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Edificio Naroca
Edificio Naroca

Publicidad del edificio Naroca (calle Línea y avenida Paseo, Vedado). 1953. Publicidad publicada en el periódico El Mundo. Colección Cuba Material.

En 1999, Camilo Venegas entrevistó al arquitecto Mario Coyula, quien entre otras cosas fue subdirector del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital. La entrevista fue originalmente publicada en La Gaceta de Cuba. Hace poco, Venegas la publicó en su blog, El Fogonero: MARIO COYULA: «Mis amores con La Habana»:

Empecemos por trazar un límite, una línea de partida: ¿qué importancia tenía como conjunto arquitectónico La Habana en 1959?

Yo creo que esta ciudad tenía una gran importancia, lo que no estoy seguro es de que si todos estábamos conscientes de esa importancia. Después del triunfo de la Revolución en la mayoría de los arquitectos primaba la idea de que había que seguir modernizando la ciudad con el mismo impulso que se hizo en la década del 50.

Nosotros despreciábamos muchos de los edificios que se consideraban monumentos. En aquel entonces, por ejemplo, yo veía al Capitolio como una gran vaca echada que no nos dejaba pasar, como un desastre, como antiarquitectura. En general creo que menospreciábamos a esa arquitectura ecléctica que es la que marcó a La Habana y a todas las ciudades de Cuba en el boom constructivo de la Danza de los Millones.

Sin embargo, ahora —ahora quiere decir hace veinte años—, es que podemos ver lo valiosa que es toda esa masa construida que cubre varias épocas y donde se distinguen estilos, sectores sociales y niveles de ingreso muy diferentes, pero a veces muy bien mezclados.

Una de las cosas que tenían muchos barrios de La Habana es que si bien había una homogeneidad física, visual, sin embargo había una mezcla social al interior del barrio. El Vedado es quizás en esto un paradigma; un sitio que siempre tuvo un aura aristocrática, de suma elegancia, y que sin embargo desde sus primeros momentos estaba muy mezclado socialmente.

Un buen ejemplo es que al lado de la casa de un hombre tan rico como Ernesto Sarrá, que ocupa más de media hectárea, podía estar la de un médico de éxito, luego la de un empleado público y al doblar una ciudadela. Todo coexistía y la expresión hacia el exterior de esas diferencias sociales no se veía. La clase dominante impuso sus patrones culturales hacia los espacios públicos y esa sucesión de máscaras era más que todo un problema elemental de economía, porque ellas impedían que el barrio se devaluara.

La mayoría de las veces sólo se insiste en el valor de La Habana Vieja y entonces se corre el riesgo de que por pensamiento inverso se piense que el resto de la ciudad no tiene valor. Por eso te decía que para mí lo valioso al final de los 50 era esa gran masa construida que comienza en La Habana Vieja, pero que es también El Cerro, Centro Habana, El Vedado, Miramar, La Sierra, Ampliación de Almendares, Nicanor del Campo, Santos Suárez, La Víbora, Casino Deportivo, Lawton, Guanabacoa, Regla, Casablanca, Santa Fe, Santa María del Rosario, Santiago de las Vegas…

Yo diría que más de la mitad de la ciudad tiene valor, porque en ella aparecen estilos y tendencias de todas las épocas, desde el prebarroco con influencia mudéjar del sur de España —que son algunas de las casas que nos quedan del siglo XVII—, el barroco del siglo XVIII —que no es sólo la Catedral, aunque ella es nuestra gran fachada barroca—.

El neogótico, el neoclásico —gran parte de El Cerro es neoclásico—, el art nouveau de principios de este siglo —que más que art nouveau belga o francés, fue el modernista catalán el que se impuso aquí, porque eran maestros de obra catalanes los que lo hacían—.

Luego el gran empuje de la arquitectura ecléctica —que yo siempre trato de separar el eclecticismo mayor de los grandes edificios como el Palacio Presidencial, el Capitolio, el Centro Asturiano, el Centro Gallego o de las mansiones de la gente de más dinero; del eclecticismo menor, que se extendió por todos esos barrios antes mencionados y que a mi juicio es más importante todavía, porque le dio forma y masa a toda la ciudad—, después vino el art deco de los 30 y luego el protorracionalismo —como el stadium de la Universidad y muchos edificios que surgen con la gran explosión constructiva que hubo en la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial, donde surgieron más de cincuenta nuevos repartos.

Creo que los dos estilos que más marcaron a La Habana y sobre los que descansa gran parte de su importancia son el eclecticismo entre el año 10 y los 30, y el movimiento moderno en los 50, que lo extiendo hasta los 60; a partir de ahí comienza la decadencia de nuestra arquitectura.

¿En qué se diferencia La Habana de La Habana cuarenta años después?

Los cambios sociales y económicos marcaron a la ciudad, pero no la cambiaron.. La mayoría de las construcciones se hicieron para bien y para mal en la periferia, fuera de la ciudad y muy pocas se integran a ella, como es el caso de Alamar que es la anticiudad o la no-ciudad.

Una vez se proyectó borrar Centro Habana y llenar todo aquel espacio con pantallas y torres; no me imagino qué hubiera sucedido, eso hubiera sido un desastre; al menos Alamar está lejos y sembrándole árboles se puede tapar un poco.

Lamentablemente no fuimos capaces de crear una nueva arquitectura que fuera cubana y que reflejara la revolución y todos los cambios de otro orden que ella propuso; apenas hay algunas obras de mucha calidad, como islas, que se destacan dentro de ese panorama tan pobre. En estos años también muchos arquitectos, de una manera equivocada, han ido a lo más superficial, creyendo que hacer algo cubano es ponerle tejas, rejas y vidrios de colores.

La arquitectura cubana contemporánea está por hacerse, porque un movimiento arquitectónico no lo hacen obras aisladas, si no la masa generalizada. Piensa que eso fue lo que le dio a esta ciudad el valor que tiene; no eran veinte, treinta o cien edificios espectaculares, sino era una masa de decena de miles de edificaciones, una al lado de la otra, muy bien organizadas; con sus portales, sus fachadas, sus columnas…

Eso es todavía, por fortuna, lo que de mucha calidad La Habana ha logrado salvar de La Habana.

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Brochure promocional de un edificio de propiedad horizontal
Brochure promocional de un edificio de propiedad horizontal

Brochure promocional de un edificio de propiedad horizontal. 1950s. Colección Cuba Material.

Algunos de mis amigos de infancia vivían en apartamentos que habían sido, y aún se les llamaba, de propiedad horizontal. Para mí, se trataba simplemente de apartamentos mucho más modernos que el mío, en un edificio Pastorita.

Los apartamentos de propiedad horizontal que conocíamos estaban siempre en edificios con nombres como Naroca, en cuyos bajos había una peluquería de lujo (Hermanas Giralt) y una moderna oficina de correos. Edificios con elevador, amplias entradas de paredes de mármol y canteros menos chapuceros que el de los bajos de mi casa. Eran apartamentos con piso de granito blanco, colector de basura, ventanas de cristal, instalaciones para los aires acondicionados, cocinas eléctricas y entradas de servicios.

Solíamos decir que los «verdaderos» apartamentos de propiedad horizontal eran aquellos que ocupaban todo un piso, en el que el ascensor abría ante el recibidor de la casa. Sin embargo, se trataba tan solo, como explica uno de los folletos que anunciaban esa novedad de los años cincuenta, de propiedades individuales desglosadas dentro de modernos edificios:

La Propiedad Horizontal en Cuba ha sido creada por el Decreto-Ley número 407 de 16 de septiembre del año 1952 y esto ha proporcionado un gran plan de financiamiento, a tal extremo, que en muchos casos se paga menos comprando la propiedad, que alquilando el apartamento.

Es decir, propiedad horizontal es cualquier unidad habitacional en edificios de viviendas múltiples que pueda adquirirse mediante contrato de compra. Esto, antes de 1952, no era posible en Cuba. Hasta entonces se era dueño del edificio completo (y del terreno), no de apartamentos individuales dentro de este.

El brochure promocional del edificio construido justo en la intersección de las calles Línea, Calzada y 15 anuncia, sin embargo, como «La verdadera Propiedad Horizontal, un solo apartamento en cada piso», de ahí, quizás, nuestra confusión.

Vea el folleto en pdf del edificio de propiedad horizontal de Línea, Calzada y 15.

***

En Opus Habana: Inventos domésticos contemporáneos: Las casas de departamentos, por Emilio Roig de Leuchsenring:

Al tratar en las Habladurías anteriores de ese prodigioso descubrimiento contemporáneo que es el baño intercalado, me referí, de pasada, a las casas de departamentos, otro no menos sensacional invento de nuestro siglo.
De la antigua y amplísima casona colonial habanera hemos dado en estos últimos tiempos un salto fantástico para venir a caer en las casas de departamentos.
Si quisiéramos dejar gráficamente plasmada la diferencia que existe entre nuestras casas antiguas, o coloniales, y los departamentos modernos, o republicanos, diríamos, casi sin exageración, que por la puerta principal de aquéllas podría entrar cómodamente todo un departamento, o que cualquiera de éstos cabría, sin estrecheces, en un cuarto, o los mayores, en la sala de aquellas casonas.
En efecto, distinguíanse las viejas casonas de San Cristóbal de La Habana por su altísimo puntal, sus grandes puertas y ventanas, la capacidad superabundante del zaguán de entrada, de la sala, del comedor, de los cuartos, del patio, del traspatio y de la cocina y hasta de los cuartos de la servidumbre. Y por si esto fuera poco, cuando la casa era de dos pisos, no faltaba entre ellos el entresuelo, dedicado generalmente a las oficinas del dueño de la vivienda. Respecto a la puerta de entrada, debo agregar que por ella cabía la volanta o el quitrín, que solían guardarse en el zaguán, sin que estorbaran en lo más mínimo el tránsito de los ocupantes y visitantes de la casa, no obstante e1 ancho descomunal que de rueda a rueda tenían volantas y quitrines y la enorme longitud de sus barras.
La influencia norteamericana, el afán de imitación de lo extranjero que siempre ha dominado al criollo, y el deseo de sacarle el máximum de rendimiento al terreno en que se piensa fabricar, nos han trasplantado a esta Habana del trópico, esas caricaturas de rascacielos que hoy afean muchas de nuestras plazas, avenidas y calles.
Y conste que no me pronuncio contra el rascacielo en sí, que es éste susceptible de ser transformado, tanto en los Estados Unidos como en Cuba, en una obra arquitectónica de belleza artística excepcional.
Lo que recojo y critico es la inadaptabilidad a nuestro clima de las casas de departamentos, tentativas de rascacielos. Y es lástima que dada la abundancia de tierra sin fabricar que existe en los suburbios de La Habana, la dificultad de comunicaciones rápidas no permita construir en esos terrenos yermos casas, lo más posible acomodadas a la vida del trópico, de una o dos plantas, en vez de los rascacielos que se están construyendo en el centro de la ciudad, en la misma Habana antigua y en calles estrechísimas, con grave incomodidad para los moradores, a pesar de los altos precios que suelen cobrarse por losdepartamentos–pañuelitos.
Pero la novelería criolla, así como impuso el baño intercalado y el baño de colores, ha impuesto, igualmente, los departamentos, al extremo de que hoy se considera más distinguido, chic y elegante, vivir en un «precioso departamento», aunque apenas puedan en él moverse sus ocupantes, que en una casa fabricada, según diría cualquiera de nuestras abuelas, chapada todavía a la antigua, «como Dios manda».
El departamento puede ser considerado como símbolo de la transformación aguda experimentada por la familia cubana, y por el hogar, en estos últimos tiempos.
La casona antigua permitía la convivencia en ella de toda una familia, por numerosa que ésta fuese, incluyendo, desde luego, a los yernos y nueras, con sus hijos, y hasta a los sirvientes de estas jóvenes familias. Todos almorzaban, comían y hacían la tertulia en la casona, y en ella celebraban también sus fiestas y sus duelos. Allí se nacía y se moría.
En cambio, en la mayor parte de los departamentos de estas modernísimas casas de departamentos habaneras, apenas se puede dormir con comodidad; se come, en el comedorcito, a apretujones, y es de todo punto imposible invitar a la mesa a familiares y amigos. Y tan es esto así que ya se ha introducido otra nueva moda: la de no ofrecer comidas en que los invitados puedan sentarse, como antaño, alrededor de la mesa, sino que, obligados por la fuerza mayor de la limitadísima capacidad del departamento, las comidas y fiestas se celebran en los clubs, en los restaurantes o en los cabarets, o cuando más se hacen esas cenasinformales, en que cada invitado carga con su platico, se sirve personalmente los comestibles que se hallan agrupados en una mesa, y comen de pie, en un rincón, recostados a la pared, o en alguna silla, si hay capacidad para éstas.
El departamento impide que se lleve hoy la antigua vida de hogar de nuestros abuelos, y ha de producir, a la larga, la desaparición completa de lo que fue el hogar criollo de siglos pasados.
Dije antes que en la casona antigua se nacía y se moría. No puedo decir lo mismo de los departamentos modernos. Y ahí está para probarlo el hecho innegable de que hoy, generalmente, se nace en las clínicas o en los hospitales. Se me argüirá, tal vez, que ello tiende a procurar mayor comodidad a la futura madre y sus asistentes y mejor atención facultativa de aquélla y del «tierno infante»; pero yo me inclino a creer que el auge que ha adquirido entre nosotros esta moda de nacer en clínicas y hospitales, se debe principalmente a que en losdepartamentos modernos no caben todas esas personas –médicos, enfermeras, familiares y amigos– que generalmente se agrupan en una casa cuando en ésta ocurre tan señalado y regocijado acontecimiento.
Si la moda de ir a morir fuera del departamento no se ha generalizado tanto como la del nacimiento en clínicas y hospitales, hay que encontrar su causa en que muchos fallecen sin dar tiempo a que se les traslade a la quinta o sociedad de que ya son socios el 90% de los habaneros, o a la imprevisión de aquellos que no han querido inscribirse en alguna de esas instituciones benéficas. (…)

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Anfiteatro del Parque Lenin
Anfiteatro del Parque Lenin

Anfiteatro del Parque Lenin. Alrededor de 1972. Concierto de Joan Manuel Serrat. Foto María A. Arús Caraballo y José A. Cabrera Pérez.

En Insider: My Hidden Life as a Revolutionary in Cuba, libro de José Luis Llovio-Menéndez publicado en 1988 por Bantam Books:

Against all odds the «greatest park in Latin America» was completed too. The installations were put up exactly as they had originally been planned, including the large open-air movie theater, which was a spectacular failure.

For all my skepticism about the project, not even I ever dreamed what a disaster the theatre would prove to be. It was impossible for audiences to sit for more than five minutes on the grass, because a swarm of hungry mosquitoes would attack any human being they came across. At first the administration arranged periodic spraying, but it finally became clear that the number of spectators was not large enough to make the difficult task worthwhile. Surely anyone would prefer the comfort of a traditional movie house, even if the screen was smaller and the environment much less exotic. Finally, after a year, the humidity in the booth ruined the equipment, and the movie theater failed.

(…)

Cubans really had to want to go to the park to get there. Except for those who had a car–the leaders and a very small percentage of the population–you had to spend hours waiting for the park bus, which ran less frequently than busses on other routes. Even if you succeeded in getting to the park, it was a long trek from one side to the other, since the famous little trip sometimes ran and sometimes didn’t, depending on luck. The shows were not performed very often, and they were unappealing, so the greatest incentive for going to the park was the mosquito-infested restaurants–where at least the service was better than in the city–or the treats such as fine caramels or chocolate kisses that were sold only at the park. But these frivolities were too expensive for the workers. Among themselves, the people changed the name from Lenin Park to «Das Kapital,» because of the amount of money needed to enjoy the park.

The most resounding disappointment was the Dry Pass dam, the only hope for the planned lake and its floating scenery. The dam filled up when it rained, but then the water drained out through the cracks into the subsurface. Engineering efforts by the Ministry of Construction were useless; no matter how many thousands of cubic meters of concrete were poured into the cracks, the water continued to leak out. . . .

Thus, there was no water for the lake. As a kind of consolation, it was filled by a well-pumping system. But then the scenery sank, and with it sank the marvelous dream of watching waterborne spectacles in an atmosphere of historical fantasy. The scenery had to be attached to the bottom of the lake and left motionless in front of the coliseum.

Cubans begun to see the park for what it was: an ostentatious display that mocked their real needs. If the project had not been so showy, if so many millions of pesos and so much energy had not been wasted, and if the people’s priorities had been treated with more respect, they surely would have appreciated the park more.

Still, the park partially fulfilled its goal. Lenin Park offered another recreational option as well as more grist for the propaganda mill. Any foreigner who came to Havana was taken to see one of the largest recreational facilities in Latin America.

As for me, I felt that the park was important for the people, who had so few places to relax or take their children. If it had been built more realistically–an amphitheater that wasn’t a Roman imitation, a cinema screen half the size of this custom-built one, aquaria with standard, not specially-treated, glass instead of Caliber–it might have been affordable for more of the country’s citizens. All the cement, iron, imported materials, and labor that had been mobilized toward this luxury park in an underdeveloped country: It was folly. (Pp. 303-304)

Concierto de Joan Manuel Serrat en el anfiteatro del Parque Lenin

Anfiteatro del Parque Lenin. Alrededor de 1972. Concierto de Joan Manuel Serrat. Foto María A. Arús Caraballo y José A. Cabrera Pérez.

anfiteatro del Parque Lenin

Anfiteatro del Parque Lenin. Alrededor de 1973. Foto cortesía Ernesto Fumero.

anfiteatro del Parque Lenin

Mi mamá en el anfiteatro del Parque Lenin en 1972.

Anfiteatro del Parque Lenin

Anfiteatro del Parque Lenin. Alrededor de 1973. Foto cortesía Ernesto Fumero.

Anfiteatro del Parque Lenin

Anfiteatro del Parque Lenin. 2000. Foto Ernesto Fumero.

radio en Calle 23
radio en Calle 23

Calle 23. Vedado, La Habana. 2015.

En una casa en reparaciones, en la avenida 23 en El Vedado, encontré una careta de radio empotrada a un muro a medio construir, vacía, sin dial, casi a ras del suelo. Me recordó las cabezas de muñecas que los choferes de camiones colocan en la defensa delantera o en el extremo de las antenas de radio de sus vehículos. Constituye, quizás, un precario «cargo cult» que fetichiza una modernidad que solo consigue recrear en apariencia.

Edificio López Serrano
Edificio Girón
Edificio Girón (Malecón y F). Vedado. Imagen tomada de internet.

Edificio Girón (Malecón y F). Vedado. Imagen tomada de internet.

Entrevista en dos partes realizada por Roberto Segre a Mario Coyula, ambos arquitectos, en el año 2004. Tomada de Café de las ciudades:

RS: Una vez iniciado el Gobierno Revolucionario, tus experiencias profesionales iniciales fueron arquitectónicas. ¿Todavía no te sentías atraído por la escala urbana?

Coyula: Realmente no. Me sentía atraído por volúmenes y espacios más tangibles, pudiera decir más escultóricos. Antes del triunfo de la Revolución había trabajado varios años con un arquitecto amigo, Oscar Fernández Tauler, que compartía su estudio con el pintor y escultor Rolando López Dirube. También trabajó allí mi amigo de la infancia, Emilio Escobar. Oscar no pagaba mucho pero nos dejaba experimentar. En aquella época estaba muy de moda el tema de la integración de las artes plásticas con la arquitectura. La mayor parte de los proyectos que allí se hacían –hablo de antes del triunfo de la Revolución– fueron casas individuales con poco presupuesto, pero siempre hicimos cosas interesantes, incluyendo las primeras viviendas con cáscaras de doble curvatura calculadas en Cuba. Recuerdo la casa de Pepe Fernández en Boca Ciega, y la de Tauler, un tío de Oscar, en Celimar. Casi siempre llevaron algún mural o esculturas de Dirube. También colaboramos en el proyecto del edificio de 17 plantas en Calle 23 entre D y E, Vedado, con alusiones wrightianas más que directas, que sería terminado en 1959 con el nombre de Hermanas Giralt. Allí Emilio diseñó un enorme tímpano de hormigón texturado que bloqueaba el sol de la tarde.

Después del triunfo de la Revolución, pero todavía sin graduar, trabajé mucho en viviendas campesinas agrupadas en pequeños poblados rurales. En el departamento de Viviendas Campesinas del INRA estaba como jefe de proyectos Frank Martínez, y participaban otros buenos arquitectos jóvenes como Serafín Leal y Sergio González. Todavía no habían irrumpido los edificios de apartamentos de cinco plantas sembrados en medio del campo… Empecé a jugar con la escala urbana (más bien, diseño urbano) cuando proyecté algunos centros comunales, agrupando varios edificios típicos de servicios sociales alrededor de plazas, y conectándolos con galerías que nunca se llegaron a construir.

Mi primer vuelo solo como recién graduado en 1962 fue una escuelita pre-primaria con vivienda para el maestro en el reparto Fontanar. Usé una estructura típica que había diseñado Eduardo Ecenarro para una nave agropecuaria prefabricada –por cierto muy bien proporcionada– tratando de disfrazarla con algunos muros de sección variable que salían fuera de la edificación… ¡ahora pienso en un Pabellón de Barcelona con artrosis!. Un tiempo después visité la escuelita: el calafateo que decidí emplear en las juntas de las losas de cubierta (asfalto con arena) se derretía con el sol y empegotaba las cabecitas de los niños… Me fui rápidamente para evitar a las enfurecidas madres.

Me sentí más realizado cuando asumimos la tercera fase del proyecto de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en Las Mercedes. Ese enorme complejo escolar, previsto inicialmente para agrupar 20 mil niños dispersos en las montañas, quedaba en las estribaciones de la Sierra Maestra, donde se había hecho fuerte la guerrilla de Fidel Castro después del desastroso desembarco del yate Granma en diciembre de 1956. En el equipo, dirigido por Emilio Escobar, estábamos varios amigos como Luis Lápidus, Orestes del Castillo, Antonio Saínz, Arsenio Mata, Marina López y otros. Yo proyecté en 1963 los conjuntos de viviendas para los maestros, que se repitieron en varias de las unidades. Se conformaba una pequeña plaza en cada unidad, definida por dos tipos de viviendas uniplantas de dos dormitorios, pareadas y en tiras; y una edificación biplanta con apartamentos de un dormitorio en planta baja combinados con otros de tres dormitorios en dos niveles.

Esa Casa Duplex tenía acceso por dos fachadas opuestas, para que pudiese funcionar como pivote visual del conjunto. Traté de adecuarme a un clima poco común en Cuba, lejos del mar y bloqueado por montañas: sin brisas, caliente y polvoriento por el día, y fresco por las noches. Fue quizá un pretexto para intentar mi ejercicio à la Le Corbusier: muros lisos con pocos huecos cuidadosamente compuestos, y por supuesto blancos; y loggias para dormir fuera cuando el calor fuese sofocante. El arquitecto Tony Colás proyectó luego la pequeña plaza del conjunto y diseñó una farola de hormigón que ha envejecido muy bien. En cambio, la volumetría de las viviendas está actualmente descompuesta por cuatro colores diferentes (y no precisamente escogidos por Rietveld), que por supuesto incluyen los inevitables rosado y verde.

La ilusión de hacer una ciudad en medio del campo terminó tragada por el campo. Esa Casa Dúplex apareció en el libro Diez Años de Arquitectura en Cuba Revolucionaria que tú escribiste, y recibió mención en 1990 en el Salón SIARIN «30 Años de Arquitectura Revolucionaria». A partir de esta experiencia tomé conciencia de que había otras cuestiones que forman o deforman cualquier proyecto. Poco a poco fui entrando en otro mundo más coral y menos vedettista.

En 1968, el proyecto del pueblo de Vallegrande me hizo trabajar a la escala completa de un asentamiento de 120 viviendas con su infraestructura técnica y servicios sociales, diseñado y construido en 44 días. Nunca entendí bien por el qué de ese cabalístico 44, probablemente un comentario de alguien importante, tomada inmediatamente como un compromiso. Tuve que usar unos proyectos típicos de casitas aisladas unifamiliares de una planta, con paredes prefabricadas ligeras con el sistema Sandino (antes Novoa). El trazado del pueblo lo hice en unas pocas horas con Mario González. Ingenuamente, las casitas estaban rodeadas de césped y sin cercas, formando unas supermanzanas con placitas para estar y dos cruces peatonales en el sentido más corto. En poco tiempo todas se fueron cercando de manera improvisada y con materiales de desecho.

Por esa misma época proyecté un conjunto de treinta viviendas uniplantas pareadas frente a la Escuela de Artes Plásticas de Cubanacán, con el fondo hacia el aeropuerto de Ciudad Libertad, recientemente desactivado. Era una tira a lo largo de la calle, pero algunas casas estaban retranqueadas para formar unas pequeñas plazas de estar al frente. Cuando ahora paso frente a esas casitas me cuesta mucho reconocerlas. Son muy pocas las que se han mantenido igual a como las proyecté, y algunas han crecido y se han subdividido hasta convertirse casi en pequeños edificios de apartamentos. Inicialmente las casas eran para erradicar moradores del cercano barrio insalubre, que supuestamente eran pobres de solemnidad. Parece que algunos encontraron la manera de aumentar creativamente sus ingresos, y aplicarlos con entusiasmo a desfigurar una arquitectura sin pretensiones pero correcta. Otra vez el medio empuja hacia abajo.

Una experiencia muy interesante de la década de los años setenta fue la reanimación urbanística, un programa de acciones rápidas concentradas en nodos urbanos importantes pero decaídos, que empezamos en la antigua dirección provincial de Arquitectura y Urbanismo de La Habana en 1974. Se hicieron varios proyectos antológicos, como el Bulevar de San Rafael, los Cuatro Caminos y 12 y 23, en El Vedado. Lamentablemente, se abandonó esa práctica; y todavía esperamos por la primera calle-parque o woonerf, proyectada para la calle Aramburu en Centro Habana.

RS: En estos años iniciales, con los cambios radicales acontecidos en la profesión y en la enseñanza, se llevaron a cabo diversos proyectos teóricos y utópicos, asociados al proyecto de construcción de una nueva sociedad. ¿Tú participaste en algunos de ellos?

Coyula: Disfruté mucho otros proyectos urbanos que hice en la Escuela de Arquitectura fuera de currículum, aunque se distorsionaron notablemente durante la ejecución –como el pueblo nuevo de Ceiba del Agua y el pueblo de Valle del Perú– o nunca llegaron a hacerse. Uno fue el proyecto (más bien un manifiesto) para Banao, elaborado en 1967 con dos arquitectos importantes, el español Joaquín Rallo y el italiano Roberto Gottardi. Banao proponía criterios muy adelantados, buscando borrar diferencias entre la ciudad y el campo, imaginando nuevas formas muy radicales de vida en correspondencia a los cambios sociales que estaban sucediendo en Cuba. Planteaba el reciclaje y otros asuntos referentes al equilibrio ecológico: y hasta se adelantaba en la donación de órganos.

Ceiba del Agua seguía la geometría de los vecinos sembrados de cítricos como trama básica para el trazado del pueblo. Usamos proyectos típicos de viviendas biplantas a los que solamente se les hacía un cambio: colocar la escalera al exterior. Eso despejaba el interior de la vivienda y daba un ritmo interesante a la calle, ahora diría que similar (salvando las distancias) a las hileras de brownstones en Manhattan. Pero se nos prohibió sacar la escalera porque se apartaba del proyecto típico aprobado para todo el país.

Algo parecido sucedió con el pueblo de Valle del Perú: en respuesta a la obligación de montar con grúas los edificios de grandes paneles de hormigón que estábamos obligados a usar, optamos por llevar esa restricción al extremo y hacer un pueblo lineal, a lo largo de un malecón frente a un embalse represado. Los edificios se ubicaban en tiras paralelas y se escalonaban en altura subiendo hacia atrás y descendiendo hacia los extremos, usando los techos para bajar al malecón.

En vez de rechazar a la vía, como era usual en todos los proyectos de nuevas comunidades rurales, planteamos que ella era precisamente una de las pocas fuentes de animación en un sitio aislado, por lo que debía incorporarse al pueblo. La seguridad se garantizaba con un par de puentes peatonales para llegar al borde del agua por encima de la vía. También este proyecto quedó desfigurado: los constructores plantearon que el cimiento típico se desperdiciaba al no hacer todos los edificios de cinco pisos, la cantidad de viviendas se redujo drásticamente de 1050 a 150, no se hizo el malecón y se perdió el concepto de pueblo lineal compacto.

En 1966, con la participación de Joaquín Rallo y Roberto Gottardi, elaboré el proyecto de remodelación de la antigua Funeraria Caballero en La Rampa para convertirla en una Casa de Cultura. Fue una experiencia muy interesante. Rallo se acercaba al diseño con una rigurosa visión científica, implacablemente perfecta, que a veces llegaba a parecerme deshumanizada. Roberto luchaba por controlar su creatividad desbordada, muy personal, con un sólido andamiaje teórico gramsciano transferido de la filosofía a la arquitectura. Fue un estudio muy serio de interiores, con énfasis en el color. Su tratamiento fue muy trasgresor; un homenaje a la estética de Los Paraguas de Cherburgo, con una fiesta de magentas, turquesas y verde manzana.

Trabajábamos in situ de forma voluntaria, fuera del horario normal de trabajo. Pocas semanas después de su sonada inauguración, se decidió cerrar la instalación debido a un incidente ocurrido en su interior, con la lógica estrecha del cuento del marido engañado y su venganza arrojando el sofá por la ventana. El público indeseable que iba allí simplemente cruzó la calle y se apostó en la esquina de L y 23.

Integré un equipo con Joaquín, Roberto y el venezolano Fruto Vivas (una máquina de producir ideas) en un programa de construcción de jardines de la infancia, una especie de mini-círculo infantil, que generalmente se ubicaron en espacios verdes de la ciudad. Fui afortunado en colaborar con esos arquitectos, siendo yo joven y poco importante. Cuando pienso en cuanto influyó Rallo en mi formación académica me parece imposible que esa relación durase menos de cinco años. Joaquín murió en 1969 a los 42 años, desterrado a Jagüey Grande para que tomara contacto con la realidad. Había nacido en Ceuta, adonde desterraban a los patriotas cubanos durante las guerras de independencia del siglo XIX.

En un proyecto posterior, para la adaptación del antiguo Palacio Presidencial para Museo de la Revolución, planteé una gran estereocelosía metálica (¿era roja?), que irrumpía desde la fachada del fondo (donde se había producido el ataque revolucionario) y atravesaba el edificio hasta salir por la fachada norte. Eso representaba al Asalto y a los grandes cambios sucedidos en el edificio y en el país. Al yate Granma lo situábamos delante de esa fachada principal, en una gran grieta escultórica en el piso para que apareciera a nivel del agua, identificada por un espejo de acero inoxidable; y con el mar al fondo. El proyecto no prosperó. El edificio de Palacio quedó intocado, sin referencias visibles externas a los cambios por los que pasó; y se embalsamó al Granma en una gigantesca urna de vidrio sin relación con el agua.

Siempre me sentí atraído por los proyectos de monumentos conmemorativos, porque son una rara oportunidad de integrar la arquitectura con el paisajismo, el diseño urbano, la escultura y –si el resultado es bueno– la poesía. Emilio Escobar, Sonia Domínguez, Armando Hernández y yo disfrutamos mucho proyectando por las noches en 1965 y luego construyendo el Parque-Monumento de los Mártires Universitarios, muy cerca de la Colina Universitaria donde habíamos estudiado en los años ‘50. Fue el primer monumento importante después de 1959 y seguimos un concepto innovador: en vez de poner una escultura en el centro de una plaza, formamos la plaza con el monumento, que es un muro de hormigón que cambia de forma según el período de la historia que alude.

El muro lleva formas en bajorrelieve, hechas con sacos de yute y papel de bolsas de cemento, tablas y sogas, clavados por dentro del encofrado. Son representaciones muy abiertas que respetan al observador sin tratar de imponerles un significado concreto. Ellas se vuelven cada vez menos figurativas a medida en que la lucha se hacía más colectiva, y al final se convierten en texturas que se funden con la del hormigón. Para nosotros fue muy importante ganar ese concurso nacional: éramos jóvenes –alrededor de treinta años– amigos y compañeros de estudios y en la lucha contra la dictadura de Batista, que todavía estaba reciente; y le habíamos ganado a muchos arquitectos y plásticos bien conocidos. El monumento en sí ha envejecido bien a pesar de la falta de mantenimiento y de que nunca se completó. Está allí, con una vida propia que ya es independiente de sus creadores.

Igualmente disfruté el proyecto del Mausoleo del 13 de Marzo en el cementerio de Colón, también con Emilio Escobar y ganado en concurso a fines de 1981. Es más sencillo, una gran hilera de banderas en acero inoxidable que funciona como un reloj solar, arrojando cada 13 de Marzo la sombra a lo largo de una franja en el piso, donde se marcan las horas. Cuando llega a las 3:15, hora del Asalto a Palacio, se puede encender una llama en ese punto para empezar la celebración. El piso de la plazuela está adoquinado para recordar la lucha callejera, y tiene unos abombamientos que obligan a caminar mirando al piso. Al bajar la cabeza para mirar donde se pisa, se rinde así homenaje a las tumbas de los caídos. José Villa, un gran escultor entonces muy joven, colaboró en la ejecución de las banderas.

Otro proyecto logrado que no se ejecutó fue el de la Fuente de la Juventud, en Paseo y Malecón, presentado al concurso en 1978. Trabajé con Luis Lápidus, Félix Beltrán, Orestes del Castillo, Sergio Ferro y José Planas. Era una especie de árbol abstracto de hormigón con bandas concéntricas desplazadas que iban girando y ampliándose de abajo hacia arriba, con la forma de la flor de cinco pétalos del Festival. Cada anillo llevaba por fuera delgadas tiras verticales de aluminio anodizado en los colores de la Flor, sujetas de manera que el aire las hiciera vibrar. Al estar muy juntas, la luz reflectaría el color, como sucede con la flor de la buganvilia –o al menos, eso esperábamos. El agua de la fuente debía subir escalonadamente para después caer como un gran cilindro. Así pensamos vencer la fuerza del viento en ese lugar, que siempre dispersaría un chorro lanzado desde abajo. La estructura serviría como pivote visual en la explanada al comienzo de Paseo, tuviera o no tuviera agua…

En 1983 dirigí a dos estudiantes talentosos, Rosendo Mesías y Juan Luis Morales, que con su proyecto de rehabilitación para el Hotel Pasaje ganaron el premio en París de la Sección Española de la UIA en la XI Confrontación Internacional de Proyectos de Estudiantes de Arquitectura. El Pasaje se había desplomado trágicamente poco antes, matando a varias personas. El proyecto conservaba las fachadas neoclásicas, rehabilitadas por una empresa estatal especializada que también asumió el reforzamiento estructural y las instalaciones, hasta el nivel de piso equipado.

El edificio, que al momento el derrumbe ya se había convertido en una cuartería, estaba muy bien situado; y se proponía destinarlo a viviendas, con células mínimas. Ese trabajo lo harían los propios usuarios, con proyecto y dirección técnica apropiada que suministraría el Estado. El diseño de las fachadas hacia los patios interiores quedaba en manos de los propios usuarios. Emilio Escobar y Orestes del Castillo colaboraron en la asesoría a los estudiantes. El proyecto nunca se ejecutó, y en su lugar se decidió hacer una sala deportiva polivalente, cuya cubierta metálica asoma impúdicamente por encima de los frontones neoclásicos.

El monumento a José Antonio Echeverría en su ciudad natal de Cárdenas fue también llamado a concurso, pero solo para estudiantes. Emilio Escobar fue el tutor del proyecto que ganó el concurso, hecho por Oscar Guevara, Claudia Baroni, Ileana Pérez Drago y el estudiante de escultura del Instituto Superior de Arte, David Placeres. Yo colaboré con Emilio. En la plaza frente a la casa natal de José Antonio, el monumento era un gran bloque de mármol con su retrato cortado en lascas desplazadas, de manera que la cara solo se podía ver desde un ángulo preciso, poniéndose en línea con la casa y el trazado de un camino en el piso, pues José Antonio salió de allí, pasó y siguió para entrar en la Historia. Lamentablemente nunca se ejecutó. La ironía es que se realizaron muchos monumentos sin pasar por concursos o incluso contra la recomendación de la Comisión de Esculturas Monumentales (CODEMA), pero varios premiados legítimamente en concurso quedaron en el papel.

RS: ¿Cuál fue tu integración en la intensa dinámica de construcciones que se llevaron a cabo a lo largo de la década de los años sesenta y en la preparación de la zafra de los 10 millones, que implicó la construcción de pueblos agrícolas e infraestructuras territoriales.

Coyula: Yo comencé en enero de 1959 trabajando por un par de meses en el proyecto de La Habana del Este, pero muy pronto pasé al Cuerpo de Ingenieros del Ejército Rebelde, donde participé en proyectos de nuevos pequeños asentamientos rurales. Después de graduado mantuve esta actividad localizando nuevos poblados rurales y obras agropecuarias en Viviendas Campesinas del Instituto Nacional de la Reforma Agraria, dirigida por el Capitán José Ricardo Rabel, quien desertó poco después espectacularmente piloteando una frágil avioneta. En 1962 nos encargaron seguir con el proyecto de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, mencionada anteriormente. En 1963-64 estuve al frente de un Taller de proyectos en el Ministerio de la Construcción, donde hicimos varios proyectos de industrias, y después trabajé más de un año como contraparte del equipo polaco que había ganado el Primer Premio en el concurso internacional para el Monumento a la Victoria de Playa Girón. Era un grupo muy joven –excepto el ingeniero estructural, Wieslaw Szymanski– con Marek Budzynski, Andrzej Mrowiec, Andrzej Domanski y Grazyna Boczewska. Aprendí mucho con ellos. En esos años participamos en el concurso de Vivienda por Medios Propios con cuatro proyectos muy interesantes, cuyo primer premio lo obtuvieron Mario González y Julio Baladrón. También estuve por un tiempo trabajando con Tony Cintas en el proyecto de reacondicionamiento del Palacio de Justicia para Palacio de la Revolución. Eso incluyó el proyecto para adaptar el Palacio del Centro Asturiano como Tribunal Supremo. Yo quería romper la monumentalidad fascistoide de la gran fachada de Justicia con unos planos horizontales con vegetación que funcionarían como quiebrasoles; pero la propuesta quedó en el papel. El trabajo era gigantesco y después de estar mucho tiempo pidiendo refuerzos este llegó como una intervención: recuerdo todavía al prestigioso y poderoso Antonio Quintana entrando al frente de un gran equipo «con todos los hierros«como una operación militar…

Ello coincidió con la reacción anticultural que desató en la Escuela de Arquitectura un decano disfrazado de revolucionario extremista, que con el tiempo cambiaría su inmerecido uniforme verde olivo por el hábito blanco de espiritista. Fueron eliminadas las asignaturas de Plástica y Fundamentos del Diseño, en las que trabajé con Rallo, Gottardi, Emilio Escobar y Rodolfo Fofi Fernández, y a nosotros nos dispersaron. De Palacio salí para la JUCEI de Marianao, donde trabajé como único arquitecto en muchos proyectos sencillos de cafeterías, microparques y conjuntos de viviendas. El sitio era muy alejado, en La Coronela; y las condiciones de trabajo muy duras. Recuerdo una especie de trabajo social que hicimos en Las Martinas –lo último de Pinar del Río–, justo antes de empezar la península de Guanahacabibes, donde solo se oía la radio mexicana. Allí proyecté un pequeño edificio de dos plantas que combinaba tienda, peluquería y unas pocas habitaciones para hotel. . . .

Lea completa la primera parte de esta entrevista aquí.

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Asumí con desconfianza el proyecto de remodelación de Cayo Hueso a principios de los años ‘70s. Inicialmente no me resultó negativo al analizar los planos. Hasta entonces no le había dado mucha importancia al barrio de Centro Habana, quizás por la herencia de mi formación Modernista. Pero cuando vi las primeras torres y pantallas, y lo que se había demolido para poder construirlas, comprendí lo equivocado de ese tipo de intervención. Un día, durante una de las muchas reuniones aburridas a las que debía asistir, me puse a hacer algunos esquemas. Comparé una manzana de Cayo Hueso con dos edificios de 20 plantas, un total de 236 apartamentos, y nada más; con una manzana con edificios de 3, 4 y 5 pisos alineados tradicionalmente respecto a la calle… y permitían más viviendas, sin necesidad de ascensores ni de romper con el carácter de la trama urbana y el modo de vida tradicional de la gente. Luché mucho contra los edificios altos, preparé análisis, informes; busqué partidarios para unirse a la cruzada. Cuando se detuvo su construcción tuve la ingenuidad de pensar que habían tenido éxito nuestras protestas, hasta que percibí que sencillamente era porque no podían continuarlas por el alto costo de las mismas.

Los enormes recursos empleados en las «Microbrigadas» solamente comenzaron a entrar en el área central de La Habana a fines de los ‘80s como proyectos aislados de relleno, y muchas veces pobres en diseño e incluso violando alineaciones, como el especulador más brutal de la etapa capitalista. Alamar aloja ya casi 100 mil habitantes, pero solo tienen el techo sobre su cabeza y algunos servicios básicos; faltan todos los demás componentes quehacen ciudad. La ciudad no se puede diseñar, ni siquiera por talentos fuera de serie como Le Corbusier o Costa y Niemeyer. Hay que crear una trama abierta con unas pocas regulaciones para asegurar la unidad; y luego dejar que se vaya rellenando poco a poco y controladamente con programas, estilos y gentes distintas, para dar variedad. Decían los griegos que combinando la unidad con la variedad se lograba la armonía…

RS: Con la declaración de La Habana Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1982, se produjo un cambio de política respecto a la capital, acelerándose las tareas de recuperación del Centro Histórico. Paralelamente tú actuaste sobre la ciudad desde la Dirección de Arquitectura del Poder Popular. ¿Cuales fueron las iniciativas que se llevaron a cabo y cómo lograste la formación de equipos de arquitectos jóvenes?

Coyula: Yo actué desde la Dirección Provincial de Arquitectura y Urbanismo, (DPAU), y también paralelamente desde la Comisión Provincial de Monumentos (CPM) de la Ciudad de La Habana, que presidí desde su creación en 1978 hasta 1989. Por un tiempo armé en la DPAU un pequeño equipo de proyectos de restauración de monumentos. Ese equipo pasó después a la Oficina del Historiador de La Habana y fue el núcleo inicial del poderoso aparato que pudo construir Eusebio Leal después que demostró ser capaz de hacer mucho sin nada. Opino que el golpe de efecto más importante, que dio un vuelco a la recuperación del centro histórico de La Habana Vieja, fue cuando Leal concentró esfuerzos en la cuadra de Obispo entre Oficios y Mercaderes, y la rescató completa. Mucha gente empezó a darse cuenta del valor de esta arquitectura que antes estaba cubierta por la mugre o deformada por múltiples añadiduras. Para la misma tarea llegaron a coexistir varias instituciones: la Oficina del Historiador, el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM), la Comisión Provincial de Monumentos, la Nacional, el Grupo de Trabajo de La Habana Vieja, el gobierno de La Habana Vieja y el de la Ciudad… Y eran las mismas caras en todas esas comisiones, acumulando títulos nobiliarios sin señorío ni fortuna material.

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RS: La población, ante la carencia de viviendas, resolvió sus apremiantes necesidades por sus propios medios, transgrediendo en la mayoría de los casos, las normas de «decoro» urbano. ¿Qué medidas se tomaron para controlar esta situación, y cómo afectó este proceso en la calidad estética de la ciudad tradicional?

Coyula: Más grave aún que el daño visible producido por estas obras, es que ayudan a conformar una mentalidad brutalmente egoísta, en el sentido de que todo vale si resuelve mi problema; y hablo tanto de la población como de los organismos estatales. Eso refleja una crisis de valores cívicos, y quizás más profunda todavía, éticos. El problema es que hay que darle valor a los valores.

Cuando se construye poco, como ha sucedido desde el desplome del campo socialista europeo, ese poco debe ser lo mejor posible. El culto a la inmediatez y la improvisación, el dedicarse a cumplir metas y directivas – o buscar buenas explicaciones para no hacerlo – todo ello se refleja en la ciudad. Pero peor que unas pocas obras nuevas feas, resulta la proliferación descontrolada de distorsiones de todo tipo en la imagen urbana: cercados, casetas, kioscos, ranchones de guano; portales tapiados, jardines pavimentados o incluso techados; y esos añadidos que brotan como chichones…

Todas las regulaciones están escritas, pero dejaron de imponerse. Lo que el violador realmente teme no es a una multa, sino a que le demuelan lo que hizo. Pero nadie quiere ser el villano de la película. No pienso que sea posible darle marcha atrás, excepto en muy pocos casos. Ha sido una especie de suicidio. Me cuesta trabajo encontrar una cuadra en mi Vedado natal donde no haya al menos una violación importante.

RS: Tú participaste en diferentes proyectos de intervención en diferentes áreas de la ciudad, con equipos internacionales y la participación de alumnos de la Facultad de Arquitectura. ¿Cuál fue el aporte positivo de estos trabajos de proyecto urbano?

Coyula: Lo más importante es abrir la mente a la diversidad de enfoques, incluso los aparentemente más utópicos. Pero ya mucha gente aquí ni siquiera reacciona. Voy a referirme solo a estos últimos años. En el CENCREM se expusieron los proyectos del grupo «Manifestos», de arquitectos de la vanguardia deconstructivista internacional: Wolf Prix, Eric Owen Moss, Thom Mayne, Carme Pinos, entre otras luminarias. Ellos (y yo) pensábamos que se produciría un ardiente debate. No pasó nada. No hay costumbre de polemizar. Yo aprendí mucho en algunas sesiones en 1995 cuando ese grupo vino la primera vez, aunque a veces las discusiones eran tan sutiles que llegaron a exasperarme. Parece que yo tampoco estaba acostumbrado… Por cierto, Prix presentó una gran maqueta en blanco, una hermosísima escultura que reflejaba su búsqueda de un vocabulario para poder intervenir en una ciudad que no conocía, como La Habana; pero también dijo que lo que más necesitaba La Habana era una nueva infraestructura.

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La maqueta sirvió pare ensayar sobre ella los nuevos proyectos. Así pudieron detenerse algunas intervenciones fatales, como la enorme torre de 42 pisos en la Plaza de la Revolución, que se tragaba al obelisco de José Martí y desbalanceaba la plaza. La alternativa que les propusimos fue descomponer el programa en varios edificios más bajos de 12 o 13 plantas. Eso redistribuía el impacto, ayudaba a mejorar la definición espacial de una plaza que siempre pareció un potrero, y hubiera permitido ir explotando los edificios a medida que se iban construyendo. También daría tiempo para decidir si realmente el programa estaba bien fundamentado. Con la desaparición del campo socialista, la plantilla del ministerio que promovía el edificio se desinfló de 5 mil empleados a menos de 300. Otro éxito apoyado en la maqueta fue cuando se consiguió detener un programa para construir torres en terrenos vacíos a lo largo de Paseo. Mi argumento era: ¿por qué quieren Paseo? Porque es una calle muy bonita. ¿Y por qué es bonita? Porque casi no hay edificios altos. Pero es más fácil usar la maqueta para combatir un proyecto obviamente chocante y malo, que para promover uno bueno, pequeño y contextual, que no se hace notar.

La maqueta debía servir también para crear conciencia en los visitantes cubanos sobre los valores de su ciudad. Pero está ubicada en Miramar, un barrio poco accesible para el habanero promedio. Se trató de usar los locales para seminarios y conferencias, talleres con niños de escuelas cercanas… Una iniciativa que ha prendido son las charlas que titulé La Habana que Va Conmigo. Cada primer viernes de mes llevo a una personalidad invitada para hablar de su Habana, la que lo marcó y acompaña. Ya hay más de setenta, y salió el primer libro que recoge trece intervenciones. Es la historia no escrita de La Habana, una historia menor que crece por la visión del testimonio del invitado.

La maqueta es enorme, impactante. La primera reacción de quien la ve es: ¡esta ciudad no se puede dejar perder! Le falta un sistema de iluminación más teatral, más dramático, que es muy costoso. Y sobre todo, que se hubiese localizado en un lugar céntrico, como La Rampa.

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RS: En los años 90 se permitieron inversiones extranjeras en la ciudad para construir hoteles, oficinas, viviendas. ¿Qué consecuencias, positivas o negativas tuvieron las nuevas obras para la ciudad?

Coyula: Me parece que ya lo contesté antes. Para mí lo más triste fue ver la actitud lacayuna en algunos arquitectos, aceptando las ridiculeces que les pedía el inversionista extranjero, malas reproducciones de le peor arquitectura comercial de Miami. Un caso límite fue la respuesta encontrada por un arquitecto cubano al requerimiento de un importante promotor inmobiliario que pidió una arquitectura para sus edificios que fuera neoclásica, mediterránea y colonial cubana. La solución fue como una ensalada de helados con tres sabores: los primeros piso neoclásicos (¿?), los del medio «mediterráneos»… y los últimos coloniales, con arcos y vitrales de colores (¡!). He oído decir que ese arquitecto recientemente se fue de Cuba: me imagino que buscando beber directamente en su fuente de inspiración.

RS: En Miami existen grupos de estudios sobre La Habana, intentando prever y definir las consecuencias de futuras transformaciones económicas, funcionales y morfológicas de la ciudad. ¿Existe una vinculación y un diálogo entre los especialistas de ambas ciudades preocupados por los problemas presentes y futuros?

Coyula: Pienso que hay que diferenciar la actitud de Duany y su equipo, abiertos al diálogo, a transmitirnos sus experiencias sin querer imponerlas; y compararla con la de otros, que cierran de inicio toda posibilidad de colaboración con Cuba, excepto con individuos sin vínculos institucionales. No sé cómo lo conseguirán, en un país donde la casi totalidad de los arquitectos y urbanistas trabajan para el Estado… Dudo de su capacidad de pensar sobre una ciudad que no han pisado en 45 años. Cuando se ve a los que patrocinan algunas de esas iniciativas, te das cuenta que no es un interés cultural ni patriótico, sino especulativo, poniéndose delante en la fila para cuando llegue el reparto.

Me llama la atención que algunos que allá expresan escrúpulos por involucrarse con una dictadura, sin embargo, colaboraron alegremente con la de Batista, cuando los cadáveres de jóvenes asesinados eran arrojados como escarmiento a la calle. Veo una especie de fanatismo parecido a los autos de fe y los expedientes de limpieza de sangre, cuando había que demostrar que no se tenía antepasados judíos o moros. Para ese tipo de exilio fundamentalista, los únicos limpios serían los batistianos. Comprendo el resentimiento, y lo ha habido de ambas partes; pero así no se llega a nada estable, bueno para todos.

Pero también hay otros en Miami que se preocupan honradamente porque no se repitan aquí los errores que se cometieron allá y en otras ciudades de los Estados Unidos y otras partes del mundo. Lamentablemente, hay importantes ciudades asiáticas donde el desarrollo se identifica con copiar lo peor de Occidente; o lo que ya no quieren más allá donde lo inventaron; y lo confunden con progreso. Se repite el engaño de los Conquistadores, cambiando a los aborígenes espejitos por pepitas de oro. No es solo en Miami donde se piensa en el futuro de Cuba. Hay muchos urbanistas estadounidenses, europeos y latinoamericanos preocupados por la macdonaldización de nuestro patrimonio.

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RS: ¿Cuál es tu visión de los principales problemas que tiene La Habana en la actualidad y que medios reales existen para resolverlos?

Coyula: Es difícil pensar en problemas principales, porque son muchos y están entrelazados. En esencia, todos dependen de la economía y de los mecanismos de gestión. Ya había dicho que hay que fortalecer la economía a todos los niveles. No se puede pensar en mejorar la economía macro si no mejora a la vez la de las ciudades, los barrios y las personas. Y el problema de la economía doble, en pesos y en dólares, no parece tener solución a corto plazo. La reciente sustitución del dólar de Estados Unidos por el peso convertible cubano, a los efectos internos solo cambia el color del billete. Esa dualidad está generando desigualdades marcadas que no existían, y a su vez se refleja en formas de vida y hasta tendencias estéticas mutantes que cambian la imagen de la ciudad.

Indirectamente, influye también en un aumento de la segregación racial. Parece que menos negros están llegando a los estudios superiores. Aunque la matrícula sea gratuita, estudiar una carrera –sobre todo Arquitectura– requiere cada vez más apoyo económico de la familia; y los muy pobres no pueden afrontarlo. Claro que hay un sistema de becas y ayudas, pero la realidad es que para un joven negro que vive en un tugurio, todo resulta más difícil. Paradójicamente, la Ley de Reforma Urbana de 1960 arraigó a cada cual donde vivía, y la única movilidad posible es por permutas, ya que la construcción de nuevas viviendas para la población está de hecho paralizada. El que tuvo la desgracia de nacer en un barrio pobre y habitar en una vivienda infraestándar, es muy posible que arrastre ese problema toda la vida. El gobierno se ha preocupado por darle estudio y empleo a jóvenes que no estaban trabajando ni estudiando, y garantiza el sueldo a los obreros de los centrales azucareros que se han cerrado –la mitad del total– pero eso es una carga más sobre una economía colapsada.

La indisciplina ciudadana crece y puede implicar también en el futuro otro problema peor de seguridad pública. Ya había mencionado antes cómo esa indisciplina empobrece la imagen de la ciudad y anula esfuerzos por mejorarla. Es necesario lograr una participación efectiva de la población desde etapas tempranas en la toma de decisiones, no después que las decisiones se han tomado. Todavía aquí hay que avanzar mucho, y usar mejor la capacidad de movilizar a la población; pero eso tiene que ser alrededor de tareas que sientan como suyas.

La alimentación adecuada sigue siendo un problema serio, especialmente para los jubilados y los de más bajos ingresos, lo que a menudo coincide con quienes no reciben moneda extranjera. Sucede que la mayoría de los que se fueron definitivamente al exterior eran blancos, y envían (o enviaban) dinero a sus familiares en Cuba, también blancos. La agricultura urbana ha tenido mucho desarrollo, crea empleos y evita transportaciones lejanas. Pero hay que evitar que se use agua del acueducto para regar, y proteger a las siembras –sobre todo a los vegetales de hoja – de los residuos tóxicos de los escapes de vehículos que les pasan cerca.

La infraestructura de la capital está destrozada. El acueducto necesita una reconstrucción para evitar la pérdida de casi la mitad del agua antes de que llegue a las casas, pero eso también sucede en Washington DC. Además, es necesario mejorar la calidad del agua potable. El alcantarillado de La Habana data de 1913, diseñado para 600 mil habitantes (el doble de la población entonces), y la ciudad tiene ahora 2,18 millones. Los efluentes se arrojan crudos a la Corriente del Golfo. Las calles son casi intransitables, excepto las vías por donde circulan ómnibus. Eso, unido al calor, la falta de piezas, los accidentes y al aumento de vehículos en las calles, ha hecho retroceder el uso masivo de la bicicleta, que tuvo un crecimiento espectacular a mediados de los ‘90s.

Un problema muy serio es la energía eléctrica. Cuba depende exclusivamente de generación termoeléctrica usando petróleo, que venía casi todo de la URSS. Un logro importante de la Industria Básica fue aumentar la producción nacional en más de cinco veces, hasta 4 millones de toneladas de petróleo y equivalente en gas acompañante. La electricidad se genera totalmente con crudo cubano, pero es un petróleo muy pesado y al parecer agresivo con las turbinas. Es posible que el cierre de la mitad de los centrales azucareros haya influido también, porque muchos se autoabastecían energéticamente quemando el bagazo de la caña, y servían a la población alrededor. A mediados de 2004 se produjo una crisis muy seria que terminó en la destitución del ministro del correspondiente ramo.

El transporte público descansa en ómnibus Diesel y el invento criollo del «camello», enorme transporte de perfil jorobado donde se compactan 220 personas. Existe un círculo vicioso: como el transporte público es tan deficiente, hay muchos más ómnibus propios de organismos estatales que los de servicio para toda la población. La paradoja es que estamos en la situación ideal para desarrollar un buen transporte público masivo que disuada el empleo de autos individuales; pero la realidad es que cada año crece el número de automóviles. Se ven menos autos americanos de los ‘50s, casi todo convertidos en taxis con motores Diesel muy contaminantes, los llamados «almendrones»; y también menos autos soviéticos que los habían empezado a sustituir. Ahora, sobre todo en la zona privilegiada del oeste, donde se concentran las empresas extranjeras o mixtas que operan en divisas, se ven cada vez más autos japoneses, sudcoreanos y franceses, cruzándose con el Lada resplandeciente de vidrios empapelados en negro y música disco ensordecedora de los «macetas» (nuevos ricos).

La vivienda es un viejo problema. El Estado ha hecho esfuerzos por atenderla, pero descansando siempre en la construcción masiva de nuevos conjuntos de edificios multifamiliares en altura. Las «Microbrigadas» fueron una experiencia interesante de esfuerzo propio con fuerte ayuda estatal, pero con el inconveniente de que los constructores no sabían construir, y para cuando aprendían ya habían terminado su edificio. De hecho, las «Microbrigadas» se paralizaron con el período especial tras la desaparición de la URSS. A pesar de los infinitos debates, no se pudo implantar el concepto de vivienda en crecimiento, porque depende de que el interesado pueda comprar fácilmente los materiales para crecer en el momento en que pueda y quiera.

El mantenimiento del fondo existente siempre fue subvalorado por la prioridad dada a la nueva construcción. Otros programas de construcción de obras sociales –hospitales, escuelas; y en un tiempo industrias – tuvieron mayor atención que la vivienda. Queda flotando el fantasma de cómo resistirá La Habana el paso de un gran huracán como el Iván de septiembre pasado (2004), con vientos de más de 300 kilómetros por hora. La paradoja es que la vida en esta isla depende en gran parte del agua que dejan los ciclones; y la vivienda ideal para todo el año, con grandes aleros y abierta a la brisa por todas partes, es la que peor se comporta ante un gran huracán. Nunca se puede tener todo.

Lea completa la segunda parte de la entrevista aquí.

Restaurante El Conejito
Restaurante El Conejito

Restaurante El Conejito.

Texto tomado de Café de las ciudades:

Arquitectos y administradores

Este proceso social y económico [la institucionalización del socialismo en Cuba] no se reflejó mecánica y simétricamente en la arquitectura y el desarrollo cultural cubano. O sea, si existía una ortodoxia ideológica marxista-leninista, que en el arte coincidió con el «realismo socialista»; a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, éste tuvo escaso seguidores en la isla – fue una excepción la multiplicación de monumentos conmemorativos por el territorio – manteniendo Cuba una actitud independiente respecto a la cultura artística predominante en la URSS (José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía). Desde la visita de Fidel al Colegio de Arquitectos en marzo de 1959 para plantear las nuevas tareas que debían acometer los profesionales – cooperativas campesinas, viviendas obreras, centros de educación y salud en la Sierra Maestra, etc. –, los miembros del jet set arquitectónico, opuestos a renunciar al ejercicio privado de la profesión y a los proyectos de temas suntuarios, emigraron hacia los Estados Unidos (Roberto Segre, «Encrucijadas de la arquitectura en Cuba: realismo mágico, realismo socialista y realismo crítico«) ajenos al principio martiano de que «la arquitectura es el espíritu solidario» (Fernando Salinas, «Prólogo: años de nacimiento«).

Ello creó un vacío generacional, ya que los diseñadores que dominaron el escenario de la década de los años cincuenta, con obras de indiscutible calidad estética, formal y espacial, y que ocupaban los cargos directivos en el Colegio de Arquitectos y en la enseñanza universitaria, no habían formado el relevo, en parte debido a la juventud de sus miembros, así como también por el carácter elitista de la profesión. Los pocos recién graduados – que además de su condición de talentosos profesionales, participaron en las acciones contra la tiranía –, decididos a permanecer en la isla y trabajar para el nuevo régimen integrados al Ministerio de la Construcción – Fernando Salinas, Raúl González Romero, Juan Tosca, Ricardo Porro, Andrés Garrudo, Antonio Quintana, Mario Girona, Hugo Dacosta, Vicente Lanz y otros –, no lograban asumir las crecientes demandas de obras y proyectos, además de los cargos docentes y administrativos indispensables para el funcionamiento de la enseñanza y de la producción.

En consecuencia, aconteció la formación acelerada de cuadros técnicos de precario nivel académico; y a la vez, ingenieros, constructores y arquitectos distantes de la práctica proyectual, afrontaron las tareas organizativas y productivas, distanciándose de los fundamentos estéticos de la arquitectura, al privilegiar los aspectos técnicos y económicos, obsesionados por la normalización y tipificación de los componentes constructivos, supuestos símbolos del progreso social y científico. Ellos fueron responsables de la arquitectura mediocre y masiva que surgió a partir de la década de los años setenta, caracterizada por el uso de elementos prefabricados de escasa calidad de diseño.

Influencias recíprocas: estética y construcción

El período comprendido entre 1959 y 1970, correspondió a la etapa más efervescente de la nueva arquitectura cubana. Aunque en términos económicos y tecnológicos se asumieron las experiencias constructivas y de la planificación territorial de la URSS y de otros países del campo socialista – en particular Alemania Democrática, Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia –, no existió una significativa influencia en el diseño o en las formulaciones teóricas. El primer contacto directo entre los arquitectos cubanos y los homólogos del Este europeo ocurrió en el VII Congreso de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) celebrado en La Habana en 1963. En esta ocasión, el arquitecto Reynaldo Estévez – uno de los profesionales más activos en los vínculos con la URSS –, editó las actas del V Congreso de la UIA celebrado en Moscú en 1958 (V Congreso de la UIA. Moscú, 1958), que resumían las realizaciones urbanísticas y arquitectónicas soviéticas de la segunda posguerra.

Sin embargo, cabe suponer que fueron los arquitectos de la URSS quienes admiraron la libertad creadora evidenciada en las obras cubanas, despertando el entusiasmo de Natalia Filipovskaya, autora de un pequeño libro muy ilustrado publicado en Moscú, con ejemplos de la década del cincuenta y primeros años de los sesenta (Natalia Filipovskaya, Arquitectura de la Revolución Cubana). . . .

El rescate del Constructivismo

La primera ayuda significativa de la URSS ocurrió en 1963 a raíz del ciclón Flora que arrasó con campos y poblaciones de las provincias orientales, destruyendo miles de viviendas. Fue obsequiada a Cuba una planta de prefabricación pesada, capaz de producir 1.700 unidades por año, que se instaló en Santiago de Cuba. Allí se construyó el Distrito «José Martí» para 72 mil habitantes, siguiendo las normas de relación servicios-población establecidas en la Unión Soviética (Roberto Segre, La vivienda en Cuba: República y Revolución). Sin embargo, no se aceptó el diseño original de los paneles, poco apropiados al clima tropical. Un equipo de arquitectos cubanos – Fernando Salinas, Enrique De Jongh Julio Dean, Edmundo Azze, Orlando Cárdenas y otros – proyectaron los nuevos modelos semitransparentes que permitían la ventilación cruzada de las habitaciones. O sea, en la década del sesenta resultaba evidente el avance «estético» de la arquitectura cubana, influenciada por el International Style de origen norteamericano, respecto a la tradición monumental aún presente, o al pragmatismo constructivo que prevalecían en la URSS bajo la orientación de Jruschov.

De allí que pocos arquitectos soviéticos participaron en los equipos de apoyo técnico diseminados en la isla, más vinculados a la planificación económica y a los procesos constructivas. Entre las visitas excepcionales, relacionadas con la cultura arquitectónica y el diseño, podemos citar a M. Soloviev, Director del Departamento de Diseño Industrial y a A. Riabushin, Director del Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura, ambos en Moscú. Sólo una decena de profesionales cubanos se formó en la URSS, sin alcanzar posiciones destacadas en su desarrollo profesional en la isla. En las publicaciones locales el interés estuvo dirigido hacia la experiencia constructivista de los años veinte, y el esclarecimiento de las contradicciones que llevaron a su paralización en los treinta con el fin de evitar que el dogmatismo y el burocratismo arquitectónico se repitiesen en Cuba. En 1968, Fernando Salinas promovió la traducción al español del libro italiano de Vittorio de Feo (Vittorio de Feo, La arquitectura en la URSS 1917-1936); e intenté publicar la emotiva autocrítica de A. K. Burov, miembro de la vanguardia de los «años de fuego», justificando las concesiones realizadas al historicismo académico en las obras realizadas a partir de 1933 (A.K. Burov, Sobre la Arquitectura).

Regionalismos y folklorismos

El proceso de «institucionalización» del país ocurrido después de la fracasada zafra de los diez millones de toneladas de azúcar de 1970, tuvo su repercusión también en la arquitectura. La autonomía proyectual de los arquitectos quedó doblegada por las estrictas normas establecidas por el Ministerio de la Construcción y la definición de rígidas tipologías planimétricas y compositivas para cada uno de los temas desarrollados, asociadas al empleo de elementos constructivos prefabricados. Cada tema poseía su propia configuración funcional y tecnológica: las industrias, las escuelas, las viviendas, los hospitales, los hoteles, etc.. Proliferaron los folletos técnicos y los libros referidos a la prefabricación y la economía de la construcción (Germán Bode Hernández, Hacia la industrialización del sector de la construcción).

A partir de 1975 la revista Arquitectura Cuba integró en sus páginas la arquitectura y el urbanismo soviéticos, en particular sobre aquellas repúblicas de la URSS que habían desarrollado un lenguaje «regionalista»; también influenciado por las ediciones masivas de los libros de Vladimir Khait sobre la obra de Oscar Niemeyer, demostrativos de la libertad creadora de un diseñador «comunista» latinoamericano (Vladimir Lvovitch Khait, Oskar Nimeeier). Un historicismo acontextuado apareció en la sede de la embajada de la URSS en el barrio residencial de Miramar, cuya alta, compleja y maciza torre era más apropiada para Alma Ata o Krasnoiarsk que para La Habana. Lenguaje formalista de escaso contenido conceptual que incidió localmente en la renovación estética de los años ochenta, al impulsarse nuevamente el turismo en Cuba y construirse algunos conjuntos hoteleros en falso vernáculo indígena.

Un campo ascético y moral

Durante la lucha revolucionaria contra Batista, los planteamientos sociales y económicos contenidos en el «Manifiesto del Moncada», no estuvieron acompañados de propuestas urbanísticas y arquitectónicas concretas. De allí que las iniciativas ejecutadas desde 1959 se fueron adecuando a las definiciones políticas e ideológicas del momento. Sin embargo, hasta la década de los años ochenta perduró el objetivo de privilegiar el desarrollo del campo y de los asentamientos de los trabajadores rurales sobre las estructuras urbanas. Si por una parte Stalin rechazó el utopismo «urbanista» de Sabsovich y «desurbanista» de Miljutin y fortaleció el desarrollo de Moscú como capital de la URSS; la dirección del nuevo gobierno no se identificó con La Habana, ciudad considerada pecaminosa y representativa de los vicios del capitalismo (Roberto Segre, «Sombres et utopies tropicales de La Havane«), asumiendo un criterio de planificación territorial antiurbano (Felipe J. Prestamo, «City planning in revolution: Cuba, 1959-61«). A finales de los años sesenta, los habitantes de la capital expiaron sus pecados trabajando en el hinterland rural del llamado «Plan del Cordón de La Habana», de escaso éxito productivo. Surgieron en todo el país las cooperativas rurales, pequeños núcleos de viviendas relacionados con la explotación agrícola y ganadera, equipados con los servicios sociales básicos, que sustituyeron los tradicionales bohíos aislados de los campesinos pobres. Era la aplicación de las tesis de Marx y Engels, quienes imaginaban el fin de la contradicción entre los niveles de vida del campo y la ciudad, con el advenimiento del socialismo. Resultó un modelo paradigmático la Comunidad Forestal «Las Terrazas» en la Sierra del Rosario, Provincia de Pinar del Río (1969).

El objetivo principal de la planificación territorial consistió en crear una estructura homogénea de asentamientos habitacionales y productivos, superando los desequilibrios estructurales profundizados a lo largo de cuatro siglos: por ejemplo en 1958, La Habana moderna y desarrollada concentraba el 30 % de una población de alto nivel de vida, en detrimento de las condiciones precarias existentes en el resto del país. La tecnificación de la producción agrícola y el asentamiento de nuevas industrias crearon «polos» urbanos en las áreas rurales, intercomunicados entre sí por un nuevo sistema vial (Sergio Baroni Bassoni, Hacia una cultura del territorio). Se llevaron a cabo importantes obras de infraestructuras, entre las que predominaron las represas de agua, cuya escasez constituía uno de los principales problemas que confrontaba la isla.

La reorganización del territorio significó también la participación comunitaria en las tareas productivas y en la gestión administrativa, creando una conciencia social del desarrollo económico del Estado, no como consecuencia de directivas del poder distante, sino de las decisiones emanadas de los diferentes niveles políticos del país. El rechazo a la ciudad heredada se manifestó en la construcción de un sistema funcional – escuelas, fábricas, hospitales, centros de investigación, hoteles – en un anillo periférico bordeando las capitales provinciales – Santa Clara, Camagüey, Holguín, etcétera. –, representando lo que se llamó «el mito de lo nuevo»; o sea, el modelo urbano que debía sustituir la ciudad tradicional (Roberto Segre, «La Habana siglo XX: espacio dilatado y tiempo contraído»). Propuesta que fracasó ante la carencia de un tejido conectivo que integrase espacialmente las diferentes funciones y permitiese una vitalidad social similar a la existente en el centro histórico. Cabe señalar también la escasa madurez conceptual de los fundamentos ideológicos del modelo, formulado en otro contexto y otro tiempo histórico, que no fueron adaptados a las condicionantes particulares de la realidad cubana.

La utopía del «hombre nuevo»

Sin lugar a dudas, la organización de la educación en la década del setenta logró la expresión urbanística y arquitectónica más importante del sistema «comunista» cubano. A partir de una tecnología constructiva local – el sistema «Girón» – de elementos prefabricados, fueron realizadas centenares de escuelas de diferentes dimensiones, entre 500 y 5.000 alumnos. A partir del programa definido como «la escuela al campo» para la enseñanza secundaria, se organizaron verdaderas «ciudades» de la educación, sumergidas en el territorio agrícola, con el fin de formar el «hombre nuevo» del siglo XXI caracterizado por el Che Guevara (Ernesto Che Guevara, «El socialismo y el hombre en Cuba»). A pesar de las rígidas normas técnicas y tipológicas imperantes, el equipo de arquitectos del Departamento de Construcciones Escolares del Ministerio de la Construcción, dirigido por Josefina Rebellón, logró combinaciones formales, volumétricas, espaciales y cromáticas que identificaban la particularidad de las composiciones libres y asimétricas, las amplias galerías cubiertas y las plazas interiores de las escuelas.

Entre las más significativas citemos la Escuela Vocacional Lenin (1974) de Andrés Garrudo en La Habana; la Escuela Vocacional Máximo Gómez (1976) en Camaguey y la Escuela Volodia del Parque Lenin (1976) de Heriberto Duverger. Esta tipología constructiva fue aplicada en múltiples obras, entre las que sobresalieron los Palacios de los Pioneros; del Parque Lenin (1978) de Néstor Garmendía, y de Tarará (1975) de Humberto Ramírez, ambos en La Habana. A su vez, el modelo de la Secundaria Básica en el Campo se convirtió en un icono arquitectónico representativo de la nueva pedagogía revolucionaria, siendo exportado a varios países de América Latina y el Caribe: Jamaica, República Dominicana, Nicaragua y Perú.

Las viviendas anónimas

Aunque durante cuarenta años el Estado realizó un promedio de diez mil viviendas anuales, este tema fue el menos exitoso en cuanto al diseño arquitectónico y urbanístico. La Habana del Este (1959-61), primera gran iniciativa de un conjunto habitacional, fue realizado a partir del modelo de la Unidad Vecinal norteamericana y de una tipología de edificios similares a los apartamentos burgueses del barrio del Vedado. Ante el supuesto costo excesivo de esta experiencia – apreciación que se demostró errónea, ya que los edificios se mantienen en perfecto estado de conservación, cosa que no ocurrió con las viviendas de la «Microbrigada» (Mario Coyula, «La ciudad rampante. Cuando éramos jóvenes y hermosos«) –, se comenzaron a construir bloques anónimos de cuatro plantas con elementos prefabricados. Tuvieron mayor calidad constructiva y formal los edificios realizados con las piezas de la fábrica soviética de Santiago de Cuba, aunque la rígida distribución urbanística, creó espacios anónimos y deshumanizados. Otros sistemas importados de Yugoslavia – el IMS – y de Canadá – el LH – también poseían una alto nivel de terminaciones y de combinaciones formales, pero adolecían, en los conjuntos construidos, de los defectos compositivos, rígidos y abstractos, repetidos en todos los países socialistas de Europa del Este.

Las propuestas experimentales de Fernando Salinas – el sistema Multiflex –; del venezolano Fruto Vivas; de las unidades ligeras de Hugo Dacosta; y en los años ochenta, de los jóvenes Juan Luis Morales y Rosendo Mesías para colaborar con la autoconstrucción en la ciudad histórica, no fueron asimiladas por el Ministerio de la Construcción. Cuando en 1970 se inició la construcción de bloques artesanales por el sistema de la «Microbrigada» , la participación popular hubiese permitido una variedad de diseños que no fue implementada: la rígida normativa institucional hizo repetir ad infinitum los bloques de apartamentos. Cierta libertad formal quedó implementada en los años ochenta, al llenarse los vacíos de la ciudad tradicional con edificios atípicos, pero la baja calidad constructiva invalidó cualquier propuesta estética. Al promoverse en los años noventa la realización de viviendas para residentes extranjeros en el aristocrático barrio de Miramar, se utilizaron repertorios historicistas, similares a los utilizados en las viviendas de lujo de los países capitalistas (Joseph L. Scarpaci, Roberto Segre, Mario Coyula, Havana. Two Faces of the Antillean Metrópolis).

La creatividad de los años sesenta

La rigidez característica del estado socialista, implícita en las decisiones emanadas desde el poder central, no pudo doblegar la iniciativa individual de los arquitectos de talento, deseosos de expresar creativamente los contenidos humanistas de la ideología marxista-leninista. Afortunadamente, el sistema cubano de dirección de la construcción no poseía las mismas estructuras burocráticas imperantes en la URSS y los países de Europa del Este. Tampoco fueron promovidas por el gobierno construcciones monumentales de sedes partidarias o de la administración pública, al utilizarse los edificios de la década de los años cincuenta, vaciados al desaparecer la empresa privada. Resultó una excepción el edificio del PCC en Sancti Spíritus, integrando la tribuna para los desfiles patrióticos.

A lo largo de estos cuarenta años existieron algunos pocos grados de libertad que permitieron crear obras arquitectónicas paradigmáticas que caracterizaron la personalidad de las sucesivas décadas. En los años sesenta, la carencia de una clara planificación económica y de una estructura piramidal de decisiones, hizo posible algunos ejemplos de innegable valor estético: en La Habana, el conjunto de las Escuelas Nacionales de Arte, de los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi (1961-1965), surgió en el bucólico paisaje del Country Club, y sus formas libres, expresivas e inéditas, resumieron las metáforas culturales – la fusión de los códigos de la modernidad, la tradición colonial y el rescate de la cultura negra –, representativas de la etapa «surrealista» de la Revolución (esta obra, difundida mundialmente, en proceso de restauración, luego de décadas de abandono, todavía atrae la atención de las editoras y revistas especializas de Estados Unidos y Europa; ver John Loomis, Revolution of forms. Cuba´s forgotten Art Schools.). La Ciudad Universitaria «José Antonio Echeverría» (1961-1969), también en las afueras de la capital, realizada por un equipo dirigido por Humberto Alonso y posteriormente por Fernando Salinas, demostró la flexibilidad de un sistema de elementos prefabricados – el lift-slab de origen canadiense –, adaptado a la topografía del terreno y a la diversidad de funciones exigidas por el Instituto Politécnico.

También en el céntrico barrio del Vedado – La Rampa –, se quiso demostrar el nuevo uso social de la tierra urbana, en un espacio que en la etapa anterior era reservado para la presencia de costosos edificios de oficinas o hoteles de lujo. La construcción del Pabellón Cuba (1963) de Juan Campos y la heladería Coppelia (1966) de Mario Girona, monumentalizaron dos espacios públicos dedicados a la recreación cotidiana de los habitantes urbanos. En la provincia oriental de Holguín, el arquitecto Walter Betancourt proyectó la Casa de la Cultura de Velasco (1964-1984) por iniciativa del gobierno local, realizada con la participación comunitaria. En ella utilizó un lenguaje regionalista y sincrético, que integró la formación wrightiana del arquitecto con la herencia campesina y los elementos decorativos indígenas de taínos y siboneyes.

Imaginación vs. masividad

En los años setenta, período caracterizado por el dogmatismo ideológico y la rigidez de las normas constructivas aplicadas en las obras sociales de carácter masivo, los símbolos estuvieron relacionados con la naturaleza recuperada y la significación del «diseño ambiental» como síntesis entre las manifestaciones artísticas, el diseño, la arquitectura y el urbanismo. Antonio Quintana (1919-1993) con un equipo de profesionales realiza el centro recreativo del Parque Lenin (1970), identificado por la espacialidad y transparencia del restaurante «La Ruina» de Joaquín Galbán, quien magnifica y monumentaliza los elementos constructivos prefabricados utilizados en las obras anónimas, otorgándoles una particular significación estética. Luego, Quintana proyecta el ligero y transparente Palacio de las Convenciones (1979) de La Habana, cuyos salones quedan circundados de la exuberante vegetación tropical del lujoso y exclusivo barrio de Cubanacán.

Finalmente, Fernando Salinas (1930-1992) construye la Embajada de Cuba en Ciudad México (1976), obra que sintetiza las búsquedas estéticas y culturales de dos décadas de socialismo: una arquitectura sobria y liviana, metáfora de las escuelas en el campo, caracterizada plásticamente por la presencia de gráficos, escultores y pintores, con obras expresivas de la vanguardia cubana. La fuente «Aguas Territoriales» de Luis Martínez Pedro que preside la entrada, identifica los múltiples tonos turquesa del mar del Caribe que circundan la isla.

El regreso a la ciudad

En los años ochenta ocurrió el rescate de la ciudad tradicional, que había sido abandonada durante casi dos décadas. Al obtener La Habana el reconocimiento de la UNESCO de «Patrimonio Cultural de la Humanidad» (1982), la atención de las intervenciones estatales se orientó hacia la recuperación de los monumentos en los centros históricos: las iniciativas de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, transformaron la imagen decrépita del centro histórico en un espacio de gran vitalidad social, comercial y turística. A su vez, la descentralización de los proyectos, permitió la ejecución de obras atípicas promovidas por los poderes municipales – en La Habana tuvo particular importancia la gestión de Mario Coyula (Mario Coyula, Editor, La Habana que va conmigo) –, facilitando la participación de los arquitectos jóvenes, quienes cuestionaron el anonimato de la arquitectura prefabricada de la década anterior.

Se creó el movimiento de la «Generación de los Ochenta», constituida por Emilio Castro, Rafael Fornés, Juan Luis Morales, José Antonio Choy, Emma Álvarez Tabío, Eduardo Luis Rodríguez, Teresa Ayuso, Francisco Bedoya y otros. Ellos intervinieron en los vacíos urbanos con obras que resentían la influencia del historicismo contextualista del «posmodernismo», proveniente del Primer Mundo. Resultó paradigmática de esta etapa el consultorio del médico de la familia en La Habana Vieja (1988) de Eduardo Luis Rodríguez y la gasolinera «Acapulco» en el Vedado, de Heriberto Duverger (1990). Sin embargo, como los procesos históricos sociales y culturales no resultan lineales, en esta década, caracterizada por la apertura ideológica y el apoyo a las manifestaciones artísticas de vanguardia, coexistió un retorno a las expresiones monumentales del «realismo socialista». En casi todas las provincias fueron erigidos monumentos conmemorativos que asumieron el modelo soviético, ya presente en La Habana en la escultura de Lenin realizada por el artista ruso Kérbel. Citemos el monumento al Che Guevara en Santa Clara y a Antonio Maceo en Santiago de Cuba. Resultaron una excepción el conjunto conmemorativo a la caída en combate de Antonio Maceo en las afueras de La Habana de Fernando Salinas, y la Plaza de la Revolución Mariana Grajales del equipo Rómulo, Villa, Angulo, García Peña (1986) . En los años noventa, el simbolismo de la estatua de Lenin fue sustituido por la figura en bronce de John Lennon, sentando en un parque del Vedado.

Incógnitas y ambigüedades

En los años noventa, la crisis económica producida por la desintegración del mundo socialista y la desaparición de la URSS, paralizó casi totalmente las obras de contenido social. El turismo se convirtió en el motor de la economía y se importaron proyectos extranjeros de carácter comercial y de escasos contenidos culturales y estéticos. Dentro de la precariedad económica del «Período Especial en Tiempos de Paz», imperante en la última década del siglo XX, sobresalieron los proyectos de José Antonio Choy y su equipo: el hotel Santiago de Cuba (1990) y el Banco Financiero Internacional (2001) en La Habana, obras que intentaron reintegrar a Cuba en el concierto arquitectónico mundial y en el manejo de los códigos de la contemporaneidad, más allá de todo determinismo ideológico. La presencia del dólar como moneda corriente hizo resurgir el tema de los shoppings, abandonado desde la década de los cincuenta, produciéndose edificios banales de corte kitsch.

Ante las incógnitas de un futuro incierto, algunos críticos y arquitectos locales desataron una crítica contestataria de la arquitectura «comunista», o sea, de las obras masivas construidas entre las décadas de los años sesenta y ochenta, promoviendo el rescate nostálgico – y veladamente ideológico – de las realizaciones de la década de los años cincuenta (Eduardo Luis Rodríguez, The Habana Guide. Modern Architecture 1925-1965). Postura injusta y tergiversadora de la realidad: a lo largo de más de cuatro décadas de socialismo, jamás se rompió el hilo conductor de la cultura arquitectónica cubana – originada en el Movimiento Moderno de la etapa anterior – en las obras paradigmáticas de cada período.

Por otra parte, es lícito afirmar que un estilo «comunista», de ascendencia soviética, monumental y apologético, nunca existió en Cuba. Pese a las complejas dificultades que afrontó el país desde 1959, no se doblegó la creatividad y originalidad de los profesionales quienes, luchando a contracorriente del pragmatismo hegemónico de los organismos centrales del Estado, buscaron aplicar los principios del humanismo martiano – en antítesis con dogmas y estructuras burocráticas –, manteniendo viva la tradición y la identidad cultural de la arquitectura – estrechamente vinculados a la vanguardia artística (la UNEAC, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, jugó un papel fundamental en la defensa del carácter «artístico» de la obra arquitectónica. En 1990, por iniciativa de su presidente, Abel Prieto, el presidente de la Sección de Crítica, Roberto Segre, creó la Sección de Diseño Ambiental, que fue presidida por Fernando Salinas; a esta iniciativa se opuso el Ministerio de la Construcción y la UNAICC, Unión de Arquitectos, Ingenieros y Constructores de Cuba, aduciendo el carácter «elitista» de aquella agrupación) –, representativas de una cubanidad identificada con el sincretismo de su literatura, música y artes plásticas, surgido del mestizaje social, incapaz de ser destruida por los altibajos de los sistemas políticos.

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Blúmer
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Blúmer. 1980s. Colección Cuba Material.

En Open Cuba: Cuba: Las dos islas:

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El “Louvre”. En el capitalismo era una famosísima joyería y tienda exclusiva de objetos de arte. En los 80 floreció con el mercado paralelo. Es Galeano y San Rafael, a pocos metros de “Fin de Siglo”. Fue aquí donde primero compré un pantalón “decente” en el año 1986, me costó 60 pesos y era “fuera de la libreta” porque esta tienda era del famoso mercado paralelo, la primera que surgió en La Habana  donde se compraba ropa “por la libre”. A algunos les sorprenderá esta nomenclatura socialista, pero en aquella época los cubanos todos estábamos “normados”… por una libreta que nos asignaba desde un simple calzoncillo hasta la prenda más imprescindible de uso personal. Y hablo de imprescindible porque entre un calzoncillo y un pantalón la masculina prenda exterior (el pantalón) cobraba una importancia superior ante la prenda interior, después de todo nadie se enteraba si debajo de ese costosísimo pantalón de 60 pesos mi mas importante posesión del momento era resguardada por un mundano calzoncillo. ¡Cuántas veces no existía ese precioso calzoncillo!
Leer  y ver las imágenes en Open Cuba.
Interior de restaurante La Faralla
Interior de restaurante La Faralla

Interior de restaurante La Faralla, en el Parque Lenin. Imagen tomada de la revista Arquitectura y Urbanismo. 2013.

Tomado de la revista Arquitectura y Urbanismo vol XXXIV no. 1/2013 (h/t Arquitectura Cuba):

El Parque Lenin fue concebido en 1969, durante una visita que hiciera el presidente Fidel Castro a la vecinapresa Ejército Rebelde, en aquel entonces en fase determinación. Aunque las primeras obras comenzarona funcionar desde 1971, no fue hasta el siguiente añoque quedó fijada su inauguración.El Parque forma parte de un complejo paisajísticopropuesto para el sur de la ciudad de La Habana, con elobjetivo de fomentar la recreación sana de la poblacióny aumentar el escaso índice de áreas verdes per cápitaheredado de épocas anteriores.La zona seleccionada, comprendida entre la calle 100,la Calzada de Bejucal, la carretera de El Globo y la hoycarretera a Expocuba, en el municipio Arroyo Naranjo,abarcaba unas 670 hectáreas, y estaba integrada ensu mayoría -con excepción de dos grandes fincas: PasoSeco y Cacahual-, por pequeñas parcelas dedicadas alautoconsumo de los campesinos de la zona, por algunasvaquerías y por tierras improductivas.El equipo designado para realizar el proyecto estuvodirigido por el arquitecto Antonio Quintana e integradopor los también arquitectos Mario Girona, Juan Tosca,Joaquín Galván, Selma Soto, Hugo D’Acosta, MercedesÁlvarez, Thelma Ascanio, Sara Blumenkranz y Rita MaríaGrau, entre otros.

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Además del diseño naturalista que protagonizabael concepto del parque, fue creado un conjunto deinstalaciones gastronómicas, recreativas y culturalespara complementar el complejo. Entre las gastronómicasse destacan los restaurantes Las Ruinas, La Farallay Los Jagüeyes; las cafeterías Infusiones 1740 y ElGalápago de Oro; así como un total de trece quioscosdiseminados por el parque. Entre las recreativas yculturales son significativos el acuario en forma deespiral y el anfiteatro al aire libre con pista flotantesobre el embalse de agua.

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Restaurante Las Ruinas

Concebido como una instalación de lujo, esterestaurante se levantó sobre los restos de una edificaciónque existía en el área seleccionada. En su arquitecturase destacan los elementos prefabricados de ortogonalgeometría que se superponen unos a otros formandodiversas tramas espaciales, que llega en algunosmomentos a ser más aparatosa que escenográfica(Figura 3). La estructura partió del sistema ideadopara el parque, pero con la adición de una ampliagama de elementos atípicos que permitió la grandezaarquitectónica que se pretendía para esta obra.
Así se mezclan la compleja estructura prefabricada de hormigón armado,con vitrales y rejas de ascendencia tradicional. Posee pisos de mármoles,carpintería de maderas preciosas y un mobiliario de estilo que incluyó variaspiezas extraídas directamente de casas abandonadas por sus propietarios*, así como la reproducción de otras tantas que seguían modelos de probadafrescura y fortaleza. Las barandas del piso alto, las de la escalera y las delos balcones, fueron trabajadas con herrería forjada que, de igual manera,reproducen modelos de la arquitectura colonial.
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En la actualidad, el restaurante funciona solamenteen su planta baja; el nivel superior está desmanteladoy cerrado al público, en espera de una próximarestauración. La exquisita carpintería del edificio,concebida de piso a techo con tablillas francesas, estáen mal estado y para su cierre se emplean objetos ajenosal diseño original, lo que ofrece una imagen inapropiada,de abandono y falta de sensibilidad. El mobiliario delbar, que en sus inicios estaba integrado por mesas contapas de mármol y reproducciones de sillas Thonet,ha sido sustituido por ejemplares plásticos, cubiertoscon manteles baratos que desentonan con el lujo queaun se manifiesta en la instalación. Las lámparas devidrio emplomado que complementaban el área todavíaexisten, pero indudablemente no forman parte del actualdiseño del espacio interior. Las terrazas, donde otrorase exhibían juegos de muebles coloniales de hierrofundido, hoy están desamobladas o poseen mobiliarioplástico.
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Restaurante La Faralla

Esta sugestiva instalación fue diseñada por losarquitectos Juan Tosca y Selma Soto con el empleo delsistema constructivo ya mencionado. Fue concebidacomo un restaurante de autoservicio al cual se accedepor una amplia escalinata de losas prefabricadas…
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En el portal, la presencia de varios juegos demobiliario confeccionados íntegramente con la palmareal como materia prima, le otorgaba al sitio unambiente bucólico y familiar. Los servicios sanitariosfueron ubicados al exterior en cabina independiente,con el objetivo de que pudieran ser usados por otrosvisitantes del parque. Todo el basamento delrestaurante fue recubierto con la piedra local y estabarodeado de áreas verdes, caminos de cemento y murospétreos que alternaban con elementos del mobiliariourbano.
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La Faralla fue un sitio de habitual selección paraaquellos que llegaban al parque. Su peculiar fachada,el contacto con la naturaleza y la excelente ofertagastronómica, hacían del mismo una opción congarantía. En la actualidad, el restaurante y los serviciossanitarios están cerrados y con muestras evidentes dedeterioro; no posee mobiliario y sus áreas exteriorespresentan un notable abandono.

Restaurante Los Jagüeyes
Este restaurante, también de autoservicio, eraotro de los más frecuentados por las familias que enépocas pasadas acudían al Parque Lenin en busca de unalmuerzo dominical. Fue proyectado por Andrés Garrudoy Thelma Ascanio, quienes utilizaron la losa típica delparque tanto para cubiertas como para la estructura ylos cierres verticales. Rodeado de un agradable bosque,levanta su imagen nívea y bien proporcionada sobre unbasamento de la ya mencionada piedra local…
Hoy en día la imagen del restaurante ha cambiadobastante: la estructura del inmueble no ha recibidoatención en muchos años, por lo que presenta manchasde humedad y suciedad; en las luminarias del techo,todavía con su diseño original, no hay ni un solobombillo; los muebles están despintados y adolecen dela falta del mantenimiento general tan necesario en unainstalación gastronómica. Los exteriorestambién están abandonados, y para proteger el edificiocontra el vandalismo se han colocado rejas a ventanas ypuertas con un diseño discordante.La dudosa higiene, la desidia y el descuidado aspectode los empleados, producen un efecto negativo en lospocos usuarios que se arriesgan hoy en día a llegarhasta ese intrincado lugar en busca de una comidarápida y económica.

Cafetería El Galápago de Oro

El arquitecto Mario Girona resolvió el gran techopara esta cafetería de autoservicio con el empleo de laestructura de una antigua vaquería existente en el lugar.Las columnas originales fueron embebidas en pesadospilarotes enchapados en la piedra local y la cubierta fuerodeada de un ancho pretil con gárgolas que jalonan elperímetro de la instalación. La decoracióninterior, en un lenguaje rústico y sencillo, fue resueltacon redes de soga y otros materiales naturales quecomplementaban armónicamente la arquitectura de lainstalación, sin llegar a sobrecargarla.Hoy, el gusto kitsch invade el establecimiento: lassogas, redes y otros materiales rústicos han sidosustituidos por cercas de alambrón y planchuelasornamentales pintadas en vivos colores, y la gráfica yotros elementos decorativos discrepan con el discurso original. Afortunadamente, el simpáticomural exterior que enmascaraba el acceso a las áreasde servicio, obra del artista Reinaldo López Hernández,se mantiene en buen estado, así como la jardinería y loscaminos exteriores.

Quioscos

Los quioscos también fueron diseñados con el empleodel elemento prefabricado que caracteriza el parque, ysu concepción como un objeto abierto, espacioso y de justa proporción, se integraba con acierto al paisajecreado en la zona. Fueron distribuidos equitativamenteen las áreas del parque, entre bosques, cercanos a lasvías y a orillas de senderos, de manera que la ofertagastronómica llegara a los más distantes lugares de lainstalación. En las primeras décadas de vida del ParqueLenin, estos quioscos eran los únicos en toda la ciudadque ofrecían una variada gama de confituras, refrescos,y otras golosinas, los cuales se podían alcanzar despuésde una larga y no siempre bien organizada cola. Tambiénlos quioscos fueron pintados en color blanco para dialogarcon el resto de las construcciones y representaban enmedio del paisaje verde un puesto para el descanso y eldiálogo más cercano. En la actualidad, los quioscos seencuentran prácticamente desiertos. Su imagen originalha cambiado, con un color y una gráfica inadecuados.
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El Acuario

Esta instalación fue concebida para peces de aguadulce, y su diseño original en forma de espiral permitiósu localización en un terreno relativamente pequeño. Eneste sugerente proyecto la arquitecta Thelma Ascaniono empleó el sistema constructivo utilizado en el restode las edificaciones del parque, y en su defecto creó otragama de componentes prefabricados para darle formaal supuesto caracol.El acuario brinda al espectador la posibilidad de unrecorrido largo, pero agradable: las peceras ocupan unapared de la senda mientras que la otra queda matizadapor los colores de luminosos vitrales.
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El Anfiteatro

Quizás una de las edificaciones más atractivas delParque Lenin lo fuera el anfiteatro con un escenarioflotando sobre el embalse de agua que centra elcomplejo. Proyectado por Hugo D´Acosta y MercedesÁlvarez, esta obra constituyó un tributo tropical a losanfiteatros griegos y romanos. Los asientos para elauditorio fueron construidos con bloques de piedracaliza tallada en forma de sillas y butacas, y entreellos crecía la hierba en forma controlada a modo deambientación natural. Se dice que las piedrasutilizadas para esta construcción fueron sobrantesde la construcción del Capitolio Nacional, pero espoco probable que sea cierto, ya que el Capitolio fueconstruido con piedra de Capellanía y las que integranel anfiteatro no lo son.El escenario flotante de esta instalación constituyóen su momento una novedad, ya que era una balsametálica, con tecnología teatral, construida por primeravez en el país. Las funciones nocturnas en este enclavefueron muy acogedoras, descontando el agobio queproducían los siempre impertinentes mosquitos.
En la actualidad, el anfiteatro también ha sido víctimade la desidia. Sus cabinas tecnológicas, serviciossanitarios y otras instalaciones complementarias, todasterminadas en piedra, se encuentran abandonadas,han sido saqueadas y están llenas de desperdicios. La balsa permanece herrumbrosa en susitio original, en el cual el protagonismo de las plantasacuáticas y los desperdicios empaña la transparenciade las aguas.
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Conclusiones

El complejo recreativo cultural Parque Lenin fueun ejemplo notable de arquitectura ligada al paisaje,fiel representante de las aspiraciones de la sociedadcubana a principios de la década de 1970. En su creaciónparticiparon los más destacados profesionales cubanosde la época bajo la orientación precisa de Celia SánchezManduley. Aunque puede ser criticable su conceptoproyectual, en función del automóvil, sin caminos oaceras para la circulación de peatones; y su ubicaciónen las afueras de la ciudad, en una zona de difícil accesopara la mayoría de la población, en su diseño aunó piezasarquitectónicas de gran valor, que aun hoy día constituyenun locuaz testimonio de los tiempos en que fue creado.También es digna de destacar la calidad constructivacon que contaron los edificios y el paisaje artificial, y laelegancia y mesura en la decoración de los interiores,en los cuales se supo caracterizar cada una de lasinstalaciones con un mobiliario adecuado a la funciónque desempeñaban, que incluyó hasta el vestuario delos empleados.Hoy en día el carácter primitivo del parque se ha perdidocasi en su totalidad. Varias de las instalaciones másdemandadas están cerradas, abandonadas o carecende mantenimiento. Las que aun funcionan incorporanun cuestionable lenguaje kitsch en la gráfica y en laambientación general de sus espacios, que desentonancon el lugar y des caracterizan la arquitectura. Por otrolado, el paisaje prístino está contaminado con kioscos,parrilladas y otros servicios de carácter provisional,que sumados a la música que se amplifica y a la ventade cervezas y bebidas similares vulgarizan el entornorecreativo y atentan contra la concepción de uso familiarque tuvo en sus orígenes. (…)
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Cartel de Coffea Arábiga
La Yaya
La Yaya. Imagen tomada de On Cuba. 2013.

La Yaya. Imagen tomada de On Cuba. 2013.

Publicado en On Cuba sobre el poblado La Yaya, 240 apartamentos en cinco edificios de microbrigada, inaugurados en 1972 en las montañas del Escambray:

De 61 años, Tiburcia Hernández López: “El 25 de enero fue la primera mudada y ese día vine a conocer el pueblo, y me gustó, y me mudé el 6 de febrero de 1972. Yo vivía en Biajaca, después de aquel valle que ves allá, en una casa de campo. Tenía que pasar el  fango y el río para ir al trabajo. Había viviendas y tierras por esa zona que estaban donde iban a hacer las vaquerías. Estuvimos de acuerdo con venir a vivir aquí. La casa nos la daban con todo. Ya de esas cosas quedan pocas, pero la daban con fogón, juego de muebles, juego de cuarto y, según los miembros del núcleo, daban la cantidad de camas. A mi papá le pagaban una pensión por esa tierra que dejó  y que, cuando  aquello, era de sesenta  y pico de pesos.

“Sí, aquí vivió mucho tiempo Sergio Corrieri y su mamá. Vivieron también la doctora Graziella Pogolotti y Flora Lauten, que fundó un grupo de teatro, La Yaya se llamaba, y en el que  estuvo mi papá. Flora montaba las obras y ellos las hacían. Fueron a La Habana a actuar y cogieron hasta fama por aquí por la zona. Yo vi La Vitrina tonga de veces. Mi esposo tenía un camión y, cuando el grupo Escambray hacía función, nos montábamos y corríamos detrás de ellos para donde fueran”.

De 65 años, Omar Jaime: “Cuando vine en el 72, el pueblo estaba nuevo. Cuando aquello, todo era nuevo, pero al pueblo le pasan los años como a nosotros, que estamos viejos ya. Mira, yo vine aquí porque tenía casa en Las Torres, y  allí iban a hacer una vaquería. Yo no quería venir para acá. Teníamos la tierrita y cuando empezó la empresa La Vitrina, fuimos afectados por las vaquerías. Fíjate que yo ni pago esta casa, ni pienso pagarla, porque yo tenía mi casa allá con todo y no molestaba a nadie. Sí, estos apartamentos hay que pagarlos, pero yo no lo voy a pagar. No estuve de acuerdo con venir. Vine porque decían que mi casa estorbaba. Allá yo criaba y aquí es difícil.

“¿Que te hable del teatro? Habla tú con aquel hombre de la camisa roja que está jugando dominó, Jesús, que él trabajaba en un grupo de teatro”.

De 85 años, Jesús Oliva López: “Yo actuaba en el grupo de teatro La Yaya, que fundó en este pueblo Flora Lauten. Muchos de los actores que estaban ya fallecieron, éramos más o menos 12 personas. El que quisiera podía estar en el grupo. Nosotros aquí hicimos muchas obras, Los dos hermanosLa Vitrina, y más. Había una en que yo era un personaje llamado Iluminado, y mi mujer, que en paz descanse, se llamaba Rosa. Yo me acuerdo que en la obra le decía “Edelmira, cállate que te voy a dar un planazo”. Y fuimos a actuar a La Habana y todo.

“Vivo allí, en la casa 24 del edificio 3. Antes vivía en Los Cocos, eso queda en Barajagua, y nos mudaron para aquí porque el terreno que yo tenía hacía falta para  hacer un plan lechero, y fue una comisión y conversó conmigo para que entregara la tierra. ¿De acuerdo? Sí, estuve de acuerdo”.

La gente vieja de La Yaya recuerda el día en que Fidel se paró en la loma donde ahora está el pueblo y miró el valle, o sea, la parte de Escambray que le quedaba en frente, y dijo que ese era el lugar donde se construiría una empresa para la producción de leche, una empresa tan “transparente como una vitrina” de cristal.

Eso sucedió en el 1970, y dos años después recién se terminaba de construir La Yaya, y la gente que nació en el lugar equivocado, la gente que hoy es gente vieja allí y a la que yo fui buscando, comenzó a mudarse al pueblo.

De acuerdo con la resolución No259/76 del Ministro de La Agricultura, el día  15 de diciembre de 1976 quedó oficialmente constituida la Empresa Pecuaria La Vitrina, cuyo propósito fundamental entonces era la producción de leche.

Las tierras pertenecientes a la empresa serían las tierras donde vivía la gente vieja de La Yaya, y ellos mismos serían los trabajadores de la empresa, y el Escambray empezaría a desarrollarse económicamente como región con uno de sus sectores fundamentales: la ganadería.

Al Escambray se trasladaron grupos de ordeño mecanizado tipo ALFABAL, de procedencia sueca, termos de frío, camiones, cosechadoras. Era esta una empresa pensada para la cría artificial de terneras y la aplicación de inseminación también artificial. Vaquerías por toda esta zona del Escambray. Mucha pangola sembrada, que es adecuada para que el ganado se alimente. Vacas de buenas razas europeas, Holstein y Bronwi Swis, que darían treinta y dos litros de leche diarios cada una.

De 67 años, María Eugenia Álvarez: “Nosotros fuimos de la segunda mudada para acá, hizo el  otro día cuarenta y un años de eso. Yo vivía allá, mira, por aquellas lomas, allá vivíamos nosotros, lejísimo en el campo, en una granja que ahora es una cooperativa. Mi esposo tenía un pedazo de tierra y entonces nos dieron esta casa. Iba una comisión y hablaban con los campesinos, para ver si estaban o no de acuerdo con venir para la  comunidad. Nosotros sí quisimos porque teníamos tres niñas y vivíamos muy lejos en el campo, y la escuela quedaba como a 4 o 5 kilómetros, pero muchos no estaban de acuerdo porque no les gustaba el pueblo. A mí sí, no quería que las niñas pasaran trabajo y le dije a mi esposo “yo me voy”, y nos dieron esta casita con todo dentro, estos muebles, fogones, cama, ropa de cama, todo. Y de aquí no me voy hasta que me saquen para el cementerio.

“Sí, tú dices La Vitrina, la obra, sí, si nosotros fuimos los fundadores de todo eso. Yo y mi esposo trabajábamos en el ordeño mecánico. Esa obra la hizo aquí el grupo Escambray”.   

Tarja en el edificio de la esquina de 12 y 23
Tarja en el edificio de la esquina de 12 y 23

Tarja en el edificio de la esquina de 12 y 23. Vedado.

En Habanemia: El edificio del socialismo:

El edificio Sarrá tenía más o menos la edad actual de la revolución cuando esta llegó al poder en 1959. Dos años más tarde, en abril de 1961, a los pies de este inmueble de cinco pisos, enclavado en Veintitrés y Doce, una de las esquinas más céntricas de El Vedado, fue declarado por Fidel Castro el carácter socialista del proceso revolucionario. …
Tal como se derrumbó el llamado socialismo real por el peso abrumador de la realidad, en estos días corre peligro de desplome este simbólico edificio, que había pertenecido a uno de los mayores casa tenientes de la ciudad y, por tanto, uno de los más grandes expropiados por el nuevo gobierno. Como si de un barco se tratara, hace más de veinte años fue empotrada en su quilla una especie de mascarón de proa, una enorme tarja —o tinglado o tropel— que representa un tumulto encabezado por nuestro particular Gran Timonel del Trópico de Cáncer precisamente rumbo al cementerio. …
Desde que vine para La Habana, muy niño, siempre he vivido cerca de la esquina de Veintitrés y Doce y mi primer recuerdo del Sarrá es borroso: una mole todavía con balcones, con dos pequeñas barberías, una hacia Doce y otra hacia Veintitrés, que pronto serían desmanteladas. Desde lejos, por la calle Doce, podía verse un gran letrero encima de la azotea: SARRA LA MAYOR. Los portales en ángulo recto se convertirían entonces en la antesala de un antro sórdido, sembrado de columnas que sostenían un techo muy elevado y costroso, sobresuelo de lo desconocido. …
Un día, también de pronto, la destartalada edificación comenzó a ser remodelada. Desaparecieron los balcones, fue retirado el letrero de la azotea, se esfumó el antro de los bajos, donde se construyeron una pequeña oficina de correos y una galería de arte bastante amplia y rodeada de cristales. Hubo cambios también en otros costados de Veintitrés y Doce. Empotraron por entonces la pesada y tumultuosa tarja de bronce en la columna esquinera. Remozado y pintado, el edificio lucía mucho mejor que antes, aunque en lugar de los balcones aparecían ahora unas toscas ventanas. Pero toda la esquina tenía un aspecto renacido, se veía más céntrica y funcional, con sus dos cines, su pizzería, sus restaurantes, panaderías, tiendas, cafeterías, situados en cien metros a la redonda.
No sé si fue en esa misma época cuando a los inquilinos les dieron materiales de construcción para que repararan sus casas (y algunas quedaron muy bien), pero no se volvió a hacer un trabajo de mantenimiento estructural en el inmueble durante otro largo período de tiempo, lo cual, según una vecina, demuestra el error cometido por el gobierno al eliminar el puesto de “encargado de edificio”, que era quien se encargaba de asuntos tan fundamentales como ese. Dicen que hace un tiempo el poder popular solicitó más de dos mil pesos no convertibles por cada apartamento para pintar el inmueble, pero ellos se negaron porque, dados los numerosos problemas (entre otros, con el ascensor y la escalera), lo primordial era reparar el edificio, no pintarlo. Luego, cuando aumentó el peligro que corrían los residentes, comenzaron a aparecer letreros de protesta y denuncia.
Hasta que, hace solo unos días, se desplomó la escalera y hubo que sacar a los vecinos y sus pertenencias con grúas de bomberos y dispersarlos por albergues de Cojímar y otras localidades, por centros de trabajo, casas de cultura y quién sabe por dónde más, sin que ninguno sepa la suerte que correrá finalmente. Triste desastre predecible. Ahora las autoridades han soldado herméticamente las rejas de la entrada y la policía monta guardia para que no pueda entrar nadie en el Sarrá.
Algunos creen que, luego de que lo apuntalen y lo rodeen con redes, los funcionarios dejarán que el edificio se vaya cayendo a pedazos para, finalmente, despejar el espacio suficiente para construir un pequeño parque, tal como se ha hecho con tantos otros inmuebles de La Habana. En el centro del césped, acaso, quedará un pedazo de la columna esquinera con la tarja de bronce como un mascarón de proa rescatado de un naufragio.
O como una lápida.
Ernesto Santana
Marzo de 2012
Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV)
Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV)

Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV). 1959. Colección de Ramiro Fernández, foto cortesía de Ramiro Fernández.

En Cuba en noticias: Mario Coyula: «La Habana cuesta pero vale»:

…“La Habana podría terminar, en una visión dantesca, como un gran anillo de basura consolidada o como un cráter vacío, que en el centro alguna vez tuvo una ciudad”, alerta y sin pensarlo me hace temer del tema que comienzo a investigar.

El deterioro progresivo de las zonas centrales de La Habana, las modificaciones constructivas implantadas en la mayoría de los edificios de la periferia, casas en muy mal estado e incontables familias que, sin derecho a elección, comparten una misma vivienda, dibujan parte de los problemas que enfrenta hoy la población en cuanto al tema constructivo, pese a los esfuerzos del gobierno desde el Triunfo de la Revolución por dar una vivienda a cada ciudadano.

¿Cuáles son las zonas con mayor peligro desde el punto de vista arquitectónico ante los embates del tiempo y la naturaleza?, ¿Cómo inculcar en la población una cultura de lo que es el buen gusto, de lo que es la buena arquitectura? Qué impacto podría tener la nueva ley de compraventa de la vivienda en Cuba? Durante más de una hora de conversación, Coyula nos ofreció respuestas. A partir de la enorme importancia del tema, Cubahora abre con este trabajo una serie de reportajes y entrevistas sobre el desarrollo y actualidad de los proyectos constructivos en Cuba, con sus diversas implicaciones sociales.

– De manera general, ¿cómo usted valoraría el desarrollo de la vivienda en Cuba, del 59 en adelante?

La vivienda fue un tema que interesó, lógicamente, desde el principio. Uno de los primeros proyectos que se comenzó fue el de Ahorro y vivienda, que estaba a cargo de Pastorita Núñez, que conllevó a la construcción de más de 10 o 12 mil viviendas en el país,  todas con mucha calidad. Hubo también otros planes, como el de esfuerzo propio y ayuda mutua, programas de viviendas campesinas y se construyeron cerca de 600 comunidades por todo el país. En la ciudad se puso en práctica un proyecto llamado “Plan Cuquita”, que pretendía mejorar las cuarterías en las zonas compactas, además de los proyectos de erradicación de barrios insalubres. En este caso se cometió el error de trasladar los barrios completos a lugares nuevos, con lo cual al poco tiempo volvieron a aparecer los barrios insalubres. La experiencia que se sacó de aquella época es que las viviendas en muy malas condiciones no se deben trasladar en bloque hacia otro lugar, es necesario romper esa especie de conexión social y diseminarlos por toda la ciudad.

Durante aquellos primeros años se insidió en el trabajo de bienestar social, que estudiaba los núcleos, la gente, las condiciones. Luego, los diferentes proyectos constructivos se concentraron en el Ministerio de la Construcción. No obstante, desde un inicio primó un enfoque equivocado, el de concentrarse en la construcción de viviendas y no en el mantenimiento de lo que ya existía. Eso ha sido una característica que se ha mantenido durante 50 años, dedicarse a construir y no conservar lo que ya existe.

En la vivienda se crearon algunas instituciones para conservar, pero esas empresas se quedaron por detrás de la necesidad, no dieron abasto. Se empezaron a apuntalar las viviendas en malas condiciones para que pudieran resistir, pero tampoco fue suficiente. Creo que se ha llegado a la conclusión de que el enfoque que se ha seguido en el tema vivienda es equivocado. No puede ser que el gobierno sea el único responsable de resolver los problemas de la gente y que la gente espere pasivamente a que vengan a arreglarle su casa o a construirle una nueva. Raúl ha insistido y ha dejado claro que esto no puede ser de ese modo. La fuente principal de construcción de viviendas es la propia gente.

Ahora bien, eso trae un problema fundamental: las personas por su cuenta pueden arreglar pequeñas viviendas individuales, pero si viven en un edificio, se requieren más recursos para arreglarlo. Entonces se da una paradoja: yo soy dueño del apartamento en que vivo, pero nadie es dueño del edificio, y los edificios se deterioran.

La ironía es que las zonas centrales, que son las que tienen mayor valor arquitectónico histórico, están actualmente en el aire; pero la periferia, que es la que no tiene valor, son las que se van a mantener, porque son más fáciles de reparar. Ese es un problema que puede hacer mucho daño.

Otro problema que es interesante se desprende de la nueva ley que permite la compraventa de viviendas: por un lado va a tener un efecto positivo, porque la gente va a cuidar más su vivienda, no solo porque es el techo que tienen, sino porque es una mercancía que, en un momento dado, puede significarle dinero; pero desde el punto de vista de la sociedad, las personas con mayores ingresos irán a vivir hacia los mejores lugares y entonces los barrios elegantes serán los menos elegantes, porque tenemos el caso ahora de que la gente con dinero no es elegante, sino que es ridícula, tiene mal gusto. Se va a producir una diferencia social ente una franja cerca de la costa, que es donde están los barrios del Vedado, Miramar y una zona al fondo, al sur, La Habana profunda, donde vivirán los pobres. Es un tema muy complejo, hay que ver cómo atender esto, pues por un lado no se puede prohibir que una persona de pocos ingresos, que tiene una casa buena, la venda para irse a vivir a una más mala, es una decisión personal.

El otro peligro que tenemos para esta ciudad es que con el tiempo la gente solo podrá arreglar el anillo de casitas de la periferia, y lo que no se podrá recuperar será la zona central. La Habana podría terminar, en una visión dantesca, como un gran anillo de basura consolidada o como un cráter vacío, que en el centro alguna vez tuvo una ciudad. Catástrofes naturales como la que hubo en Santiago de Cuba son muy peligrosas en La Habana.

– ¿Cuál sería la zona más afectada desde el punto de vista arquitectónico ante los embates del tiempo y de la naturaleza?

Sobre todo la parte más pegada al mar, la costa del Vedado y de Centro Habana, que aunque no haya inundaciones, el efecto corrosivo de la sal encima lo afectan. También ha subido el nivel de mar, y hay partes que serán inundadas. Podrían buscarse soluciones parciales de construir barreras en el mar para que el agua no entre, pero son carísimas. El tema de los vientos y de las lluvias fuertes afecta sobre todo hoy las casas precarias, hechas con materiales de pésima calidad, como lata, cartón, de las que hoy existen muchas en todo el país.

Hay proyectos que plantean hacer viviendas con un local de paredes sólidas, que puede ser el baño, y el resto como la gente pueda, de manera que si viene un ciclón fuerte exista determinada protección para las familias, pero esa persona se quedaría entonces con su casa a medias.

– Usted decía en un artículo que la vivienda era una hija enclenque de muchos padres, que no se habían puesto de acuerdo para ocuparse de ella, ¿por qué?

Siempre se ha hablado de la vivienda pero nunca ha habido una verdadera atención. Parece una broma, pero fue cierta, cuando existía el grupo de desarrollo de edificaciones sociales agropecuarias, institución que sustituyó al MICONS por un tiempo, se creo una comisión con mucho rango que se llamó Comisión para el mantenimiento y construcción de viviendas. La primera reunión se hizo bajo ese nombre, pero en la segunda reunión se le cambió el nombre, ya era la Comisión de Construcción y mantenimiento, mientras que la tercera reunión era la Comisión de construcción. El mantenimiento fue empujado hacia atrás y finalmente desapareció. Nunca se ha atendido el mantenimiento y es lo que tiene lógica actualmente, porque la población no crece; la gente vive mal, pero es preferible que le consoliden el lugar donde vive para que tenga una mayor protección si viene un ciclón.

Ahora la mayor parte de las viviendas que se están haciendo son para quienes perdieron totalmente su vivienda y están albergados. Lo que se ha hecho es construir cuartos y que la gente viva en esos cuartos, pero esas son cuarterías, que además se construyen en lugares alejados, es embarazoso estar haciendo cuarterías. La vivienda es el gran problema que no se ha resuelto, y no es un problema de Cuba, porque en todos los países hay problemas con la vivienda, lo que pasa es que, en los países más ricos, el nivel de lo que se considera una necesidad es diferente.

En Cuba actualmente muchas personas viven agregadas, que realmente no es la manera ideal de vivir, sobre todo cuando uno no la escoge, porque la familia cubana tradicional era grande, de tres generaciones viviendo juntas, pero eran casas alargadas, con sirvientes, y a esas familias les gustaba vivir así. Pero es diferente lo que ocurre hoy, hay matrimonios divorciados que tienen que seguir viviendo juntos, el tema es serio, y aumenta teniendo en cuenta el peligro de una catástrofe climática.

– ¿De dónde viene este estilo que prima en la mayoría de estas casas construidas hoy en distintos barrios de Cuba?

Creo que viene mucho de las telenovelas latinoamericanas, colombianas,  y de Miami también, de personas que tienen familiares afuera y les mandan imágenes de Miami, donde hay barrios con casas muy ridículas, pero que son modas que se imponen. Aquí hay tres factores que han influido en que la marginalidad ya no sea marginal: en primer lugar, la existencia desde antes de un núcleo de marginalidad en las ciudadelas, los barrios insalubres, que eran gente que vivía  en la marginalidad. El segundo grupo de problemas fueron los emigrantes de zonas que venían aquí y querían cultivar, y criar gallinas o sembrar plátanos en la ciudad. Los marginales, los campesinos que vinieron para la ciudad y los parientes copian el estilo de los que se fueron. Creo que de ahí fue saliendo el estilo ridículo ese, que son unos balaustres con unas mujercitas, delfines, leoncitos, tejitas, cuando esos balaustres no van con el estilo de esta época. Estoy hablando de 1920 cuando se usaba eso.

– Si fuéramos a valorar el desarrollo económico y social de Cuba a partir del tema vivienda, si quisiéramos contar su historia por sus viviendas, ¿cómo hacerlo?

La maqueta de La Habana tiene un código de color para mostrar los tiempos de construcción. Por ejemplo, el siglo XX, desde la independencia hasta la Revolución, está pintando de amarillo, y la maqueta de La Habana es amarilla. La Habana tiene un fondo colonial grandísimo, La Habana es de los primeros 60 años del siglo pasado,  lo que está añadido es Alamar, San Agustín, algunas zonas de desarrollo de microbrigadas. Lo que ha ocurrido es que se ha densificado la ciudad, porque se ha incrementado el hacinamiento, sobre todo en zonas de Centro Habana, que tienen mil habitantes por hectáreas  y con baja altura, es decir que las gentes viven una arriba de otras prácticamente.

Esta ciudad creció enormemente a principios del siglo XX. En esos primeros años incluso sobre una infraestructura de acueducto, teléfono, tranvía eléctrico, ómnibus y todo eso permitió que la ciudad creciera increíblemente, asimilando un crecimiento de población que venía impulsado por una bonanza económica. Fue la época de las vacas gordas.

Hablamos muchas veces de la vivienda y las edificaciones; pero habría que empezar por rehacer toda la estructura del acueducto que está colapsada, pues se hizo hace 100 años, en 1913, para una ciudad que tenía 300 mil personas, se calculó para 600 mil, y La Habana tiene hoy 2 millones de habitantes. Entonces, el acueducto está reventado, hay que hacer esa inversión.

Recuerdo que hace muchos años tuvimos una reunión muy interesante con el Grupo de Desarrollo de la Capital y un especialista del Ministerio de la Construcción dijo: “La Habana cuesta 3000 millones arreglarla”. Yo creo que  es mucho más; pero de todas maneras, mi respuesta es que La Habana cuesta, pero vale. Y la única manera de encontrar el dinero para mantener esta ciudad es la que encontró Eusebio Leal, es poner a la ciudad en condiciones de generar dinero para ella misma.

Cuarto de baño
Cuarto de baño

Cuarto de baño. Vedado. Foto 2012.

He visto, en Cuba, cuartos de baños recubiertos de mármol, de azulejos de cerámica, y de paredes de cemento; baños con agua fría y caliente y baños sin una gota de agua; baños sin ducha y baños con duchas a donde no sube el agua; baños con inodoros que descargan y tienen asentador y tapa, y baños con inodoros que para que descarguen hay que echarles uno o más cubos de agua; baños grandes como salones de baile, y baños pequeños y atestados de cosas; baños para visitantes, antiguos baños de criados, y baños colectivos, compartidos por más de una familia; baños con pinturas al fresco, con coquetas y armarios empotrados, y baños con solo un inodoro y una pila; baños con espejos y sin ellos; baños limpios, mugrientos y apestosos. Nada, quizás, denota más las diferencias sociales en la Cuba de hoy que las condiciones de los baños. No supe hasta hace poco que había familias que tenían baños de letrina en capitales de provincia como Victoria de las Tunas.

El de la foto es el baño de la casa de mis abuelos. Cuando yo era niña, aún tenía su bañadera de hierro. Vi cómo, una a una, fue perdiendo las patas, que mis abuelos reemplazaron por ladrillos. Vi también cómo los ahorros de mi abuelo se convirtieron en la actual poceta, y algo quedó para repellar el techo, que ya soltaba pedazos del revoque. Cuando era niña, el baño tenía una taza de inodoro blanca, que más tarde cambiaron por la de porcelana azul, fabricada en Cuba, sin orificios para la tapa y el asentador. En algún momento se rompió su mecanismo de descargue, y mi abuelo le amarró un hilito. Están ahora tratando de conseguir una taza nueva. Hace poco, mi mamá compró un nuevo lavamanos con los dólares que ahorra de lo que le mandamos y algo que le entra del alquiler de su apartamento. Gracias a eso, el baño de mis abuelos sigue siendo un buen baño.

H/T: María Paula Gómez Cabrera

Vista aérea de la Escuela de Artes Plásticas del ISA

Vista aérea de la Escuela de Artes Plásticas del ISA. Imagen tomada del blog de Arsenio Rodríguez.

Espacio Laical: Entrevista a Alysa Nahmias y Benjamin Murray, realizadores del documental Unfinished Spaces (Espacios Inacabados):

A finales de junio, tuve la suerte de ver el filme Unfinished Spaces (Espacios Inacabados) en el Festival de Cine Northside, en Brooklyn, Nueva York. Realizado por dos jóvenes estadounidenses Alysa Nahmias y Benjamin Murray, esta joya del cine documental narra la historia de las Escuelas Nacionales de Arte (ENA), hoy sede del Instituto Superior del Arte, como proyecto cultural, social y, sobre todo, arquitectónico.

El relato empieza con la famosa visita de Fidel Castro y Che Guevara, en enero de 1961, al campo de golf del antiguo Habana Country Club, la cual tuvo como resultado inesperado la propuesta de erigir en ese mismo terreno las mejores escuelas de arte del mundo. De ahí, el filme pasa al frenético diseño del complejo artístico en un período de apenas dos meses y los primeros pasos hacia su realización, hasta llegar a 1965, cuando se decidió suspender la construcción todavía en proceso, después de que las obras y los arquitectos fueron criticados por imprácticos y excesivos. En un contexto de polarización política en que los efectos del embargo económico impuesto por Estados Unidos se hacían sentir por todo el país, y tras el impulso que cobró la adopción del método soviético de prefabricación, la ENA poco a poco llegó ser considerada como un proyecto “improductivo”, mientras que algunos tildaron sus diseños de “elitistas.”

Mediante una hábil combinación de entrevistas, fotografías, imágenes de archivo, y filmaciónin situ—y de algún modo siguiendo la senda marcada por John Loomis en su libro de 1999,Revolution of Forms: Cuba’s Forgotten Art SchoolsUnfinished Spaces se nos cuenta la historia de una serie de edificios únicos, controvertidos en su momento, pero hoy reconocidos mundialmente como obras maestras de su época y de sus arquitectos: Ricardo Porro (cubano), Roberto Gottardi (italiano), y Vittorio Garatti (italiano). Además, el filme funciona como una biografía íntima de estos tres hombres, captando la importancia personal que tuvo para ellos haber sido seleccionados para diseñar la ENA , así como el impacto del ostracismo que sufrieron junto con sus obras en un momento determinado. Porro se marchó a París en 1966, mientras que Garatti se vio obligado a regresar a Italia en 1974, víctima de una serie de malentendidos y acusaciones falsas. Gottardi aún vive en Cuba. No obstante estos itinerarios distintos, el filme transmite la huella que ha dejado en cada uno de los tres el haber vivido tantos años con la esperanza de ver sus originales planos utópicos hechos realidad.

Más que un relato estrechamente arquitectónico o biográfico, Unfinished Spaces también abre una amplia ventana a la historia cultural, artística y social de Cuba durante el pasado medio siglo. Como es conocido, aun cuando se había paralizado la construcción con sólo dos de las escuelas terminadas, la ENA nunca dejó de servir como institución de docencia artística. Pasaron por sus puertas algunas de los más exitosos artistas cubanos en estos tiempos. Y en el filme, varios de estos ex-alumnos (algunos radicados en la Isla y otros fuera de ella) ofrecen ricos testimonios de sus experiencias como estudiantes, desde la efervescencia vivida en los años iniciales, hasta la discriminación sufrida por homosexuales a finales de los 60 y comienzos de los 70. Con igual pasión comentan sobre el ambiente de singular creatividad durante los 80 y 90—cuando el deterioro físico en que habían caído algunos de los edificios, junto con su creciente reabsorción por la naturaleza, como si los árboles estuvieran tragándose a los edificios poco a poco, paradójicamente creó condiciones propicias para la reflexión y la experimentación. Aprendemos, además, cómo en pleno Período Especial algunos de los edificios medio abandonados ofrecían refugio para personas desamparadas, además de convertirse en fuente ilegal de suministro materiales de construcción para otros que buscaban mantener sus hogares. El resultado, por tanto, es una historia compleja y a veces amarga, pero a la vez bella y profundamente inspiradora.

El documental concluye a finales de los años 90 y principios de los 2000, cuando en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) se empezaron a gestionar propuestas para restaurar y completar el proyecto inacabado, y cuando Porro y Garatti pudieron regresar a Cuba con el objetivo de colaborar en ese nuevo esfuerzo. Hasta la fecha, las escuelas de Artes Plásticas y de Danza Moderna diseñadas por Ricardo Porro—las dos cuya construcción ya se había terminado en 1965—han sido renovadas, mientras que las Escuelas de Ballet y Música de Garatti, junto con la Escuela de Teatro de Gottardi, permanecen inconclusas. El conjunto de los edificios fue declarado Monumento Nacional en 2010, y desde 2003 forma parte de la “Lista Tentativa” de Sitios del Patrimonio Mundial, de la UNESCO.

Hace poco pude conversar con Alysa (AN) y Benjamin (BM) sobre su filme, un proyecto que les ocupó nada menos que diez años de trabajo y que ha sido premiado en varios festivales internacionales de cine desde su debut oficial hace un poco más que un año, en Los Ángeles. Con gusto, comparto nuestra conversación con los lectores de Espacio Laical.

Pueden ver la entrevista a los realizadores aquí.

Primer boceto del arquitecto Mario Girona para la heladería Coppelia. 1965. Imagen tomada de internet.

En Apuntes de una periodista, por Angélica Mora:

Una madrugada de enero de 1966 saliendo del hotel Habana Libre, antes Habana Hilton, Fidel Castro medio «prendido», luego de presidir un congreso internacional, se quedó contemplando la esquina diagonal opuesta donde funcionaba un centro recreativo llamado Nocturnal . Allí había estado el hospital Reina Mercedes construido en 1886 y demolido en 1954 para dar paso a un rascacielos de 50 pisos que nunca se erigió. En un arrebato Fidel hizo llamar al arquitecto Mario Girona y lo obligó a diseñar «la heladería más grande del mundo». «Pero Comandante balbuceó Girona- no existen referencias de heladerías tan inmensas como la que usted quiere». La mirada gélida de Fidel fue la respuesta al arquitecto que en tiempo récord construyó la Heladería Coppelia, abierta al público el 4 de junio de 1966. El día de su inauguración se ofreció un menú de 26 sabores y 24 combinaciones, y se vendieron más de 3 mil tinitas de helado durante las doce horas que estuvo abierta, con colas de varias cuadras…

En Univision.com Mi página, por Ciro Bianchi:

La heladería Coppelia cumplió, el pasado 4 de junio, 42 años de construida. Lo curioso es que este establecimiento monumental, enclavado en lo que sigue siendo el corazón de La Habana moderna, no se ha inaugurado nunca de manera oficial. Un día abrió sus áreas al público y la gente entró para saborear los 26 sabores de helados que ofertaba entonces y que, con el tiempo, llegaron a ser 54. Fue en esa época el centro de encuentro y reunión por excelencia, y en buena medida lo sigue siendo. Los jóvenes de entonces, antes de ir a cualquier lugar, iban primero a Coppelia, o terminaban la noche en sus predios. A la oferta de los helados se unía la de sueros y batidos, y los precios eran escandalosamente bajos, más si se comparan con la calidad del producto, sencillamente insuperable. Un helado Coppelia es un helado Coppelia, y punto.

El triunfo de la Revolución no solo propició a las grandes masas el acceso a la educación y la salud. Les abrió también las puertas del consumo y la recreación. Empezó a comer el que no comía, y clubes y centros de esparcimiento que fueron exclusivos de la burguesía se llenaron de trabajadores y estudiantes. El Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT) impulsaba un plan de excursiones nacionales, con una campaña publicitaria sin precedentes que giraba en torno al lema «A viajar por mi Cuba que me lleva el INIT» y que podía pagarse hasta doce meses después de la fecha de su disfrute. Los congresos más trascendentes se celebraban entonces en el Hotel Habana Libre, y el Pabellón Cuba pasó a ser sede de grandes exposiciones, en tanto que en las aceras de La Rampa se empotraban losas de granito que reproducían obras de importantes pintores cubanos para convertirlas en una galería de arte sui géneris.

Era la época en que Miriam Acevedo cantaba poemas de Virgilio Piñera en El gato tuerto, y en La Roca, Martha Strada arrebataba con su estilo. Bola de Nieve complacía a sus admiradores en una sala pequeña, casi íntima del Museo Napoleónico y hacía que el público abarrotara el Auditórium Amadeo Roldán para escucharlo en sus recitales de medianoche, y el cantante José Tejedor tenía tres programas diarios en la radio cubana. Aquel año de 1966, cuando se inauguró Coppelia, fue también el de la primera feria del libro, que tuvo lugar en el Pabellón Cuba y sus alrededores. El año en que se reimplantó la venta liberada de los huevos, se inició, con carácter experimental, el plan de la Escuela al Campo y se creó el Centro Nacional de Permutas. Un año en que EE.UU. no pudo impedir la presencia de Cuba en los X Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se celebraban en Puerto Rico. También un año de agresiones, sabotajes, infiltraciones enemigas, planes de atentado contra las más altas figuras de la dirección del país. Soldados norteamericanos, desde la base naval en Guantánamo, asesinaban a Luis Ramírez, combatiente del Batallón de la Frontera, y el Gobierno Revolucionario se veía obligado a decretar el estado de alerta ante una cínica declaración injerencista de Washington. Dos ciclones azotaron la Isla; el Alma, en junio, e Inés, en octubre. Se creó el Consejo Nacional de la Defensa Civil en aquel año que concluyó con una cena gigante en la Plaza de la Revolución en saludo a la victoria de enero.

Se extendía la cocina italiana en la preferencia del cubano; había croquetas que se pegaban al velo del paladar y les llamaban «mira cielo» o croquetas de ave… de averigua de qué estaban hechas. Aparecía tímidamente la guachipupa en sustitución del Son, el único refresco (de cola) que se expendía embotellado en la capital. Se comía espléndidamente en restaurantes como 1830 y Centro Vasco, y el espectacular sándwich cubano campeaba por sus respetos en El Carmelo de Calzada, en la Casa Potín y en La Alborada, del Hotel Nacional. Un sándwich y una cerveza por dos pesos de la época. Entonces en los restaurantes se ofertaba un solo plato fuerte por comensal y para repetir el sándwich y la cerveza en aquellas cafeterías se imponía hacer la cola de nuevo. ¡Y qué colas! Porque el ciudadano común de todas las procedencias y colores podía entrar a esos lugares y sentarse a una mesa, y tenía dinero para hacerlo.

El viejo hospital

Solo en una Habana así podía concebirse una heladería con mil capacidades como Coppelia. Hasta ese momento los establecimientos de ese tipo estaban dispersos por la ciudad, y muy célebre seguía siendo la heladería Ward, emplazada en la avenida de Santa Catalina, cerca de la Ciudad Deportiva, luego de haber estado situada en la calle 23. Las fábricas de helados vendían por lo general sus productos en la vía pública. Para ello, El Gallito se valía de coches tirados por caballos, alumbrados por una lámpara de carburo, en tanto que marcas como Hatuey, Guarina y San Bernardo, con un mejor posicionamiento del mercado, utilizaban camiones refrigerados, que se situaban en lugares céntricos, o carritos de mano, que el heladero empujaba mientras que, para anunciarse, hacía sonar su campanilla.

Yo no recuerdo qué hubo en la esquina de 23 y N antes de que allí se construyera, en 1963 y en solo 70 días, el Pabellón Cuba. Me inclino a pensar que se trataba de un terreno yermo que los arquitectos Juan Campos y Enrique Fuentes aprovecharon para emplazar esa edificación abierta a la brisa y a la perspectiva; un alarde de arquitectura aérea donde las suaves pendientes avanzan hacia la vegetación y el agua cristalina. Acogería entre otros eventos, la Primera Muestra de la Cultura Cubana, en 1967, y, en esa misma fecha, el importante Salón de Mayo, que trajo a Cuba desde París lo que en el mundo se hacía en el campo de las artes plásticas.

En la manzana comprendida entre las calles 23 y 21, L y K, donde se construyó la heladería Coppelia, estuvo el hospital Reina Mercedes. Se llamó así por la esposa del rey Alfonso XII, de España, bisabuelo del actual rey Juan Carlos. Mercedes murió poco después del matrimonio. Su muerte dio pie, en el Madrid de aquellos días, a un poemita que llega hasta hoy. «¿Dónde vas Alfonso XII? / ¿Dónde vas, triste de ti? / Voy en busca de Mercedes, / que ayer tarde la perdí». Pese al dolor de la pérdida, Alfonso volvió a casarse. El hospital pasó a ser entonces Nuestra Señora de las Mercedes, pero los habaneros terminaron llamándolo Mercedes a secas. Funcionó hasta 1954. Sus terrenos, que en 1886 costaron 7 000 pesos, se vendieron entonces en casi 300 000. Una compañía constructora se empeñó en edificar allí un hotel de 500 habitaciones. El triunfo de la Revolución tronchó el proyecto, y en el espacio del demolido hospital Mercedes se construyó un centro turístico con lagos y montañas artificiales, escenario flotante, bar, cafetería y restaurante para 500 comensales. Por razones que desconoce este escribidor, ese centro turístico no progresó y dio paso a un cabaret que llevó el nombre de Nocturnal. Llegó así el año de 1966. Se dice que de un congreso celebrado en el hotel Habana Libre surgió la iniciativa de convertir la zona recreativa en cuestión en un espacio más silencioso y familiar. Y fue así que alguien precisó la idea de la heladería. Cuando el arquitecto Mario Girona se enteró de que se le había confiado la ejecución del proyecto, se sintió anonadado. Se quería una cosa familiar, pero aquella heladería de mil capacidades, pensó, sería un establecimiento demasiado grande.

La rampa

Ya para entonces La Rampa era La Rampa. Llamada así por su acentuada inclinación, se edificó en un abrir y cerrar de ojos desde que en 1947 se inaugurara el teatro Warner (actual cine Yara) y al año siguiente el edificio Radio Centro. No tardó en construirse el edificio Ambar Motors (actual Ministerio del Comercio Exterior), destinado a oficinas y sede de los distribuidores en Cuba de los automóviles Cadillac, Oldsmobile y Chevrolet y donde se instalaron además los estudios del Canal 12 de TV, y una escuela de dealers para casinos de juego…

Fueron esos inmuebles, situados en los dos extremos de La Rampa y en aceras opuestas, los que impulsaron el desarrollo de la zona. A partir de ellos y en menos de diez años se construyeron allí tal cantidad de edificios para viviendas, comercios, oficinas, agencias de publicidad y lugares de esparcimiento que resulta imposible, por razones de espacio, detallarlos. Se dice que una de las formas de medir la actividad comercial de una zona es por el número de agencias bancarias establecidas en ella. No menos de ocho oficinas centrales y sucursales de bancos se asentaron en La Rampa, y otras tres, que no alcanzaron espacio, lo hicieron en calles aledañas. La Rampa fue también el milagro del comercio habanero. Porque la gente se había acostumbrado a salir de compras por calles sustancialmente planas y cuyos portales la protegían del sol y de la lluvia. Nada de eso había en La Rampa y aun así se impuso.

La obra

Pronto pasó la confusión del arquitecto Mario Girona ante la obra que se le confiaba. Comprendió que era cosa de los tiempos nuevos y había que asumirla. Influido posiblemente por su exitoso proyecto anterior, el centro turístico Guamá, en la Ciénaga de Zapata, le bastó una semana para concebir el croquis de la heladería.

Como la obra seguía pareciéndole demasiado grande, capaz de aplastar al cliente, procuró que quien degustara un helado allí encontrara cierta intimidad a escala humana. Para conseguirlo diseñó cinco áreas pequeñas, una cancha amplia, pero dividida en tres secciones y un piso alto también seccionado. Incluyó asimismo en sus planos una frondosa vegetación natural que, lejos de importunar al cliente, se integraba en alguna medida con las áreas exteriores.

Columnas de hormigón armado, fundidas en el lugar, se emplearon en el edificio central. Se utilizaron en su construcción vigas prefabricadas a pie de obra y un techo circular, cuyo domo de 40 metros de luz libre está rematado por un lucernario de cristales de colores. Las vigas vuelan sobre las terrazas y se apoyan en muros que ofician como contrafuertes. Es de doce metros el diámetro de cada piso de los salones superiores.

«La presión de la edificación fue muy grande», recordaba el arquitecto Mario Girona. Por el sistema prefabricado se buscó la repetición de elementos estructurales como vigas y elementos de cubierta. A lo largo de seis meses se trabajó las 24 horas de cada día… Finalmente se concluyó, en tiempo, la obra ciclópea. Y por esas cosas de la vida ni siquiera tuvo ceremonia de inauguración. Un buen día se abrió, justo en junio de 1966, se empezó a vender y la gente curiosa entró a saborear helados.

El almanaque

Los años han pasado. Los últimos años golpearon a Coppelia de manera sensible. No oferta ya la gama de sabores que tuvo en un tiempo, ni el helado Coppelia es siempre Coppelia. En estos días de verano, niños y adultos hacen con júbilo largas filas bajo un sol de justicia para acceder a alguna de sus áreas. Otros esperan a que llegue el invierno, aunque sea nuestro invierno fementido, para acudir a la entrañable heladería que tantos recuerdos desenreda a los que tuvimos la dicha de visitarla cuando acababa de estrenarse. Solo que ahora acudimos a la caída de la tarde, y no en la noche, como antes. Señal de que esos 42 años que cumplió ahora Coppelia también empiezan a pesar de alguna manera en nuestra alma. Es decir, en nuestro almanaque.

Menú de la heladería Copelia. Finales de los años sesenta. Imagen tomada de El archivo de Connie.

Menú de la heladería Copelia. Finales de los años sesenta. Imagen tomada de El archivo de Connie.

Uniforme de las empleadas de la heladería Coppelia. 1966. Toma de pantalla de un Noticiero ICAIC.

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Aquí pueden encontrar fotos del hospital Reina Mercedes, y aquí del centro turístico que antecedió a la heladería Coppelia, publicadas por Fotos de Cuba.

Centro turístico ubicado donde se encuentra ahora la heladería Coppelia. Aproxiadamente entre 1959 y 1965. Imagen tomada de Fotos de Cuba.

Hospital Reina Mercedes. 1908. Imagen tomada de Fotos de Cuba.

Vista aérea de la Fuente de la Juventud, inaugurada en 1979. Imagen tomada de Habana Retro Cuba.

La Fuente de la Juventud fue construida como parte de las obras del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se celebró en La Habana en 1979. De este tomó su nombre, y fue inaugurada el 29 de julio de 1978 (ver cronología de eventos del festival aquí, en pdf).

Proyectada por los arquitectos Rómulo Fernández, Miriam Abreu, Jesús Sánchez, José Cuedias y Antonio Pérez González (Ñiko), la fuente, de forma pentagonal (recreación del logotipo del evento) representa, en su forma y colores, los cinco continentes. Hace muchos años que está seca y sus granitos rotos. Unas columnas de acero atraviesan los dibujos que, dispersos por el piso de losas hexagonales, alguna vez celebraron la juventud y amistad.

Fuente de la Juventud. Detalle del piso. Foto 2012.

Cafetería El Cayuelo
Cafetería El Cayuelo

Cafetería El Cayuelo. Imagen tomada de Panoramico.

El viaje a Varadero hubiera sido demasiado largo y aburrido de no ser por el puente de Bacunayagua y la cafetería El Cayuelo. Hace unos días, en el confort climatizado de las guaguas de Vía Azul, recorrí la ruta Habana-Varadero-Habana. Apenas alcancé a ver las ruinas de lo que alguna vez fuera una moderna instalación.

Billete de la Lotería Nacional. 1960. Colección Cuba Material.

Durante su etapa de fascinación con la Revolución Cubana, Sartre intentó explicársela al mundo. En Huracán sobre el azúcar aplaude el uso de los dineros de la Lotería Nacional por parte del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV), fundado el 18 de febrero de 1959 bajo la dirección de Pastorita Núñez, para la construcción de viviendas.

Cuenta el francés que, enterados del decreto que abolía el juego y la prostitución en Cuba, croupieres y prostitutas se presentaron en el Habana Libre (todavía Habana Hilton), donde Fidel Castro tenía sus oficinas. Castro les prometió que dejaría los asuntos de moral para más adelante, cuando tuviera un trabajo diferente que ofrecerles a los padres y madres de familia que en ese momento se dedicaban a actividades relacionadas con el juego, limitándose entonces a prohibir solo las máquinas de juego (traga monedas) y el proxenetismo. El Instituo de la Vivienda pasaría así a encargarse de administrar la lotería, y los billetes en los que muchos ansiaban ver la suerte se llamarían desde entonces Bonos de Ahorro y Vivienda.

Con el dinero de la lotería el gobierno financió la construcción de edificios de vivienda, que fueron conocidos como edificios Pastorita. Yo nací y viví en uno de ellos, en El Vedado, muy cerca de las intersecciones de 23 y 12, y de Línea y 12. Estaba construidos con la técnica de prefabricado, y cada apartamento se hallaba equipado con calentador de agua. Las mesetas de la cocina eran de formica. Mi edificio también tenía garage y, a diferencia de los futuros edificios de microbrigada, las paredes de los apartamentos estaban repelladas con yeso, los closets tenían puertas, y en el patiecito había un amplio lavadero y vertedero.

Mis padres se fueron a vivir allí porque mi bisabuela materna decidió cambiar su apartamento de alquiler, de un cuarto, en un edificio que quedaba muy cerca del parque Mariana Grajales, por uno de dos cuartos en los nuevos edificios Pastorita. Cuando lo decidió, el edificio en donde viviría se encontraba en pre-construcción, gracias a lo que consiguió que el closet del cuarto principal abriera hacia el pasillo en lugar de hacia el cuarto, para que así su escaparate de tres puertas cupiera dentro del dormitorio.

Peine plástico
Peine plástico

Peine plástico. Hecho en Polonia. 1980s. Colección Cuba Material.

 

Cuando Cuba Material dejó la plataforma blogger, perdí muchos comentarios y entradas. Estos son algunos referidos a las cosas (materiales) que aún hoy se asocian con significados positivos:

  1. Anónimo 

    Los objetos que recuerdo con agrado son los libros de la coleccion Huracan, grandes obras literarias con una encuadernacion tan primitiva que las hojas se despegaban al pasarlas,. pero muy baratos, cualquier estudiante con unos centavos los compraba y formaba su coleccion.
    Otros son las sandalias , llamadas guarachas, con la suela de gomas de camion y entretejido de piel. Muy comodas y sobre todo que duraban muchisimo.
    El jabon Alborozo. Tenia un perfume muy antiguo y delicado que jamas pude encontrar otra vez en otros productos en el extranjero.
    El perfume Alicia Alonso y Gisell. Me gustaban mucho y considerando la escases y la miseria mediante eran un buen logro de nuestros tecnicos perfumistas. Tanto que consegui el telephono de Suchel y los felicite personalmente.
    El helado Copelia de Chocolate al inicio de inaugurada la heladeria .
    La crema hidratante Cirene.
    El refrigerador Westinhouse de mi familia que duro casi 50 años comprado antes de la Revolucion , claro.
    La maquina de cocer Singuer y la maquina de escribir Lettera que duraron casi 60 años.
    Mi madre escribia ya sin cinta utilizando papel carbon.
    La pluma fuente que me regalo mi hermano cuando el estudiaba en la Union Sovietica. Me duro toda la carrera en la Universidad. El peine de plastico de dientes separados comprado en Checoslovaquia , otro regalo que me hizo porque yo tenia el pelo muy largo y se me enredaba. Todavia lo tengo y ha pasado casi 20 años. En Cuba no habia ese tipo de peine en aquellos momentos.

     

  2. Anónimo

    la casa donde nací… tenía un encanto especial, fabricada por mi abuelo español mantenía la tipología de las casas españolas con su patio interior y un patio trasero donde jugaba cuando niña, grandes habitaciones que todas daban a los patios, pisos de losas blancas y negras y persianas francesas y sobre todo el angel de la familia que la habitaba… el día q la cerré porque mis padres venían para Miami y perdíamos mi querido hogar, corté mis raíces con Cuba, pero la extraño y la lloro, la tengo en mi vitrina interior

     

  3. Anónimo

    mi difraz de la Violetera… tenía unos 3 años por el 1958 y nos disfrazaron de la Violetera por la pelicula de igual nombre interpretada por Sarita Montiel, todas las niñas iguales y los niños con los cuales hacíamos pareja con tabaquitos que eran de chocolate, en el Club Campestre de mi pueblo

Hotel Regina
Hotel Regina

Postal promocional del antiguo Hotel Regina, ubicado en la calle Industria en La Habana.

Penúltimos Días traduce el texto de Cristopher Gray Havana´s New York Accentpublicado en The New York Times:

Incluso en Cuba saben que es cuestión de esperar: esperar a que los Castro salgan del escenario y que Cuba se abra. Cuando los americanos lleguen finalmente en masa, los neoyorkinos se darán cuenta de que hay algo familiar en La Habana, debido a que una sucesión de arquitectos de Nueva York encontró allí un terreno fértil hace un siglo.

A principios del siglo XX, la capital cubana era espectacularmente rica, rica como Newport, con un amplio cuadro de diseñadores locales bien entrenados. En 1902 The Real Estate Record and Guide daba ya alguna idea del sofisticado nivel de la regulación; cornisas, balcones, ornamentos e incluso colores requerían aprobación, y el arquitecto debía presentar un diseño elevado de toda la cuadra para asegurar que la casa era estéticamente agradable.

Uno de los primeros edificios de un arquitecto cubano fue la Catedral Episcopal de Bertrand Goodhue, diseñada en 1905 y arquitectónicamente optimista en la muy católica isla. Goodhue, un maestro reconocido de la arquitectura eclesial, era un firme goticista, pero para La Habana desarrolló un diseño churrigueresco, una versión florida del estilo colonial español. Donde se alzó no está del todo claro, pero ahora ya no está.

La sección más vieja de la ciudad, La Habana Vieja se enfrenta a la Bahía de La Habana con calles estrechas, casi medievales. Pero a principios del siglo XX la sección en torno a las calles Obispo y O´Reilly alojó tantas construcciones bancarias que se le llamó la “pequeña Wall Street.” En 1913 Arthur Lobo, nacido en las Indias Occidentales y educado en Columbia, trabajó en una exuberante fachada neoclásica para la sede del Bank of Nova Scotia en las calles O’Reilly y Cuba. Encajonado en un estrecho cruce, el banco de Lobo rodea la esquina, creando un vestíbulo semicircular de doble altura.

En las calles de O´Reilly y Compostela, los arquitectos Walker & Gillette, famosos por el Edificio Fuller de Madison y la 57, diseñaron una impresionante filial para el New York’s National City Bank. Construido en 1925 con coquina, la roca marcada de conchas, el banco tiene una amplia recepción, con corrientes que le dan un aire de aeropuerto tropical.

En 1919 The New York Times informaba que el ferry Key West-Havana estaba “repleto de americanos que iban a desafiar las oportunidades de la fortuna.” Uno de ellos era el hotelero Joseph Bowman, que en 1924 instaló un anexo de diez plantas a un hotel en el Prado, un boulevard considerado como la Quinta Avenida de La Habana. Schultze & Weaver, los especialistas en hoteles que hicieron el Waldorf-Astoria, dieron al hotel Sevilla-Biltmore un gran comedor en la décima planta, con vistas sobre lo que es ante todo una ciudad de cinco pisos.

Sin embargo, Bowman tenía los codos afilados de un neoyorkino y dejó las paredes laterales de sus estructuras desnudas y tristonas. Los neoyorkinos no se hubieran preocupado pero el descuido provocó irritación en La Habana.

Al sur del centro de la ciudad, en un español barroco la estación de ferrocarril de 1912 tiene grandes torres gemelas, medallones de terracota y una amplia sala de espera. Eso es bueno porque el servicio ferroviario es infrecuente, incluso errático, y las aproximadamente cincuenta personas que vi allí sentadas podrían igualmente haber estado esperando el vapor semanal. Fue diseñado por el elegante crítico/arquitecto Kenneth Murchison, que ejecutó la Terminal Erie-Lackawanna en Hoboken, y varios edificios a lo largo de Nueva York.

El oeste de La Habana Vieja está el Vedado, una zona construida durante las décadas del 10 y el 20 con confortables residencias suburbana. Muchas llegan a lo suntuoso, como la casa de 1914 de los Marqueses de Avilés, en la Calle 17. Diseñada por Carrère & Hastings, el interior es mucho más rico que su comparable Frick Mansion de Nueva York, básicamente en estilo neoclásico francés pero con toques de renacentismo español.

Otra casa cercana, incluso más exuberantes, es la del banquero Pablo González de Mendoza, famosa por su adición en 1918 de una piscina cubierta, para la que se trajo al arquitecto neoyorkino John H. Duncan. Este desarrolló una larga habitación con una piscina central; puertas de estilo francés abiertas a los vientos en tres de los lados bajo un techo atado cubierto de pinturas. Hermes Mallea, el autor de Great Houses of Havana, dice que lo llamaron el “Baño romano de los Mendoza.”

Más al oeste, en la sección de la Playa, Schultze & Weaver crearon una serie de clubes playeros, el más elaborado de los cuales era el imaginativo La Concha, con una simple torre por única decoración, algo como la torre de McKim, Mead & White en el viejo Madison Square Garden de Nueva York.

En conjunto, hay más de dos docenas de edificios de arquitectos neoyorkinos en La Habana. La estructura que los turistas probablemente conocen mejor es el Hotel Nacional de 1930, diseñado por McKim, Mead & White en un terreno alto sobre el Malecón y el Monumento al Maine. Tiene un aire renacentista español, pero en realidad es sólo un gran hotel estándar de la época.

Cerca está una espina afilada clavada en el gobierno cubano, el edificio de la Embajada de los Estados Unidos de 1953, masivo, brutalista. Diseñado por Harrison & Abramovitz, en aquel seguro, ortodoxo modernismo que nunca provoco el despido de nadie. En 1963, después de que Estados Unidos rompiese relaciones con Cuba, Fidel Castro ordenó la confiscación del edificio, pero este sigue en manos americanas, aunque su estatus esté sujeto a peleas ocasionales entre ambos países.

Por el momento se trata de esperar y vigilar, pero cuando Cuba se abra podrá haber de nuevo oportunidades para los diseñadores de Nueva York; el comunismo ha robado a los arquitectos de la isla medio siglo de experiencia.

Traducción: Juan Carlos Castillón.