asentó a orillas del Río Yayabo y en la que el marido le pidió a la esposa que le cosiera una camisa holgada y cómoda para guardar las herramientas de trabajo. Digamos que ese es el antecedente más antiguo.

“A mí todo eso me parece muy raro. O sea, que hubiese alguien anotando, a inicios del siglo XVIII, este tipo de cosas. Pero ese es el punto de partida que se conoce hasta hoy, y después de eso hay un salto en la historia hasta finales del siglo XIX. Estamos hablando de casi cien años o más sin una mención a la guayabera.

“También se habla de unas décimas de El Cucalambé, de principios del siglo XIX, que las refiere todo el mundo. Digamos que tanto el cuento de Joselito y Encarnación como las décimas de El Cucalambé, son las evidencias mitológicas más fuertes que hay. El Cucalambé nunca pudo escribir estas décimas, porque desaparece en 1862 y la Guerra de Independencia comienza en 1868 y en las décimas se habla de los mambises. De pronto aparecieron fotos y trataron de demostrar que los mambises las usaban, pero no fue así, ellos usaban chamarretas, parecidas a las españolas.

¿Cuándo aparece una evidencia más seria del uso de la prenda?

La gran explosión es a finales del siglo XIX con la conclusión de la guerra, porque si uno busca en la historia, todos los veteranos de la Guerra de Independencia en Cuba se identifican vestidos de guayabera.

Se ha hablado de que Marcos García —anexionista espirituano—, alrededor de 1890 convoca a una reunión contra España en el teatro de Sancti Spíritus y que todos los participantes se vistieron de guayabera, pero no hay evidencia gráfica, aunque sí en la prensa de la época, sobre todo el uso del vocablo guayabera, (corruptela de yayabera, el nombre original).

Ella tuvo además variables dependiendo de la zona, por ejemplo se le ha llamado camagüeyana, o trochana, por la Trocha de Júcaro a Morón en Ciego de Ávila. En La Habana se le dice guayabana a un modelo específico de guayabera, que no lleva bolsillos arriba, solo dos en la parte de abajo.

¿Entonces se defiende el origen espirituano de la guayabera?

No hay ninguna evidencia que diga que la guayabera es espirituana, pero no hay ninguna que lo contradiga. Todo el mundo dice que lo es, de eso no cabe la menor duda.

Lo cierto es que aquí se dinamizó y se apropió la gente de su uso. De hecho el fabricante más importante llamado Rey de las Guayaberas en Cuba fue Ramón Puig, natural de Zaza del Medio en Sancti Spíritus, que emigró a Estados Unidos después de la Revolución y montó en la Calle 8 de Miami su famosa Casa de las Guayaberas donde siguió cortando hasta el año pasado, cuando murió a los 93 años de edad.

¿Qué no puede faltar en una guayabera para hacerla lo que es?

Las alforzas, para mí son clave, el uso del botón (una guayabera lleva más de 25 botones), y un elemento importante, muy discutido, pero a mi juicio muy acertado: la guayabera cubana lleva cinco juegos de alforzas y todas comienzan y terminan en forma de triángulo con un botón, y la lectura semiótica es que simboliza a nuestra bandera. Además la guayabera cubana debe ser blanca y llevar entre 27 y 29 botoa sin uniforme militar; y en el 2011 fue decretada vestuario oficial de la diplomacia de la isla.

La guayabera ha formado parte de la diplomacia simbólica y las campañas políticas desde y hacia Cuba. Cuando el papa Francisco recibió a la familia Payá-Acevedo el 14 de mayo del 2014, estos le ofrecieron una guayabera y, según comentó Rosa María Payá en su cuenta de Twitter, «el Papa bromeó con posibilidad de ponerse guayabera que una familia cubana en el exilio nos dio para él». El ex-presidente Jimmy Carter vistió una guayabera cuando visitó la isla en el 2002 y en el 2011; el candidato presidencial Mitt Romney llevó una cuando se dirigió a los votantes del condado de Miami, en la Florida, en enero del 2008.

Las guayaberas están a la venta en las pequeñas tiendecitas del aeropuerto de La Habana y en los pulgueros de Miami donde  muchos compran mercancía para llevar a Cuba. En la Quinta de Santa Elena, a orillas del río Yayabo, en Sancti Spiritus, el 4 de junio del 2012 abrió sus puertas el Museo de la guayabera. En su tienda, La alforza, pueden adquirirse guayaberas por 368 pesos cubanos.

Ver también, en Cuba Material, guayaberas.

Postal de navidad

Postal de Navidad. Tomada del muro de Facebook de Ernesto Fumero, vía Enrique del Risco.

Postal de Navidad. 1961. Tomada del muro de Facebook de Ernesto Fumero.

1959

En lugar de Santa Claus, las Navidades de 1959 se celebraron con Don Feliciano. María del Pilar Díaz Castañón (Ideología y revolución: Cuba 1959-1962) lo describe como un «sonriente guajiro de polainas y guayabera» (nota 104, página 151), y dice que, para las celebraciones, se conminó a utilizar pinos nacionales, que ya para mediados de diciembre se habían agotado. Por su parte, Aleida Durán recuerda en Cubanet que «chicos y mayores rechazaron a Don Feliciano» y agrega que «el día 24, sin orden ni listado, camiones militares recorrieron los barrios pobres entregando paquetes de alimentos navideños: carne de puerco, frijoles negros, arroz, turrones, golosinas.»

El lema de aquella navidad fue: «Sea feliz revolucionariamente en Pascuas de Cuba libre.» Sobre estas navidades, dice Anita Casavantes Bradford en su libro The Revolution is for the Children:

Conscious of the symbolic importance of the holiday season in a family-oriented and at least nominally faithful nation, the government began planning as early as September 1959 for the spirit-filled celebration of “Navidades en Cuba Libre,” or “Christmas in Free Cuba.” Throughout the autumn of 1959 and especially during the month of December, the state-sponsored media portrayed the Revolution, rather than the birth of Jesus, as the source of holiday joy, and drove home new images of Fidel Castro as the benevolent father and giver of gifts to Cubans of all ages. (P. 77)

Work began immediately to organize Cubans to volunteer their time, effort, and resources to prepare for the advent season. Homes and businesses across the island were adorned with Christmas trees, colorful paper chains, and decorations, and brigades of children were mobilized to go house to house to collect donations to decorate the streets of their barrios. Competitions were arranged and medals awarded to neighborhoods with the best decorations. On Nochebuena, dances were held in the streets in towns and cities across the island; revolutionary Santa Clauses sporting black beards, in honor of Fidel and the M-26-7’s rebels, distributed gifts. (P. 78)

In preparation for the arrival of Los Reyes, the Ministry of Social Welfare had launched Operation Toys for Poor Children in early December. After conducting a hasty census to determine the age and gender of the island’s poorest children, the ministry launched a public-private campaign to gather donations of “drums, skates, dolls, and go-karts” from unions, revolutionary organizations, and private citizens. The toys would be distributed to children’s homes in disadvantaged neighborhoods across the island on January 6.

Though Operation Toys depended on collaboration between the state and civil society, revolutionary officials and media depicted the project as an initiative of the revolutionary government and emphasized its exclusive leadership of the campaign. (P. 80)

Throughout the last days of December and into the New Year, cargo loads of gifts were transported to the countryside by truck and train, and by January 3, the Revolutionary Air Force also began airlifting toys to the regions hardest to reach. Acknowledging that “almost all sectors of society, workers, students, professionals, and the middle class, have offered their support,” revolutionary media nonetheless made clear that the leadership of Operation Toys remained the exclusive prerogative of the Castro government. The participation of civic actors in the campaign was described as strictly auxiliary, while photographs of military aircraft loaded with toys vividly reinforced the benevolence of a revolutionary state so committed to children that it was willing to deploy the defenders of the patria to secure their happiness. (P. 81)

On January 6, children across the island were visited not by los magos Melchior, Caspar, and Balthazar but by gift-bearing representatives of the Revolution, clad in olive green. With the assistance of the Banco de Seguros Sociales de Cuba and the Revolutionary Air Force, 25,000 toys were distributed in the most isolated regions of Oriente, including the zones of Songo, La Maya, Sierra Cristal, Calabazas de Sagua, Concepción, and Mayarí, as well as Isla de Pinos and Ciénaga de Zapata. More than twenty military-helicopter loads of toys were distributed to 5,000 children through the region. (P. 81)

Cartoons like those that had appeared in Bohemia during Christmas week similarly appropriated the Catholic imagery of the Epiphany and applied it to Fidel Castro and his government, depicting grateful guajiros clutching gifts from “El Rey Barbudo”—a reference to Fidel’s beard—while others dressed the Three Kings in cloaks labeled “Instituto de Ahorro y Vivienda” and showed the reyes distributing houses to the people.

An explicit example of the effort to appropriate the morally and emotionally resonant discourses of the Christian holiday season appeared on the front page of the January 5 edition of the socialist newspaper Hoy. The headline “A Child Asks ‘Rey Mago Fidel’ to Provide Arms to ‘Defend Cuba’” called readers’ attention to a letter from eleven-year-old Enriquito Enríquez Estorino, addressed to “Mister ‘Rey Mago’ Fidel, Dear Commander.” (P. 82)

1960

Las navidades del próximo año harían circular el lema «Felices pascuas en casa propia.» Según Cubanet:

Para entonces, con el título «Jesús del Bohío» se representaba la Navidad en la marquesina de la estación de radio CMQ, en La Habana. Los tres Reyes Magos eran Castro, el Ché y Juan Almeida, el único hombre de raza negra en una alta posición dentro de la revolución. Ellos llevaban como regalos la Reforma Agraria, la Reforma Urbana y el Año de la Educación, que sería el próximo.

Al respecto, dice Anita Casavantes Bradford:

The Revolution thus celebrated its second Christmas in a context of unprecedented hostility between Cuba and the United States and increasingly close ties to the socialist world. News coverage of the holiday season, while still focused on children, accordingly deemphasized many of the “bourgeois” and Catholic images around which the first revolutionary Christmas celebrations had been organized. Havana department stores advertised a selection of toys, prices “newly regulated by the Ministry of Commerce,” that reflected the militant tenor of the times. La Nueva Isla department store offered an extensive collection of “all the toys your child could wish for,” including a militia costume for girls ages two to eight for $6.99; olive green nylon “militia packs” for boys aged three to ten for $4.95; and a militia field campaign tent for $6.50. (P. 98)

A later retrospective of the holiday season included photos of children filling the streets of the city, greeting the costumed kings and receiving gifts from milicianos. (P. 98)

 

1961

Las navidades de 1961 serían las «Primeras Navidades socialistas» (en ellas, en lugar de cerdo, cuya grasa escaseaba, se comería pavo). Así las anunciaba el editorial de la revista INRA de diciembre de 1961 (publicado en Díaz Castañón, María del Pilar. 2004. Ideología y Revolución. Cuba, 1959-1962. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, nota 83, p. 209):

La costumbre se hace ley, y nadie intenta afectarla en lo absoluto. Por eso tendremos una Nochebuena acorde con las más puras tradiciones y a nivel de los gustos más exigentes. Digámoslo tajantemente: por una vez, por un día, volveremos al derroche, porque habrá de todo. Solo que también habrá juicio, porque mucho hemos aprendido en la escuela de la vida; cada cual adquirirá sin limitaciones ni cortapisas lo que necesite para una celebración en grande. De nuestras granjas avícolas han salido ya a la venta los pavos, los pollos y el clásico guanajo para el tradicional guanajo relleno.

El mismo editorial también comenta: «¡se ha llegado al extremo de comprar turrones españoles con dólares-convenio!»

En su libro autobiográfico Benjamín: Cuando morir es más sensato que esperar, Carolina de la Torre recuerda que:

Ese diciembre de 1961, a sugerencia del máximo líder, los cerdos no se sacrificaron “para preservar las crías”. En su lugar se vendieron aves, que se comieron acompañadas de diversos productos venidos de los nuevos amigos socialistas (manzanas y uvas búlgaras, cervezas checas, vodka ruso, conservas húngaras, etc.) para que el pueblo los disfrutara después de interminables colas que se soportaban con el mismo espíritu con que la mayoría se mantenía alerta y “con la guardia en alto” por si el enemigo imperialista se decidía a una nueva agresión. (P. 125)

 

1962

Para el año 1962, durante las que se llamaron «Pascuas de la dignidad,» cuenta Cubanet que «ya no se vendían arbolitos de Navidad en las tiendas, aunque se podían comprar a vendedores ambulantes. Todavía las tiendas tenían algunos juguetes para quienes hacían largas filas (colas).»

Cuenta Carolina de la Torre que:

En las navidades, Blanca y Alfredo pudieron, al fin, ver reunida de nuevo a toda su familia, incluyendo a Salvador que llegó de último. Celebraron la suerte de poder esperar, vivos y sanos, otro aniversario de la Revolución. Muy favorecidos esta vez porque en la bodega se repartieron latas de spam chino y pomos de coles encurtidas, así como de ajíes rellenos con carne de vacas socialistas. (P. 138)

 

1964

Sobre la navidades de 1964, dice Carolina de la Torre:

Era tan grande la presión a fines de 1964 que hasta se vendieron postales de navidad donde no solo suprimían los símbolos de la tradicional celebración, sino que se ilustraba la felicitación con alguna imagen que aludiera a la persecución de enfermitos y vagos, congratulando a los cubanos por un año nuevo sin lacra social. (P. 203)

 

1969

En 1969, el gobierno prohibió la celebración de la navidad.

***

En Louis A. Pérez. 1999. On Becoming Cuban: Identity, Nationality, and Culture. NC: University of North Carolina Press:

Artist María Luisa Ríos criticized the reproduction of northern scenes as the representation of Christmas. “We Cuban painters do not have need to seek inspiration in foreign motives to create nativity scenes,” asserted Ríos. “In Cuba there exist untapped motives waiting for the magic of lines and color to shape them on the canvas.” (p. 474)

Holidays were transformed. The celebration of Thanksgiving was suspended. Christmas changed. New emphasis was given to the celebration of a “Cuban Christmas,” which signified the revival of Spanish traditions and the consumption of Cuban products. Fifty years earlier, the means of expressing Cuban involved replacing Spanish customs with North American ones. In 1959 the affirmation of Cuban implied rejection of North American practices for Spanish ones. Merchants, retailers, and advertisers were exhorted to emphasize Kings Day (January 6) as more consistent with Cuban customs. . . .  Carpentier called for te rejection of Santa Claus and the Christmas tree as practices “alien to our traditions.” Roberto Fernandez Retamar agreed . . . The time had come to banish Santa Claus –“difficult to pronounce”– from the “Cuban Christmas” and restore the three wise men. (p. 485)

On the occasions where Santa Claus did appear, his beard was often colored black to resemble a barbudo. The Ministry of Commerce discouraged merchants from importing Christmas trees, Christmas decorations, candies, and other merchandise associated with “traditions foreign to the nation.” The only exception to the ban on foreign imports was the Spanish candy turrón , which was permitted, as it formed part of the “true Spanish-Cuban traditions.” (p. 486)

En Llilian Guerra. 2012. Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971. Chapel Hill: University of North Carolina Press:

Cuba’s National Institute of Culture, headed by former Ortodoxo Party stalwart Dr. Vicentina Antuña, developed plans to “cubanize” Christmas through politically engaged, commercial means. Cubans had made a “consumerist” not a “communist” Revolution, Antuña’s plan appeared to say. Given Cuba’s international context, expressing Christmas joy itself could be considered revolutionary. With this in mind, INRA’s paid advertisements promoted decorative ideas that deliberately politicized the serving of eggs and chicken (which Beef-loving Cubans apparently disdained for not being real “meat”). Now produced by state-managed cooperatives, displaying these products at holiday meals nt only showed one’s revolutionary stripes but also ensured that state ownership would succeed. In nationalizing their tastes, most Cubans needed little encouragement. In December 1959, Cuban families uncorked bottles of Cuban wines rather than imported varieties for the first time in living memory, while poor neighborhoods took up special collections to buy outdoor Christmas decorations to adorn their blocks.

An additional dimension of the National Institute of Culture’s cubanization of Christmas campaign included the publication of Cuba’s first truly national cookbook. Once again, if buying Cuban and giving Cuban made you more Cuba and therefore, more revolutionary, so did eating Cuban. Featuring recipes from all regions, the book was meant for women in the capital who rarely ventured into the campo and therefore had never discovered its culinary delights. Symbolic of their peasant origins, featured recipes in the book had delightfully ironic names, such as three styles of making the desert matahambre (hunger-killer) (two of which are labeled “traditional”), another recipe called matarrabia (rage-killer) as well as a Caibarién fisherman’s favorite dish, salsa de perro (sauce of a dog). Thus, Recetas Cubanas not only represented the national integration and embrace of the campo into the culture, identity, and kitchens of urban Cubans but also demonstrated how the socioeconomic injustices of the past had deprived affluent habaneros of the beauty of rural culture and its rustic customs.

Maximun expression of revolutionary consumerism could be found in the government campaign to influence the nature of holiday gift shopping. As one reporter put it, “The idea of fusing universal celebration of the birth of Christ with cubanía [is] certainly very patriotic.” In November 1959, officials announced a fair to exhibit different gift ideas for Christmas that would be held at Havana’s prestigious Museo de Bellas Artes on El Prado. Although a few foreign-named franchises like Sears and Escarpines Gold Seal were included, organizers focused on soliciting donations of items for a “Cuban Christmas” from all of the capital’s locally owned department stores and they also contacted Cuban-owned manufacturers such as Muñecas Lili, Camisetas Perro, and Bacardí’s Hatuey beer division. All items displayed had to be Cuban-made.

Not originally intended to solicit individual donations, the campaign nonetheless inspired citizens to donate their own handicrafts to the fair. After all, what could be more “Cuban” than a gift not made by a machine but by a real life Cuban? Organizers seemed to agree. (p. 97)

En Cubadebatepor Antonio Núñez Jiménez (tomado de En marcha con Fidel):

Muy lejos de Soplillar, un automóvil sale de la Capital. En él viaja Fidel Castro, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario. Atravesamos ciudades y pueblos, todos igualmente engalanados con cubanísimas pencas de palmas reales, las casas con bandera y a lo largo de las calles, una profusión de guirnaldas de colores, adornos navideños. Al paso de Fidel, la gente le extiende su saludo emocionado. Todos quieren estrechar su mano, expresarle su apoyo a la Revolución. Son las primeras Navidades libres de Cuba.

En Cubadebate, del mismo texto: La Nochebuena de Fidel con los carboneros:

. . . Es el día de Nochebuena y hay que preparar la cena y traer las cosas de la bodega. Ademas, Rogelio debe pedir la liquidación a la Cooperativa. Quiere comprarales ropa a los muchachos y a Pilar “para que deje de ponerse ese ripio punzó”.

Juntos abandonan la finca Santa Teresa, antiguo latifundio, ahora propiedad del pueblo carbonero. Atraviesan un trillo hasta el campo de aterrizaje, obra construida por el INRA y, siguen la amplia calzada del aeródromo.Llegan a Soplillar. Pasan la escuelita remozada, pintada de verde claro; las casas de madera, adornadas con papelitos de colores, indican la alegría reinante.

Rogelio y Carlos se abren paso hasta el mostrador de la Tienda del Pueblo para cobrar el dinero que la Cooperativa les adeuda y comprar los víveres de la Nochebuena Carmelo Hernández, el administrador, le extiende a Carlos un cheque. No lo cambie, paga con lo que le ha quedado de meses anteriores y comenta que antes el cobro de los carboneros sólo servía para pagar lo consumido y abonar los abusivos intereses. La lista de precios que cuelga de la pared es elocuente: al aumentar los jornales del carbonero casi al doble y reducirse el costo de la vida, el nivel económico en la ciénaga se eleva en pocos meses.

Una hora después de su entrada en la Tienda del Pueblo, Rogelio y Carlos, con sendos sacos repletos de víveres, turrones y otros dulces para sus hijos, regresan a sus hogares.

. . .

-¡Que diferencia! Hace un año los amarillos vinieron a llevarme la lechona y me mataron a un sobrino que todavía nadie sabe donde lo enterraron. Señores, ¡esto ha vuelto a nacer!.

. . .

-Cuando ustedes luchaban en las montañas, para serles franco, no creía que esta Revolución iba ser tan pura. ¡Eran tantas las decepciones del pasado! Yo conozco como nadie la ciénaga y ahorita no se va a conocer. En Soplillar ya hay ciento cuarenta y ocho cooperativas, en Buenaventura ciento noventa y en Pálpite pasan de ochenta. Y a eso, súmele las carreteras, las playas, las Tiendas del Pueblo.

Antes de las doce de la noche ya todos estamos sentados frente a una mesa de rústicas tablas donde se coloca el lechón asado, una fuente de yuca, la ensalada de lechuga y rábanos y el arroz blanco. El vino es de frutas cubanas y los turrones comprador en la Tienda del Pueblo han sido producidos en el país.

Texto tomado por Cubadebate de Núñez Jiménez, Antonio (1982). En marcha con Fidel. Habana: Letras Cubanas.

Navidades de 1961

Navidades de 1961. Imagen tomada del muro de FB de EtnoCuba.

Life May 5 1958

Publicado en la revista Life el 5 de mayo de 1958. Enviado por Linda Rodríguez.

Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Según el historiador Louis A. Pérez Jr. (On Becoming Cuban: Identity, Nationality and Culture), la moda cubana de los años 1950s comunicaba discursos nacionalistas a través de diseños adaptados a la silueta criolla y colores apropiados al clima de la isla.

Estas imágenes, publicadas en la revista Life el 5 de mayo de 1958, reproducen algunos diseños de los modistos cubanos Adolfo, Luis Estévez, y Miguel Ferreras, radicados en Nueva York. Las fotografías fueron hechas en Trinidad, Cuba.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Caricatura de Alen Lauzán

Caricatura de Alen Lauzán

Caricatura de Alen Lauzán, tomada de internet.

La guayabera es la prenda de vestir más cubana, equivalente en muebles al taburete, y en políticos, a José Martí. Surgida a mediados del siglo XIX, sin que aún se sepa si debe su nombre al río Yayabo o a las guayabas que supuestamente se guardaban en sus bolsillos, la guayabera es, desde hace dos años, el traje oficial de los diplomáticos cubanos.

Cuando triunfó la Revolución Cubana, la guayabera era tan popular que en 1948 la revista del Liceum Lawn Club consideró necesario publicar un texto definiendo las condiciones de su uso… y abuso. Más tarde, en 1973, la revista Mujeres publicó unos bocetos en los que la tradicional camisa de hombre se presentaba como prenda femenina. Estos modelos fueron después desarrollados, y producidos desde finales de los años 1970s, por la firma CONTEX, fundada y dirigida por Caridad (Cachita) Abrantes, también presidenta de la casa de modas La Maison y hermana de quien fuera jefe de la seguridad personal de Fidel Castro y ministro del interior.

Luego, en los años ochenta, las autoridades del Ministerio de Comercio oInterior instituyeron la guayabera como uniforme de los trabajadores de la gastronomía, quienes se adelantaron así en 20 años a los de la diplomacia.

Primeros diseños de guayabera como prenda femenina, publicados en la revista Mujeres. 1973. Diseñadora Marta Verónica Vera.

Guayabera como prenda femenina, publicados en la revista Mujeres. 1973. Diseñadora Marta Verónica Vera.

Sobre los orígenes de la guayabera, Cubanos por siempre: cubanidades dice: La guayabera cubana:

La historia enseña que estas camisas se originaron en Sancti Spiritus, Cuba, ciudad fundada por don Diego Velázquez en 1514, siendo ésta la sexta villa establecida en esa preciosa isla.

Corría el año 1709 cuando llegaron a dicha ciudad, procedentes de Granada, la bella e histórica ciudad andaluza, don José Pérez Rodríguez y su esposa Encarnación Núñez García. José era de Oficio alfarero y generalmente lo llamaban «Joselillo». Al poco tiempo de haber llegado a Sancti Spiritus, ya se había construido una nave en las márgenes del río Yayabo, el cual cruza la parte sur de la ciudad de oeste a este. Después de estar trabajando un corto tiempo en su alfarería, o tejar como también comúnmente se le llama, recibieron varias piezas de tejidos que sus familiares les enviaron desde España.

Fue inmensa la alegría que ambos experimentaron cuando les fue entregado el paquete de tela, porque Encarnación, como la mayoría de las mujeres en esos tiempos, era costurera. Tiempo más tarde Josélillo dirigiéndose a Encarnación, en su típico «andalucismo» le dice: « Encarnación, estoy pensando que sería muy ‘gúeno’ que me hicieras camisas largas con bolsillos grandes a los lados, ‘asiná’ como gabán, para poder llevar la fuma y otras cosillas al «talle».

No fue fácil, pero después de varias pruebas Encarnación pudo coser una prenda de vestir que fue del agrado de su querido esposo. Josélillo, con mucho orgullo por ser una pieza original de su esposa, comenzó a usarla y al poco tiempo los guajiros -como llaman en Cuba a los campesinos-de la comarca, viendo la comodidad y la economía que resultaba de esta prenda de vestir, también comenzaron a usarla.

En la ciudades, los poblanos lanzaron contra esta nueva vestidura todos los improperios que se les ocurrían; a lo menos decían que era mejor no vestirse; que parecían mamarrachos los que usaban. Ni las clases bajas de los pueblos eran capaces de salir a la calle con esta vestidura. Pero como la historia nos ha enseñado de que tarde o temprano el progreso seguirá avanzando, unos años más tarde los poblanos más humildes se atrevieron a usar la susodicha prenda y despacio, pero a seguros pasos, fue extensamente adoptada posteriormente por gente de la clase media, si bien con ciertos temores de ser criticada.

A los nativos de Sancti Spiritus actualmente se les conoce como espirituanos o espirituanas, pero en aquellos tiempos también se les conocía como «yayaberos» o «yayaberas», nombre que provenía del antes mencionado río Yayabo, y por este motivo a esta vestidura se le indentificaba como «yayabera». Además, alrededor de Sancti Spiritus- mi pueblo-abundaban plantas diversas variedades de esa deliciosa fruta que es la guayaba. Como esta camisas siempre han tenido al frente dos bolsillos bastante grandes, los guajiros acostumbraban llevar guayabas en estos bolsillos y de esta costumbre nació el nombre de «guayabera», sustituyendo el de «yayabera», como le llamaban a las mujeres del pueblo. Así nació la siguiente cuarteta trovadoresca local:

Y la llaman guayabera por su nombre tan sencillo por llenarse los bolsillos con guayabas cotorreras.

El tiempo permitió diversas variaciones, no solamente en su nombre, si no también en su estilo. Se les añadió las muy bien confeccionadas alforcitas y se les agregó una serie de botones por todas partes. Pero la variación más significativa nació durante las guerras de independencia de Cuba, desde 1868 hasta 1898. Cuba está reconocida por haber alcanzado su independencia con las cargas de caballos guiados por los libertadores, machete en mano. Como el machete sobresalía más arriba del cinto, por debajo de la guayabera, la guayabera fue alternada con dos aperturas laterales para facilitar la rapidez para desenfundar el machete.

Nuestros venerables veteranos de esas guerras usaban las guayaberas de hilo porque era un puro símbolo de patriotismo, y en su pecho colgaban la bandera tricolor con la estrella solitaria y la medalla de oro que los distinguía como libertadores. El general Calixto García y sus ayudantes de guerra usaban esta prenda de vestir. La guayabera, por la espalda, muestra el diseño de la bandera cubana.

Durante nuestra luchas libertadoras, los españoles consideraban ejecutor de una tremenda traición, al cubano que usara una guayabera con este diseño en la espalda, y aquellos cubanos capturados usando este tipo de camisas eran inmediatamente fusilados.

El primero de julio fue escogido por el Gobierno de la República de Cuba, para celebrar cada año El Día de la Guayabera, ya que fue en esa fecha el nacimiento del poeta cubano Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, más conocido como « El Cucalambé» (1829-1862), quien escribiera varias décimas cubanas, siendo el primero en mencionar la guayabera en una composición. A continuación reproducimos dos de las muchas «décimas» cubanos dedicadas a la guayabera:

¡ Oh, guayabera ! camisa de alegre botonadura. Cuarto bolsillos, frescura, de caña brava y de brisa. Fuiste guerra mambisa con más de un botón sangriento cuando el heroico alzamiento, y por eso la Bandera tiene algo de guayabera que viste al galán del viento. Invasora espirituana, comenzaste tu invasión y entre Júcaro y Morón te llamaban «La Trochana». Te quiso, «Camagúeyana» el Camagúey noble y bravo, hasta que al fin, desde el Cabo de San Antonio a Maisí, Cuba no viste sin tí,- Onda fresca del Yayabo-.

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Y, sobre el uso y comercio de la guayabera en Miami, ver en WSJ: Rediseñando un clásico cubano:

La guayabera, la tradicional camisa plisada y de cuatro bolsillos que se usa suelta sobre los pantalones, se ha vuelto omnipresente en esta ciudad gracias a los exiliados cubanos que huían de Fidel Castro y sus uniformes verde militar. Ahora que la primera generación de exiliados empieza a morir, algunas tiendas de ropa masculina tratan de adaptar la prenda de varios siglos de existencia a una generación más joven, que busca estar a la vanguardia de la moda. No es una tarea fácil.

Antonio García-Martínez, un hijo de exiliados cubanos criado en Miami, dice que la clásica guayabera de lino tiene sus límites: se arruga con facilidad, es de apariencia cuadrada y demasiado anticuada para su gusto. «Te hace ver como un abuelo cubano en un funeral», dice.

Se cree que la guayabera, prenda muy popular en los países cálidos, desde el Sudeste Asiático hasta el Caribe, tiene su origen en Cuba, donde se expandió hasta convertirse en un símbolo de la elegancia en La Habana. Entre sus fieles seguidores, encontró a figuras internacionales como el escritor Ernest Hemingway.

Actualmente, la mayoría de las guayaberas —de manga corta y larga— son hechas en México o China, principalmente de algodón o telas sintéticas que se secan rápidamente después del lavado.

Sin embargo, todavía quedan algunos sastres en Miami apasionados por esta prenda y deseosos de actualizarla para atraer a los hombres más jóvenes. Algunas empresas están promoviendo versiones extremas de la guayabera, que incluyen colecciones para bebés y ropa para perros. Pero el principal énfasis es captar a los jóvenes, que están entre los principales consumidores de la moda en la ciudad.

Louis Puig, de 52 años, conoce bien a este grupo de consumidores. Su padre, Ramón Puig, un reconocido sastre, ganó fama en Cuba como un mago de la guayabera, una reputación que después lo siguió a Miami, donde pasó a ser «el rey de las guayaberas». Ahora que el rey ha fallecido, Louis Puig—quien ha trabajado como DJ y es propietario de Club Space, una de las discotecas de música electrónica más populares de Miami— intenta tonificar el negocio de la familia al abrir una sucursal en el centro de Miami, lejos de la Pequeña Habana, donde se instaló su padre en 1971.

Costosas guayaberas de lino y algodón a rayas y de colores fuertes cuelgan de los estantes, un cambio radical frente a los tradicionales colores blanco, beige o celeste. También hay vestidos estilo guayabera para las mujeres.

La nueva boutique, denominada «Ramón Puig Guayaberas», tiene retratos de atractivas modelos luciendo sus guayaberas por Ocean Drive, en South Beach. «La guayabera es lo más cool del mundo», dice Puig, «Ya no es simplemente la camisa de tu papá. Es cool al estilo cubano».

Los orígenes de la guayabera siguen siendo un misterio. Lo que está claro es que la prenda permitió a los campesinos y los soldados españoles a soportar mejor el calor de Cuba y pronto se expandió a otras colonias españolas en América Latina y el Sudeste Asiático.

Tras la revolución cubana, la mayor parte de la producción se trasladó a la Península de Yucatán en México, donde los fabricantes le añadieron bordados. La guayabera también se ha convertido en «la camisa mexicana de bodas» y ha ganado adeptos entre los jefes de Estado latinoamericanos, entre ellos el propio Fidel Castro.

En Miami, la guayabera ha tenido problemas para conquistar a los recientes inmigrantes cubanos, quienes vivieron bajo el régimen comunista y tienen una visión menos romántica de muchas tradiciones de su país. Rafael Contreras Jr., cuya marca de guayaberas D’Accord se fabrica en Yucatán y se vende en todo el mundo, dice que el amor por la guayabera pasa por ciclos. En los 80, los jóvenes de Miami las usaban con jeans y botas vaqueras en las discotecas, señala. Ahora algunos jóvenes quieren «guayamisas»— una combinación entre guayabera y camisa de vestir más sencilla.

Los apasionados de las guayaberas creen que, con algunos retoques, la prenda puede tener la misma resistencia que Fidel. «No conozco a ningún cubano en Miami que no tenga al menos una o dos», dice Mike Valdés-Fauli, un ejecutivo de marketing de 33 años de padres cubanos. Él tiene tres, dos que le regaló su abuelo y una que compró por su cuenta. Las usa principalmente en las reuniones de familia.

Postal de navidad

Postal de navidad

Postal de navidad. 1959. Festivales del Libro Cubano. La Habana. Colección Cuba Material.

A todos los lectores y colaboradores de Cuba Material, ¡felices navidad y año nuevo!

Etiqueta provisional de camisa de trabajo Nina. Calidad «segunda». Rebajada de 5.08 a 4.96 pesos. 1990. Colección Cuba Material.

El poeta, filósofo y exprisionero político Jorge Valls me contó que su padre, Alfredo Valls, había sido dueño de una pequeña tienda en Obispo y Villegas a la que había puesto el muy americano nombre de The Quality Shop, donde vendía ropa y confecciones para ambos sexos. Una vez, en los años cincuenta, puso a la venta unas camisas confeccionadas en Guanabacoa, de muy buena hechura y excelente calidad, pero de poca venta. Ante la necesidad de salir de esa mercancía, el padre de Valls mandó a hacer nuevas etiquetas para las camisas. Estas decían que las camisas habían sido hechas en Brooklyn, no en Guanabacoa. Además, les aumentó el precio. En poco tiempo, dice Valls, se vendieron.

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Dice Jean Paul Sartre en Huracán sobre el azúcar que, durante su primer viaje a Cuba en 1949, cuando quiso comprar un peine, fue advertido por el dependiente sobre la fabricación doméstica de este. El dependiente había querido ser atento y advertirle que se trataba de un producto de menor calidad.

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En casa de mis abuelos he encontrado etiquetas que dicen «Hecho en Cuba» en el interior de carteras de piel, en el lomo de peines plásticos color vainilla, en corbatas que aún cuelgan de la puerta del chiforrover de mi abuelo, en viejos y desteñidos pomos de perfume. En todos casos se trata de mercancía de la mejor calidad. Nada que ver con las chambonas prendas de vestir que solían traer la marca de «hecho en Cuba» en los comercios de los años ochenta.