Cultura material de la república: siglo xx hasta 1959.

Licencia de conducción. Expedida en 1989. Regalo de Almi Alonso. Colección Cuba Material.

A diferencia de Estados Unidos, país donde vivo y donde la licencia de conducción es el principal documento de identidad, en la Cuba de los años ochentas pocas personas poseían una. Como no se vendían automóviles a la población —estos eran asignados a unos pocos en los centros de trabajo—, obtener una licencia o carné de conducir no era un trámite necesario al alcanzar la adultez.

A diferencia también de las licencias de conducción estadounidenses, que en tanto documentos de identificación personal ofrecen a la policía mediante una simple búsqueda el historial delictivo —y algo más— de quienes las detentan, aquellas que el gobierno cubano expidió en los años setenta y ochenta se encuentran entre los documentos de identidad que menos datos personales consigna. Esto es algo notorio en un país y época donde se requería un carné para poder realizar casi cualquier actividad —hasta para practicar la pesca deportiva a bordo de embarcaciones—, y donde este tipo de documentos solía incluir información personal —incluso familiar— en extremo detallada, en mucho casos poco relacionada con el motivo por el cual era expedido.

Tanto la licencia de conducción que el músico Paquito D’Rivera obtuvo en 1979 como la de la actriz Almi Alonso, emitida diez años después, apenas consignan el número de la licencia, el nombre del interesado, la dirección residencial y número de carné de identidad del portador, las fecha de expedición y vencimiento del documento, una foto del titular, la descripción de sus impedimentos físicos, de tener alguno(s), y el tipo de licencia emitida.

Esta escasez de datos pudiera deberse a que los ciudadanos cubanos tienen la obligación de portar en todo momento su carné de identidad, por lo que la consignación en la licencia de conducir de información incluida en este último documento resultaría redundante, costoso e innecesario. Además, la licencia de conducción no es expedida a causa del interés de ninguna institución estatal —como es el caso del carné laboral, el de identidad y los de las diversas organizaciones políticas (PCC, UJC) o de masas (FMC, CDR)—, sino a petición de los interesados. Por último, la licencia de conducción no brinda acceso privilegiado a ningún bien o servicio, como sí ocurre con las libretas de racionamiento, el carné de los círculos sociales obreros o los carnés expedidos por la CTC en conjunción con el Ministerio de Comercio Interior y que otorgaban a los portadores el privilegio de acceder a las tiendas estatales durante los días reservados exclusivamente para los trabajadores (algo así como la versión «plan jaba» del mercado de bienes industriales).

Hubiera pensado que los dos colores, azul y rosado, en que fue expedido este documento respondían al género del automovilista, de no haber dado en internet con una licencia de 1995 de color rosado, cuyo titular es un hombre. Otro dato de interés es que, al menos desde 1979 y hasta 1995, todas las licencias de conducción emitidas ostentan la misma firma autorizada.

En mi familia inmediata, solo mi papá tenía licencia de conducción. Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, manejaba un viejo Chevrolet, que luego vendió para comprar, entre otras cosas, una moto, que luego también vendió, tras cambiarla varias veces, para terminar manejando automóviles pertenecientes a la empresa estatal donde trabajaba. Mi mamá intentó en algún momento sacar la licencia de conducción, pero desistió supongo que tras comprobar que no valía la pena el esfuerzo. A mí jamás se me ocurrió.

Mis abuelos maternos sí tenían ambos licencia de conducción, que obtuvieron en los años cuarenta. Mi abuela dejó expirar la suya cuando mi abuelo vendió su viejo Rambler, pero mi abuelo, en cambio, sí se mantuvo renovando su licencia. Al final de este post muestro la licencia de conducción de su papá, mi bisabuelo, expedida en 1918 bajo el rimbombante «Título de mecánico conductor de automóviles».

Si se compara esta vieja licencia, así como las que mi abuelo obtuvo antes de 1959, e incluso la primera licencia de conducción de mi papá, expedida en 1965, con los permisos pertenecientes a Paquito D’Rivera y Almi Alonso, puede comprobarse la diferente cantidad de datos personales que consignan. Los del primer grupo contienen mucha más información que las licencias expedidas en los años setenta y ochenta.

Licencia de conducción (dorso). Expedida en 1989. Regalo de Almi Alonso. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1979 (reverso igual que la de 1989). Regalo de Paquito D’Rivera. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1965 a favor de mi papá, José A. Cabrera Pérez. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1965 a favor de mi papá, José A. Cabrera
Pérez (reverso). Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida a favor de mi abuelo Leopoldo Arús Gálvez. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción (reverso). Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida a favor de mi abuelo Leopoldo Arús Gálvez (talonario de renovación). Colección Cuba Material.
Licencia de conducción (talonario de renovación, reverso). Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1957 a favor de mi abuelo Leopoldo Arús Gálvez. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1957 a favor de mi abuelo Leopoldo Arús Gálvez. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1918 a favor de mi bisabuelo Leopoldo Arús Iznaga. Colección Cuba Material.
Licencia de conducción. Expedida en 1918 a favor de mi bisabuelo Leopoldo Arús Iznaga (interior). Colección Cuba Material.
Constitución de la República de Cuba.

Constitución de la República de Cuba.

Constitución de la República de Cuba vigente desde el 10 de octubre de 1940. Editada en 1947 por la Editorial Minerva. Colección Cuba Material.

Tengo a mano los textos impresos de las Constituciones que entraron en vigor en Cuba en 1940  y 1976 respectivamente. De ambas circulan varias ediciones, por lo que este comentario es parcial y limitado, pero llama la atención, cuando se comparan, las diferencias en la iconografía y diseño de las portadas de ambos documentos, sobre todo la ausencia, en el segundo, de los símbolos del republicanismo, en particular la alegoría de la República de Cuba. En el primero de estos textos, impreso en 1947 por la editorial habanera Minerva, especializada en libros para la enseñanza, adorna la portada dicha alegoría, que habiendo sido inspirada en la de la República francesa aparece, como aquella, ataviada con el gorro frigio de la libertad, y portando una lanza y un escudo. En el texto de 1976, sin embargo, impreso también a escasos tres meses de aprobada la Constitución que legitimó el socialismo de estado en la Isla, la alegoría republicana no aparece. El documento no tiene más adorno que el fondo rojo con que suele identificarse a la doctrina comunista.

En el blog Alegoría cubana, Dany Mazorra comenta, sobre la portada del texto de la primera constitución cubana, aprobada en 1901, que:

Las imágenes de estos primeros años son triunfalistas e ídilicas. Las portadas alegóricas estaban encaminadas a reafirmar la convicción de que eramos un país moderno, merecedor de la libertad  en los primeros años del siglo XX.

En 1976, la república quedó reducida, en la portada de la nueva Constitución, a un nombre y un montón de «tesis y resoluciones».

Constitución de la República de Cuba.

Constitución de la República de Cuba vigente desde el 24 de febrero de 1976. Editada por el Departamento de Orientación revolucionaria del Comité Central del PCC. 1976. Colección Cuba Material.

Sigue el debate en torno al nuevo Proyecto de Constitución de la República de Cuba en el blog La Cosa.

Teléfono de disco TA-68

Teléfono de disco TA-68

Teléfono de disco TA-68, fabricado en la URSS. 1978. Colección Cuba Material.

En 1958 en Cuba había un teléfono por cada 28 habitantes. En 1960, cuando el gobierno nacionalizó la Cuban Telephone Company (CTC), existían 2,17 aparatos telefónicos por cada cien habitantes, lo que ubicaba a Cuba en el cuarto lugar del ranking latinoamericano y el 46vo. en el raking mundial en cuanto a esta tecnología. Desde entonces, en muchos hogares coexistieron los sobrios teléfonos norteamericanos que había instalado la CTC, por lo general de color negro, con los modernos y livianos teléfonos fabricados en la URSS, generalmente de color rojo.

Enel comedor de casa de mis abuelos había un teléfono Kellogg de fabricación estadounidense, muy pesado. El disco de marcación tenía números y letras, pues antiguamente los números telefónicos locales se escribían con una letra inicial seguida por una corta serie numérica. En la consulta de mi abuelo, en el otro extremo de la casa, había en cambio un moderno y liviano teléfono rojo, de fabricación soviética. El manual del usuario (escrito en ruso con apenas el nombre en ingles y francés) dice que se trataba del modelo TA-68, fabricado en 1978.

En el libro Designed in the USSR 1950-1989 descubro que existía un modelo similar al teléfono rojo de mis abuelos, un poco más ancho, diseñado especialmente para el Kremlin. STA-2 era el modelo, y tenía el disco de marcado adornado con el escudo de la URSS. Este teléfono estaba protegido, además, contra escuchas y cualquier otra interferencia, gracias a un revestimiento interior a base de grafito.

Según Foresight Cuba:

La primera conversación telefónica en castellano se realiza en La Habana, en octubre de 1877 . Alexander Bell patenta el teléfono 7 meses después con los aparatos usados en La Habana en el año 1878. El primer servicio telefónico fue inaugurado en la Habana el 6 de marzo de 1882. En el 1899 había 1500 teléfonos en La Habana. El 18 de julio de 1909, (Durante La Segunda Ocupación Norteamericana) se le concedieron los derechos de explotación a la Cuban Telephone Company, la cual instaló una central automática por primera vez en la historia. En este año había ya 4077 teléfonos instalados. Muchos de ellos servían como medio de comunicación entre los centrales azucareros.

En 1994, cuando la compañía estatal de teléfonos de Cuba se convirtió en ETECSA, tras asociarse con una empresa de telecomunicaciones italiana, regresaron a Cuba los modelos Kellogg, esta vez de la serie 500. Para entonces, el resto del mundo había evolucionado a la tecnología digital. ETECSA logró aumentar diez veces la cantidad de teléfonos fijos en la isla, dice hicuba.com.

Teléfono de disco TA-68

Teléfono de disco TA-68, fabricado en la URSS. Manual del usuario. 1978. Colección Cuba Material.

Navidad en Santiago de Cuba

Navidad en Santiago de Cuba

Navidad en Santiago de Cuba durante la época republicana. Imagen tomada de la cuenta de Tweeter de Patria Orgullosa.

Carta de un soldado español apostado en Santiago de Cuba. Tomada de la página de Mónica Fraile Martínes: Carta desde Cuba:

Enero de 1889

Santiago de Cuba

Queridos padres:

Después de saludarles, me alegra se hallen buenos en compañía de mis hermanos y de toda la familia. Yo estoy bueno a Dios gracias para lo que gusten mandar que lo haré con mucho gusto y fina voluntad.

Padres, les voy a contar cómo he pasado esta Nochebuena que ha sido la mejor de mi vida porque he tenido de todo lo que puedan imaginar.

¡En Nochebuena mataron una vaca para el batallón!

De primero nos sirvieron un guisao de carne de ternera. Luego carne asada de tostones acompañada de castañas, nueces, avellanas y turrón. ¡Fue increíble!

Además asistieron todos los oficiales a la mesa. ¡Pueden creerlo! Supieron que nos faltaba vino y no dudaron en echarlo ellos mismos en nuestros vasos. Un oficial se sirvió un vaso para él, después otro para mí y entonces me dijo:

– “Choque usted ese vaso” Y brindamos.

En fin, me he acordado mucho de Ustedes pero no se preocupen, he pasado unas buenas fiestas a Dios gracias.

La noche de Los Santos también estuve contento, como si hubiera estado en casa. ¿Saben? Aquí no hay que tener pena, al que se muere lo entierran y ese día hay rancho para todos. Tampoco falta el pan, como si siempre hubiese una gran cosecha.

Madre, le cuento. Aquí las mujeres son muy negras. Al principio, me daban miedo porque iban fumando el puro por la calle como si fueran hombres.

Padres, me mandan a decir si a alguno le ha tocado para Cuba o para la península.

Sin otra cosa, expresiones para mis abuelos y para toda la familia, en particular para mis hermanos que les quiero de corazón. Ustedes reciban el afecto de este su hijo que lo es.

Felipe

Batallón Casadores de la Unión Nº2 1ª Compañía

En Santiago de Cuba

h/t: EthnoCuba en Facebook.

aceite ricino aromatizado

aceite ricino aromatizado

Frasco de aceite ricino aromatizado. Comercializado por el MINSAP, Cuba. 1980s. Colección Cuba Material.

La primera vez que escuché mencionar el aceite ricino, fue en la escuela primaria. De vez en cuando, alguien lo traía a cuento para referirse a su sabor desagradable, siempre agregándole la preposición «de» a su nombre: aceite de ricino.

Este purgante se utilizaba en Cuba, también, para suavizar el pelo y, según la cronología de historia y política cubanas de Leopoldo Fornés Bonavia (publicada por Verbum en el 2008), el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) lo utilizó como método de tortura durante el gobierno provisional de Carlos Mendieta. Le fue administrado a los periodistas del diario Acción, dirigido por Jorge Mañach, el 12 de diciembre de 1934. Entre ellos se encontraban Francisco Ichaso, Jess Losada y Eduardo Héctor Alonso.

En su historia de Cuba, Hugh Thomas refiere que, «en mayo de 1939, Felipe Rivero, editor del semanario Jorobemos, quien había criticado al gobierno [de Federico Laredo Bru], fue obligado a beberse el contenido de una botella de aceite de ricino por cuatro matones no identificados, sin duda a sueldo del gobierno» (p. 534). También, según Thomas, en su alocución del 5 de agosto de 1951, transmitida por la CMQ, el político y líder del Partido Ortodoxo Eduardo Chibás se refirió a «los coroneles del aceite de ricino» (p. 585) minutos antes de dispararse el tiro fatal en el abdomen.

Wikipedia confirma que el aceite ricino, en efecto, se ha utilizado como método de tortura, ya que en elevadas dosis produce vómitos, diarreas agudas, náuseas y cólicos.

El aceite ricino, uno de los más antiguos que se producen, se conoce también como Palmacristi.

Envase de colirio Borazinc

Caja de ámpulas de Aminofilina intravenosa de 10 ml

Caja de ámpulas de Aminofilina intravenosa de 10 ml cada una. Producidas por Laboratorio Farmacéutico 04. Comercializada a un precio de 0.76 centavos. Colección Cuba Material.

En «Drug Wars: Revolution, Embargo, and the Politics of Scarcity in Cuba, 1959-1964», originalmente leído en el Cold War Seminar organizado por la Tamiment Library de la Universidad de Nueva York, la historiadora Jennifer Lambe explora el impacto que tuvo en la vida cotidiana de los cubanos la sustitución del régimen farmacéutico capitalista por uno de naturaleza socialista, tras el triunfo de la revolución cubana. En el Resumen del texto, Lambe dice:

La Revolución Cubana de 1959 marcó el comienzo de muchos cambios radicales, tanto socioeconómicos como políticos. Sin embargo, los conflictos macropolíticos del momento también se manifestaron de forma concreta en la vida cotidiana de los cubanos. La repentina escasez de medicamentos de uso diario, vinculada a las tensiones diplomáticas con los Estados Unidos, fue una de ellas. Este artículo rastrea el conflicto transnacional provocado por la repentina desaparición de drogas farmacéuticas norteamericanas de los anaqueles cubanos. El texto trata de entender las carencias farmacéuticas no solo como una consecuencia de lo político, sino también como una realidad social que proveyó un espacio para la articulación de nuevas formas de sociabilidad y de políticas sobre el cuerpo.

A principios de este año ayudé a mi mamá a limpiar la vitrina de medicamentos que alguna vez mi abuelo (y quizás también mi bisabuelo) tuvo en su consulta, hoy escondida en el cuarto de desahogo de su casa (antiguo cuarto de criados). Pulimos sus cristales empolvados y su estructura de hierro, algo oxidada, y botamos gran parte del contenido que guardaba: emulsiones, colirios, tabletas, ámpulas de inyección, jeringuillas, agujas hipodérmicas, bandejas, termómetros y estuches de gasa y de algodón.

De niñas, a mi hermana y a mí nos gustaba pedirle a mi abuelo que nos mostrara la réplica en cerámica de un corazón que allí guardaba y casi nunca nos dejaba tocar, y el frasquito de Curare, que me decía paralizaba los músculos cuando entraba en el torrente sanguíneo y que, por eso, los indios lo untaban en la punta de sus flechas.

Durante la limpieza fue fácil distinguir, por la tipografía y diseño y calidad de los envases, los regímenes farmacéuticos capitalista, socialista e incluso postsocialista. Nos tomó dos tardes a mi mamá y a mí romper ámpulas y destruir píldoras vencidas para evitar que quienes hurgan en los contenedores de basura las consumieran o, de alguna manera, las distribuyeran. Separamos los medicamentos que podían ser de utilidad y que no habían expirado, y mi mamá los donó al consultorio del médico de la familia. Varias mangueras de suero y un par de guantes quirúrgicos estaban totalmente calcinados y se nos deshicieron en las manos antes de que pudiéramos siquiera tirarlos a la basura.

Conservé para mí muchos envases de medicamentos de la era republicana, de producción nacional, mas comercializados por laboratorios norteamericanos o europeos con plantas y/o sucursales en la Isla. La tipografía de sus envases es hermosa.

Para Cuba Material guardé todos los medicamentos comercializados por la industria farmacéutica socialista, entre ellos los medicamentos genéricos producidos por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP), y otros, con marcas comerciales, importados de Europa del Este o de la URSS. De allí llegaba el medazepam bajo la marca Rudotel, producida por la empresa de la RDA GERMED en la planta de Dresden Ver Arzneimittelwerk.

Finalmente, mi mamá guardó para su uso los medicamentos que mi papá, mi hermana y, últimamente, yo hemos estado enviando. De diseño mucho más feo que los otros dos grupos, se trata de grandes pomos plásticos de vitaminas, Advil (o Ibuprofén), Tylenol (o Acetaminofén) y Tums, tiras de curitas y de Alka Seltzer, pomadas para los dolores reumáticos, pastillas para dormir, laxantes y jeringuillas desechables.

La colección de medicamentos de Cuba Material ocupa ahora las dos repisas inferiores del gabinete de mi abuelo. Mi mamá y este tienen, para ellos, tres repisas limpias y despejadas, donde podrán seguir guardando las medicinas que les mandemos desde acá.

Envase del medicamento Avafortán

Envase del medicamento Avafortán. Importado de la RDA. Producido por Asta Werke AG Chem Fabrlk. Evasado en Cuba por Empresa de Suministros Médicos. Precio de venta de un peso. Colección Cuba Material.

Envase de colirio Borazinc

Envase de colirio Borazinc. Hecho en Cuba por el Ministerio de Salud Pública. Precio de venta, 60 centavos. Colección Cuba Material.

Muestras de vestuario

Muestras de vestuario

Muestras de vestuario confeccionadas como requisito de graduación de las escuelas de corte y costura de la FMC, basadas en el método Ana Betancourt. 1977. Colección Cuba Material.

En el blog Habáname: La moda hoy en Cuba:

Éramos un país de cuello y corbata, trajes de dril, sombreros de pajilla y collares de perlas. Éramos también, un país de discreta elegancia, pobre pero acicalado, la gente se presentaba en el trabajo con su mejor atuendo, planchado, almidonado; bien zurcido.

Luego llegaron décadas de mucho sacrificio y reciclamos la moda, nos hicimos vestidos fabricados con forros de antiguos trajes, sombreamos líneas en las piernas de las mujeres con lápices de maquillaje, para crear el efecto visual de una media fina, transparente, arropando el tramo que viaja de la pantorrilla al muslo. Entraron los años duros con sus pantalones de caqui, los uniformes, las botas de trabajo y el camuflaje. No podemos olvidar los trajes Safari y los zapatos que importaban los rusos y búlgaros.  El servicio secreto se apropió de las Guayaberas, y las mujeres empezaron a salir a la calle con rolos y ropa de andar en casa. Siempre, debo decir, hubo un grupo de personas que luchó porque la moda en Cuba se trazara de modo coherente, pero contra estos diseñadores y creadores se alistó un ejército de mal gusto armados hasta los dientes con escudos creados en la realidad económica de nuestro país.

Vestir bien, para los pocos que podían, era un problema ideológico, una conducta pequeño burguesa que te señalaba de por vida.

Durante el Período Especial -que nadie aquí ha declarado oficialmente extinto-  vivimos una precariedad que daba miedo. Escaseaba el jabón y dejamos de recibir ropa interior del extranjero, la industria cubana no fabricó ni blusas, ni trajes de baño, ni abrigos o faldas, ni una sola pieza que nos pudiera abrigar, vestir, representar o distinguir como el pueblo instruido y sensible que hemos sido.

Nos quedamos desnudos frente al espejo de problemas. Los zapatos se fueron agotando y era muy complicado encontrar la vía de cómo vestir, el tema era simple, lograr andar limpio y calzado.

Los que se fueron o los que murieron nos heredaron sus pertenencias, y desde 1980, en los llamados Viajes de La Comunidad, empezamos a recibir paquetes con una moda importada que sustituyó las necesidades básicas con diseños pocas veces adecuados a nuestro clima, estilo de vida y gustos afines a nuestras aspiraciones. Los artesanos hicieron grandes aportes fabricando con creatividad y entonces empezamos a creer que la inventiva era lo máximo; ropa hecha a mano, imitación en crudo de  nuestros mayores anhelos.

¿Cómo y con qué se viste hoy el cubano?  Ahora ya con muy poca referencia sobre la moda internacional, o simplemente sin una clara idea de lo que es correcto o no llevar puesto en hospitales, oficinas, iglesias o teatros. Es muy común ver en La Habana, a personas en pantalones cortos, chancletas y topes visitando así vestidos  sitios que merecen cierta sobriedad o recato, tal vez respeto en el vestir.

El mal gusto gana y gana seguidores y los valores visuales, las etiquetas o la educación formal se ausenta de la moda cubana actual. La ropa reciclada y el mimetismo han copado nuestros cuerpos que intentan reproducir un lujo inexistente.

¿Qué se lleva hoy en Cuba?

De Miami o Panamá traen de contrabando todo lo peor, de Ecuador o de los polígonos Chinos a las afueras de Madrid, pasando por la aduana de Cuba, recibimos unos modelos espantosos que hoy distinguen la imagen de miles y miles de cubanos. Jeans bordados con  pedrería, licras fosforescentes, carteles y anuncios de todo tipo, unos raros pañuelos que se amarran al cuello luciendo estampados diversos, acompañados con zapatos de madera que suenan y se hacen sentir en los espacios públicos, así como bolsos horribles que agreden la vista, o las siempre falsas  imitaciones de carteras clásicas.

Que lo sepa de una vez Louis Vuitton, en La Habana no resulta nada caro llevar un bolso de ese nombre…

Edificio Naroca

Edificio Naroca

Publicidad del edificio Naroca (calle Línea y avenida Paseo, Vedado). 1953. Publicidad publicada en el periódico El Mundo. Colección Cuba Material.

En 1999, Camilo Venegas entrevistó al arquitecto Mario Coyula, quien entre otras cosas fue subdirector del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital. La entrevista fue originalmente publicada en La Gaceta de Cuba. Hace poco, Venegas la publicó en su blog, El Fogonero: MARIO COYULA: «Mis amores con La Habana»:

Empecemos por trazar un límite, una línea de partida: ¿qué importancia tenía como conjunto arquitectónico La Habana en 1959?

Yo creo que esta ciudad tenía una gran importancia, lo que no estoy seguro es de que si todos estábamos conscientes de esa importancia. Después del triunfo de la Revolución en la mayoría de los arquitectos primaba la idea de que había que seguir modernizando la ciudad con el mismo impulso que se hizo en la década del 50.

Nosotros despreciábamos muchos de los edificios que se consideraban monumentos. En aquel entonces, por ejemplo, yo veía al Capitolio como una gran vaca echada que no nos dejaba pasar, como un desastre, como antiarquitectura. En general creo que menospreciábamos a esa arquitectura ecléctica que es la que marcó a La Habana y a todas las ciudades de Cuba en el boom constructivo de la Danza de los Millones.

Sin embargo, ahora —ahora quiere decir hace veinte años—, es que podemos ver lo valiosa que es toda esa masa construida que cubre varias épocas y donde se distinguen estilos, sectores sociales y niveles de ingreso muy diferentes, pero a veces muy bien mezclados.

Una de las cosas que tenían muchos barrios de La Habana es que si bien había una homogeneidad física, visual, sin embargo había una mezcla social al interior del barrio. El Vedado es quizás en esto un paradigma; un sitio que siempre tuvo un aura aristocrática, de suma elegancia, y que sin embargo desde sus primeros momentos estaba muy mezclado socialmente.

Un buen ejemplo es que al lado de la casa de un hombre tan rico como Ernesto Sarrá, que ocupa más de media hectárea, podía estar la de un médico de éxito, luego la de un empleado público y al doblar una ciudadela. Todo coexistía y la expresión hacia el exterior de esas diferencias sociales no se veía. La clase dominante impuso sus patrones culturales hacia los espacios públicos y esa sucesión de máscaras era más que todo un problema elemental de economía, porque ellas impedían que el barrio se devaluara.

La mayoría de las veces sólo se insiste en el valor de La Habana Vieja y entonces se corre el riesgo de que por pensamiento inverso se piense que el resto de la ciudad no tiene valor. Por eso te decía que para mí lo valioso al final de los 50 era esa gran masa construida que comienza en La Habana Vieja, pero que es también El Cerro, Centro Habana, El Vedado, Miramar, La Sierra, Ampliación de Almendares, Nicanor del Campo, Santos Suárez, La Víbora, Casino Deportivo, Lawton, Guanabacoa, Regla, Casablanca, Santa Fe, Santa María del Rosario, Santiago de las Vegas…

Yo diría que más de la mitad de la ciudad tiene valor, porque en ella aparecen estilos y tendencias de todas las épocas, desde el prebarroco con influencia mudéjar del sur de España —que son algunas de las casas que nos quedan del siglo XVII—, el barroco del siglo XVIII —que no es sólo la Catedral, aunque ella es nuestra gran fachada barroca—.

El neogótico, el neoclásico —gran parte de El Cerro es neoclásico—, el art nouveau de principios de este siglo —que más que art nouveau belga o francés, fue el modernista catalán el que se impuso aquí, porque eran maestros de obra catalanes los que lo hacían—.

Luego el gran empuje de la arquitectura ecléctica —que yo siempre trato de separar el eclecticismo mayor de los grandes edificios como el Palacio Presidencial, el Capitolio, el Centro Asturiano, el Centro Gallego o de las mansiones de la gente de más dinero; del eclecticismo menor, que se extendió por todos esos barrios antes mencionados y que a mi juicio es más importante todavía, porque le dio forma y masa a toda la ciudad—, después vino el art deco de los 30 y luego el protorracionalismo —como el stadium de la Universidad y muchos edificios que surgen con la gran explosión constructiva que hubo en la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial, donde surgieron más de cincuenta nuevos repartos.

Creo que los dos estilos que más marcaron a La Habana y sobre los que descansa gran parte de su importancia son el eclecticismo entre el año 10 y los 30, y el movimiento moderno en los 50, que lo extiendo hasta los 60; a partir de ahí comienza la decadencia de nuestra arquitectura.

¿En qué se diferencia La Habana de La Habana cuarenta años después?

Los cambios sociales y económicos marcaron a la ciudad, pero no la cambiaron.. La mayoría de las construcciones se hicieron para bien y para mal en la periferia, fuera de la ciudad y muy pocas se integran a ella, como es el caso de Alamar que es la anticiudad o la no-ciudad.

Una vez se proyectó borrar Centro Habana y llenar todo aquel espacio con pantallas y torres; no me imagino qué hubiera sucedido, eso hubiera sido un desastre; al menos Alamar está lejos y sembrándole árboles se puede tapar un poco.

Lamentablemente no fuimos capaces de crear una nueva arquitectura que fuera cubana y que reflejara la revolución y todos los cambios de otro orden que ella propuso; apenas hay algunas obras de mucha calidad, como islas, que se destacan dentro de ese panorama tan pobre. En estos años también muchos arquitectos, de una manera equivocada, han ido a lo más superficial, creyendo que hacer algo cubano es ponerle tejas, rejas y vidrios de colores.

La arquitectura cubana contemporánea está por hacerse, porque un movimiento arquitectónico no lo hacen obras aisladas, si no la masa generalizada. Piensa que eso fue lo que le dio a esta ciudad el valor que tiene; no eran veinte, treinta o cien edificios espectaculares, sino era una masa de decena de miles de edificaciones, una al lado de la otra, muy bien organizadas; con sus portales, sus fachadas, sus columnas…

Eso es todavía, por fortuna, lo que de mucha calidad La Habana ha logrado salvar de La Habana.

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Peine Kico Plastics. Hecho en Cuba. Colección Cuba Material.

En la Cuba de mi infancia, no había abundancia de nada, ni siquiera de peines. Crecí desenredándome el pelo con uno de plástico negro marca Kico Plastics, de la época republicana. Los fabricaba la compañía homónima, que en 1960 el judío Enrique Kalusin, su presidente y quien también fundó el Círculo Cubano Hebreo de Miami, trasladó a la Florida, donde la inscribió bajo el mismo nombre y estuvo activa hasta 1964.

En los ochentas, el gobierno importó peines polacos, de color amarillo.

Peine. Hecho en Cuba. Colección Cuba Material.

Peine plástico

Peine plástico. Hecho en Polonia. 1980s. Colección Cuba Material.

Trabajos de obras públicas en San Lázaro y M

Trabajos de obras públicas en San Lázaro y M

Trabajos de obras públicas en San Lázaro y M. Años 1940s.

En Architecture of Necessitytexto de Alejo Carpentier La Habana, ciudad sin terminar, publicado en 1940:

(…)

La Habana es la ciudad de lo inacabado, de lo cojo, de lo asimétrico, de lo abandonado. Desde niños estamos habituados a tropezarnos, cada día, con solares yermos, donde se amontonan latas cada vez más seculares, desperdicios cada vez más diversos. Durante años padecimos el desierto en donde habría de alzarse el Capitolio, cubierto de ruinas evocadoras de las primeras grandes “mangaderas” [Manera popular de aludir, en particular, a las sustracciones del erario público por avispados políticos y funcionarios] de nuestra vida republicana. (Al menos tenían un valor histórico). Durante años hemos estado padeciendo aquel erial que se extendía a un costado de la Terminal, ofreciendo al viajero que llegaba de la provincia, un panorama capitalino lleno de acusaciones. Pero aún quedan otros…

(…)

Para desgracia nuestra, el Malecón fue poblado de casas de épocas en que los contratistas catalanes hacían estragos en nuestras avenidas y repartos, con sus columnas compradas al por mayor y balaustradas a tanto el metro. Pero también debe reconocerse que se ha hecho muy poco por embellecer ese “corso” que disfruta del adorno de puestas de sol únicas en el mundo. La explanada de La Punta –remate del Prado- se ha transformado, después de su ensanche, en un pedregal, donde hasta los perros temen aventurarse por miedo a lastimarse las patas. ¡Y no hablemos del extraño sedimento de glorieta, resto de algo informe, que nos hace pensar en ciertas fotos recientes de bombardeos de Londres!… sic transit…

Hay avenidas en el Vedado que, desde hace mucho tiempo, se asemejan a parques reservados americanos, ya que parecen terreno tabú para la mano del hombre de Obras Públicas… ¿O será que con ello pretende impedirse la desaparición de ricas especies de guisasos?…

Transcurre el tiempo y nos habituamos a tropezarnos con los mismos terrenos cercados por las mismas vallas; con las mismas casas a medio construir, con las mismas aceras hundidas en torno a una placa de alcantarilla mohosa… Y creemos recordar que en un yermo situado al costado del Parque Maceo se alzaba, antaño, una iglesia que, por lo menos, tenía un cierto valor histórico… Pero ese edificio cayó bajo la piqueta demoledora y desde entonces, solo florecieron tiovivos y tiros al blanco…

Y no hablemos del hermano bache que nos espera en todas partes, dando muestras de un prodigioso don de ubicuidad… Todos aquellos que tienen a veces la desgracia de guiar un automóvil por las calles de La Habana, se habitúan a esquivar amorosamente ciertos baches, como si quisieran preservarlos de toda lastimadura…

(…)

¿Pero qué queréis?… La Habana es ciudad atendida por coleccionistas. Y, como os decía hace un instante, una obra terminada destruye el placer de aquellos que reúnen, a capricho, edificios, calles y avenidas… Por lo tanto, mucho me temo que La Habana permanezca ciudad inconclusa por mucho tiempo.

En vista de ello, sería oportuno fundar una “Sociedad protectora de baches y yermos” para tener, al menos la soberbia de poder decir a los turistas que estos se encuentran donde se encuentran por nuestra santa y enérgica voluntad.

Brochure de la exposición anual de Mesas para Pascuas

Brochure de la exposición anual de Mesas para Pascuas auspiciada por la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana. 1960. Colección Cuba Material.

Antonio José Ponte en Diario de Cuba, ¿Quién va a comerse lo que esa mujer cocina?:

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Hace quince años, la publicación de un libro relacionado con la gastronomía me hizo viajar desde La Habana a Miami. Las comidas profundas era un libro acerca de la imaginación cubana al comer, cuando faltaban ciertos ingredientes. No se ocupaba exclusivamente de secretos nacionales: en la Cuba bajo régimen revolucionario llegamos a preparados semejantes a los del París sitiado de la guerra franco-prusiana o de la Barcelona de la guerra civil. Las carencias cubanas podían encontrar linaje cosmopolita en los diarios de Virginia Woolf durante los bombardeos o en un apunte de Eugenio Montale ante el escaparate de un comercio londinense, en medio de las restricciones de posguerra.

El cubano y cualquier otro vecino (escribí en una de sus páginas) sustituye con tal de comer. No encuentra un ingrediente y lo suple por otro, fabrica aproximadamente, a la medida de sus deseos. Esas sustituciones podían partear monstruos, como el bistec de cáscaras de toronja. En mi libro podía hallarse, vuelta a contar después de Apollinaire, la historia del enamorado que, metido en una apuesta, se hacía cocinar un zapato femenino y lo devoraba. O la leyenda de un par de balletómanos que hacían lo mismo con las zapatillas de una ballerina adorada.

Podía considerarse como un libro de recetas monstruosas, de despropósitos culinarios. En sus páginas cabía la nostalgia, el anhelo por comidas perdidas, y eso fue lo primero que percibieron los amigos y conocidos a los que fui encontrando. De manera que me llovieron las invitaciones a restaurantes y fondas.

Excursiones antropológicas hasta el batido de anón o la fritura de malanga eran un modo de resarcirme por haber escrito aquello. A un centenar de millas del país dejado atrás, podía dar con todos los alimentos que soñaban los cubanos de la Isla. El exilio era, entre otras cosas, una reserva gastronómica. La tierra de los ingredientes salvados y de las recetas que no se olvidan.

Tanteos y tanteos habían hecho posible que las frutas fueran aproximándose a como saben las frutas de la tierra. (La cocina de los exiliados es asintótica: una curva con promesa de coincidir, pero en el infinito.) En Miami, entre cubanos, cualquier otro visitante habría estado expuesto a parecidas hospitalidades, más aun el autor de un libro dedicado a la cocina.

Hablamos de recetas en las sobremesas, hablamos de recetarios, y no tardó en mencionarse a Nitza Villapol, que había cocinado delante de las cámaras de televisión, antes y después de 1959, en la abundancia pero también en la escasez. Y me hicieron ver entonces, entre los potes de especias o encima de un refrigerador, las copias de Cocina al minuto atesoradas.

A partir de aquellos ejemplares habría podido fecharse perfectamente la salida al exilio de cada uno de esos amigos y conocidos. No es que hubieran cargado con ellos como Eneas cargó con su padre y con los penates, sino que, lejos ya de Troya, se dieron a la búsqueda de un ejemplar del recetario de Nitza Villapol que fuese exactamente aquella edición por la que alguna vez se guiaran. Ella había publicado sus recetas bajo el mismo título durante más de cuatro décadas. De manera que algunos cocinaban por la primera edición de su obra, puntillosa en especificidades, y otros por ediciones posteriores, mucho menos exigentes a la hora de armar un plato.

Cada cubano metido a cocinero tenía su Nitza Villapol. Los ejemplares eran, en su mayoría, ediciones piratas o simples fotocopias. Porque, si de un lado sustituíamos, de otro fotocopiábamos. Todos forrajeábamos: la cocina cubana se salvaba en la copia y en la sustitución. Igual que cualquier otra gastronomía en tiempos tormentosos o apacibles, era invento y transmisión

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Nitza Villapol fue bautizada así por un río de los Urales, tributario del Tura y navegable a todo lo largo: el Nitsa. Su padre, Francisco Villapol, comunista o admirador de la revolución de 1917, creyó ese nombre fiel a la lengua rusa. Aunque, tal como quedó inscripto, significa en hebreo capullo de flor. O es, en griego, una de las formas de llamar a Helena.

La rama paterna de su familia había emigrado a Cienfuegos desde el pueblo de Villapol, en la provincia gallega de Lugo. El apellido de su madre, Juana María Andiarena, provendría de Navarra o de Guipúzcoa. En la Nueva York de 1923, al nacer Nitza, los Villapol Andiarena eran una familia de ciertos recursos salida de Cuba por razones políticas. Exiliados. Los más viejos recuerdos de Nitza Villapol remitían a Washington Heights, donde vivían. Su primera memoria gastronómica comprendía helados y dulces de marcas estadounidenses. Padeció la polio de niña. La familia regresó a Cuba cuando ella contaba nueve o diez años.

Su currículo varía según las fuentes consultadas, aunque no tendrían por qué excluirse esas noticias. Graduada de la Escuela del Hogar en 1940 y diplomada de doctora en Pedagogía en La Habana en 1948 según unos, otros afirman que estudió Dietética y Nutrición en la Universidad de Londres a inicios de esa década. Es de suponer que no bajo la guerra. Aunque, cualquiera que haya sido la fecha, la escasez británica debió enseñarle el arte de preparar menús con apenas ingredientes.

En 1955 cursó estudios en la Universidad de Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachussets. La costumbre de coleccionar recetas, de copiar a mano secretos de cocina y de recortar los que se publicaban en diarios y revistas, debió conducirla, tarde o temprano, a componer su propio recetario. Durante más de 40 años, mantuvo en el aire un programa televisivo donde enseñaba a cocinar. El espacio cambió de cadena y de frecuencia (diaria durante mucho tiempo, luego tres veces a la semana y, al final, solo los domingos), pero nunca su nombre, que es también el de su libro más difundido: «Cocina al minuto».

«¿No sabe usted ni freír un huevo?», puede leerse en la solapa de la edición de 1958, publicado en coautoría con Martha Martínez. «¿Cree que jamás aprenderá a cocinar? Se está engañando. Usted sabe leer, y usted sabrá cocinar cuando lea COCINA AL MINUTO.» (Muchas de las ilustraciones contenidas en ese volumen son del pintor Raúl Martínez, luego traductor de la iconografía revolucionaria al lenguaje del pop.)

Aquellos que han escrito acerca de la trayectoria de Nitza Villapol la consideran con afán competitivo: lamentan que su récord de permanencia televisiva no fuese registrado en el Libro Guinness. Ciro Bianchi Ross contabiliza que, en su tiempo, solo la superaba por cuatro años el espacio «Meet the Press» de la cadena estadounidense NBC. Sin embargo, nadie podría competir con ella en veteranía de conductora: el periodista Lawrence E. Spivak llevaba 27 años frente a los más de 40 suyos. (Compañera en esa carrera de fondo, Margot Bacallao fue ayudante de Nitza Villapol durante 41 años, 3 meses y 5 días.)

Desde los comienzos de la televisión abundaban los espacios de cocina. Unión Radio Televisión apenas llevaba un mes de operaciones en noviembre de 1951, ni siquiera poseía estudios propios, y producía desde el teatro Alcázar «Teleclub del Hogar», con Dulce María Mestre. Meses antes, el 3 de julio de 1951, esa misma cadena había emitido el primer programa de «Cocina al minuto».

Los canales competidores incluían en sus programaciones espacios semejantes. No faltaban autoras de recetarios: Ana Dolores Gómez, Nena Cuenco de Prieto, Carmencita San Miguel, María Radelat de Fontanills, María Antonieta de los Reyes Gavilán, María Teresa Cotta de Cal (autora de un socorrido manual de cocina con olla de presión). Ninguna, sin embargo, gozó de suerte tan larga como Nitza.

Escritora, directora, guionista y conductora, ella tuvo fama de ser persona amarga fuera de las cámaras. (Suele explicarse que a causa de la polio padecida en la infancia.) Vivía con su madre en un apartamento moderno del Vedado, y la única curiosidad que pareció despertar su vida privada consistía en suposiciones acerca de lo que se comería en aquella casa. Sin embargo, alguien con la misión de entrevistarla se presentó a la hora del almuerzo, para descubrir que todo el festín se reducía a una papilla industrial de plátano, alimento para convalecientes.

Nitza acostumbraba a cenar a solas en la barra del restaurante Emperador, platos tan sencillos como un bistec con papas fritas. No le gustaba cocinar, confesó su ayudante Margot. Igual que los cómicos negados a hacer chistes fuera del escenario, evitaba cocinar sino tenía cámaras delante. Era experta en redondear platos, una gran conocedora de su materia, aunque prefería dejar la práctica en manos de Margot.

En 1993, en lo más crudo del llamado Período Especial, se emitió por última vez «Cocina al minuto». Los directivos de la televisión decidieron clausurar el programa. Más tarde cambiaron de idea (o cambiaron los directivos), pero para entonces ella no estaba en condiciones de volver a la televisión. A su entierro, celebrado cinco años después de la desaparición del programa, asistió muy poca gente.

Hasta aquí su biografía sin referencias políticas. ¿Quién habría sido Nitza Villapol en caso de exiliarse? A diferencia de su competidoras, cuando toda la televisión fue estatalizada, cuando se marcharon del país el propietario del canal y sus directivos, ella no se movió. Las firmas que solían publicitar productos en su programa fueron expropiadas por el Estado, y a ella debió bastarle con este nuevo y único patrocinador.

Permanecer en Cuba la hizo única. Cambiaron los tiempos y ella cambió su método de trabajo. «Sencillamente, invertí los términos», reconoció. «En lugar de preguntarme cuáles ingredientes hacían falta para hacer tal o cual receta, empecé por preguntarme cuáles eran las recetas realizables con los productos disponibles.»

Se hizo maestra de la cocina de estación, que opera con lo que existe en los mercados. Pero maestra de cocina de una estación que ha sido, en Cuba, interminable: la de la crisis. Su programa se acogió, precavidamente, a una frecuencia semanal. Y fue entonces que se hizo legendaria. Abogó por una cocina de sustituciones, dada a las metáforas. Hizo más de la tercera parte de su carrera profesional en puro páramo: emprendió un arte hecho de atajos y de trucos.

A partir de unas pocas existencias, intentó componer siempre el rancho más sabroso. Y debió enfrentar, amén de la economía socialista, los prejuicios del cubano al comer.  (En un libro escrito después de su visita a Cuba en 1970, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal hizo notar cuántos frutos desaprovechábamos. El país vivía una crisis de abastecimiento, y mucho de lo que se comía en tierras vecinas no era considerado alimento por los cubanos.)

Nitza Villapol enseñó a sus televidentes lo que ciertas cocinas latinoamericanas hacían con las cáscaras del plátano: una suerte de ropa vieja vegetal o de vaca frita verde. Presentó nuevas adquisiciones de la acuicultura, como la tilapia. Pero es falso que enseñara a hacer bistec de una frazada de limpiar el piso, y tampoco es suya la receta de la pizza de condones derretidos en lugar de queso. Las aberraciones de su cocina, si las tuvo, no llegaron a lo indigerible.

Se ha dicho que integró la comisión encargada de establecer las dosificaciones de la libreta de de racionamiento. La acusación (porque se trata de una acusación) puede tener alguna base: quizás fue consultada en tanto especialista en Dietética. Pero ella debió entender aquella solución como provisional y como justa. Y quién sabe cuánto cambió de parecer, luego de tantas décadas de practicar una cocina de pura sobrevivencia.

La mayor parte de su vida profesional estuvo bajo sospecha de apuntalar al régimen revolucionario, de justificarlo con la confección de platos. Conformista como era (todo cocinero de estación lo es), la acusaron de complicidad con el desabastecimiento. Aunque en este punto ella se mostró más responsable que las autoridades. Cierto que compartió el optimismo de la propaganda oficial («Tenemos aún dificultades por vencer», escribió de la carestía de los setenta), pero no trampeó nunca. Y quien quisiera hacerse por aquellos años una idea exacta de la economía del país hizo mejor en atender a «Cocina al minuto» que a los noticieros. Pues, mientras estos últimos mostraban cosechas exitosas que dudosamente llegarían a los mercados, Nitza ponía al fuego estrictamente aquello que su ayudante Margot Bacallao veía descargar de los camiones.

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Resulta interesante comparar distintas ediciones de Cocina al minuto. Una edición prerrevolucionaria y otra posterior a 1959, por ejemplo. Salta a la vista que la nueva época, la economía del nuevo régimen, dictó variantes a las maneras anteriores. Simplificó aquellas maneras o las volvió imposibles. Para entonces los huevos exigidos por las recetas dejaron de ser de La Dichosa, el arroz no era Gallo, el aceite no fue más de El Cocinero. Las antiguas precisiones (dictadas por la calidad de los productos o por el peso de los anunciantes) no tenían razón de ser. No existía ya más que una marca: la del Estado.

Huevos, arroz y aceite eran artículos genéricos, arquetípicos casi. No cabía elección. A juzgar por el lenguaje utilizado popularmente, ningún producto era alcanzable mediante compraventa. Venían al mercado. Los daban por la libreta de racionamiento. Venían, con lo azaroso que suelen ser los visitantes. Los daban, como una donación benevolente. La comida pertenecía ahora al ámbito de lo milagroso. Un litro de aceite rubio era un dios que bajaba. El país se abastecía en un tiempo que parecía desprovisto de conexión con el dinero. Era la emulación socialista entre brigadas la que creaba comida, era el trabajo sin retribución alguna, voluntario.

Muchos ingredientes de las primeras ediciones parecían escritos ya en una lengua muerta indescifrable. Nitza Villapol supo desprenderse de ellos como si se tratara de majaderías, pero incluyó en las reimpresiones de sus recetas un ingrediente con que apenas contara antes: la ideología política. El lugar de la publicidad comercial, tan presente en las ediciones anteriores a 1959, fue ocupado por la propaganda política. Ella dispuso como epígrafe de su libro de recetas, a la entrada de su cocina, esta frase de Friedrich Engels:  «…trasguean las tradiciones en la mente de los hombres…».

Se trataba de un Engels no muy canónico, un Engels casi Grimm, que hablaba de trasgos. Aunque lo importante (¿quién no lo sabía entonces?) era traer a cuento a tan pesante autoridad, sin importar lo que dijera.

El prólogo a la edición de 1980 de Cocina al minuto responsabilizaba de todas las carencias padecidas al bloqueo (por embargo) estadounidense. Sostenía que los primeros habitantes del país habían alcanzado una cultura elevada en materia de alimentos (Nitza debió confundir a siboneyes y taínos con aztecas e incas), y culpaba a los conquistadores españoles de no saber aquilatar las recetas culinarias indígenas.

Después de los españoles, tocaba el turno en ese prólogo a los males del intercambio económico con Estados Unidos. La industria porcina yanqui (así la llamaba) separaba la carne de cerdo y sus derivados para la población estadounidense y dejaba a los cubanos la manteca. «Éstos», decía de los estadounidenses, «conocedores del valor de la carne de puerco como fuente de proteína, de alta calidad, y de vitamina B-1, vendían a Cuba, un pueblo casi analfabeto y por lo tanto en gran medida desconocedor de estas cuestiones de alimentación, y a sus gobernantes de turno nada interesados en la salud popular, una buena parte de la manteca que no consumían. Así, sin saberlo, el cubano contribuía a que sus explotadores pudieran comerse la carne de puerco y sus derivados como perros calientes, jamón, jamonada, etcétera».

Nitza Villapol trazaba para su libro de recetas un esquema donde los cubanos comían sobras como esclavos domésticos, y la economía estadounidense invadía el país con manteca de cerdo, como si se tratara del agente naranja. En contrapartida, cantaba las alabanzas de la harina de trigo y la amistad soviética: «Símbolo de alimento desde que el hombre comenzó a cultivar cereales, es para nosotros también una parte de la eterna deuda de gratitud hacia el pueblo de la Unión Soviética y otros países de la comunidad socialista que en los momentos más difíciles tendió su mano amiga».

Pese a ello, en unos años en que la propaganda oficial eludía la idiosincracia nacional (para orbitar mejor en torno a la Unión Soviética), ella hizo hincapié en lo cubano. Y reside en este punto la mayor diferencia entre las distintas ediciones de su libro de recetas. Antes de 1959, el asunto era comer. Más tarde, pareció tratarse de comer en cubano, de dar con lo cubano en la comida.

Todo el que frecuente recetarios comprenderá que la mayoría de ellos son ordenados a la manera de un menú, desde los aperitivos y entrantes hasta los postres y licores. Cocina al minuto, en su edición de 1980, se salta esta norma y presenta una ordenación muy diferente. Comienza por las recetas de arroz, el plato base del comer cubano, y concluye, no en los dulces, sino en diversas recetas de ajiaco. Se trata de una muy extraña cena, que sirve un sopón después de lo almibarado.

La explicación puede encontrarse en ese nuevo ingrediente con que cocina Nitza Villapol, la ideología. En una conferencia de 1939, Los factores humanos de la cubanidad, Fernando Ortiz había sostenido que Cuba era, como nación, un ajiaco. Una suma heteroclítica de ingredientes que bullía en un caldero. Siguiendo esta observación, Nitza Villapol fija el nacimiento de la cocina cubana en el momento en que el cocido español pierde los garbanzos y se hace otro plato. El ajiaco es emblema de la nación, según Ortiz. A lo que agrega Nitza que nuestra cocina resulta independiente desde la invención del ajiaco. El ajiaco es, en los fogones, el grito de La Demajagua.

Cocina al minuto reserva espacio al ajiaco después de los postres por no estar interesado en planear simples cenas (como la mayoría de los recetarios), sino en ordenar una nación. Si cualquier menú que se intente puede ser entendido como historia, los postres no pueden ser la coronación, sino el ajiaco. El acto de comer tiende, al final, a ese momento de independencia. El ajiaco es la saciedad y beatitud definitiva. Y cada vez que lo emprendemos lo que se espesa en él, más que las viandas, es una conmemoración.

Cocina al minuto, en sus más recientes ediciones, intenta una teleología no muy distinta a la de Cien años de lucha, discurso pronunciado por Fidel Castro el 10 de octubre de 1968, o a la de Ese sol del mundo moral, el volumen donde Cintio Vitier historiara una ética de la nación. Comer y cocinar alcanzan, en cierta Nitza Villapol, un sentido político.

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¿Cuánto tienen que esperar los muertos para ponerse en pie?, me preguntaba. Yo era un niño frente al televisor, preocupado por el destino de los espadachines muertos. Y recuerdo de entonces esta otra preocupación, mientras caían los créditos finales sobre la imagen fija del plato confeccionado ese día por Nitza Villapol en «Cocina al minuto»: ¿quién va a comerse lo que esa mujer cocina?

exposición anual de Mesas para Pascuas

Brochure (tapa de contrcubierta) de la exposición anual de Mesas para Pascuas auspiciada por la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana. 1960. Colección Cuba Material.

Ensalada de pollo

Ensalada de pollo

Ensalada de pollo. Foto cortesía de María L. Pérez.

En Cocina con Cuba: Ensalada de pollo:

Una ensalada de este tipo, o al menos muy similar, se servía en [las tiendas por departamentos] Ten Cent de La Habana. Recuerdo que la servían con una boleadora de helados en un plato con algo de verduras y unas tostadas. Era toda una delicia para ese calor intenso que suele tener La Habana. Los Ten Cent de La Habana fueron para mí el primer encuentro de lo que en los tiempos modernos se denomina cocina abierta. Era todo un lujo ver trabajar a aquellas mujeres –pues fue básicamente el sexo femenino que dominaba sus cocinas– con esos aparatos de color metálico y esas butacas rotatorias que se podían subir a la altura necesaria. Era gracioso hacer la cola detrás de otro cliente y tratar de coincidir con mis hermanos y mi mamá para poder comer juntos.

Ver la receta.

Kadir López Nieves y Afonso V. Nodal

Kadir López Nieves y Afonso V. Nodal

Kadir López Nieves y Afonso V. Nodal. Imagen tomada de internet.

Adolfo V. Nodal y Kadir Lopez reviven el neón republicano en La Habana post-socialista.

Ver el video de la instalación de los lumínicos en Kickstarter y, en Los Angeles Times: L.A. helps Havana’s vintage neon signs glow again: ‘It marks a new era, a return of the light, of hope’.

Brochure promocional de un edificio de propiedad horizontal

Brochure promocional de un edificio de propiedad horizontal

Brochure promocional de un edificio de propiedad horizontal. 1950s. Colección Cuba Material.

Algunos de mis amigos de infancia vivían en apartamentos que habían sido, y aún se les llamaba, de propiedad horizontal. Para mí, se trataba simplemente de apartamentos mucho más modernos que el mío, en un edificio Pastorita.

Los apartamentos de propiedad horizontal que conocíamos estaban siempre en edificios con nombres como Naroca, en cuyos bajos había una peluquería de lujo (Hermanas Giralt) y una moderna oficina de correos. Edificios con elevador, amplias entradas de paredes de mármol y canteros menos chapuceros que el de los bajos de mi casa. Eran apartamentos con piso de granito blanco, colector de basura, ventanas de cristal, instalaciones para los aires acondicionados, cocinas eléctricas y entradas de servicios.

Solíamos decir que los «verdaderos» apartamentos de propiedad horizontal eran aquellos que ocupaban todo un piso, en el que el ascensor abría ante el recibidor de la casa. Sin embargo, se trataba tan solo, como explica uno de los folletos que anunciaban esa novedad de los años cincuenta, de propiedades individuales desglosadas dentro de modernos edificios:

La Propiedad Horizontal en Cuba ha sido creada por el Decreto-Ley número 407 de 16 de septiembre del año 1952 y esto ha proporcionado un gran plan de financiamiento, a tal extremo, que en muchos casos se paga menos comprando la propiedad, que alquilando el apartamento.

Es decir, propiedad horizontal es cualquier unidad habitacional en edificios de viviendas múltiples que pueda adquirirse mediante contrato de compra. Esto, antes de 1952, no era posible en Cuba. Hasta entonces se era dueño del edificio completo (y del terreno), no de apartamentos individuales dentro de este.

El brochure promocional del edificio construido justo en la intersección de las calles Línea, Calzada y 15 anuncia, sin embargo, como «La verdadera Propiedad Horizontal, un solo apartamento en cada piso», de ahí, quizás, nuestra confusión.

Vea el folleto en pdf del edificio de propiedad horizontal de Línea, Calzada y 15.

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En Opus Habana: Inventos domésticos contemporáneos: Las casas de departamentos, por Emilio Roig de Leuchsenring:

Al tratar en las Habladurías anteriores de ese prodigioso descubrimiento contemporáneo que es el baño intercalado, me referí, de pasada, a las casas de departamentos, otro no menos sensacional invento de nuestro siglo.
De la antigua y amplísima casona colonial habanera hemos dado en estos últimos tiempos un salto fantástico para venir a caer en las casas de departamentos.
Si quisiéramos dejar gráficamente plasmada la diferencia que existe entre nuestras casas antiguas, o coloniales, y los departamentos modernos, o republicanos, diríamos, casi sin exageración, que por la puerta principal de aquéllas podría entrar cómodamente todo un departamento, o que cualquiera de éstos cabría, sin estrecheces, en un cuarto, o los mayores, en la sala de aquellas casonas.
En efecto, distinguíanse las viejas casonas de San Cristóbal de La Habana por su altísimo puntal, sus grandes puertas y ventanas, la capacidad superabundante del zaguán de entrada, de la sala, del comedor, de los cuartos, del patio, del traspatio y de la cocina y hasta de los cuartos de la servidumbre. Y por si esto fuera poco, cuando la casa era de dos pisos, no faltaba entre ellos el entresuelo, dedicado generalmente a las oficinas del dueño de la vivienda. Respecto a la puerta de entrada, debo agregar que por ella cabía la volanta o el quitrín, que solían guardarse en el zaguán, sin que estorbaran en lo más mínimo el tránsito de los ocupantes y visitantes de la casa, no obstante e1 ancho descomunal que de rueda a rueda tenían volantas y quitrines y la enorme longitud de sus barras.
La influencia norteamericana, el afán de imitación de lo extranjero que siempre ha dominado al criollo, y el deseo de sacarle el máximum de rendimiento al terreno en que se piensa fabricar, nos han trasplantado a esta Habana del trópico, esas caricaturas de rascacielos que hoy afean muchas de nuestras plazas, avenidas y calles.
Y conste que no me pronuncio contra el rascacielo en sí, que es éste susceptible de ser transformado, tanto en los Estados Unidos como en Cuba, en una obra arquitectónica de belleza artística excepcional.
Lo que recojo y critico es la inadaptabilidad a nuestro clima de las casas de departamentos, tentativas de rascacielos. Y es lástima que dada la abundancia de tierra sin fabricar que existe en los suburbios de La Habana, la dificultad de comunicaciones rápidas no permita construir en esos terrenos yermos casas, lo más posible acomodadas a la vida del trópico, de una o dos plantas, en vez de los rascacielos que se están construyendo en el centro de la ciudad, en la misma Habana antigua y en calles estrechísimas, con grave incomodidad para los moradores, a pesar de los altos precios que suelen cobrarse por losdepartamentos–pañuelitos.
Pero la novelería criolla, así como impuso el baño intercalado y el baño de colores, ha impuesto, igualmente, los departamentos, al extremo de que hoy se considera más distinguido, chic y elegante, vivir en un «precioso departamento», aunque apenas puedan en él moverse sus ocupantes, que en una casa fabricada, según diría cualquiera de nuestras abuelas, chapada todavía a la antigua, «como Dios manda».
El departamento puede ser considerado como símbolo de la transformación aguda experimentada por la familia cubana, y por el hogar, en estos últimos tiempos.
La casona antigua permitía la convivencia en ella de toda una familia, por numerosa que ésta fuese, incluyendo, desde luego, a los yernos y nueras, con sus hijos, y hasta a los sirvientes de estas jóvenes familias. Todos almorzaban, comían y hacían la tertulia en la casona, y en ella celebraban también sus fiestas y sus duelos. Allí se nacía y se moría.
En cambio, en la mayor parte de los departamentos de estas modernísimas casas de departamentos habaneras, apenas se puede dormir con comodidad; se come, en el comedorcito, a apretujones, y es de todo punto imposible invitar a la mesa a familiares y amigos. Y tan es esto así que ya se ha introducido otra nueva moda: la de no ofrecer comidas en que los invitados puedan sentarse, como antaño, alrededor de la mesa, sino que, obligados por la fuerza mayor de la limitadísima capacidad del departamento, las comidas y fiestas se celebran en los clubs, en los restaurantes o en los cabarets, o cuando más se hacen esas cenasinformales, en que cada invitado carga con su platico, se sirve personalmente los comestibles que se hallan agrupados en una mesa, y comen de pie, en un rincón, recostados a la pared, o en alguna silla, si hay capacidad para éstas.
El departamento impide que se lleve hoy la antigua vida de hogar de nuestros abuelos, y ha de producir, a la larga, la desaparición completa de lo que fue el hogar criollo de siglos pasados.
Dije antes que en la casona antigua se nacía y se moría. No puedo decir lo mismo de los departamentos modernos. Y ahí está para probarlo el hecho innegable de que hoy, generalmente, se nace en las clínicas o en los hospitales. Se me argüirá, tal vez, que ello tiende a procurar mayor comodidad a la futura madre y sus asistentes y mejor atención facultativa de aquélla y del «tierno infante»; pero yo me inclino a creer que el auge que ha adquirido entre nosotros esta moda de nacer en clínicas y hospitales, se debe principalmente a que en losdepartamentos modernos no caben todas esas personas –médicos, enfermeras, familiares y amigos– que generalmente se agrupan en una casa cuando en ésta ocurre tan señalado y regocijado acontecimiento.
Si la moda de ir a morir fuera del departamento no se ha generalizado tanto como la del nacimiento en clínicas y hospitales, hay que encontrar su causa en que muchos fallecen sin dar tiempo a que se les traslade a la quinta o sociedad de que ya son socios el 90% de los habaneros, o a la imprevisión de aquellos que no han querido inscribirse en alguna de esas instituciones benéficas. (…)

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Suplemento de la revista Romances. Imagen tomada de Internet.

En 14 y MedioLos restaurantes privados rescatan la cocina cubana:

Denia Sao Blanco lleva más de 20 años como profesora de primer nivel de cocina genérica en la Casa del Chef en Holguín, una institución creada para mantener y rescatar la cultura culinaria de la región, donde se han preparado a varias generaciones de cocineros.

Como parte de su trabajo, ha visitado todos los restaurantes de la ciudad y les ha ofrecido asesoramiento en la elaboración de los platos.

Ahora está rodeada de jóvenes que concluyen esta semana un curso de cocina que les impartió. El examen final es la elaboración de un plato típico de Holguín.

En esta conversación con 14ymedio Dania habla de la tradición, la cultura y los errores del arte culinario en la región.

Pregunta. ¿Cómo se realizan las investigaciones culinarias en la Casa del Chef?

Respuesta. Es un trabajo de varios profesores de cocina conjuntamente con los alumnos.

Las nuevas generaciones de cocineros no conocen la historia y las recetas holguineras y siempre nos basamos en el rescate de estos platos típicos.

Llevamos unos cuantos años tratando de rescatar estos platos en diferentes eventos, como «El cocinero joven del año» y «La flor de la cocina cubana», que sesiona desde 1992 y es solamente para mujeres profesionales y aficionadas sin límite de edad.

P. ¿Cuáles son los platos tradicionales holguineros que se elaboran en la actualidad?

R. Son muchos, entre ellos está el «465», creado por Ramón Carbonell, que incluye pollo, jamón, bistec de cerdo a la plancha y se acompaña con vegetales. Aquí lo ofrecemos a 30 pesos moneda nacional.

Otro es el pollo «a la Periquera», creado por José Rafael Pernas Iglesias, y la butifarra «Paneque», creada por Rodolfo González Paneque, el fundador de nuestra casa social, ya fallecido.
P. ¿Los restaurantes holguineros mantienen en el menú los platos típicos del territorio?

R. Lamentablemente no. Se está haciendo muy poco con estos platos. En el menú de los restaurantes holguineros predominan ofertas de la cocina internacional en detrimento de los platos tradicionales. Por ejemplo, el cliente no encuentra un casquito de guayaba con queso, una mermelada con queso, un arroz con leche, que son algunos de los platos básicos de nuestra cocina. Esto demuestra que hay falta de conocimiento del cocinero que elabora el plato; así estamos perdiendo nuestra identidad.

En la mayoría de los restaurantes, el cliente encuentra el mismo menú, no hay variedad, ni tampoco platos que identifiquen a un restaurante. Los cocineros apelan a lo más fácil, como el pollo frito, el pollo asado y el bistec.

P. En su intercambio con los alumnos la escuché hablar sobre el arroz con pollo…

R. Yo le hablo a mis alumnos del arroz con pollo porque no es común verlo en la oferta de los restaurantes. Sin embargo, cuando está en el menú no se elabora como debe ser, porque lo hacen con un subproducto mezclado con el arroz; mientras que en otros restaurantes le incorporan el arroz deshilachado, que es un error. El plato tradicional es el pollo en un octavo; se coloca el pollo en la base del plato, se cubre con el arroz y se coloca una corona de huevo duro y tiras de pimientos morrones. Ese es el verdadero arroz con pollo que no se ve en la mayoría de los restaurantes.

P. ¿Qué consecuencias trae apelar a la cocina fácil?

R. Se pierde la tradición porque cada plato tiene, como decimos nosotros, su nombre y su apellido, cada plato fue diseñado, estudiado, aprobado y patentizado con el objetivo de mantener su identidad y sus características.
El holguinero tiene muy poca cultura culinaria y este desconocimiento le impide exigir la originalidad del alimento que le ponen en la mesa.

P. ¿Qué opina de los restaurantes estatales?

R. Que han perdido la originalidad e identidad en los platos que ofertan, porque los administradores que dirigen los restaurantes estatales no saben de cocina y al no conocer no pueden exigir: para ellos todos los platos están bien elaborados.

P. ¿Sucede lo mismo con los restaurantes particulares?

R. Estos son diferentes, porque se lleva bastante bien la originalidad de los platos. Los dueños y los cocineros vienen a pedirnos valoraciones y sugerencias, cosa que no hacen los directivos de los restaurantes estatales.

Otro aspecto positivo de los restaurantes privados es que han creado nuevos platos que distinguen al lugar, y esto no sucede con el restaurante estatal. Por eso pienso que, con la oportunidad de privatizar los restaurantes, la cocina cubana ha ganado en calidad, originalidad y variedad.

P. ¿Qué otro factor limita la libertad de creación en los locales gestionados por el Estado?

R. No hay libertad de creación porque los cocineros están obligados a regirse por una carta técnica y los productos de los que disponen son muy restringidos y de mala calidad, mientras que el particular siempre busca la mejor mercancía, los productos más frescos y mantienen una oferta original.

Otro aspecto que afecta a los restaurantes estatales es que el suministro de especies y de condimentos a veces es insuficiente y obliga a los cocineros a comprar estos productos pagando de su propio bolsillo.

Sobre de cartas de la marca de camisetas Perro. 1960s. Colección Cuba Material.

En los tempranos sesentas, mi tía abuela se casó con un técnico inglés que trabajaba en Cuba. Por entonces, era secretaria ejecutiva en la fábrica de camisetas Perro. Poco después, se mudó a Londres. En este sobre recibió la confirmación de su renuncia a su puesto laboral, necesaria para poder abandonar el país.

Esa famosa marca de ropa de la época prerevolucionaria volvió a ser inscrita en el registro de marcas y patentes cubano en el año 1979, aunque solo recibió la aprobación de la marca en 1981.

Marca PERRO
     F.solicitud 10/04/1979
Camisetas atléticas de hombre, joven y niño
    Titular EMPRESA DE CONFECCIONES PUNTEX
     Estado administrativo Concedida desde 24/11/81
     Fecha registro 24/11/1981
     Fecha vigencia 10/04/1979
     Fecha expiración 24/11/2016
Tarjeta postal del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre

Tarjeta postal del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre

Tarjeta postal del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, bendecida por el Arzobispo de Santiago de Cuba. Colección Cuba Material.

El Santuario de la Virgen de la Caridad, en el poblado del Cobre, se construyó bajo el arzobispado de Fray Valentín Zubizarreta y Unamunzaga, nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba en 1925. Este arzobispo también presidió, en 1936, la coronación canónica de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba.

Estatuilla en bronce de la Virgen de la Caridad del Cobre

Estatuilla en bronce de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. En la casa de Gertrudis Caraballo Gálvez y Leopoldo Arús Gálvez.

Esta imagen de la virgen de la Caridad del Cobre estuvo siempre en casa de mis abuelos. La guardaban en la vitrina de la sala, junto a figurines de porcelana, de filigrana de vidrio y de marfil, entre otros objetos y souvenirs de menos valor. En algún momento decidieron sacarla de detrás del cristal. La colocaron entonces sobre la vitrina, justo delante de un reloj de péndulo. Supongo que habrá sido mi abuelo quien lo hizo, pues mi abuela, quizás porque era hija de un masón, no creía en santos. Mi abuelo, sin embargo, pocos años antes de morir vivió a rezar. Supongo que se habrá reconciliado con la herencia teológica de su madre devota. O quizás solo quería morirse de una vez y por todas, imposibilitado de leer por la ceguera parcial que lo aquejaba, y aburrido de la música que poseía.

Sin embargo, poco duró la virgen en la sala de mis abuelos. Cuando quise que mi hermana me la trajera en un viaje que hizo, ya muertos mis abuelos, no pudieron encontrarla. Alguien se la había robado de los altos de la vitrina. Por suerte, yo le había hecho una foto.

Edificio López Serrano
Life May 5 1958

Publicado en la revista Life el 5 de mayo de 1958. Enviado por Linda Rodríguez.

Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Según el historiador Louis A. Pérez Jr. (On Becoming Cuban: Identity, Nationality and Culture), la moda cubana de los años 1950s comunicaba discursos nacionalistas a través de diseños adaptados a la silueta criolla y colores apropiados al clima de la isla.

Estas imágenes, publicadas en la revista Life el 5 de mayo de 1958, reproducen algunos diseños de los modistos cubanos Adolfo, Luis Estévez, y Miguel Ferreras, radicados en Nueva York. Las fotografías fueron hechas en Trinidad, Cuba.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

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Reportaje publicado en la revista Life. 5 de mayo de 1958. Cortesía de Linda Rodríguez.

Caricatura de Alen Lauzán

Caricatura de Alen Lauzán

Caricatura de Alen Lauzán, tomada de internet.

La guayabera es la prenda de vestir más cubana, equivalente en muebles al taburete, y en políticos, a José Martí. Surgida a mediados del siglo XIX, sin que aún se sepa si debe su nombre al río Yayabo o a las guayabas que supuestamente se guardaban en sus bolsillos, la guayabera es, desde hace dos años, el traje oficial de los diplomáticos cubanos.

Cuando triunfó la Revolución Cubana, la guayabera era tan popular que en 1948 la revista del Liceum Lawn Club consideró necesario publicar un texto definiendo las condiciones de su uso… y abuso. Más tarde, en 1973, la revista Mujeres publicó unos bocetos en los que la tradicional camisa de hombre se presentaba como prenda femenina. Estos modelos fueron después desarrollados, y producidos desde finales de los años 1970s, por la firma CONTEX, fundada y dirigida por Caridad (Cachita) Abrantes, también presidenta de la casa de modas La Maison y hermana de quien fuera jefe de la seguridad personal de Fidel Castro y ministro del interior.

Luego, en los años ochenta, las autoridades del Ministerio de Comercio oInterior instituyeron la guayabera como uniforme de los trabajadores de la gastronomía, quienes se adelantaron así en 20 años a los de la diplomacia.

Primeros diseños de guayabera como prenda femenina, publicados en la revista Mujeres. 1973. Diseñadora Marta Verónica Vera.

Guayabera como prenda femenina, publicados en la revista Mujeres. 1973. Diseñadora Marta Verónica Vera.

Sobre los orígenes de la guayabera, Cubanos por siempre: cubanidades dice: La guayabera cubana:

La historia enseña que estas camisas se originaron en Sancti Spiritus, Cuba, ciudad fundada por don Diego Velázquez en 1514, siendo ésta la sexta villa establecida en esa preciosa isla.

Corría el año 1709 cuando llegaron a dicha ciudad, procedentes de Granada, la bella e histórica ciudad andaluza, don José Pérez Rodríguez y su esposa Encarnación Núñez García. José era de Oficio alfarero y generalmente lo llamaban «Joselillo». Al poco tiempo de haber llegado a Sancti Spiritus, ya se había construido una nave en las márgenes del río Yayabo, el cual cruza la parte sur de la ciudad de oeste a este. Después de estar trabajando un corto tiempo en su alfarería, o tejar como también comúnmente se le llama, recibieron varias piezas de tejidos que sus familiares les enviaron desde España.

Fue inmensa la alegría que ambos experimentaron cuando les fue entregado el paquete de tela, porque Encarnación, como la mayoría de las mujeres en esos tiempos, era costurera. Tiempo más tarde Josélillo dirigiéndose a Encarnación, en su típico «andalucismo» le dice: « Encarnación, estoy pensando que sería muy ‘gúeno’ que me hicieras camisas largas con bolsillos grandes a los lados, ‘asiná’ como gabán, para poder llevar la fuma y otras cosillas al «talle».

No fue fácil, pero después de varias pruebas Encarnación pudo coser una prenda de vestir que fue del agrado de su querido esposo. Josélillo, con mucho orgullo por ser una pieza original de su esposa, comenzó a usarla y al poco tiempo los guajiros -como llaman en Cuba a los campesinos-de la comarca, viendo la comodidad y la economía que resultaba de esta prenda de vestir, también comenzaron a usarla.

En la ciudades, los poblanos lanzaron contra esta nueva vestidura todos los improperios que se les ocurrían; a lo menos decían que era mejor no vestirse; que parecían mamarrachos los que usaban. Ni las clases bajas de los pueblos eran capaces de salir a la calle con esta vestidura. Pero como la historia nos ha enseñado de que tarde o temprano el progreso seguirá avanzando, unos años más tarde los poblanos más humildes se atrevieron a usar la susodicha prenda y despacio, pero a seguros pasos, fue extensamente adoptada posteriormente por gente de la clase media, si bien con ciertos temores de ser criticada.

A los nativos de Sancti Spiritus actualmente se les conoce como espirituanos o espirituanas, pero en aquellos tiempos también se les conocía como «yayaberos» o «yayaberas», nombre que provenía del antes mencionado río Yayabo, y por este motivo a esta vestidura se le indentificaba como «yayabera». Además, alrededor de Sancti Spiritus- mi pueblo-abundaban plantas diversas variedades de esa deliciosa fruta que es la guayaba. Como esta camisas siempre han tenido al frente dos bolsillos bastante grandes, los guajiros acostumbraban llevar guayabas en estos bolsillos y de esta costumbre nació el nombre de «guayabera», sustituyendo el de «yayabera», como le llamaban a las mujeres del pueblo. Así nació la siguiente cuarteta trovadoresca local:

Y la llaman guayabera por su nombre tan sencillo por llenarse los bolsillos con guayabas cotorreras.

El tiempo permitió diversas variaciones, no solamente en su nombre, si no también en su estilo. Se les añadió las muy bien confeccionadas alforcitas y se les agregó una serie de botones por todas partes. Pero la variación más significativa nació durante las guerras de independencia de Cuba, desde 1868 hasta 1898. Cuba está reconocida por haber alcanzado su independencia con las cargas de caballos guiados por los libertadores, machete en mano. Como el machete sobresalía más arriba del cinto, por debajo de la guayabera, la guayabera fue alternada con dos aperturas laterales para facilitar la rapidez para desenfundar el machete.

Nuestros venerables veteranos de esas guerras usaban las guayaberas de hilo porque era un puro símbolo de patriotismo, y en su pecho colgaban la bandera tricolor con la estrella solitaria y la medalla de oro que los distinguía como libertadores. El general Calixto García y sus ayudantes de guerra usaban esta prenda de vestir. La guayabera, por la espalda, muestra el diseño de la bandera cubana.

Durante nuestra luchas libertadoras, los españoles consideraban ejecutor de una tremenda traición, al cubano que usara una guayabera con este diseño en la espalda, y aquellos cubanos capturados usando este tipo de camisas eran inmediatamente fusilados.

El primero de julio fue escogido por el Gobierno de la República de Cuba, para celebrar cada año El Día de la Guayabera, ya que fue en esa fecha el nacimiento del poeta cubano Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, más conocido como « El Cucalambé» (1829-1862), quien escribiera varias décimas cubanas, siendo el primero en mencionar la guayabera en una composición. A continuación reproducimos dos de las muchas «décimas» cubanos dedicadas a la guayabera:

¡ Oh, guayabera ! camisa de alegre botonadura. Cuarto bolsillos, frescura, de caña brava y de brisa. Fuiste guerra mambisa con más de un botón sangriento cuando el heroico alzamiento, y por eso la Bandera tiene algo de guayabera que viste al galán del viento. Invasora espirituana, comenzaste tu invasión y entre Júcaro y Morón te llamaban «La Trochana». Te quiso, «Camagúeyana» el Camagúey noble y bravo, hasta que al fin, desde el Cabo de San Antonio a Maisí, Cuba no viste sin tí,- Onda fresca del Yayabo-.

* * *

Y, sobre el uso y comercio de la guayabera en Miami, ver en WSJ: Rediseñando un clásico cubano:

La guayabera, la tradicional camisa plisada y de cuatro bolsillos que se usa suelta sobre los pantalones, se ha vuelto omnipresente en esta ciudad gracias a los exiliados cubanos que huían de Fidel Castro y sus uniformes verde militar. Ahora que la primera generación de exiliados empieza a morir, algunas tiendas de ropa masculina tratan de adaptar la prenda de varios siglos de existencia a una generación más joven, que busca estar a la vanguardia de la moda. No es una tarea fácil.

Antonio García-Martínez, un hijo de exiliados cubanos criado en Miami, dice que la clásica guayabera de lino tiene sus límites: se arruga con facilidad, es de apariencia cuadrada y demasiado anticuada para su gusto. «Te hace ver como un abuelo cubano en un funeral», dice.

Se cree que la guayabera, prenda muy popular en los países cálidos, desde el Sudeste Asiático hasta el Caribe, tiene su origen en Cuba, donde se expandió hasta convertirse en un símbolo de la elegancia en La Habana. Entre sus fieles seguidores, encontró a figuras internacionales como el escritor Ernest Hemingway.

Actualmente, la mayoría de las guayaberas —de manga corta y larga— son hechas en México o China, principalmente de algodón o telas sintéticas que se secan rápidamente después del lavado.

Sin embargo, todavía quedan algunos sastres en Miami apasionados por esta prenda y deseosos de actualizarla para atraer a los hombres más jóvenes. Algunas empresas están promoviendo versiones extremas de la guayabera, que incluyen colecciones para bebés y ropa para perros. Pero el principal énfasis es captar a los jóvenes, que están entre los principales consumidores de la moda en la ciudad.

Louis Puig, de 52 años, conoce bien a este grupo de consumidores. Su padre, Ramón Puig, un reconocido sastre, ganó fama en Cuba como un mago de la guayabera, una reputación que después lo siguió a Miami, donde pasó a ser «el rey de las guayaberas». Ahora que el rey ha fallecido, Louis Puig—quien ha trabajado como DJ y es propietario de Club Space, una de las discotecas de música electrónica más populares de Miami— intenta tonificar el negocio de la familia al abrir una sucursal en el centro de Miami, lejos de la Pequeña Habana, donde se instaló su padre en 1971.

Costosas guayaberas de lino y algodón a rayas y de colores fuertes cuelgan de los estantes, un cambio radical frente a los tradicionales colores blanco, beige o celeste. También hay vestidos estilo guayabera para las mujeres.

La nueva boutique, denominada «Ramón Puig Guayaberas», tiene retratos de atractivas modelos luciendo sus guayaberas por Ocean Drive, en South Beach. «La guayabera es lo más cool del mundo», dice Puig, «Ya no es simplemente la camisa de tu papá. Es cool al estilo cubano».

Los orígenes de la guayabera siguen siendo un misterio. Lo que está claro es que la prenda permitió a los campesinos y los soldados españoles a soportar mejor el calor de Cuba y pronto se expandió a otras colonias españolas en América Latina y el Sudeste Asiático.

Tras la revolución cubana, la mayor parte de la producción se trasladó a la Península de Yucatán en México, donde los fabricantes le añadieron bordados. La guayabera también se ha convertido en «la camisa mexicana de bodas» y ha ganado adeptos entre los jefes de Estado latinoamericanos, entre ellos el propio Fidel Castro.

En Miami, la guayabera ha tenido problemas para conquistar a los recientes inmigrantes cubanos, quienes vivieron bajo el régimen comunista y tienen una visión menos romántica de muchas tradiciones de su país. Rafael Contreras Jr., cuya marca de guayaberas D’Accord se fabrica en Yucatán y se vende en todo el mundo, dice que el amor por la guayabera pasa por ciclos. En los 80, los jóvenes de Miami las usaban con jeans y botas vaqueras en las discotecas, señala. Ahora algunos jóvenes quieren «guayamisas»— una combinación entre guayabera y camisa de vestir más sencilla.

Los apasionados de las guayaberas creen que, con algunos retoques, la prenda puede tener la misma resistencia que Fidel. «No conozco a ningún cubano en Miami que no tenga al menos una o dos», dice Mike Valdés-Fauli, un ejecutivo de marketing de 33 años de padres cubanos. Él tiene tres, dos que le regaló su abuelo y una que compró por su cuenta. Las usa principalmente en las reuniones de familia.

Puesto de frutas

Vendedor de frutas en el Malecón

Vendedor de frutas en el Malecón, frente al monumento al Maine. 1952.

De niño odiaba las frutas, sobretodo las frutas raras. En Cuba había siempre frutas por donde quiera que miraras. Frutas y más frutas siempre!… Y los fruteros con sus carretillas gritando. Yo odiaba eso. Estaban por todas partes. A veces se aventuraban a las cercanías de donde yo vivía. Los domingos por la mañana, la guagua de la escuela me recogía para ir a misa y era entonces que yo veía y oía a los fruteros gritando, anunciando lo que traían. (ANOOOOONEEEES !!)

El trabajo de los carretilleros de frutas era arduo, pues tenían que empujar su carretilla a uno de los mercados (Plaza Del Vapor, Mercado Único de 4 Caminos, Mercado de Carlos III) y con la carretilla llena, ir a la zona donde iban a vender. Todo eso bajo el sol espantoso, o la lluvia. Es decir, que era un trabajo durísimo. Uno casi les tenía lástima.

De más esta decir que pocos años después comenzaron a gustarme las frutas y cuando (creo alrededor de 1963-1964) desaparecieron los carretilleros de frutas los extrañé mucho pues me había acostumbrado a comprarles naranjas, que ellos pelaban con un aparato de lo más ingenioso.

Ya para 1966  había poquísimos o ningún carretillero de frutas en El Vedado, al menos que yo recuerde. Desaparecieron también los afiladores ambulantes de cuchillos y tijeras que sonaban unos silbatos españoles muy cómicos (éste era otro de esos sonidos raros de La Habana). De golpe desaparecieron cientos de renglones de actividad económica privada.

Y en eso vino en 1968 el golpe final contra toda la actividad económica normal. Le llamaron la «ofensiva revolucionaria » de 1968 y es una historia que merece su propio espacio, porque tiene mucho que ver con lo que estaba ocurriendo en el Escambray.
Este texto fue enviado por un lector anónimo, junto con todas las imágenes que lo acompañan.

Puesto de frutas frente a la peletería Las Ninfas. 1890s.

Puesto de frutas frente a la peletería Las Ninfas. 1890s.

Puesto de frutas en el Paseo del Prado, frente a la Estación de Villanueva. 1906.

Puesto de frutas en el Paseo del Prado, frente a la Estación de Villanueva. 1906.

Puesto de frutas

Puesto de frutas. 1955.

Puesto de frutas

Puesto de frutas. 1959.

Anuncios en La Habana

Anuncios en la calle Bernaza

Anuncios en la calle Bernaza. 1959.

La Habana de los años 1950 ofrecía, para quienes crecieron en ella, un entretenimiento que tal vez pocos niños de otras ciudades tenían: El de mirar y leer cuanto anuncio de neón se veía, al pasear en auto por las noches con los padres.
Mi prima y yo teníamos más o menos la misma edad y vivíamos muy cerca, por lo que muchas veces ella se sumaba y salía con nosotros en el auto de mis padres a pasear en la noche cuando el clima estaba bueno.
Este no era un hábito sólo de mi familia. Por las noches parecía que toda familia con auto salía a mirar los anuncios y las vidrieras de las tiendas. Eran muchos autos, elegantes o modestos, con niños o sin ellos, todos con los ojos apuntando hacia arriba. A veces se escuchaban «!mira mami, mira…!».
Era de lo más entretenido para mí mirarlo todo y, además, mirar los otros autos.
Algunas avenidas tenían anuuncios que me gustaban mucho como el de amarillo y rojo de la Phillips en la calle Infanta… Este anuncio era inmenso. La fachada de vidrio traslúcido del cine Astral lo hacía aún más llamativo.
Otros que aún recuerdo bien son el anuncio de la Pan American, en 23 y O, con sus avioncitos que salían volando de Cuba hacia USA, Europa y otros puntos. Los de la calle San Rafael eran una secuencia muy buena, y las vidrieras de El Encanto,  Fin De Siglo, J’Vallés, etc., siempre eran distintas, pues las re-diseñaban frecuentemente.
Era muy bueno pasar por el Rex («despacio», le decía a mi padre, «please, para ver qué están poniendo»). El Cinecito nunca me gustó. Mi padre doblaba por una de esas calles y regresaba hasta Galiano por (creo) la calle San Miguel, y entonces veíamos a la derecha la gran vidriera de Los Reyes Magos! una de las dos mejores tiendas de juguetes de La Habana y, en mi mente, del universo. (La otra era La Sección Equis, en Obispo, donde vendían trenes eléctricos alemanes en escala HO). Pero ahora que recuerdo, había un tercer lugar para juguetes: El Encanto. Era para quedarse boquiabierto. Aquí te envío una foto que encontré de un juguete del que me antojé y pataleé y grité hasta que me lo compraron ahí mismo en El Encanto en 1958 (con 10 cajas de fulminante). Se trataba de una ametralladora automática de fulminante, hecha por MATTEL. Cosas así ahora no existen y ni siquiera son legales en esta nueva época donde todo es al revés.
Para compensar a mi prima, quien tambien esa noche se antojó de algo, le compraron un juego completo de vajilla de juguete, hecho en Inglaterra. Total, que cuando crecio jamas le gusto cocinar.
Recuerdo la juguetería de El Encanto muy bien. Tenía una plataforma sobre la cual había 4 mesas dedicadas a modelos a escala de famosos aviones, barcos, submarinos, edificios y cientos de cosas más. Esa sección de la tienda me gustaba mucho, y cada vez que iba me compraba algún modelo.
Recuerdo el anuncio de neón verde brillante de la clínica Marfán, de 17 y 2; el inmenso de neón Art-Deco azul y rojo del cine Manzanares (al cual jamás fui); el gigante anuncio rojo de Sarrá sobre uno de los edificios más altos del Malecón (este anuncio pronto lo cambiaron para que dijera Patria o Muerte en lugar de Sarrá); las decenas de anuncios encima del Hotel Telégrafo, que eran muchísimos y te costaba trabajo leerlos todos. Además, estaba la distracción adicional de la música de las mujeres de la Orquesta Anacaona con sus trompetas y saxofones tocando música en la acera, ahí mismo bajo las columnas del Hotel Telégrafo. Me hubiese gustado que los más jóvenes hubiesen podido ver este espectáculo.
Seguro que se me han olvidado muchos otros anuncios luminicos notables… pero no me quiero extender interminablemente.
Los anuncios lumínicos de neón en La Habana comenzaron a finales de los años 30 y se multiplicaron increíblemente entre 1940 y 1959.  Era algo habitual. Casi toda la ciudad estaba iluminada no sólo por el alumbrado público sino también por las decenas de miles de anuncios lumínicos por toda la ciudad, aún en los barrios mas modestos. Los anuncios lumínicos eran sinónimo de vida, actividad, comercio y compañía humana.
Los anuncios comenzaron a deteriorarse y desaparecer casi de inmediato despues de 1959, pues requieren atención y mantenimiento sostenido. Y en el sistema de después de 1959, el mantenimiento es una quimera. Es casi inexistente.
Para 1970 ya quedaban en La Habana sólo una fracción de los anuncios lumínicos que existían pocos años antes.
Texto e imágenes enviados por un lector.

Calle Consulado y Hotel Lido. 1954.

Calle Consulado y Hotel Lido. 1954.

San Rafael.

San Rafael.

Flogar. 1958.

Flogar. 1958.

La Rampa. 1960.

La Rampa. 1960.

 

Calle Consulado. 1957.

Calle Consulado. 1957.

23 y 12, Vedado. 1959.

23 y 12, Vedado. 1959.

Ver también Walker Evans: Radiografía de La Habana (1933).

Ruinas del restaurante Moscú

Esquina de 23 y P, en el Vedado. 1961 y 1990.

Esquina de 23 y P, en el Vedado. 1961 y 1990.

Un lector me envió estas imágenes de la esquina de 23 y P y del antiguo cabaret Montmartre, nacionalizado por el Gobierno Revolucionario y renombrado restaurante Moscú. De él solo recuerdo la larga file de mesas y el bullicio de comedor obrero.

El edificio del Montmartre había sido antes una agencia de autos y camiones Dodge.  Abatido por el ciclón del 26, fue remodelado a mediados de los años cuarenta, fecha en que se inauguró en sus predios el cabaret Montmartre. En el edificio de enfrente, donde hoy se encuentra el Ministerio del Trabajo y la Seguridad Social, se hallaba la agencia de la Ford.

Edificio de la agencia Dodge en 1926 y 1932.

Edificio de la agencia Dodge en 1926 y 1932.

Club Rotario de La Habana

Club Rotario de La Habana

Club Rotario de La Habana. Imagen tomada de la organización Rotarios.

El Club Rotario de La Habana, fundado el 29 de abril de 1916, fue el primero de su tipo en un país cuyo idioma no era el inglés. Estuvo involucrado, desde su fundación, en iniciativas de planificación urbana y, en 1917, colaboró para que fueran aprobadas leyes de tránsito vial en Cuba. En 1923 los rotarios habaneros patrocinaron un carnaval de niños, consiguieron que se aprobara la ley que prohibía las corridas de toros, apoyaron la purificación de las aguas de la ciudad y consiguieron pavimentar algunas áreas.

El 31 de enero de 1979 el gobierno clausuró todos los clubes rotarios cubanos.

Calcomanía promocional del vuelo conjunto Cuba-URSS

Calcomanía promocional del Vuelo Espacial Conjunto Soviético-Cubano. Diseñada en el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) por Daysi García López. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

Puede descargar aquí el texto de Pepe Menéndez Apuntes para una cronología del diseño gráfico en Cuba, publicado por Cuba Gráfica en 2007, del que se reproducen algunos fragmentos:

(…)
2. De 1959 a 1964: cambio de paradigma

(…)
En la confrontación ideológica de los primeros años la publicidad fue tildada de perniciosa, y en 1961 fueron definitivamente suprimidos por el gobierno los espacios publicitarios en radio, televisión y prensa plana. Hubo también prejuicios estéticos, fuertes debates, pero en general el diseño logró imponer su libertad expresiva y primó el respeto a sus creadores.

Los dos principales conglomerados de diseñadores que surgieron en estos años fueron el Consolidado de Publicidad (en 1960) y la agencia Intercomunicaciones (en 1961). El primero atendió los contratos de publicidad que existieron hasta 1961 y la segunda se ocupó de los encargos de comunicación de las entidades del gobierno (ministerios, empresas, etc.).

Intercomunicaciones (con creadores como Guillermo Menéndez, Tony Évora, Joaquín Segovia y Silvio Gaytón en la primera etapa, más Olivio Martínez, José Papiol, René Mederos, Ernesto Padrón y Faustino Pérez, entre otros, en un segundo momento) terminaría fundiéndose en 1967 con un grupo de diseñadores que atendía la gráfica propagandística del gobierno en la Comisión de Orientación Revolucionaria (COR).

Los nuevos contextos en que se desarrollaba el diseño gráfico y los contenidos que debía comunicar necesitaron formas diferentes a las que primaban hasta entonces.
Por un tiempo, sin embargo, se produjeron superposiciones de contenidos y formas antagónicas. La publicidad –adaptándose a los nuevos tiempos– intentó mostrar una vocación más nacionalista en el posicionamiento de los productos, y la propaganda no encontraba todavía su propio lenguaje. Los cambios no surgieron por dictamen sino por necesidades intrínsecas de aquel momento histórico.

En 1959 se fundaron dos instituciones culturales muy importantes en la historia de la gráfica cubana: el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y la Casa de las Américas. En el ICAIC el primer equipo de diseñadores estuvo integrado por Rafael Morante, Eduardo Muñoz Bachs, Raúl Oliva y Holbein López, con Eladio Rivadulla como impresor de carteles en serigrafía. En años siguientes trabajaron sistemáticamente en esta oficina –entre otros– René Azcuy, Antonio Pérez Ñiko, Antonio Fernández Reboiro, Luis Vega y Julio Eloy Mesa.

La diversidad de estilos entre ellos es notable, como lo es también la intensidad de la producción. En ocasiones llegaron a diseñar un cartel semanal cada uno. Tal demanda continua de soluciones los dotó de una capacidad resolutiva muy eficiente, cuyos mejores frutos han sido ampliamente elogiados y premiados. Los carteles del ICAIC tuvieron en común desde mediados de los años 60 un mismo formato (52 x 76 cms) y una misma técnica (serigrafía), más un grupo de creadores prolíficos (Muñoz Bachs, Azcuy, Ñiko y Reboiro los principales), lo que contribuyó a que hayan sido percibidos como un cuerpo coherente de gráfica promocional mantenida a lo largo de varias décadas.

La Casa de las Américas, por su parte, creó en 1960 la revista de igual nombre, en la que trabajó Umberto Peña con gran creatividad desde 1965 hasta finales de los años 80. Umberto Peña permaneció vinculado a la Casa por más de veinte años, en una relación creador-entidad que puede considerarse como una de las más fructíferas en la historia del diseño cubano, tal vez solo comparable con la de Eduardo Muñoz Bachs y sus carteles para el ICAIC.

Peña aportó a la Casa de las Américas, con la gran cantidad de soportes diseñados, lo que hoy llamaríamos una identidad visual corporativa.

Por otra parte, con forma y contenidos que se consideraron renovadores en Cuba salió a la calle en 1959 el primer número de Lunes de Revolución, suplemento del diario Revolución. En ciertos casos, la experimentación que llevó a cabo el equipo de realizadores de Lunes… en la relación tipografía-fotografía-ilustración puede considerarse precursora de los carteles cubanos posteriores, cuya madurez expresiva se produjo hacia mediados de los años 60. Sus diseñadores principales fueron Jacques Brouté (francés residente en Cuba, en la primera etapa), Tony Évora (segunda etapa) y Raúl Martínez (tercera etapa). La publicación dejó de existir en 1961.

El cartel adquiere por estos años un rol preponderante como medio de divulgación. La vida de los cubanos se hizo muy intensa en las calles, en los sitios públicos; había mucho intercambio social por motivos laborales, estudiantiles, recreativos o de preparación militar. En tales circunstancias el cartel, al estar siempre presente, sirvió de eficaz comunicador, con independencia de la calidad mayor o menor que tuviera. No habiendo madurado aún un estilo gráfico o formas de hacer particulares en el diseño cubano, algunos de los más significativos carteles que pueden mencionarse de esta primera etapa lo son más por la coyuntura en que surgieron que por una calidad notable.

«Es bueno recordar que la eficacia comunicativa de tales objetos visuales fue más un resultado de la significación social del hecho que interpretaban y trasmitían que de los valores intrínsecos de su concepción y plasmación como obra gráfica.» (Bermúdez, J., 2000: 89). Tales son los casos de los diseños para la Campaña de Alfabetización de 1961 y los carteles de movilización y alerta que se hicieron en el contexto de la Crisis de Octubre de 1962.

En 1961 se creó el Consejo Nacional de Cultura (CNC). Algunos de sus diseñadores en los años iniciales fueron: Rolando y Pedro de Oraá, José Manuel Villa, Umberto Peña, Raúl Martínez, Héctor Villaverde, César Mazola, Rafael Zarza, Ricardo Reymena y Juan Boza. Su objeto social era la promoción de eventos e instituciones culturales, y se ocuparon también del diseño de revistas.

Junto al ICAIC, el equipo del CNC se puso en pocos años a la vanguardia del cartel cubano, pero a diferencia de aquel no mantuvo la misma estabilidad de autores, formatos y técnica de reproducción. Lamentablemente, la producción de carteles del CNC no ha sido conservada en archivos o colecciones, lo que unido a los prejuicios y marginaciones en que se vio envuelto el ámbito cultural en la siguiente década dio lugar a que se haya diluido la verdadera importancia de aquella producción en las décadas de los años 60 y 70.

Cierra esta etapa con una clara intención renovadora. Las propuestas visuales iban madurando en una generación numéricamente grande, joven y con ansias de realización, que creaba dentro de una realidad social en transformación y se atrevía a lo nuevo, adaptando sus creaciones a circunstancias muy exigentes. Por un lado las limitaciones económicas extremas de un país bloqueado, y el desenfado utópico por el otro.

3. De 1965 a 1975: maduración de un modo de hacer

Una caracterización del contexto en que se conformó una nueva gráfica en Cuba pasa por considerar que: a) la dinámica de transformación del país producía una demanda constante de comunicación visual, y b) los diseñadores estaban agrupados alrededor de instituciones que les propiciaban una ejercitación sistemática, con mucha libertad expresiva.

Dicho en términos de mercadotecnia, existió un clímax en que se equilibraron demanda y oferta. Ese clímax se puede decir que duró unos 10 años y es considerado por muchos especialistas como la etapa más fértil en la historia del diseño cubano. Algunos autores se refieren a ella como «la era dorada» de nuestro diseño.

La demanda se expresó, por ejemplo, en una eclosión editorial. La poligrafía llegó a alcanzar en su momento máximo cifras anuales de 700 títulos y 50 millones de ejemplares impresos, en un país con una población de alrededor de 7 millones de habitantes. Había decrecido el número de periódicos pero proliferaron las revistas, y las nuevas editoriales crearon una variada gama de colecciones de libros. La producción de carteles se disparó tremendamente, concentrado el grueso, en términos de cifras, en tres entidades: ICAIC, COR y CNC, es decir cine, propaganda política y cartel de promoción cultural no cinematográfica.

A modo de ejemplo vale decir que cuando en 1979 el ICAIC celebró sus 20 años organizó una muestra con el impresionante título de 1000 carteles cubanos de cine (curiosamente los años más representados fueron los finales del decenio 65-75: 1974, con 171 piezas y 1975, con 125 piezas; en cuanto a los autores, de Eduardo Muñoz Bachs fueron seleccionados 284 carteles). En ausencia de publicidad, aumentaron las campañas de bien público en las que tomaron mucha fuerza nuevos soportes como las vallas urbanas y los laminarios.

Aunque Cuba fue durante muchos años un país aislado y el cambio que se operó en estos años tuvo bases endógenas, no deben ignorarse las influencias externas. En 1964 viajó a Cuba Tadeusz Jodlowski, profesor de la Academia Superior de Bellas Artes de Varsovia, para impartir un curso a los diseñadores del CNC. Este primer encuentro directo con la escuela polaca de diseño –tan diferente de los códigos estéticos norteamericanos en boga en Cuba desde los años 50– fue útil para los jóvenes creadores del patio.

Tuvo además continuidad en las posteriores estadías de César Mazola (en 1965), de Héctor Villaverde (en 1966) y de Rolando de Oráa (en 1967) en Polonia, para estudiar durante seis meses bajo la tutoría de Henryk Tomaszewski. Otros antecedentes comparables con esta superación profesional fuera de la Isla serían los estudios de Arte y de Diseño de Félix Beltrán en universidades de primer nivel de los Estados Unidos muy al inicio de la década, y la carrera de nivel superior de Esteban Ayala en la Escuela Superior de Gráfica y Arte del Libro de Leipzig, República Democrática Alemana (entre 1962 y 1966).

En 1969 vinieron a La Habana los diseñadores gráficos polacos Wiktor Gorka, Waldemar Swierzy y Bronislaw Zelek.

Otras visitas de resonancia en el gremio del diseño gráfico cubano en años posteriores fueron las de Shigeo Fukuda en 1970 y 1987 (en esta última con una exposición de sus carteles en el Instituto Superior de Arte); de Albert Kapr en 1983 (dos años después se publicó en Cuba su libro 101 reglas para el diseño de libros); de Jorge Frascara y Gui Bonsieppe en repetidas ocasiones entre los años 80 y 90, y más recientemente de Norberto Chávez, Rubén Fontana, Alain Le Quernec e Isidro Ferrer.

Debe entenderse que a partir de los primeros años 60 los viajes de cubanos al exterior fueron escasos, como también de extranjeros a la Isla. Las «zonas de contacto» entre el diseño cubano y el mundo estuvieron reducidas durante muchos años, sobre todo en las décadas del 60 y 70, quedando los ejemplos que se mencionan más algunas revistas y libros internacionales que se recibían como excepciones de un estado de incomunicación con el mundo.

El primer intento de una revista cubana de diseño se produjo en 1970 cuando la COR editó Diseño. Su existencia se limitó a tres números en ese mismo año. En 1973 la misma entidad sacó a la luz Materiales de Propaganda (luego Propaganda), publicación que ha perdurado hasta hoy aunque con mucha irregularidad.

En 1962 surgió Cuba, una revista concebida para mostrar al mundo la realidad del país. Esta publicación (cuya antecesora directa se llamó INRA) desarrolló un perfil editorial muy visual y dinámico para su época y entorno, sumando para esto el talento de diseñadores y fotógrafos. Inicialmente la dirección de diseño y fotografía la ocupó José Gómez Fresquet Frémez, al que siguió Rafael Morante.

De 1967 a 1977 lo hizo Héctor Villaverde. Contó además, durante muchos años, con los aportes de Roberto Guerrero y de varios otros diseñadores como Luis Gómez y Jorge Chinique. En el equipo de fotógrafos estuvieron Alberto Díaz Korda y Raúl Corrales en la primera etapa y José A. Figueroa, Iván Cañas, el suizo Luc Chessex,Enrique de la Uz, Luis Castañeda y Nicolás Delgado en la década de los años 70.

Junto a Cuba, las revistas más notables de este período fueron La Gaceta de Cuba (surgida en 1962, con diseño de Tony Évora), Pueblo y Cultura y Revolución y Cultura (desde 1963), revistas diferentes pero emparentadas, en las cuales intervinieron por períodos Héctor Villaverde y José Gómez Fresquet Frémez, así como Tricontinental (surgida en 1967, con diseño de Alfredo Rostgaard).

A mediados de la década el cartel cubano empezó a concitar interés en Europa y en algunas otras plazas importantes de las artes visuales en el mundo. A través de artículos en revistas y de exposiciones van dándose a conocer una realidad social particular y un modo de reflejarla a través del diseño, todo lo cual atrajo atención y fue elogiado. Algunas de las exposiciones más importantes de esta etapa fueron: 1968, Galería Ewan Phillips, Londres; 1969, Museo de Arte Moderno, Estocolmo; 1971; Museo Stedelijk, Ámsterdam; Museo del Arte y de la Industria, París, y Biblioteca del Congreso (Sección Fílmica), Washington, todas con el título de Carteles Cubanos.

Sin dudas fue el cartel el género más representativo del auge en la gráfica cubana de esta época, tanto que opacó otros logros que permanecen hasta hoy poco abordados. Dos extremos opuestos por su escala serían el diseño para espacios expositivos o de gráfica urbana y el diseño de sellos de correo.

En el cambio de década se produjeron varias experiencias de interés en diseños de grandes espacios. Para los pabellones cubanos en las exposiciones mundiales de Montreal ‘67 y Osaka ‘70 trabajó el diseñador Félix Beltrán, formando parte de equipos dirigidos por arquitectos (en el primer caso, los italianos residentes en Cuba Sergio Varoni y Vitorio Garatti, en el segundo, Luis Lápidus).

Otra exposición que adquirió una coherencia y expresividad superiores gracias al diseño gráfico fue la Muestra Internacional de Arte del Tercer Mundo, La Habana, 1968, concebida en cuanto a diseño por José Gómez Fresquet Frémez. También se recuerdan las supergráficas que colmaron el edificio del ICAIC en los fines de año, en especial la de 1969, diseñada por Antonio Fernández Reboiro, y la de 1970, debida a Alfredo Rostgaard.

En el diseño de sellos de correo se produjo una evolución paralela a la de los carteles y el diseño editorial de estos años. Los códigos predominantes transitaron de una figuración realista a una conceptuación visual más efectiva. Varios diseñadores se especializaron en este tipo de trabajo y lograron algunas series donde las pretensiones de belleza que solían primar y la funcionalidad requerida del sello no entorpecieron el buen diseño, sino que por el contrario encontraron en él un aliado.

Fue sin embargo un creador que trabajaba en otra entidad quien demostró la mayor maestría para estas minúsculas piezas de comunicación. A Guillermo Menéndez se deben algunos de los más logrados sellos de correo cubanos, como los de las series Año Internacional de la Educación (1970) y xx Aniversario del Triunfo de la Revolución (1979).

Los niveles de calidad promedio que se alcanzaron en el diseño de sellos durante las décadas de los 60 y 70 se perdieron en años siguientes y se impuso de nuevo el modelo de representación con pretensiones de hiperrealismo, tanto en los temas de fauna y naturaleza como en los conmemorativos y de deportes, en ocasiones con un bajo nivel de realización en los dibujos.

En 1966 surge la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), la entidad que junto al ICAIC y el DOR puede ser considerada la otra gran productora de carteles, más por su singularidad y calidad que por la cifra de sus títulos: alrededor de 340 en los primeros 40 años. Vale apuntar que la producción histórica del ICAIC ha sido estimada entre 2 500 y 3 000 carteles; la del DOR se calcula entre 6 000 y 8 000.

Los carteles de la OSPAAAL estaban destinados a trasmitir mensajes políticos de solidaridad, fundamentalmente con procesos de descolonización / reivindicación social / antimperialismo en diversos países del Tercer Mundo. Inicialmente se hicieron circular doblados y encartados dentro de la revista Tricontinental (cuya tirada llegó a ser de 50 000 ejemplares). Usaban un formato pequeño y un lenguaje gráfico asimilable por individuos de culturas e idiomas diferentes, privilegiando la imagen sobre el texto. La principal figura de la cartelística de la OSPAAAL fue Alfredo Rostgaard. También se destacaron Lázaro Abreu, Olivio Martínez, Rafael Morante, Jesús Forjans, Faustino Pérez, Berta Abelenda, Rafael Enríquez y René Mederos.

La creación del Instituto Cubano del Libro (ICL) da pie a la remodelación de las editoriales y sus perfiles gráficos. En las editoriales Arte y Literatura y Letras Cubanas trabajaron, entre otros, Raúl Martínez, José Manuel Villa, Cecilia Guerra, Carlos Rubido y Luis Vega; en Ciencias Sociales lo hicieron Roberto Casanueva y Francisco Masvidal. Ellos llevaron el diseño de libros dentro del ICL a un nivel cualitativo alto. En otras instituciones, Raúl Martínez y Tony Évora (Ediciones R), Fayad Jamis (Ediciones Unión) y Umberto Peña (Casa de las Américas) fueron los más destacados en esta época.

El libro había dejado de ser un objeto elitista para quedar al alcance de cualquier ciudadano, respaldado esto por una política de precios subvencionados estatalmente a fin de promover la lectura y por ende el enriquecimiento cultural.
Los diseños cubanos de libros de esta época fueron desinhibidos, a veces arriesgados, y aunque respetaban ciertas reglas básicas, no parecían asumirlas como leyes inviolables. En las cubiertas había más búsqueda expresiva que disciplina tipográfica.

Libros sobre diseño no han existido muchos en Cuba. El prolífico Félix Beltrán publicó Desde el diseño, en 1970, Letragrafia (Editorial Pueblo y Educación), en 1973, y Acerca del diseño (Ediciones Unión), en 1975. En años siguientes aparecieron El libro, su diseño, del creador Roberto Casanueva (Editorial Oriente, 1989), El cartel cubano de cine (Editorial Letras Cubanas, 1996) y La imagen constante. El cartel cubano del siglo xx, del estudioso del diseño Jorge Bermúdez (Letras Cubanas, 2000), primer estudio profundo sobre este tema particular.

Las zafras azucareras, principal evento económico del país hasta hace pocos años, estuvieron acompañadas habitualmente de numerosos impresos cuyo propósito era estimular la conciencia laboral de los trabajadores. La campaña propagandística alrededor de la zafra de 1970, en la cual el gobierno se propuso una meta nunca antes alcanzada, tuvo dimensión nacional, con equipos de diseño localizados en cada provincia. Fue concebida una serie de vallas y carteles que anunciaban cada etapa vencida. A diferencia de la profusión de imágenes figurativas (obreros, sembrados de caña, maquinarias y herramientas) con que se había comunicado la movilización hacia las zafras de años anteriores, en esta Olivio Martínez elaboró unas imágenes tipográficas muy coloridas que expresaban la euforia nacional alrededor de este magno empeño productivo. Su concepción seriada resultó de mucho interés.

De este crucial evento económico y político de la Revolución Cubana quedó otro cartel que expresaba, no la euforia con que se inició la zafra sino la consternación de su final frustrado al no cumplirse la meta propuesta. Revés en Victoria (COR, 1970) es un notable ejemplo de economía de medios, que logra visualizar sintética y sugerentemente una frase del momento. Su autora fue Eufemia Álvarez, una de las varias mujeres que se destacaron en la gráfica cubana en estos años sin que se les mencione con la frecuencia y justeza que merecen. Su cartel obtuvo uno de los cinco premios en el Salón Nacional de Carteles de 1970, junto a piezas tan notables como Besos robados (de René Azcuy), Viva el xvii Aniversario del 26 de Julio (de Félix Beltrán), ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (de Rolando de Oraá) y Moler toda la caña y sacarle el máximo (de Antonio Pérez Ñiko).

La COR había organizado el primer Salón un año antes, centrado solamente en la producción de carteles.2 Fue inaugurado con una gran exposición, para la que se seleccionaron y quedaron expuestos trabajos de 70 diseñadores. Cinco diseños –que con el tiempo han pasado a ser considerados antológicos– fueron premiados: Cuba en Grenoble (de Raúl Martínez), Todos a la Plaza con Fidel (de Antonio Pérez Ñiko), Décimo aniversario del ICAIC (de Alfredo Rostgaard), Clik (de Félix Beltrán) y Décimo aniversario del triunfo de la rebelión (del equipo integrado por Ernesto Padrón, José Papiol y Faustino Pérez).

Un desglose de los premiados en las primeras diez ediciones de este Salón Nacional del Cartel (luego renombrado Salón Nacional de la Propaganda Gráfica 26 de Julio) arroja otros datos de interés: los 40 premios otorgados fueron a manos de 26 diseñadores, es decir que existía una calidad repartida; tres fueron ganados por mujeres; el balance temático es de 21 carteles políticos, 12 culturales y 7 sociales. Se evidencia también la distribución geográfica de la actividad de diseño en Cuba por esos años, al recibirse y premiarse trabajos de varias provincias con destaque para Matanzas y Santiago de Cuba.

En 1970 se publicó el libro The Art of Revolution (McGraw-Hill Book), de los autores Susan Sontag y Dougald Stermer. El mismo significó un espaldarazo internacional a la gráfica cubana, especialmente por el ensayo de Sontag y por la espléndida selección de carteles, desplegados en un libro de gran formato. La repercusión internacional de la gráfica cubana era ya un hecho al inicio de la década de los 70.

Se habían obtenido los primeros lauros: un cartel de Esteban Ayala en la República Democrática Alemana, 1964; libros de Santiago Armada Chago, Eduardo Muñoz Bachs, José Manuel Villa, Esteban Ayala y Félix Beltrán en Ferias del Libro IBA de Leipzig entre 1965 y 1971; el cartel Harakiri de Antonio Fernández Reboiro en Sri Lanka, 1965; y finalmente el conjunto de carteles presentado por Cuba, que recibió el primer premio en el Concurso Internacional de Carteles de Cine dentro del Festival Internacional de Cine de Cannes en 1974.

Se alcanzaba así el momento de máximo esplendor, la consolidación de un modo de hacer en función de una coyuntura social muy particular. La generación que la había llevado a cabo estaba en su plena madurez. No había sin embargo un relevo a la vista. Los primeros intentos de fundar una escuela de diseño, la Escuela de Diseño Industrial e Informacional, dentro el Ministerio de la Industria Ligera en 1969, no habían tenido continuidad ni arraigo.

4. De 1976 a 1989: estancamiento y retroceso

En este período se producen cambios importantes en la estructura político-administrativa y de gobierno que guardan relación con la incorporación del país al bloque económico de los países socialistas.

Variedad de factores condicionaron la crisis del diseño gráfico cubano que se hizo evidente en este período:

Se saturó el código visual creado en los años 60 y no llegó a tiempo la necesaria renovación tanto visual-expresiva como humana, es decir, de profesionales con similar o mejor nivel profesional que sus antecesores.

Las relaciones laborales entre los diseñadores y profesionales afines y sus superiores se tornaron rígidas, imponiéndose un estilo burocrático de encargo / aprobación de diseños.

Hacia el final de los años 80 comienza a conocerse en Cuba la tecnología digital, avance al que no todos los diseñadores por entonces activos pudieron incorporarse –con lo cual quedó marginado un sector de profesionales maduros respecto a los jóvenes que entraban al gremio– y que por otro lado hizo posible que personas con poca preparación específica en comunicación visual accedieran a trabajos de diseño en detrimento de la calidad resultante.

Hubo conciencia bastante generalizada de la crisis (al menos entre los diseñadores y demás especialistas) pero no soluciones.

Al parecer las instituciones no reaccionaron ante las señales: en 1978 la revista Revolución y Cultura publicó un conjunto de artículos-encuestas debatiendo las encrucijadas a que se enfrentaba la cartelística nacional desde hacía algunos años. De Raúl Martínez es esta afirmación: «Quizás nos hemos dormido en los laureles, los artistas que los elaboramos (los carteles) y los organismos y funcionarios que se encargaron con entusiasmo de pedírnoslos y difundirlos a la vez». Todavía diez años después, en un informe redactado por profesionales de la comunicación y puesto a debate en las instituciones vinculadas directamente con esta actividad, se repite que «el diseño gráfico ha presentado en la última década una baja sustancial en lo cualitativo y cuantitativo». Los factores fundamentales que inciden son (selecciono algunos): la inexistencia de una política institucional de promoción al diseño gráfico, la limitación profesional y cultural de las personas que dirigen en las instituciones, la deficiente calificación de numerosas personas que trabajan como diseñadores y la necesaria renovación de diseñadores que deben promover los centros docentes especializados.

La Sección de Diseño de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), dirigida por Héctor Villaverde y Alfredo Rostgaard, organizó los Encuentros de Diseño Gráfico (el primero tuvo lugar en 1979, el segundo en 1985), en un intento por tomar la iniciativa y debatir públicamente los asuntos de la profesión, pero dándole la palabra a los creadores. Sintomáticamente, el cartel del evento, debido a Francisco Masvidal, muestra los entonces habituales instrumentos del diseñador: cuchilla de cortar, pincel, rotulador de tinta y lápiz con forma de proyectiles.

Por esos años algunos diseñadores notables salen definitivamente del país (por ejemplo, Antonio Fernández Reboiro y Félix Beltrán; mucho antes ya lo había hecho Tony Évora) y otros dejan los puestos de trabajo donde estaban (Umberto Peña, Eduardo Muñoz Bachs, René Azcuy). Cuando en 1980 se funda la Oficina Nacional de Diseño Industrial (ONDI), el diseño gráfico cubano ya está en franca crisis. La ONDI pone entre sus prioridades la formación de diseñadores y funda el Instituto Politécnico para el Diseño Industrial en 1983 y el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI) en 1984, siendo esta la primera –y hasta el momento única– universidad de diseño en Cuba, de donde salieron los primeros veintiún egresados en 1989, nueve de ellos como diseñadores informacionales.

El claustro inicial del ISDI estaba formado por arquitectos. Antonio Cuan Chang, formado como docente en Diseño Básico en la escuela de arquitectura, encabezó la facultad de Diseño Informacional desde su fundación hasta 1993. Las dos grandes excepciones a esta tendencia fueron Esteban Ayala y el profesor chileno Hugo Rivera.

Los arquitectos, con su dominio de las leyes generadoras de la forma y de la Gestalt, habían alcanzado cierto éxito en la gráfica cubana desde los años 70, en especial en la creación de logotipos. En una época en que se hicieron frecuentes los concursos abiertos para crear la identificación de eventos e instituciones, los arquitectos probaron ser muy certeros.

Salidos de concursos públicos o no, algunos logotipos de gran visibilidad se han mantenido hasta hoy por su pregnancia y eficiencia marcaria, como son los casos de: Helados Coppelia (de Guillermo Menéndez, 1964), Ministerio de la Construcción, y Parque Lenin (ambos de Félix Beltrán, años 70), Ministerio de la Pesca (René Azcuy, años 70), Aerolínea Cubana de Aviación (de Juan Antonio Gómez Tito, años 70) y Asociación Cubana de Artesanos Artistas (Antonio Cuan Chang, 1980).

El crecimiento de la industria ligera experimentado en la década de los 70 motivó un desarrollo del diseño de envases. En particular para el sector de los productos alimenticios fueron creados sistemas completos de marcas, etiquetas, envases y embalajes desde el Centro de Diseño de Envases y Divulgación. Ello se extendió también a los habanos y su promoción en el extranjero. De aquel equipo pueden mencionarse los nombres de Luis Rolando Potts, Antonio Goicochea, Santiago Pujol y Carlos Espinosa Vega, representantes los tres primeros de la poco numerosa generación intermedia, la que siguió a los iniciadores de los años 60 y antecedió a la nueva hornada de los 90.

Entre 1977 y 1978, con motivo de la celebración en Cuba del xi Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, tomó mucha fuerza en La Habana el tema de las gráficas urbanas. Formando parte de equipos multidisciplinarios junto a arquitectos, urbanistas e ingenieros, el diseñador concibió las llamadas supergráficas que colmaron zonas de gran circulación en La Habana.

En 1983 se fundó el Taller de Serigrafía René Portocarrero, donde se han impreso a lo largo de estos años muchos carteles para pintores y cantautores jóvenes. También con la técnica serigráfica pero diferente finalidad, en el Instituto Nacional del Turismo (INTUR) –anteriormente Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT)– se diseñaron varias series de carteles cuya coherencia los hizo relativamente distinguibles. Producidos en la segunda mitad de la década del 70 para promover destinos turísticos particulares o elementos de la flora y la fauna del país, estaban destinados al turismo internacional pero resultaron muy atractivos también para los cubanos, que los adquirieron y usaron en la decoración de sus hogares. Predominaba en ellos un dibujo geometrizado, con un intenso colorido rematado casi siempre por líneas negras. Sus autores fueron Jorge Hernández, Armando Alonso, Arnoldo Jordi, Raymundo García, Enrique Vidán y Francisco Yanes Mayán.

Una revista que consolidó una visualidad muy atractiva para su época apoyada en el uso de la fuente Avant Garde cuando el diseño editorial privilegiaba las tipografías suizas fue Mar y Pesca, bajo la dirección artística de Jacques Brouté. Otras publicaciones periódicas que surgieron o se destacaron en esos años fueron: Opina (diseñada por Arístides Pumariega), El Caimán Barbudo (por donde han pasado varios diseñadores en casi cuatro decenios de vida), y Juventud Técnica (en la década de los años 80; con una dinámica visual basada en la ilustración muy atractiva para los jóvenes, diseñada por Carlos Alberto Masvidal).

(…)

Diploma de Firmeza Patriótica otorgado por la Casa de la Cultura Española. 1960. Regalo de Gerardo Fernández Fe. Colección Cuba Material.

Se sabe que, como asegura el historiador Juan Pérez de la Riva (1966), los cubanos proindependentistas del siglo XIX preferían beber café en lugar de chocolate y comer arroz blanco con frijoles negros en lugar de la paella y los garbanzos españoles. De igual modo, pintaban sus casas en los colores de la bandera de La Demanjagua.

Me cuenta mi abuela que su abuela, Gertrudis Mueses, cuyo nombre de pila ella heredó, había sido, además de prima, novia de Pascual Rodríguez y Pérez, uno de los ocho estudiantes de medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871, acusados de profanar la tumba de un oficial español. Dice mi Gertrudis que, por eso, a su Gertrudis todo lo relacionado con España le parecía feo, y que encontraba defectos en todos los objetos asociados con la antigua metrópolis.

En 1960, sin embargo, la Casa de la Cultura Española otorgó un diploma de «firmeza patriótica» a aquellos de sus miembros que más «fidelidad a la causa del pueblo español» y a su casa de cultura hubiesen demostrado, en especial, dice el diploma, «durante los años de persecución de la dictadura batistiana».

Primer boceto del arquitecto Mario Girona para la heladería Coppelia. 1965. Imagen tomada de internet.

En Apuntes de una periodista, por Angélica Mora:

Una madrugada de enero de 1966 saliendo del hotel Habana Libre, antes Habana Hilton, Fidel Castro medio «prendido», luego de presidir un congreso internacional, se quedó contemplando la esquina diagonal opuesta donde funcionaba un centro recreativo llamado Nocturnal . Allí había estado el hospital Reina Mercedes construido en 1886 y demolido en 1954 para dar paso a un rascacielos de 50 pisos que nunca se erigió. En un arrebato Fidel hizo llamar al arquitecto Mario Girona y lo obligó a diseñar «la heladería más grande del mundo». «Pero Comandante balbuceó Girona- no existen referencias de heladerías tan inmensas como la que usted quiere». La mirada gélida de Fidel fue la respuesta al arquitecto que en tiempo récord construyó la Heladería Coppelia, abierta al público el 4 de junio de 1966. El día de su inauguración se ofreció un menú de 26 sabores y 24 combinaciones, y se vendieron más de 3 mil tinitas de helado durante las doce horas que estuvo abierta, con colas de varias cuadras…

En Univision.com Mi página, por Ciro Bianchi:

La heladería Coppelia cumplió, el pasado 4 de junio, 42 años de construida. Lo curioso es que este establecimiento monumental, enclavado en lo que sigue siendo el corazón de La Habana moderna, no se ha inaugurado nunca de manera oficial. Un día abrió sus áreas al público y la gente entró para saborear los 26 sabores de helados que ofertaba entonces y que, con el tiempo, llegaron a ser 54. Fue en esa época el centro de encuentro y reunión por excelencia, y en buena medida lo sigue siendo. Los jóvenes de entonces, antes de ir a cualquier lugar, iban primero a Coppelia, o terminaban la noche en sus predios. A la oferta de los helados se unía la de sueros y batidos, y los precios eran escandalosamente bajos, más si se comparan con la calidad del producto, sencillamente insuperable. Un helado Coppelia es un helado Coppelia, y punto.

El triunfo de la Revolución no solo propició a las grandes masas el acceso a la educación y la salud. Les abrió también las puertas del consumo y la recreación. Empezó a comer el que no comía, y clubes y centros de esparcimiento que fueron exclusivos de la burguesía se llenaron de trabajadores y estudiantes. El Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT) impulsaba un plan de excursiones nacionales, con una campaña publicitaria sin precedentes que giraba en torno al lema «A viajar por mi Cuba que me lleva el INIT» y que podía pagarse hasta doce meses después de la fecha de su disfrute. Los congresos más trascendentes se celebraban entonces en el Hotel Habana Libre, y el Pabellón Cuba pasó a ser sede de grandes exposiciones, en tanto que en las aceras de La Rampa se empotraban losas de granito que reproducían obras de importantes pintores cubanos para convertirlas en una galería de arte sui géneris.

Era la época en que Miriam Acevedo cantaba poemas de Virgilio Piñera en El gato tuerto, y en La Roca, Martha Strada arrebataba con su estilo. Bola de Nieve complacía a sus admiradores en una sala pequeña, casi íntima del Museo Napoleónico y hacía que el público abarrotara el Auditórium Amadeo Roldán para escucharlo en sus recitales de medianoche, y el cantante José Tejedor tenía tres programas diarios en la radio cubana. Aquel año de 1966, cuando se inauguró Coppelia, fue también el de la primera feria del libro, que tuvo lugar en el Pabellón Cuba y sus alrededores. El año en que se reimplantó la venta liberada de los huevos, se inició, con carácter experimental, el plan de la Escuela al Campo y se creó el Centro Nacional de Permutas. Un año en que EE.UU. no pudo impedir la presencia de Cuba en los X Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se celebraban en Puerto Rico. También un año de agresiones, sabotajes, infiltraciones enemigas, planes de atentado contra las más altas figuras de la dirección del país. Soldados norteamericanos, desde la base naval en Guantánamo, asesinaban a Luis Ramírez, combatiente del Batallón de la Frontera, y el Gobierno Revolucionario se veía obligado a decretar el estado de alerta ante una cínica declaración injerencista de Washington. Dos ciclones azotaron la Isla; el Alma, en junio, e Inés, en octubre. Se creó el Consejo Nacional de la Defensa Civil en aquel año que concluyó con una cena gigante en la Plaza de la Revolución en saludo a la victoria de enero.

Se extendía la cocina italiana en la preferencia del cubano; había croquetas que se pegaban al velo del paladar y les llamaban «mira cielo» o croquetas de ave… de averigua de qué estaban hechas. Aparecía tímidamente la guachipupa en sustitución del Son, el único refresco (de cola) que se expendía embotellado en la capital. Se comía espléndidamente en restaurantes como 1830 y Centro Vasco, y el espectacular sándwich cubano campeaba por sus respetos en El Carmelo de Calzada, en la Casa Potín y en La Alborada, del Hotel Nacional. Un sándwich y una cerveza por dos pesos de la época. Entonces en los restaurantes se ofertaba un solo plato fuerte por comensal y para repetir el sándwich y la cerveza en aquellas cafeterías se imponía hacer la cola de nuevo. ¡Y qué colas! Porque el ciudadano común de todas las procedencias y colores podía entrar a esos lugares y sentarse a una mesa, y tenía dinero para hacerlo.

El viejo hospital

Solo en una Habana así podía concebirse una heladería con mil capacidades como Coppelia. Hasta ese momento los establecimientos de ese tipo estaban dispersos por la ciudad, y muy célebre seguía siendo la heladería Ward, emplazada en la avenida de Santa Catalina, cerca de la Ciudad Deportiva, luego de haber estado situada en la calle 23. Las fábricas de helados vendían por lo general sus productos en la vía pública. Para ello, El Gallito se valía de coches tirados por caballos, alumbrados por una lámpara de carburo, en tanto que marcas como Hatuey, Guarina y San Bernardo, con un mejor posicionamiento del mercado, utilizaban camiones refrigerados, que se situaban en lugares céntricos, o carritos de mano, que el heladero empujaba mientras que, para anunciarse, hacía sonar su campanilla.

Yo no recuerdo qué hubo en la esquina de 23 y N antes de que allí se construyera, en 1963 y en solo 70 días, el Pabellón Cuba. Me inclino a pensar que se trataba de un terreno yermo que los arquitectos Juan Campos y Enrique Fuentes aprovecharon para emplazar esa edificación abierta a la brisa y a la perspectiva; un alarde de arquitectura aérea donde las suaves pendientes avanzan hacia la vegetación y el agua cristalina. Acogería entre otros eventos, la Primera Muestra de la Cultura Cubana, en 1967, y, en esa misma fecha, el importante Salón de Mayo, que trajo a Cuba desde París lo que en el mundo se hacía en el campo de las artes plásticas.

En la manzana comprendida entre las calles 23 y 21, L y K, donde se construyó la heladería Coppelia, estuvo el hospital Reina Mercedes. Se llamó así por la esposa del rey Alfonso XII, de España, bisabuelo del actual rey Juan Carlos. Mercedes murió poco después del matrimonio. Su muerte dio pie, en el Madrid de aquellos días, a un poemita que llega hasta hoy. «¿Dónde vas Alfonso XII? / ¿Dónde vas, triste de ti? / Voy en busca de Mercedes, / que ayer tarde la perdí». Pese al dolor de la pérdida, Alfonso volvió a casarse. El hospital pasó a ser entonces Nuestra Señora de las Mercedes, pero los habaneros terminaron llamándolo Mercedes a secas. Funcionó hasta 1954. Sus terrenos, que en 1886 costaron 7 000 pesos, se vendieron entonces en casi 300 000. Una compañía constructora se empeñó en edificar allí un hotel de 500 habitaciones. El triunfo de la Revolución tronchó el proyecto, y en el espacio del demolido hospital Mercedes se construyó un centro turístico con lagos y montañas artificiales, escenario flotante, bar, cafetería y restaurante para 500 comensales. Por razones que desconoce este escribidor, ese centro turístico no progresó y dio paso a un cabaret que llevó el nombre de Nocturnal. Llegó así el año de 1966. Se dice que de un congreso celebrado en el hotel Habana Libre surgió la iniciativa de convertir la zona recreativa en cuestión en un espacio más silencioso y familiar. Y fue así que alguien precisó la idea de la heladería. Cuando el arquitecto Mario Girona se enteró de que se le había confiado la ejecución del proyecto, se sintió anonadado. Se quería una cosa familiar, pero aquella heladería de mil capacidades, pensó, sería un establecimiento demasiado grande.

La rampa

Ya para entonces La Rampa era La Rampa. Llamada así por su acentuada inclinación, se edificó en un abrir y cerrar de ojos desde que en 1947 se inaugurara el teatro Warner (actual cine Yara) y al año siguiente el edificio Radio Centro. No tardó en construirse el edificio Ambar Motors (actual Ministerio del Comercio Exterior), destinado a oficinas y sede de los distribuidores en Cuba de los automóviles Cadillac, Oldsmobile y Chevrolet y donde se instalaron además los estudios del Canal 12 de TV, y una escuela de dealers para casinos de juego…

Fueron esos inmuebles, situados en los dos extremos de La Rampa y en aceras opuestas, los que impulsaron el desarrollo de la zona. A partir de ellos y en menos de diez años se construyeron allí tal cantidad de edificios para viviendas, comercios, oficinas, agencias de publicidad y lugares de esparcimiento que resulta imposible, por razones de espacio, detallarlos. Se dice que una de las formas de medir la actividad comercial de una zona es por el número de agencias bancarias establecidas en ella. No menos de ocho oficinas centrales y sucursales de bancos se asentaron en La Rampa, y otras tres, que no alcanzaron espacio, lo hicieron en calles aledañas. La Rampa fue también el milagro del comercio habanero. Porque la gente se había acostumbrado a salir de compras por calles sustancialmente planas y cuyos portales la protegían del sol y de la lluvia. Nada de eso había en La Rampa y aun así se impuso.

La obra

Pronto pasó la confusión del arquitecto Mario Girona ante la obra que se le confiaba. Comprendió que era cosa de los tiempos nuevos y había que asumirla. Influido posiblemente por su exitoso proyecto anterior, el centro turístico Guamá, en la Ciénaga de Zapata, le bastó una semana para concebir el croquis de la heladería.

Como la obra seguía pareciéndole demasiado grande, capaz de aplastar al cliente, procuró que quien degustara un helado allí encontrara cierta intimidad a escala humana. Para conseguirlo diseñó cinco áreas pequeñas, una cancha amplia, pero dividida en tres secciones y un piso alto también seccionado. Incluyó asimismo en sus planos una frondosa vegetación natural que, lejos de importunar al cliente, se integraba en alguna medida con las áreas exteriores.

Columnas de hormigón armado, fundidas en el lugar, se emplearon en el edificio central. Se utilizaron en su construcción vigas prefabricadas a pie de obra y un techo circular, cuyo domo de 40 metros de luz libre está rematado por un lucernario de cristales de colores. Las vigas vuelan sobre las terrazas y se apoyan en muros que ofician como contrafuertes. Es de doce metros el diámetro de cada piso de los salones superiores.

«La presión de la edificación fue muy grande», recordaba el arquitecto Mario Girona. Por el sistema prefabricado se buscó la repetición de elementos estructurales como vigas y elementos de cubierta. A lo largo de seis meses se trabajó las 24 horas de cada día… Finalmente se concluyó, en tiempo, la obra ciclópea. Y por esas cosas de la vida ni siquiera tuvo ceremonia de inauguración. Un buen día se abrió, justo en junio de 1966, se empezó a vender y la gente curiosa entró a saborear helados.

El almanaque

Los años han pasado. Los últimos años golpearon a Coppelia de manera sensible. No oferta ya la gama de sabores que tuvo en un tiempo, ni el helado Coppelia es siempre Coppelia. En estos días de verano, niños y adultos hacen con júbilo largas filas bajo un sol de justicia para acceder a alguna de sus áreas. Otros esperan a que llegue el invierno, aunque sea nuestro invierno fementido, para acudir a la entrañable heladería que tantos recuerdos desenreda a los que tuvimos la dicha de visitarla cuando acababa de estrenarse. Solo que ahora acudimos a la caída de la tarde, y no en la noche, como antes. Señal de que esos 42 años que cumplió ahora Coppelia también empiezan a pesar de alguna manera en nuestra alma. Es decir, en nuestro almanaque.

Menú de la heladería Copelia. Finales de los años sesenta. Imagen tomada de El archivo de Connie.

Menú de la heladería Copelia. Finales de los años sesenta. Imagen tomada de El archivo de Connie.

Uniforme de las empleadas de la heladería Coppelia. 1966. Toma de pantalla de un Noticiero ICAIC.

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Aquí pueden encontrar fotos del hospital Reina Mercedes, y aquí del centro turístico que antecedió a la heladería Coppelia, publicadas por Fotos de Cuba.

Centro turístico ubicado donde se encuentra ahora la heladería Coppelia. Aproxiadamente entre 1959 y 1965. Imagen tomada de Fotos de Cuba.

Hospital Reina Mercedes. 1908. Imagen tomada de Fotos de Cuba.

escuela La Salle

escuela La Salle

Costado que da a la calle C del antiguo colegio de La Salle, construido en 1910. Vedado, La Habana. Foto de 2012.

Ocupando toda la manzana que forman las calles 11, 13, C y B, está la escuela La Salle. Construida en 1910, allí estudió mi abuelo la enseñanza elemental, durante los años treinta. Poco después de graduarse de medicina en la Universidad de La Habana en 1943, se casó también allí con mi abuela. Para mí, siempre fue una escuela secundaria tecnológica, poca cosa en el escalafón educativo de los años ochenta, el lugar a donde iban a estudiar los niños «brutos». Jamás entré a esa La Salle socialista, pero me costaba trabajo compaginar las historias de mi abuelo con lo que veía cuando caminaba por esas calles, ruta frecuente en mi juventud, que trataba de evitar para evitarme los piropos soeces de los muchachos que asistían a esa escuela. Mucho más difícil me era concebir que mis abuelos hubieran querido casarse en ese sitio. Sin embargo, el vestido de novia de mi abuela, su tiara, la invitación de bodas y los recortes de periódico de entonces no mienten. La Salle que yo conocí no era la misma.

El niño que una vez fue Manuel Calviño, también estudió allí, y escribió:

Mi escuela

(…) La barriada del Vedado se privilegiaba con aquella edificación que se levantaba sólida y resplandeciente. Orgullo de un poderío económico de clase media ascendente, pero sobre todo de un poderío educativo, intelectual, formativo. Los Hermanos “De La Salle” habían consagrado, inequívocamente, su vida a la Educación. Con una profunda convicción católica, y avanzadas ideas acerca del modo de “preparar hombres para la vida”, ejercitaban su vocación para el magisterio de manera excepcional, con compromiso cívico, cultivando el alma cubana.

(…) Tengo un gran vacío documentario sobre lo que sucedió. Mi vocación no es de historiador. Solo soy un narrador de sentimientos. Mis vivencias las llevo al papel. De modo que lo que conservo es que en abril de 1961 fue mi última salida del Edificio de mi Escuela. Fue por la puerta trasera. Nos llevaron apresuradamente al sótano a tomar los ómnibus. Una vez adentro nos instaron a agacharnos en nuestros asientos, a no exponernos en las ventanillas que deberíamos tener cerradas. Se sentía el nerviosismo de los hermanos, ecuánimes en apariencia, pero muy preocupados. Cuando salimos a la calle 11, atemorizados por la inusual emergencia y el desconocimiento de lo que pasaba, alcanzamos a oír gritos que venían de la calle: “Pin Pon fuera. Abajo la gusanera”, “Que se vayan los bitongos”, “Curas asesinos”, “Nacionalización”. Una rápida mirada desobediente tropezó con carteles enarbolados por un grupo numeroso de personas que, parapetados en la calle, obstaculizaban el paso de las “guaguas”, e inundaban el silencio de la tarde con la misma expresión: “Curas asesinos”. No podía, ni podré entender nunca, aquellas palabras.

(…) La Escuela quedó un largo tiempo abandonada. Habitada quizás por ecos de su historia, quizás por espectros de sotanas negras, camisas azules, pantalones de caqui beige. La erosión se imponía sobre sus fachadas. La acción destructiva sin contraposición constructiva laceraba desde todas partes las estructuras y fachadas del edificio. Mi Escuela no era una prioridad para los que definían lo que sí y lo que no. Probablemente, para muchos, ella representaba un pasado que lejos de ser historia a recuperar, se pensaba, equívocamente, como una suerte de ignominia a olvidar. “Todo al fuego” en una pésima interpretación de la sabía afirmación martiana. Ninguna Escuela católica se salvó del pie forzado. Ninguna Escuela privada.

(…) ¿Cómo no entendimos que la historia no es el cuento que los doctos o los profanos hacen, sino los sucesos reales que dejan marcas indelebles en la vida real de las personas, de las ciudades, de las naciones?…

(…) Así cómo “la diferencia entre el desierto y un jardín, no está en el agua, sino en el hombre”, la diferencia entre el edificio de mi Escuela, aquél que glamoroso ilustraba la producción cultural de una época con aciertos y desaciertos, y el destruido inmueble que a duras penas se mantenía allí en pie, no estaba en el tiempo, sino en el hombre. No fue el tiempo quien convirtió en semi ruina lo que parecía ser una irreductible edificación. Fue el hombre.

Las paredes del Edificio ya gemían cuando una sabia decisión reconvertiría al gigante en una edificación con fines educativos. Tocaría el turno a un centro de enseñanza técnica. Se podrían aprovechar condiciones propias del inmueble. El sótano trasero se transformaría en taller de mecánica. El patio lateral, con vista a la Calle C, sería techado para tener más espacio protegido de la inclemencia de las lluvias tropicales. Le llegó también el turno a la Capilla. Allí donde buena parte de los lasallistas habaneros hicimos nuestra Primera Comunión, y algunos hasta la Confirmación, los nuevos estudiantes harían su primera disección de un motor. Donde otrora, junto al magnífico coro escolar, yo entonaba el “Cristus Vinci”, ahora resonarían ensordecedores choques de metales, de instrumentos de labor, contra la maciza construcción de estructuras férreas y armazones de hormigón de todo tipo. Cada época se construye a sí misma. En altares, en talleres. En cualquier lugar. En todos los lugares. Pero siempre el gran constructor: El ser humano. Con una vocación u otra. Cuando son buenas, cuando son auténticas, se interconectan. Y solo cuando son falsas, se excluyen.

(…) Desde cuando se viene gestando una ruptura de ciertas normas elementales de conducta ciudadana, cívica, es algo que no logro precisar. Inicialmente me preocupó, luego me dolió y ahora me molesta. Los modelos relacionales se han desvirtuado. Tanto en las dimensiones espirituales, en el ámbito de las relaciones interpersonales, cuanto en lo que se refiere al respeto y cuidado del mundo material. Desde este desastre planetario que amenaza con precipitar al mito del Armagedón, hasta la falta de cuidado para con la expresión material de cualquier tipo de creación espiritual humana: una ciudad, un libro, una escultura, un jardín, un veterano edificio, una joya de la cultura nacional. No hay consciencia del esfuerzo humano objetivado en cosas que más que material, son riqueza espiritual objetivada. No hay consciencia de la necesidad de cuidar la obra humana, porque es así que se cuida lo humano en nosotros mismos. El alma cubana corre el riesgo de aparecer amancillada por la falla educativa. También mi Escuela cae en las redes inhóspitas de tal desidia. (…)

Manuel Calviño

Diciembre de 2010

(Texto enviado por el autor)

escuela La Salle

Costado que da a la calle C del antiguo colegio La Salle. Foto de 2012.

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Ver también la página de la Asociación de Antiguos Alumnos de los Colegios de La Salle en Cuba.

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En Diario de CubaLos colegios fantasmas:

Algunos, irremediablemente perdidos, unos pocos dedicados a otros fines con mejor suerte, otros en situación de derrumbe, y la mayoría en avanzado estado de deterioro acumulado, los grandes colegios privados de La Habana, tanto religiosos como laicos, existentes antes del año 1959, constituyen una prueba irrefutable de irresponsabilidad y desidia, con respecto al cuidado de los bienes nacionales.

La Salle del Vedado, los Maristas de la Víbora, los Escolapios de Guanabacoa, de La Habana y de la Víbora, Baldor, el Instituto Edison, las Ursulinas, St. George’s, Arturo Montori, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora del Pilar y otros, tanto de varones como de hembras o mixtos, sin años de mantenimientos ni de reparaciones o con reparaciones de mala calidad y un poco de «colorete» en sus fachadas, son tristes malos ejemplos a la vista de todos. Y algo similar ocurre con los existentes en otras provincias.

Dedicados los principales recursos financieros a la construcción de escuelas secundarias y preuniversitarios en el campo, y no una parte a la preservación del fondo arquitectónico-docente existente, durante los años de la fiebre por vincular a toda costa el trabajo agrícola y el estudio, en una estrecha interpretación de un precepto martiano, los grandes colegios privados, diseñados y construidos con todas las exigencias docentes, son ahora viejos fantasmas dispersos por nuestras ciudades. Fracasado el experimento agrícola-educativo, tanto desde el punto de vista docente como productivo y económico, hoy también la mayoría de esas secundarias y preuniversitarios en el campo se encuentran abandonadas y en estado deplorable, o en proceso de adaptación como viviendas y albergues para campesinos y obreros agrícolas.

Despojados los grandes colegios privados de sus nombres originales, rebautizados utilizando el santoral ideológico oficial y transformados totalmente, no precisamente para bien, en instituciones grises, han perdido su personalidad y tradiciones, logradas en años de ejercicio de la docencia. Además de estas pérdidas, también ha desaparecido el vínculo generacional donde abuelos y abuelas, padres y madres, hijos e hijas y nietos y nietas estudiaban en el mismo centro, convirtiéndose profesores y alumnos en una gran familia, a la que se pertenecía de por vida. Ser graduado de La Salle, de los Maristas, del Edison, de Belén o de las Ursulinas, por citar solo unos pocos ejemplos, formaba parte de la identidad personal y se proclamaba con sano orgullo.

Continuar leyendo.

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En Martí Noticias, Wilfredo Cancio Isla: Histórico Colegio de La Salle se cae a pedazos en céntrico barrio de La Habana:

La restauración capital que amerita la instalación, construida en 1910, asciende a millones de dólares y ocuparía años de minuciosa labor, porque el desmoronamiento constructivo y la devaluación patrimonial del lugar comenzaron desde el mismo momento de su confiscación a los Hermanos de La Salle por el régimen de Fidel Castro, en 1961.

Invitación de bodas

Invitación de bodas de Gertrudis Caraballo Gálvez y Leopoldo Arús Gálvez, en la capilla de La Salle. 1943.

Etiqueta provisional de camisa de trabajo Nina. Calidad «segunda». Rebajada de 5.08 a 4.96 pesos. 1990. Colección Cuba Material.

El poeta, filósofo y exprisionero político Jorge Valls me contó que su padre, Alfredo Valls, había sido dueño de una pequeña tienda en Obispo y Villegas a la que había puesto el muy americano nombre de The Quality Shop, donde vendía ropa y confecciones para ambos sexos. Una vez, en los años cincuenta, puso a la venta unas camisas confeccionadas en Guanabacoa, de muy buena hechura y excelente calidad, pero de poca venta. Ante la necesidad de salir de esa mercancía, el padre de Valls mandó a hacer nuevas etiquetas para las camisas. Estas decían que las camisas habían sido hechas en Brooklyn, no en Guanabacoa. Además, les aumentó el precio. En poco tiempo, dice Valls, se vendieron.

***

Dice Jean Paul Sartre en Huracán sobre el azúcar que, durante su primer viaje a Cuba en 1949, cuando quiso comprar un peine, fue advertido por el dependiente sobre la fabricación doméstica de este. El dependiente había querido ser atento y advertirle que se trataba de un producto de menor calidad.

***

En casa de mis abuelos he encontrado etiquetas que dicen «Hecho en Cuba» en el interior de carteras de piel, en el lomo de peines plásticos color vainilla, en corbatas que aún cuelgan de la puerta del chiforrover de mi abuelo, en viejos y desteñidos pomos de perfume. En todos casos se trata de mercancía de la mejor calidad. Nada que ver con las chambonas prendas de vestir que solían traer la marca de «hecho en Cuba» en los comercios de los años ochenta.

Cuarto de baño

Cuarto de baño

Cuarto de baño. Nuevo Vedado. 1958. Foto Orlando Lache. 2001.

En una de las crónicas escritas por Emilio Roig de Leuchsenring que, desde hace mucho tiempo, viene publicando Opus Habana, se narra la evolución del baño en Cuba:

Quienes, como este Curioso Parlanchín, han visto tres banderas distintas izadas en el Morro de La Habana, recordarán, sin duda, tal vez con el cariño y la nostalgia que a veces nos produce lo vivido en otras épocas, los mil y uno contratiempos, dificultades y molestias que era necesario sufrir durante la colonia, cuando queríamos darnos un baño, de aseo, naturalmente y nunca de placer.
Esclavos o criados colocaban en el centro del cuarto dormitorio una batea, tina o palangana; aquellas dos, de madera, y esta última, de latón; más la indispensable pielera, para el uso que su nombre claramente indica.
Señalada con anticipación la hora en que tomaríamos el baño, era necesario acarrear el agua para el mismo, en cubos, sacada del pozo, aljibe o cisterna, y calentarla en un anafe, si más que el agua fría nos agradaba el agua tibiecita o quitado el frío.
Atrancadas puertas y ventanas y despojados de las ropas, poníamos en funciones el buen pedazo de jabón de Castilla legítimo, todo blanco, con sus hermosas vetas azules; la fina esponja de Batabanó y el eficaz estropajo, ya de soga, ya utilizando el fruto del bejuco silvestre así denominado. Una jícara o la esponja hacían las veces de ducha, y los restregones con el estropajo bien enjabonado completaban la obra higienizadora de nuestro cuerpo; enjuagándonos, finalmente, a fuerza de jicarazos.
Como es natural, el cuarto quedaba hecho una ensopadera, que los esclavos o criados se encargaban de limpiar debidamente cuando habíamos terminado nuestra toilette.
En las casas de gente rica, en algunos palacetes del aristocrático Cerro, se gozaba de cuartos especialmente dedicados al baño, con su lujosa bañadera de mármol blanco labrado, y hasta con piscinas cavadas en la tierra y revestidas de losas de mármol, tal como aquella que existió en el jardín de la espléndida casona criolla de la Calzada del Cerro esquina a Tulipán, donde estuvieron instalados los primeros talleres de la empresa editora de nuestra revista.
Había olvidado, lamentablemente, el citar otro artefacto higiénico de antaño: el semicupio, o sea la bañadera –de latón– en forma de poltrona, con espaldar y asiento hundido, que se usaba para baños de asiento, de la cintura a las rodillas.
Con el correr de los tiempos, y ya en los finales de la colonia, se fue generalizando el uso de las bañaderas, ya de latón o zinc, ya de porcelana, importadas estas últimas de los Estados Unidos; así como también el empleo de la ducha.
Al llevar a cabo el Gobierno de ocupación militar norteamericano la obra trascendental de la higienización de nuestras poblaciones, especialmente La Habana, bañaderas y duchas adquirieron papel importantísimo en toda casa en que sus dueños o inquilinos presumían de gentes instaladas a la moderna y entusiastas partidarias del baño diario.
…………….
Al comienzo de esa nueva era criolla que podríamos calificar de apogeo del baño diario, el cuarto de idem era situado siempre al final de los cuartos dormitorios, e inmediato al comedor y la cocina.
Pero, de la noche a la mañana, y no sé por obra de qué taumaturgo innovador, comenzó a establecerse la costumbre de colocar en las nuevas construcciones habaneras, de manera especial en los llamados chalets de los repartos y en los palacetes de La Habana, el cuarto de baño, no al final de la casa, como hasta entonces, sino intercalado entre los dos, tres, cuatro o más cuartos de cada vivienda.
Es éste el prodigioso descubrimiento que quedará perennemente fijado en la historia del progreso y civilización de nuestra República en el siglo XX, con el nombre de casa con baño intercalado.
Y las casas con baño intercalado se pusieron de moda, llegando a constituir una de las más destacadas muestras del refinamiento y confort de una familia, a tal extremo que la familia que vivía en casa con baño intercalado, por ese solo hecho, era considerada como familia distinguida, chic, elegante, pudiente. La casa con baño intercalado llegó a constituir el grado máximo del buen gusto y de la aristocracia criollos republicanos.
……………….
Ya en nuestros días, el baño intercalado no llama la atención ni constituye prueba alguna de refinamiento y elegancia, por haberse generalizado su uso, y abuso, en todas las casas, chicas y grandes, y además porque hoy en día una vivienda con pretensiones de casa grande no tiene baño intercalado, sino varios baños, con sus servicios sanitarios completos.
……………….
En los días que corren si se ha empezado a generalizar entre nosotros otra moda bañistico-hogareña, que ha venido a sustituir, sucesivamente, las de la batea, la bañadera, la ducha, el baño intercalado y el departamento con baño.
Me refiero a lo que se denomina: baño de color, o dicho en otras palabras, baño con su bañadera, lavabo y demás artefactos higiénicos, no de porcelana blanca, sino de color, azul, verde, rosa, lila, etc., y también del mismo color los azulejos del zócalo del cuarto de baño.
Estos baños de colores, que a veces tienen más de un color, y resultan, por tanto, baños de colorines, constituyen el último grito de la moda y la distinción hogarístico-contemporáneas.

Menú de la cena ofrecida al gobernador provisional de Cuba Charles E. Magoon. 1907

Menú de la cena ofrecida al gobernador provisional de Cuba Charles E. Magoon. 1907

El 20 de mayo de 1902, los cubanos celebraron la fundación de la República de Cuba. Cuatro años más tarde, el 29 de septiembre de 1906, Tomás Estrada Palma, su primer presidente, solicitaba ayuda militar a los Estados Unidos, dando lugar a una segunda intervención norteamericana que se extendió hasta 1909. Durante la misma, gobernaron la isla, primero, William H. Taft y, a partir del 13 de octubre de 1906, Charles E. Magoon (quien anteriormente había administrado el Canal de Panamá). El 13 abril de 1907, el periódico The New York Herald celebró, en Miramar, una fiesta en su honor, cuyo souvenir se muestra en la imagen.

negrito

Figura artesanal. Hecha en Cuba. Colección Cuba Material.

Néstor Díaz de Villegas, en Diario de Cuba:

Estética batistiana

Desde el Palacio de Bellas Artes hasta Tropicana; desde el amarillo caqui hasta la fuente de soda; desde cafetería Miami hasta la embajada americana de Harrison & Abramovitz; desde Rita Longa hasta Mateo Torriente; desde el self serve Wakamba hasta el Havana Hilton, la estética batistiana es la estética de lo cubano moderno.

La música que todavía explotamos, es música batistiana. La Habana histérica y libertina deTres Tristes Tigres, es La Habana batistiana. Todo Kcho, y el Tomás Sánchez de los manglares, son batistianos. El mobiliario del Comité Central es batistiano. El yute, la artesanía de semillas, las cabañitas, el mimbre, los bohíos y el Kawama pertenecen al Modern Karabalí (batistiano). El Plan Maestro de La Habana y el Martí de la Raspadura son batistianos. De la estética batistiana hemos vivido vicariamente: la Revolución le sacó el quilo. La estética batistiana continúa siendo fuente inagotable de admiración general y de cohesión nacional.

Como resumen y exaltación de las tendencias del batistato y de sus potencialidades, y desde la perspectiva de una sociedad avanzada, incapaz de crear otros valores que no fuesen espectaculares, Fidel Castro es el Homo Batistianus. Es decir: el hombre nacido de las condiciones objetivas del espectáculo batistiano, y la más alta creación artística de su época. Fidel Castro encarna la libertad batistiana in extremis, y su poder de seducción emana de la intensa fruición estética que trajo al mundo la Cuba batistiana.

Hotel Regina

Hotel Regina

Postal promocional del antiguo Hotel Regina, ubicado en la calle Industria en La Habana.

Penúltimos Días traduce el texto de Cristopher Gray Havana´s New York Accentpublicado en The New York Times:

Incluso en Cuba saben que es cuestión de esperar: esperar a que los Castro salgan del escenario y que Cuba se abra. Cuando los americanos lleguen finalmente en masa, los neoyorkinos se darán cuenta de que hay algo familiar en La Habana, debido a que una sucesión de arquitectos de Nueva York encontró allí un terreno fértil hace un siglo.

A principios del siglo XX, la capital cubana era espectacularmente rica, rica como Newport, con un amplio cuadro de diseñadores locales bien entrenados. En 1902 The Real Estate Record and Guide daba ya alguna idea del sofisticado nivel de la regulación; cornisas, balcones, ornamentos e incluso colores requerían aprobación, y el arquitecto debía presentar un diseño elevado de toda la cuadra para asegurar que la casa era estéticamente agradable.

Uno de los primeros edificios de un arquitecto cubano fue la Catedral Episcopal de Bertrand Goodhue, diseñada en 1905 y arquitectónicamente optimista en la muy católica isla. Goodhue, un maestro reconocido de la arquitectura eclesial, era un firme goticista, pero para La Habana desarrolló un diseño churrigueresco, una versión florida del estilo colonial español. Donde se alzó no está del todo claro, pero ahora ya no está.

La sección más vieja de la ciudad, La Habana Vieja se enfrenta a la Bahía de La Habana con calles estrechas, casi medievales. Pero a principios del siglo XX la sección en torno a las calles Obispo y O´Reilly alojó tantas construcciones bancarias que se le llamó la “pequeña Wall Street.” En 1913 Arthur Lobo, nacido en las Indias Occidentales y educado en Columbia, trabajó en una exuberante fachada neoclásica para la sede del Bank of Nova Scotia en las calles O’Reilly y Cuba. Encajonado en un estrecho cruce, el banco de Lobo rodea la esquina, creando un vestíbulo semicircular de doble altura.

En las calles de O´Reilly y Compostela, los arquitectos Walker & Gillette, famosos por el Edificio Fuller de Madison y la 57, diseñaron una impresionante filial para el New York’s National City Bank. Construido en 1925 con coquina, la roca marcada de conchas, el banco tiene una amplia recepción, con corrientes que le dan un aire de aeropuerto tropical.

En 1919 The New York Times informaba que el ferry Key West-Havana estaba “repleto de americanos que iban a desafiar las oportunidades de la fortuna.” Uno de ellos era el hotelero Joseph Bowman, que en 1924 instaló un anexo de diez plantas a un hotel en el Prado, un boulevard considerado como la Quinta Avenida de La Habana. Schultze & Weaver, los especialistas en hoteles que hicieron el Waldorf-Astoria, dieron al hotel Sevilla-Biltmore un gran comedor en la décima planta, con vistas sobre lo que es ante todo una ciudad de cinco pisos.

Sin embargo, Bowman tenía los codos afilados de un neoyorkino y dejó las paredes laterales de sus estructuras desnudas y tristonas. Los neoyorkinos no se hubieran preocupado pero el descuido provocó irritación en La Habana.

Al sur del centro de la ciudad, en un español barroco la estación de ferrocarril de 1912 tiene grandes torres gemelas, medallones de terracota y una amplia sala de espera. Eso es bueno porque el servicio ferroviario es infrecuente, incluso errático, y las aproximadamente cincuenta personas que vi allí sentadas podrían igualmente haber estado esperando el vapor semanal. Fue diseñado por el elegante crítico/arquitecto Kenneth Murchison, que ejecutó la Terminal Erie-Lackawanna en Hoboken, y varios edificios a lo largo de Nueva York.

El oeste de La Habana Vieja está el Vedado, una zona construida durante las décadas del 10 y el 20 con confortables residencias suburbana. Muchas llegan a lo suntuoso, como la casa de 1914 de los Marqueses de Avilés, en la Calle 17. Diseñada por Carrère & Hastings, el interior es mucho más rico que su comparable Frick Mansion de Nueva York, básicamente en estilo neoclásico francés pero con toques de renacentismo español.

Otra casa cercana, incluso más exuberantes, es la del banquero Pablo González de Mendoza, famosa por su adición en 1918 de una piscina cubierta, para la que se trajo al arquitecto neoyorkino John H. Duncan. Este desarrolló una larga habitación con una piscina central; puertas de estilo francés abiertas a los vientos en tres de los lados bajo un techo atado cubierto de pinturas. Hermes Mallea, el autor de Great Houses of Havana, dice que lo llamaron el “Baño romano de los Mendoza.”

Más al oeste, en la sección de la Playa, Schultze & Weaver crearon una serie de clubes playeros, el más elaborado de los cuales era el imaginativo La Concha, con una simple torre por única decoración, algo como la torre de McKim, Mead & White en el viejo Madison Square Garden de Nueva York.

En conjunto, hay más de dos docenas de edificios de arquitectos neoyorkinos en La Habana. La estructura que los turistas probablemente conocen mejor es el Hotel Nacional de 1930, diseñado por McKim, Mead & White en un terreno alto sobre el Malecón y el Monumento al Maine. Tiene un aire renacentista español, pero en realidad es sólo un gran hotel estándar de la época.

Cerca está una espina afilada clavada en el gobierno cubano, el edificio de la Embajada de los Estados Unidos de 1953, masivo, brutalista. Diseñado por Harrison & Abramovitz, en aquel seguro, ortodoxo modernismo que nunca provoco el despido de nadie. En 1963, después de que Estados Unidos rompiese relaciones con Cuba, Fidel Castro ordenó la confiscación del edificio, pero este sigue en manos americanas, aunque su estatus esté sujeto a peleas ocasionales entre ambos países.

Por el momento se trata de esperar y vigilar, pero cuando Cuba se abra podrá haber de nuevo oportunidades para los diseñadores de Nueva York; el comunismo ha robado a los arquitectos de la isla medio siglo de experiencia.

Traducción: Juan Carlos Castillón.

Silla diseñada por Clara Porcet

Silla diseñada por Clara Porcet

Silla diseñada por Clara Porcet. Imagen tomada de internet.

La cubana Clara Porcet no tuvo mucho impacto, a largo plazo, en la cultura material de su país. Y es una pena. De los muebles que diseñó para las escuelas de arte y para el programa de viviendas del Escambray y de la Sierra Maestra no debe quedar ninguno. Pocos han leído los artículos suyos que aparecieron en la revista Social, incluso después de que en el año 2005 Letras Cubanas los publicara, ya para entonces mera reliquia bibliográfica. Y su sueño de una escuela de diseño en Cuba nunca se realizó, como tampoco su deseo de regresar a su país ya de avanzada edad. No se lo permitieron las autoridades cubanas, a pesar de habérselo pedido personalmente a Fidel Castro. Su obra es, sin embargo, venerada en México, país en el que impulsó la enseñanza del diseño industrial a nivel universitario, lo que no pudo realizar en Cuba.