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Tarjeta promocional del Chevrolet de 1956 Sport Coupe
Tarjeta promocional del Chevrolet de 1956 Sport Coupe

Tarjeta promocional del Chevrolet de 1956 Sport Coupe en colores india ivory y matador red, del dealer de autos Ambar Motors Corporation. 1956. Colección Cuba Material.

Ahora fue el turno del gobernador del estado de Virginia, Terry McAuliffe. En cuanto viajó a Cuba, a inicios del 2016, se retrató con Lola, el automóvil clásico con nombre de puta y color de conejita de Playboy que los anfitriones cubanos ponen siempre a disposición de sus vecinos más ilustres cuando visitan la isla. Antes, ya la había trajinado el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, primero en viajar a Cuba tras el deshielo diplomático entre los dos países. De ello comenté en el texto Los almendrones, la política y la moda, del que reproduzco la segunda mitad, Almendrones y política:

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Menos predecible es, en cambio, la asociación del almendrón con los discursos simbólicos que han acompañado el deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos. En agosto pasado, casi todos los medios de prensa que cubrieron la noticia comentaron sobre los tres almendrones estacionados tras el podio del secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, justo frente al mar que separa a La Habana del punto más al sur de la Florida, durante la ceremonia que oficializó la reapertura de la embajada norteamericana en Cuba.

Horas después, se vio a Kerry saludar al dueño de un flamante Chevrolet Impala de 1959 de color negro, estacionado en la Plaza de San Francisco al lado de un almendrón blanco y turquesa, durante el recorrido que realizara por la Habana Vieja, como también hiciera el gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, en su visita a La Habana algunos meses antes, posando para la ocasión junto a un igualmente esplendoroso Chevrolet de 1956, pintado en tonos de rosado, que se hallaba estacionado en algún punto de su recorrido.

Un simple repaso a las fotos publicadas en torno a la visita del secretario de Estado John Kerry a Cuba, revela que los almendrones estacionados en la Plaza de San Francisco fueron los mismos que «adornaron» la escena del podio desde donde se oficializó la última maniobra del «deshielo» diplomático entre los dos países, lo que podría indicar que estos emplazamientos fueron planificados. La prístina apariencia de todos los almendrones con que se han «tropezado» los políticos de Estados Unidos de visita en Cuba, tan diferente de los desvencijados almendrones que a diario recorren las calles habaneras, sugiere también la intencionada construcción de esa escenografía.

Solo el Gobierno de la Isla puede haber «fabricado» esas escenas. Es la única instancia con poder para contravenir las regulaciones de la policía de tránsito y estacionar vehículos en zonas cerradas al tráfico motorizado, como son la Plaza de San Francisco y el tramo del Malecón donde se encuentra la embajada norteamericana, que había sido cerrado al tráfico vehicular desde horas antes del inicio de la ceremonia que oficializó la reapertura de la sede diplomática.

Poco se ha revelado de los acuerdos a los que han llegado, tras año y medio de conversaciones secretas, los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba, y poco se puede anticipar del curso que tomarán los cambios que se deriven de los mismos. Sin embargo, la recurrente apelación al automóvil clásico como recurso escenográfico, con todo y cuanto remite a una tácita sinergia entre la vida cotidiana cubana y los productos de la industria del «vecino del norte», debe pensarse como algo más que un guiño de aprobación al nuevo acercamiento diplomático y al florecimiento de la gestión privada en Cuba.

Estos automóviles evocan una década que, si bien mucho más próspera, fue testigo de cortapisas al ejercicio democrático en Cuba por parte de un poder usurpador que nunca fue legitimado en las urnas, con el que, sin embargo, los Estados Unidos mantuvieron excelentes relaciones. El actual poder político cubano pudiera querer insinuar, con esta utilería cincuentera, la posibilidad de relaciones entre las dos naciones independientemente de la existencia de un orden político no democrático en la Isla. La diplomacia norteamericana, por su parte, pudiera buscar una tácita alusión a los millones de dólares reclamados como compensación por las propiedades expropiadas por el Gobierno cubano.

Son sólo hipótesis pero, en cualquier caso, la protagónica presencia de almendrones en los discursos simbólicos de la diplomacia bilateral da cuentas del bien llevado equilibrio entre el poder y las mitologías estéticas. No sería entonces fútil proponer trascender el clásico almendrón para buscar nuevas metáforas con las cuales impulsar una Cuba tan próspera como genuinamente democrática.