Entradas

Exposición Cuban Finotype and Its Materiality
Exposición Cuban Finotype and Its Materiality

Exposición Cuban Finotype and Its Materiality (2015). Imagen tomada de Cabinet magazine.

El 21 de octubre pasado, en la sede de la revista Cabinet en Brooklyn, NY, se presentó el proyecto multimedia Finotipo/Finotype, de la profesora de la Universidad de Connecticut Jacqueline Loss. Loss explora las representaciones de lo fino que circulan entre los cubanos de allá y de aquí, tema sobre el que prepara un documental , co-dirigido por el artista Juan Carlos Alom. El proyecto puede consultarse en el website Finotype, que además cuenta con archivos relacionados con las representaciones de lo fino que incluyen desde moda hasta prensa impresa, pasando, por supuesto, por el teatro y el arte.

En el evento, Jacqueline Loss y María A. Cabrera Arús leyeron ponencias. Las autoras curaron, además, una exposición de objetos de belleza de la colección de Cuba Material y el archivo de Cachita Abrantes, que se exhibieron junto con obras de los artistas Jairo Alfonso y Geandy Pavón.

"212." Jairo Alfonso. Foto de Ernesto René Rodríguez.

«212.» Obra expuesta en Cabinet magazine. 2015. Jairo Alfonso. Foto de Ernesto René Rodríguez.

Exposición Reciclarte en la Fábrica de Arte
Exposición Reciclarte en la Fábrica de Arte

Exposición Reciclarte en la Fábrica de Arte. 2014.

En Diario de Cuba: Cuando la moda quiere ser arte:

A Leticia le interesa la moda. Nunca quiso ser modelo, diseñadora, ni siquiera fotógrafa, pero disfruta de un diseño atractivo y de enterarse de lo que se lleva o no en el mundo y en La Habana. También es amante de las artes plásticas y escénicas.

Por eso, sacó su entrada para asistir a la pasarela de Trajes extremos que propuso en Bellas Artes la séptima edición de Arte y Moda.

El concepto del espectáculo era muy atractivo: diseñadores que, inspirados en obras de artistas plásticos cubanos, crearon 25 «trajes extremos». Cada traje iría acompañado de una pieza musical que lo distinguiría y vendría a formar parte del significado de la obra.

Ya en el lobby de Bellas Artes, lleno de mujeres entaconadas y con vestidos de noche, Leticia escuchó a uno de los diseñadores hablando con amigos. «La organización es un desastre. Ayer, el día de la inauguración, nos pidieron ayuda para conseguir las luces, porque a esas alturas todavía no estaba lista la pasarela.»

Leticia trató de conseguir un programa, pero solo estaban disponibles para los invitados. No tuvo más remedio que pedir uno al señor que se sentó a su lado. El programa, impreso a todo color y en buen papel, era en realidad un catálogo de los trajes que se presentarían. Leticia no pudo evitar pensar que si no hubiesen sido tan pretenciosos, hubiese alcanzado para darle programa a todo el público. Y pensó que la gente de la moda no puede evitar ser elitista.

Sin embargo, las palabras leídas por la locutora al principio del espectáculo le parecieron un poco lastimeras. Esta pasarela era un esfuerzo para tratar de alejar el concepto que habitualmente se tiene de la moda como algo «frívolo y superfluo». Era como si los creadores estuvieran pidiendo disculpas por dedicarse a la moda en lugar de a las artes plásticas o algo más «elevado».

Otro detalle que le llamó la atención a Leticia fue el interés por poner la cubanía en primer plano. El desfile fue abierto por el himno nacional, interpretado con una trompeta ensordecedora; los primeros vestidos estaban inspirados en la bandera; abundaron los cantos afrocubanos en la banda sonora. Tanta insistencia era para Leticia una manera de legitimar la moda como algo compatible con la nación. «Como si hiciera falta. Ya el hecho de que los diseñadores sean cubanos le da nacionalidad a las creaciones.»

La presunta desorganización no se hizo notar en la pasarela. En el fondo se proyectaban los cuadros que inspiraron los diseños, mientras los modelos bailaban más que desfilar. Unos trajes eran más atrevidos que otros, la música seleccionada se ajustaba más al diseño de vestuario en algunas ocasiones que en otras. Pero eso se debe más al concepto de cada artista que a la organización, supuso.

Vio danzar sobre la pasarela los más llamativos atuendos. Un traje de aspecto robótico; una armazón con corazoncitos colgando, un vestido con manzanas verdaderas dentro de la falda; vestidos plateados con enormes cuernos rojos o negros; un sombrero en forma de caballito de mar; un traje negro que parecía de samurai, un tocado de varillas con flores.

El público a su alrededor aplaudió mucho un traje de diseño geométrico cuyo sombrero se transformaba, de un panel que no dejaba ver la cara de la modelo en un atrevido tocado que la liberaba. A Leticia también le gustó, pero el que más le llamó la atención fue un vestido confeccionado con material plástico de embalaje, que por el frente conservaba la leyenda «Frágil», y por la espalda «Made in». Las mangas y el sombrero eran lámparas japonesas y los zapatos, también de inspiración japonesa, eran de tiras blancas y plástico transparente.

Leticia quedó satisfecha con el espectáculo. «Fue hermoso. Además, se ve que no faltan diseñadores con talento en Cuba. Solo me gustaría que dejaran de tratar de justificarse. Lo que la gente ve como frívolo es la moda que se viste, la utilitaria, y esa idea ya es cuestionable. Estar satisfecho con la imagen de uno no tendría que ser considerado superficial. Imagínate tú estos vestidos… A nadie se le ocurriría salir así a la calle. No fueron pensados para eso, desde su concepción fueron piezas artísticas. Ni siquiera hay que tomar como pretexto la obra de un pintor para ‘acercar la moda al arte’. La moda puede ser arte en sí misma. El buen diseñador es un artista, aunque no exponga en el Museo Nacional.»

 

Etiqueta de las confecciones Fin de Siglo, tienda nacionalizada. Tempranos años sesenta. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Cuando hace pocos años llevé a mi hija a visitar el Museo de Artes Decorativas de La Habana, antigua mansión de la condesa de Revilla de Camargo, la guía que nos mostró el museo (gracias a la gestión personal de su abuela paterna) criticó en algún momento de su memorizada exposición a la condesa porque, antes de abandonar el país en 1959 debido a los cambios políticos que tenían lugar, había escondido en el sótano de su mansión parte de sus joyas y objetos de valor para protegerlos del pillaje que temía se desatara. Acto seguido, nos contó aquella guía con placer cómo, gracias a la suspicacia de uno de los agentes del gobierno que intervino el inmueble, los tesoros de la condesa eran ahora exhibidos en el museo, cuya colección habían pasado a engrosar.

Antonio José Ponte me envía la entrevista que la revista Vanity Fair le hizo al modisto Hubert de Givenchi, entre cuyas clientes se encontraba la condesa de Revilla de Camargo. Aparece en ella caracterizada como una aristócrata excéntrica y avara, que se hacía acompañar en sus visitas al atelier del famoso diseñador por una empleada que cargaba en dos bolsas sus joyas personales. Mas no se trata de la misma condesa que escondiera sus joyas antes de salir huyendo de las turbas revolucionarias, sino de su tía.

Envase de película ORWO
Envase de película ORWO

Envase de película ORWO. Foto cortesía de Pepe Menéndez.

Tengo muchas fotos hechas por mi abuelo. Las tomara él mismo o mis padres, siempre las revelaba e imprimía mi abuelo. Algunas, de finales de los años 1980s, las tomamos mis amigos y yo. Éstas las llevábamos a revelar al estudio fotográfico de 12 y 23, pues a mi abuelo le escaseaban para entonces la química y el papel. Todas fueron hechas con películas ORWO, producida en la antigua RDA.

Envase de película ORWO

Envase de película ORWO. Foto cortesía de Pepe Menéndez.

Cuarto de desahogo
Cuarto de desahogo

Cuarto de desahogo de casa de mis abuelos. Foto 2013.

Bitácora participativa: Un agujero en el recuerdo:

Si usted es cubano y recuerda los pantalones de laxter elastizados, de tela brocada o los «pitusas» (jeans) de corduroy que se combinaban con una manjata o una blusa de jersey, entonces recordará también los aberrantes calores de Agosto que provocaban un sudor insoportable menguado un poco quizás con aquellos desodorantes de tubito donde el alcohol creaba los famosos golondrinos a los que se atacaba enseguida con antibióticos, crema la sal(útil para todo) y después leche magnesia con alcohol. Método infalible para detener el olor pero, sobre todo, le enseñaban desde pequeño a no oler si había «peste», que eso se pega.

Si haciendo un esfuerzo puede aún sentir el fuerte aroma del Moscú Rojo, un perfume que cegaba los instintos y provocaba mareos o también puede recordar la suavidad de Pétalos de Violeta o el pequeño extracto de Rococó cuando el cristal impactaba con su diseño conocido: el clásico racimo de uvas que solo veíamos en las películas. Si su olfato se detiene en el Bermellón una esencia que dejaba por sentado su uso oficial para ir a la escuela o el trabajo, entonces recordará también «Los Quince».

Esta celebración quizás esté más a flor de piel porque es una fiesta que jamás ha dejado de tener su lugar aunque ya no se recuerde el motivo.
La figura principal, no es la homenajeada sino el cake, tan grande como la suma de los futuros pedazos a repartir entre amigos, familiares, invitados, ausentes, santos y demás. El diseño de la mesa, la figurita encima del merengue y el relleno no dejaban escapar su importancia por más que siempre se hicieran acompañar de la ensalada que a veces reforzaba su sabor a piña con el polvito de hacer refresco instantáneo. Las croquetas serían el sello. Todo ya preparado en una cajita de cartón lista para repartir. La cuchara podía ser un pedazo de la tapa y los vasos reciclados de antes de 1959 cuando la cerveza polar. Tan magnánimo agasajo tendría garantizada unas cajas de refresco y algunas de cerveza siempre y cuando usted cumpliera con aquello de: «entregar el vacío p’recoger el lleno».

El maquillaje era un dilema pero siempre había una peluquera que junto a la costurera del barrio sabían hacer milagros para que los zapatos de Primor parecieran únicos en cada homenajeada. El pelo demostraba su disciplina cuando al intervenir el champú «fiesta» se dejaba moldear para poder lucir los encantos que se descubrían con la llegada al salón, la sala o el espacio, destinado para todos. Rolos de los rollitos de papel sanitario. El inolvidable torniquete que se ajustaba con el gorro formado por la punta de una media de nylon, completaba la escena previa. La casa de los festejados y de los invitados ya desde una semana antes puede parecer un loquero, porque si usted recuerda la madre debía lucir bella y joven montada sobre los fabulosos «catarritos» que hacían una única aparición porque después la suela se abría en eterna carcajada.

Si, usted recuerda seguramente que en esta fiesta no faltaba la historia completa de la parentela. Las baby flowers, los adornos y fotos, tampoco se podía olvidar al combo para amenizar que después seguían al día siguiente con el pique, una celebración más informal. Al pasar unos años la grabadora sería el instrumento de más uso pero siempre necesitaría del tocadiscos Accord para amplificar el sonido y de vez en cuando escuchar el crash de los discos de 45rpm o aquellos azulitos que nunca dejaban claro que música tenían impresa.

El cubano siempre ha asociado las fiestas con la bebida porque con ella los más «patones» (portador de dos pies izquierdo y una caja de fósforo sin fósforo en cada oreja) y penosos se atrevían a bailar. Ronda, Matusalén, Legendario, Castillo, Coronilla, Bocoy, Guayabita del Pinar o Villa Clara, con el tiempo se sintieron abochornados al aparecer el «chispa e’tren» dudoso producto de fabricación casera que parecía más una bomba estomacal que licor de bebederos, pero ya para esa época usted, quizás, estaba tomando otras bebidas más fuertes, más suaves, diferente.

Después de la reseca venía el agotador domingo, un aburrido día que se atraviesa a principio o final de la semana depende como usted lo vea. Este se transformó de la noche a la mañana en el preferido de todos cuando La Tanda del Domingo y Mario Rodríguez Alemán nos dieron la oportunidad de conocer buen cine aun cuando ya existía otro programa de calidad que nos permitió ver la diferencia entre el cine de hollywood y la reserva anterior de pantalla cinco o la película de las 2 y media cada tarde entre semana que aceptaba como únicas las películas mexicanas, argentinas y españolas guardadas en la cinemateca. Colina, un «describidor» de imágenes.

Cuando la quinceañera hacía su desfile en el barrio podía servirse de un carro antiguo funcionando como nuevo o de los carruajes, si era en el campo, pero usted sabía de qué familia venía si el resto llegaba en Lada, Moskovish, Fiat polaco o de 4 puertas que eran los europeos y si por algún motivo alguien se bajaba de un Volga o Peugeot ya ahí si se ponía bueno el festejo porque ella tenía familiares o amigos en el gobierno aunque quedaba por sospecha que pudiera ser un chofer de servicio especial desviando la ruta. Buen motivo para especular con el arte incontrolable del chisme que para un buen cubano es la cienciología sublimada. Un acto secreto y pleno de conjuros.

Llegado el momento no faltaron los recuerdos de toda la familia e incluso el álbum familiar para demostrar que no habías crecido de la nada sino después de un duro esfuerzo de tus padres por hacerte entender que andar con short, pullover y tenis no sería eterno. En algún momento llegaría este día especial, después de haber pasado por varias facetas de uniforme que fueron desde el gris hasta el rojo y ahora el mostaza o el azul dependiendo si estabas becada o estudiabas en la calle. Claro que el verde de las conocidas Macarencos, nunca sería olvidado.

Por las viejas fotos recordarías que de niña usaste medias tejidas con hilo ´´osito´´, suéteres de estambre y un elástico impediría que tus medias blancas cayeran sobre el zapato, ese mismo elástico blanco de un rollo comprado sabe Dios donde, sostenía tu pelo que lucía motonetas amarradas con bolitas de diferentes colores. ¿Podrás recordar que escuchaste Nocturno en tu radio Siboney, quizás en el Taíno?, si tuvistes suerte tus padres te regalarían el Sokol, pequeño, portátil y todo un éxito que no te prohibía hacer las tareas mientras escuchaba lo último en el hit -parade de los años 60´. Lo máximo podía ser tener un Veff o un Selena para sintonizar la Voz de los Estados Unidos de América o poder estar «alante» con la música.

Todos esos recuerdo, incluidas las fotos donde tu mamá lucia espectacular al lado de un padre galante y nada gordo quizás con espejuelos de armadura de pasta, están en tu memoria pero es probable que no puedas descifrar aquella de la esquina que tiene unas chancletas «metedeo con un floripondio» dejando entrever el increíble arreglo de sus pies con una luna de preciso diseño y en la cabeza un pañuelo de seda con hilos plateados. La moda cambia, pero la personalidad se mantiene y a esa, la conoces por la parada y el cigarro. Te queda una duda ¿qué fumaba la tía? Vegueros, Populares, Ligeros porque si había otra no te acuerdas. Cuando aquello no estaba la furia del cáncer por fumar, todo se solucionaba con un pomo de bicomplex, viña 95 y una yema de huevo, aceite de hígado de bacalao y si se ponía muy difícil la situación la penicilina o la gamma resolvían el problema.

Al pasar de los años quizás lo hayas olvidado, pero si te lo menciono, tú te emocionas cuando recuerdas las Aventuras, San Nicolás del Peladero y su Juan primito, la alcaldesa, una mujer bella y calmada, símbolo de rebeldía y elegancia que contrataba con la potente voz de Raquel Revuelta en su inolvidable Doña Bárbara en el gustado espacio de la novela cuando de un momento a otro comenzaron a competir las nacionales y las extranjeras que bajo su influencia soñábamos. De lo que si no te olvidas es de la Comedia Silente, Nitza Villapol, Detrás de la Fachada un programa que no nos permitía odiar a Consuelito porque sus constantes intervenciones servían de pie al inolvidable Bernabé para hacer de las suyas.

Aunque la televisión a color se conocía en Cuba hacía mucho tiempo atrás, siempre decíamos ¡bendito televisor! Que nos permitía entretenernos. Un Caribe, con sus delgadas patas a punto de caer, el Krim 218 u otro cualquiera que en blanco y negro o más adelante, pintada la pantalla serviría para descubrir un mundo de conocimientos. Escriba y lea, el panel de los sabios con su clásico «vamos a la siguiente vuelta» del moderador, después de las preguntas que aquellos catedráticos respondían sin temor- ¿posterior a la edad media?, ¿siglo XIX o XX?. De la Gran Escena nos obligaba a entender la música más allá de las orquestas. ¡ahhh!, no te escapas, “Tía Tata cuenta cuentos”, fue tu primer despertador.

Seguro ahora te vendrá a la memoria que después de abrir las ventanas y puertas para soportar las noches de poca brisa sin perder un detalle de la programación, dormir en cama generacional o el viejo pimpampum no sería un problema. El dilema comenzaba cuando el ventilador General Electric después 2millones de reparaciones y cables «enteipados» fue sustituido en sus funciones. Un aparato blanquito, plástico, y con paletas, aparecía en escena con la arrogante osadía de querer llamarse ventilador. Por ser moderno venía sin protector. Su único problema es que había sido creado para ayudar a descongelar un refrigerador y su uso continuo le provoca ansias de rebeldía por lo que había que amarrarlo a la silla y calzarle la cabeza. Ruso al fin y al cabo no nos entendía y quería salir caminando pero ante nuestra actitud inconsecuente bajaba la cabeza y se suicidaba en su propio calor. Quedaba reducido a la nada plástica.

Si usted recuerda los cubanos podían ser pobres pero limpios por eso hervir la ropa blanca, lavarla con Batey y ponerla al sol era la mejor manera para conservarla ¡qué debía durar unos cuántos años! Lavarla en la Aurica y después en la centrífuga, un equipo pequeño pero útil lo único es que con el uso podía destrozar lo que costó mucho conseguir. Los zapatos de tela, ni soñarlo, esos se lavaban con un cepillito y jabón de olor después se colgaban al sol, cogidos con palitos de tendedera por la lengüeta.

Aunque su mente se ponga a vagar en los recuerdos, tiene fija la foto que recoge cuando tomaste de encima de la cama los regalos, el «pitusa Jiquí con la chaqueta», no sabes si fue tu tía o tu mamá pero alguien convirtió en batalla conseguir este preciado regalo. El Caribú te lo regaló tu abuela que estuvo esperando conseguirlo por la libreta y cuando lo compró todo el mundo se le quedó mirando porque nadie imaginó a tan respetable señora en aquellos pantalones tan delgados. El mundo corría rápido sólo en tres generaciones y la sociedad se veía distinta. Todos fueros a formar parte de tus prendas personales dentro del escaparatico.

El talco, los perfumes, jabones, las «cocalecas» (con suela de goma de carro) . Tu papá hizo uno que otro negocio entre los conocidos y te compró unos pullovers que venían con unas mariposas delante, una enguatada de las que daban para la escuela al campo que con un amigo le mandó a pintar una pareja bailando aquello de bim bóm bim bóm..¡.era gracioso! Se usaban la plataforma y había un tenis que se los habías visto a tus amiguitas y sin saber que ellos te guardaban un par les confesaste que te gustaría tener uno. Eran puntiagudos delante y negros, muy bonitos.

Para aquel entonces podías conseguir un pitusa JOUJOU que todavía si cierras los ojos sientes el olor de la mezclilla y la alegría de tener uno de verdad. Muchas de estas cosas te las mandaban de «afuera» y otras se las compraba tu familia a los rusos del Focsa o los marinos mercante. Todo venía de 15 años reuniendo porque desde que tu naciste se esperaba este día como «cosa buena». Incluso Bruce Lee, entró en Cuba con aquellos pullovers que se pegaban al cuerpo con el más mínimo sudor.

Pasadas las fiestas, un momento único, se volvía a la realidad y si todavía a la menoria te llega el olor de tus pies después de usar los kikos plásticos entonces es que nunca tuvo tu familia un amigo médico que declarara tu defecto en la columna lo que impedía usaras un zapato que no fuese cerrado y para ello lo mejor serían los colegiales. Claro que tampoco estuviste ajena de los dos tonos, la puntera de piel y el resto de lona. El fin de semana siempre fue distinto, cuando te quitabas el uniforme y podías discutir tu entrada al cine o al teatro. Seguro no olvidas las Ferias de Telarte, con telas que hicieron furor. La moda de los 80′, la costumbre del libro bajo el brazo que mirándolo bien debajo de tu brazo siempre se acomodaba la cultura y la comida: el pan y el libro.

Continuar leyendo.

Bombones Sans Souci
Bombones Sans Souci

Bombones Sans Souci de Luxe. Hechos en Cuba. Colección Cuba Material.

Tomado del Lewis, Oscar, Lewis, Ruth M. and Rigdon, Susan M. 1978. Neighbors. Living the Revolution. An Oral History of Contemporary Cuba. Urbana: University of Illinois Press:

By the late 1960s, Havana was far from the city of privilege it once had been. The heavy downtown traffic, motor and pedestrian, had disappeared; nightclubs, shops and small businesses, many restaurants, concessions, and vendors had been «intervened» (nationalized) and shut down, or reopened on a part-time basis under state management. Tourism was, of course, greatly curtailed. . . . Hotels, private clubs, and beaches were taken over by the National Institute of the Tourist Industry; clubs and beaches were opened to the public and hotel room rents were lowered by as much as $35 a day, making them available to large number of Cubans. (P. xiv)

In 1960, schools, clinics, and rest homes were established in Miramar’s larger vacated residences. The medium and smaller-sized homes became foreign embassies, administrative offices, and dormitories for boarding students on scholarships. . . . Single-family residences and apartments were assigned to visiting dignitaries, foreign technicians working on agricultural or industrial development programs, and diplomatic personnel. In one part of Miramar a small community was established for the families of counterrevolutionaries who were serving time in prison or on work farms. Brought to the city in 1965 at state expense, these families, once numbering 1,000 people, from rural Pinar del Río and Las Villas provinces, were to be «rehabilitated» and integrated into the Revolution while husbands, sons, and fathers underwent the same process un prison.

For the old residents who remained in Miramar, personal lives were turned upside down. . . . They were no longer able . . . to organize landowners’ associations to maintain the appearance of the community, or a private police force to keep «undesirables» from entering the neighborhood. The «undesirables» had moved next door and had taken over the private beaches and clubs. The scholarship children played in the streets, parks, and yards, picked fruit from private gardens, and marched in formation past their homes, singing and shouting slogans of the Revolution as they went. (Pp. xiv-xv)

El matrimonio Lewis identificó cinco principales áreas de cooperación entre los nuevos y antiguos inquilinos: «(1) borrowing food, household items, and tools, and exchanging foods, (2) running errands, shopping or standing in line for one another, and informing each other of items available in the stores, (3) occasionally taking care of each other’s children, (4) working together in block or neighborhood organizations, (5) sharing items of luxury or privilege, such as telephones, automobiles, refrigerators, and small appliances» (p. xxxvi).

Detergente para fregar Antek
Detergente para fregar Antek

Detergente para fregar Antek. Hecho en Polonia. 1980s. Colección Cuba Material.

En los años 1980s se comercializó en Cuba un detergente líquido para fregar, hecho en Polonia, de marca Antek. Venía envasado en pomos plásticos de color gris o carmelita oscuro, con letras blancas. Cuando nos íbamos de vacaciones a la playa, me cuenta mi mamá que solíamos llevarnos este detergente para lavarnos la cabeza. Con él obteníamos mejor espuma que con cualquier otro champú comercial al mezclarse con el agua salobre de Guanabo.

En mi casa se guardaban los pomos de Antek para envasar insecticida u otros detergentes de fregar, pues su boca dejaba salir solamente un delgado chorro de líquido cuando se apretaba el pomo, de plástico flexible.

Cantimplora
Cantimplora

Cantimplora. Hecha en la URSS. Cortesía Janet Vega.

Estas cantimploras, importadas de la Unión Soviética y de China, se vendieron en Cuba en la red de tiendas minoristas del mercado paralelo en los años ochenta. Mi hermana y yo tuvimos varias: la blanca de la imagen superior, otra igual, pero con el cuerpo de la botella de color verde claro, y una como la blanca de la imagen inferior, pero también de color verde claro. Esta última tenía un relieve en forma de escamas de pez. La cantimplora roja en forma de corazón tenía, además, correas para llevarlos colgarla. Las tapas hacían también las veces de vaso, aunque nunca vi a nadie usarlos. Todos bebíamos directamente del pico de la cantimplora.

No todos los niños tenían cantimploras. Algunos usaban cualquier contenedor o pomo plástico para llevar agua a la escuela. Y habría quien ni siquiera llevaría agua. El pomo amarillo de tapa roja y letras árabes donde se guardaba la manteca de carnero que donó el presidente Iraquí Saddam Hussein se hizo muy popular como contenedor de agua, a pesar del fuerte olor a manteca que siempre conservó.

Me han dicho que, para adornarlas, algunas madres les tejían forros tejidos a crochet.

Cantimplora

Cantimplora. Imagen tomada de FB.

Cantimplora. Cortesía Axana Álvarez.

Pelota de caucho
Pelota de caucho

Pelota de caucho. Hecha en Cuba. 1970s y 1980s. Imagen tomada de internet.

En Progreso Semanal: Una niñez muy feliz:

Yo tuve una niñez muy feliz en Cuba, y lo siento mucho por aquellos que no la tuvieron. Yo fui pionero y eso no me causó trauma alguno. Todo lo contrario, me educó en el respeto a los símbolos patrios, a mi país.

Yo tuve que ir a la escuela siempre pelado, limpio, abotonado, con las tareas completas, libretas ordenadas. Yo tuve maestros estrictos pero amables y buenos. Tuve amigos, muchos amigos, que nos permitían tener interminables horas de juegos. Yo jugué al cuatro esquinas, la tacha, el pon, el quimbe y cuarta, al taco, al burrito 21, al come fango, a los escondidos, los pistoleros, el pega´o.

Yo toqué puertas en las noches, tiré huevos, puse alambres entre los canteros. Yo tuve muchas novias que nunca lo supieron pero que me hicieron muy feliz. Yo aprendí a hacer papalotes, chiringas, picuas; aprendí a hacerles los frenillos, a ponerle cuchilla en el rabo para la competencia. Yo tuve un guante de pelota marca Batos y una pelota de poli que era roja y blanca, también un bate que me regaló un pelotero pero que estaba astillado. Todo me duró una inmensidad.

Yo tuve un triciclo de rueditas macizas y una vez arrollé a mi abuelita porque se le fue la catalina. Yo tuve patines de hierro, una carriola china inmortal y veloz. Yo hice tacos con pomos de alcohol boricado relleno con trapos y quemada la punta para que no se salieran los trapos…rompí cristales con algún batazo incierto y fui regañado muchas veces por malcriadeces típicas de niño libre y despierto.

Yo tuve un hermano que me preparaba las cervatanas plásticas con mirillas hechas por él; que me engrasaba mis patines para poder ser yo el ganador; que me enseñó a trabajar la madera haciendo avioncitos pequeños a pura talla sin recurso alguno. Yo tuve siempre una madre y un padre a mi lado…siempre…nunca faltaron, nunca faltarán.

Yo tuve unas plataformas de charol y un jeans Levi’s rojo marrón que me mandó el tío que un día abandonó Cuba. Me los ponía con una manhattan que heredé de mi hermano que era de barcos y otra de betas naranjas y blancas.

Es bueno tener poco por que uno puede recordarlo todo, y añorarlo. La abundancia atenta contra la memoria, te hace frágil al olvido, evita que puedas contar historias.

Yo tuve mis cumpleaños siempre repletos de niños, tomando refresco blanco y esperando la rifa. Tuve un beisbolito que era un juego de beisbol de mesa, con él pasaba horas, días, y me sabía todas las reglas del béisbol…todas.

Yo fuí a todas las escuelas al campo y no me rajé en ninguna. Tuve miedo en algunos momentos pero aprendí a superarlo con el pasar del tiempo. Yo pasé horas acostado mirando a las estrellas, con un libro que describía las constelaciones; un libro de astronomía que me regaló mi amigo Jorge Luis. Yo aprendí a defenderme solo, a cuidar de mis alimentos, de mi maleta siempre abierta. Yo nunca fui bueno en combates por lo que el campo me enseñó la habilidad del convencimiento y terminé siendo siempre el chico protegido por los guapos del barrio: Amió, Julian, Tony…esos eran los jefes, y yo su guía espiritual.

Yo aprendí a cortar caña, a sembrar tabaco y recogerlo, aprendí tambien a dormir encima de los cujes resecos y polvorientos. Yo supe cómo trabajar la col, el tomate, la lechuga; aprendí a entender la naturaleza, a ser parte de ella, a refugiarme cuando era necesario y a disfrutarla cuando lo merecía.

Yo corría por las calles, me iba lejos de casa, horas enteras, era libre, muy libre; nunca sentí miedo de la lejanía. Yo nunca tuve un amigo raptado, violado, con problemas de violencia doméstica.

Yo me iba solo con 12 años para la playa todo un fin de semana, con amigos claro está; era la época de la cacería de chicas, la pubertad entretenedora y dislocante de la adolescencia. Yo nunca supe qué era la marihuana, el crack, la heroína. Mi español se enriqueció en el exilio.

Yo nunca vi a mis padres pelear, por el contrario, mi hogar fue un hogar de fiestas constantes, de visitas inoportunas, de dominó, de guateque, de casino…luego lo fué (por mi hermano mayor) de rock and roll y trova. Yo me levantaba los domingos esperando ansioso el plan de la calle, eran domingos felices, alegres.

Yo tuve un papá que muchas veces me despertó en la madrugada para irnos a pescar y que no era más que un pretexto para estar a mi lado, para rellenar esos días de semana en que llegaba tarde del trabajo y no tenía tiempo para mí.

Yo inauguré el palacio de los pioneros Ernesto Guevara; trabajaba en la sección de video y edición, aunque tuve que ser camarógrafo. Yo pasaba horas pintando y nunca guardé una de mis pinturas… Lo hacía con un lapiz HB, no había otro. Pintaba rostros y competía con mi amigo Tonito a ver quién tenía la letra mas bonita.

Yo sentí amor siempre, sentí compañerismo, no recuerdo ningún sufrimiento, no recuerdo a alguien hablando de odio y de venganza. Yo fui muy feliz cuando niño…tan feliz que hoy puedo, cada día, dormir a mis hijos con una historia diferente de mi niñez; historias que ellos me piden ansiosos antes de ir al sueño. Yo no puedo odiar entonces; no puedo ser cruel, no puedo ser vil; yo solo puedo hacer felices a quienes me rodean porque no tengo otra cosa en mi interior que paz y lindos recuerdos.

h/t: Sandra Álvarez, la negra cubana.

Cartera de cuero de fabricación artesanal

Cartera de cuero de fabricación artesanal. Años setentas u ochentas. Colección Cuba Material.

En Yolanda Farr: Instantánea 43:

(…) La situación económica amenazaba convertirse en catastrófica para la familia Mariño-Pfarr. Sin la posibilidad de trabajar en mi profesión, como sucedía con cualquiera que solicitase la salida del país,  inhabilitada para percibir oficialmente un sueldo (ver instantánea anterior), las mellizas pretendieron intensificar su labor de costureras, pero la falta de materiales había diezmado  sus posibilidades y las personas capacitadas para permitirse el lujo de confeccionarse ropa eran cada día más escasas. Aquellas mujeres de la alta sociedad a las que ellas vistieran, en un principio más como hobby que por  necesidad, habían abandonado Cuba. Mi padre, a sus sesenta y muchos años estaba imposibilitado para iniciarse en  trabajo alguno. Y entonces apareció mi hada madrina con una oferta que solucionó nuestros problemas económicos y gran parte de las tensiones psicológicas.

Gladys y Gilberto trabajaban de “free lance” para el INIT, Instituto Nacional para la Industria Turística, vendiéndoles cuadros con los que decoraban sus instalaciones. Calonge, un buen hombre que Gladys había conocido no sé cómo, y que tenía un alto cargo en ese Instituto, les había abierto aquella puerta. De pronto mi genial amiga tuvo una idea que nos aportaría, a mi familia y a mí, la posibilidad de un sustento físico y espiritual. Se le ocurrió que, teniendo acceso a una serie de naves donde el INIT almacenaba muebles viejos, sillas en desuso, generalmente forradas de estupendo cuero, estanterías de caoba y roble desmanteladas, incautadas a sus antiguos dueños, en fin, los desechos del ministerio de Recuperación de Bienes, se le ocurrió, repito, que esos mismos desechos podrían ser reconvertidos en obras de arte. Su primera idea fue cortar aquellas baldas en cuadrados o rectángulos y, a base del duro mordisco de las gubias, convertirlos en decorativos y originales cuadros. Realizó una muestra que encantó a Calonge y fue así como mi padre se volvió a sentir útil durante unos meses. Recuerdo a Arsenio con una tabla previamente dibujada por mi amiga, sobre su regazo,  manejando con entusiasmo las gubias hasta conseguir el realce de aquellas figuras geométricas o la textura de los fondos. Gracias a Gladys que le hizo encargado de parte de ese trabajo, papá lograba olvidar, durante el tiempo de la dura tarea, pasados angustiosos y dudosos futuros.

Nos recuerdo a Gladys, a Gilberto y a mí trabajando sobre la madera de lo que había sido la barra de un bar, empeñados hasta el agotamiento en convertirla en un gran tótem. El trabajo  finalizó tras un mes de denodado esfuerzo y más de un accidente laboral, pues aquellas gubias, aquellos martillos y cinceles, únicos instrumentos con los que contábamos para traspasar sus treinta centímetros de grosor, eran  armas  realmente peligrosas. Pero el resultado fue tan impresionante y celebrado que nos pareció que todo había merecido la pena. Nuestro espíritu artístico se sentía realizado. Por supuesto tanto el material como  los instrumentos  habían sido aportaciones de mi hada madrina y el dinero que ella recibía por los trabajos, era compartido generosamente con nosotros.

Cuando visité esos almacenes, al ver los deteriorados y agonizantes cuerpos de aquellas sillas  y sofás que sin duda extrañaban sus días de esplendor, algunas de ellas aún portando sus lujosos vestidos de fino cuero, se me ocurrió rescatar algo de aquella grandeza para alegría de clientes y amigos. Se pidió permiso a Calonge para despojar las piezas más deterioradas del cuero que cubría sus asientos, permiso que  nos fue concedido, con la condición de que la labor se realizase en el mayor de los secretos. Y aquellos trozos de cuero se convirtieron en sencillos pero bonitos bolsos y en cinturones que salían  de las primorosas manos de las mellizas y que las amigas y las amigas de las amigas compraban, con esa naturalidad frente a la clandestinidad a la que la escasez nos tenía acostumbrados. Así logramos subsistir.
Era 1967. Leer la entrada original aquí.
Lavatín del Vedado
Lavatín del Vedado

Lavatín del Vedado. 1980. Imagen tomada del libro de Margaret Randall.

En la década de los años ochenta, el gobierno cubano abrió en diferentes barrios de La Habana lavanderías de autoservicio. Uno de estos establecimientos, que recibieron el nombre de Lavatín, se encontraba muy cerca de casa de mi abuela, en la avenida 23 entre 2 y 4, en El Vedado.

Mi abuela, que no tenía lavadora en casa desde que la que había comprado antes de 1959 dejara de funcionar, y que, siendo ama de casa, nunca tuvo la posibilidad de comprar una lavadora semiautomática soviética a través del centro de trabajo (vía Plan CTC), iba con regularidad al Lavatín. La acompañé algunas veces hasta la esquina de la avenida 23 y la calle C, donde tomaba un taxi que, por 80 centavos, la dejaba, cinco cuadras después, en su destino.

* * *

En Penúltimos Días: Lavatín, autoservicio, texto de Emilio García Montiel inspirado en la canción Sube espuma de Juana Bacallao:

 Tal vez el momento más simpático de esta versión de “Sube espuma” no le corresponda precisamente a Juana Bacallao —menos excéntrica aquí que lo habitual—, sino al brevísimo coro con que la Ritmo Oriental introduce la pieza. La composición de Obdulio Morales, también cantada por Xiomara Alfaro, Armando Orefiche y Ninón Sevilla, resulta, de ello, temporalmente contextualizada —ocurrencia, a no dudar, de la propia Juana— a partir de lo que, probablemente, debió constituir la “novedad” de turno dentro de las exiguas disponibilidades tecnológicas en servicios y bienes de consumo de la Cuba revolucionaria: el autoservicio de lavandería o Lavatín.

En la música bailable posterior a 1970, el tema de estas novedades industriales —o mejor, su tardía aparición o reaparición en la isla, así como su relativa posibilidad de adquisición o uso— provocó estribillos, ciertamente más recordados que memorables, dedicados a la olla de presión (“cómo hace la olla cuando pita: pi, pi; cuando explota: po, po”), a la televisión en colores (“televisión a colores, qué bien se ve”), y a los ómnibus japoneses Hino (“la Hino es una guagua nueva”).

De considerar el tema en lo que bien podría ser su opuesto —la inventiva doméstica ante la consuetudinaria carencia de bienes necesarios— habría que añadir composiciones como “dime dónde quieres que te ponga la barbacoa”, de Los Van Van (muy lejos, sin dudas, de aquel despreocupado “Cemento, ladrillo y arena”, de José Antonio Méndez); “El palito de la alcancía”, de El Guayabero (tanto por la alcancía como por el palito, que llegarían a alcanzar la categoría de “innovaciones”); o “El mechón”, de La Monumental, símbolo más de apagón que de luz. Todo ello, obviamente, en contraste con las utopías de bienestar social y personal aludidas no sólo en piezas al uso como “La nueva escuela”, de Silvio Rodríguez, sino, igualmente, en la muy bailada “Me voy pa’ La Habana”, de Sergio Rivero e interpretada por Los Latinos, quizás una de las que mejor sintetiza —desde el irresoluble tema de La Habana y sus inmigrantes— lo que la maquinaria “moderna” gubernamental llegaría a convertir en la mayor —y acaso única— aspiración de muchas familias cubanas de la época: poseer un “… apartamento en el reparto Alamar, con frío y televisor…”. . . .

Ver texto completo en Penúltimos Días.

Estuche de jabones 5 PM
Estuche de jabones 5 PM

Estuche de jabones 5 PM. 1980s. Colección Cuba Material.

Tomado del libro de Jatar-Hausmann, Ana Julia (1999) The Cuban Way: Capitalism, Communism and Confrontation, editado por West Hartford, CT: Kumarian Press:

But the ’80s were different. Julio’s wife, Albita, was fortunate to be pregnant in a very different era. Flourishing trade with the socialist bloc and market-oriented reforms had vastly improved life for Cubans. Fruit yogurt with buffalo milk and Coppelia, the best ice cream in Cuba, were sold in food stores; shrimp, crabs, chocolates, Polish pickles, cold cuts, cakes, perfumed soap, and shampoo were among the large variety of products available in pesos at the Amistad  stores. Julio was a university professor. he was making 320 pesos a month and his wife made 280. With the bonus system, he managed to make another 400 pesos by teaching a few more hours a week. Material incentives had also been implemented in the universities. Bonuses were been used to increase productivity and it was working. With a family income of 1,000 pesos, 55 pesos for the libreta, another 100 pesos for rent and transportation, they lived well. And under the new real state law, they could finally buy the apartment they had been living in for the past six years.

Ten years later, the same couple would be earning a salary only fifteen percent higher–without bonuses–while for would be twenty times more expensive. But in those days, Julio was optimistic about the future; he had no reason not to be. (p. 29)

Planta eléctrica Tallapiedra
Planta eléctrica Tallapiedra. La Habana. Imagen tomada de Havana Retro Cuba.

Planta eléctrica Tallapiedra. La Habana. Imagen tomada de Havana Retro Cuba.

Decía Ernesto Guevara en la Conferencia de Punta del Este, Uruguay, el 8 de agosto de 1961 (publicado en Pérez-Stable, Marifeli. 2008. La revolución cubana. Orígenes, desarrollo y legado. Madrid: Colibrí, original en inglés publicado en 1993):

¿Qué piensa tener Cuba en el año 1980? Pues un ingreso neto per cápita de unos tres mil dólares, más que los Estados Unidos actualmente. Y si no nos creen, perfecto; aquí estamos para la competencia señores. Que se nos deje en paz, que nos dejen desarrollar y que dentro de veinte años vengamos todos de nuevo, a ver si el canto de sirena era el de la Cuba revolucionaria o era otro.

Se les dejó y se les dio, además, muchísimo dinero.

Chapa de metal con propaganda del M-26-7
Chapa de metal con propaganda del M-26-7

Chapa de metal con propaganda del M-26-7. Alrededor de 1959. Colección Cuba Material.

Decía Fidel Castro desde la tribuna de la Universidad Popular en 1961:

La Revolución puede garantizar al pueblo seis cosas fundamentales: ropa, zapatos, comida, educación, recreo, medicinas.

Publicado en Bohemia y citado por María del Pilar Díaz Castañón en su libro Ideología y Revolución. Cuba, 1959-1962. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales (2004).

Camisa Yumurí
Camisa Yumurí

Camisa Yumurí, marca Radar. Hecha en Cuba. 1980s. Colección Cuba Material.

En AlexHENY: The Cool Communist:

O mejor, llamémosle el cécé, el CC, vamos, sucintamente.
Yo conocí un montón de CC. Eran fáciles de reconocer. Primero, por el aspecto.
El CC vestía invariablemente camisita de cuadros. Y, en casos extremos, una chaquetica de cuero negro. En el trópico.
(…)
Yo creía saber de donde salían las chaqueticas.
Lo supe cuando, antes de irme a estudiar al extranjero, recibí una autorización especial, junto con todos los demás estudiantes, para ir a comprar a una mítica tienda en Centro Habana donde, siguiendo una breve lista, se podía comprar ropa de salir, no que fuera uno a parecer un indigente cuando hiciera escala en Barajas, en nuestro camino al Segundo Mundo.
Entonces, pues a comprar algun pulóver, un par de calzoncillos, medias, una maleta de viaje, un traje y zapatos. Y allí estaba también la chaquetica. Pero tuve la mala suerte de que la talla disponible en ese momento fuera adecuada solamente para la complexión y estatura de un niño de sexto grado, o de un hobbit, tipo el Comandante Guillermo García (aunque este parezca mas troll que hobbit)
Por ese fatídico azar de las tallas perdí entonces la oportunidad de parecer un CC, y todo lo que pude comprar fue un espantoso traje del color de los frijoles colorados hechos puré.
Por cierto, esa tradición de la ropa de salir es un elemento folclórico bien arraigado en nuestra cultura. Mi madre y mis hermanas, por ejemplo, siempre tenían un bloomer nuevo listo para el momento de visitar al médico.
El olor de los CC también era peculiar. Olían a algo donde estaban mezclados vapores de gasolina, sudor rancio, y vestigios de alguna colonia o desodorante de tufo barato.
Un ex-colega, ex-sindicatero, ex-sindicaloso, y ciertamente muy escandaloso, más recientemente radicado en Miami, tuvo la oportunidad de estar lo suficientemente cerca del mesiánico en jefe como para después contarle a quién quisiera, y quién no quisiera escucharlo, que este olía a talco Bebito. Pero eso debe sorprender a nadie: el mesías no es cool, nunca lo fue, y ahora mucho menos, cuando seguro que debe oler a alcanfor e impotencia.
El CC entonces se mueve apresuradamante y se sienta a la mesa donde quizás ya hay sentadas dos o tres personas. Le palmea el hombro a alguien, se quita el reloj, lo manipula breve y habilmente, y lo coloca sobre la mesa, la esfera ahora recostada a la manilla como si fuera un minúsculo despertador, dejando claro que su tiempo es precioso y preciado, que otra reunión aguarda y que, entonces, compañeros, vamos a comenzar.

(…)

Si alguien ha tenido la oportunidad de visitar la oficina de un CC, sabe que una foto de Fidel, o de otro comandante favorito, va a estar allí, formando justamente una línea de tres puntos con el ocupante de la oficina y el visitante.
En casos afortunados, el propio CC también estará en la foto, mirando al comandante con el mismo arrobamiento con el que yo miro una teta. Es incluso posible que tenga el brazo del prócer echado sobre el hombro, o que el CC haya tenido la increíble oportunidad de poner su mano sobre el abdómen o el brazo de su ídolo, con delicadeza y familiaridad, arrebatado, extasiado. Ya se sabe, como si se agarrara una teta.
En su casa probablemente el CC tenga una copia de la foto. En la mejor pared de la sala, presidiendo reuniones y convites, justo a un lado de un mueble sobre el que destacarían, entre vasitos con removedores de cocteles y otras botellas de licor vacías, una inmensa botella de Fundador o de Terry Malla Dorada, montadas en un soporte de alambre.
O, como alguien me dijo alguna vez, cuando aun yo sólo conocía de rones y destilados caseros: “Viste, tenía una botella de cuvasié…”, “ ¿Y eso qué es?”, “Oye, estás atrás… ¡Tremendo güisqui, compadre…!”
En fin, curioso especímen el CC. Todo un subproducto de la construcción del socialismo y la forja del hombre nuevo. Pero se quedaron y quedan sólo en eso, en subproducto, en otra cosa más de la cual deshacerse en cuanto haya oportunidad.
Y por supuesto, que cool no son, mucho menos Cool Commnunist, porque no existe tal cosa. Pero CC se puede mantener. Cosa Curiosa. Caso Curioso. Cara de Coco.
Revista Cuba
Revista Cuba

Revista Cuba. 1964. Imagen tomada de Arquitectura Cuba.

En Arquitectura Cuba, foto-reportaje publicado en 1964 en la revista Cuba.

***

Texto de Leonardo Padura publicado en Café Fuerte:

Durante diez, quince años, una parte inalienable del espíritu de la época estuvo sintetizado en cinco cuadras, con sus bocacalles adyacentes, de la ciudad de La Habana.

Esos años, que corrieron desde mediados de la década de 1950 hasta la agonía del decenio de 1960 fueron posiblemente los más animados, contradictorios, promotores de cambios (políticos, económicos, morales) que se vivieran en Cuba desde la independencia hasta la llegada del Período Especial. Y todo aquel sentimiento de renovación, de búsqueda de lo nuevo, de exploración de la modernidad, tuvo sus mejores y más nítidos reflejos cubanos en el tramo de calle 23, pendiente entre L y la frontera del Malecón: la emblemática Rampa habanera.

Un estado de ánimo

Tal fue la profundidad de la relación de este espacio urbano con la vida del país que el arquitecto italiano Paolo Gasparini definió a La Rampa no como un sitio, sino como un “estado de ánimo”, como le gusta recordar al también arquitecto Mario Coyula, estudioso de las esencias pasadas y triste presente de este emblemático paseo capitalino.

Diseñada y construida en lo fundamental entre los años finales de la década de 1940 y la mitad de los años 1960 (en el año 1966 se termina la heladería Coppelia, obra de Mario Girona), la Rampa consiguió en sus años de esplendor convertirse en el corazón palpitante de la ciudad, desplazando de ese sitio al centro anterior, esencialmente comercial y mundano, ubicado en el cruce de Galeano y Neptuno, la famosa esquina del pecado. El éxito de La Rampa, sin embargo, tuvo que ver más con su vocación social, cultural, nocturna, gracias a lo cual se fue llenando de cines, restaurantes, estudios de televisión, clubes de jazz, hoteles, galerías, centros de arte y diseño, cafeterías, cuya enumeración sería casi interminable, además de algunos edificios de apartamentos, como el Retiro Médico, y el que llegaría a ser el más emblemático espacio expositivo habanero, el modernísimo y funcional Pabellón Cuba, inaugurado en 1963 precisamente en ocasión de reunirse en La Habana el VII Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos que pretendió renovar con espíritu de vanguardia las por entonces todavía vanguardistas arquitectura y urbanismo cubanos.

Espíritu de la época

Tan acogedor y propicio resultó el espacio físico de La Rampa y la utilidad pública de sus instalaciones que con notable facilidad el espíritu de la época también recaló en la avenida y sus sitios aledaños. La música cubana de aquellos años gloriosos de la década de 1950 y de principios de la siguiente, tuvo en los espacios del entorno su más notables escenarios: desde el restaurant Monsieur, animado por el imprescindible Bola de Nieve, hasta el Rincón del Filing, sobreviviente aun en los años 1980, donde recalaban César Portillo, José Antonio Méndez y otros renovadores de la canción cubana, pasando por los escenarios más sofisticados del Salón Rojo del Capri, El Parisién del Hotel Nacional y los más diversos clubes, como El Gato Tuerto y La Zorra y el Cuervo, donde bolero, jazz y filing se daban la mano y abrían el abanico de opciones. Las exposiciones de artes plásticas también tuvieron hitos en La Rampa, pues desde los mismos mosaicos empotrados en el granito de sus aceras, obras de maestros cubanos, hasta el apoteósico Salón de Mayo, forman parte de la realidad y la memoria gráfica del país. Los dos cines emblemáticos, el Radiocentro (Yara) y La Rampa, convertido en cine de ensayo, son parte de la memoria fílmica de dos generaciones de cubanos, como lo fueron las pequeñas salas teatrales de la zona. Y hasta la literatura, con obras (como Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, vecino de La Rampa) y la presencia viva en sus inmediaciones, en sus instalaciones y a través de sus evocaciones de los escritores cubanos de aquellos años, tuvieron su espacio en esa misma Rampa donde, en la recién inaugurada Coppelia, solían reunirse los integrantes del primer Caimán Barbudo.

Sin embargo, no solo de creadores y consumidores de cultura, de eventos históricos, de edificios emblemáticos se pobló La Rampa. Su verdadero destino se lo entregó la juventud de aquellos tiempos, en buena parte proveniente de la muy cercana colina y otras facultades universitarias, pero absolutamente variopinta y ansiosa de libertades. La Rampa fue, por ello, el muestrario de las primeras melenas, las primeras minifaldas, los pantalones de tubo y de campana, las muchachas sin brasiers, los homosexuales desprejuiciados, los primeros fans de los Beatles y los Rollings, incluso de los primeros hippies tropicales, todas aquellas especies que, en una época de mayor rigidez política y supuestamente ética, resultarían fumigados con tanto esmero y encono en nombre de la homogeneidad y la prisa por el nacimiento de un hombre nuevo.

Sobreviviente de las ortodoxias

Pero tan fuerte resultó el espíritu encarnado en La Rampa que su aliento incluso sobrevivió a la época del cierre de los clubes nocturnos, a la ofensiva revolucionaria, a las cacerías de brujas de los años finales de 1960 y los años drásticos y aplanadores del decenio de 1970, pletórico de ortodoxias. Fue en época en que la Casa de la Cultura Checa se convirtió en sitio de referencia, al igual que los ciclos cinematográficos de La Rampa. Aquel empuje hasta resucitó en los años 1980, cuando el Festival de Cine se hizo carne de la avenida, con las noches interminables del Hotel Nacional, un tiempo en cual todavía era posible escuchar en el Pico Blanco a César Portillo y hasta a Elena Burke y Omara Portuondo, gastar unas horas en el Coppelia, comprar una ropa diferente en el Centro Experimental de la Moda y sostener el ejercicio tradicional de andar “Rampa arriba, Rampa abajo”, por el simple placer de caminar por el corazón moderno de una ciudad que resistía los embates de una desidia institucional que empezaba a ser alarmante. Quizás el acontecimiento capaz de marcar lo que va siendo el destino trágico de La Rampa, el fin de su esplendor y su providencial glamour cultural, fue el incendio del local del antiguo cabaret Montmartre, reconvertido en el gigantesco restaurant Moscú, convertido desde aquellos días hasta hoy en la ruina dolorosa que encarna físicamente la muestra más alarmante de lo que fue y ya no es.

Porque no solo desidia y falta de recursos han agredido el espíritu de La Rampa hasta llevarlo a su agonía actual. Quizás esos dos elementos se hayan combinado para impedir la resurrección del Montmartre/Moscú, para transformar en pústulas los balcones desconchados del Retiro Médico, para impedir la implosión del edificio Alaska sin que nada nuevo haya crecido en su territorio, para que la vida nocturna haya languidecido y se haya dolarizado (o cuquizado, si es posible llamar así al imperio del CUC)… Porque tal parece que algo mucho más macabro ha rondado sobre el destino de la calle más céntrica de La Habana para que un espacio como el de la tienda Indochina se transforme en control de pases de un ministerio, para que la Casa de la Cultura Checa devenga Centro de Prensa Internacional con escasas funciones culturales, para que las vidrieras de la antigua Ámbar Motors estén casi siempre tapiadas y definitivamente subutilizadas, para que el Centro Experimental de la Moda se convierta en nada, para que el Mandarín haya perdido su encanto y sea un restaurant de mala muerte y peor vida, para que espacios privilegiados se convierten en bancos que se oscurecen a las 3 de la tarde, mientras el Pabellón Cuba muestra unos jardines muchas veces más poblados de desperdicios urbanos que de plantas ornamentales.

No por vejez

Al menos para mí, habanero que paseé La Rampa en mis tiempos de estudiante pre y universitario, es evidente que no solo la economía ha influido para que los bares y cabarets del Habana Libre se hayan convertido en sitios ajenos y sin mayor encanto o para que el Coppelia no conserve nada de sus encantos sociales; para que varios de los clubes nocturnos y restaurantes de la zona hayan perdido su carácter o cerrado sus puertas mientras las amables cafeterías Wakamba y Carabalí ya no se sabe ni qué cosa son; para que, mientras se construye en otras partes de la ciudad, la esquina de 23 y O, y el costado de K entre 23 y 25 sean furnias donde se siembran plátanos y casetas rústicas… Y lo pienso así porque creo que no solo la mala economía le ha robado el espíritu de modernidad, irreverencia, búsqueda de placeres corporales y mentales, de juventud, en fin, que por décadas se deslizó por esta pendiente habanera cuyo fin u origen, es el mar.

Se trata de una agonía por muerte natural o parte de un plan de asesinato con premeditación y alevosía? Quizás pensar en la intencionalidad del crimen resulte algo rebuscado. Pero, con o sin intencionalidad, el resultado está siendo el mismo. La Rampa está muriendo, y no es por vejez.

Bolsa de papel cartucho del supermercado Centro
Bolsa de papel cartucho del supermercado Centro

Bolsa de papel cartucho del supermercado Centro. Años ochentas. Colección Cuba Material.

En Diario de Cuba Verónica Vega se pregunta si, de verdad, era feliz en los años 1980s:

…Recuerdo que el paradero de Alamar era vanguardia nacional y las guaguas pasaban cada diez minutos. Recuerdo que el supermercado de la Zona 6, ahora abandonado y churroso, era un complejo de comercios que incluía una pizzería donde había pizzas «de verdad», a precios estatales, no como las actuales láminas de harina semicruda, con queso de quién sabe qué, amargo y viscoso.

Recuerdo el cine de Alamar funcionando, su hermoso, enorme lobby del que me sentía orgullosa antes de que un crítico de cine alertara sobre la urgencia de detener su deterioro. Recuerdo las manzanas búlgaras, jugosas, amarillas, el té negro que no he vuelto a tomar jamás tan fuerte y la ropa «con swing», que compraba a algunas mujeres rusas.

Pero recuerdo también la expectativa, la certeza de haberme montado en un tren que llegaría a lugares como los descritos por quienes tenían la suerte de ir a los países socialistas, a estudiar o como «cooperantes» en la producción y volvían a los dos años, repletos de deslumbrante pacotilla.

Recuerdo la marea de gente ante el hotel Perla de Cuba, un edificio destartalado en el que viví cuatro años de mi juventud, frente al que se organizaba la cola para comprar en el Mercado Centro. Porque después ya no había dónde adquirir en pesos cubanos aquellas deliciosas confituras y yogurt de sabor, y leche de búfala, y cake de helado… La gente aseguraba que aquello era el paraíso.

Ver los comentarios.

Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV)
Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV)

Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV). 1959. Colección de Ramiro Fernández, foto cortesía de Ramiro Fernández.

En Cuba en noticias: Mario Coyula: «La Habana cuesta pero vale»:

…“La Habana podría terminar, en una visión dantesca, como un gran anillo de basura consolidada o como un cráter vacío, que en el centro alguna vez tuvo una ciudad”, alerta y sin pensarlo me hace temer del tema que comienzo a investigar.

El deterioro progresivo de las zonas centrales de La Habana, las modificaciones constructivas implantadas en la mayoría de los edificios de la periferia, casas en muy mal estado e incontables familias que, sin derecho a elección, comparten una misma vivienda, dibujan parte de los problemas que enfrenta hoy la población en cuanto al tema constructivo, pese a los esfuerzos del gobierno desde el Triunfo de la Revolución por dar una vivienda a cada ciudadano.

¿Cuáles son las zonas con mayor peligro desde el punto de vista arquitectónico ante los embates del tiempo y la naturaleza?, ¿Cómo inculcar en la población una cultura de lo que es el buen gusto, de lo que es la buena arquitectura? Qué impacto podría tener la nueva ley de compraventa de la vivienda en Cuba? Durante más de una hora de conversación, Coyula nos ofreció respuestas. A partir de la enorme importancia del tema, Cubahora abre con este trabajo una serie de reportajes y entrevistas sobre el desarrollo y actualidad de los proyectos constructivos en Cuba, con sus diversas implicaciones sociales.

– De manera general, ¿cómo usted valoraría el desarrollo de la vivienda en Cuba, del 59 en adelante?

La vivienda fue un tema que interesó, lógicamente, desde el principio. Uno de los primeros proyectos que se comenzó fue el de Ahorro y vivienda, que estaba a cargo de Pastorita Núñez, que conllevó a la construcción de más de 10 o 12 mil viviendas en el país,  todas con mucha calidad. Hubo también otros planes, como el de esfuerzo propio y ayuda mutua, programas de viviendas campesinas y se construyeron cerca de 600 comunidades por todo el país. En la ciudad se puso en práctica un proyecto llamado “Plan Cuquita”, que pretendía mejorar las cuarterías en las zonas compactas, además de los proyectos de erradicación de barrios insalubres. En este caso se cometió el error de trasladar los barrios completos a lugares nuevos, con lo cual al poco tiempo volvieron a aparecer los barrios insalubres. La experiencia que se sacó de aquella época es que las viviendas en muy malas condiciones no se deben trasladar en bloque hacia otro lugar, es necesario romper esa especie de conexión social y diseminarlos por toda la ciudad.

Durante aquellos primeros años se insidió en el trabajo de bienestar social, que estudiaba los núcleos, la gente, las condiciones. Luego, los diferentes proyectos constructivos se concentraron en el Ministerio de la Construcción. No obstante, desde un inicio primó un enfoque equivocado, el de concentrarse en la construcción de viviendas y no en el mantenimiento de lo que ya existía. Eso ha sido una característica que se ha mantenido durante 50 años, dedicarse a construir y no conservar lo que ya existe.

En la vivienda se crearon algunas instituciones para conservar, pero esas empresas se quedaron por detrás de la necesidad, no dieron abasto. Se empezaron a apuntalar las viviendas en malas condiciones para que pudieran resistir, pero tampoco fue suficiente. Creo que se ha llegado a la conclusión de que el enfoque que se ha seguido en el tema vivienda es equivocado. No puede ser que el gobierno sea el único responsable de resolver los problemas de la gente y que la gente espere pasivamente a que vengan a arreglarle su casa o a construirle una nueva. Raúl ha insistido y ha dejado claro que esto no puede ser de ese modo. La fuente principal de construcción de viviendas es la propia gente.

Ahora bien, eso trae un problema fundamental: las personas por su cuenta pueden arreglar pequeñas viviendas individuales, pero si viven en un edificio, se requieren más recursos para arreglarlo. Entonces se da una paradoja: yo soy dueño del apartamento en que vivo, pero nadie es dueño del edificio, y los edificios se deterioran.

La ironía es que las zonas centrales, que son las que tienen mayor valor arquitectónico histórico, están actualmente en el aire; pero la periferia, que es la que no tiene valor, son las que se van a mantener, porque son más fáciles de reparar. Ese es un problema que puede hacer mucho daño.

Otro problema que es interesante se desprende de la nueva ley que permite la compraventa de viviendas: por un lado va a tener un efecto positivo, porque la gente va a cuidar más su vivienda, no solo porque es el techo que tienen, sino porque es una mercancía que, en un momento dado, puede significarle dinero; pero desde el punto de vista de la sociedad, las personas con mayores ingresos irán a vivir hacia los mejores lugares y entonces los barrios elegantes serán los menos elegantes, porque tenemos el caso ahora de que la gente con dinero no es elegante, sino que es ridícula, tiene mal gusto. Se va a producir una diferencia social ente una franja cerca de la costa, que es donde están los barrios del Vedado, Miramar y una zona al fondo, al sur, La Habana profunda, donde vivirán los pobres. Es un tema muy complejo, hay que ver cómo atender esto, pues por un lado no se puede prohibir que una persona de pocos ingresos, que tiene una casa buena, la venda para irse a vivir a una más mala, es una decisión personal.

El otro peligro que tenemos para esta ciudad es que con el tiempo la gente solo podrá arreglar el anillo de casitas de la periferia, y lo que no se podrá recuperar será la zona central. La Habana podría terminar, en una visión dantesca, como un gran anillo de basura consolidada o como un cráter vacío, que en el centro alguna vez tuvo una ciudad. Catástrofes naturales como la que hubo en Santiago de Cuba son muy peligrosas en La Habana.

– ¿Cuál sería la zona más afectada desde el punto de vista arquitectónico ante los embates del tiempo y de la naturaleza?

Sobre todo la parte más pegada al mar, la costa del Vedado y de Centro Habana, que aunque no haya inundaciones, el efecto corrosivo de la sal encima lo afectan. También ha subido el nivel de mar, y hay partes que serán inundadas. Podrían buscarse soluciones parciales de construir barreras en el mar para que el agua no entre, pero son carísimas. El tema de los vientos y de las lluvias fuertes afecta sobre todo hoy las casas precarias, hechas con materiales de pésima calidad, como lata, cartón, de las que hoy existen muchas en todo el país.

Hay proyectos que plantean hacer viviendas con un local de paredes sólidas, que puede ser el baño, y el resto como la gente pueda, de manera que si viene un ciclón fuerte exista determinada protección para las familias, pero esa persona se quedaría entonces con su casa a medias.

– Usted decía en un artículo que la vivienda era una hija enclenque de muchos padres, que no se habían puesto de acuerdo para ocuparse de ella, ¿por qué?

Siempre se ha hablado de la vivienda pero nunca ha habido una verdadera atención. Parece una broma, pero fue cierta, cuando existía el grupo de desarrollo de edificaciones sociales agropecuarias, institución que sustituyó al MICONS por un tiempo, se creo una comisión con mucho rango que se llamó Comisión para el mantenimiento y construcción de viviendas. La primera reunión se hizo bajo ese nombre, pero en la segunda reunión se le cambió el nombre, ya era la Comisión de Construcción y mantenimiento, mientras que la tercera reunión era la Comisión de construcción. El mantenimiento fue empujado hacia atrás y finalmente desapareció. Nunca se ha atendido el mantenimiento y es lo que tiene lógica actualmente, porque la población no crece; la gente vive mal, pero es preferible que le consoliden el lugar donde vive para que tenga una mayor protección si viene un ciclón.

Ahora la mayor parte de las viviendas que se están haciendo son para quienes perdieron totalmente su vivienda y están albergados. Lo que se ha hecho es construir cuartos y que la gente viva en esos cuartos, pero esas son cuarterías, que además se construyen en lugares alejados, es embarazoso estar haciendo cuarterías. La vivienda es el gran problema que no se ha resuelto, y no es un problema de Cuba, porque en todos los países hay problemas con la vivienda, lo que pasa es que, en los países más ricos, el nivel de lo que se considera una necesidad es diferente.

En Cuba actualmente muchas personas viven agregadas, que realmente no es la manera ideal de vivir, sobre todo cuando uno no la escoge, porque la familia cubana tradicional era grande, de tres generaciones viviendo juntas, pero eran casas alargadas, con sirvientes, y a esas familias les gustaba vivir así. Pero es diferente lo que ocurre hoy, hay matrimonios divorciados que tienen que seguir viviendo juntos, el tema es serio, y aumenta teniendo en cuenta el peligro de una catástrofe climática.

– ¿De dónde viene este estilo que prima en la mayoría de estas casas construidas hoy en distintos barrios de Cuba?

Creo que viene mucho de las telenovelas latinoamericanas, colombianas,  y de Miami también, de personas que tienen familiares afuera y les mandan imágenes de Miami, donde hay barrios con casas muy ridículas, pero que son modas que se imponen. Aquí hay tres factores que han influido en que la marginalidad ya no sea marginal: en primer lugar, la existencia desde antes de un núcleo de marginalidad en las ciudadelas, los barrios insalubres, que eran gente que vivía  en la marginalidad. El segundo grupo de problemas fueron los emigrantes de zonas que venían aquí y querían cultivar, y criar gallinas o sembrar plátanos en la ciudad. Los marginales, los campesinos que vinieron para la ciudad y los parientes copian el estilo de los que se fueron. Creo que de ahí fue saliendo el estilo ridículo ese, que son unos balaustres con unas mujercitas, delfines, leoncitos, tejitas, cuando esos balaustres no van con el estilo de esta época. Estoy hablando de 1920 cuando se usaba eso.

– Si fuéramos a valorar el desarrollo económico y social de Cuba a partir del tema vivienda, si quisiéramos contar su historia por sus viviendas, ¿cómo hacerlo?

La maqueta de La Habana tiene un código de color para mostrar los tiempos de construcción. Por ejemplo, el siglo XX, desde la independencia hasta la Revolución, está pintando de amarillo, y la maqueta de La Habana es amarilla. La Habana tiene un fondo colonial grandísimo, La Habana es de los primeros 60 años del siglo pasado,  lo que está añadido es Alamar, San Agustín, algunas zonas de desarrollo de microbrigadas. Lo que ha ocurrido es que se ha densificado la ciudad, porque se ha incrementado el hacinamiento, sobre todo en zonas de Centro Habana, que tienen mil habitantes por hectáreas  y con baja altura, es decir que las gentes viven una arriba de otras prácticamente.

Esta ciudad creció enormemente a principios del siglo XX. En esos primeros años incluso sobre una infraestructura de acueducto, teléfono, tranvía eléctrico, ómnibus y todo eso permitió que la ciudad creciera increíblemente, asimilando un crecimiento de población que venía impulsado por una bonanza económica. Fue la época de las vacas gordas.

Hablamos muchas veces de la vivienda y las edificaciones; pero habría que empezar por rehacer toda la estructura del acueducto que está colapsada, pues se hizo hace 100 años, en 1913, para una ciudad que tenía 300 mil personas, se calculó para 600 mil, y La Habana tiene hoy 2 millones de habitantes. Entonces, el acueducto está reventado, hay que hacer esa inversión.

Recuerdo que hace muchos años tuvimos una reunión muy interesante con el Grupo de Desarrollo de la Capital y un especialista del Ministerio de la Construcción dijo: “La Habana cuesta 3000 millones arreglarla”. Yo creo que  es mucho más; pero de todas maneras, mi respuesta es que La Habana cuesta, pero vale. Y la única manera de encontrar el dinero para mantener esta ciudad es la que encontró Eusebio Leal, es poner a la ciudad en condiciones de generar dinero para ella misma.

Puertas de Monserrate
Puertas de Monserrate. La Habana. Obra de Federico Mialhe. Cortesía de Diana Fernández.

Puertas de Monserrate. La Habana. Obra de Federico Mialhe. Imagen cortesía de Diana Fernández.

La Habana. 1850. Calle Mercaderes. Toldos multico­lores suavi­zan la intensidad del sol para quienes asisten a realizar sus compras en algunos de los comercios que allí se concentran. Frente a uno de los tantos esta­bleci­mientos se detiene un carrua­je. El arrogante calesero -librea de color bri­llan­te adornada en oro, plata y galones, grandes po­lainas-­ controla, fusta en mano, el paso de las bestias. Las jóvenes -con sus delica­dos vestidos claros, escotados y bellos peina­dos al descubier­to- apenas se mueven de sus asientos; se abanican y sólo miran hacia el interior en busca de la atención del emplea­do. Solícito, éste se acerca y les muestra, en plena calle, sus ofertas: teji­dos varia­dos en género y color, para ser selecciona­dos por sus agraciadas clientas…

Esta escena  – común en la vida de La Habana de mediados del pasado siglo- es posible de reconstruir gracias a cronistas, pintores, grabadores y visitantes a nuestra isla, quienes nos han dejado sus múltiples y detalladas impresiones sobre los diversos aspectos de la vida cotidiana de la Cuba colonial. La vestimenta ha sido descrita –de forma textual o visual- por estos valiosos testigos de la sociedad cubana del siglo XIX, como si intuyeran el valor de la indumentaria, la cual -igual que la arquitectura, la decoración y la alimenta­ción- forma parte de la cultura mate­rial y constituye uno de los aspectos que comple­menta la imagen del hombre dentro de su medio como una manifestación más de la cultura de un pueblo.

En Cuba, la poca tradición artesanal en lo referente a textiles e indumen­taria anterior a la conquista y la casi total destruc­ción de la expresión de la cultura material y espiritual de los indígenas, explica la inexisten­cia de una indumentaria típica que -como en la mayoría de los países latinoamericanos- responda a la evolución del traje precolom­bino y a su mezcla con elementos de la vestimenta occidental y/o africana. A pesar de ello, la imagen del cubano comenzó a perfilar­se en una «manera» de vestir diferenciada del peninsu­lar, proceso que se inició a principios del siglo XIX y que se definió a mediados del mismo. El estudio de dichas peculiaridades vestimentarias en los diversos sectores de la población colonial cubana, constituye un campo fascinante y poco explorado de investigación. Entre las principales fuentes de información para cualquier acercamiento al tema se encuen­tran, sin duda, las artes plásticas. Grabado­res, retratistas e ilustrado­res, cubanos y extranjeros, dejaron sus impresio­nes convertidas en valiosos documentos para el estudio y explora­ción sobre la imagen del hombre durante la colonia.  Sobre estas fuentes y su relación con la vestimenta en Cuba durante la etapa colonial trataremos en los siguientes apuntes.

A la par que se poblaba la isla por los conquistadores y con el traslado de sus instituciones sociales y de clase  y la destrucción de casi la totalidad de los vestigios de la cultura de los indígenas, se inicia­ba la penetración de las formas del vestir europeas, según la moda imperante en España. La poca existencia de referencias –tanto escritas como visuales- del modo de vestir de los pobladores en los primeros siglos de la colonización nos impide detallar el atuendo de funcionarios, colonos y otros habitantes de la isla[i]. Cuando los criollos llegaron a componer una clase económicamente fuerte y al convivir cada día con los comerciantes y funcionarios españoles dentro de la vida social de la colonia, convirtieron en un reto tratar de alcanzar un nivel decoroso en su atuendo a fin de competir con el peninsular. Este sentimiento de competencia surgido por el contacto directo de nuestra oligarquía con los habitan­tes peninsula­res de alta jerarquía propició desde el inicio que ambos vistieran de manera muy similar[ii].

Los retratos de principios del siglo XIX que nos han legado pintores como Vicente Escobar (1757-1834) y Juan Bautista Vermay (1784-1833), nos presentan personajes de la socie­dad cubana, elegantemente vestidos, con alarde de finos encajes y a tono con la moda europea. Los personajes que retratara Vermay para los muros del Templete en 1827, como representación de la Primera misa, reflejan tanto a la jerarquía oficial de la metrópoli, como a las familias adineradas de la oligarquía criolla. Hombres y mujeres son retratados por el artista con una línea de vestir común, reafirmando el señalamiento anterior­mente expues­to: que los criollos adinerados competían en elegancia y ostentación con los miembros de las más ilustres familias europeas. A pesar de las diferencias climáticas, de modo de vida y de la existencia de una identidad nacional en la mayoría de los componentes de nuestra oligar­quía, los hombres sufrieron la incomodidad y el calor que les proporcionaban las prendas que componían el traje masculino en Europa  aquellos años[iii]La mujer, sin embargo, se benefició durante estas décadas con la moda imperante, derivada de la llamada «moda a la antigüedad clásica», manifestada durante el breve período del Directorio francés[iv]. Tal como se observa en el retrato que hiciera Vermey a La familia Manrique de Lara, la imagen femenina respiraba sencillez y ligereza, mientras que el hombre sufría la incomodidad de un conjunto aún dentro de la línea cortesana del habit à la françoise.

A mediados del siglo XIX, con el poder económico alcanzado, la actividad social y cultural en la isla se incrementa y con ello, el afán de los criollos de ostentar su poder adquisitivo frente a los peninsula­res. Como consecuencia, hombres y mujeres brindaron una mayor atención al cuidado y arreglo de su atuendo y era común que se comentara que “… en los teatros, conciertos,  bailes y reunio­nes  se  observa un buen gusto general y con  placer oímos diariamente a los extranje­ros decir que  el bello sexo habanero puede rivalizar por su elegan­cia con el de la  parte más culta de Europa«[v].

Para informarse sobre las variaciones de los detalles de modas masculinas y femeninas, nuestra oligarquía no se limitaba a copiar de los peninsula­res habitantes de la isla. El aumento de las comunicaciones permitió recoger información mediante los continuos viajes que realizaban las familias pudientes a Europa; asimismo se regularizó la difusión de variadas revistas de modas que lanzara París desde los inicios del siglo. Estas publicaciones contenían ilustracio­nes creadas por verdaderos artistas como: Helene Lelor, Compte Calix y Annais Toodouze, así como comentarios y recomendacio­nes sobre trajes, accesorios y peinados[vi]. En el primer tercio del siglo XIX, con el auge de las publicaciones, se suma a los folletos importados sobre modas el primer semanario editado en Cuba a partir de 1829: «La Moda o el Recreo semanal del Bello Sexo», excelente fuente que nos informa sobre gustos y preferen­cias de nues­tras damas en relación a la moda importada[vii].

Las mujeres poseían variados medios para proveerse de las diversas prendas. La opción de realizar compras en Europa, en el propio París, era una vía. No obstan­te, existían en la isla condiciones adecuadas tanto para la adquisi­ción de gran variedad de géneros textiles como para la confección de la indumenta­ria. Desde el siglo XVIII había en Cuba mulatos y negros libertos que se dedicaban a la sastrería y zapatería[viii]. El oficio de sastre -por tradición y habilidad espe­cial que tenía la raza negra para la artesanía- se concentró en manos de éstos, estable­ciéndose en numerosos talleres en la capital. Algunos de estos sastres se anunciaban en los periódicos ofreciendo sus servi­cios[ix]. La presencia en la capital de una cantidad considera­ble de estableci­mientos comerciales destinados a la venta de tejidos importados y la existencia de numero­sos talleres de sastres y costureras evidencian que nuestra bur­guesía ya no sólo se proveía de ropa comprada en España, sino que vestía con indumen­taria de confección nacional, ya que la mujer cubana desarrolló grandes habilidades en la costura y el bordado como artesanía privada del hogar. Tanto la burguesa, conocedora del oficio a partir de su educación europea, como la de las clases pobres, a través de la enseñanza y costumbres españolas, llega­ron a ejecutar labores de gran calidad y belleza, lo cual se convirtió en tradición mantenida a través de genera­ciones[x].

Es en estos años cuando se iniciaron las pugnas entre las princi­pales corrientes ideológicas como expresión definito­ria de nuestra nacionali­dad, lo cual se expresó también en la vida cultural de la época. Del auto-re­conocimiento caracterís­tico de la etapa anterior se dio paso a la autodefinición de la cultura cubana. Cada corriente, cada tendencia, encontró la vía artística o cultural para materializar su función social. Se empezó a gestar una cultura diferente a la española, se perfiló un modo de vida cubano. Los criollos blancos se distinguían de los peninsulares por sus costumbres y hábitos, la forma de expresarse y hablar, por sus gustos y afinidades. A ello correspondió, lógicamente, un modo diferen­te en el vestir, apareciendo en este período las primeras referen­cias sobre las adaptaciones realizadas por las crio­llas en su vestimenta, con relación a la europea.

Las habilidades de la mujer criolla hacia la costura y su preferencia por la elaboración propia de su vestimenta, marcaron, indudablemente, la imagen de nuestras mujeres y fueron definiéndose ciertas peculiaridades que caracteriza­ron un «modo» de vestir «a la cubana», como revelación de una búsqueda de nacionali­dad en su imagen dentro de la sociedad colonial. La simplificación en los peinados, la preferencia por prescindir del sombre­ro, el uso de vestidos escotados para el diario, el predominio del blanco en el color de los tejidos y la calidad artesanal en la costura y el bordado, resumen esos rasgos que diferenciaban a una dama cubana de la peninsular.

Estas peculiaridades de una manera de vestir diferente pueden ser observadas en la pintura de la época. Tanto en la obra de los retratistas, como en la de los grabadores costumbristas, surgidos por el auge de la industria tabaca­lera y la fundación de la Imprenta Litográfica de La Habana -al organizarse la presenta­ción y envase del tabaco-, se reflejan estas preferencias de la dama criolla.  Los france­ses Hipólito Garnerey (1787-1858), Federico Miahle (1810-1881) y Eduardo Laplante (1818-?), el inglés James Gay Sawskins (1808-1879) y los cubanos Barrera y Barrañano, retratan la vida colonial de la isla; mención aparte merece el vasco Víctor Patricio Landa­luze (1828-1889), quien se destacó, sobre todo, por reflejar con mayor interés toda la sociedad colonial y, en espe­cial, la temática negra. A pesar de que casi la totalidad de estos artistas eran extranjeros y no obstante su evidente visión idílica de la reali­dad cubana, sus obras constituyen una valiosa referen­cia sobre las costum­bres y vesti­menta de gran parte de la población de la sociedad colonial.

La obra de Miahle –El Quitrín– de una de sus escenas costumbristas, puede ser considerada uno de los documentos visuales que con mayor claridad significa el carácter nacional de nuestras criollas. Tanto en la imagen retratada – tres señoritas con sus vestidos claros, escotados y sin sombrero-[xi], hasta la postura y la forma de disfrutar del ocio de las damas, caracterizan aspectos esenciales de la vida colonial cubana[xii].El  predominio del color claro es observado en la mayoría de las representaciones pictóricas de la mujer cubana de la segunda mitad del siglo XIX. El pintor Guillermo Collazo (1850-1896), a través de La siesta, nos muestra la placidez del des­canso de una dama con su clara vestimenta, dentro del entorno de una mansión colonial[xiii].

La moda masculina, cuyas variantes durante el siglo se limitaron a detalles y accesorios, no fue motivo de variacio­nes por parte de los criollos. Casa­cas, fracs y levitas seguían, tanto en sus géneros como en su corte, las orienta­ciones de la moda francesa o ingle­sa. A pesar de que no se evidenciaron adaptaciones en la manera de vestir del criollo con relación a la moda europea, hemos encontrado referencias sobre un acen­tuado gusto por el uso del dril (algodón crudo) para la confección de los conjuntos[xiv]. Bien es sabido que la preferencia por este fresco y claro tejido -reservado en Europa para la confección de prendas de uso deportivo o de campo- fue evidente en el período republi­cano, especialmente en las décadas 40 y 50. Sin embargo, observamos cómo desde mediados del pasado siglo se apuntaba ya lo que sería un peculiaridad del vestir del cubano, rasgo observado por el pintor Walter Goodman en los hombres[xv].

Los diversos géneros textiles eran ofrecidos por los comer­ciantes distribuidos en establecimientos ubicados en su mayoría en la ya célebre calle Mercade­res «…la Broadway de La Habana…», así como en Obispo y la calle de Ricla, mezclándose con sus tiendas de joyería y de abanicos, librerías, mercados de golosi­nas y refrescos. Las estrechas calles se llenaban de toldos a fin de proteger al transeún­te y posible comprador del castigo del sol[xvi]. Estos establecimientos no adoptaban el nombre del dueño, como era costumbre europea, sino que se denomi­naban de manera fantasiosa: Esperanza, Maravilla, La Perla, La Bella Marina, La Delicia de las Damas, El Rayo del Sol, etc., y permitían la compra a crédito por parte de su clientela. En cuanto a la confección de ropa masculina, a media­dos y fines del siglo se multiplicaron los sastres quienes asumieron en gran mayoría la ejecución de la vestimenta masculina[xvii].

Si bien el retrato -como tema más frecuente a lo largo de la pintura del siglo XIX cubano-  cuya función era consagrar a los principales personajes de las familias de alcurnia oficial y económica, nos legó un importante documento sobre las formas de vestir de las clases pudientes de la sociedad colonial, es la obra de los grabadores costumbristas quien reflejaría «…la tipología de nuestro siglo XIX, con extraordi­naria gracia y ligereza[xviii] y, dentro de ésta, a los sectores medios y pobres de la población cubana.

No cabe duda de la existencia de esta capa media negra o mulata que formaba parte importante de la población criolla cuyos patrones, en modas y maneras, eran los de la clase dominante de la sociedad colonial. Sobre la imagen del negro y la población mestiza en general, existe abundante información  -tanto visual como escrita- por el hecho de llamar la atención de los visitantes y de los residentes en la isla como elemento pintoresco, caracterizador del peculiar mosaico étnico-cultural de la isla. Sobre ello, nos detendremos en otra publicación.

Por Diana Fernández González

Texto enviado por la autora. Pueden consultar otros en su blog Vestuario Escénico.

Diana Fernández González es diseñadora de vestuario escénico y profesora de Historia y Teoría del Traje y de Vestuario para la escena de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM).

Calle O´Reilly. La Habana.

Calle O´Reilly. La Habana. Imagen cortesía de Diana Fernández.

Calle Obispo. La Habana. 1900.

Calle Obispo. La Habana. 1900. Imagen cortesía de Diana Fernández.

"El quitrín", por Federico Mialhe.

«El quitrín», por Federico Mialhe. Imagen cortesía de Diana Fernández.

32. La moda o el recreo semanal del Bello Sexo

Imagen cortesía de Diana Fernández.

Por Juan Bautista Vermay. Tempranos 1800s.

La familia Manrique de Lara, por Juan Bautista Vermay. Tempranos 1800s. Imagen cortesía de Diana Fernández.

Retrato de Justa de Alto y Bermúdez, por Vicente Escobar. Tempranos 1800s.

Retrato de Justa de Alto y Bermúdez, por Vicente Escobar. Tempranos 1800s. Imagen cortesía de Diana Fernández.

Don Agustín de las Heras, por Vicente Escobar. 1828.

Don Agustín de las Heras, por Vicente Escobar. 1828. Imagen cortesía de Diana Fernández.

 


[i] Como es sabido, las condiciones del país no favorecían el origen de un ambiente cultural que permitiera el crecimiento de las artes; las manifestaciones plásticas se limitaron al dibujo lineal: trazos, planos, esbozos de La Fuerza, La Punta y otras construcciones militares, religiosas o residenciales.

[ii]El traje usual de los hombres y mujeres en esta ciudad es el mis­mo, sin diferen­cias, que el que se estila y usa en los más celebrados salones de España, de don­de se le introducen y comunican inme­diatamente con el frecuente tráfico de los castella­nos a este puerto»  José Martín Félix de Arate. Llave del Nuevo Mundo, antemural de las Indias Occidentales. Comisión Nac. de la UNESCO. La Habana, 1964; págs. 94 y 95.

[iii] La indumentaria masculina en toda Europa Occiden­tal a partir de 1800 había renunciado a la fantasía y el esplendor que la caracterizó durante cuatro siglos de moda aristocrática; quedaron atrás las cintas, los encajes, las decoracio­nes, pelucas y plumas. La austeridad representó la imagen del burgués, financiero, comerciante o políti­co, quien sustituyó la vida cortesana y de armas por la de las tertulias, ópera, carreras y la bolsa. El traje masculino quedó así reducido a un número de prendas,  marcado su uso según la ocasión: el frac, la levita y el chaqué; todas acompañadas por pantalones largos y chalecos cortos. Los géneros usados eran sobrios en textura y color, nada de bordados o incrustaciones, ni de sedas o satines; era la imagen de un burgués cuyo escenario era esencialmente urbano.

[iv] Una total transformación sufrió el traje femenino en menos de cinco años: el talle subió bruscamente y se colocó debajo de los pechos, el pesado vestido sobre el incómodo miriñaque o panier fue sustituido por una túnica simple, que apenas requería ropa interior; los tejidos pesados y excesivamente recarga­dos cedieron su lugar a géneros ligeros y claros (batista, gasa, muselina).

[v] Eliza Ma. Hatton-Ripley. En: Viajeras al Caribe. Colección Nuestros Países. Casa de las Américas. La Habana. 1983; pág. 285

[vi]«Le Beau Monde», «La Belle Assamblés», «Le Fo­llet», «Le Courreier des Salón», «Le Moniteurde les Modes», «Les Modes Parisiennes», «Le Journal des Demoiselles», «Le Petit Courrier des Dames», son algunos títulos de publicaciones, las cuales – en ocasiones traducidas al habla hispana- llegaban a las capitales de varios países del nuevo continente.

[vii] Debemos señalar que antes de llegar a mediados del siglo, contábamos con máquinas de coser tipo industrial y posteriormente las de uso doméstico. En 1857, a pocos años de creada la patente Singer, se estableció en La Habana el primer taller de confección a máquina.

[viii] A partir de la década de los 30, se destacó como sastre preferido por las clases acomodadas de la capital, Francisco Uribe, sargento primero beneficiado del Batallón de Pardos Leales de La Habana. Por sus relaciones sociales y su popularidad entre los elegan­tes de la época, Cirilo Villaverde lo incluyó en su obra Cecilia Valdés, siendo el «sastre de moda» (como lo llamaban sus contemporá­neos) uno de los personajes del cuadro social descrito por el autor en su novela.

[ix] «El subteniente del  Batallón de Morenos Leales de  esta plaza  Eusebio Marrero, ha  traslada­do su  taller de  sastrería de la cuadra de la ciudadela de La guardia, en la calle de Muralla, a la  otra  inmediata­mente  si­guiente  en  la misma calle,  unas  cuantas puertas  antes de la tienda de seda de los señores Velis.   Marrero  corta  a la  última  moda y al gusto de  quien  lo ocupa. Tiene ya hechas  y  de todos los tama­ños, casa­cas, levitas, chupas, chaquetas de librea y de  distin­tos géneros, y es equitativo no menos que puntual,  última­mente  suplica  el mencio­nado oficial Marrero que los  señores  todos  lo honren ocupándolo.» (Diario de La  Habana, 20 de enero de 1827).

[x]«El laborioso dibujo sobre la ropa de hilo fino y el bordado de los dibujos en delica­dos diseños de tela de araña, tan complica­dos que basta mirarlos para que los ojos le duelan a una (…) esa era la ocupación favorita de las señoras cubanas.» Eliza Ma. Hatton-Ripley. En: Viajeras al Caribe. Ob.cit. pág. 285

[xi] Los vestidos que llevan las damas reproducidas por el grabador siguen la línea de la moda europea. La silueta correspondiente a las décadas cuarenta y cincuenta del siglo pasado se caracterizaba por el volumen excesivo de la falda, logrado por el uso de la estructura interior llamada crinolina o jaula (malacov por los cubanos). Innumerables volantes superpuestos decoraban el volumen inferior del cuerpo, estrechísima cintura y corpiños escotados de hombro a hombro para los vestidos de noche. Podemos suponer que el rechazo al uso del tocado por parte de las cubanas se deba al deseo de lucir a sus anchas su tan celebrada cabellera, la cual realzaban únicamente con sencillos pero hermosos peinados. Ya sea ésta u otra la razón, es innegable que constituyó una peculiaridad en el vestir de la criolla la tenden­cia a no cubrirse sus cabellos.

[xii] Una visitante británica a nuestra isla, impresionada por la ausencia del sombrero en las cabezas de las damas cubanas y por el uso de vestidos escotados (reservados, según las normas, para la noche), escribió:» A duras penas uno ve el uso del som­brero aquí y es­toy empezando a andar sin él (…) El primer día pensé que la omisión del sombrero era impo­si­ble, pero la cos­tumbre general pronto lo hace a uno re­conciliar­se con ello y ayer salí en una vo­lanta descapo­tada (…) con un vestido que en Inglaterra sólo lo lleva­ría por la noche.» Amelia Nurray. Carta XX. En: Viajeras al caribe. Ob.cit. pág.216.

[xiii] El predominio del color blanco en la indumentaria de las criollas era mayor que el utilizado por las damas europeas que seguían la moda francesa de la época de Luis Felipe y el Segundo Imperio, la cual desarrolló el gusto por tejidos como la muselina, linón, percal y los algodones estampados en sus tonalidades más sentimentales (pasteles y blanco), pero reservado, fundamentalmente, para los vestidos de noche.

[xiv] El pintor inglés Walter Goodman, de visita a nuestra isla, nos describe la vestimenta de los asistentes al banquete de bienvenida ofrecido a su llegada de Europa: «La  asistencia de varias damas con sus claros trajes de muselina, los caballeros vestidos de dril blanco…» Walter Goodman. Un artista en Cuba. Consejo Nacional de Cultura. La Habana, 1965. pág.15

[xv] Se refiere a los hombres de Santiago de Cuba, zona en la que «…las características cubanas y las costumbres de sus habitantes se observan mejor(…)vestidos de dril blanco, sombrero de jipi-japa y zapatos de la mejor piel españo­la(…) vende almidón, artícu­lo de gran demanda  en  Cuba  para estirar la ropa de dril blan­co…» Ibidem. pág.241

[xvi] Llamaban la atención a quienes visitaban la isla, dos aspectos relacionados con la manera de adquirir sus trajes o tejidos las criollas. Uno de ellos era la costumbre generalizada de realizar las compras desde el coche, cuando más, en la puerta del establecimien­to, pues era común «…ver un dependiente al pié de una volanta mostrando a las bellas ocupantas pieza tras pieza de fino género de lino y de transparente pinta; o probando uno y otro par de zapatos de cabri­tilla y satín en sus delicados pies.» (Louisa Mathilde Houston. Desengaño. En: Viajeras al Caribe. ob.cit, pág.299); así como la confianza que las damas deposi­ta­ban en sus esclavas, a quienes encargaban de trasmitir a modistas y tende­ros las prendas o tejidos que deseaban adquirir.

[xvii] En el censo realizado en 1872 se refleja cómo este oficio ocupó el segundo lugar dentro de todas las profesiones artesanales de la época y estaba concen­trado fundamentalmente en manos de negros y mestizos:  

         blancos      negros y mulatos

    carpinteros        6,226           5,846

    sastres            1,419          11,923

    albañiles          3,726          41,890

[xviii] Adelaida de Juan. Pintura cubana: temas y varia­ciones. Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Ciudad de La Habana, 1978. pág. 25

Interior de almendrón
Interior de almendrón

Interior de almendrón. Foto 2013.

En La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte (2007, Anagrama, p. 86):

Taxis de color amarillo y negro pertenecían a la Asociación Nacional de Choferes de Alquiler Revolucionarios (ANCHAR, ya que en la nueva sociedad todo adoptaba siglas), y en taxis de color violeta trabajaban las prostitutas reeducadas.

Hacían, de otro modo, la calle. TP eran las siglas de sus vehículos: Transporte Popular.

“Todas Putas”, les llamaba la gente.

Y aquellas conductoras recibieron enseguida, por el color de los autos, el mote popular de “violeteras”.

***

En Misceláneas de Cuba, viñetas de la Cuba Material por Orlando Luis Pardo Lazo:

Frente de batalla:

Los carros americanos siguen siendo una quinta columna clavada en el corazón comunista de la Revolución. Vienen de la prehistoria republicana y, sin embargo, pertenecen al futuro democrático de la nación. Duraron, a pesar de la asfixia y los represivos talleres sin piezas de repuesto, donde los “adaptaron” al cambiarle sus órganos originales. Pero los carros americanos no son un museo ni mucho menos un mausoleo de la memoria, estos “almendrones” de cáscara dura no son sino un plebiscito rodante.

Gulliver en el país de los proletarios:

Pudo ser un performance de la Bienal de Artes Plásticas de La Habana. Pudo ser el primer plano público de un stop-motion cubano desconocido, ese que, por timidez o tristeza, jamás se filmó. Hombrecitos de plastilina que recorren las aceras cutres de la avenida Galiano en Centro Habana (acaso en Contra Habana). Enanitos en peligro de ser pisados por los titanes que van y vienen de la shopping o del agromercado, con sus viandas y electrodomésticos y piltrafas y productos de aseo, todo disimulado en las consuetudinarias jabitas de nylon (la bandera cubana debiera ser sustituida por una jabita de nylon, que resuena más linda al viento y es un objeto menos biodegradable y sin tanta memoria de la muerte nacional). Pudo ser un set para rodar el clímax de un videoclip de reguetón. Pudo ser labor-terapia grupal para los deprimidos anónimos de la patria. Pudo ser de todo. A mí nadie nunca me dijo nada.

Los viejos carros americanos:

Aferrados a un filito. La mano crispada, tensa hasta el último tendón. La marca del uniforme mitad como maleficio y mitad como talismán. Los viejos carros americanos parecen persistir más allá de la Historia y más acá de la Revolución. Sus carrocerías se maquillan de lujo metálico para un nuevo cambio de velocidad. Los viejos carros americanos se alquilan a miserables y a militares sin hacer distingo, son la encarnación rodante de nuestra demacrada democracia de mercado. Dentro de sus hierros cincuentenarios todos somos iguales, expuestos a la misma contaminación carburante. Los viejos carros americanos son ataúdes en tiempo futuro, cunas de fetos en pasado perfecto. InCUBAdoras de un pueblo en trance de movimiento que por ahora aún se aferra a una idea inercial, inmemorial.

¿Huraco o espejo mágico?

No todas las capitales de América cuentan con paisajes así, de guerra per-manente pero artificial, escaramuzas inocuas excepto para la inteligencia. A La Habana le salen más baches que bares y borrachines. Más baches inclu-so que desfiles de botas violentas en alguna efeméride nacional. A ras de asfalto, el espejo de agua masoquistamente duplica nuestra rala realidad: gente mohína asomada al daño de los edificios, a sus ínfulas heroicas de mostrar las cicatrices de un bombardeo. Y, lo más terrible de esta debacle: es aterrorizantemente bella.

Lápidas:

¿Quién sobrevive a quién? ¿La vieja y orgullosa maquinaria de los años cincuenta, que abortó en Cuba junto al final de su década, o la palabra patria más perversamente repetida desde entonces? ¿Quién rueda todavía sobre el asfalto percudido y quién ya no podría permanecer de pie? ¿Chapistería versus chapucería? ¿Slogan comercial versus lema? ¿Aerodinámica retro versus ideología obsoleta? Pero, ¿quién se atrevería a meterle un buen palancazo a la caja de cambios de velocidad? ¿Nos hará falta alguna licencia histórica de conducción?

Ver la entrada completa en Misceláneas de Cuba.

Cafetera
Cafetera

Cafetera. Hecha en Estados Unidos. 1950s. Colección Cuba Material.

Mis abuelos nunca se deshicieron de sus antiguos equipos electrodomésticos (me refiero a los de los cincuentas y años anteriores), ni siquiera cuando dejaron de funcionar. Una tostadora, una plancha para sandwiches y una cafetera de café americano cuyas porciones de agua y borra mi abuela aprendió a dosificar para obtener algo parecido al café expreso, acumulan herrumbre sobre un aparador del comedor. Allí los dejaron mis abuelos con la esperanza de que un día apareciera la resistencia o pieza que los devolvería a la vida, mas esta nunca llegó.

En Diario de Cuba:

Antes de los Castro, la Isla era un imán para atraer inmigrantes de Europa, Medio Oriente, Asia, el Caribe e incluso de Estados Unidos. Estadísticas del antiguo Ministerio de Hacienda de Cuba revelan que solo entre 1902 y 1930 llegaron a nuestro país 1.3 millones de inmigrantes, 261.587 de ellos en los últimos seis años de ese período.

En esos 28 años, encabezaron la lista 774.123 españoles, 190.046 haitianos, 120.046 jamaicanos, 34.462 estadounidenses, 19.769 ingleses, 13.930 puertorriqueños, 12.926 chinos, 10.428 italianos, 10.305 sirios, 8.895 polacos, 6.632 turcos, 6.222 franceses, 4.850 rusos, 3.726 alemanes y 3.569 griegos.

En años posteriores siguieron llegando a Cuba más inmigrantes de las nacionalidades mencionadas, así como también libaneses, judíos, palestinos, rumanos, húngaros, filipinos y mexicanos (sobre todo de Yucatán), etc. En 1958 había en la embajada de Cuba en Italia 12.000 solicitudes de ciudadanos deseosos de emigrar a la Isla.

Pero si en 1958 Cuba era uno de los tres países de Latinoamérica con mayor ingreso per cápita, con 374 dólares —el doble que en España ($180) y casi igual al de Italia—, hoy es uno de los más pobres. Es el único que en vez de avanzar involucionó y presenta ahora un grado menor de desarrollo económico y social que hace media centuria. Ni siquiera Haití sufrió tal retroceso.

Los efectos del castrismo asombran cuando se examinan algunas estadísticas del Anuario Estadístico de Naciones Unidas, el Atlas of Economic Development (1961) de Norton Ginsburg, la FAO, el Departamento de Comercio de EE UU, y el Cuban Center for Cultural Social & Strategic Studies, Inc.

En 1958, como en cualquier nación en desarrollo, había pobreza en la Isla, pero Cuba era el octavo país del mundo con mayor salario promedio en el sector industrial, con $6.00 diarios, por encima de Gran Bretaña ($5.75), Alemania Federal ($4.13) y Francia ($3.26). La lista la encabezaban EE UU ($16.80) y Canadá ($11.73). Cuba, además, ocupaba el séptimo lugar mundial en salario agrícola promedio, con $3 diarios, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Hace 54 años Cuba registraba la mayor longitud de vías férreas en Latinoamérica, con un kilómetro de vía por cada 8 kilómetros cuadrados. Y era líder en televisores, con 28 habitantes por receptor (tercer lugar en el mundo); la primera señal de TV a color en el mundo fuera de EE UU fue lanzada en La Habana por Gaspar Pumarejo, el 19 de marzo de 1958. El país ocupaba el segundo lugar latinoamericano en número de automóviles, con 40 habitantes por vehículo.

También teníamos la más baja tasa de inflación en Latinoamérica, con 1.4%. Nos autoabastecíamos de carne de res (desde 1940), leche, frutas tropicales, café y tabaco; y éramos casi autosuficientes en pescados y mariscos, carne de cerdo, de pollo, viandas, hortalizas y huevos. Éramos el primer país latinoamericano en consumo de pescado y el tercero en consumo de calorías, con 2.682 diarias. Producíamos el 76% de los alimentos que consumíamos (hoy producimos el 21%), y había una vaca por habitante.

La Isla exportaba más de lo que importaba, y era la tercera economía más solvente de la región por sus reservas de oro y de divisas y por la estabilidad del peso, a la par con el dólar. Era el país latinoamericano con menor mortalidad infantil y el que dedicaba mayor porcentaje del gasto público a la educación, con el 23 %. (Costa Rica, 20%; Argentina, 19.6%; y México, el 14.7%). En 1953, Francia, Gran Bretaña, Holanda y Finlandia contaban proporcionalmente con menos médicos y dentistas que Cuba.

Cuba era también proporcionalmente en 1958 el país latinoamericano con más salas de cine, ostentaba el segundo puesto en cantidad de periódico impresos, con ocho habitantes por ejemplar, luego de Uruguay (seis), y tenía el segundo lugar en teléfonos, con 28 habitantes por aparato.

Conclusión, que la debacle económica cubana no es causa, sino efecto. La verdadera razón que fuerza a emigrar de Cuba es el sistema político que sepultó la libertad económica y transformó la Isla en una ameba gigante que se nutre de subsidios extranjeros.

Cuarto de baño
Cuarto de baño

Cuarto de baño. Vedado. Foto 2012.

He visto, en Cuba, cuartos de baños recubiertos de mármol, de azulejos de cerámica, y de paredes de cemento; baños con agua fría y caliente y baños sin una gota de agua; baños sin ducha y baños con duchas a donde no sube el agua; baños con inodoros que descargan y tienen asentador y tapa, y baños con inodoros que para que descarguen hay que echarles uno o más cubos de agua; baños grandes como salones de baile, y baños pequeños y atestados de cosas; baños para visitantes, antiguos baños de criados, y baños colectivos, compartidos por más de una familia; baños con pinturas al fresco, con coquetas y armarios empotrados, y baños con solo un inodoro y una pila; baños con espejos y sin ellos; baños limpios, mugrientos y apestosos. Nada, quizás, denota más las diferencias sociales en la Cuba de hoy que las condiciones de los baños. No supe hasta hace poco que había familias que tenían baños de letrina en capitales de provincia como Victoria de las Tunas.

El de la foto es el baño de la casa de mis abuelos. Cuando yo era niña, aún tenía su bañadera de hierro. Vi cómo, una a una, fue perdiendo las patas, que mis abuelos reemplazaron por ladrillos. Vi también cómo los ahorros de mi abuelo se convirtieron en la actual poceta, y algo quedó para repellar el techo, que ya soltaba pedazos del revoque. Cuando era niña, el baño tenía una taza de inodoro blanca, que más tarde cambiaron por la de porcelana azul, fabricada en Cuba, sin orificios para la tapa y el asentador. En algún momento se rompió su mecanismo de descargue, y mi abuelo le amarró un hilito. Están ahora tratando de conseguir una taza nueva. Hace poco, mi mamá compró un nuevo lavamanos con los dólares que ahorra de lo que le mandamos y algo que le entra del alquiler de su apartamento. Gracias a eso, el baño de mis abuelos sigue siendo un buen baño.

H/T: María Paula Gómez Cabrera

Pasatiempos infantiles para fiestas. Hechos en Cuba. 1970s. Colección Cuba Material.

Los cumpleaños que se celebraban en la Cuba de mi infancia tenían, todos, piñata de papel rellena de caramelos y dulces, serpentinas, música infantil, cajitas y juegos de competencia. Entre estos no faltaba jamás el de ponerle el rabo al burro. Hasta hoy no sabía de dónde provenía la lámina que un adulto pegaba en la pared, ni los rabos que intentábamos ponerle al burro que había en ella dibujado.

En los cumpleaños de mi infancia también repartían, al menos en algunos, lo que en Estados Unidos llaman goody bags, bolsitas con algún recuerdo o souvenir que los anfitriones repartían a los niños que asistían a su fiesta, en agradecimiento. Al parecer, eran hábitos «de antes» que algunas familias no querían abandonar, pero que terminaron, más tarde o más temprano, desapareciendo debido a la escasez.

Mango (o cabo) de bisturí Smic No. 4
Mango (o cabo) de bisturí Smic No. 4

Mango (o cabo) de bisturí Smic No. 4. Hecho en la República Popular China. Colección Cuba Material.

En La voz del morro, descripción de una unidad hospitalaria del CIMEQ, Objeto 20, donde solo se atienden unos pocos privilegiados que, al parecer, tienen muchos motivos para esconderse:

(…) El cuasi inaccesible, impenetrable y tenebroso “Objeto 20”, enclavado en el laberintico hospital CIMEQ, construido bajo el gusto del gigantismo estalinista.

De audaz ingeniería y espantosa decoración, desde el año 86 el Objeto 20 es un templo a la creencia egipcia de la vida después de la muerte. Una construcción  adjunta al hospital CIMEQ pero con autonomía propia, edificada con el fin de satisfacer el ego y la paranoia del poder y la seguridad (…).

El objeto 20 es una especie de santuario. Cuando entramos por el sótano, vamos directo a un spa diseñado respetando el ridículo gusto de quien guarda la añoranza por las noches del otrora Moscú comunista. Paredes gruesas, insonorizadas y forradas por inmensas lajas de piedra Jaimanita oscurecen la piscina de dimensiones olímpicas, a la que nunca llega el sol; al costado un gimnasio equipado al grito de moda italiana que permanece en desuso y oscuro, sigue un espacio de musicoterapia, dos baños de vapor, un sauna, dos piletas para baños de contraste, un jacuzzi, un equipo para hidromasaje, y un área para solazar tensiones, con una despensa bien surtida. Todo esto es observado por cuatro guardias que permanecen en alerta, frente a las cámaras del circuito cerrado.

Saliendo por la retaguardia se encuentra una cancha de squash; y una pista para atletismo. Como el spa es de puntal muy alto, este lugar no tiene primer piso, en el segundo están situados los salones de terapia intermedia e intensiva. Y en el último y tercer nivel, después de una habitación de escoltas, una sala-enfermería y un pantry, hay 5 cuartos de ingreso desde los cuales, y a través de un amplio cristal (de alto impacto y fabricación alemana) que siempre mantienen impoluto y con visión de un solo lado, se aprecia un lindo paisaje con árboles de yagruma.

consulta
consulta

Habitación que mi abuelo y bisabuelo usaban para consultas médicas. Vedado, Habana. Foto 2012.

Reinaldo Escobar, en Desde aquí, comenta los cambios en La expresión material del ateísmo:

(…) Recuerdo los días en que concluíamos la construcción del edificio “de microbrigada” donde aun vivo. Fui elegido por los trabajadores para integrar una comisión que analizaría el mejor derecho de los aspirantes a ocupar la vivienda. Si mal no recuerdo, yo era el único comisionado que no era militante del partido comunista. Nos entregaron una planilla donde había que anotar cuidadosamente los datos de cada una de las personas aspirantes a vivir en el nuevo inmueble: nombres y apellidos, sexo, edad, centro de trabajo o estudio, nivel escolar, pertenencia a las organizaciones revolucionarias, si algún miembro de la familia había salido del país o si había sido sancionado por algún tribunal. Había que anotar además si se poseían efectos electrodomésticos, los muebles que tenían y otros detalles sobre el estado en que se encontraba la vivienda en el momento de la inspección. Sí, porque los miembros de la comisión teníamos que inspeccionar y al final, dejar por escrito nuestras valoraciones.

En la última página de la planilla, en el inciso B del Punto II, se abría un espacio para mencionar y describir los objetos religiosos que eran visibles en la casa inspeccionada. En el centenar de hogares visitados no apareció ni un solo corazón de Jesús, ni una postalita de la virgen, ni un solo rincón de Elegguá, ninguna cazuela con Oschún.

Han transcurrido 26 años de aquellos sondeos y ahora en el recibidor de nuestro edificio han puesto un cartel para invitar a creyentes y no creyentes a la misa que Benedicto XVI hará el próximo miércoles en La Habana. Por suerte ninguno de los que entonces creían cometió la ingenuidad (la honestidad) de dejar a la vista aquellos “objetos religiosos” que nosotros debíamos pesquisar. Ellos los ocultaron, yo conservé la planilla.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Los domingos solían visitar la casa de mis abuelos familiares y amigos de la familia. Muchas veces se quedaban a almorzar, y siempre —aun cuando no comieran— eran invitados a beber uno o dos highball. En medio de la conversación, siempre animada, no faltaba mi abuelo insistiendo en que, por favor, se usara el portavasos para que no se dañaran los muebles, de madera. Decía eso mientras le acercaba uno al infractor.

Muchos de los portavasos de casa de mi abuelo los había traído mi tío Feli de Checoslovaquia a lo largo de los años ochenta, cuando solía viajar a ese país por motivos de trabajo —era especialista de la Unión Eléctrica y tenía a su cargo las plantas generadoras de electricidad (Felton, Guanajay)—. Cuando se acababa el almuerzo y ya habían recogido la mesa, mi abuelo ponía a secar los portavasos sobre el muro de la galería de su casa para evitar que les saliera moho. Algunos todavía conservaban, y unos pocos tienen escrito en el reverso ciertos deseos y aspiraciones que animaban a los técnicos de la Empresa Eléctrica que se reunían en las tabernas de Praga. «No nos fuimos, pero nos iremos», soñaron una tarde de 1984. «De P… queridos amiguitos», se lamentaron en 1986.

En su casa había otros portavasos, pero mi abuelo siempre prefirió el cartón grueso y absorbente de los de las tabernas checoslovacas.

«Democracia de taberna», leo que le llamó Elena Zubkova al periodo de la posguerra, cuando los países de Europa del Este y la URSS abrieron bares, tabernas y cafés, algunos de los cuales cerraban cerca de las 3 am. y, a juzgar por estos protavasos, algo de esa democracia ilusoria llegó a Cuba.

Portavasos checoslovaco

c. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Portavasos checoslovaco

Portavasos checoslovaco. Mediados de los ochenta. Colección Cuba Material.

Ventilador Órbita con cuerpo y aspas de fabricación artesanal. Colección Cuba Material

Eduardo del Llano: La cultura del sucedáneo:

No tenemos originales.

No tenemos las piezas correctas.

Es normal que alguien empiece a azulejear su baño con losas azules y de pronto se acaben las de ese color y haya que cerrar el hueco con losas verdes.

Es de lo más común que vayas a cocinar un plato y de los diez ingredientes de la receta original sólo haya tres a tu alcance, y debas conformarte con sucedáneos. Digo más: mucha gente no conoce otra cosa que los reemplazos.

En materia de piratería de audiovisuales no hay quien nos gane. Prácticamente ningún cubano ha comprado un CD o un DVD originales en su vida. Se cuenta que en los días del concierto por la paz, Juanes va a almorzar al Aljibe y un tipo se le acerca, elogia su música y luego añade entusiasmado: “compadre, yo le estoy superagradecido. Mi negocio es de discos quemados, y usted no me creería la cantidad de dinero que he hecho vendiendo discos suyos”. Dicen que Juanes no sabía si reírse, estrangular al tipo o ponerle una demanda. Terminó riéndose, supongo.

Estamos tan acostumbrados a copias y soluciones emergentes que nos costaría y nos cuesta movernos en un mundo en que los originales son accesibles y las pequeñas soluciones se compran y no se agotan. Conocí a alguien que sobrevivió los años duros comiendo croquetas de pescado; de pronto le cayó una buena cantidad de dinero, fue al mercado y compró… muchísimas croquetas de pescado.

Es incalculable la cantidad de autos con piezas de otros autos, cuando no francamente inventadas, que circula por nuestras calles. Se desploma un balcónart nouveau y en su lugar se construye uno de concreto. No hay casa sin un ventilador adaptado, sin una llave de agua, una pata de mesa, una bombilla de traza y modelo diferentes al resto, sin una reproducción de Lam, Mariano o la Mona Lisa. Si aquello de que la materia no se crea ni se destruye sino que se transforma no hubiera sido formulado o necesitase confirmación adicional, una casa cubana convencería al más escéptico.

Nuestra prensa es un sucedáneo. Nuestro Parlamento, con voz y aplausos eternamente unánimes y escasa representatividad -¿alguien cree en serio que esa gente vela por nuestros intereses?- también. Nuestros días son días a medio hacer, opacos y apenas funcionales. La verdad, ya no hacen los días como antes.

Este país necesita originales.

***

En Habana por dentro: Si no hay perro se montea con gato:

En Cuba todo tiene arreglo, la vieja cocina de gas, el refrigerador de los años 50 que bota la escarcha, el moskvich heredado, el colchón que dispara el muelle sobre la costilla número tres del lado izquierdo. Al televisor viejo de los 80´ se le pone mando a distancia, se echa a andar una vez más el aire acondicionado ruso y se le adapta una pizarra de Peugeut al almendrón. En la careta vieja de ventilador se siembran los platicerios y de una Forever Bycicle se saca un riquimbili –en ciertos barrios conocidos como espantajevas-, cuyo motorcito hace un ruido enorme pero resuelve el problema del transporte. El portal, para hacerlo más privado, se tapia con cartones o planchas de zinc y si no cabe la defensa del carro en el garaje se le roba un pedacito a la acera. Total, aquí no pasa nada. Si a la lavadora aurika se le pudre una esquina cualquier soldador te la pica por la mitad y te la deja como nueva. Pero eso sí, si en la clínica del celular te dicen que tu iphone último modelo que -con tan puñetera suerte-, traía la placa defectuosa no tiene solución, es que no-tiene-solución. Lo que se arregla en Cuba, sabemos, ya no se arregla en ninguna parte.

chavitos
chavitos

Serie de billetes con valor legal limitado a las tiendas en moneda convertible (diplotiendas o tecnitiendas), chavitos. 1980s. Foto Ángel Antonio Vidal.

En Diario de Cuba, Iván García sobre el jineterismo en Cuba en los ochentas:

Pero el jineteo en Cuba es más que sexo. En sus inicios, quienes jineteaban eran los hombres. El verbo jinetear nació a mediados de los 80, y se refería a aquéllos que se dedicaban a la compra y venta de dólares en las calles, un bisne entonces ilegal.

En esa época, los jineteros cazaban a los turistas fuera de los hoteles para proponerles cambios de moneda a mejor precio que el ofrecido por el gobierno. Si la policía te pillaba, ibas cuatro años tras las rejas. Jinetear con divisas era un negocio suculento.

«Recuerdo que compraba los dólares a cuatro pesos. Luego a un estudiante africano le pagaba un dólar por cada dos que yo le daba, y éste me adquiría pacotilla: pitusas, zapatillas, camisas de bacterias o shorts reversibles en tiendas para técnicos extranjeros. Las ganancias eran descomunales. Uno compraba un par de zapatillas Cast en dos dólares (ocho pesos) y las vendía en 120», recuerda Jorge, un jinetero ya jubilado.

Cuando en 1993 Fidel Castro despenalizó el dólar, la palabra jinetera acabó colgada en las despampanantes muchachas que se prostituían, primero en los barrios habaneros, luego en el resto de las provincias.

(…)

Existen jineteras en moneda dura y en pesos cubanos. Las hay de 15 años y de 40 o más. Desde las que cobran 40 cuc, hasta guajiritas apeadas la noche anterior del tren procedente de Santiago o Guantánamo, que se ofertan por 80 pesos. O menos.

También ahora jinetean chicos que se pasan seis horas haciendo pesas en un gimnasio particular. Travestis que madrugan por las avenidas. Y gays orgullosos de los nuevos aires que corren y suelen ofrecer sexo oral en escaleras.

El verbo jinetear llegó para quedarse. Y va más allá. Se utiliza cuando alguien se aprovecha de una persona con dinero y se le pega como una lapa para que lo invite almorzar o le pague unas cervezas.

En aquellos centros de trabajo donde es posible viajar al extranjero, jinetear consiste en «trabajarle fino» al tipo que da luz verde para «fastear» [viajar]. Si el jefe es intransigente, se le hace una brujería. Si es «fácil», se le ofrecen regalos y promesas de compartir con él una parte del dinero asignado. Cualquier cosa con tal de que tu nombre aparezca en la lista de candidatos del viaje a China o a alguna otra parte.

En ocasiones, incluso, se jinetea a la propia familia. Se acercan los 15 de la hija o las vacaciones están al doblar de la esquina y se quiere pasar un fin de semana en un hotel. Como los familiares viven lejos, se les llama a cobro revertido o se les envían emails. De poco valen los sermones del pariente, de que la crisis económica es real y no un invento del Granma. Después de la descarga, el jineteo sigue en pie: «Mira a ver si puedes mandar algo, hazlo por tu sobrina que este año termina la secundaria».

Despensa

Despensa. Casa en El Vedado. Foto 2013.

En Los días no volverán:

(…) Abro una gaveta y me encuentro unos espejuelos sin una pata, y cuando pregunto a mis padres por qué los guardan, me dicen con toda la lógica del mundo: por si el tornillito de la pata que queda se puede usar de repuesto. Los frascos vacíos ni se botan ni se reciclan, se acumulan por si hacen falta; algunas medicinas se atesoranpor si escasean cuando se necesiten.

Una batidora nueva, por muy sofisticada que sea, jamás echará a la basura la batidora rusa con el vaso de aluminio. Cuanto más, la desplazará hacia un lugar menos estratégico en la meseta. Y en efecto, mis padres saben lo que hacen: los equipos rusos parecen eternos, irrompibles. Las lavadoras Aurika continúan funcionando, aunque la mayoría esté mutilada -es preferible exprimir la ropa con las manos a cambio de tener un potente ventilador en casa, hecho con el motor de la centrífuga. Y la Aurika de mis padres no se usa porque otra más moderna hace su trabajo, pero está ahí, como la reina vaga de la casa, por si.

Leer toda la entrada.

Cuarto
Cuarto

Cuarto de casa de mis abuelos. Alrededor de 1976.

Crecí en el barrio habanero de El Vedado, en un edificio Pastorita amueblado con sillones de mimbre de la época colonial que pronto fueron reemplazados por lo que me pareció entonces un hermoso juego de sala de estructuras modulares de plywood; juego de comedor de diseño modernista, de moda en los años cincuenta, y juegos de cuarto de los que llamaban «de estilo». Mis abuelos, en cambio, vivían a doce cuadras en una casona de arquitectura ecléctica de las que abundan en ese vecindario, con techos de viga y losa y puntal alto, y pisos de losas que formaban diseños de colores. No es de extrañar entonces que, de niña, la casa entera de mis abuelos, y sobre todo el cuarto, me parecieran de otro mundo. Este tenía cortinas de papel alrededor de la ventana de detrás de la cama matrimonial,  y una lamparita de leer, de madera, adosada al respaldar de esta, cuyos pequeños tubos de luz fría parecían de juguete. La lámpara se encendía con un interruptor que colgaba a un lado, también sobre el respaldar de la cama. A su lado, la lámpara de noche de mi abuela, de base de bronce, tenía una pantalla de cristal nevado en forma de helado, de los que dispensaban las máquinas que todavía existían en los Tent-Cents y Tropic Creams del barrio. Dentro, un bombillo verde daba una luz que me parecía sabría a menta. El colchón de la cama era de espuma de goma, no de muelles como los que siempre había visto, y en los escaparates y gavetas podía encontrar, además de la ropa que usualmente vestían mis abuelos, plumas de sombreros de noche ya desaparecidos, chales con lentejuelas, estolas de piel de zorro, una larga trenza de pelo que fue de mi mamá, y trajes, corsets y guayaberas de hilo —de vez en cuando, mis abuelos vendían algunos de estos al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT)—. Los domingos y los días de fiesta, mi abuela ponía una sobrecama tejida, bajo la que sobresalía el rosa o el azul de una sábana de satín. En el apartamento Pastorita donde vivía con mis padres, no teníamos nada de eso.