Entradas

 

Maletín de vinyl. 1980s. Regalo de Ada Baisre. Colección Cuba Material.

Durante muchos años, la única maleta que fue realmente mía fue la de la escuela al campo. Ahí guardaba las yemitas que todos los domingos mi abuela me enviaba, la lata de fanguito que mi mamá me hacía, y las de tamal y salchichas que mis padres compraban en el mercado Centro para que pudiera alimentarme durante los siguientes siete días, así como también la jabonera plástica, el peine Kiko, y la ropa interior para toda la semana.

Tenía otra maleta que solo usaba cuando llegaba el verano y con él el momento de irnos por un mes a nuestra casa en la playa de Guanabo. Pero esa la compartía con mi hermana, No sé cómo nos las arreglábamos para hacer caber en ella nuestra ropa, así de poca era.

Hace unos años, la madre de una amiga llegó al aeropuerto de la ciudad de Newark, en New Jersey, donde se reuniría con su hija que vivía en Estados Unidos, con una maleta igual a la que tuve en mi infancia, pero de color negro.

 

* * *

En OnCuba: La maleta en el alma:

. . . Es una maleta el tema que nos convoca, la maleta que nos acompaña en los viajes de regreso a La Habana, portadora de regalos y esperanzas para quienes esperan en la Isla.

Es una maleta sufrida y cuestionada. Nunca hubo artefacto alguno, en la historia cotidiana de Cuba, que despertara tantos sentimientos encontrados. No importa su color, su estilo, la prestancia con que es conducida. Importan su peso, sus cantidades.

A mi amigo Roly lo traumatiza el proceso de empacar, tanto que ha inventado el “Síndrome de Estrés post-maleta-pa’-Cuba” o su designación alternativa “Estrés post-aduana”. Dos días antes de su partida comenta en su perfil de Facebook: “Manual de cómo preparar la Maleta que llevas a Cuba. ¿Alguna literatura al respecto? ¿Algún tratamiento psiquiátrico para cuando ya crees que la has llenado? ¿Algún seguimiento después de pasar la Aduana?”

Ha preparado, confiesa, más de 20 maletas, que coinciden con su número de viajes a la Isla, pues de manera general las aerolíneas solo permiten una única pieza de 23 kilos cuando viajas en “Economy Class”. Siempre sale dolido, avasallado, porque tiene que pesar el equipaje una y otra vez, y tiene que manejar las cantidades. Cuenta que en una de esas oportunidades le pesaron hasta el pasaporte.

Ya sabemos que en la maleta de muchos no van cosas demasiado costosas ni tampoco cantidades exuberantes -qué son diez maquinitas de afeitar cuando hay 3 hombres en una familia. Pero nadie duda que en las maletas viajan soluciones temporales, alivios para una parte de la población.

Cada maleta tiene también su cuota de misterio y suerte. Puede hacerte sentir victorioso o frustrarte. En el primer caso pasas por la puerta, la cinta y la cola, sin tener que abrirla, pagar, ni pesar. En el segundo, te costará días de mal sueño y explicaciones a los familiares: “me lo quitaron en la Aduana”, quizás te costará también un par de viajes al aeropuerto para recuperar lo tuyo, si es que te quedan ganas de insistir.

Darío, otro amigo de las redes sociales, ofrece una metodología cubana para empacar: “Hay que hacer la maleta varias veces y empezar unos meses antes. Una semana antes del viaje la vuelves a hacer y un día antes, lo mismo. Luego la cierras y que sea lo que Dios quiera.”

Amén.

***

Pienso ahora en la ironía de que el mismo calificativo que el gobierno cubano inventara contra la oposición y el exilio sea el que hoy se use para nombrar la maleta donde llegan los mejores bienes de consumo que circulan en la isla.

Maleta de palo. Escuela al campo. 1970s. Imagen tomada del muro de Facebook de Pepe Franco.

Maleta de palo. Escuela al campo. 1970s. Imagen tomada del muro de Facebook de Pepe Franco.

A mediados de los años 1960s, el gobierno cubano creó el programa de Escuela al Campo (EAC). Del mismo, dice Denise F. Blum en su libro Cuban Youth and revolutionary Values: Educating the New Socialist Citizen (Austin: University of Texas Press. 2011):

By 1966 the EAC had become a major part of Cuban educational policy, and all urban junior high school students were expected to spend time in the countryside. The social aims of the EAC experiment were clearly defined. It was to produce a new kind of man, imbued with love for his country, ready for reform and desirous of increasing the wealth of the community, realizing the value of labor and prizing it, honorable, devoted, and steadfast. More specifically, the aims of the EAC program were to remove the disparity between urban and rural, to establish close links between school and life, to educate the rising generation for work by actually working, and, in line with a common objective, to demand the highest possible standards while respecting the personality of the pupils (Araujo 1976, 12). (p. 179)

* * *

Guardo muy malos recuerdos de las semanas (dos en la escuela secundaria, seis en el preuniversitario) que pasé en la EAC, en albergues promiscuous, madrugando antes del amanecer para recoger papas, café u hojas de tabaco frías y empapadas de rocío, y cenando una magra a insípida comida.

La maleta de palo era quizás

Maleta de palo como las usadas en la Escuela al Campo. Imagen tomada de internet.

el único espacio de intimidad que conservábamos.

* * *

Dice Denise F. Blum:

The suitcase generic exterior gave no hint as to its interior decor. Photographs and magazine illustrations from different generations were pasted on the inside lid. Some showed treasured, far-away family and friends, while other, black-and-white snapshots chronicled the new camaraderie that blossomed at the EAC and a family history of participation in the program. Intermingled with the photographs were magazine illustrations of trendy icons and forbidden USO candy wrappers, offering a taste of fads from different eras. Even though the state sought to provide the necessary luggage for everyone, it attempted to do so in a way that would mask or even suppress individual differences and competition. Nevertheless, individual identity and sentimentality sprouted on the inside of the suitcase lids like wild weeds on a recently tilled field. The unexpected personal markers of identity and resistance mocked the impersonal, classless, utilitarian appearance of the suitcase exterior that was repainted year after year. To what degree did this maleta de palo («stick» or «wood» suitcase, as it was called, because of its simple rudimentary appearance) symbolize the actions and effects of the state in its attempts to mold revolutionary citizens? (p. 186)

Y agrega, citando a la psicóloga Carolina de la Torre, quien estudió la identidad de estos niños:

The quality of the formal discourse is not that bad; it’s just that the drawings are simple and impersonal, as if the children are not mentally retarded but rather identity-retarded. Identity has been transmitted to them as if they were a mirror whose function was to reflect exactly what they are told. (p. 199)

Boleto estándar de los Ferrocarriles de Cuba, División Centro. 1980s. Cortesía Camilo Venegas.

Este fragmento de materialidad cubana se originó en la estación de Camarones de los Ferrocarriles de Cuba, cuando la familia del escritor Camilo Venegas le envió a este, que para entonces vivía en La Habana, una máquina de coser Singer. No sé por qué motivo Venegas se lo llevó consigo a la República Dominicana, donde ahora vive y desde donde me ha enviado estas imágenes.

En cualquier caso, nadie sabe contar mejor que él las cosas de los ferrocarriles.

***

La primera vez que viajé en tren fue cuando estudiaba en décimo grado. Ese año, los alumnos y profesores del preuniversitario Saúl Delgado fuimos trasladados en autobuses Girón a la estación de trenes de La Habana, donde mi grupo abordó uno de los primeros vagones. Nos dirigíamos a Ovas, en Pinar del Río, pueblo alrededor del cual se encontraban dispersos los campamentos donde mi preuniversitario cumpliría ese año el programa de la escuela al campo. A las nueve de la mañana ya estábamos en el vagón, pero no nos pusimos en marcha hasta el mediodía, de modo que lo que debió haber sido un viaje corto se convirtió en una travesía que duró todo el día. Creo que nos dieron como almuerzo un bocadito de jamón y queso y, de postre, africanas de chocolate. Llegamos a Ovas ya de noche.

***

Esta es la historia de Camilo, el fogonero Venegas:

Te adjunto dos boletines y una Carta de Porte de la División Centro de los Ferrocarriles de Cuba (Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spiritus).

El más largo, lo usaban los conductores de los trenes de viajeros. Con un alicate «ponchaban» el origen, el destino, la fecha, el precio y el número del tren. Había conductores que tenían todo un arte para esto, sobre todo de noche, cuando recorrían los vagones a oscuras, a la luz de una linterna y manteniendo el equilibrio entre tantos bandazos y pasajeros.

El pequeño, es un Boletín en Blanco, que se usaban en las estaciones cuando no habían impresos para el destino al que iba el viajero. En el reverso, se ponía el cuño de la estación de origen. Ese lo llené yo mismo, en un viaje que hice de Camarones a Santo Domingo (no sabía que 10 años después acabaría volando a Santo Domingo, pero en República Dominicana).

La Carta de Porte es el envío de la máquina de coser Singer de mi abuela Atlántida para La Habana, donde la usé como soporte de una mesa.

Boleto de ferrocarril. 1981. Tramo Camarones-Santo Domingo. Precio 0.40 centavos. Cortesía Camilo Venegas.

Boleto de ferrocarril (reverso). 1981. Tramo Camarones-Santo Domingo. Precio 0.40 centavos. Cortesía Camilo Venegas.

Carta de Porte de los Ferrocarriles de Cuba. Cortesía de Camilo Venegas.