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Perfume Esencia de rosas

Perfume Esencia de rosas. Hecho en Bulgaria. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Los perfumes búlgaros Esencia de rosas eran bien valorados en la Cuba de los años ochenta. Un novio de mi hermana le regaló uno de estos, y me fascinó más que el aroma el diseño del envase. Alguna que otra vez abrí su gaveta solo para contemplar el estuche de madera y sacar el pequeño tubo de cristal que contenía la fragancia.

Perfume Esencia de rosas. Hecho en Bulgaria. Regalo de Marial Iglesias. Colección Cuba Material.

Perfume Esencia de rosas. Hecho en Bulgaria. Regalo de Marial Iglesias. Colección Cuba Material.

Manual de usuario de las bicicletas soviéticas
Manual de usuario de las bicicletas soviéticas

Manual de usuario de las bicicletas soviéticas (en ruso). 1972. Colección Cuba Material.

En 1972, Cuba ingresó oficialmente en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la organización de cooperación económica de los países del bloque soviético. A través de este organismo, el país obtuvo préstamos y ayudas económicas para el desarrollo. Cuba pudo importar, además, una serie de bienes de consumo que no se producían en la isla, y la tecnología para fabricar algunos de ellos. Entre estos últimos, bicicletas.

Ya en 1972 se comenzaron a vender en Cuba bicicletas soviéticas. Aquí pueden descargar el manual del usuario, en ruso.

Los soviéticos producían también bicicletas «dobles», es decir, de dos sillines, y algunas de ellas llegaron a la isla. Recuerdo haberlas visto en Varadero. En la villa Kaguama las alquilaban, solo para los huéspedes, y una vez que fuimos a visitar a unos amigos de mis padres mi hermana y yo montamos una.

Regadera plástica
Regadera plástica

Regadera plástica. Hecha en la URSS. 1980s. Colección Cuba Material.

Cuando visitaba a mis abuelos, a veces les ayudaba a regar las plantas con esta regadera.  Me la deben haber comprado mis padres en el sorteo anual de juguetes. El agua salía por un plato en forma de girasol, de color amarillo que hace años se extravió (o se utilizó para otra cosa).

Mis abuelos tenían su propia regadera, mucho más grande, de metal verde y pico que terminaba en un plato con muchos orificios, como los de las duchas.

Mi regadera plástica era más linda y moderna que la de metal de mis abuelos, pero no creo que haya sido ese el motivo por el que decidieron conservarla cuando se rompió.

Estuche para lápices
Estuche para lápices

Estuche para lápices. Hecho en la República Popular Democrática de China. 1980s. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

A la escuela primaria llevaba los lápices y los bolígrafos (en primer y segundo grado nos obligaban a escribir con bolígrafo) en un estuche de vinyl, tipo funda, que mis padres mandaron a hacer con un talabartero. Cerraba con un zíper y hacía juego con la mochila tipo maletín que mis padres le encargaron a ese mismo artesano cuando comencé el primer grado, en 1979.

Ya para cuando entré a la secundaria, las tiendas estatales alguna que otra vez vendían, en cantidades limitadas y a precios elevadísimos, bolsos de nylon y estuches para lápices importados de China, país cuyos bienes de consumo casi se acercaban a la idea que teníamos, al menos en El Vedado, de las cosas «de afuera». Muy pocas familias, por lo general de profesionales, dirigentes, administradores estatales o «bisneros», podían comprar estos productos. A lo más, mi hermana y yo alcanzamos a tener, alrededor de 1985, un bolso de nylon para llevar los libros a la escuela.

Uno de los estuches para lápices que ilustran este post, cuando su dueña ya no los utilizó más para la escuela, fue utilizado como estuche de cosméticos. Aún tienen pegadas láminas de colorete y de sombras compactas para ojos que alguna vez recibió como regalo de los «quince».

Estuche para lápices

Estuche para lápices. Hecho en la República Popular Democrática de China. 1980s. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Estuche para lápices

Estuche para lápices. Hecho en la República Popular Democrática de China. 1980s. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Perfume Moscú Rojo

Perfume Moscú Rojo. Regalo de Mirta Suquet. Colección Cuba Material.

Durante los años setenta Cuba importó una variedad de perfumes baratos, de esencia sintética, fabricados en la URSS y otros países de Europa del Este. Además del famoso Moscú Rojo, estuvieron a la venta en las tiendas del mercado paralelo los perfumes Acacia Blanca, Romeo, Violeta, entre otros. Sus nombres, a diferencia de los de muchos otros productos soviéticos, no fueron traducidos al español para el mercado cubano (valdría la pena investigar las derivas de los nombres de marca y su traducibilidad del cirílico al español). Llama la  atención también el hecho de que, con excepción del perfume Moscú Rojo, casi todos los demás frascos que conservo poseen gran parte del contenido original.

Perfume Acacia Blanca

Perfume Acacia Blanca (Biélaia Acatsia). Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

Perfume Violeta. Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

Perfume Romeo

Perfume Romeo. Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

h/t: Tamara Álvarez y Alexis Jardines, quienes tradujeron los nombres.

Envase de bombillo Tungsram. Hecho en Hungría. Colección Cuba Material.

Hace unos años, el estado cubano recogió los bombillos incandescentes que aún quedaban en los hogares. Parte de lo que se conoce como «revolución energética» consistió en sustituir estos bombillos por focos ahorradores, de filamento fluorescente. Me cuentan que, como cuando sustituyeron los viejos refrigeradores americanos, en cada casa se presentó un inspector estatal que contabilizó los bombillos existentes para luego reemplazarlos por bombillos ahorradores que, supongo, las personas debieron de comprar. Estos, los bombillos ahorradores, pequeños y de poca capacidad de iluminación, son los responsables de la luz mortecina y hambrienta que vemos en los interiores de las casas y comercios cubanos, todos invariablemente de escasa iluminación.

Poco después, mientras registraba la antigua vitrina de la sala de mis abuelos, encontré un bombillo incandescente Tungsram que nadie vio cuando los inspectores estatales se personaron para efectuar el cambio de bombillos. Mi abuelo se preocupó por el gasto energético que sus 100 watts conllevarían si algún día se veía en la necesidad de utilizarlo. Mi mamá me sugurió fotografiarlo para Cuba Material. Todos estuvimos de acuerdo en devolverlo a su sitio en el fondo de la vitrina. Cualquier día se podría necesitar.

Además de los bombillos incandescentes Tungsram, fabricados en Hungría, en Cuba se comercializaron otros dos tipos de bombillos incandescentes fabricados en Alemania en los años 1980s. Las marcas Osram y Narva, la primera de Alemania occidental y la segunda de Alemania del Este, aunque producida con tecnología Osram, se vendieron en ferreterías y establecimientos del mercado no racionado durante los años ochenta. Algunos  también sobrevivieron la recogida de bombillos incandescentes que el gobierno cubano llevo a cabo hace poco más de una década. He encontrado asimismo un bombillo soviético de marca Dredl o Predl, y uno polaco de marca Polam, los que, supongo, también se vendieron en Cuba por aquella época.

Algunos de estos bombillos, sin embargo, no son para uso doméstico. Mi abuelo los guardaba como repuesto para aparatos de fotografía o mecánica.

Caja de bombillos Tungsram. Hechos en Hungría. Colección Cuba Material.

Bombillo Polam. Hecho en Polonia. Colección Cuba Material.

Envase de bombillo Narva. Hecho en la RDA. Colección Cuba Material.

Bombillo Dredl. Hecho en la URSS. Colección Cuba Material.

nota: La película All my girls se desarrolla en parte en la fábrica estatal de bombillos Narva.

Tabletas antibióticas Gricín. 1980s. Hechas en la RDA. Colección Cuba Material.

El envase de las tabletas antimicóticas Gricín, fabricadas por el laboratorio farmacéutico VEB Arzneimittelwerk Dresden de la antigua RDA, es uno de los pocos envases de medicamentos de la era soviética en la colección de Cuba Material. Estos envases fueron diseñados a partir de normas técnicas, establecidas por la Comisión de Envases del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) de los países del Bloque del Este.

Lata de jugo de toronja Zunzún. Imagen tomada de internet.

El 11 de julio de 1972, Cuba ingresó al Consejo de Ayuda Mutua Económica (C.A.M.E.), organización de cooperación en materia económica entre los antiguos países socialistas de Europa del Este y la U.R.S.S. a la que también pertenecían Cambodia y Viet Nam. Su condición de miembro menos desarrollado le garantizó a la isla, junto a estos dos últimos países, un trato preferencial. Gracias a acuerdos firmados a través del C.A.M.E., Cuba importó no solo bienes de consumo, medios de producción, tecnología y fuentes de financiamiento a cambio, principalmente, de azúcar, cítricos y tabaco, sino también técnicos checoslovacos en construcción de maquinarias, asesores húngaros para el transporte y las telecomunicaciones, ingenieros navales polacos, especialistas alemanes en materiales de la construcción y profesores de diseño industrial, principalmente de la R.D.A., quienes formaron los primeros graduados de nivel superior en diseño gráfico e industrial del país, producidos por el Instituto Superior de Diseño Industrial (I.S.D.I.), una entidad subordinada a la Oficina Nacional de Diseño Industrial (O.N.D.I.).

Con relación a la enseñanza del diseño industrial, a finales de los años 1970s viajó a Cuba un grupo de asesores, entre quienes se encontraban Yuri Soloviev, director del Instituto Central de Diseño de la U.R.S.S. y presidente del International Council of Societies of Industrial Design (I.C.S.I.D.); Martin Kelm, secretario de estado para el diseño de la R.D.A.; Wolfgang Schmid, vice-secretario de estado para el diseño de la R.D.A.; y Tomás Maldonado, profesor de diseño de la Universidad de Boloña y director de la revista italiana de arquitectura y diseño Casabella. Según indica el periodista Alberto Pozo en una compilación de sus artículos publicados en la Revista Bohemia editada en 1991, los asesores soviéticos recomendaron al gobierno cubano la creación de una estructura institucional similar a las que existía en la antigua R.D.A. (la O.N.D.I.), para lo cual viajó a Cuba el profesor alemán Friederich Saalborn. Los cubanos contaron, además, con la asesoría de profesores y diseñadores del área capitalista, quienes viajaron a Cuba gracias a los programas de cooperación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (P.N.U.D.) o entrenaron en sus países a técnicos cubanos.

Toallero expandible
Toallero expandible

Toallero expandible. 1980s. Colección Cuba Material.

Antes del colapso del comunismo en Europa del Este y la desintegración de la URSS, el gobierno cubano repetía que el país marchaba hacia el progreso y la modernización. La prensa, los discursos de los líderes y, sobre todo, una serie de bienes de consumo servían a este propósito.

Los toalleros expandibles que, en alguna ocasión, durante los años ochenta se vendieron en las tiendas del mercado paralelo son un buen ejemplo. Anunciaban una industria más adelantada que la nuestra y un estilo de vida más confortable y moderno. También contribuyeron a resolver el problema de la escasez de espacio en los hogares, debido al incremento del tamaño de los núcleos familiares, que para entonces acomodaban familias de tres generaciones y más de una decena de miembros en viviendas construidas para familias nucleares.

Bandeja y portavasos plásticos
Bandeja y portavasos plásticos

Bandeja y portavasos plásticos. 1980s. Colección Cuba Material.

Estas bandejas de plástico que imitaban el cristal tallado se vendieron en Cuba en el mercado paralelo, durante los ochentas. Algunas personas las usaban para adornar las paredes.

Restaurante El Conejito
Restaurante El Conejito

Restaurante El Conejito.

Texto tomado de Café de las ciudades:

Arquitectos y administradores

Este proceso social y económico [la institucionalización del socialismo en Cuba] no se reflejó mecánica y simétricamente en la arquitectura y el desarrollo cultural cubano. O sea, si existía una ortodoxia ideológica marxista-leninista, que en el arte coincidió con el «realismo socialista»; a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, éste tuvo escaso seguidores en la isla – fue una excepción la multiplicación de monumentos conmemorativos por el territorio – manteniendo Cuba una actitud independiente respecto a la cultura artística predominante en la URSS (José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía). Desde la visita de Fidel al Colegio de Arquitectos en marzo de 1959 para plantear las nuevas tareas que debían acometer los profesionales – cooperativas campesinas, viviendas obreras, centros de educación y salud en la Sierra Maestra, etc. –, los miembros del jet set arquitectónico, opuestos a renunciar al ejercicio privado de la profesión y a los proyectos de temas suntuarios, emigraron hacia los Estados Unidos (Roberto Segre, «Encrucijadas de la arquitectura en Cuba: realismo mágico, realismo socialista y realismo crítico«) ajenos al principio martiano de que «la arquitectura es el espíritu solidario» (Fernando Salinas, «Prólogo: años de nacimiento«).

Ello creó un vacío generacional, ya que los diseñadores que dominaron el escenario de la década de los años cincuenta, con obras de indiscutible calidad estética, formal y espacial, y que ocupaban los cargos directivos en el Colegio de Arquitectos y en la enseñanza universitaria, no habían formado el relevo, en parte debido a la juventud de sus miembros, así como también por el carácter elitista de la profesión. Los pocos recién graduados – que además de su condición de talentosos profesionales, participaron en las acciones contra la tiranía –, decididos a permanecer en la isla y trabajar para el nuevo régimen integrados al Ministerio de la Construcción – Fernando Salinas, Raúl González Romero, Juan Tosca, Ricardo Porro, Andrés Garrudo, Antonio Quintana, Mario Girona, Hugo Dacosta, Vicente Lanz y otros –, no lograban asumir las crecientes demandas de obras y proyectos, además de los cargos docentes y administrativos indispensables para el funcionamiento de la enseñanza y de la producción.

En consecuencia, aconteció la formación acelerada de cuadros técnicos de precario nivel académico; y a la vez, ingenieros, constructores y arquitectos distantes de la práctica proyectual, afrontaron las tareas organizativas y productivas, distanciándose de los fundamentos estéticos de la arquitectura, al privilegiar los aspectos técnicos y económicos, obsesionados por la normalización y tipificación de los componentes constructivos, supuestos símbolos del progreso social y científico. Ellos fueron responsables de la arquitectura mediocre y masiva que surgió a partir de la década de los años setenta, caracterizada por el uso de elementos prefabricados de escasa calidad de diseño.

Influencias recíprocas: estética y construcción

El período comprendido entre 1959 y 1970, correspondió a la etapa más efervescente de la nueva arquitectura cubana. Aunque en términos económicos y tecnológicos se asumieron las experiencias constructivas y de la planificación territorial de la URSS y de otros países del campo socialista – en particular Alemania Democrática, Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia –, no existió una significativa influencia en el diseño o en las formulaciones teóricas. El primer contacto directo entre los arquitectos cubanos y los homólogos del Este europeo ocurrió en el VII Congreso de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) celebrado en La Habana en 1963. En esta ocasión, el arquitecto Reynaldo Estévez – uno de los profesionales más activos en los vínculos con la URSS –, editó las actas del V Congreso de la UIA celebrado en Moscú en 1958 (V Congreso de la UIA. Moscú, 1958), que resumían las realizaciones urbanísticas y arquitectónicas soviéticas de la segunda posguerra.

Sin embargo, cabe suponer que fueron los arquitectos de la URSS quienes admiraron la libertad creadora evidenciada en las obras cubanas, despertando el entusiasmo de Natalia Filipovskaya, autora de un pequeño libro muy ilustrado publicado en Moscú, con ejemplos de la década del cincuenta y primeros años de los sesenta (Natalia Filipovskaya, Arquitectura de la Revolución Cubana). . . .

El rescate del Constructivismo

La primera ayuda significativa de la URSS ocurrió en 1963 a raíz del ciclón Flora que arrasó con campos y poblaciones de las provincias orientales, destruyendo miles de viviendas. Fue obsequiada a Cuba una planta de prefabricación pesada, capaz de producir 1.700 unidades por año, que se instaló en Santiago de Cuba. Allí se construyó el Distrito «José Martí» para 72 mil habitantes, siguiendo las normas de relación servicios-población establecidas en la Unión Soviética (Roberto Segre, La vivienda en Cuba: República y Revolución). Sin embargo, no se aceptó el diseño original de los paneles, poco apropiados al clima tropical. Un equipo de arquitectos cubanos – Fernando Salinas, Enrique De Jongh Julio Dean, Edmundo Azze, Orlando Cárdenas y otros – proyectaron los nuevos modelos semitransparentes que permitían la ventilación cruzada de las habitaciones. O sea, en la década del sesenta resultaba evidente el avance «estético» de la arquitectura cubana, influenciada por el International Style de origen norteamericano, respecto a la tradición monumental aún presente, o al pragmatismo constructivo que prevalecían en la URSS bajo la orientación de Jruschov.

De allí que pocos arquitectos soviéticos participaron en los equipos de apoyo técnico diseminados en la isla, más vinculados a la planificación económica y a los procesos constructivas. Entre las visitas excepcionales, relacionadas con la cultura arquitectónica y el diseño, podemos citar a M. Soloviev, Director del Departamento de Diseño Industrial y a A. Riabushin, Director del Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura, ambos en Moscú. Sólo una decena de profesionales cubanos se formó en la URSS, sin alcanzar posiciones destacadas en su desarrollo profesional en la isla. En las publicaciones locales el interés estuvo dirigido hacia la experiencia constructivista de los años veinte, y el esclarecimiento de las contradicciones que llevaron a su paralización en los treinta con el fin de evitar que el dogmatismo y el burocratismo arquitectónico se repitiesen en Cuba. En 1968, Fernando Salinas promovió la traducción al español del libro italiano de Vittorio de Feo (Vittorio de Feo, La arquitectura en la URSS 1917-1936); e intenté publicar la emotiva autocrítica de A. K. Burov, miembro de la vanguardia de los «años de fuego», justificando las concesiones realizadas al historicismo académico en las obras realizadas a partir de 1933 (A.K. Burov, Sobre la Arquitectura).

Regionalismos y folklorismos

El proceso de «institucionalización» del país ocurrido después de la fracasada zafra de los diez millones de toneladas de azúcar de 1970, tuvo su repercusión también en la arquitectura. La autonomía proyectual de los arquitectos quedó doblegada por las estrictas normas establecidas por el Ministerio de la Construcción y la definición de rígidas tipologías planimétricas y compositivas para cada uno de los temas desarrollados, asociadas al empleo de elementos constructivos prefabricados. Cada tema poseía su propia configuración funcional y tecnológica: las industrias, las escuelas, las viviendas, los hospitales, los hoteles, etc.. Proliferaron los folletos técnicos y los libros referidos a la prefabricación y la economía de la construcción (Germán Bode Hernández, Hacia la industrialización del sector de la construcción).

A partir de 1975 la revista Arquitectura Cuba integró en sus páginas la arquitectura y el urbanismo soviéticos, en particular sobre aquellas repúblicas de la URSS que habían desarrollado un lenguaje «regionalista»; también influenciado por las ediciones masivas de los libros de Vladimir Khait sobre la obra de Oscar Niemeyer, demostrativos de la libertad creadora de un diseñador «comunista» latinoamericano (Vladimir Lvovitch Khait, Oskar Nimeeier). Un historicismo acontextuado apareció en la sede de la embajada de la URSS en el barrio residencial de Miramar, cuya alta, compleja y maciza torre era más apropiada para Alma Ata o Krasnoiarsk que para La Habana. Lenguaje formalista de escaso contenido conceptual que incidió localmente en la renovación estética de los años ochenta, al impulsarse nuevamente el turismo en Cuba y construirse algunos conjuntos hoteleros en falso vernáculo indígena.

Un campo ascético y moral

Durante la lucha revolucionaria contra Batista, los planteamientos sociales y económicos contenidos en el «Manifiesto del Moncada», no estuvieron acompañados de propuestas urbanísticas y arquitectónicas concretas. De allí que las iniciativas ejecutadas desde 1959 se fueron adecuando a las definiciones políticas e ideológicas del momento. Sin embargo, hasta la década de los años ochenta perduró el objetivo de privilegiar el desarrollo del campo y de los asentamientos de los trabajadores rurales sobre las estructuras urbanas. Si por una parte Stalin rechazó el utopismo «urbanista» de Sabsovich y «desurbanista» de Miljutin y fortaleció el desarrollo de Moscú como capital de la URSS; la dirección del nuevo gobierno no se identificó con La Habana, ciudad considerada pecaminosa y representativa de los vicios del capitalismo (Roberto Segre, «Sombres et utopies tropicales de La Havane«), asumiendo un criterio de planificación territorial antiurbano (Felipe J. Prestamo, «City planning in revolution: Cuba, 1959-61«). A finales de los años sesenta, los habitantes de la capital expiaron sus pecados trabajando en el hinterland rural del llamado «Plan del Cordón de La Habana», de escaso éxito productivo. Surgieron en todo el país las cooperativas rurales, pequeños núcleos de viviendas relacionados con la explotación agrícola y ganadera, equipados con los servicios sociales básicos, que sustituyeron los tradicionales bohíos aislados de los campesinos pobres. Era la aplicación de las tesis de Marx y Engels, quienes imaginaban el fin de la contradicción entre los niveles de vida del campo y la ciudad, con el advenimiento del socialismo. Resultó un modelo paradigmático la Comunidad Forestal «Las Terrazas» en la Sierra del Rosario, Provincia de Pinar del Río (1969).

El objetivo principal de la planificación territorial consistió en crear una estructura homogénea de asentamientos habitacionales y productivos, superando los desequilibrios estructurales profundizados a lo largo de cuatro siglos: por ejemplo en 1958, La Habana moderna y desarrollada concentraba el 30 % de una población de alto nivel de vida, en detrimento de las condiciones precarias existentes en el resto del país. La tecnificación de la producción agrícola y el asentamiento de nuevas industrias crearon «polos» urbanos en las áreas rurales, intercomunicados entre sí por un nuevo sistema vial (Sergio Baroni Bassoni, Hacia una cultura del territorio). Se llevaron a cabo importantes obras de infraestructuras, entre las que predominaron las represas de agua, cuya escasez constituía uno de los principales problemas que confrontaba la isla.

La reorganización del territorio significó también la participación comunitaria en las tareas productivas y en la gestión administrativa, creando una conciencia social del desarrollo económico del Estado, no como consecuencia de directivas del poder distante, sino de las decisiones emanadas de los diferentes niveles políticos del país. El rechazo a la ciudad heredada se manifestó en la construcción de un sistema funcional – escuelas, fábricas, hospitales, centros de investigación, hoteles – en un anillo periférico bordeando las capitales provinciales – Santa Clara, Camagüey, Holguín, etcétera. –, representando lo que se llamó «el mito de lo nuevo»; o sea, el modelo urbano que debía sustituir la ciudad tradicional (Roberto Segre, «La Habana siglo XX: espacio dilatado y tiempo contraído»). Propuesta que fracasó ante la carencia de un tejido conectivo que integrase espacialmente las diferentes funciones y permitiese una vitalidad social similar a la existente en el centro histórico. Cabe señalar también la escasa madurez conceptual de los fundamentos ideológicos del modelo, formulado en otro contexto y otro tiempo histórico, que no fueron adaptados a las condicionantes particulares de la realidad cubana.

La utopía del «hombre nuevo»

Sin lugar a dudas, la organización de la educación en la década del setenta logró la expresión urbanística y arquitectónica más importante del sistema «comunista» cubano. A partir de una tecnología constructiva local – el sistema «Girón» – de elementos prefabricados, fueron realizadas centenares de escuelas de diferentes dimensiones, entre 500 y 5.000 alumnos. A partir del programa definido como «la escuela al campo» para la enseñanza secundaria, se organizaron verdaderas «ciudades» de la educación, sumergidas en el territorio agrícola, con el fin de formar el «hombre nuevo» del siglo XXI caracterizado por el Che Guevara (Ernesto Che Guevara, «El socialismo y el hombre en Cuba»). A pesar de las rígidas normas técnicas y tipológicas imperantes, el equipo de arquitectos del Departamento de Construcciones Escolares del Ministerio de la Construcción, dirigido por Josefina Rebellón, logró combinaciones formales, volumétricas, espaciales y cromáticas que identificaban la particularidad de las composiciones libres y asimétricas, las amplias galerías cubiertas y las plazas interiores de las escuelas.

Entre las más significativas citemos la Escuela Vocacional Lenin (1974) de Andrés Garrudo en La Habana; la Escuela Vocacional Máximo Gómez (1976) en Camaguey y la Escuela Volodia del Parque Lenin (1976) de Heriberto Duverger. Esta tipología constructiva fue aplicada en múltiples obras, entre las que sobresalieron los Palacios de los Pioneros; del Parque Lenin (1978) de Néstor Garmendía, y de Tarará (1975) de Humberto Ramírez, ambos en La Habana. A su vez, el modelo de la Secundaria Básica en el Campo se convirtió en un icono arquitectónico representativo de la nueva pedagogía revolucionaria, siendo exportado a varios países de América Latina y el Caribe: Jamaica, República Dominicana, Nicaragua y Perú.

Las viviendas anónimas

Aunque durante cuarenta años el Estado realizó un promedio de diez mil viviendas anuales, este tema fue el menos exitoso en cuanto al diseño arquitectónico y urbanístico. La Habana del Este (1959-61), primera gran iniciativa de un conjunto habitacional, fue realizado a partir del modelo de la Unidad Vecinal norteamericana y de una tipología de edificios similares a los apartamentos burgueses del barrio del Vedado. Ante el supuesto costo excesivo de esta experiencia – apreciación que se demostró errónea, ya que los edificios se mantienen en perfecto estado de conservación, cosa que no ocurrió con las viviendas de la «Microbrigada» (Mario Coyula, «La ciudad rampante. Cuando éramos jóvenes y hermosos«) –, se comenzaron a construir bloques anónimos de cuatro plantas con elementos prefabricados. Tuvieron mayor calidad constructiva y formal los edificios realizados con las piezas de la fábrica soviética de Santiago de Cuba, aunque la rígida distribución urbanística, creó espacios anónimos y deshumanizados. Otros sistemas importados de Yugoslavia – el IMS – y de Canadá – el LH – también poseían una alto nivel de terminaciones y de combinaciones formales, pero adolecían, en los conjuntos construidos, de los defectos compositivos, rígidos y abstractos, repetidos en todos los países socialistas de Europa del Este.

Las propuestas experimentales de Fernando Salinas – el sistema Multiflex –; del venezolano Fruto Vivas; de las unidades ligeras de Hugo Dacosta; y en los años ochenta, de los jóvenes Juan Luis Morales y Rosendo Mesías para colaborar con la autoconstrucción en la ciudad histórica, no fueron asimiladas por el Ministerio de la Construcción. Cuando en 1970 se inició la construcción de bloques artesanales por el sistema de la «Microbrigada» , la participación popular hubiese permitido una variedad de diseños que no fue implementada: la rígida normativa institucional hizo repetir ad infinitum los bloques de apartamentos. Cierta libertad formal quedó implementada en los años ochenta, al llenarse los vacíos de la ciudad tradicional con edificios atípicos, pero la baja calidad constructiva invalidó cualquier propuesta estética. Al promoverse en los años noventa la realización de viviendas para residentes extranjeros en el aristocrático barrio de Miramar, se utilizaron repertorios historicistas, similares a los utilizados en las viviendas de lujo de los países capitalistas (Joseph L. Scarpaci, Roberto Segre, Mario Coyula, Havana. Two Faces of the Antillean Metrópolis).

La creatividad de los años sesenta

La rigidez característica del estado socialista, implícita en las decisiones emanadas desde el poder central, no pudo doblegar la iniciativa individual de los arquitectos de talento, deseosos de expresar creativamente los contenidos humanistas de la ideología marxista-leninista. Afortunadamente, el sistema cubano de dirección de la construcción no poseía las mismas estructuras burocráticas imperantes en la URSS y los países de Europa del Este. Tampoco fueron promovidas por el gobierno construcciones monumentales de sedes partidarias o de la administración pública, al utilizarse los edificios de la década de los años cincuenta, vaciados al desaparecer la empresa privada. Resultó una excepción el edificio del PCC en Sancti Spíritus, integrando la tribuna para los desfiles patrióticos.

A lo largo de estos cuarenta años existieron algunos pocos grados de libertad que permitieron crear obras arquitectónicas paradigmáticas que caracterizaron la personalidad de las sucesivas décadas. En los años sesenta, la carencia de una clara planificación económica y de una estructura piramidal de decisiones, hizo posible algunos ejemplos de innegable valor estético: en La Habana, el conjunto de las Escuelas Nacionales de Arte, de los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi (1961-1965), surgió en el bucólico paisaje del Country Club, y sus formas libres, expresivas e inéditas, resumieron las metáforas culturales – la fusión de los códigos de la modernidad, la tradición colonial y el rescate de la cultura negra –, representativas de la etapa «surrealista» de la Revolución (esta obra, difundida mundialmente, en proceso de restauración, luego de décadas de abandono, todavía atrae la atención de las editoras y revistas especializas de Estados Unidos y Europa; ver John Loomis, Revolution of forms. Cuba´s forgotten Art Schools.). La Ciudad Universitaria «José Antonio Echeverría» (1961-1969), también en las afueras de la capital, realizada por un equipo dirigido por Humberto Alonso y posteriormente por Fernando Salinas, demostró la flexibilidad de un sistema de elementos prefabricados – el lift-slab de origen canadiense –, adaptado a la topografía del terreno y a la diversidad de funciones exigidas por el Instituto Politécnico.

También en el céntrico barrio del Vedado – La Rampa –, se quiso demostrar el nuevo uso social de la tierra urbana, en un espacio que en la etapa anterior era reservado para la presencia de costosos edificios de oficinas o hoteles de lujo. La construcción del Pabellón Cuba (1963) de Juan Campos y la heladería Coppelia (1966) de Mario Girona, monumentalizaron dos espacios públicos dedicados a la recreación cotidiana de los habitantes urbanos. En la provincia oriental de Holguín, el arquitecto Walter Betancourt proyectó la Casa de la Cultura de Velasco (1964-1984) por iniciativa del gobierno local, realizada con la participación comunitaria. En ella utilizó un lenguaje regionalista y sincrético, que integró la formación wrightiana del arquitecto con la herencia campesina y los elementos decorativos indígenas de taínos y siboneyes.

Imaginación vs. masividad

En los años setenta, período caracterizado por el dogmatismo ideológico y la rigidez de las normas constructivas aplicadas en las obras sociales de carácter masivo, los símbolos estuvieron relacionados con la naturaleza recuperada y la significación del «diseño ambiental» como síntesis entre las manifestaciones artísticas, el diseño, la arquitectura y el urbanismo. Antonio Quintana (1919-1993) con un equipo de profesionales realiza el centro recreativo del Parque Lenin (1970), identificado por la espacialidad y transparencia del restaurante «La Ruina» de Joaquín Galbán, quien magnifica y monumentaliza los elementos constructivos prefabricados utilizados en las obras anónimas, otorgándoles una particular significación estética. Luego, Quintana proyecta el ligero y transparente Palacio de las Convenciones (1979) de La Habana, cuyos salones quedan circundados de la exuberante vegetación tropical del lujoso y exclusivo barrio de Cubanacán.

Finalmente, Fernando Salinas (1930-1992) construye la Embajada de Cuba en Ciudad México (1976), obra que sintetiza las búsquedas estéticas y culturales de dos décadas de socialismo: una arquitectura sobria y liviana, metáfora de las escuelas en el campo, caracterizada plásticamente por la presencia de gráficos, escultores y pintores, con obras expresivas de la vanguardia cubana. La fuente «Aguas Territoriales» de Luis Martínez Pedro que preside la entrada, identifica los múltiples tonos turquesa del mar del Caribe que circundan la isla.

El regreso a la ciudad

En los años ochenta ocurrió el rescate de la ciudad tradicional, que había sido abandonada durante casi dos décadas. Al obtener La Habana el reconocimiento de la UNESCO de «Patrimonio Cultural de la Humanidad» (1982), la atención de las intervenciones estatales se orientó hacia la recuperación de los monumentos en los centros históricos: las iniciativas de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, transformaron la imagen decrépita del centro histórico en un espacio de gran vitalidad social, comercial y turística. A su vez, la descentralización de los proyectos, permitió la ejecución de obras atípicas promovidas por los poderes municipales – en La Habana tuvo particular importancia la gestión de Mario Coyula (Mario Coyula, Editor, La Habana que va conmigo) –, facilitando la participación de los arquitectos jóvenes, quienes cuestionaron el anonimato de la arquitectura prefabricada de la década anterior.

Se creó el movimiento de la «Generación de los Ochenta», constituida por Emilio Castro, Rafael Fornés, Juan Luis Morales, José Antonio Choy, Emma Álvarez Tabío, Eduardo Luis Rodríguez, Teresa Ayuso, Francisco Bedoya y otros. Ellos intervinieron en los vacíos urbanos con obras que resentían la influencia del historicismo contextualista del «posmodernismo», proveniente del Primer Mundo. Resultó paradigmática de esta etapa el consultorio del médico de la familia en La Habana Vieja (1988) de Eduardo Luis Rodríguez y la gasolinera «Acapulco» en el Vedado, de Heriberto Duverger (1990). Sin embargo, como los procesos históricos sociales y culturales no resultan lineales, en esta década, caracterizada por la apertura ideológica y el apoyo a las manifestaciones artísticas de vanguardia, coexistió un retorno a las expresiones monumentales del «realismo socialista». En casi todas las provincias fueron erigidos monumentos conmemorativos que asumieron el modelo soviético, ya presente en La Habana en la escultura de Lenin realizada por el artista ruso Kérbel. Citemos el monumento al Che Guevara en Santa Clara y a Antonio Maceo en Santiago de Cuba. Resultaron una excepción el conjunto conmemorativo a la caída en combate de Antonio Maceo en las afueras de La Habana de Fernando Salinas, y la Plaza de la Revolución Mariana Grajales del equipo Rómulo, Villa, Angulo, García Peña (1986) . En los años noventa, el simbolismo de la estatua de Lenin fue sustituido por la figura en bronce de John Lennon, sentando en un parque del Vedado.

Incógnitas y ambigüedades

En los años noventa, la crisis económica producida por la desintegración del mundo socialista y la desaparición de la URSS, paralizó casi totalmente las obras de contenido social. El turismo se convirtió en el motor de la economía y se importaron proyectos extranjeros de carácter comercial y de escasos contenidos culturales y estéticos. Dentro de la precariedad económica del «Período Especial en Tiempos de Paz», imperante en la última década del siglo XX, sobresalieron los proyectos de José Antonio Choy y su equipo: el hotel Santiago de Cuba (1990) y el Banco Financiero Internacional (2001) en La Habana, obras que intentaron reintegrar a Cuba en el concierto arquitectónico mundial y en el manejo de los códigos de la contemporaneidad, más allá de todo determinismo ideológico. La presencia del dólar como moneda corriente hizo resurgir el tema de los shoppings, abandonado desde la década de los cincuenta, produciéndose edificios banales de corte kitsch.

Ante las incógnitas de un futuro incierto, algunos críticos y arquitectos locales desataron una crítica contestataria de la arquitectura «comunista», o sea, de las obras masivas construidas entre las décadas de los años sesenta y ochenta, promoviendo el rescate nostálgico – y veladamente ideológico – de las realizaciones de la década de los años cincuenta (Eduardo Luis Rodríguez, The Habana Guide. Modern Architecture 1925-1965). Postura injusta y tergiversadora de la realidad: a lo largo de más de cuatro décadas de socialismo, jamás se rompió el hilo conductor de la cultura arquitectónica cubana – originada en el Movimiento Moderno de la etapa anterior – en las obras paradigmáticas de cada período.

Por otra parte, es lícito afirmar que un estilo «comunista», de ascendencia soviética, monumental y apologético, nunca existió en Cuba. Pese a las complejas dificultades que afrontó el país desde 1959, no se doblegó la creatividad y originalidad de los profesionales quienes, luchando a contracorriente del pragmatismo hegemónico de los organismos centrales del Estado, buscaron aplicar los principios del humanismo martiano – en antítesis con dogmas y estructuras burocráticas –, manteniendo viva la tradición y la identidad cultural de la arquitectura – estrechamente vinculados a la vanguardia artística (la UNEAC, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, jugó un papel fundamental en la defensa del carácter «artístico» de la obra arquitectónica. En 1990, por iniciativa de su presidente, Abel Prieto, el presidente de la Sección de Crítica, Roberto Segre, creó la Sección de Diseño Ambiental, que fue presidida por Fernando Salinas; a esta iniciativa se opuso el Ministerio de la Construcción y la UNAICC, Unión de Arquitectos, Ingenieros y Constructores de Cuba, aduciendo el carácter «elitista» de aquella agrupación) –, representativas de una cubanidad identificada con el sincretismo de su literatura, música y artes plásticas, surgido del mestizaje social, incapaz de ser destruida por los altibajos de los sistemas políticos.

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Cojín de flores importado del campo socialista. Foto hecha en La Habana en el 2013.

Mi abuela compró estos cojines de flores en los años ochenta en el mercado paralelo. Desde entonces, y hasta el día de hoy, adornan los sillones de la sala de su casa y el butacón y el sillón del comedor. En ellos aún suelen sentarse mi mamá y mi abuelo. Desteñidos, algunos en jirones, la esponja del relleno es una fina película que apenas les da un poco de estructura.

Aspas de ventilador Órbita. Colección Cuba Material.

En casa tuvimos varios ventiladores Órbita, de fabricación soviética. De hecho, fue el único tipo de ventilador que tuvimos, en diferentes modelos. Eran pequeños, livianos y portátiles, y podían utilizarse como ventilador de mesa o de pared. Se vendieron a un costo de 40 pesos.

En casa, debe haber sido mi papá quien colocó un tornillo en los travesaños de madera que dividían las ventanas de cada habitación, para colgar estos ventiladores, uno en cada cuarto. Mi mamá se encargaba de comprar los ventiladores, y las piezas de estos ventiladores que pudiera conseguir, para guardar como repuesto, por si se rompía alguno más allá del punto de cualquier reparación.

Se decía que los ventiladores Órbita venían con los refrigeradores Minsk, para descongelarlos, pero el Manual del usuario no lo menciona. Sin embargo, ciertamente parece más un manual industrial que uno comercial. En cualquier caso, también se usaban para descongelar los refrigeradores.

Todavía se encuentran estos ventiladores en las casas y comercios cubanos, en muchos casos reparados hasta volverlos irreconocibles —el artista Ernesto Oroza ha documentado este proceso, que incluye en la categoría «desobediencia tecnológica»—. Parece que en algún momento se acabaron las piezas de repuesto de ventilador Órbita que mi mamá almacenó, pues he encontrado en casa uno cuya armazón ha sido fabricada con plástico derretido, de manera totalmente artesanal.

Recibo de compra de ventilador Órbita. 1979. Colección Cuba Material.

Ventilador Órbita en una escena doméstica rural. Foto de Guido Paulussen. 1994. Imagen tomada de internet.

Ventilador Órbita con aspas de fabricación artesanal. Imagen tomada de internet.

Ventilador Órbita con aspas de fabricación artesanal. Imagen tomada de internet.

Ventilador Órbita con cuerpo y aspas de fabricación artesanal. Colección Cuba Material

Ventilador Órbita roto abandonado sobre un escaparate.

Pueden ver aquí el Manual del ventilador Órbita.