Cultura material del socialismo cubano: 1961-1989.

La Yaya
La Yaya. Imagen tomada de On Cuba. 2013.

La Yaya. Imagen tomada de On Cuba. 2013.

Publicado en On Cuba sobre el poblado La Yaya, 240 apartamentos en cinco edificios de microbrigada, inaugurados en 1972 en las montañas del Escambray:

De 61 años, Tiburcia Hernández López: “El 25 de enero fue la primera mudada y ese día vine a conocer el pueblo, y me gustó, y me mudé el 6 de febrero de 1972. Yo vivía en Biajaca, después de aquel valle que ves allá, en una casa de campo. Tenía que pasar el  fango y el río para ir al trabajo. Había viviendas y tierras por esa zona que estaban donde iban a hacer las vaquerías. Estuvimos de acuerdo con venir a vivir aquí. La casa nos la daban con todo. Ya de esas cosas quedan pocas, pero la daban con fogón, juego de muebles, juego de cuarto y, según los miembros del núcleo, daban la cantidad de camas. A mi papá le pagaban una pensión por esa tierra que dejó  y que, cuando  aquello, era de sesenta  y pico de pesos.

“Sí, aquí vivió mucho tiempo Sergio Corrieri y su mamá. Vivieron también la doctora Graziella Pogolotti y Flora Lauten, que fundó un grupo de teatro, La Yaya se llamaba, y en el que  estuvo mi papá. Flora montaba las obras y ellos las hacían. Fueron a La Habana a actuar y cogieron hasta fama por aquí por la zona. Yo vi La Vitrina tonga de veces. Mi esposo tenía un camión y, cuando el grupo Escambray hacía función, nos montábamos y corríamos detrás de ellos para donde fueran”.

De 65 años, Omar Jaime: “Cuando vine en el 72, el pueblo estaba nuevo. Cuando aquello, todo era nuevo, pero al pueblo le pasan los años como a nosotros, que estamos viejos ya. Mira, yo vine aquí porque tenía casa en Las Torres, y  allí iban a hacer una vaquería. Yo no quería venir para acá. Teníamos la tierrita y cuando empezó la empresa La Vitrina, fuimos afectados por las vaquerías. Fíjate que yo ni pago esta casa, ni pienso pagarla, porque yo tenía mi casa allá con todo y no molestaba a nadie. Sí, estos apartamentos hay que pagarlos, pero yo no lo voy a pagar. No estuve de acuerdo con venir. Vine porque decían que mi casa estorbaba. Allá yo criaba y aquí es difícil.

“¿Que te hable del teatro? Habla tú con aquel hombre de la camisa roja que está jugando dominó, Jesús, que él trabajaba en un grupo de teatro”.

De 85 años, Jesús Oliva López: “Yo actuaba en el grupo de teatro La Yaya, que fundó en este pueblo Flora Lauten. Muchos de los actores que estaban ya fallecieron, éramos más o menos 12 personas. El que quisiera podía estar en el grupo. Nosotros aquí hicimos muchas obras, Los dos hermanosLa Vitrina, y más. Había una en que yo era un personaje llamado Iluminado, y mi mujer, que en paz descanse, se llamaba Rosa. Yo me acuerdo que en la obra le decía “Edelmira, cállate que te voy a dar un planazo”. Y fuimos a actuar a La Habana y todo.

“Vivo allí, en la casa 24 del edificio 3. Antes vivía en Los Cocos, eso queda en Barajagua, y nos mudaron para aquí porque el terreno que yo tenía hacía falta para  hacer un plan lechero, y fue una comisión y conversó conmigo para que entregara la tierra. ¿De acuerdo? Sí, estuve de acuerdo”.

La gente vieja de La Yaya recuerda el día en que Fidel se paró en la loma donde ahora está el pueblo y miró el valle, o sea, la parte de Escambray que le quedaba en frente, y dijo que ese era el lugar donde se construiría una empresa para la producción de leche, una empresa tan “transparente como una vitrina” de cristal.

Eso sucedió en el 1970, y dos años después recién se terminaba de construir La Yaya, y la gente que nació en el lugar equivocado, la gente que hoy es gente vieja allí y a la que yo fui buscando, comenzó a mudarse al pueblo.

De acuerdo con la resolución No259/76 del Ministro de La Agricultura, el día  15 de diciembre de 1976 quedó oficialmente constituida la Empresa Pecuaria La Vitrina, cuyo propósito fundamental entonces era la producción de leche.

Las tierras pertenecientes a la empresa serían las tierras donde vivía la gente vieja de La Yaya, y ellos mismos serían los trabajadores de la empresa, y el Escambray empezaría a desarrollarse económicamente como región con uno de sus sectores fundamentales: la ganadería.

Al Escambray se trasladaron grupos de ordeño mecanizado tipo ALFABAL, de procedencia sueca, termos de frío, camiones, cosechadoras. Era esta una empresa pensada para la cría artificial de terneras y la aplicación de inseminación también artificial. Vaquerías por toda esta zona del Escambray. Mucha pangola sembrada, que es adecuada para que el ganado se alimente. Vacas de buenas razas europeas, Holstein y Bronwi Swis, que darían treinta y dos litros de leche diarios cada una.

De 67 años, María Eugenia Álvarez: “Nosotros fuimos de la segunda mudada para acá, hizo el  otro día cuarenta y un años de eso. Yo vivía allá, mira, por aquellas lomas, allá vivíamos nosotros, lejísimo en el campo, en una granja que ahora es una cooperativa. Mi esposo tenía un pedazo de tierra y entonces nos dieron esta casa. Iba una comisión y hablaban con los campesinos, para ver si estaban o no de acuerdo con venir para la  comunidad. Nosotros sí quisimos porque teníamos tres niñas y vivíamos muy lejos en el campo, y la escuela quedaba como a 4 o 5 kilómetros, pero muchos no estaban de acuerdo porque no les gustaba el pueblo. A mí sí, no quería que las niñas pasaran trabajo y le dije a mi esposo “yo me voy”, y nos dieron esta casita con todo dentro, estos muebles, fogones, cama, ropa de cama, todo. Y de aquí no me voy hasta que me saquen para el cementerio.

“Sí, tú dices La Vitrina, la obra, sí, si nosotros fuimos los fundadores de todo eso. Yo y mi esposo trabajábamos en el ordeño mecánico. Esa obra la hizo aquí el grupo Escambray”.   

Monumento a La República
Monumento a La República

Monumento a La República. Salón de los pasos perdidos, Capitolio de La Habana. 1931.

En Diario de Cuba: De Ho Chi Min a los espías atómicos:

Cada vez que transito, y lo hago bastante a menudo, por el Parque Acapulco, en la Avenida 26, me resulta chocante el monumento en honor a Ho Chi Minh, colocado como un emplaste en su esquina con la Calle 37. No es que esté en contra de que exista un espacio que recuerde al líder vietnamita, ya que aquí hay espacios hasta para personajes desconocidos por la mayoría, incluyendo los denominados «espías atómicos», condenados y ajusticiados durante la Guerra Fría en Estados Unidos, sino que el busto, de dorado brillante, y la pirámide esquelética que lo sostiene, no tienen nada que ver con el diseño del parque, con el entorno en que se encuentran y, mucho menos, con el Nuevo Vedado. Es más, no entiendo qué relación existe entre la pirámide y este país asiático: las pirámides, corresponden, principalmente, a las civilizaciones asentadas en Egipto, México y Centroamérica.

Construido en tiempo record por una brigada de Comunales, con el objetivo de agasajar a un importante dirigente vietnamita que visitaría el país, el diseño y ubicación del busto del camarada Minh respondieron a una decisión eminentemente política de carácter coyuntural, sin tener en cuenta la opinión de especialistas en urbanística ni de los vecinos del lugar, si es que fueron consultados, lo cual, a todas luces, parece improbable.

El hecho recuerda una situación similar, cuando también debido a una coyuntura política se ordenó buscar un oficial de origen chino que hubiera participado en la Guerra de Independencia, y pintar a toda prisa un óleo del mismo, para colocarlo en el salón del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, donde se encuentran los de importantes próceres, ante la visita inminente del importante dirigente asiático. La pintura fue colocada, aunque para el momento de la visita no había secado totalmente.

Casos parecidos ocurrieron con el General Carlos Roloff, que aquí se considera de origen polaco, y con el Brigadier Henry Reeve, de origen norteamericano, el cual se sacó del olvido para darle apresuradamente nombre a una brigada médica cuando el huracán Katrina, con el objetivo de enviarla a atender a damnificados en Nueva Orleans, algo que nunca sucedió, pues el gobierno de Estados Unidos ni la solicitó ni la aceptó.

No existen dudas de que nuestras autoridades son adictas a estos homenajes y monumentosad hoc, siempre y cuando reporten algún tipo de ganancias. No debe olvidarse el caso del Parque Lenin, para congratular a los soviéticos, cuando estos eran considerados nuestros «hermanos mayores» y gozaban hasta de espacio propio en la Constitución; el del Teatro Karl Marx, en relación con el movimiento comunista internacional y los alemanes de la extinta RDA; la silla-trono ofrecida durante la ya lejana visita del Rey de España, Don Juan Carlos, no aceptada por éste, también en el Palacio de los Capitanes Generales; y la restauración, en el mismo viaje, del apartamento donde había residido el abuelo del Presidente del Gobierno José María Aznar, en la calle San Lázaro.

También nuestro José Martí ha sufrido estos homenajes, con su busto reproducido en serie, colocado en los lugares más absurdos, desde la entrada de un comercio en moneda libremente convertible (CUC), hasta el lobby de un hotel, un taller de reparación de bicicletas, un club o, simplemente, una esquina llena de malezas de cualquier calle. Esto, sin contar los colocados a la entrada de edificios multifamiliares.

Tampoco deben olvidarse las lamentables esculturas del propio Martí en el «tontódromo» antiimperialista y las de algunos personajes latinoamericanos en la Calle G, la antigua Avenida de los Presidentes, cuando la tradición era la de colocar bustos de mandatarios extranjeros en el Parque de La Fraternidad, a un costado del Capitolio, y no en esa Avenida del Vedado

Siguiendo la costumbre, no deberá sorprendernos la aparición, mucho más temprano que tarde, de algún homenaje dedicado al desaparecido presidente bolivariano Hugo Chávez, considerado por las autoridades «el mejor amigo de Cuba».

Nada, que cuando el respeto a las figuras históricas se diluye y se les rinde homenaje festinadamente, utilizándolas como una especie de moneda de cambio, según dicten las circunstancias políticas, suceden y sucederán éstas y otras aberraciones.

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En los primeros meses de 1959, cuando la revolución encabezada por Fidel Castro trataba de tomar el control absoluto en Cuba, se destruyeron los símbolos más visibles que había dejado la República. Comenzaron por las máquinas tragamonedas y siguieron por las estatuas.

La Avenida de los Presidentes, una rambla que desciende por todo El Vedado hasta desembocar en el mar, fue una de las principales víctimas de esa euforia revolucionaria. Todas y cada una de las estatuas que se habían sembrado allí a lo largo de 50 años fueron derribadas.

La de Tomás Estrada Palma (quien sustituyó a José Martí como Delegado del Partido Revolucionario Cubano y luego se convirtió en el primer Presidente de la República) tuvo un final tragicómico. Cuando lograron tumbar al hombrecito de bronce, sus zapatos se quedaron asidos al mármol.

Durante medio siglo, los zapatos de Estrada Palma han permanecido allí. Si la estatua entera encarnaba un símbolo, su calzado es aún hoy una metáfora. Mientras las hordas derribaban los símbolos del pasado cubano; en la fortaleza de la Cabaña, un argentino se hacía cargo de los que lo habían defendido.

Según se ha podido documentar, Ernesto Guevara fusiló a 167 cubanos en apenas 3 años. 15 en la Sierra Maestra (entre 1957 y 1958), 17 en Santa Clara (del 1 al 3 de enero de 1959) y 135 en la fortaleza de la Cabaña. Sin embargo, varias estatuas le rinden homenaje por toda la isla, sobre todo en la ciudad que posee la isla en el centro. Allí, es un inmenso mausoleo, dicen que descansan sus restos.

En Venezuela, donde tratan de replicar un régimen similar al de Cuba, acaban de derribar una estatua de Che. Esta vez no fue una horda enardecida sino algún contrabandista de metales. Ya deben haber fundido el cuerpo del Comandante, pero sus botas, como los zapatos de Estrada Palma, se quedaron firmes sobre el pedestal.

Ambos actos se parecen mucho. Además del hecho tragicómico que encierran, representan la lucha del presente contra el pasado. Tanto en Venezuela como en Cuba, el primero derribó al segundo.

* * *
En Desde La Habana: Monumentos extraños:

La solemnidad y el culto ciego a los benefactores de carne y hueso -a los simples mortales- no es, precisamente, una virtud reconocible en los habitantes de América Latina. Allá, con tanta música, tanta claridad, con los huracanes y los terremotos emboscados en el mar y en la tierra, perseguidos por una obscena tradición de dictadores y gorilas, las imágenes que se adoran son las de los antepasados, los santos y los artistas.

Las estatuas que más interesan y llaman la atención de los cubanos, por ejemplo, son una que está en lo alto de una avenida de La Habana en la que se conservan los zapatos del primer presidente, Tomás Estrada Palma. Y otra, en la Isla de Pinos, al sur de la capital, levantada en honor a una vaca lechera.

La de los zapatones solitarios se debe a que un grupo de habaneros derrumbó, a golpe de mandarria, en enero de 1959, el monumento al político porque lo consideraron demasiado amigo de Norteamérica. Como los zapatos eran parte de la base de la escultura no los pudieron destrozar. Y ahí están como un homenaje silencioso a la historia criolla del calzado. O a la estupidez.

La orden de inmortalizar a la vaca Ubre Blanca, un cruce de holstein con cebú, se dio al más alto nivel del Gobierno en 1987. El animal murió en esa fecha, unos meses después de que, según la prensa oficial, aportara a la economía nacional 109,5 litros de leche en un día.

John Lennon, cuya música estuvo prohibida en Cuba durante 40 años, consiguió también que le hicieran una escultura sentado en un parque habanero. Pero al artista inglés han tenido que ponerle una guardia de 24 horas porque, durante su primer mes de eternidad en el Caribe, le robaron dos pares de espejuelos.

No se nota por allá una inclinación por la idolatría al bronce estático y al gesto congelado. Pero hay excepciones. Esta semana se anunció en Caracas que en septiembre desvelarán un busto de Fidel Castro frente al edificio de la Asamblea Nacional de Venezuela.

Para que Castro esté a gusto, en la céntrica zona donde aparecerá su figura se ordenará el cierre de un establecimiento de comida basura propiedad de una transnacional estadounidense.

Hay sitios en el mundo alumbrados por una estrella oscura.

Los antepasados, los santos y los artistas recomiendan hielo, agua fría y muchas flores blancas para esa esquina de Caracas. Cosa de que el espacio se refresque y, poco a poco, pacíficamente, se le abran los caminos.

Raúl Rivero

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En Opus Habana: Dos rostros, dos estatuas habaneras:

La Universidad de La Habana, por ejemplo, una de las instituciones más antiguas y prestigiosas de su tipo en el continente, posee una verdadera joya escultórica y patrimonial, emplazada en la cima de la escalinata que conduce al Rectorado. Desde su colocación en este sitio, en 1927, el Alma Mater ha prevalecido indemne a toda clase de inclemencias y ha sido testigo de acontecimientos definitorios en el curso histórico del país. Con su rostro de madre bondadosa, ella recibe con los brazos abiertos a todos los hijos que deciden ligar su suerte a las vetustas construcciones que conforman el campus universitario.
De igual forma, el Capitolio, epicentro por excelencia, majestuoso edificio que marcó un hito en el decursar de la ingeniería civil de la pasada centuria —inaugurado en 1929 y por muchos años sede del Congreso—, está presidido por la colosal Estatua de la República, que se ubica en el Salón de los Pasos Perdidos, a escasa distancia del diamante que señaliza el kilómetro cero de las carreteras del país.
Sin embargo, transcurrido casi un siglo, y pese a que ambas obras de arte recorren el mundo en revistas, diccionarios, enciclopedias, souvenirs, guías de turismo…, todavía muchos desconocen que los rostros de estas diosas de imitación griega o romana estuvieron inspirados en dos hermosas criollas que fascinaron a  igual número de artistas foráneos. ¿Cómo se nombraron aquellas musas terrenales?; ¿quiénes fueron, y a qué núcleo social pertenecieron?; ¿por qué fueron elegidas para tales desempeños?; ¿trascendió semejante honor más allá del círculo familiar?; ¿cuál o cuáles damas posaron para los cuerpos de ambas esculturas? Partiendo de estas interrogantes, imbricadas mediante lazos casi invisibles, al menos para la esfera pública, este texto se propone reconstruir el apasionante itinerario y, hasta donde es posible,  despejar incógnitas, al tiempo que sugerir otros abordajes.

Leer el artículo.

CID 201
CID 201

CID 201. 1969.

En Cubadebate:

El fundador de la informática en Cuba es Fidel y se darán cuenta cuando lean mi relato. En el año 1969, en el laboratorio de electrónica de la Universidad de La Habana (UH), bajo la dirección de un brillante ingeniero llamado Luis Julián Carrasco Pérez, rodeado de un pequeño grupo de ingenieros, físicos y matemáticos entre los cuales se destacaba Orlando Ramos y su esposa Mirtha, se estaba tratando de rediseñar (clonar) una computadora de segunda generación Elliott 803B que manos amigas habían hecho llegar a Cuba. Ellos querían producirla también en el país. Estos compañeros ya han fallecido.

Era un sueño casi irrealizable. Una madrugada, como tantas otras en la UH, se aparece Fidel con Chomi (el doctor José Miyar Barruecos) en ese laboratorio para interesarse en lo que estaban haciendo aquellos “muchachos”. Quedó impresionado y les preguntó cuánto les hacía falta para fabricar el prototipo. Se trataba de una cifra irrisoria para un proyecto de esa envergadura (20.000 usd), destinada a la compra de componentes, pasajes, hoteles y comida. Recibieron lo necesario y con ese dinero, Ramos  salieron a Europa Ramos y Carrasco para comprar los componentes “en la calle”, no a una firma reconocida, porque nadie le vendía equipamiento electrónico a Cuba por el bloqueo yanqui (era ya el año 1969…).

Cuando los compañeros estaban en la Plaza L´Invalide de París, en una librería pública, encontraron un librito de la firma norteamericana Digital Equipment Corporation, donde se ofrecía los esquemas estructurales (no los circuitos lógicos) de una minicomputadora de tercera generación: la PDP-8. Compraron los libros, se fueron al hotel y tomaron una decisión magistral: no clonar la Elliott 803B (de segunda generación, vieja y obsoleta), sino crear el prototipo cubano de esa moderna computadora yanqui de tercera generación.

Para ello diseñaron los diagramas lógicos y definieron los componentes básicos para producirla, que no encontraron en Europa, y tuvieron que viajar a Japón, ya sin dinero ni siquiera para dietas y hoteles, donde gracias a la colaboración del Consejero Comercial de Cuba en la embajada, Iraídu Istokazu -cubano de descendencia japonesa, ya fallecido-, se pudo comprar los componentes y embarcarlos en la cabina del avión de regreso hacia Cuba en más de 10 comandos (maletines de mano), que ambos compañeros llevaban en sus hombros.

Como en la Universidad de La Habana no había espacio para “ensamblar aquel “muñeco” de máquina”, Fidel les proporcionó una casa situada junto al Río Kibú (o Quibú), a unos 200 metros del hoy Palacio de las Convenciones, que aún no existía. Aquel grupito de la UH creció con otros ingenieros mecánicos, químicos, técnicos calificados, etc., de tal forma, que a finales de aquel mismo año, a inicios de 1970, ya aquel “Frankenstein” se hizo y lo más sorprendente, funcionaba a las mil maravillas. Se diseñó un software-ensamblador, que nombraron LEAL (Lenguaje Algorítmico), creado por dos matemáticos de la UH, y un programa de aplicación para jugar ajedrez.

Los periféricos de aquella primera máquina cubana, bautizada con el nombre de CID-201, eran un teletipo RFT convencional (que servía de impresora y teclado), una grabadora de audio convencional SONY (que era el soporte de almacenamiento magnético externo) y una cassetera de audio para cargar el LEAL y los software de aplicación. El prototipo no tenía pantalla, luego se le incorporó un televisor soviético de entonces. La caja de la Unidad Central (de la lógica) era de madera, y todos los cables de conexiones con la periferia estaban regados en la sala de la casa donde se ensambló. Cuando todo estuvo listo se invitó a Fidel a una demostración. El Comandante llegó a la casa en horas de la madrugada, vio aquello y preguntó si funcionaba. Todos dijeron que sí, que si él quería podía jugar ajedrez con ella. Se sentó ante la máquina y estuvo más de una hora jugando al ajedrez hasta que la máquina perdió. A Fidel nunca le gustaba perder en nada…

Enseguida, con la visión tremenda que le caracteriza, dijo que le pasaran la mano a aquel equipo para que apoyara la Zafra de los Diez Millones. Propuso que se instalara en el central Smith Comas para controlar el “chucho” del ferrocarril del central y algunas tareas de control estadístico de la zafra. Así se hizo, y durante toda esa zafra el primer prototipo de computadora cubana se ocupó de cumplir aquella misión asignada por nuestro querido Comandante en Jefe.

Viendo el éxito del equipo, Fidel sugirió que se le asignaran a la Universidad de La Habana otras casas alrededor de la primera, y así surgiría oficialmente el Centro de Investigación Digital (CID), o Planta Piloto, que derivó en el actual Instituto Central de Investigación Digital (ICID), cuyo director actual fue uno de aquellos enormes “muchachos”. Así empezó en Cuba la Informática, gracias a Fidel, a su genio visionario. Con el tiempo se produjeron, bajo otras condiciones técnicas, y siempre con el apoyo directo del líder cubano, más de 400 minicomputadoras de la serie CID cubanas -en universidades, politécnicos, empresas, fábricas en todos los territorios del país-, que constituyeron la base de la preparación de muchísimos especialistas de alto nivel en la Informática, hoy profesores de nuestros hijos y nietos. Espero que esta historia les haya resultado de interés. Gracias por publicarla, y por  leerla.

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Ver tambien, «Let’s Find the First Cuban Computer«, en Medium.

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La primera vez que vi una computadora en Cuba, fue cuando estudiaba en el preuniversitario, en 1989. La asignatura Computación formaba parte del currículum docente del bachillerato y, como parte de la misma, todos debíamos crear algoritmos elementales que mostraran, en la pantalla de nuestras computadoras, muy similares a las de los televisores domésticos, las figuras geométricas que el profesor requería, por lo general rectángulos o cuadrados de coordenadas y dimensiones precisas. Eran tan primitivos los equipos y tan tediosos los procedimientos que no creo que hayamos aprendido algo de utilidad en aquellas clases. Muchos antiguos estudiantes del pre Saúl Delgado sólo guardamos un recuerdo grato del profesor Amaury, a quien años después encontraríamos hablando disparates y oliendo a la goma de pegar que en Cuba llaman garrapata. Supe cuán atrasados estaban, en cuanto a tecnología y diseño, aquellos equipos con que nos enseñaron los rudimentos de la computación cuando, al año siguiente, mi papá me llevó a tomar junto con él un curso de programación ofrecido por el Ministerio de la Agricultura. Gracias a esas clases, cuando poco después comencé á estudiar en la universidad, pude convalidar la asignatura de computación al presentar mi diploma de programadora.

Bandeja de comedor escolar con cuchara de calamina
Bandeja de comedor escolar con cuchara de calamina

Bandeja de comedor escolar con cuchara de calamina. Colección Cuba Material.

Publicado por Encuentro en la Red, en La columna de Ramón:

Lejana cuchara de calamina:

Mira que ha pasado el tiempo, tú, y todavía, algunas noches en esta ciudad, por encima de la esencia picantona del chorizo gallego o de los pimientos de Padrón que son unos cabronazos indecentes, me brota limpio, incólume, medio inocente, tu frío sabor, una mezcla metálica y abrumadora parecida a la que debe dejar en la lengua haberse pasado la noche chupando un Colt 38 o haber practicado uncunnilingus pantanoso y vegetal con un manatí. Y no con un manatí cualquiera, sino uno de mediana edad, de la ribera derecha del río Cauto.

Qué sensación, qué rubor, qué estremecido estremecimiento. Porque no imaginas la constancia que tiene la calamina en la memoria de un cubanete como yo, que te encontré siempre en todas partes: en escuelas al campo, meriendas campestres, pizzerías, safaris ideológicos, bodas, almuerzos familiares, velorios campesinos, internados militares, cumpleaños, becas.

Sobre todo en las becas, con tu inseparable bandeja de aluminio, heroína de mil batallas, abollada, maltratada, grasienta. Hubo un tiempo, incluso, en que llegué a pensar que el futuro luminoso del que siempre nos hablaban, olía igual y estaba completamente forrado de bandejas de aluminio. Más nuevas, por supuesto. Y que todos avanzábamos alegres, sonrientes, con la cabeza erguida, sosteniendo victoriosos una bandeja de ésas entre las proletarias manos. Y la recompensa por nuestro sacrificio nos la echaban en el huequito del postre. Claro que entonces yo era bajito y medio comemierda y por eso tal vez pensaba así. Ahora sigo siendo bajito y medio comemierda, pero me acerqué a la porcelana por si acaso.

Te hablaba de las becas. Tú en las becas, madre mía, qué nostalgia. Tú sumergida, lenta y golosa, en el agüita transparente del potaje, con esos destellos de manjúa en Guanabo, tropezando con los cuatro o cinco fijoles de artillería yugoslava que nadaban junto a tu cuerpo de movimientos ágiles. Y luego tú, haciendo las funciones de martillo neumático en la blancura de aquel arroz tan bien organizado, tan militar él, tan firme en sus convicciones, impenetrable, compacto, ideológicamente indivisible. Había que pensar en Ichi, el masajista ciego para poder cortarlo. O llamar al gentil Toshiro Mifune para que nos ayudara a abrirnos paso entre las bolas blancas y echarle algo a la paila. Claro que te jorobabas un poco por el esfuerzo, hacías tus contorsiones y creo que hasta sudabas ligeramente. Salían chispas de tu palidez cuando chocabas con los gorgojos de elegante tersura, y los machos abundantes con que condimentaban aquel manjar.

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Pero tú nunca te quejaste. Firme ahí, irreductible. Uno te enderezaba a ojo de buen cubero y de nuevo a la guerra. Cuando único te vi flaquear, darte por vencida, rajarte, tirar la toalla en una beca y recostarte en la esquina azul con cara deyo no puedo con eso, fue al enfrentarte a la guarnición. Con el boniato no podías. Y eso que se suponía que era boniato sancochado, pero siempre sospeché que no lo hervían, sino que lo asustaban en la cocina para no perder tiempo. Y a un boniato asustado no le mete el diente ni un indio caribe, acostumbrado a merendar siboneyes de edad diversa. Todavía no he encontrado al genio de la dietética, a ese Maquiavelo gastronómico que ordenó complementar el rancho con aquellos boniatos blindados sabiendo que había que zampárselos, abrirles la gandinga, llegarles al meollo con la nobleza de tu hechura.

Claro que en la mayor parte de los casos eras menuda y talla usable. Pero en algunos lugares alguien había fabricado un modelo superior, de una anchura caucásica, como si hubieran usado como molde la jaiba de un cocodrilo con mal genio. Uno no se daba cuenta en el acto de que con esas dimensiones era mejor echarle carbón a la caldera de un tren carguero con destino a Novossibirsk y que era imposible que cupieras en la boca estándar de un muchacho becado, capaz de comerse un búfalo en movimiento. Creo que es de las torturas más finas que se han inventado: intentar introducir aquella pala de cementerio, cargada y humeante, en una boca que saliva desesperadamente. Una boca normal, de dimensiones típicas, anatómicamente dentro de la media, y no de majá de Santa María. Ahí se la comieron. La partieron. Se le fue la musa a Manolo. La recostaron a la cerca.

Eso también pasaba cuando había que embutirse un jarabe. Una benadrilina. Un bicomplex. Una sulfaguanidina para «trancar». Un aceite de hígado de bacalao. En esos casos, con osadía e ingenio, con determinación ante la anchura, resonaba una voz en mi cabeza que decía: «en la inmensidad del mar, en lo infinito de los cielos, el hombre se enfrenta a su destino y surrrrgen: Laaaas Aventuuuuraaaas». Y uno abría al máximo la boca, cerraba los ojos y ladeaba ligeramente la cabeza. Y si alguien me hubiera tirado una foto en ese momento, por mi madre que podía pasar por el primo del león de la Metro. Pero se terminaba el trabajo con picardía, arrimándose al borde izquierdo del estanque y absorbiendo como un camión de la Conaca, con el mismo grato sonido con el que los guapos tenemos que tomarnos la sopa en público. Ahí uno aprendía también una lección filosófica: «Si no puedes comerte el asunto de frente, éntrale de lao, y liquídalo», muy útil para convivir en santa paz en becas, círculos infantiles, prisiones y aglomeraciones sociales similares.

En aquellos tiempos yo te tenía hasta cariño. Era como si hubiéramos estado hechos el uno para el otro. Daba por sentado que mi porvenir se estaba fabricando en algún lugar, igualmente de calamina, liviano, gris, manuable como tú. Un arma ligera para entrarle a la vida.

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Hasta la noche en que te encontré, prisionera de un cordelito bastante corto e indecente, en la Cinecittá, la pizzería de 12 y 23, curiosamente ubicada a las puertas del cementerio de Colón. Te blandí, blanda, fría: Te esgrimí para despachar una lasaña novedosa, de las que se hacían con la receta del tocinillo del cielo y que iban derritiéndose, cobardes, sobre unos tímidos cimientos, como edificio de Alamar construido por una brigada de presos políticos. Y, por encima del sabor de la maicena –que nunca supe qué tenía que ver con la lasaña–, ganándole terreno a la Vitanova, brotaba inalterable por los años el manatí, es decir, tu sabor limpio y puro. Casi como lo que sentiría una tribu de Nueva Guinea después de merendarse a un General bolo de antes del desmerengamiento.

Te escribo porque hoy el día está gris y salió a flote tu color en mi memoria. Me he puesto a recoger pita y me ha sorprendido lo injustos que hemos sido contigo. Ni un monumento, ni una mala canción, ni una orden oficial, ni un círculo de interés, ni una sociedad de amigos, ni una sala de hospital… Nada que te recuerde, con lo bien ubicada que has estado siempre. Claro que eso debía partir de las autoridades. Pero qué se puede esperar de un gobierno que no ha sido capaz de poner nunca un invierno que valga la pena. Que a lo más que ha llegado ha sido a un frente donado por alguien. Un fricandó de ONG. Con tanto bronce desparramado por las ciudades. Con tanto mármol tirado a mondongo. Con tanto yeso en valles y montañas, y ni una sola alusión memorable que te perpetue.

Puede que lo hayan hecho por olvido involuntario. O por castigo a tu liviandad, que te hace sospechosa, idelógicamente favorable a ceder a cualquier empuje. Por blandita y popular. O porque simbolizas, precisamente, todo un fracaso. Mira tú el relajo que llevan en sí los metales. Para triunfar, toca el oro. Para matar a un vampiro, una bala de plata. Y para una vida de pacotilla, de peíto sin peste, de burundanga: una cuchara de calamina.

Y, por supuesto, como sólo sirves para cargar. Que ni pinchas ni cortas, huele a quemao hacerte un monumento. Porque los monumentos reflejan algo. Y en eso de ni pinchar ni cortar nuestra vida nacional, menos uno que yo me sé, el resto.

Así que desisto de mi propuesta. Yo que iba a hacer campaña para que aparecieras en el Escudo, al lado de las palmitas. Entre un campo de gules, y por encima de la llave ésa de portalón de la Habana Vieja, una cuchara. Y con restos de chícharo, para no exagerar.

Calaminoso y aviejentado,
Ramón

Envase de refresco en polvo Tang

Envase de refresco en polvo Tang. 1961. Colección Cuba Material.

En 1961 el gobierno estadounidense envió a Cuba 52 millones de dólares de mercancías como parte de un intercambio acordado con el gobierno cubano, en virtud del cual este debía liberar los 1 113 exiliados cubanos, miembros de la brigada de asalto 2506 que desembarcó en la Ciénaga de Zapata en abril de ese año con la intención de derrocar al gobierno de Fidel Castro, que permanecían en cárceles cubanas desde la derrota de esta fuerza invasora. Uno de los productos canjeados fue el refresco en polvo Tang, cuyo pedigrí político incluía el haber formado parte de la carrera espacial, al integrar la dieta de los cosmonautas estadounidenses.

No más encontré el pomo plástico de tapa anaranjada en la despensa de casa de mi abuela (más llena de pomos vacíos que de comida, en realidad), mi mamá identificó el envase. «Ese pomo es de refresco Tang», me dijo, «uno de los productos que cambiaron por los mercenarios de Playa Girón».

«Lo vendieron en las tiendas», creo que agregó.

En Adios, mi Habana (Verbum, 2017), Anna Veltfort menciona una anécdota parecida, y dibuja un envase de tapa anaranjada similar al que guardaba mi abuela (p. 57).

refresco en polvo Tang

Escena de Adios, mi Habana (Verbum, 2017), de Anna Vetfort, donde se recrea el «descubrimiento», por parte de la autora del refresco en polvo Tang. Imagen tomada del libro.

Tapa del envase de refresco en polvo Tang

Tapa del envase de refresco en polvo Tang. 1962. Colección Cuba Material.

Ruinas del restaurante Moscú
Esquina de 23 y P, en el Vedado. 1961 y 1990.

Esquina de 23 y P, en el Vedado. 1961 y 1990.

Un lector me envió estas imágenes de la esquina de 23 y P y del antiguo cabaret Montmartre, nacionalizado por el Gobierno Revolucionario y renombrado restaurante Moscú. De él solo recuerdo la larga file de mesas y el bullicio de comedor obrero.

El edificio del Montmartre había sido antes una agencia de autos y camiones Dodge.  Abatido por el ciclón del 26, fue remodelado a mediados de los años cuarenta, fecha en que se inauguró en sus predios el cabaret Montmartre. En el edificio de enfrente, donde hoy se encuentra el Ministerio del Trabajo y la Seguridad Social, se hallaba la agencia de la Ford.

Edificio de la agencia Dodge en 1926 y 1932.

Edificio de la agencia Dodge en 1926 y 1932.

Espejuelos de pasta de Leopoldo Arús Gálvez
Espejuelos de pasta de Leopoldo Arús Gálvez

Espejuelos de pasta de Leopoldo Arús Gálvez. Colección Cuba Material.

Ayudando a arreglar sus gavetas a mi abuelo, que ya no puede leer a causa de una enfermedad degenerativa de la vista, encontré estas estrofas manuscritas, Dice mi abuelo que se las escuchó a un paciente del Hospital Psiquiátrico de La Habana (Mazorra):

Quise comprar un boniato

y me dijo el del mercado

¨tráigame un certificado,

la libreta, dos retratos

y, de la casa, el contrato

por si fuera necesario¨.

Le dije ¨óigame, Hilario,

dígame con disimulo,

¿le debo enseñar el culo

para el papel sanitario?¨

Vestido de poliéster estampado. 1976. Se vendió a un precio de 30 pesos en el mercado paralelo. Perteneció a Gertrudis Caraballo Gálvez. Colección Cuba Material.

René [Portocarrero], debido a un accidente, murió tres años después. Una noche, muy bebido, fue a encender una hornilla de gas para calentar café; al inclinarse sobre la llama esta creció de pronto, y su camisa de poliéster se incendió. Murió en el hospital de un infarto provocado por la conmoción. (P. 257)

***

[Servando Cabrera] murió un día al levantarse, cuando se estaba abrochando los zapatos. Así de simple. (P. 332)

Tomado de Yo Publio: Confesiones de Raúl Martínez (Artecubano Ediciones, 2007)

Envase de leche entera
Envase de leche entera

Envase de leche entera. Circa 1960s – 1970s.

Reduce, re-use, recicle, le enseñan a mi hija en la escuela pública de Weehawken, en New Jersey, y ella me lo repite, y las dos lo practicamos. De vez en cuando, yo le cuento que en Cuba hemos utilizado los litros de leche y de yogurt como floreros, y que mis abuelos se han ganado unos pocos dólares vendiendo algunos de estos envases, que guardaban desde los años cincuenta, a compradores ambulantes que luego los revenden a coleccionistas extranjeros.

Según Ecured, ECIL son las siglas de la Empresa del Combinado Industrial Lácteo y del pueblo epónimo del municipio de Morón, en la provincia Ciego de Ávila, también conocido como El Lácteo.

Envase de leche entera

Envase de leche entera. Circa 1960s – 1970s. Regalo de Leonardo Cano. Colección Cuba Material.

Sombrilla
Sombrilla

Sombrilla. Comprada en el mercado paralelo en 1976.

Sombrilla china

Sombrilla china. 1970s. Regalo de María A. Arús Caraballo. Colección Cuba Material.

Las sombrillas reaparecen en las calles de La Habana y, entre ellas, alguna que otra adquirida en los años setenta. Aquellas eran de fabricación China y estaban adornadas con flores multicolores y elegantes mangos tallados. Eran una compra suntuaria para muchos, como me ha dicho la señora que cuida y acompaña a mi abuela. Adquirió la suya (foto superior) en la tienda Roseland en 1976, y pagó por ella 25 de los 138 pesos que ganaba cada mes. Casi la quinta parte de su salario.

Por eso, y porque luego no las vendieron más, en Cuba nadie bota las sombrillas, ni siquiera cuando se rompen. Hasta hace poco mis abuelos conservaron varios paraguas negros que habían comprado en los años cincuenta o, quizás, en décadas anteriores, aun cuando ya estaban rotos y descoloridos.

Sombrilla

Sombrilla. Años setentas. Colección Cuba Material.

Sombrillas chinas

Sombrillas chinas. Colección Cuba Material.

Poema Cantar de la Escuela al Campo
Poema Cantar de la Escuela al Campo

Poema Cantar de la Escuela al Campo. Publicado en el reverso de la contraportada de la revista Bohemia. 1970s. Colección Cuba Material.

Sobre la escuela al campo, dice la historiadora Lillian Guerra (2010): «By the mid-1960s, combining manual labour with mental work by performing unpaid, often gruelling agricultural tasks under a hot sun while living in military-style barracks for months at a time became the most unifying experience for island youth from early adolescence to their mid-twenties. By 1967, the policy of sending middle school and high school students to study and work in the countryside became permanent: over 150,000 attended escuelas al campo in that year alone. The figure represented 84.68 per cent of the total number enrolled» (p. 274)

Jugo Taoro
Jugo Taoro

Jugo Taoro para la exportación.

En Los días no volverán: Envasado al vacío:

(…) Ni tan siquiera recuerdo haber visto algún paquete de Cerelac que declarara su composición, pero si lo hubiese habido, tampoco estábamos acostumbrados a escudriñar los envoltorios para leer ingredientes, conservantes o fechas de caducidad, sobre todo porque casi ningún alimento facturado en Cuba estaba envasado. La leche en polvo se vendía a granel: los afortunados que tenían dieta iban a la bodega con una “jabita” para que se la despacharan. El bodeguero abría el saco, se sumergía en él y sacaba con un jarro escachado, como si fuera agua de un pozo, el polvo de leche contaminado con más polvo (ambiental) y cualquier otra impureza que ni nos atrevíamos a imaginar. O el puré de tomate que se almacenaba en aquellos tanques oxidados de 55 galones y que envasábamos en pomos plásticos reciclados, vendidos por un anciano semiindigente que los recogía de la basura; o la cerveza a granel, a la que le echaban cubos de jugo de toronja para aumentarla, según decían por entonces. Y ya ni siquiera me refiero a los productos de reventa, esos que podían venir envueltos en papel de periódico o en cajas de zapatos, sino a los oficiales.

En mi último viaje a la isla compré algunas cajas de jugo que, una vez terminadas, mi madre conservaba para rellenar. Tener aquellos briks de colores en la nevera formaba parte de su fantasía cotidiana que yo no me atrevía a destruir. Así hacía con los potes de helado, con los pomos de cristal que antes habían sido de aceitunas y en los que ahora guardaba ajos pelados o con los geles de ducha, que aunque vacíos ya, seguían ocupando su espacio en la repisa del baño…
En la cómoda, por los siglos de los siglos, unas preciosas cajas de talco heredadas de la abuela (y llenas ahora de botones hasta rebozar), y a su lado, la única de diseño más aceptable que se vendió en los `80: el talco Tú.
Los envases venían a ser como un subproducto capitalista que enmascaraba el producto; un beneficio añadido y prescindible, como la doble moral. (La profesión de diseñador podría ser una de las más obsoletas del Período Especial, e incluso, del Socialismo indigente cubano.)…
Gracias a Axana Álvarez por el enlace.
Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV)
Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV)

Postal de navidad del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas (INAV). 1959. Colección de Ramiro Fernández, foto cortesía de Ramiro Fernández.

En Cuba en noticias: Mario Coyula: «La Habana cuesta pero vale»:

…“La Habana podría terminar, en una visión dantesca, como un gran anillo de basura consolidada o como un cráter vacío, que en el centro alguna vez tuvo una ciudad”, alerta y sin pensarlo me hace temer del tema que comienzo a investigar.

El deterioro progresivo de las zonas centrales de La Habana, las modificaciones constructivas implantadas en la mayoría de los edificios de la periferia, casas en muy mal estado e incontables familias que, sin derecho a elección, comparten una misma vivienda, dibujan parte de los problemas que enfrenta hoy la población en cuanto al tema constructivo, pese a los esfuerzos del gobierno desde el Triunfo de la Revolución por dar una vivienda a cada ciudadano.

¿Cuáles son las zonas con mayor peligro desde el punto de vista arquitectónico ante los embates del tiempo y la naturaleza?, ¿Cómo inculcar en la población una cultura de lo que es el buen gusto, de lo que es la buena arquitectura? Qué impacto podría tener la nueva ley de compraventa de la vivienda en Cuba? Durante más de una hora de conversación, Coyula nos ofreció respuestas. A partir de la enorme importancia del tema, Cubahora abre con este trabajo una serie de reportajes y entrevistas sobre el desarrollo y actualidad de los proyectos constructivos en Cuba, con sus diversas implicaciones sociales.

– De manera general, ¿cómo usted valoraría el desarrollo de la vivienda en Cuba, del 59 en adelante?

La vivienda fue un tema que interesó, lógicamente, desde el principio. Uno de los primeros proyectos que se comenzó fue el de Ahorro y vivienda, que estaba a cargo de Pastorita Núñez, que conllevó a la construcción de más de 10 o 12 mil viviendas en el país,  todas con mucha calidad. Hubo también otros planes, como el de esfuerzo propio y ayuda mutua, programas de viviendas campesinas y se construyeron cerca de 600 comunidades por todo el país. En la ciudad se puso en práctica un proyecto llamado “Plan Cuquita”, que pretendía mejorar las cuarterías en las zonas compactas, además de los proyectos de erradicación de barrios insalubres. En este caso se cometió el error de trasladar los barrios completos a lugares nuevos, con lo cual al poco tiempo volvieron a aparecer los barrios insalubres. La experiencia que se sacó de aquella época es que las viviendas en muy malas condiciones no se deben trasladar en bloque hacia otro lugar, es necesario romper esa especie de conexión social y diseminarlos por toda la ciudad.

Durante aquellos primeros años se insidió en el trabajo de bienestar social, que estudiaba los núcleos, la gente, las condiciones. Luego, los diferentes proyectos constructivos se concentraron en el Ministerio de la Construcción. No obstante, desde un inicio primó un enfoque equivocado, el de concentrarse en la construcción de viviendas y no en el mantenimiento de lo que ya existía. Eso ha sido una característica que se ha mantenido durante 50 años, dedicarse a construir y no conservar lo que ya existe.

En la vivienda se crearon algunas instituciones para conservar, pero esas empresas se quedaron por detrás de la necesidad, no dieron abasto. Se empezaron a apuntalar las viviendas en malas condiciones para que pudieran resistir, pero tampoco fue suficiente. Creo que se ha llegado a la conclusión de que el enfoque que se ha seguido en el tema vivienda es equivocado. No puede ser que el gobierno sea el único responsable de resolver los problemas de la gente y que la gente espere pasivamente a que vengan a arreglarle su casa o a construirle una nueva. Raúl ha insistido y ha dejado claro que esto no puede ser de ese modo. La fuente principal de construcción de viviendas es la propia gente.

Ahora bien, eso trae un problema fundamental: las personas por su cuenta pueden arreglar pequeñas viviendas individuales, pero si viven en un edificio, se requieren más recursos para arreglarlo. Entonces se da una paradoja: yo soy dueño del apartamento en que vivo, pero nadie es dueño del edificio, y los edificios se deterioran.

La ironía es que las zonas centrales, que son las que tienen mayor valor arquitectónico histórico, están actualmente en el aire; pero la periferia, que es la que no tiene valor, son las que se van a mantener, porque son más fáciles de reparar. Ese es un problema que puede hacer mucho daño.

Otro problema que es interesante se desprende de la nueva ley que permite la compraventa de viviendas: por un lado va a tener un efecto positivo, porque la gente va a cuidar más su vivienda, no solo porque es el techo que tienen, sino porque es una mercancía que, en un momento dado, puede significarle dinero; pero desde el punto de vista de la sociedad, las personas con mayores ingresos irán a vivir hacia los mejores lugares y entonces los barrios elegantes serán los menos elegantes, porque tenemos el caso ahora de que la gente con dinero no es elegante, sino que es ridícula, tiene mal gusto. Se va a producir una diferencia social ente una franja cerca de la costa, que es donde están los barrios del Vedado, Miramar y una zona al fondo, al sur, La Habana profunda, donde vivirán los pobres. Es un tema muy complejo, hay que ver cómo atender esto, pues por un lado no se puede prohibir que una persona de pocos ingresos, que tiene una casa buena, la venda para irse a vivir a una más mala, es una decisión personal.

El otro peligro que tenemos para esta ciudad es que con el tiempo la gente solo podrá arreglar el anillo de casitas de la periferia, y lo que no se podrá recuperar será la zona central. La Habana podría terminar, en una visión dantesca, como un gran anillo de basura consolidada o como un cráter vacío, que en el centro alguna vez tuvo una ciudad. Catástrofes naturales como la que hubo en Santiago de Cuba son muy peligrosas en La Habana.

– ¿Cuál sería la zona más afectada desde el punto de vista arquitectónico ante los embates del tiempo y de la naturaleza?

Sobre todo la parte más pegada al mar, la costa del Vedado y de Centro Habana, que aunque no haya inundaciones, el efecto corrosivo de la sal encima lo afectan. También ha subido el nivel de mar, y hay partes que serán inundadas. Podrían buscarse soluciones parciales de construir barreras en el mar para que el agua no entre, pero son carísimas. El tema de los vientos y de las lluvias fuertes afecta sobre todo hoy las casas precarias, hechas con materiales de pésima calidad, como lata, cartón, de las que hoy existen muchas en todo el país.

Hay proyectos que plantean hacer viviendas con un local de paredes sólidas, que puede ser el baño, y el resto como la gente pueda, de manera que si viene un ciclón fuerte exista determinada protección para las familias, pero esa persona se quedaría entonces con su casa a medias.

– Usted decía en un artículo que la vivienda era una hija enclenque de muchos padres, que no se habían puesto de acuerdo para ocuparse de ella, ¿por qué?

Siempre se ha hablado de la vivienda pero nunca ha habido una verdadera atención. Parece una broma, pero fue cierta, cuando existía el grupo de desarrollo de edificaciones sociales agropecuarias, institución que sustituyó al MICONS por un tiempo, se creo una comisión con mucho rango que se llamó Comisión para el mantenimiento y construcción de viviendas. La primera reunión se hizo bajo ese nombre, pero en la segunda reunión se le cambió el nombre, ya era la Comisión de Construcción y mantenimiento, mientras que la tercera reunión era la Comisión de construcción. El mantenimiento fue empujado hacia atrás y finalmente desapareció. Nunca se ha atendido el mantenimiento y es lo que tiene lógica actualmente, porque la población no crece; la gente vive mal, pero es preferible que le consoliden el lugar donde vive para que tenga una mayor protección si viene un ciclón.

Ahora la mayor parte de las viviendas que se están haciendo son para quienes perdieron totalmente su vivienda y están albergados. Lo que se ha hecho es construir cuartos y que la gente viva en esos cuartos, pero esas son cuarterías, que además se construyen en lugares alejados, es embarazoso estar haciendo cuarterías. La vivienda es el gran problema que no se ha resuelto, y no es un problema de Cuba, porque en todos los países hay problemas con la vivienda, lo que pasa es que, en los países más ricos, el nivel de lo que se considera una necesidad es diferente.

En Cuba actualmente muchas personas viven agregadas, que realmente no es la manera ideal de vivir, sobre todo cuando uno no la escoge, porque la familia cubana tradicional era grande, de tres generaciones viviendo juntas, pero eran casas alargadas, con sirvientes, y a esas familias les gustaba vivir así. Pero es diferente lo que ocurre hoy, hay matrimonios divorciados que tienen que seguir viviendo juntos, el tema es serio, y aumenta teniendo en cuenta el peligro de una catástrofe climática.

– ¿De dónde viene este estilo que prima en la mayoría de estas casas construidas hoy en distintos barrios de Cuba?

Creo que viene mucho de las telenovelas latinoamericanas, colombianas,  y de Miami también, de personas que tienen familiares afuera y les mandan imágenes de Miami, donde hay barrios con casas muy ridículas, pero que son modas que se imponen. Aquí hay tres factores que han influido en que la marginalidad ya no sea marginal: en primer lugar, la existencia desde antes de un núcleo de marginalidad en las ciudadelas, los barrios insalubres, que eran gente que vivía  en la marginalidad. El segundo grupo de problemas fueron los emigrantes de zonas que venían aquí y querían cultivar, y criar gallinas o sembrar plátanos en la ciudad. Los marginales, los campesinos que vinieron para la ciudad y los parientes copian el estilo de los que se fueron. Creo que de ahí fue saliendo el estilo ridículo ese, que son unos balaustres con unas mujercitas, delfines, leoncitos, tejitas, cuando esos balaustres no van con el estilo de esta época. Estoy hablando de 1920 cuando se usaba eso.

– Si fuéramos a valorar el desarrollo económico y social de Cuba a partir del tema vivienda, si quisiéramos contar su historia por sus viviendas, ¿cómo hacerlo?

La maqueta de La Habana tiene un código de color para mostrar los tiempos de construcción. Por ejemplo, el siglo XX, desde la independencia hasta la Revolución, está pintando de amarillo, y la maqueta de La Habana es amarilla. La Habana tiene un fondo colonial grandísimo, La Habana es de los primeros 60 años del siglo pasado,  lo que está añadido es Alamar, San Agustín, algunas zonas de desarrollo de microbrigadas. Lo que ha ocurrido es que se ha densificado la ciudad, porque se ha incrementado el hacinamiento, sobre todo en zonas de Centro Habana, que tienen mil habitantes por hectáreas  y con baja altura, es decir que las gentes viven una arriba de otras prácticamente.

Esta ciudad creció enormemente a principios del siglo XX. En esos primeros años incluso sobre una infraestructura de acueducto, teléfono, tranvía eléctrico, ómnibus y todo eso permitió que la ciudad creciera increíblemente, asimilando un crecimiento de población que venía impulsado por una bonanza económica. Fue la época de las vacas gordas.

Hablamos muchas veces de la vivienda y las edificaciones; pero habría que empezar por rehacer toda la estructura del acueducto que está colapsada, pues se hizo hace 100 años, en 1913, para una ciudad que tenía 300 mil personas, se calculó para 600 mil, y La Habana tiene hoy 2 millones de habitantes. Entonces, el acueducto está reventado, hay que hacer esa inversión.

Recuerdo que hace muchos años tuvimos una reunión muy interesante con el Grupo de Desarrollo de la Capital y un especialista del Ministerio de la Construcción dijo: “La Habana cuesta 3000 millones arreglarla”. Yo creo que  es mucho más; pero de todas maneras, mi respuesta es que La Habana cuesta, pero vale. Y la única manera de encontrar el dinero para mantener esta ciudad es la que encontró Eusebio Leal, es poner a la ciudad en condiciones de generar dinero para ella misma.

Boleto estándar de los Ferrocarriles de Cuba, División Centro. 1980s. Cortesía Camilo Venegas.

Este fragmento de materialidad cubana se originó en la estación de Camarones de los Ferrocarriles de Cuba, cuando la familia del escritor Camilo Venegas le envió a este, que para entonces vivía en La Habana, una máquina de coser Singer. No sé por qué motivo Venegas se lo llevó consigo a la República Dominicana, donde ahora vive y desde donde me ha enviado estas imágenes.

En cualquier caso, nadie sabe contar mejor que él las cosas de los ferrocarriles.

***

La primera vez que viajé en tren fue cuando estudiaba en décimo grado. Ese año, los alumnos y profesores del preuniversitario Saúl Delgado fuimos trasladados en autobuses Girón a la estación de trenes de La Habana, donde mi grupo abordó uno de los primeros vagones. Nos dirigíamos a Ovas, en Pinar del Río, pueblo alrededor del cual se encontraban dispersos los campamentos donde mi preuniversitario cumpliría ese año el programa de la escuela al campo. A las nueve de la mañana ya estábamos en el vagón, pero no nos pusimos en marcha hasta el mediodía, de modo que lo que debió haber sido un viaje corto se convirtió en una travesía que duró todo el día. Creo que nos dieron como almuerzo un bocadito de jamón y queso y, de postre, africanas de chocolate. Llegamos a Ovas ya de noche.

***

Esta es la historia de Camilo, el fogonero Venegas:

Te adjunto dos boletines y una Carta de Porte de la División Centro de los Ferrocarriles de Cuba (Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spiritus).

El más largo, lo usaban los conductores de los trenes de viajeros. Con un alicate «ponchaban» el origen, el destino, la fecha, el precio y el número del tren. Había conductores que tenían todo un arte para esto, sobre todo de noche, cuando recorrían los vagones a oscuras, a la luz de una linterna y manteniendo el equilibrio entre tantos bandazos y pasajeros.

El pequeño, es un Boletín en Blanco, que se usaban en las estaciones cuando no habían impresos para el destino al que iba el viajero. En el reverso, se ponía el cuño de la estación de origen. Ese lo llené yo mismo, en un viaje que hice de Camarones a Santo Domingo (no sabía que 10 años después acabaría volando a Santo Domingo, pero en República Dominicana).

La Carta de Porte es el envío de la máquina de coser Singer de mi abuela Atlántida para La Habana, donde la usé como soporte de una mesa.

Boleto de ferrocarril. 1981. Tramo Camarones-Santo Domingo. Precio 0.40 centavos. Cortesía Camilo Venegas.

Boleto de ferrocarril (reverso). 1981. Tramo Camarones-Santo Domingo. Precio 0.40 centavos. Cortesía Camilo Venegas.

Carta de Porte de los Ferrocarriles de Cuba. Cortesía de Camilo Venegas.

Radio Sokol 2

Radio Sokol 2. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

En el texto de Manuel Zayas sobre las UMAPs (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), publicado en Diario de Cuba, el autor contrasta los reportajes de Paul Kidd, periodista canadiense que denunció las UMAP, con los publicados por la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Verde Olivo:

…»El sistema de disciplina era simple. Los confinados que no trabajaban, no recibían alimentación. Y a menos que su trabajo llegara a la norma asignada, no se les autorizaba salir. En el segundo domingo de cada mes, a los confinados se les permitía recibir visitas de sus familias, que podían traerles cigarrillos y otros pequeños artículos. Si un confinado no obedecía órdenes, esos objetos eran retenidos. Los informes de brutalidad física en los campamentos circulaban ampliamente en Cuba».

El corresponsal resumió la existencia de las UMAP como una fuente de mano de obra casi esclava, hecha a la medida.

Paul Kidd recibió el Premio Maria Moors Cabot de 1966, que otorga la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. El PEN de escritores canadienses concede cada año un premio con su nombre, el Paul Kidd Courage Prize.

Después de que el corresponsal canadiense fuera expulsado, la revista Verde Olivo, órgano de propaganda del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, publicaba un reportaje elogiando las bondades de esos campamentos y reseñaba un acto que «desbarataba una vez más la sarta de mentiras echadas a rodar por los enemigos de la Revolución que trataban de presentarla como una institución de sometimiento».

El singular acto consistió en la premiación a algunos «macheteros» de las UMAP con la entrega de «motocicletas, refrigeradores, radios y relojes», además de la imposición de medallas a «cuadros de mando». …

Interior de almendrón
Interior de almendrón

Interior de almendrón. Foto 2013.

En La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte (2007, Anagrama, p. 86):

Taxis de color amarillo y negro pertenecían a la Asociación Nacional de Choferes de Alquiler Revolucionarios (ANCHAR, ya que en la nueva sociedad todo adoptaba siglas), y en taxis de color violeta trabajaban las prostitutas reeducadas.

Hacían, de otro modo, la calle. TP eran las siglas de sus vehículos: Transporte Popular.

“Todas Putas”, les llamaba la gente.

Y aquellas conductoras recibieron enseguida, por el color de los autos, el mote popular de “violeteras”.

***

En Misceláneas de Cuba, viñetas de la Cuba Material por Orlando Luis Pardo Lazo:

Frente de batalla:

Los carros americanos siguen siendo una quinta columna clavada en el corazón comunista de la Revolución. Vienen de la prehistoria republicana y, sin embargo, pertenecen al futuro democrático de la nación. Duraron, a pesar de la asfixia y los represivos talleres sin piezas de repuesto, donde los “adaptaron” al cambiarle sus órganos originales. Pero los carros americanos no son un museo ni mucho menos un mausoleo de la memoria, estos “almendrones” de cáscara dura no son sino un plebiscito rodante.

Gulliver en el país de los proletarios:

Pudo ser un performance de la Bienal de Artes Plásticas de La Habana. Pudo ser el primer plano público de un stop-motion cubano desconocido, ese que, por timidez o tristeza, jamás se filmó. Hombrecitos de plastilina que recorren las aceras cutres de la avenida Galiano en Centro Habana (acaso en Contra Habana). Enanitos en peligro de ser pisados por los titanes que van y vienen de la shopping o del agromercado, con sus viandas y electrodomésticos y piltrafas y productos de aseo, todo disimulado en las consuetudinarias jabitas de nylon (la bandera cubana debiera ser sustituida por una jabita de nylon, que resuena más linda al viento y es un objeto menos biodegradable y sin tanta memoria de la muerte nacional). Pudo ser un set para rodar el clímax de un videoclip de reguetón. Pudo ser labor-terapia grupal para los deprimidos anónimos de la patria. Pudo ser de todo. A mí nadie nunca me dijo nada.

Los viejos carros americanos:

Aferrados a un filito. La mano crispada, tensa hasta el último tendón. La marca del uniforme mitad como maleficio y mitad como talismán. Los viejos carros americanos parecen persistir más allá de la Historia y más acá de la Revolución. Sus carrocerías se maquillan de lujo metálico para un nuevo cambio de velocidad. Los viejos carros americanos se alquilan a miserables y a militares sin hacer distingo, son la encarnación rodante de nuestra demacrada democracia de mercado. Dentro de sus hierros cincuentenarios todos somos iguales, expuestos a la misma contaminación carburante. Los viejos carros americanos son ataúdes en tiempo futuro, cunas de fetos en pasado perfecto. InCUBAdoras de un pueblo en trance de movimiento que por ahora aún se aferra a una idea inercial, inmemorial.

¿Huraco o espejo mágico?

No todas las capitales de América cuentan con paisajes así, de guerra per-manente pero artificial, escaramuzas inocuas excepto para la inteligencia. A La Habana le salen más baches que bares y borrachines. Más baches inclu-so que desfiles de botas violentas en alguna efeméride nacional. A ras de asfalto, el espejo de agua masoquistamente duplica nuestra rala realidad: gente mohína asomada al daño de los edificios, a sus ínfulas heroicas de mostrar las cicatrices de un bombardeo. Y, lo más terrible de esta debacle: es aterrorizantemente bella.

Lápidas:

¿Quién sobrevive a quién? ¿La vieja y orgullosa maquinaria de los años cincuenta, que abortó en Cuba junto al final de su década, o la palabra patria más perversamente repetida desde entonces? ¿Quién rueda todavía sobre el asfalto percudido y quién ya no podría permanecer de pie? ¿Chapistería versus chapucería? ¿Slogan comercial versus lema? ¿Aerodinámica retro versus ideología obsoleta? Pero, ¿quién se atrevería a meterle un buen palancazo a la caja de cambios de velocidad? ¿Nos hará falta alguna licencia histórica de conducción?

Ver la entrada completa en Misceláneas de Cuba.

Club Rotario de La Habana
Club Rotario de La Habana

Club Rotario de La Habana. Imagen tomada de la organización Rotarios.

El Club Rotario de La Habana, fundado el 29 de abril de 1916, fue el primero de su tipo en un país cuyo idioma no era el inglés. Estuvo involucrado, desde su fundación, en iniciativas de planificación urbana y, en 1917, colaboró para que fueran aprobadas leyes de tránsito vial en Cuba. En 1923 los rotarios habaneros patrocinaron un carnaval de niños, consiguieron que se aprobara la ley que prohibía las corridas de toros, apoyaron la purificación de las aguas de la ciudad y consiguieron pavimentar algunas áreas.

El 31 de enero de 1979 el gobierno clausuró todos los clubes rotarios cubanos.

Calcomanía promocional del vuelo conjunto Cuba-URSS

Calcomanía promocional del Vuelo Espacial Conjunto Soviético-Cubano. Diseñada en el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) por Daysi García López. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

Puede descargar aquí el texto de Pepe Menéndez Apuntes para una cronología del diseño gráfico en Cuba, publicado por Cuba Gráfica en 2007, del que se reproducen algunos fragmentos:

(…)
2. De 1959 a 1964: cambio de paradigma

(…)
En la confrontación ideológica de los primeros años la publicidad fue tildada de perniciosa, y en 1961 fueron definitivamente suprimidos por el gobierno los espacios publicitarios en radio, televisión y prensa plana. Hubo también prejuicios estéticos, fuertes debates, pero en general el diseño logró imponer su libertad expresiva y primó el respeto a sus creadores.

Los dos principales conglomerados de diseñadores que surgieron en estos años fueron el Consolidado de Publicidad (en 1960) y la agencia Intercomunicaciones (en 1961). El primero atendió los contratos de publicidad que existieron hasta 1961 y la segunda se ocupó de los encargos de comunicación de las entidades del gobierno (ministerios, empresas, etc.).

Intercomunicaciones (con creadores como Guillermo Menéndez, Tony Évora, Joaquín Segovia y Silvio Gaytón en la primera etapa, más Olivio Martínez, José Papiol, René Mederos, Ernesto Padrón y Faustino Pérez, entre otros, en un segundo momento) terminaría fundiéndose en 1967 con un grupo de diseñadores que atendía la gráfica propagandística del gobierno en la Comisión de Orientación Revolucionaria (COR).

Los nuevos contextos en que se desarrollaba el diseño gráfico y los contenidos que debía comunicar necesitaron formas diferentes a las que primaban hasta entonces.
Por un tiempo, sin embargo, se produjeron superposiciones de contenidos y formas antagónicas. La publicidad –adaptándose a los nuevos tiempos– intentó mostrar una vocación más nacionalista en el posicionamiento de los productos, y la propaganda no encontraba todavía su propio lenguaje. Los cambios no surgieron por dictamen sino por necesidades intrínsecas de aquel momento histórico.

En 1959 se fundaron dos instituciones culturales muy importantes en la historia de la gráfica cubana: el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y la Casa de las Américas. En el ICAIC el primer equipo de diseñadores estuvo integrado por Rafael Morante, Eduardo Muñoz Bachs, Raúl Oliva y Holbein López, con Eladio Rivadulla como impresor de carteles en serigrafía. En años siguientes trabajaron sistemáticamente en esta oficina –entre otros– René Azcuy, Antonio Pérez Ñiko, Antonio Fernández Reboiro, Luis Vega y Julio Eloy Mesa.

La diversidad de estilos entre ellos es notable, como lo es también la intensidad de la producción. En ocasiones llegaron a diseñar un cartel semanal cada uno. Tal demanda continua de soluciones los dotó de una capacidad resolutiva muy eficiente, cuyos mejores frutos han sido ampliamente elogiados y premiados. Los carteles del ICAIC tuvieron en común desde mediados de los años 60 un mismo formato (52 x 76 cms) y una misma técnica (serigrafía), más un grupo de creadores prolíficos (Muñoz Bachs, Azcuy, Ñiko y Reboiro los principales), lo que contribuyó a que hayan sido percibidos como un cuerpo coherente de gráfica promocional mantenida a lo largo de varias décadas.

La Casa de las Américas, por su parte, creó en 1960 la revista de igual nombre, en la que trabajó Umberto Peña con gran creatividad desde 1965 hasta finales de los años 80. Umberto Peña permaneció vinculado a la Casa por más de veinte años, en una relación creador-entidad que puede considerarse como una de las más fructíferas en la historia del diseño cubano, tal vez solo comparable con la de Eduardo Muñoz Bachs y sus carteles para el ICAIC.

Peña aportó a la Casa de las Américas, con la gran cantidad de soportes diseñados, lo que hoy llamaríamos una identidad visual corporativa.

Por otra parte, con forma y contenidos que se consideraron renovadores en Cuba salió a la calle en 1959 el primer número de Lunes de Revolución, suplemento del diario Revolución. En ciertos casos, la experimentación que llevó a cabo el equipo de realizadores de Lunes… en la relación tipografía-fotografía-ilustración puede considerarse precursora de los carteles cubanos posteriores, cuya madurez expresiva se produjo hacia mediados de los años 60. Sus diseñadores principales fueron Jacques Brouté (francés residente en Cuba, en la primera etapa), Tony Évora (segunda etapa) y Raúl Martínez (tercera etapa). La publicación dejó de existir en 1961.

El cartel adquiere por estos años un rol preponderante como medio de divulgación. La vida de los cubanos se hizo muy intensa en las calles, en los sitios públicos; había mucho intercambio social por motivos laborales, estudiantiles, recreativos o de preparación militar. En tales circunstancias el cartel, al estar siempre presente, sirvió de eficaz comunicador, con independencia de la calidad mayor o menor que tuviera. No habiendo madurado aún un estilo gráfico o formas de hacer particulares en el diseño cubano, algunos de los más significativos carteles que pueden mencionarse de esta primera etapa lo son más por la coyuntura en que surgieron que por una calidad notable.

«Es bueno recordar que la eficacia comunicativa de tales objetos visuales fue más un resultado de la significación social del hecho que interpretaban y trasmitían que de los valores intrínsecos de su concepción y plasmación como obra gráfica.» (Bermúdez, J., 2000: 89). Tales son los casos de los diseños para la Campaña de Alfabetización de 1961 y los carteles de movilización y alerta que se hicieron en el contexto de la Crisis de Octubre de 1962.

En 1961 se creó el Consejo Nacional de Cultura (CNC). Algunos de sus diseñadores en los años iniciales fueron: Rolando y Pedro de Oraá, José Manuel Villa, Umberto Peña, Raúl Martínez, Héctor Villaverde, César Mazola, Rafael Zarza, Ricardo Reymena y Juan Boza. Su objeto social era la promoción de eventos e instituciones culturales, y se ocuparon también del diseño de revistas.

Junto al ICAIC, el equipo del CNC se puso en pocos años a la vanguardia del cartel cubano, pero a diferencia de aquel no mantuvo la misma estabilidad de autores, formatos y técnica de reproducción. Lamentablemente, la producción de carteles del CNC no ha sido conservada en archivos o colecciones, lo que unido a los prejuicios y marginaciones en que se vio envuelto el ámbito cultural en la siguiente década dio lugar a que se haya diluido la verdadera importancia de aquella producción en las décadas de los años 60 y 70.

Cierra esta etapa con una clara intención renovadora. Las propuestas visuales iban madurando en una generación numéricamente grande, joven y con ansias de realización, que creaba dentro de una realidad social en transformación y se atrevía a lo nuevo, adaptando sus creaciones a circunstancias muy exigentes. Por un lado las limitaciones económicas extremas de un país bloqueado, y el desenfado utópico por el otro.

3. De 1965 a 1975: maduración de un modo de hacer

Una caracterización del contexto en que se conformó una nueva gráfica en Cuba pasa por considerar que: a) la dinámica de transformación del país producía una demanda constante de comunicación visual, y b) los diseñadores estaban agrupados alrededor de instituciones que les propiciaban una ejercitación sistemática, con mucha libertad expresiva.

Dicho en términos de mercadotecnia, existió un clímax en que se equilibraron demanda y oferta. Ese clímax se puede decir que duró unos 10 años y es considerado por muchos especialistas como la etapa más fértil en la historia del diseño cubano. Algunos autores se refieren a ella como «la era dorada» de nuestro diseño.

La demanda se expresó, por ejemplo, en una eclosión editorial. La poligrafía llegó a alcanzar en su momento máximo cifras anuales de 700 títulos y 50 millones de ejemplares impresos, en un país con una población de alrededor de 7 millones de habitantes. Había decrecido el número de periódicos pero proliferaron las revistas, y las nuevas editoriales crearon una variada gama de colecciones de libros. La producción de carteles se disparó tremendamente, concentrado el grueso, en términos de cifras, en tres entidades: ICAIC, COR y CNC, es decir cine, propaganda política y cartel de promoción cultural no cinematográfica.

A modo de ejemplo vale decir que cuando en 1979 el ICAIC celebró sus 20 años organizó una muestra con el impresionante título de 1000 carteles cubanos de cine (curiosamente los años más representados fueron los finales del decenio 65-75: 1974, con 171 piezas y 1975, con 125 piezas; en cuanto a los autores, de Eduardo Muñoz Bachs fueron seleccionados 284 carteles). En ausencia de publicidad, aumentaron las campañas de bien público en las que tomaron mucha fuerza nuevos soportes como las vallas urbanas y los laminarios.

Aunque Cuba fue durante muchos años un país aislado y el cambio que se operó en estos años tuvo bases endógenas, no deben ignorarse las influencias externas. En 1964 viajó a Cuba Tadeusz Jodlowski, profesor de la Academia Superior de Bellas Artes de Varsovia, para impartir un curso a los diseñadores del CNC. Este primer encuentro directo con la escuela polaca de diseño –tan diferente de los códigos estéticos norteamericanos en boga en Cuba desde los años 50– fue útil para los jóvenes creadores del patio.

Tuvo además continuidad en las posteriores estadías de César Mazola (en 1965), de Héctor Villaverde (en 1966) y de Rolando de Oráa (en 1967) en Polonia, para estudiar durante seis meses bajo la tutoría de Henryk Tomaszewski. Otros antecedentes comparables con esta superación profesional fuera de la Isla serían los estudios de Arte y de Diseño de Félix Beltrán en universidades de primer nivel de los Estados Unidos muy al inicio de la década, y la carrera de nivel superior de Esteban Ayala en la Escuela Superior de Gráfica y Arte del Libro de Leipzig, República Democrática Alemana (entre 1962 y 1966).

En 1969 vinieron a La Habana los diseñadores gráficos polacos Wiktor Gorka, Waldemar Swierzy y Bronislaw Zelek.

Otras visitas de resonancia en el gremio del diseño gráfico cubano en años posteriores fueron las de Shigeo Fukuda en 1970 y 1987 (en esta última con una exposición de sus carteles en el Instituto Superior de Arte); de Albert Kapr en 1983 (dos años después se publicó en Cuba su libro 101 reglas para el diseño de libros); de Jorge Frascara y Gui Bonsieppe en repetidas ocasiones entre los años 80 y 90, y más recientemente de Norberto Chávez, Rubén Fontana, Alain Le Quernec e Isidro Ferrer.

Debe entenderse que a partir de los primeros años 60 los viajes de cubanos al exterior fueron escasos, como también de extranjeros a la Isla. Las «zonas de contacto» entre el diseño cubano y el mundo estuvieron reducidas durante muchos años, sobre todo en las décadas del 60 y 70, quedando los ejemplos que se mencionan más algunas revistas y libros internacionales que se recibían como excepciones de un estado de incomunicación con el mundo.

El primer intento de una revista cubana de diseño se produjo en 1970 cuando la COR editó Diseño. Su existencia se limitó a tres números en ese mismo año. En 1973 la misma entidad sacó a la luz Materiales de Propaganda (luego Propaganda), publicación que ha perdurado hasta hoy aunque con mucha irregularidad.

En 1962 surgió Cuba, una revista concebida para mostrar al mundo la realidad del país. Esta publicación (cuya antecesora directa se llamó INRA) desarrolló un perfil editorial muy visual y dinámico para su época y entorno, sumando para esto el talento de diseñadores y fotógrafos. Inicialmente la dirección de diseño y fotografía la ocupó José Gómez Fresquet Frémez, al que siguió Rafael Morante.

De 1967 a 1977 lo hizo Héctor Villaverde. Contó además, durante muchos años, con los aportes de Roberto Guerrero y de varios otros diseñadores como Luis Gómez y Jorge Chinique. En el equipo de fotógrafos estuvieron Alberto Díaz Korda y Raúl Corrales en la primera etapa y José A. Figueroa, Iván Cañas, el suizo Luc Chessex,Enrique de la Uz, Luis Castañeda y Nicolás Delgado en la década de los años 70.

Junto a Cuba, las revistas más notables de este período fueron La Gaceta de Cuba (surgida en 1962, con diseño de Tony Évora), Pueblo y Cultura y Revolución y Cultura (desde 1963), revistas diferentes pero emparentadas, en las cuales intervinieron por períodos Héctor Villaverde y José Gómez Fresquet Frémez, así como Tricontinental (surgida en 1967, con diseño de Alfredo Rostgaard).

A mediados de la década el cartel cubano empezó a concitar interés en Europa y en algunas otras plazas importantes de las artes visuales en el mundo. A través de artículos en revistas y de exposiciones van dándose a conocer una realidad social particular y un modo de reflejarla a través del diseño, todo lo cual atrajo atención y fue elogiado. Algunas de las exposiciones más importantes de esta etapa fueron: 1968, Galería Ewan Phillips, Londres; 1969, Museo de Arte Moderno, Estocolmo; 1971; Museo Stedelijk, Ámsterdam; Museo del Arte y de la Industria, París, y Biblioteca del Congreso (Sección Fílmica), Washington, todas con el título de Carteles Cubanos.

Sin dudas fue el cartel el género más representativo del auge en la gráfica cubana de esta época, tanto que opacó otros logros que permanecen hasta hoy poco abordados. Dos extremos opuestos por su escala serían el diseño para espacios expositivos o de gráfica urbana y el diseño de sellos de correo.

En el cambio de década se produjeron varias experiencias de interés en diseños de grandes espacios. Para los pabellones cubanos en las exposiciones mundiales de Montreal ‘67 y Osaka ‘70 trabajó el diseñador Félix Beltrán, formando parte de equipos dirigidos por arquitectos (en el primer caso, los italianos residentes en Cuba Sergio Varoni y Vitorio Garatti, en el segundo, Luis Lápidus).

Otra exposición que adquirió una coherencia y expresividad superiores gracias al diseño gráfico fue la Muestra Internacional de Arte del Tercer Mundo, La Habana, 1968, concebida en cuanto a diseño por José Gómez Fresquet Frémez. También se recuerdan las supergráficas que colmaron el edificio del ICAIC en los fines de año, en especial la de 1969, diseñada por Antonio Fernández Reboiro, y la de 1970, debida a Alfredo Rostgaard.

En el diseño de sellos de correo se produjo una evolución paralela a la de los carteles y el diseño editorial de estos años. Los códigos predominantes transitaron de una figuración realista a una conceptuación visual más efectiva. Varios diseñadores se especializaron en este tipo de trabajo y lograron algunas series donde las pretensiones de belleza que solían primar y la funcionalidad requerida del sello no entorpecieron el buen diseño, sino que por el contrario encontraron en él un aliado.

Fue sin embargo un creador que trabajaba en otra entidad quien demostró la mayor maestría para estas minúsculas piezas de comunicación. A Guillermo Menéndez se deben algunos de los más logrados sellos de correo cubanos, como los de las series Año Internacional de la Educación (1970) y xx Aniversario del Triunfo de la Revolución (1979).

Los niveles de calidad promedio que se alcanzaron en el diseño de sellos durante las décadas de los 60 y 70 se perdieron en años siguientes y se impuso de nuevo el modelo de representación con pretensiones de hiperrealismo, tanto en los temas de fauna y naturaleza como en los conmemorativos y de deportes, en ocasiones con un bajo nivel de realización en los dibujos.

En 1966 surge la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), la entidad que junto al ICAIC y el DOR puede ser considerada la otra gran productora de carteles, más por su singularidad y calidad que por la cifra de sus títulos: alrededor de 340 en los primeros 40 años. Vale apuntar que la producción histórica del ICAIC ha sido estimada entre 2 500 y 3 000 carteles; la del DOR se calcula entre 6 000 y 8 000.

Los carteles de la OSPAAAL estaban destinados a trasmitir mensajes políticos de solidaridad, fundamentalmente con procesos de descolonización / reivindicación social / antimperialismo en diversos países del Tercer Mundo. Inicialmente se hicieron circular doblados y encartados dentro de la revista Tricontinental (cuya tirada llegó a ser de 50 000 ejemplares). Usaban un formato pequeño y un lenguaje gráfico asimilable por individuos de culturas e idiomas diferentes, privilegiando la imagen sobre el texto. La principal figura de la cartelística de la OSPAAAL fue Alfredo Rostgaard. También se destacaron Lázaro Abreu, Olivio Martínez, Rafael Morante, Jesús Forjans, Faustino Pérez, Berta Abelenda, Rafael Enríquez y René Mederos.

La creación del Instituto Cubano del Libro (ICL) da pie a la remodelación de las editoriales y sus perfiles gráficos. En las editoriales Arte y Literatura y Letras Cubanas trabajaron, entre otros, Raúl Martínez, José Manuel Villa, Cecilia Guerra, Carlos Rubido y Luis Vega; en Ciencias Sociales lo hicieron Roberto Casanueva y Francisco Masvidal. Ellos llevaron el diseño de libros dentro del ICL a un nivel cualitativo alto. En otras instituciones, Raúl Martínez y Tony Évora (Ediciones R), Fayad Jamis (Ediciones Unión) y Umberto Peña (Casa de las Américas) fueron los más destacados en esta época.

El libro había dejado de ser un objeto elitista para quedar al alcance de cualquier ciudadano, respaldado esto por una política de precios subvencionados estatalmente a fin de promover la lectura y por ende el enriquecimiento cultural.
Los diseños cubanos de libros de esta época fueron desinhibidos, a veces arriesgados, y aunque respetaban ciertas reglas básicas, no parecían asumirlas como leyes inviolables. En las cubiertas había más búsqueda expresiva que disciplina tipográfica.

Libros sobre diseño no han existido muchos en Cuba. El prolífico Félix Beltrán publicó Desde el diseño, en 1970, Letragrafia (Editorial Pueblo y Educación), en 1973, y Acerca del diseño (Ediciones Unión), en 1975. En años siguientes aparecieron El libro, su diseño, del creador Roberto Casanueva (Editorial Oriente, 1989), El cartel cubano de cine (Editorial Letras Cubanas, 1996) y La imagen constante. El cartel cubano del siglo xx, del estudioso del diseño Jorge Bermúdez (Letras Cubanas, 2000), primer estudio profundo sobre este tema particular.

Las zafras azucareras, principal evento económico del país hasta hace pocos años, estuvieron acompañadas habitualmente de numerosos impresos cuyo propósito era estimular la conciencia laboral de los trabajadores. La campaña propagandística alrededor de la zafra de 1970, en la cual el gobierno se propuso una meta nunca antes alcanzada, tuvo dimensión nacional, con equipos de diseño localizados en cada provincia. Fue concebida una serie de vallas y carteles que anunciaban cada etapa vencida. A diferencia de la profusión de imágenes figurativas (obreros, sembrados de caña, maquinarias y herramientas) con que se había comunicado la movilización hacia las zafras de años anteriores, en esta Olivio Martínez elaboró unas imágenes tipográficas muy coloridas que expresaban la euforia nacional alrededor de este magno empeño productivo. Su concepción seriada resultó de mucho interés.

De este crucial evento económico y político de la Revolución Cubana quedó otro cartel que expresaba, no la euforia con que se inició la zafra sino la consternación de su final frustrado al no cumplirse la meta propuesta. Revés en Victoria (COR, 1970) es un notable ejemplo de economía de medios, que logra visualizar sintética y sugerentemente una frase del momento. Su autora fue Eufemia Álvarez, una de las varias mujeres que se destacaron en la gráfica cubana en estos años sin que se les mencione con la frecuencia y justeza que merecen. Su cartel obtuvo uno de los cinco premios en el Salón Nacional de Carteles de 1970, junto a piezas tan notables como Besos robados (de René Azcuy), Viva el xvii Aniversario del 26 de Julio (de Félix Beltrán), ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (de Rolando de Oraá) y Moler toda la caña y sacarle el máximo (de Antonio Pérez Ñiko).

La COR había organizado el primer Salón un año antes, centrado solamente en la producción de carteles.2 Fue inaugurado con una gran exposición, para la que se seleccionaron y quedaron expuestos trabajos de 70 diseñadores. Cinco diseños –que con el tiempo han pasado a ser considerados antológicos– fueron premiados: Cuba en Grenoble (de Raúl Martínez), Todos a la Plaza con Fidel (de Antonio Pérez Ñiko), Décimo aniversario del ICAIC (de Alfredo Rostgaard), Clik (de Félix Beltrán) y Décimo aniversario del triunfo de la rebelión (del equipo integrado por Ernesto Padrón, José Papiol y Faustino Pérez).

Un desglose de los premiados en las primeras diez ediciones de este Salón Nacional del Cartel (luego renombrado Salón Nacional de la Propaganda Gráfica 26 de Julio) arroja otros datos de interés: los 40 premios otorgados fueron a manos de 26 diseñadores, es decir que existía una calidad repartida; tres fueron ganados por mujeres; el balance temático es de 21 carteles políticos, 12 culturales y 7 sociales. Se evidencia también la distribución geográfica de la actividad de diseño en Cuba por esos años, al recibirse y premiarse trabajos de varias provincias con destaque para Matanzas y Santiago de Cuba.

En 1970 se publicó el libro The Art of Revolution (McGraw-Hill Book), de los autores Susan Sontag y Dougald Stermer. El mismo significó un espaldarazo internacional a la gráfica cubana, especialmente por el ensayo de Sontag y por la espléndida selección de carteles, desplegados en un libro de gran formato. La repercusión internacional de la gráfica cubana era ya un hecho al inicio de la década de los 70.

Se habían obtenido los primeros lauros: un cartel de Esteban Ayala en la República Democrática Alemana, 1964; libros de Santiago Armada Chago, Eduardo Muñoz Bachs, José Manuel Villa, Esteban Ayala y Félix Beltrán en Ferias del Libro IBA de Leipzig entre 1965 y 1971; el cartel Harakiri de Antonio Fernández Reboiro en Sri Lanka, 1965; y finalmente el conjunto de carteles presentado por Cuba, que recibió el primer premio en el Concurso Internacional de Carteles de Cine dentro del Festival Internacional de Cine de Cannes en 1974.

Se alcanzaba así el momento de máximo esplendor, la consolidación de un modo de hacer en función de una coyuntura social muy particular. La generación que la había llevado a cabo estaba en su plena madurez. No había sin embargo un relevo a la vista. Los primeros intentos de fundar una escuela de diseño, la Escuela de Diseño Industrial e Informacional, dentro el Ministerio de la Industria Ligera en 1969, no habían tenido continuidad ni arraigo.

4. De 1976 a 1989: estancamiento y retroceso

En este período se producen cambios importantes en la estructura político-administrativa y de gobierno que guardan relación con la incorporación del país al bloque económico de los países socialistas.

Variedad de factores condicionaron la crisis del diseño gráfico cubano que se hizo evidente en este período:

Se saturó el código visual creado en los años 60 y no llegó a tiempo la necesaria renovación tanto visual-expresiva como humana, es decir, de profesionales con similar o mejor nivel profesional que sus antecesores.

Las relaciones laborales entre los diseñadores y profesionales afines y sus superiores se tornaron rígidas, imponiéndose un estilo burocrático de encargo / aprobación de diseños.

Hacia el final de los años 80 comienza a conocerse en Cuba la tecnología digital, avance al que no todos los diseñadores por entonces activos pudieron incorporarse –con lo cual quedó marginado un sector de profesionales maduros respecto a los jóvenes que entraban al gremio– y que por otro lado hizo posible que personas con poca preparación específica en comunicación visual accedieran a trabajos de diseño en detrimento de la calidad resultante.

Hubo conciencia bastante generalizada de la crisis (al menos entre los diseñadores y demás especialistas) pero no soluciones.

Al parecer las instituciones no reaccionaron ante las señales: en 1978 la revista Revolución y Cultura publicó un conjunto de artículos-encuestas debatiendo las encrucijadas a que se enfrentaba la cartelística nacional desde hacía algunos años. De Raúl Martínez es esta afirmación: «Quizás nos hemos dormido en los laureles, los artistas que los elaboramos (los carteles) y los organismos y funcionarios que se encargaron con entusiasmo de pedírnoslos y difundirlos a la vez». Todavía diez años después, en un informe redactado por profesionales de la comunicación y puesto a debate en las instituciones vinculadas directamente con esta actividad, se repite que «el diseño gráfico ha presentado en la última década una baja sustancial en lo cualitativo y cuantitativo». Los factores fundamentales que inciden son (selecciono algunos): la inexistencia de una política institucional de promoción al diseño gráfico, la limitación profesional y cultural de las personas que dirigen en las instituciones, la deficiente calificación de numerosas personas que trabajan como diseñadores y la necesaria renovación de diseñadores que deben promover los centros docentes especializados.

La Sección de Diseño de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), dirigida por Héctor Villaverde y Alfredo Rostgaard, organizó los Encuentros de Diseño Gráfico (el primero tuvo lugar en 1979, el segundo en 1985), en un intento por tomar la iniciativa y debatir públicamente los asuntos de la profesión, pero dándole la palabra a los creadores. Sintomáticamente, el cartel del evento, debido a Francisco Masvidal, muestra los entonces habituales instrumentos del diseñador: cuchilla de cortar, pincel, rotulador de tinta y lápiz con forma de proyectiles.

Por esos años algunos diseñadores notables salen definitivamente del país (por ejemplo, Antonio Fernández Reboiro y Félix Beltrán; mucho antes ya lo había hecho Tony Évora) y otros dejan los puestos de trabajo donde estaban (Umberto Peña, Eduardo Muñoz Bachs, René Azcuy). Cuando en 1980 se funda la Oficina Nacional de Diseño Industrial (ONDI), el diseño gráfico cubano ya está en franca crisis. La ONDI pone entre sus prioridades la formación de diseñadores y funda el Instituto Politécnico para el Diseño Industrial en 1983 y el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI) en 1984, siendo esta la primera –y hasta el momento única– universidad de diseño en Cuba, de donde salieron los primeros veintiún egresados en 1989, nueve de ellos como diseñadores informacionales.

El claustro inicial del ISDI estaba formado por arquitectos. Antonio Cuan Chang, formado como docente en Diseño Básico en la escuela de arquitectura, encabezó la facultad de Diseño Informacional desde su fundación hasta 1993. Las dos grandes excepciones a esta tendencia fueron Esteban Ayala y el profesor chileno Hugo Rivera.

Los arquitectos, con su dominio de las leyes generadoras de la forma y de la Gestalt, habían alcanzado cierto éxito en la gráfica cubana desde los años 70, en especial en la creación de logotipos. En una época en que se hicieron frecuentes los concursos abiertos para crear la identificación de eventos e instituciones, los arquitectos probaron ser muy certeros.

Salidos de concursos públicos o no, algunos logotipos de gran visibilidad se han mantenido hasta hoy por su pregnancia y eficiencia marcaria, como son los casos de: Helados Coppelia (de Guillermo Menéndez, 1964), Ministerio de la Construcción, y Parque Lenin (ambos de Félix Beltrán, años 70), Ministerio de la Pesca (René Azcuy, años 70), Aerolínea Cubana de Aviación (de Juan Antonio Gómez Tito, años 70) y Asociación Cubana de Artesanos Artistas (Antonio Cuan Chang, 1980).

El crecimiento de la industria ligera experimentado en la década de los 70 motivó un desarrollo del diseño de envases. En particular para el sector de los productos alimenticios fueron creados sistemas completos de marcas, etiquetas, envases y embalajes desde el Centro de Diseño de Envases y Divulgación. Ello se extendió también a los habanos y su promoción en el extranjero. De aquel equipo pueden mencionarse los nombres de Luis Rolando Potts, Antonio Goicochea, Santiago Pujol y Carlos Espinosa Vega, representantes los tres primeros de la poco numerosa generación intermedia, la que siguió a los iniciadores de los años 60 y antecedió a la nueva hornada de los 90.

Entre 1977 y 1978, con motivo de la celebración en Cuba del xi Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, tomó mucha fuerza en La Habana el tema de las gráficas urbanas. Formando parte de equipos multidisciplinarios junto a arquitectos, urbanistas e ingenieros, el diseñador concibió las llamadas supergráficas que colmaron zonas de gran circulación en La Habana.

En 1983 se fundó el Taller de Serigrafía René Portocarrero, donde se han impreso a lo largo de estos años muchos carteles para pintores y cantautores jóvenes. También con la técnica serigráfica pero diferente finalidad, en el Instituto Nacional del Turismo (INTUR) –anteriormente Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT)– se diseñaron varias series de carteles cuya coherencia los hizo relativamente distinguibles. Producidos en la segunda mitad de la década del 70 para promover destinos turísticos particulares o elementos de la flora y la fauna del país, estaban destinados al turismo internacional pero resultaron muy atractivos también para los cubanos, que los adquirieron y usaron en la decoración de sus hogares. Predominaba en ellos un dibujo geometrizado, con un intenso colorido rematado casi siempre por líneas negras. Sus autores fueron Jorge Hernández, Armando Alonso, Arnoldo Jordi, Raymundo García, Enrique Vidán y Francisco Yanes Mayán.

Una revista que consolidó una visualidad muy atractiva para su época apoyada en el uso de la fuente Avant Garde cuando el diseño editorial privilegiaba las tipografías suizas fue Mar y Pesca, bajo la dirección artística de Jacques Brouté. Otras publicaciones periódicas que surgieron o se destacaron en esos años fueron: Opina (diseñada por Arístides Pumariega), El Caimán Barbudo (por donde han pasado varios diseñadores en casi cuatro decenios de vida), y Juventud Técnica (en la década de los años 80; con una dinámica visual basada en la ilustración muy atractiva para los jóvenes, diseñada por Carlos Alberto Masvidal).

(…)

Locomotora
Locomotora

Locomotora. Imagen tomada de El fogonero.

El fogoneroLas locomotoras inglesas pasaban como barcos:

La primer vez que vi una de aquellas locomotoras se me pareció a un barco. Siempre pasaban de noche, halando el tren Habana-Santiago. Los vagones llenos de rostros, algunos dormidos, otros desvelados, dejaban una extraña luz en los traspatios del Paradero de Camarones.
Luego supe que aquellas hermosas máquinas eran inglesas. Aunque se llamaban Class 50, fueron rebautizadas como Clayton para tratar de burlar el embargo norteamericano. Su silbato no se parecía a nada conocido, sonaba como el saxofón de un blues en la madrugada.
Arribaron en 1965, pero la falta de piezas de repuesto las hirió de muerte en unos pocos años. Por eso, 10 años después, en cuanto llegaron nuevas locomotoras (20 de la Unión Soviética y 50 del Canadá), fueron remolcadas hasta un apartadero del antiguo Central Hershey. Enseguida la burda hierba del trópico se empezó a tragar su británica elegancia.
Todavía permanecen ahí, como tesoros hundidos, perdidas en un lugar donde les cambiaron hasta el nombre. Pasaron como barcos por el paisaje cubano y acabaron por encallarse. Tuvieron muy mala suerte, fueron a dar a una isla donde los trenes siempre van, pero rara vez vuelven.
Cafetera
Cafetera

Cafetera. Hecha en Estados Unidos. 1950s. Colección Cuba Material.

Mis abuelos nunca se deshicieron de sus antiguos equipos electrodomésticos (me refiero a los de los cincuentas y años anteriores), ni siquiera cuando dejaron de funcionar. Una tostadora, una plancha para sandwiches y una cafetera de café americano cuyas porciones de agua y borra mi abuela aprendió a dosificar para obtener algo parecido al café expreso, acumulan herrumbre sobre un aparador del comedor. Allí los dejaron mis abuelos con la esperanza de que un día apareciera la resistencia o pieza que los devolvería a la vida, mas esta nunca llegó.

En Diario de Cuba:

Antes de los Castro, la Isla era un imán para atraer inmigrantes de Europa, Medio Oriente, Asia, el Caribe e incluso de Estados Unidos. Estadísticas del antiguo Ministerio de Hacienda de Cuba revelan que solo entre 1902 y 1930 llegaron a nuestro país 1.3 millones de inmigrantes, 261.587 de ellos en los últimos seis años de ese período.

En esos 28 años, encabezaron la lista 774.123 españoles, 190.046 haitianos, 120.046 jamaicanos, 34.462 estadounidenses, 19.769 ingleses, 13.930 puertorriqueños, 12.926 chinos, 10.428 italianos, 10.305 sirios, 8.895 polacos, 6.632 turcos, 6.222 franceses, 4.850 rusos, 3.726 alemanes y 3.569 griegos.

En años posteriores siguieron llegando a Cuba más inmigrantes de las nacionalidades mencionadas, así como también libaneses, judíos, palestinos, rumanos, húngaros, filipinos y mexicanos (sobre todo de Yucatán), etc. En 1958 había en la embajada de Cuba en Italia 12.000 solicitudes de ciudadanos deseosos de emigrar a la Isla.

Pero si en 1958 Cuba era uno de los tres países de Latinoamérica con mayor ingreso per cápita, con 374 dólares —el doble que en España ($180) y casi igual al de Italia—, hoy es uno de los más pobres. Es el único que en vez de avanzar involucionó y presenta ahora un grado menor de desarrollo económico y social que hace media centuria. Ni siquiera Haití sufrió tal retroceso.

Los efectos del castrismo asombran cuando se examinan algunas estadísticas del Anuario Estadístico de Naciones Unidas, el Atlas of Economic Development (1961) de Norton Ginsburg, la FAO, el Departamento de Comercio de EE UU, y el Cuban Center for Cultural Social & Strategic Studies, Inc.

En 1958, como en cualquier nación en desarrollo, había pobreza en la Isla, pero Cuba era el octavo país del mundo con mayor salario promedio en el sector industrial, con $6.00 diarios, por encima de Gran Bretaña ($5.75), Alemania Federal ($4.13) y Francia ($3.26). La lista la encabezaban EE UU ($16.80) y Canadá ($11.73). Cuba, además, ocupaba el séptimo lugar mundial en salario agrícola promedio, con $3 diarios, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Hace 54 años Cuba registraba la mayor longitud de vías férreas en Latinoamérica, con un kilómetro de vía por cada 8 kilómetros cuadrados. Y era líder en televisores, con 28 habitantes por receptor (tercer lugar en el mundo); la primera señal de TV a color en el mundo fuera de EE UU fue lanzada en La Habana por Gaspar Pumarejo, el 19 de marzo de 1958. El país ocupaba el segundo lugar latinoamericano en número de automóviles, con 40 habitantes por vehículo.

También teníamos la más baja tasa de inflación en Latinoamérica, con 1.4%. Nos autoabastecíamos de carne de res (desde 1940), leche, frutas tropicales, café y tabaco; y éramos casi autosuficientes en pescados y mariscos, carne de cerdo, de pollo, viandas, hortalizas y huevos. Éramos el primer país latinoamericano en consumo de pescado y el tercero en consumo de calorías, con 2.682 diarias. Producíamos el 76% de los alimentos que consumíamos (hoy producimos el 21%), y había una vaca por habitante.

La Isla exportaba más de lo que importaba, y era la tercera economía más solvente de la región por sus reservas de oro y de divisas y por la estabilidad del peso, a la par con el dólar. Era el país latinoamericano con menor mortalidad infantil y el que dedicaba mayor porcentaje del gasto público a la educación, con el 23 %. (Costa Rica, 20%; Argentina, 19.6%; y México, el 14.7%). En 1953, Francia, Gran Bretaña, Holanda y Finlandia contaban proporcionalmente con menos médicos y dentistas que Cuba.

Cuba era también proporcionalmente en 1958 el país latinoamericano con más salas de cine, ostentaba el segundo puesto en cantidad de periódico impresos, con ocho habitantes por ejemplar, luego de Uruguay (seis), y tenía el segundo lugar en teléfonos, con 28 habitantes por aparato.

Conclusión, que la debacle económica cubana no es causa, sino efecto. La verdadera razón que fuerza a emigrar de Cuba es el sistema político que sepultó la libertad económica y transformó la Isla en una ameba gigante que se nutre de subsidios extranjeros.

Cuarto de baño
Cuarto de baño

Cuarto de baño. Vedado. Foto 2012.

He visto, en Cuba, cuartos de baños recubiertos de mármol, de azulejos de cerámica, y de paredes de cemento; baños con agua fría y caliente y baños sin una gota de agua; baños sin ducha y baños con duchas a donde no sube el agua; baños con inodoros que descargan y tienen asentador y tapa, y baños con inodoros que para que descarguen hay que echarles uno o más cubos de agua; baños grandes como salones de baile, y baños pequeños y atestados de cosas; baños para visitantes, antiguos baños de criados, y baños colectivos, compartidos por más de una familia; baños con pinturas al fresco, con coquetas y armarios empotrados, y baños con solo un inodoro y una pila; baños con espejos y sin ellos; baños limpios, mugrientos y apestosos. Nada, quizás, denota más las diferencias sociales en la Cuba de hoy que las condiciones de los baños. No supe hasta hace poco que había familias que tenían baños de letrina en capitales de provincia como Victoria de las Tunas.

El de la foto es el baño de la casa de mis abuelos. Cuando yo era niña, aún tenía su bañadera de hierro. Vi cómo, una a una, fue perdiendo las patas, que mis abuelos reemplazaron por ladrillos. Vi también cómo los ahorros de mi abuelo se convirtieron en la actual poceta, y algo quedó para repellar el techo, que ya soltaba pedazos del revoque. Cuando era niña, el baño tenía una taza de inodoro blanca, que más tarde cambiaron por la de porcelana azul, fabricada en Cuba, sin orificios para la tapa y el asentador. En algún momento se rompió su mecanismo de descargue, y mi abuelo le amarró un hilito. Están ahora tratando de conseguir una taza nueva. Hace poco, mi mamá compró un nuevo lavamanos con los dólares que ahorra de lo que le mandamos y algo que le entra del alquiler de su apartamento. Gracias a eso, el baño de mis abuelos sigue siendo un buen baño.

H/T: María Paula Gómez Cabrera

Pasatiempos infantiles para fiestas. Hechos en Cuba. 1970s. Colección Cuba Material.

Los cumpleaños que se celebraban en la Cuba de mi infancia tenían, todos, piñata de papel rellena de caramelos y dulces, serpentinas, música infantil, cajitas y juegos de competencia. Entre estos no faltaba jamás el de ponerle el rabo al burro. Hasta hoy no sabía de dónde provenía la lámina que un adulto pegaba en la pared, ni los rabos que intentábamos ponerle al burro que había en ella dibujado.

En los cumpleaños de mi infancia también repartían, al menos en algunos, lo que en Estados Unidos llaman goody bags, bolsitas con algún recuerdo o souvenir que los anfitriones repartían a los niños que asistían a su fiesta, en agradecimiento. Al parecer, eran hábitos «de antes» que algunas familias no querían abandonar, pero que terminaron, más tarde o más temprano, desapareciendo debido a la escasez.

Boleto de ómnibus Delegación Centro
Boleto de ómnibus Delegación Centro

Boleto de ómnibus Delegación Centro. 1980s. Cortesía de Emilio García Montiel.

El viaje en ómnibus entre Varadero y Morón costaba 4.95 pesos, según establece este boleto de la Delegación Centro de los Ómnibus Nacionales.

Nota curiosa: entre los destinos aparece uno «Sin Nombre».

Modas '75
Modas '75

Modas ’75. Suplemento especial de la revista Mujeres. 1975. Colección Cuba Material.

En 1975, para celebrar el segundo congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, la revista Mujeres publicó un suplemento de modas con aproximadamente 50 páginas de fotografías e ilustraciones de moda femenina, masculina e infantil, además de accesorios, maquillaje y patrones para confeccionar algunos de los modelos que se muestran. Llaman la atención, en este, la mayoritaria ausencia de líneas o influencias nacionales en los modelos propuestos, y lo que parecen ser imágenes tomadas de publicaciones de Europa del Este o de la URSS.

Este suplemeno especial fue editado por el Taller Escuela Experimental de Diseño de la FMC, la Empresa de Confecciones Textiles, y el Ministerio de la Industrial Ligera

Bolígrafo desechable.

Comencé el primer grado en 1979. Entonces, la escuela nos entregaba bolígrafos desechables para escribir. No nos permitían usar lápices. Cada cierto tiempo, los maestros repartían bolígrafos desechables, uno por estudiante. Estos eran bicolores, y venían en dos combinaciones: azul y blanco, como el de la foto, y rojo con listas amarillas.

No poseo ninguno, pero una compañera de clases, húngara, trajo ayer al aula un bolígrafo desechable como el que usábamos cuando aprendíamos a escribir en Cuba.

Caviar con ron.
Caviar con ron.

Caviar con ron. Libro compilado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto.

En Diario de Cuba:

Caviar with Rum es un nuevo volumen de ensayos compilado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto, dedicado a la historia y el legado de la relación entre la antigua URSS y Cuba, desde sus primeras aproximaciones hasta más allá de su desenlace tras la disolución de la URSS en 1990, para incluso comprender varias formas de nostalgia contemporánea ante tal pasado. Pero el libro no trata de la complicada política, o de la historia de grandes figuras de estos países: aborda, más bien, las memorias cubanas de tal relación, memorias íntimas, subjetivas, reveladoras, dulceamargas.

(…)

Los ensayos aquí reunidos ofrecen, sin embargo, varias metáforas alternativas a las del título. La relación entre la isla caribeña y el imperio euroasiático es, no pocas veces, de índole sexual, y los resultados demasiado literales de esta unión sexual son tachados de aguastibias, hijos nacidos de una mezcla de climas fríos y calientes. Pero al retratar la relación, los autores de este volumen recurren también a otras figuras: ya a un catálogo de productos desaparecidos (carne rusa, el perfume Moscú Rojo),  ya a una cosmología en la que Cuba es satélite, o, trocando lo espacial por lo temporal, a temporalidades disyuntivas en las que la URSS representaba un inminente futuro al que la Isla llegaría dentro de poco y al que, sin embargo, nunca llegó.

(…)

Gracias a este volumen, tenemos noticia de otros vestigios de la influencia soviética: la importancia del arte de la Perestroika; el destino de jóvenes rusos-cubanos decididos a honrar su doble herencia; el legado material de tantos Ladas, televisores Krim, alarmas Sevani, carne rusa, Stolichnaya… Pero lejos de recuperar estos productos soviéticos como meras curiosidades para ser parodiadas o anheladas, estas memorias confirman la permanencia de la Guerra Fría tres décadas después del supuesto fin de la historia.

Hebillas que vendían los merolicos

Hebillas para el pelo de fabricación artesanal. Hechas por el merolicos nando. Finales de los años setenta y años ochenta. Colección Cuba Material.

Los merolico, personas que se dedican a la venta ambulante de mercancías, se llaman así por la telenovela mexicana Gotita de gente, producida en 1978 y estrenada en la isla en los años ochenta. La práctica, por supuesto, antecede a la telenovela.

Los merolicos vendían artículos fabricados de manera rudimentaria en talleres clandestinos. Se trataba, por lo general, de bienes de consumo difíciles de adquirir en el mercado estatal. Su modo de producción semiartesanal y el uso de materias primas de poca calidad, sin disponer de la tecnología adecuada para ello, les daba a sus productos un aspecto tosco y chapucero.

Mi abuelo tenía un amigo, Nando, que producía este tipo de mercancía en un taller improvisado en el garage de su casa, en el barrio de El Vedado, justo al lado de Jalisco Park. Nando no era precisamente un merolico, sino que fabricaba las mercancías que estos últimos vendían. Del taller de Nando salían artículos de bisutería de mujer y accesorios para el pelo: hebillas, bolas, y ese tipo de cosas. Las bolas las unía con un elástico blanco de los de costura, atado con un nudo, y a las hebillas, a las que por lo general les sobraba plástico en los bordes, las decoraba a veces con pintura de uñas con brillitos.

Aun así, las hebillas para el pelo que hacía Nando nunca se parecieron a las que tenían mis amiguitas, compradas en el extranjero, pero igual saltaba de alegría cada vez que este visitaba a mis abuelos, pues sabía que siempre iba con algún regalo recién salido de su taller.

Mi abuelo y Nando se conocían desde la infancia. Vivían en el mismo barrio y, aunque mi abuelo se hizo médico y Nando comerciante, mantuvieron la amistad toda la vida. Nando tenía familiares en Miami y alguna vez viajó a esa ciudad a visitarlos, tras el restablecimiento de los vuelos entre Cuba y Estados Unidos a finales de los años setenta. Sin embargo, nunca se decidió a emigrar porque, creo haber escuchado a mis abuelos decir, no quería ser una carga para nadie.

Nando murió ya viejo, en su casa al lado de Jalisco Park. Mi tío, que fue a verlo poco antes, me contó que solo tenía un bombillo, que había que trasladar de habitación. Al morir este, su hija vendió la casa. Quien la compró puso en el garage un negocio de losas de mármol en las que grababan epitafios para las tumbas del vecino Cementerio de Colón.

***

Sobre el trabajo por cuenta propia, dice el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su Capítulo X sobre El Derecho al Trabajo:

22. A partir de 1976 y especialmente desde principios de la década del 80 se ha legalizado y liberalizado la práctica privada de oficios como peluqueras, manicuristas, jardineros, choferes de taxi, fotógrafos, electricistas, carpinteros, mecánicos, modistas, sastres, limpiadores de zapatos, así como de las profesiones como médicos, dentistas, arquitectos, etc. Estas personas deben registrarse, recibir una licencia y pagar un impuesto; en ocupaciones en que es difícil encontrar mano de obra, los trabajadores deben tener un empleo estatal y sólo pueden ejercer la actividad privada después de la jornada laboral o en fines de semana y vacaciones. Aunque hay informes que indican que en 1979 había unos 100.000 trabajadores independientes registrados, esta cifra es tres veces mayor a la de la encuesta oficial de 1979.

23. Sin embargo, el futuro de esta nueva actividad privada es incierto pues en 1982 fue objeto de un fuerte ataque oficial por su afán de lucro y las pingües ganancias que estaban obteniendo quienes la ejercían. El Presidente Fidel Castro dio una serie de ejemplos para ilustrar su crítica: (a) ingenieros y arquitectos cargaban 800 y hasta 1000 pesos por diseñar un plan de reparación de viviendas, lo que fue tachado de «prostitución del concepto de empleo por cuenta propia»; (b) administradores estatales contrataban un equipo de técnicos y obreros calificados para hacer un trabajo en tiempo libre, lo que fue tildado de «violación repugnante» de las reglas y un ejemplo de corrupción; (c) médicos y trabajadores de vanguardia que tenían derecho a comprar un automóvil nuevo lo adquirían por 4.500 pesos y lo vendían por 20.000 pesos, otras personas venían autos viejos por 10.000 pesos; (d) granjeros cuasi-privados vendían hasta 50.000 ó 60.000 pesos al año con ganancias de 30.000 a 40.000 pesos; (e) intermediarios en los mercados libres campesinos compraban productos, arrendaban un camión y transportaban la mercancía a las ciudades (donde había escasez) con utilidades de hasta 40.000 pesos; (f) aparceros y ocupantes cultivaban la tierra sin estar registrados con el Estado ni ser miembros de ANAP y vendían sus productos en el mercado libre; (g) artesanos vendían, en el mercado libre de La Habana sus productos manufacturados a mano hasta 10 veces el precio oficial (vr.gr., sandalias a 50 pesos, pantalones por 90 pesos) esto –dijo el Presidente– había que detenerlo para evitar que la ciudad se llenara de puestos, y (h) «coleros profesionales» o bien compraban y luego revendían los artículos con una ganancia o se alquilaban por hora para hacer la fila.

24. Aunque algunas de estas actividades podrían ser calificadas de ilegales, la mayoría no lo eran o, en todo caso, eran una manifestación de la necesidad de estos servicios.

***

En Catalejo, el blog de la revista TemasPrecisando hechos y datos. Acerca de los comentarios de Amuchástegui, por Humberto Pérez González:

1) Ya en 1974, durante la experiencia de los órganos locales del Poder Popular en la provincia de Matanzas y como parte de ella, amparados en una Resolución que dictó el Banco Nacional de Cuba (que desde 1965 había asumido las funciones del Ministerio de Hacienda), se experimentó el trabajo por cuenta propia y se 00concedieron licencias para unos 30 oficios o actividades.

Después del Primer Congreso se autorizaron las actividades por cuenta propia por el Decreto Ley No. 14 del 3 de julio de 1978 y fueron posteriormente precisadas y reguladas con más detalle por Resolución Conjunta de los Comités Estatales de Finanzas y Trabajo y Seguridad Social de noviembre de 1982. A su amparo, creo que todos los que tenemos edad para ello recordamos, sobre todo, el funcionamiento del Mercado de Artesanos de la Catedral en La Habana Vieja, entre otros.

Es cierto que poco tiempo después vino la “Operación Adoquín” y una política de reducción y eliminación de dichas actividades sobre lo cual es ilustrativo un reportaje que salió en Juventud Rebelde el 18 de junio de 1986 dando a conocer que, en el IV Encuentro Nacional de Trabajadores de los Servicios Comerciales, se planteó “desarrollar un movimiento masivo para que todos aquellos que posean licencias de trabajo por cuenta propia renuncien a dicho privilegio”. El reportaje se titulaba en mayúsculas: “Una propuesta importante: la renuncia a la licencia de trabajo por cuenta propia”.

2) En 1980 se aprobó legalmente el Mercado Libre Campesino para la venta de productos agropecuarios, a precios de oferta y demanda, por parte de Cooperativas, áreas de autoconsumo de Empresas Estatales y campesinos y dueños de parcelas individuales, después del cumplimiento de los planes de acopio, aunque en 1983 se restringió y limitó ese mercado y en 1985 fue eliminado.

3) En 1982 se promulgó el Decreto Ley 50 que autorizaba la creación de empresas mixtas con la participación de hasta 49% del capital por parte de entidades extranjeras, aunque la política económica seguida solo autorizó su creación 7 u 8 años después, ya en vísperas del Período especial.

4) En 1981, en coordinación con la Oficina de Atención a los Órganos del Poder Popular adjunta al Consejo de Ministros, se realizó un levantamiento en todo el país, provincia por provincia, de todos los oficios y labores que, siendo estatales hasta ese momento, debían ser desestatalizados y pasados a ser operados por trabajadores por cuenta propia y/o cooperativas. La dirección del Partido y la del Órgano Provincial del Poder Popular de la entonces provincia llamada La Habana se ofrecieron para desarrollar una experiencia al respecto en su territorio antes de extender la ejecución de la idea a todo el país. Finalmente dicha idea y la propuesta ya concretada fueron desestimadas y no se realizó ni siquiera la experiencia.

Ir aquí para leer todo el artículo.

Merolicos venden su mercancía en la Plaza de la Catedral. 1987.
Plancha eléctrica

Plancha eléctrica

Plancha eléctrica. Hecha en la URSS. Colección Cuba Material.

Los bienes de consumo socialistas que el estado cubano otorgaba a los trabajadores destacados no solamente constituyeron un instrumento de persuasión y propaganda política. También reprodujeron —y crearon— diferencias de género. Las lavadoras y planchas, por ejemplo, fueron a para a manos femeninas, a veces como premio recibido en el centro laboral o como regalo recibido en ocasiones especiales.

Estos electrodomésticos, además, junto a los televisores y los radios, mantuvieron a la mujer ocupada dentro de casa, mientras los hombres disfrutaban de su tiempo libre paseando en automóviles, casi siempre manejados por «ellos», que les daban una desproporcionada libertad de movimiento. Los hombres, además —algunos—, utilizaban su automóvil como medio de conquista, como refleja la canción de los Van Van Titimanía y da cuenta Norberto Fuentes en su libro Dulces guerreros cubanos.

En la Cuba de los años ochenta, un personaje común era el titimaniaco, que paseaba en Lada con su joven amante mientras su esposa echaba a andar la lavadora Aurika y se sentaba a llorar con la película de la Tanda del Domingo que veía en su televisor Krim, o alisaba las camisas del esposo y los uniformes de los hijos con una plancha rusa.

Carrito de helados

Carrito de helados

Carrito de helados. 1970s. Imagen tomada del grupo de Facebook 3ra y A.

Se anunciaba con La polonesa y, en cuanto la escuchábamos, corríamos a pedirle a nuestros padres dinero para comprar paleticas de helado. Las vendían envueltas en un sobre de papel blanco y fino. También vendían helado en cajas rectangulares de tamaño familiar, siempre en combinación dos sabores, y en pintas y galones de cartón. Ya a finales de los ochentas, se oía poco su música.

Carrito de helados

Carrito de helados. Imagen tomada de internet.

Envase del medicamento Avafortán

Envase del medicamento Avafortán. Importado de la RDA. Producido por Asta Werke AG Chem Fabrlk. Evasado en Cuba por Empresa de Suministros Médicos. Precio de venta de un peso. Colección Cuba Material.

En Habanero 2000: Importando productos y recuerdos:

…En días pasados, estuve indispuesto, con nauseas, cuando me incorporé al trabajo, una compañera me pregunto; ¿Que tomaste? Gravinol, le respondí, alguien me pregunto ¿Qué es eso? Un medicamento para los vómitos, aquí lo llaman Dramamine, pero yo lo sigo llamando; Gravinol. Era como si cambiarle el nombre, cubanizarlo, hiciera el milagro de hacer presente las manos de mi madre llevándomelo a la cama. Un nombre, lograba cambiarle el efecto, mejorarlo, hacerlo capaz de curar el cuerpo y el alma.

Cuando me recuperé y conversé con uno de mis grandes amigos, sobre el malestar que había tenido me dijo; ¿Cómo no me avisaste? Yo tenía Novatropin que mande a pedir de Cuba, eso te lo hubiera quitado todo. Cuando vivíamos en Cuba, el Peptobismol, el Tylenol y otros medicamentos nos parecían la panacea universal, el non plus ultra de la medicina moderna. Ahora que estamos del lado de acá, cuando nos llega un medicamento de nuestra islita, nos parece estar a salvo; no hay enfermedad o malestar capaz de resistírsele.

(…)

La lista de los productos de Cuba, que pedimos desde acá, es larga. Una vez un amigo me pidió, casi me suplico le trajera unas latas de Vitanuova, según me dijo; ninguna salsa para pastas podía compararse con la fabricada en nuestra Isla. Más de una vez me han pedido frazadas de piso. Les explico que siempre le llevo a mi mamá las de aquí, y que las amigas de mi hermana cuando las ven, siempre suplican les regalen una y se van felices con su frazada amarilla, que vino directo de la Yuma. De nada valen mis explicaciones; frazadas como las de Cuba, no hay, son las mejores.

De pronto, por decreto nuestro, acuñado por la nostalgia y las ganas inmensas de traernos a nuestra islita y a nuestros seres queridos hasta acá; Cuba se ha convertido en exportadora de medicinas y artículos para el hogar. Me han contado de algunos que, ahora que pueden comprar los mejores perfumes, mandan a buscar aquellos que venden en la Isla.

***

En Emilio Ichikawa: Quien se fue de MEGA TV no fue María Elvira, fue una época:

En la noche de hoy viernes (julio 5-2011) el presentador Tony Cortés comentó en su programa en MEGA TV, junto a un actor invitado, un reportaje fílmico que muestra el estado de destrucción en que se encuentran inmuebles, calles y huertas urbanas de la ciudad costera de Guanabo, al este de La Habana.

Nadie se atrevería a desmentir la realidad presentada por Cortés; o la lógica de sus comentarios. Lo que sí provocó extrañeza fueron los sentimientos de nostalgia que trató de mover al respecto; y que confirmaron lo errático que es ya tratar de sacar dividendos ideológicos a la exhibición del consabido deterioro urbanístico cubano. Cuyo estado ruinoso se ha llegado incluso a estetizar (con notable éxito en los centros dominantes de la cultura Occidental).

Es un hecho: las instalaciones del noreste habanero no son ya como eran en los años ´80 (que es aproximadamente el tiempo que añoran Cortés y su invitado). Ni eran en los ´80 como habían sido antes de 1959.

Ahora bien, cuando se decía, por ejemplo en 1983, que Cuba no era como en 1953 o 43, se quería significar que existía un pasado hermoso, utópico, erigido a través de acciones asentadas en un sistema de propiedad privada capitalista; y que otro régimen, comunista, había malogrado al instaurarse desde 1959.

Pero, cuando Cortés y su invitado “denuncian” que el Guanabo de hoy es un desastre comparado con el Guanabo paradisíaco de 1983, ¿qué sugieren, qué mensaje envían, en qué concepto dan sentido al regodeo fotográfico? Pues en ninguno. Es más, muchas de las lecturas posibles de su reportaje gráfico son contraproducentes, como esa que deja caer que con Fidel Castro y el Kremlin en forma los cubanos estaban mucho mejor que ahora. Algo alarmante, porque… ¿y si fuera verdad?…

***

En Emilio Ichikawa: Radio Mambí: Un desplazamiento hacia la «sensibilidad ’70»:

El espacio del antiguo Noticiero de RADIO MAMBI (Miami 7.10 AM) a las 5:00 de la tarde, fue ocupado hoy por un programa de participación que convergió en la evocación de “las fiestas de 15” en los años ’70 en Cuba.

Una oyente recordó como muy grata la experiencia de su fiesta en el Hotel Nacional de Cuba; mientras otra refirió su celebración en una Escuela en el Campo. Alguien agregó que esas reuniones se realizaban con esfuerzo propio, porque “en ese época no se recibía dinero de remesas” (desde el extranjero). También echaron de menos bailar canciones de amor como “Candilejas”, popularizada en la Cuba de entonces por José Augusto. También se refirió al grupo Los Barba como música del momento. Un señor recordó una experiencia singular, cuando él y un amigo se “colaron” en una fiesta que resultó ser la de un familiar de Ramiro Valdés. Fueron sacados por unos “ayudantes”, lo que fue comentado por el conductor del programa (Pepe) como algo lógico tratándose del personaje citado.

Los oyentes proyectaron sobre los años ’70 un sentimiento nostálgico, romántico (centrado en el regreso y recuperación de lo perdido), similar al que una generación anterior ha proyectado sobre la Cuba de antes de 1959; con la peculiaridad de que “la pérdida” del paraíso de los ’70 se da en el marco del mismo sistema político y, según analistas, del predominio del mismo grupo político. A primera vista, juzgando por el trato personal, esta “oleada de los ‘70” está notablemente identificada con los valores de la cultura norteamericana, son críticos del socialismo cubano y no se identifican demasiado con la Cuba republicana (pre-1959).

En agosto de 2011 el actor y periodista Tony Cortés condujo un interesante programa en MEGA TV, donde se hizo un ejercicio de la nostalgia en la pérdida y recuperación de “el Guanabo de los ‘80”. La nostalgia por los ’90, incluso por el Periodo Especial, está tocando a las puertas de la sensibilidad pública de la comunidad cubana de Miami.

Cinturón de cuero, hecho por Carlos Téllez

Cinturón de cuero, hecho por Carlos Téllez

Cinturón de cuero, hecho por Carlos Téllez en los tempranos noventas. Regalo de Eida del Risco. Colección Cuba Material.

En los años ochenta, los mejores zapatos y cinturones que se podían adquirir en Cuba los hacían los artesanos. Como a estos últimos el gobierno no les permitía tener un punto de venta, tienda o boutique –a diferencia de quienes producían ropa y accesorios de vestir en otros países de Europa del Este–, estaban obligados a vendérselos al Fondo de Bienes Culturales, institución estatal que a su vez les vendía a estos la materia prima. Sin embargo, de manera clandestina y a precios más elevados, los artesanos cubanos también satisfacían desde su domicilio los pedidos de una clientela que no dejaba de rendirles pleitesía y favores.

Cuando se fue del país en los tempranos noventas, entre las pocas cosas que mi amiga Eida se llevó consigo estaba un cinturón de cuero que le había comprado poco tiempo antes (quizás en 1993) a Carlos Téllez, uno de los artesanos más famosos de La Habana de entonces. Carlos vivía en la calle D, frente al parque Mariana Grajales, en el Vedado, a un costado del preuniversitaro Saúl Delgado. Cuando conocí a Eida, poco más de 10 años después, aún conservaba el cinturón, no por nostalgia, me dijo, sino por lo que a falta de una definición mejor llamó recuerdo.

Yo estudié en el Saúl y visitaba el taller de Carlos Téllez desde finales de los años ochenta. Allí compré sandalias «romanas» y sandalias «de tiritas» –como les decíamos a las diferentes versiones de guaraches que por entonces se hacían (Carlos solía bromear conque él hacía «guaraches», no «guarachas», y que si alguien quería de las segundas debía ir a ver a Pedro Luis Ferrer, el trovador)–. También le encargué algún que otro modelo copiado de revistas extranjeras que caían en mis manos.

El taller de Carlos Téllez estaba en la azotea de una vieja casona del Vedado donde vivían varias familias. Carlos ocupaba la parte de atrás, sin vista a la calle, y a su casa se llegaba por la antigua entrada de automóviles. La pequeña puerta de entrada, a un costado de la que fuera una mansión, debe haber sido la que daba a la servidumbre acceso a la cocina de la casa. Una sala y una cocina pequeñitas ocupaban el primer piso, decorado al estilo modernista. Desde la sala, una escalera de madera conducía a un segundo piso, donde cabía apenas una sola habitación que servía de cuarto. Estaba aclimatada con aire acondicionado, un BK-2500 de fabricación soviética, y tenía el piso tapizado con una alfombra que, creo recordar, era de color rojo. En una esquina había un tocadiscos y un montón de discos de acetato estaban ordenados sobre el suelo. Una escalera menos sofisticada, de hierro, subía hacia la azotea. Allí, bajo un techo de zinc y rodeados por una cerca pirle (sustantivo genérico que los cubanos adaptamos de la marca Peerlees), Carlos hacía todo tipo de zapatos, cinturones y carteras, asistido por al menos un par de ayudantes, todas mujeres jóvenes y bellas.

Desde el 2009 he viajado a Cuba al menos una vez al año para pasar unos días con mis abuelos y mi mamá. La casa de los primeros, en la calle C del Vedado, queda a apenas dos cuadras de la de Carlos Téllez. En el 2013 fui a visitarlo para saber de él y, de paso, entrevistarlo para mi tesis doctoral, que trataba sobre la moda y la política en la Cuba de la Guerra Fría. Una vecina me dijo que hacía un año ya no vivía allí. Vendió la propiedad y se mudó a provincias, donde creía que había comprado una finca.

Vista aérea de la Escuela de Artes Plásticas del ISA

Vista aérea de la Escuela de Artes Plásticas del ISA. Imagen tomada del blog de Arsenio Rodríguez.

Espacio Laical: Entrevista a Alysa Nahmias y Benjamin Murray, realizadores del documental Unfinished Spaces (Espacios Inacabados):

A finales de junio, tuve la suerte de ver el filme Unfinished Spaces (Espacios Inacabados) en el Festival de Cine Northside, en Brooklyn, Nueva York. Realizado por dos jóvenes estadounidenses Alysa Nahmias y Benjamin Murray, esta joya del cine documental narra la historia de las Escuelas Nacionales de Arte (ENA), hoy sede del Instituto Superior del Arte, como proyecto cultural, social y, sobre todo, arquitectónico.

El relato empieza con la famosa visita de Fidel Castro y Che Guevara, en enero de 1961, al campo de golf del antiguo Habana Country Club, la cual tuvo como resultado inesperado la propuesta de erigir en ese mismo terreno las mejores escuelas de arte del mundo. De ahí, el filme pasa al frenético diseño del complejo artístico en un período de apenas dos meses y los primeros pasos hacia su realización, hasta llegar a 1965, cuando se decidió suspender la construcción todavía en proceso, después de que las obras y los arquitectos fueron criticados por imprácticos y excesivos. En un contexto de polarización política en que los efectos del embargo económico impuesto por Estados Unidos se hacían sentir por todo el país, y tras el impulso que cobró la adopción del método soviético de prefabricación, la ENA poco a poco llegó ser considerada como un proyecto “improductivo”, mientras que algunos tildaron sus diseños de “elitistas.”

Mediante una hábil combinación de entrevistas, fotografías, imágenes de archivo, y filmaciónin situ—y de algún modo siguiendo la senda marcada por John Loomis en su libro de 1999,Revolution of Forms: Cuba’s Forgotten Art SchoolsUnfinished Spaces se nos cuenta la historia de una serie de edificios únicos, controvertidos en su momento, pero hoy reconocidos mundialmente como obras maestras de su época y de sus arquitectos: Ricardo Porro (cubano), Roberto Gottardi (italiano), y Vittorio Garatti (italiano). Además, el filme funciona como una biografía íntima de estos tres hombres, captando la importancia personal que tuvo para ellos haber sido seleccionados para diseñar la ENA , así como el impacto del ostracismo que sufrieron junto con sus obras en un momento determinado. Porro se marchó a París en 1966, mientras que Garatti se vio obligado a regresar a Italia en 1974, víctima de una serie de malentendidos y acusaciones falsas. Gottardi aún vive en Cuba. No obstante estos itinerarios distintos, el filme transmite la huella que ha dejado en cada uno de los tres el haber vivido tantos años con la esperanza de ver sus originales planos utópicos hechos realidad.

Más que un relato estrechamente arquitectónico o biográfico, Unfinished Spaces también abre una amplia ventana a la historia cultural, artística y social de Cuba durante el pasado medio siglo. Como es conocido, aun cuando se había paralizado la construcción con sólo dos de las escuelas terminadas, la ENA nunca dejó de servir como institución de docencia artística. Pasaron por sus puertas algunas de los más exitosos artistas cubanos en estos tiempos. Y en el filme, varios de estos ex-alumnos (algunos radicados en la Isla y otros fuera de ella) ofrecen ricos testimonios de sus experiencias como estudiantes, desde la efervescencia vivida en los años iniciales, hasta la discriminación sufrida por homosexuales a finales de los 60 y comienzos de los 70. Con igual pasión comentan sobre el ambiente de singular creatividad durante los 80 y 90—cuando el deterioro físico en que habían caído algunos de los edificios, junto con su creciente reabsorción por la naturaleza, como si los árboles estuvieran tragándose a los edificios poco a poco, paradójicamente creó condiciones propicias para la reflexión y la experimentación. Aprendemos, además, cómo en pleno Período Especial algunos de los edificios medio abandonados ofrecían refugio para personas desamparadas, además de convertirse en fuente ilegal de suministro materiales de construcción para otros que buscaban mantener sus hogares. El resultado, por tanto, es una historia compleja y a veces amarga, pero a la vez bella y profundamente inspiradora.

El documental concluye a finales de los años 90 y principios de los 2000, cuando en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) se empezaron a gestionar propuestas para restaurar y completar el proyecto inacabado, y cuando Porro y Garatti pudieron regresar a Cuba con el objetivo de colaborar en ese nuevo esfuerzo. Hasta la fecha, las escuelas de Artes Plásticas y de Danza Moderna diseñadas por Ricardo Porro—las dos cuya construcción ya se había terminado en 1965—han sido renovadas, mientras que las Escuelas de Ballet y Música de Garatti, junto con la Escuela de Teatro de Gottardi, permanecen inconclusas. El conjunto de los edificios fue declarado Monumento Nacional en 2010, y desde 2003 forma parte de la “Lista Tentativa” de Sitios del Patrimonio Mundial, de la UNESCO.

Hace poco pude conversar con Alysa (AN) y Benjamin (BM) sobre su filme, un proyecto que les ocupó nada menos que diez años de trabajo y que ha sido premiado en varios festivales internacionales de cine desde su debut oficial hace un poco más que un año, en Los Ángeles. Con gusto, comparto nuestra conversación con los lectores de Espacio Laical.

Pueden ver la entrevista a los realizadores aquí.

Requisitos para obtener la salida del país

Requisitos para obtener la salida del país

Requisitos para obtener la salida del país. Imagen tomada del blog de Yolanda Farr.

Manuel Zayas, en Diario de Cuba: La isla del nunca jamás:

(…)

Dijo Castro: «Los parásitos que se van a veces traen a un parientico o traen a un amiguito para la casa, y, ¡de eso nada! No señor. Hay que vigilar para cuando ya ustedes los vean vendiendo máquina, muebles, etcétera, y ya se sabe que se van, nosotros tengamos la planilla. Y esa casa —lo advertimos— será para una familia obrera. El que se mude para la casa de un parásito que se vaya, ¡que sepa que después tiene que dejar la casa! (Aplausos), el que se mude para la casa de un parásito, que esas casas son para los obreros».

Las listas negras

Al día siguiente, el 29 de septiembre de 1961, el Ministerio del Interior (MININT) dictó una disposición contraria al Artículo 30 de la Ley Fundamental. Mediante la Resolución No. 454, se implantaba el permiso de salida y los tiempos de estancia que los ciudadanos cubanos podían permanecer en el extranjero, quienes, de no regresar en los términos establecidos, serían considerados emigrantes definitivos y se procedería a confiscar todos sus bienes, sin derecho a indemnización.

Pese a las críticas a esa disposición del MININT, que no era un organismo facultado para ordenar la confiscación de propiedades, el gobierno promulgó un texto más restrictivo, la Ley No. 989 de 5 de diciembre de 1961 (vigente en la actualidad), que reglamenta «las medidas a tomar sobre los muebles o inmuebles, o de cualquier otra clase de valor, etc. a quienes abandonan con imperdonable desdén el territorio nacional».

La nueva norma estableció lo que sería el permiso de salida y el de entrada, y reguló la confiscación de bienes al emigrante definitivo, sin derecho a compensación. Aunque contraria al ordenamiento jurídico, esa ley había levantado un muro infraqueable. Todos los ciudadanos eran rehenes de un sistema totalitario. De golpe, los cubanos en terceros países comenzaron a ostentar una nacionalidad inefectiva, la del apátrida, sin derecho a residencia y tránsito en su propio país.

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En su libro Diario para Uchiram (Verbum, Madrid, 2008), la escritora cubana Julia Miranda relata la odisea que significaba querer emigrar y ofrece un retrato del momento en que llegan a inventariar su casa «cuatro de los más repulsivos personajillos creados especialmente para nosotros»:

«Los intrusos abrieron sus plumas y sus libros y comenzaron a apuntar, dos de ellos en los cuartos principales, deteniéndose en medio de cada habitación para mirar con ojos devoradores cada objeto, cada detalle. (…) Entré directamente hasta la cocina donde mi madre contaba, ayudada por uno de aquellos hombres, cada platico, cada tacita, cada jarro, cada cuchara. Miré sus canas y pensé que no había derecho a obligarla a realizar aquella labor…»

Y sigue la enumeración:

«Comencé, pues, a contar y dar el número exacto de mis vestidos, faldas, blusas, ajustadores, bloomers, medias, etc. Finalmente, y después de haber terminado con todo lo de la niña, hicimos lo mismo con las sábanas, toallas, fundas, almohadas, zapatos, carteras, collares, relojes, sortijas, en fin, con todos aquellos objetos que no constituyen un mueble o aparato, pues estos ya los habían inventariado desde el principio».

Julia Miranda resume:

«Aquel día sufrimos, de modo casi irreparable, la violación de nuestro hogar y las más desagradables horas de nuestra existencia».

El Estado se consumó como institución soberana del pillaje. En un fragmento documental insertado al inicio de la película Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, puede contemplarse cómo los funcionarios de emigración obligaban a los que abandonaban el país a dejar sortijas y relojes… Se suponía que esos pequeños objetos irían, también, al Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados.

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En Sejourné, Laurette and Tatiana Coll, La mujer cubana en el quehacer de la historia (Mexico: Siglo Veintiuno, 1980):

Esto lo hacíamos con inventarios, tan pronto ellos decían que se iban, se iba a hacer el inventario, y cuando se iban había que volver a la casa para ver si todo lo que se había inventariado estaba allí, eso era en el momento de la salida, que a veces era  a las dos, a las tres de la mañana. Entonces uno salía a checar el inventario y si faltaban cosas no se podían ir. Ya al irse la familia, había que sellar la casa hasta que la reforma urbana se la entregara a otra familia. Estas casas selladas había que vigilarlas mucho, pues todos sabían que tenían millones de cosas y se corría el riesgo de robo. (Carmen Pola, p. 211)

En el mismo libro aparece la transcripción de un discurso de Fidel Castro. «Fidel Castro expone por televisión la situación económica de Cuba, 17 de septiembre de 1959 (publicado en Escritos y discursos, Buenos Aires, Editorial Palestra, 1960, pp.324-325)»:

Hay una cosa muy importante en todo esto y es que el pueblo entendió inmediatamente la medida. El pueblo mismo era el que, sabiendo que un hombre o una familia o un negociante había abandonado el país, ponía vigilancia en aquella casa hasta que llegara «Recuperación». «Recuperación» hacía el inventario, eso se entregaba al estado, el estado entraba en posesión de aquellos bienes y creo que a nadie se le ocurría llevarse nada, que nosotros sepamos, eso no sucedió. Pero el hecho es que la medida respondía a una ansiedad del pueblo, porque realmente era un bofetón en la cara: el hambre que había estado pasando el país y ver la ostentación, el lujo, el despilfarro con que vivían. Además se tenía la convicción íntima de que el 90% de los casos eran cosas malhabidas; era el contrabando perfectamente organizado, era el negocio sucio.

(…)

La participación era, no sólo al vigilar aquello, es decir, el pueblo vigilando la casa del que se había ido y del que había salido corriendo, sino la participación de los compañeros revolucionarios en un trabajo paciente de análisis, de búsqueda, hasta llegar a formar un instrumento legal donde se registraban los bienes y propiedades de la gente que se iba y que eran los que hicieron pasar al país a través de todo (…).  (p. 45)

Una amiga que se fue del país con su familia en 1967, me cuenta que tuvieron que permanecer en Cuba por unos cuantos años luego de que solicitaran la salida del país (durante los cuales sus padre fue enviado a un campamento de apátridas por un tiempo). Todo ese tiempo tuvieron que cuidar con mucho esmero cada una de las propiedades que les habían sido inventariadas, incluso las sábanas y manteles de uso diario, para poderse ir cuando les fuera concedido el permiso. Estas piezas se gastaron y se llenaron de agujeros, que su madre se apuraba a zurcir. Niños y adultos sabían al dedillo que no debía faltar ni una cucharita de postre cuando las cederistas encargadas de contabilizar sus pertenencias se presentaran en su casa.

Presentación de prototipos de uniformes escolares
Ómnibus Ikarus

Ómnibus Ikarus

Ómnibus Ikarus. 1980s. Toma de pantalla.

Sobre los ómnibus cubanos de procedencia socialista, en i-friedegg:

(…) Fue a principios de los años 60 cuando los Skoda llegaron a Cuba. (…)

Es muy probable que el único punto del continente americano en que rodó un autobús Skoda fue Cuba comunista.

La introducción de los Skoda simbolizó la hasta entonces inédita gravitación de Cuba hacia los países de la órbita soviética; los ciudadanos cubanos nunca antes habían visto un producto socialista, en medio siglo de república.

Antecedieron a los Skoda los ómnibus PAZ 672 y ZIL LIAZ 158, autobuses soviéticos más compactos, que pronto se hicieron célebres por su ineficiencia de combustible y, sobre todo —especialmente el LIAZ— por no tolerar las altas temperaturas del trópico.

(…)

Más de una vez en el viaje semanal a Matanzas —una ciudad a un centenar de kilómetros al Este de la capital— que junto a mi familia hacía, o de vuelta a La Habana, el Skoda en que viajé nos dejó a medio camino. Igualmente recuerdo la percepción generalizada de los adultos de que a la travesía por carretera en uno de aquellos ómnibus checos se podía apostar a que se descompondría en la jornada.

Casi todas estas roturas deben haber sido de carácter profundamente mecánico porque siempre terminaban con la imposibilidad de desplazamiento del vehículo. “Esto se rompió. caballeros”, solía exclamar concluyente el chófer del vehículo o, “¡hasta aquí llegó!”, cuando el autobús no podía avanzar más.

(…)

Gracias a estas fallas de los Skodas, los chóferes comenzaron a vestirse mal, con indumentaria obrera; no era práctico lucir camisa banca y corbata —como había sido siempre en el gremio—, si en cualquier momento habría de enfrascarse en una lucha cuerpo a cuerpo con la grasa y tizne para revivir el motor. Ese modo de vestir volvió sólo cuando fueron introducidos en Cuba los autobuses japoneses Hino, con aire acondicionado, después de 1970.

(…)

Los Skoda de carretera duraron más que los urbanos. Probablemente porque como sólo viajaban en ellos pasajeros sentados, no sufrieron el aniquilante castigo del sobrepeso de los de ciudad. De todas maneras hay que recordar que los Skodas urbanos nunca fueron sometidos al exceso de carga que más tarde padecieron los Leyland, y en los 80 y 90 los Ikarus. Ello se debe a que en los primeros años de la Revolución, justamente con el arribo masivo de los Skodas, la frecuencia de a minuto o cada dos de, por ejemplo, rutas como la 22, heredados otrora de la COA, se mantuvo, y pocas veces estos buses se vieron tan sobrecargados como luego ocurrió.

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De todos los Skodas RTO quedó un superviviente antológico, el del INDER (el Instituto Cubano del Deporte) que hasta donde vimos y supimos todavía a principios de la década de los 90 permanecía activo aunque en un estado no tan glorioso como el de sus años mozos, y tras transplantarle varios motores reconstruidos con partes de uso. El vehículo servía sobre todo para transportar al equipo nacional femenino de basketball de Cuba. (…)

De triste recordación es el Skoda de Inmigración, el que trasladaba en medio de un mar de lágrimas a los cubanos que se marchaban al exilio, luego que quedaran establecidos los Vuelos de la Libertad desde el Aeropuerto Internacional de Varadero, a unos 130 km al oriente de La Habana, hasta el de Opalocka al Norte de Miami, en la Florida, Estados Unidos, a partir del 1ro de diciembre de 1965. Este autobús hacia el recorrido a full desde la residencia conocida como “El Laguito” en la exclusiva barrida de Miramar en la capital hasta el mencionado balneario, y luego volvía vacío, a menos que en el propósito de sacarle provecho a su viaje de regreso, a veces recogía pasajeros en Matanzas. Por esa razón lo monté una vez de niño.

A pesar de mi corta edad, ya dentro del vehículo, traté de imaginar cómo me habría sentido si hubiese sido un pasajero típico de aquel Skoda, ya que mi familia estaba marcada por el tatuaje indeleble de la obsesión de escapar de Cuba comunista. Pero también recuerdo la preocupación de algunos pasajeros que temían que sus vecinos o quizás compañeros de trabajo, comunistas, desconocedor de lo fortuito de la situación, les vieran dentro de él y pensaran que se iban del país, un estigma insuperable.

Este Skoda estaba pintado de blanco y decorado con un diseño de franjas azules —el patrón empezaron a aplicárselo a algunos de Ómnibus Nacionales—, lo que les hacia lucir más modernos y no tan aburridos como el esquema común de rojo ladrillo debajo y crema encima. Este RTO en la banderola decía, irónicamente en grandes letras negras en mayúsculas, INMIGRACIÓN. Como no se permitía a los familiares de los que se iban el acceso a El Laguito para la despedida, éstos aguardaban en las calles contiguas al inmueble para ver pasar en silencio a quienes se marchaban… y sólo eso, contemplarlos, porque las autoridades advertían seriamente que si los pasajeros decían adiós a sus familiares en la acera, o éstos a aquellos, cancelarían su salida.