Entradas

radio en Calle 23
radio en Calle 23

Calle 23. Vedado, La Habana. 2015.

En una casa en reparaciones, en la avenida 23 en El Vedado, encontré una careta de radio empotrada a un muro a medio construir, vacía, sin dial, casi a ras del suelo. Me recordó las cabezas de muñecas que los choferes de camiones colocan en la defensa delantera o en el extremo de las antenas de radio de sus vehículos. Constituye, quizás, un precario «cargo cult» que fetichiza una modernidad que solo consigue recrear en apariencia.

Despensa

Despensa. Casa en El Vedado. Foto 2013.

En Los días no volverán:

(…) Abro una gaveta y me encuentro unos espejuelos sin una pata, y cuando pregunto a mis padres por qué los guardan, me dicen con toda la lógica del mundo: por si el tornillito de la pata que queda se puede usar de repuesto. Los frascos vacíos ni se botan ni se reciclan, se acumulan por si hacen falta; algunas medicinas se atesoranpor si escasean cuando se necesiten.

Una batidora nueva, por muy sofisticada que sea, jamás echará a la basura la batidora rusa con el vaso de aluminio. Cuanto más, la desplazará hacia un lugar menos estratégico en la meseta. Y en efecto, mis padres saben lo que hacen: los equipos rusos parecen eternos, irrompibles. Las lavadoras Aurika continúan funcionando, aunque la mayoría esté mutilada -es preferible exprimir la ropa con las manos a cambio de tener un potente ventilador en casa, hecho con el motor de la centrífuga. Y la Aurika de mis padres no se usa porque otra más moderna hace su trabajo, pero está ahí, como la reina vaga de la casa, por si.

Leer toda la entrada.

Cuchilla de afeitar Sputnik
Cuchilla de afeitar Sputnik

Cuchilla de afeitar Sputnik. Hecha en la URSS. Colección Cuba Material.

En La Habana Elegante, «De la materialidad soviética, sus huellas e implicaciones. Apuntes para una reflexión por Damaris Puñales-Alpízar:

Pero además de esta presencia subjetiva de lo soviético en Cuba (1), que se ha traducido en una producción cultural cubana pos–noventa donde abundan los referentes soviético–rusos, otra parte importante dellegado soviético está constituida por la permanencia física, después de los noventa, de automóviles, maquinaria pesada, electrodomésticos, libros, juguetes y edificios, principalmente habitacionales y escolares, cuya arquitectura siguió estándares socialistas: la carencia de cualquier ornamento. (…)

En este artículo propongo analizar cómo la permanencia de estos objetos se ha convertido en una poética del fracaso de un proyecto social, y cómo puede entenderse su persistencia en Cuba después del fin de la Unión Soviética. ¿Qué significa tal presencia, cómo proporciona una determinada lectura de la realidad y de cierto grupo social? En este análisis intento establecer un contraste entre esta materialidad específica, y una subjetividad afectiva que se manifiesta a través de la producción cultural.

(…) Presento el término de ‘comunidad sentimental soviético–cubana’ (3) para agrupar a los cubanos educados entre 1960 y 1980, para quienes los referentes soviético–socialistas comunes de la infancia y la educación recibida, facilitaron la creación de un imaginario de comunidad sentimental, que otorga pertenencia y cohesión entre sus miembros, a la vez que la diferencia de otras comunidades también imaginadas, incluso cuando la mayoría de los miembros de esta comunidad sentimental soviético–cubana no comparta el mismo territorio geográfico, ni la misma formación académica y mucho menos, la misma ideología social.

(…) Para las décadas de los setenta y los ochenta, los hogares cubanos parecían copia unos de otros: no sólo se repetían las mismas marcas de electrodomésticos, sino que las decoraciones y los muebles en general también eran similares, cuando no idénticos. Este inventario homogéneo proveyó, durante algunos años, una representación idealizada de la igualdad social, a la vez que otorgó un sentido de estabilidad y de pertenencia subjetiva de los cubanos –o al menos, la gran mayoría de ellos– a una imagen de la nación impulsada desde el gobierno, y sostenida gracias a la ayuda financiera, técnica y humana de la Unión Soviética a Cuba.

(…) La materialidad homogénea de la sociedad cubana permitió el surgimiento de una subjetividad histórica que explica, en conjunción con otros factores que he detallado antes, la conformación de una comunidad sentimental soviético–cubana. Los objetos soviéticos, dada la imposibilidad de su sustitución, se convertían no sólo en parte del hogar, sino también en parte de la familia. Una batidora era “la” batidora y lo sería por ‘siempre’; un ventilador, “el” ventilador. De tal modo, los objetos rusos lograron lo que las imposiciones ideológicas, políticas y culturales no pudieron del todo: la aceptación y su conversión en parte del escenario familiar, diario, de los cubanos. Esta familiaridad de los cubanos con los objetos soviéticos es depositaria de un significado de íntima afección y se convirtió no sólo en uno de los recuerdos más perdurables, sino también más entrañables para los individuos que se acostumbraron a ayudarse en sus labores domésticas con aparatos soviéticos.

(…) La permanencia de equipos soviéticos se convierte en un signo social de exclusión: los que tienen objetos, electrodomésticos soviéticos, son principalmente aquellos que no han podido insertarse en la nueva dinámica mercantil laboral que depende principalmente de una economía capitalista, ya sea a través de la contratación en empresas extranjeras –principalmente turísticas–, mediante las remesas familiares provenientes de Estados Unidos y a partir del VI Congreso del PCC (6), en abril del 2011, del crecimiento de negocios de iniciativa privada. Aunque no hay cifras oficiales que lo confirmen, se estima que el envío de dinero desde Miami, sobre todo, constituye, junto al turismo, el principal sostén de la economía cubana, luego del debilitamiento, hasta la desaparición casi, de la industria más tradicional cubana: la producción de caña de azúcar.
Lo soviético funciona así como una atadura que liga a un segmento de la población al pasado, ante la incapacidad de acceder a otros objetos. Es una doble marca: el recuerdo de un pasado que fue ‘mejor’ –en términos de estabilidad y accesibilidad–, y la constatación de que ese pasado se perpetúa sólo en cierto sector.

H/T Walfrido Dorta.

negrito

Figura artesanal. Hecha en Cuba. Colección Cuba Material.

Néstor Díaz de Villegas, en Diario de Cuba:

Estética batistiana

Desde el Palacio de Bellas Artes hasta Tropicana; desde el amarillo caqui hasta la fuente de soda; desde cafetería Miami hasta la embajada americana de Harrison & Abramovitz; desde Rita Longa hasta Mateo Torriente; desde el self serve Wakamba hasta el Havana Hilton, la estética batistiana es la estética de lo cubano moderno.

La música que todavía explotamos, es música batistiana. La Habana histérica y libertina deTres Tristes Tigres, es La Habana batistiana. Todo Kcho, y el Tomás Sánchez de los manglares, son batistianos. El mobiliario del Comité Central es batistiano. El yute, la artesanía de semillas, las cabañitas, el mimbre, los bohíos y el Kawama pertenecen al Modern Karabalí (batistiano). El Plan Maestro de La Habana y el Martí de la Raspadura son batistianos. De la estética batistiana hemos vivido vicariamente: la Revolución le sacó el quilo. La estética batistiana continúa siendo fuente inagotable de admiración general y de cohesión nacional.

Como resumen y exaltación de las tendencias del batistato y de sus potencialidades, y desde la perspectiva de una sociedad avanzada, incapaz de crear otros valores que no fuesen espectaculares, Fidel Castro es el Homo Batistianus. Es decir: el hombre nacido de las condiciones objetivas del espectáculo batistiano, y la más alta creación artística de su época. Fidel Castro encarna la libertad batistiana in extremis, y su poder de seducción emana de la intensa fruición estética que trajo al mundo la Cuba batistiana.