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Radio Agrícola II
Radio Agrícola II

Radio Agrícola II. 1970s. Regalo de Pablo Argüelles. Colección Cuba Material.

A los 99 años, murió en Cuba Juana Rivero Casteleiro, conocida como Cuca Rivero o «la profesora invisible», de quien varias generaciones de cubanos recibimos clases de música entre preescolar y cuarto grado. Dos veces por semana, las maestras y auxiliares pedagógicas traían a las aulas un radio Agrícola (el de mi escuela era de color anaranjado) y sintonizaban el programa de Educación Musical que se transmitía por la frecuencia de Radio Rebelde. En sus clases «invisibles», Cuca Rivero orientaba ejercicios de vocalización y enseñaba a los niños canciones, casi siempre de contenido patriótico y «revolucionario».

Fue a partir del curso escolar 1975-1976 que el Ministerio de Educación incorporó el programa  Educación Musical en el plan de estudios nacional como una asignatura.

En una entrevista publicada en el blog Desde Cuba, Cuca Rivero explica:

—Sí, durante 26 años ininterrumpidos impartí clases por radio en un programa llamado Educación Musical de Radio Rebelde, a los niños de toda Cuba, desde preescolar hasta cuarto grado. Tuve una etapa experimental de 1962 a 1974 y después comencé en 1975, hasta 1993. Un total de 376 escuelas del país oían ese espacio. Yo no olvido la experiencia de haberle impartido clases a maestros de música en ejercicio de las escuelas públicas, ¡gratis!, antes de 1959. Ellos solo habían estudiado piano, pero dirección coral, no. Fue algo hermoso, pero esta vivencia de mis clases por radio superaron todo lo vivido por mí en ese sentido profesoral y educativo.

“Esos programas se grababan en la EGREM. Yo dirigía un equipo excepcional de profesionales que me ayudaron en eso: la asesora literaria era Mirta Aguirre, las compositoras, Gisela Hernández y Olga de Blanck; el ilustrador, Nelson Castro; la cantante, Bertha González, y el pianista, Mario Romeu, todos estrellas. Se transmitían en mi voz, a las tres de la tarde, dos veces a la semana.

“Tampoco olvidaré que subimos al Pico Turquino, y estando allá, ante el busto de José Martí, cuando me dirigí a los niños presentes, uno de ellos gritó: ¡Esta es la profesora invisible! Le pregunté por qué lo sabía y me dijo: ‘Por su voz, porque yo oigo sus clases por el radio de mi casa’. Y es que en aquel programa siempre decía: ‘Llegó la hora de cantar y aquí estamos los profesores invisibles para enseñar a cantar, jugando’. ¡Se me salieron las lágrimas en la montaña más alta de Cuba, mirando al niño y a la vez la imagen del Apóstol que escribió La Edad de Oro! para muchachos como él”.

Maleta de palo. Escuela al campo. 1970s. Imagen tomada del muro de Facebook de Pepe Franco.

Maleta de palo. Escuela al campo. 1970s. Imagen tomada del muro de Facebook de Pepe Franco.

A mediados de los años 1960s, el gobierno cubano creó el programa de Escuela al Campo (EAC). Del mismo, dice Denise F. Blum en su libro Cuban Youth and revolutionary Values: Educating the New Socialist Citizen (Austin: University of Texas Press. 2011):

By 1966 the EAC had become a major part of Cuban educational policy, and all urban junior high school students were expected to spend time in the countryside. The social aims of the EAC experiment were clearly defined. It was to produce a new kind of man, imbued with love for his country, ready for reform and desirous of increasing the wealth of the community, realizing the value of labor and prizing it, honorable, devoted, and steadfast. More specifically, the aims of the EAC program were to remove the disparity between urban and rural, to establish close links between school and life, to educate the rising generation for work by actually working, and, in line with a common objective, to demand the highest possible standards while respecting the personality of the pupils (Araujo 1976, 12). (p. 179)

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Guardo muy malos recuerdos de las semanas (dos en la escuela secundaria, seis en el preuniversitario) que pasé en la EAC, en albergues promiscuous, madrugando antes del amanecer para recoger papas, café u hojas de tabaco frías y empapadas de rocío, y cenando una magra a insípida comida.

La maleta de palo era quizás

Maleta de palo como las usadas en la Escuela al Campo. Imagen tomada de internet.

el único espacio de intimidad que conservábamos.

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Dice Denise F. Blum:

The suitcase generic exterior gave no hint as to its interior decor. Photographs and magazine illustrations from different generations were pasted on the inside lid. Some showed treasured, far-away family and friends, while other, black-and-white snapshots chronicled the new camaraderie that blossomed at the EAC and a family history of participation in the program. Intermingled with the photographs were magazine illustrations of trendy icons and forbidden USO candy wrappers, offering a taste of fads from different eras. Even though the state sought to provide the necessary luggage for everyone, it attempted to do so in a way that would mask or even suppress individual differences and competition. Nevertheless, individual identity and sentimentality sprouted on the inside of the suitcase lids like wild weeds on a recently tilled field. The unexpected personal markers of identity and resistance mocked the impersonal, classless, utilitarian appearance of the suitcase exterior that was repainted year after year. To what degree did this maleta de palo («stick» or «wood» suitcase, as it was called, because of its simple rudimentary appearance) symbolize the actions and effects of the state in its attempts to mold revolutionary citizens? (p. 186)

Y agrega, citando a la psicóloga Carolina de la Torre, quien estudió la identidad de estos niños:

The quality of the formal discourse is not that bad; it’s just that the drawings are simple and impersonal, as if the children are not mentally retarded but rather identity-retarded. Identity has been transmitted to them as if they were a mirror whose function was to reflect exactly what they are told. (p. 199)

Borrador de pizarra

Borrador de pizarra

Borrador de pizarra. Ministerio de Educación. Alrededor de 1970s-1980s. Colección Cuba Material.

Hay un grupo de objetos que bien pudieran ser el símbolo de la escuela primaria de los tempranos años ochenta: los bolígrafos desechables con que nos obligaban a escribir en primer grado; el franelógrafo que los profesores usaban porque se los exigía la metodología docente; el radio que una vez a la semana instalaban a la entrada del aula y desde donde escuchábamos las lecciones de educación musical que nos impartía «la profesora invisible», quien nos hacía repetir odiosos ejercicios de vocalización; la merienda que invariablemente alternaba torticas de morón, masas reales, marquesitas y galleticas dulces, siempre acompañados de una botella de refresco; las bandejas de aluminio en que nos entregaban, a través de una mugrienta ventanilla, el almuerzo que apenas me atrevía a probar; los largos punteros de madera con que los maestros señalaban el contenido escrito en la pizarra y, muchas veces, zurraban a los alumnos majaderos, y los borradores de color verde con el mapa de Cuba dibujado a relieve y resaltado por el polvo de la tiza.

La felpa del borrador, que es con lo que se borraba, estaba dividida en franjas, que el encofrado de plástico mantenía apretadas y que, aún así, tendían a abrirse y separarse con el uso.

Borrador de pizarra

Borrador de pizarra. Ministerio de Educación. Alrededor de 1970s-1980s.