Objetos en el exilio.

Herbario, 1978–1983

Herbario, 1978–1983, por Dashel Hernández.

Nunca he conversado en persona con Dashel, pero lo hemos hecho por años a través de WhatsApp y de esta página. Dashel me ha enviado objetos para la colección y yo he compartido con él imágenes que luego ha dibujado o incorporado a su escritura. Algunas de ellas terminaron, transfiguradas por su mano, en Herbario, 1978–1983, su más reciente libro, una novela escrita e ilustrada por él. Hace unos años conversamos sobre su serie de acuarelas  «En el jardín de la abuela». Desde que me envió su libro, teníamos esta conversación pendiente.

Llevas años recreando de manera pictórica y literaria el mundo afectivo y material de tu infancia. ¿Pudiéramos hablar de un síndrome de Peter Pan, de una evasión de la vida adulta?

No, todo lo contrario. Es un adulto funcional, y no un hombre-niño, quien mira hacia ese mundo y lo recrea con intenciones muy claras y para nada escapistas. Mi exploración de la infancia —la mía y, por extensión, la de buena parte de mi generación— no es una huida del presente, sino una forma de procesar y comprender mi propia historia y examinar temas universales que todos enfrentamos al crecer: el medio familiar, la escuela, el contexto histórico, la política, entre muchos otros. 

Hay al menos cuarenta años de por medio entre los hechos que recreo y la actualidad. Esa distancia me ha permitido acercarme a ellos con una mirada que busca descorrer el velo rosa con que muchas veces cubrimos el pasado. Por otra parte, he tenido que revivir muchos dolores propios y heredados para escribir este libro, tantos que en más de una ocasión quise abandonar el proyecto. Si no fuera por las palabras de aliento del editor, Yoandy Cabrera, creo que no hubiera llegado a terminar esta primera parte. Y necesitaré aún más ánimo para las otras dos. Créeme cuando digo que para mí no hay huida posible. No miro hacia atrás para refugiarme ahí, sino para entender mejor el presente y caminar con ligereza hacia el futuro. 

Pero sí concluyo con una necesaria advertencia: trabajar con la infancia no carece de riesgos porque, para hacerlo, hay que acceder al Puer Aeternus del inconsciente. Como todo arquetipo, el Puer tiene un aspecto positivo (Niño Divino) y otro negativo (el Peter Pan de tu pregunta), y es imposible separarlos porque forman una unidad. Por tanto, quien quiera emprender un viaje semejante ha de saber que estará caminando sobre el filo de una espada, siempre a medio camino entre la integración sanadora y la fracción del ser. 

Así pues, al reino del Puer hay que entrar con respeto y con intenciones claras y limpias: sanar, jugar, crear. Solo así se nos manifestará su aspecto divino: la fuerza renovadora y el potencial imaginativo que le son propios. Pero jamás se debe irrumpir como fugitivo. Quien entre huyendo de su presente y su realidad, no encontrará juegos ni castillos ni rostro alegre, sino la mueca grotesca de un hombre-niño incapaz de amar y crecer.

Herbario comienza con el despertar de un personaje, la madre, a un día que tiene muy poco de extraordinario y mucho de rutina y de politización —una de las primeras cosas que ve al abrir los ojos son las obras completas de Vladimir I. Lenin—. El libro cierra con un fragmento de una marcha política de alabanza a la Revolución. Entre uno y otro transcurre parte de tu infancia y de la vida de tu familia. Hoy en día, ¿qué queda en ti del trasfondo político que definió tu infancia?

En mi vida cotidiana queda muy poco de aquello, para ser honestos. Comparto recuerdos y traumas similares con la gente de mi generación en Cuba, Rusia y Europa del Este; sé de memoria las canciones de algunos animados, y he desarrollado un interés investigativo por todo lo relativo a la Guerra Fría. Hasta ahí. 

Creo que el momento en que nací es determinante para entender lo anterior. El Muro de Berlín cayó cuando cumplí doce años —la URSS agonizó otros veinticinco meses, pero su suerte ya estaba echada—; por tanto, la influencia real de ese trasfondo político, al estar contenida en mi infancia, ha quedado a medio camino entre la realidad y el juego. 

Mis primos mayores, sin embargo, tienen otra relación con ese pasado —aunque solo nos separen siete años—, porque su estructura psicológica acabó de madurar y solidificarse bajo unos presupuestos políticos que yo nunca concienticé del todo. 

Por eso, para escribir lo que escribo, para poder “reconstruir” los aspectos políticos de aquel mundo perdido, es más lo que investigo que lo que dejo “salir” naturalmente de mi cabeza. Yo desconfío siempre y mucho de mis recuerdos.

Súmese a lo anterior que mi infancia terminó de manera traumática. La adolescencia que siguió fue una insurrección radical. Abrí los ojos de golpe y todavía no sé cómo. Aún no puedo explicar cómo pasé tan súbitamente del Pust’ vsegda budet solntse al the wind of change blows straight. Ojalá este proyecto me ayude a aclararlo un poco.

¿Qué significados y registros te ha permitido la literatura que no encontraste en la acuarela, y viceversa?

La relación entre pintura y literatura es compleja y difícil de explicar para mí a estas alturas porque las he llevado en paralelo por mucho tiempo. Desarrollé el hábito de leer desde muy temprana edad, pinto desde los cinco años y comencé a escribir a los doce. 

Así pues, las tres se han entrelazado de tal modo que me cuesta mucho verlas por separado o explicar cómo me muevo entre ellas. Aunque he escrito mucho más que lo que he pintado, he dedicado mayor tiempo y esfuerzo a promover mi obra plástica. Y está bien así: me considero un pintor que escribe y no a la inversa. 

De todos los posibles registros y significados entre texto y artes visuales, creo que este define mejor lo que siento: en las artes visuales la imagen se encarna en un receptáculo más completo y terminado, aunque no por ello se agote su caudal simbólico. Las imágenes literarias, en cambio, quedan siempre como en una etapa fetal: ellas son “moldes” o receptáculos en estado semi vacío que solo cobran vida cuando el lector las rellena o completa con su propia imagen mental. La palabra tiene, en potencia, una multiformidad de la que carece la imagen plástica.

Sí, yo soy de los que siempre prefiere el libro a la película.

¿Cómo y por qué escogiste los objetos que ilustran cada capítulo?

Cuando comencé la serie de pinturas de las que hablamos en 2019 yo ni siquiera sospechaba que aquello se convertiría en una novela. Pero, una vez que lo supe, hice caso a la voz interior y seguí ese camino. 

Desde entonces, la manera de elegir los objetos ha cambiado radicalmente: ya no se trataba de utilizarlos como artefactos mnemónicos para evocar emociones de un pasado compartido, sino de ilustraciones en diálogo con un texto complejo al que debían aportar sentido, y no “decorarlo” meramente. 

Lo primero que no pude pasar por alto es el contexto histórico de cada imagen. Así, no es posible ilustrar un capítulo que ocurre en 1978 con un objeto que se comenzó a producir en 1986. Este proceso de elección se extendió luego a detalles mínimos. Por citar un ejemplo, en “Alfileres de Eva” (1983), la ilustración muestra un recorte de la revista Misha. Tuve que revisar muchos archivos hasta dar con el osito Misha que ilustraba los primeros números de aquella revista, que es diferente del que apareció a finales de los ‘80. Ese mismo proceso lo he seguido con el resto de las imágenes. 

Aunque la novela es perfectamente legible sin ilustraciones, ellas aportan una lectura extra. Como están al inicio, habrá siempre una primera interpretación que luego será alterada o completada por el texto. Así, una inocente paloma de pasta blanca se convierte en burla política, el Cheburashka plástico se revela como el sustituto de un Mickey Mouse de peluche, y dos “inocentes” soldaditos de juguete conducirán al lector a una escena que tiene más de infierno dantesco que de juego infantil. 

Como aún trabajo en las otras dos partes, sé que aún queda mucho por elegir e investigar. Veremos qué nuevas sorpresas nos traerán los objetos por venir.  

Dashel es escritor y artista visual. Es Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de Camagüey (2008) y Máster en Administración Pública por la Syracuse University, de Nueva York (2018). Ha organizado y participado en varias exposiciones personales y colectivas en Cuba, Estados Unidos y Europa. También es el autor del libro de sonetos Meditaciones (Ácana, 2016).

Su libro más reciente está a la venta en: Tapa dura con ilustraciones a color; tapa blanda con ilustraciones en blanco y negro; formato Kindle con ilustraciones en blanco y negro.

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983. Foto cortesía del autor.

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983. Foto cortesía del autor.

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983

Ilustraciones de Dashel Hernández para Herbario, 1978–1983. Foto cortesía del autor.

cartera de canutillos

Cartera de canutillos. Hecha en Checoslovaquia.

 

La primera vez que tuve conocimiento del nombre Jablonec fue en el verano de 2023. Lo leí en un reportaje publicado en la revista Mujeres, o quizás en Romances, sobre un taller de joyería recién inaugurado en Cuba con asesoría y materias primas checoslovacas, procedentes de la fábrica Jablonec. Esta, fundada en 1905, tomó su nombre del pueblo donde se encuentra ubicada, y es desde hace mucho mundialmente reconocida gracias a la calidad y variedad de los cristales que produce, que abarcan desde adornos para el espacio doméstico hasta bisutería. De ello da cuenta el Museum of Glass and Jewelry de la ciudad de Jablonec nad Nisou. (A los productos de Jablonec que fueron comercializados en Cuba dedicaré otro post, pues no tengo certeza de que la cartera que muestro en esta entrada haya sido producida allí).

La cartera que da nombre a esta entrada era de mi mamá y desde que tengo memoria ha estado en casa. En realidad, desde antes, pues me cuenta mi madre que ella solía salir con ella cuando era jovencita —en los años sesenta—. Yo, en cambio, no recuerdo que alguna vez la usara. Tampoco recuerdo cuándo fue que la traje de Cuba, pero sé que fue hace muchos años, antes de comenzar a coleccionar objetos del socialismo cubano. Habría querido usarla, pero como tenía el zíper roto se la di a una amiga costurera para que me la arreglara. Por suerte no lo hizo y me la ha devuelto en días pasados tal cual se la entregué, con el viejo zíper roto, pero en su estado original, que es lo que en realidad me importa ahora.

Mi mamá no sabe cómo llegó a sus manos la cartera. Me ha dicho que era de mi abuela, quien la habría comprado antes de 1959. Es una posibilidad, pero si tuviera que fecharla la ubicaría en la década de los años sesenta. Internet parece darle la razón a mi mamá, sin embargo. En un sitio de ventas online he encontrado una cartera similar listada bajo la categoría «art deco». En otro más, escrito en danés y que he podido leer gracias a Google translator, he hallado una cartera de diseño idéntico a la mía, pero con diferente estructura. Ese sitio no refiere fecha alguna. Ojalá alguien tenga algo más que aportar sobre esta cartera checoslovaca.

Conversación con el artista Jairo Alfonso durante la inauguración de la exposición «Useless: Machines for Dreaming, Thinking, and Seeing«, curada por Gerardo Mosquera y abierta al público en el Bronx Museum of the Arts desde el 27 de marzo al 1 de septiembre de 2019, donde se exhibe su obra «TELEFUNKEN 584827».

Manual de la grabadora de cintas Telefunken. República Federal Alemana. 1963. Colección Cuba Material.
Manual de operaciones de la grabadora de cintas Telefunken. República Federal Alemana. 1963. Colección Cuba Material.
Sobre del bombo

Sobre del bombo

Sobre del bombo. 1998. Foto cortesía de Hugo García.

El éxodo de los balseros, en 1994, trajo a los Estados Unidos poco más de 32.000 cubanos, que se lanzaron al mar luego de que el gobierno de Cuba “abriera” las costas —como se le ha llamado a la decisión gubernamental de que la guardia fronteriza no detuviera a aquellos que abandonaban el país por vía marítima. Para poner fin a esa estampida, ambos países negociaron un nuevo acuerdo migratorio que admitiría en el país norteño unos 20.000 cubanos anualmente, y ante la necesidad de tamizar la emigración cubana que entraría en su territorio los Estados Unidos crearon una lotería de visas especialmente para Cuba. “El bombo”, como se le conoce en el gracejo popular, era un proceso en el que el interesado debía enviar a la entonces Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana una carta de solicitud con todos sus datos de identificación. Luego vendría lo más difícil: esperar.

En los inicios no se sabía cómo funcionaría, o cuán larga sería la espera… Ni siquiera existía la certeza de que las cartas de solicitud llegarían a su destino. Pasado un tiempo, sin embargo, se comenzó a rumorar que la Sección de Intereses estaba enviando las respuestas, y que quienes habían ganado el bombo recibirían un sobre amarillo que muchos describían como “enorme”. Entonces, la atención popular se concentró en quienes serían los portadores de ese sobre.

Para el cartero del barrio, los últimos años habían transcurrido entre caminatas diarias y saludos de rutina. “¡Buenos días, Roberto!”, “¡Qué calor hace!”, “¡Uy, este sol!”, “¡Qué ganas de que termine agosto a ver si refresca!”. Frases similares, sin importancia, daban inicio a intercambios diarios amables, pero superficiales. Fácil de distinguir por su uniforme de pantalón azul oscuro y camisa más clara, y su inmensa cartera de cuero, deteriorado por el uso, el cartero recorría el barrio con un pequeño grupo de sobres en la mano. En algunas puertas pasaba de largo; en otras, se detenía. Lo más relevante que podía ocurrir en su rutina era que alguien le ofreciera un vaso de agua fría o un buchito de café, rezagos pertinaces de una antigua amabilidad que aun practicaba, sobre todo, la gente mayor que se encontraba en casa.

Un día, sin embargo, comenzaron a acercársele al cartero muchos de los vecinos a los que conocía de vista, pero con quienes nunca había entablado una conversación. En lugar de los saludos de rutina, la prudencia y el sigilo marcaban ahora el tono de la comunicación.

—Mi hijo Filiberto está esperando una carta. Es una carta importante. Debe llegarle pronto —le dijo un día una señora, con visible expectación—. Es un asunto importante… Delicado, diría yo, y es que… —Había bajado la mirada y encogido los hombros, el cuerpo girado un tanto hacia la izquierda y la cabeza reclinada como para esconderse en la penumbra de la sala—. Mi hijo Filiberto, digo, está esperando… algo importante… Yo… te quisiera pedir un favor —ahora balbuceaba más que de costumbre—, digo…, si no es mucho pedir…, es que la gente está al tanto de todo…, en todo se fija…, no tienen vida y no quieren que otros la tengan… Es un sobre grande, muy visible… ¡Ya sabes como es la gente! Mira, toma esto. —Y le colocó en la palma de la mano un apretado bultico de papel—. No… no lo rechaces, por favor, no lo tomes a mal, mira que yo puedo ser tu madre y nunca te ofendería. Lo que sí te pediría es que, si te llega un sobre como amarillo, así… un poco grande, dirigido a mi hijo Filiberto, no lo saques afuera donde la gente del barrio lo pueda ver. Tú sabes, del diablo son las cosas y la gente está muy pendiente.

Con el apretado billete en el bolsillo, el cartero continuó entregando la escasísima correspondencia que circulaba por entonces. Más tarde, en su casa, descubrió que aquella señora se había quitado diez pesos para evitar que a su hijo se le asociara con un sobre amarillo.

A medida que crecía el rumor popular sobre el sobre amarillo, se repetían las escenas de sigilo, verborrea imprecisa y propina adelantada. Ya fuera por interés personal o familiar, quienes se acercaban al cartero lo hacían con la misma cautela y movidos por el mismo interés en evitar que alguien supiera del sobre amarillo. Cada día era alguien nuevo, a veces más de uno, quien se acercaba a preguntar si había por fin llegado una carta muy importante para fulanito o menganita, un hijo, una sobrina, un nieto, una cuñada… Todos aprovechaban la pausa del cartero cuando aceptaba un vaso de agua fría o un buchito de café, para tocar el delicado tema. Protegidos del sol y de la vista de los vecinos indiscretos, la penumbra de la casa se convirtió en espacio de confesión con el cartero.

Para el verano de 1998, la relación de este con los vecinos había tomado visos de un raro entendimiento tácito. El cartero, sin saberlo, había entrado en el dramatis personaæde una representación colectiva donde reverberaban las relaciones políticas internacionales y el control del flujo migratorio entre Cuba y los Estados Unidos. Para entonces, al habitual saludo con que era recibido le seguía una cautelosa ceremonia en la que, tras mirar a un lado y otro, le preguntaban cautelosamente, “¿Nada?”. Era una pregunta cuya respuesta se sabía, “Nada”, respondía el cartero. La creatividad popular es muy efectiva a la hora de enmascarar, cubrir, codificar, disimular. Ese “nada”, que literalmente no quería decir nada, era una pequeña arca lingüística que encerraba la ansiedad de la espera y el temor a que la presencia del sobre amarillo delatara al destinatario de este.

El famoso sobre amarillo, que para muchos era “enorme”, no era más que un sobre “de Manila” (Manila envelope, en inglés) común y corriente, de los que se usan en las oficinas de los Estados Unidos. Pero, en el contexto de las carencias materiales de los años noventas en Cuba, no podía pasar inadvertido, pues no existía ninguno similar en la cultura material nacional. El sobre en sí manifestaba en su materialidad una comunicación con un “afuera” de la realidad del ciudadano común. Por eso se convirtió en una cuasi sacra entidad popular, a la que se le pedían milagros muy particulares.

Una contradicción casi mística envolvía al sobre amarillo, que debía llegar sin ser visto, anunciar su presencia y pasar inadvertido, estar presente y ausente, todo a la misma vez. Nada había sido tan anhelado y tan escondido al mismo tiempo y por la misma razón. El sobre era la evidencia material que denunciaba la intención del destinatario de abandonar el país. Su aspecto exterior permitía ubicar al remitente en la calle Calzada entre L y M. Pero, y he aquí la causa de la ansiedad y el secretismo, el sobre en sí no garantizaba la obtención de una visa. Aquello de “ganarse el bombo” era una exageración, pues la llegada del sobre solo garantizaba una cita para una entrevista en la Sección de Intereses, en la que el destinatario podía obtener o no la visa de entrada a los Estados Unidos. Es decir, el sobre no era garante de la posibilidad real de emigración.

Gracias al sobre amarillo surgió una complicidad secreta entre los vecinos de siempre y el cartero, que alejaría a los primeros entre sí. Particularmente en La Habana, ciudad de barrios densamente poblados, de ramilletes de vecinos en las aceras, de conversas en los portales y permanentes presencias en los balcones, el sobre y su secretismo marcaron el final de la década de los noventas. Unos celando de la presencia de otros, que siempre habían estado ahí, anhelando recibir el sobre y al mismo tiempo temiendo ser descubiertos en el acto.

Tengo que confesar que yo también tenía esas ansiedades y temores. La diferencia estaba en que no albergaba muchas esperanzas. Para mí era una lotería difícil de ganar y mi incredulidad hizo que nunca tomara precauciones con relación a los vecinos. Pero, un día de 1998, me llegó el sobre amarillo… A mí, que no lo creía posible y que no le había dado propina al cartero para que fuera discreto. Nunca supe quién lo vio y quién no. Y quizás para estas fechas ya todos los vecinos se hayan enterado.

Disco «Intercosmos» (carátula). 1980. EGREM. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

El 18 de septiembre de 1980, despegó del cosmódromo de Baikonur, en la entonces Unión Soviética, hoy Kazajistán, el cohete Soyuz 38. Se dirigía al complejo orbital Saliut 6 y llevaba a bordo al teniente coronel, piloto de la fuerza aérea cubana Arnaldo Tamayo Méndez y al astronauta soviético Yuri Romanenko, capitán de la nave. Ayer, 7 de junio de 2018, despegó de ese mismo cosmódromo el cohete Soyuz MS-09. Lleva a bordo a los miembros de la expedición número 56-57: la astronauta de la NASA Serena Auñón-Chancellor; Alexander Gerst, astronauta de la Agencia Espacial Europea (ESA), y Sergey Prokopyev, del programa Roscosmos. Se dirigen a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), a donde llegarán mañana viernes.

La estadounidense Auñón-Chancellor es de origen cubano. Su padre, nacido en Cuba, emigró a Estados Unidos en 1960, lo que convierte a esta cubanoamericana en el segundo astronauta de origen cubano en viajar al espacio. El programa «Levántate Cuba», de Televisión Martí, la entrevistó a inicios de esta semana, poco antes del despegue de la Soyuz MS-09. En la entrevista, concedida en inglés y doblada al español, Auñón-Chancellor explica, respondiendo a una pregunta de la presentadora Maite Luna sobre cuál era su comida favorita, que «mi familia me ha preparado platos cubanos como los que comemos en las fiestas». Eso, al menos, es lo que se escucha en off en español, seguido de una breve pausa en donde escuchamos a la astronauta decir, en inglés, «including frijoles negros», que la voz en off en español traduce como «así que llevo frijoles negros». La noticia, publicada en la página web de Martí Noticias, traduce:

«Mi familia me ha preparado platos cubanos (…) llevo frijoles negros», dijo riendo.

Es muy probable que Auñón-Chancellor no lleve frijoles negros al espacio y que, en realidad, solo se estuviera refiriendo a los platos cubanos que suele comer con su familia, que es justamente lo que Maité Luna le había preguntado. Sin embargo, la noticia de que una astronauta cubanoamericana llevaría frijoles negros al espacio, que puede leerse solamente en las páginas de Televisión Martí y Martí Noticias, ha sido aplaudida por los cubanos en las redes sociales.

También, casi cuatro décadas atrás, el disco “Intercosmos” producido por los Estudios de Grabaciones EGREM con dirección y producción musical de Vicente Rojas Salermo y Reynaldo Fernández Pavón, instrumentales de Vicente Rojas (“Hermanos en la hazaña”, tema del documental homónimo) y Juan Pablo Torres (“Andromedason”) –este último interpretado por el Grupo Algo Nuevo– y canciones de Silvio Rodríguez (“En el jardín de la noche”), Juan Formell para Los Van Van (“Vuela la amistad”), Oscar Domenech para el Cuarteto Yo, Tú, Él y Ella (“Brilla mucho más”) y Las D’Aida (“En el espacio sideral”), José López López para Los Latinos (“Camino al porvenir”), Osvaldo Rodríguez para los 5 u 4 (“El hombre que anda”) y Aldo Baqueros para Los hermanos Bravo (“Un saludo desde el cosmos”) llevó, aunque solo figurativamente, algunos elementos de la gastronomía cubana al espacio.

Este disco de carátula de doble tapa que presenta el vuelo de la Soyuz 38 como un “nuevo triunfo de las ideas del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario” incluye las siguientes letras:

“En el jardín de la noche”

Por Silvio Rodríguez

En el jardín de la noche hay una rosa, luminosa,
que me mira fijamente a los ojos,
parpadea y me quiere decir cosas,
tantas cosas que no sé, que no sé.

Y es cuando alargo los brazos
para llevarle mis manos tan abiertas
que casi me siento llegar con el pie.

Pero yo, quiero ser de noche el dueño
de los ojos, de la altura,
y he de fundir la montura para galopar mi sueño.

Volaré, tengo que domar el fuego
para cabalgar seguro en la bestia de futuro
que me lleve a donde quiero.

En el jardín de la noche hay una rosa, luminosa,
que me mira fijamente a los ojos,
parpadea y me quiere decir cosas,
tantas cosas que no sé, que no sé.

Y es cuando alargo los brazos
para llevarle mis manos tan abiertas
que casi me siento llegar…

Volaré, volaré al jardín del cielo,
en un pájaro violento, en un corredor del viento,
en un caballo de fuego.

Volaré, quiero ser de noche el dueño
de los ojos de la altura, y he de fundir la montura
para galopar mi sueño.

***

“Vuela la Amistad” 
Por Van Van

La amistad, como (¿?) se echó a volar
con las alas de la libertad.
La hermandad de los pueblos conquista el cielo
y crece, crece sin parar.
Crece sin parar.
La hermandad de los pueblos conquista el cielo
y crece, crece sin parar.

Vuela la amistad.
Soviéticos y cubanos unidos al cosmos van.
Vuela la amistad.
Vuela Cuba, vuela Vietnam. Son principios de hermandad.
Vuela la amistad.
La bandera de mi Cuba soberana en el cosmos está.
Vuela la amistad.
La hermandad de los pueblos conquista el cielo y crece sin parar.
Vuela la amistad.
(Bis).

***

“Brilla mucho más” 
Por Cuarteto Yo, Tú, Él y Ella

La que llevaron a caballo los mambises,
la que cumplió el camino de la libertad,
la de las franjas y la estrella solitaria,
esa es mi bandera, y en el cosmos está.

En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.

La de la marcha del pueblo combatiente.
Simboliza el valor, la dignidad.
La que, hermanada con la insignia de otros pueblos,
ha defendido la justicia y la igualdad.

En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.

La que se honra en volar junto a mi enseña,
la de la patria de Gagarin, que nos da
todo su amor y su calor, todo su ejemplo
en la lucha por el progreso y la paz.

En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
En el cosmos está, por el cosmos va.
Desde las alturas brilla mucho más.
(Bis).

***

“Camino al porvenir” 
Por Los Latinos

Internacionalistas somos, compartimos como hermanos
en nave espacial, al cosmos, soviéticos y cubanos.
Regocijo y emoción sentimos todos por eso,
por nuestra revolución, vamos camino al progreso.
Mantendremos la amistad soviéticos y cubanos
y la solidaridad de nuestros pueblos hermanos.
Mantendremos la amistad soviéticos y cubanos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Internacionalistas somos, al mundo lo demostramos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Y vamos todos los pueblos que luchamos por la paz
camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Qué regocijo y emoción sentimos por todo eso.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
En nave espacial al cosmos, soviéticos y cubanos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Camino al progreso vamos, luchando por la igualdad.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Unidos, hacia el futuro, soviéticos y cubanos.
Camino al progreso, soviéticos y cubanos.
Que viva la libertad de los países hermanos.
Camino al progreso soviéticos y cubanos.

***

“El hombre que anda” 
Por Los 5 u 4

Trabajo es tiempo, tiempo es espacio,
ciencia es el hombre que anda despacio.
Sin la sapiencia de un buen maestro
no habría experiencia de alumno diestro.

Boris Petrov calló su voz
cuando más alta y fuerte vibró.
Cuando su vida nos enseñó
que ser hermano es igual a dos,
que no hay riqueza ni ambición mayor
comparable a sentir el amor.

Y hoy es el eco, palabra inmortal,
de lo que fue su mayor ideal.
Erguida Cuba, orgullosa, moral,
porque hay un vuelo conjunto espacial.

Boris Petrov calló su voz
cuando más alta y fuerte vibró.
Cuando su vida nos enseñó
que ser hermano es igual a dos,
que no hay riqueza ni ambición mayor
comparable a sentir el amor.

Y hoy es el eco, palabra inmortal,
de lo que fue su mayor ideal.
Erguida Cuba, orgullosa, moral,
porque hay un vuelo conjunto espacial.

***

“En el espacio sideral” 
Por Las D’Aida

En el espacio sideral se oye un sonido, y no es normal.
Es como un güiro y un timbal, es como un güiro y un timbal.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.

En el espacio sideral hay un olor, no es peculiar.
Es a guarapo y a tamal, es a guarapo y a tamal.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.

Por el espacio sideral vuela algo raro, ya verás.
Con boina verde va un caimán. 
Con boina verde va un caimán.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.
Es algo nuevo, pronto lo sabrás.

En el espacio sideral hay dos objetos a observar,
La guayabera, la palma real.
La guayabera, la palma real.
Ay, ¿qué será? Ay, ¿qué será?
No me preguntes, te lo digo ya.
No me preguntes, te lo digo ya.
No me preguntes, te lo digo ya.

Patria o Muerte, Venceremos, que Cuba en el cosmos está.
Es que Cuba en el cosmos está.
Caballero, no hay problema, Cuba llegando ya está.
Es que Cuba en el cosmos está.
Todos los países del mundo por la paz y la amistad.
Es que Cuba en el cosmos está.
Patria o Muerte. 
¿Cómo?
Ahí llegó el socialismo, por la paz y la amistad.
Es que Cuba en el cosmos está.
Todos los países del mundo, con solidaridad.
Es que Cuba en el cosmos está.
Caballero, no hay problema, que Cuba llegando está.
Es que Cuba en el cosmos está.
No me pregunten, caballero, que Cuba en el cosmos está.
Es que Cuba en el cosmos está.

***

“Un saludo desde el cosmos” 
Por Los hermanos Bravo

Salimos del yugo cruel 
hace apenas una veintena; 
eliminamos las penas 
que trae el capitalismo; 
construimos el socialismo 
como lo enseñó Fidel.

Con gran esfuerzo logramos
junto a la URSS ir al cosmos,
con el (¿?) hermanos
a los pueblos saludamos.

Prueba de internacionalismo,
de igualdad y de hermandad,
de la solidaridad,
eso es el socialismo.
Por eso ahora arrollamos,
por el éxito obtenido
Encima del mundo andamos y
Junto a nuestros amigos,
Desde el cosmos saludamos
a nuestros pueblos hermanos.
(Bis).

Encima del mundo andamos
Y junto a nuestros hermanos.
Desde el cosmos saludamos.
Desde el cosmos saludamos
a nuestros pueblos hermanos.

A nuestros pueblos hermanos,
Desde el cosmos saludamos.
Desde el cosmos saludamos
a nuestros pueblos hermanos.

(Bis).

Disco "Intercosmos" (interior)

Disco «Intercosmos» (interior). 1980. EGREM. Regalo de Sergio Valdés García. Colección Cuba Material.

h/t: Agradezco a Sergio Valdés García por los materiales gráficos.

He tomado algunas ideas de este texto del ensayo «Una plantilla de zapatos y el Vuelo Espacial Conjunto Soviético-Cubano, un pequeño relato», que formará parte del catálogo de la exposición El fin del gran relato, curada por Henry Erick Hernández.

***

La entrada «Former Bomber Commander, Second European ISS Skipper and Cuban-American Flight Surgeon Prepare for June Launch to Space Station» publicada en el blog AmericaSpace, refiere que Auñón-Chancellor, en efecto, consideró llevar algo de la gastronomía cubana a la ISS, pero nada más se ha dicho con relación a eso. Lo que sí aseguró la astronauta, antes del vuelo, es que llevaría consigo el estandarte del instituto preuniversitario al que su padre asistió en La Habana:

An engineer and flight surgeon by education, Auñón-Chancellor is the daughter of Dr. Jorge Auñón, a Cuban exile who came to the United States in 1960. As a result, she will become only the second person of Cuban ancestry to fly into space, almost four decades after Arnaldo Tamayo Méndez launched aboard Soyuz 38 to the Salyut 7 orbital station in September 1980. She plans to take a banner from her father’s Havana high school, but admitted to Michael Galindo that she was “still working on” plans to get some bite-sized Cuban food to take to the ISS.

***

Buscando en internet una entrevista que Tamayo Méndez diera a su regreso a la Tierra donde, creo recordar, hablaba de los deseos que tenía de beber pru oriental (h/t: Emilio Garcia Montiel), una bebida típica del oriente de la isla (el astronauta nació en la provincia de Guantánamo), tropiezo con un prontuario de términos usados en el centro del país para referirse a la coctelería más reciente de inspiración popular, publicado en el numero 68 de la revista Signos:

Vueloconjunto. Esta palabra o expresión corresponde a una fórmula de cali- dad no recogida por norma técnica alguna. Es un producto que se prepara con proporciones variables de alcohol (preferiblemente etílico fino o clase A), mezclado con un poco de ron añejado o ron madre. Por ejemplo, la dosis exacta es: a una caneca de alcohol a 93 grados se le añade 1⁄2 caneca de ron madre y de 2 a 21⁄2 canecas de agua al gusto para un rendimiento aproximado de 11⁄2 botella del preciado Vueloconjunto. Este producto es de los más demandados en el mercado negro. Su denominación nace de un importantísimo hecho histórico para Cuba, acaecido en el 19 de septiembre de 1980: se trata del primer vuelo cósmico conjunto del soviético Yuri Romanenko y el cubano Arnaldo Tamayo, uno blanco (el soviético) y uno negro (el cubano), metáfora del alcohol incoloro con la coloración oscura de los añejos.

En lugar de ser la gastronomía o coctelería cubanas las que incursionan (metafórica o realmente) en el «espacio sideral», es el programa de la conquista del cosmos el que deja su marca en la gastronomía y coctelería cubanas. Nada más y nada menos que en un menjunje etílico que serviría, si acaso, para ayudar a olvidar.

Exposición Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood

Exposición Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood

Exposición Pioneros: Building Cuba’s Socialist Childhood, inaugurada el 17 de septiembre de 2015 en la Arnold and Sheila Aronson Galleries de Parsons School of Design, curada por María A. Cabrera Arús y Meyken Barreto.

Fragmento del texto que escribí imaginando un futuro museo del socialismo cubano para Beyond the Sugar Curtain: Tracing Cuba-Us Connections Since 1959. ¡Anímense a donar objetos o documentos desde ahora mismo!

Todos los recuerdos que poseo de la casa de mis abuelos, la que fuera a inicios de siglo una casona de arquitectura ecléctica en el barrio El Vedado, se relacionan con la increíble cantidad de trastos que guardaba. Mi generación, la que nació en la década de los años setenta, y todas las que le siguieron, creció en un entorno material doméstico que, antes de volverse ruinas, se había llenado de tarecos. Objetos en desuso, rotos, inservibles, gastados, mutilados, se guardaban en espera de una “segunda vuelta” en que pudieran servir para reemplazar, completar, reparar o simplemente “inventar” una nueva materialidad, solución temporal a la siempre predominante escasez.

La relación de los cubanos con el mundo material comenzó a cambiar en el mismo año 1959, cuando el nuevo gobierno impuso un arancel a las importaciones de artículos de lujo. Un giro de tuercas mucho más dramático lo constituyó, sin dudas, el racionamiento de una serie de artículos alimenticios de primera necesidad decretado en 1962 para hacer frente a la escasez que resultó de la mala administración socialista. Al año siguiente, se crearon las Oficinas de Control de Abastecimientos, conocidas como OFICODAs, y se decretó el racionamiento de una serie de productos no alimenticios, de factura industrial, que pasaron a adquirirse mediante cupones distribuidos en los centros de trabajo o, en su defecto, por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que existían ya en cada vecindad.

Desde entonces, con el mismo entusiasmo con que se habían dado a celebrar el triunfo de la Revolución Cubana, la Concentración Campesina del 26 de julio de 1959, la victoria de Playa Girón el 21 de abril de 1961, los carnavales que cada año reciclaban carrozas y serpentinas; el mismo entusiasmo con que celebrarían también la inauguración del Pabellón Cuba y de los mosaicos de La Rampa en 1963, el Salón De Mayo en 1967, el primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1975 o el regreso a tierra, el 10 de octubre de 1980, del módulo de aterrizaje de la nave espacial Soyuz-38, tripulada por el primer cosmonauta cubano, los residentes de la isla se dedicaron a guardar todo lo que creían que en algún otro momento podrían necesitar. Tres décadas bastaron para almacenar una considerable cantidad de objetos antes de que la crisis económica causada por la caída del campo socialista a partir de 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1992 obligara a echar mano de estas reservas materiales.

Desde el año 2012, la colección Cuba Material y el archivo digital homónimo se dedican a recuperar y preservar la cultura material que sobrevivió al período postsoviético, en el que los habitantes de la isla consumieron casi todo lo que habían guardado durante las décadas previas. Se trata de una colección de objetos que fueron guardados por su valor sentimental o aval político, porque aún continuaban en funcionamiento o porque de tanto atesorarlos para cuando las cosas se pusieran peor—así de avieso se presentaba el futuro—terminaron perdidos o sepultados entre otros tarecos, en los rincones más remotos de los closets y barbacoas. . . .

Leer texto completo en la edición no. 3 de Beyond the Sugar Curtain: Tracing Cuba-Us Connections Since 1959.

jarro plastico

jarro plastico

Jarro plástico, producido por EPSA (Empresa Comandante Pedro Sotto Alba). Hecho en Cuba. Colección Cuba Material.

En el enlace siguiente puede descargarse el texto que el escritor y ensayista Antonio José Ponte leyó en la Universidad de Nueva York (NYU) en el 2013, cuando ocupaba la cátedra Andrés Bello del King Juan Carlos I of Spain Center. El texto, del que he copiado unos fragmentos, fue publicado por la revista EmisféricaNo tenemos recetas para los alimentos del futuro:

«Muy buenas, amigos televidentes. Con ustedes una vez más, como siempre, ‘Cocina al minuto’ con recetas fáciles y rápidas de hacer». Este saludo no es mío. Pertenece al comienzo de un longevo espacio de la televisión en Cuba. Lo pronunciaba Nitza Villapol. Pero ya dicho, puedo darles a ustedes las buenas tardes, y agradecerles que estén aquí. Y agradecer, una vez más, al King Juan Carlos I de Spain Center por darme la oportunidad de hablar ante ustedes.

En 1997, la publicación de un libro me hizo viajar por primera vez desde La Habana a Miami. Mi libro se ocupaba de la gastronomía cubana, aunque extendía los ejemplos más allá del caso nacional, hasta sociedades que atravesaban escasez y racionamientos de víveres, países en guerra o en posguerra. No se ocupaba exclusivamente de secretos nacionales, puesto que en la Cuba bajo régimen revolucionario habíamos llegado a preparados semejantes a los del París sitiado de la guerra franco-prusiana o a los de la Barcelona de la guerra civil. Las carencias cubanas podían encontrar semejanzas en ejemplos de los diarios de Virginia Woolf durante los bombardeos o en un apunte londinense del poeta italiano Eugenio Montale ante el escaparate de un comercio, durante las restricciones de posguerra.

Las comidas profundas era un librito sobre la imaginación cubana al comer, acerca de la imaginación puesta en aprietos a la hora en que faltan los ingredientes. No se trataba de un libro de recetas (aunque aparecen las instrucciones para fabricar un bistec de frazada) sino, más bien, un recuento de forrajeos y trapicheos, acerca de cómo el cubano sustituía con tal de comer. De cómo no encontraba un ingrediente y lo suplía por otro, de cómo fabricaba por aproximación.

Editado por el pintor Ramón Alejandro y con dibujos suyos, en sus páginas cabía la nostalgia, el anhelo por las comidas perdidas, y eso fue lo primero que percibieron los amigos y conocidos a los que me fui encontrando. De manera que me llovieron las invitaciones a restaurantes y fondas miamenses. Y no solo por el tema del libro, sino también porque también yo llegaba de Cuba y había que calmarme a toda costa el hambre vieja.

Así que emprendimos, mis viejos y nuevos amigos y yo, excursiones antropológicas hasta la friturita de malanga o el batido de anón. Y un mediodía me encontré almorzando en unos bancos rústicos a la sombra de unos árboles, alrededor de una casa semejante a un bohío pero que llevaba el nombre de «Palacio de los Jugos». Aquel palacio se alzaba junto a una autopista y entre los árboles podían distinguirse las cúpulas de una iglesia ortodoxa rusa. El lugar, con todas aquellas intersecciones, parecía quedar en un sueño o en un párrafo novelístico de Severo Sarduy. En él se intersectaban tantas líneas de la historia cubana: la choza de los primeros pobladores, la idea de un dios estadounidense—la carretera—y la idea de otro dios, eslavo, al que apelaban aquellas cúpulas en forma de cebolla.

Tantas intersecciones habían producido allí un punto de altísima concentración donde podían encontrarse todas o casi todas las comidas que hubiéramos dado por perdidas. Allí estaban, a un centenar de millas del país, las comidas con que soñaban los cubanos de la Isla. El exilio era, entre muchas otras cosas, una reserva gastronómica: la tierra de los ingredientes salvados y de las recetas que no se olvidan.

En Miami, entre cubanos, cualquier visitante habría estado expuesto a hospitalidades semejantes, más aun el autor de un libro dedicado a la cocina nacional. Y, puesto que en las sobremesas hablábamos de platos y llegábamos a detallar su modo de confección, no tardó en mencionarse el nombre de Nitza Villapol, que había cocinado delante de las cámaras de televisión, antes y después de 1959, en la abundancia pero también en la escasez. Y me hicieron ver en muchas casas, entre los potes de especias o encima de un refrigerador, las copias de Cocina al minuto que atesoraban.

A partir de aquellos ejemplares del recetario de Nitza Villapol habría podido fecharse la salida al exilio de cada uno de esos amigos y conocidos. No es que hubieran cargado con el libro como Eneas cargó con Anquises y los penates al salir de Troya, sino que, lejos ya de Troya, se dieron a la búsqueda de un ejemplar que fuese exactamente la misma edición por la que alguna vez se guiaran. Pues Nitza había publicado sus recetas bajo ese mismo título durante más de cuatro décadas, y mientras unos cocinaban guiándose por la primera edición de su obra, que era puntillosa en especificidades, otros lo hacían por las menos exigentes ediciones posteriores.

Cada cubano metido a cocinero tenía en Miami su Nitza Villapol. Aquellos ejemplares eran, en su mayoría, ediciones piratas o simples fotocopias. De manera que si dentro del país sustituíamos para comer, en el exilio se fotocopiaban instrucciones. La cocina cubana se salvaba gracias a la sustitución y la fotocopia.

(…)

«Las cosas empezaron a faltar», recordó en Con pura magia satisfechos. El documental, dirigido por Constante Diego, Adriano Moreno, Iván Arcocha y otros, es de 1983. Antes de que terminara esa década Nitza Villapol aprendería a no hablar de carencias en pasado y volvería a testimoniar desapariciones. «Las cosas empezaron a faltar»: la frase podría ser el comienzo de una historia de terror, de una novela de fantasmas. «Unas faltaron de pronto», se le escucha en el documental, «y otras faltaron poco a poco. Lo primero, así, notable, que faltó, fue la manteca, la grasa».

Permanecer en Cuba la hizo única. Se esfumaron sus competidoras: habría que rastrear cada una de esas historias personales. «Yo no cambio el privilegio de haber trabajado en estos últimos 22 años por nada en el mundo», reconoció en 1983. Escritora, directora, guionista y conductora televisiva, se vio obligada entonces a una cocina despojada, frugal y sin adornos. Intentó componer, a partir de muy pocas existencias, el rancho más sabroso.

Nitza Villapol hizo tres cuartos de su carrera profesional en puro páramo. Fue ascética, pero también imaginativa. Abogó por un régimen de sustituciones, dado a las metáforas, y emprendió un arte hecho de atajos y de trucos. Los nuevos tiempos la hicieron cambiar su método de trabajo. «Sencillamente, invertí los términos», confesó. «En lugar de preguntarme cuáles ingredientes hacían falta para hacer tal o cual receta, empecé por preguntarme cuáles eran las recetas realizables con los productos disponibles.»

Hizo la cocina por la que abogan hoy tantos maestros: cocina de estación. Aunque con la salvedad de que ella trabajaba en una estación única e interminable: no verano o primavera, otoño o invierno, sino estación de la crisis.

Debió soportar, junto a la economía estatal centralizada, los prejuicios del cubano al comer. Que pueden ser numerosos, como reconocieron tantos visitantes extranjeros y como puede leerse, por ejemplo, en un libro que escribiera Ernesto Cardenal luego de su visita a Cuba en 1970. El poeta y sacerdote nicaragüense hizo notar cuántos frutos eran desaprovechados al no entenderlos como alimentos para el hombre. Mientras el país vivía una crisis de abastecimiento, mucho de lo que se comía en tierras vecinas no era considerado comible por los cubanos.

«Cocina al minuto» enseñó a la teleaudiencia lo que ciertas cocinas latinoamericanas hacen con las cáscaras del plátano verde: una suerte de ropa vieja vegetal o falsa vaca frita. Dio a conocer nuevas adquisiciones de la acuicultura, como la tilapia. Recurrió al sofrito con agua en lugar de grasa, al picadillo de gofio y no de carne, a los huevos fritos en agua o leche o tomate. Insistió en la tortilla de yogurt porque no había otra cosa que echarle a los huevos batidos. Pero es falso que Nitza Villapol enseñara a hacer bistec de una frazada de limpiar el piso, y tampoco es suya la receta de la pizza de condones derretidos en lugar de queso. Las aberraciones de su culinaria, si las tuvo, no llegaron a lo indigerible.

Se ha dicho que ella integró la comisión que estableció las dosificaciones de la libreta de racionamiento. La acusación (porque se trata de una acusación) tiene base: Nitza debió ser consultada en tanto nutricionista. Ella pudo entender como justa aquella solución: las carestías no iban a significar desigualdades sociales, y con el esfuerzo de todos iba a alcanzarse la prosperidad que prometían los clásicos del marxismo.

La mayor parte de su vida profesional transcurrió bajo sospecha de apuntalar al régimen revolucionario y de justificarlo con la confección de sus platos. Conformista como fue (todo cocinero de estación es conformista), la acusaron de complicidad con el desabastecimiento. Aunque en este punto ella demostró mayor responsabilidad que las autoridades políticas.

Cierto que compartió el optimismo de la propaganda oficial, pero no trampeó. Quien quisiera hacerse por aquellos años una idea exacta de la economía del país habría hecho mejor en atender a «Cocina al minuto» que a los noticieros televisivos y cinematográficos. Pues, mientras estos últimos mostraban cosechas exitosas que muy dudosamente llegarían a los mercados, Nitza ponía al fuego estrictamente aquello que su ayudante Margot Bacallao veía descargar de los camiones de distribución.

(…)

Resulta interesante comparar las distintas ediciones del recetario Cocina al minuto. Comparar, por ejemplo, una edición prerrevolucionaria y una posterior a 1959. Salta enseguida a la vista que la economía del nuevo régimen simplifica o hace imposibles las maneras anteriores. De una a otra edición desaparecen las especificidades, las marcas y los patrocinadores. Los huevos que exigen las recetas dejan de ser de La Dichosa, el arroz no es Gallo, el aceite no va a ser más de El Cocinero. Unos años después de 1959 no existe más que un productor y una marca: el Estado. Huevos, arroz y aceite cobran la calidad de los arquetipos. Y, dada su inalcanzabilidad, la calidad de los arquetipos platónicos.

A juzgar por el lenguaje utilizado, en esta nueva época ningún producto parecería obtenible mediante compraventa. Lo dan por la libreta de racionamiento, viene a la bodega. Lo dan: como si no fuera en venta, sino una donación benevolente. Viene a la bodega, como si el artículo tuviese autonomía de movimientos. La nueva economía logra que la comida entre en el ámbito de lo milagroso. Un litro de aceite comienza a ser algo así como un dios rubio que baja a la tierra. El país parece abastecerse en un tiempo desprovisto de conexión con el dinero. Es la emulación socialista entre brigadas lo que crea la comida, es el trabajo sin retribución alguna, voluntario, el que va a construir el socialismo.

Después de 1959, muchos ingredientes de aquellas primeras ediciones de Cocina al minuto parecían escritos en una lengua muerta indescifrable. Nitza debió desprenderse de ellos como si se tratara de detalles accesorios, de majaderías de la erudición culinaria. Tachó, con tal de reeditarse. Y agregó a las reimpresiones de sus recetas un ingrediente con el que antes no contaban: la ideología política. El lugar de la publicidad comercial empezó a ser ocupado por la propaganda de Estado. Y dispuso como epígrafe de las nuevas ediciones esta frase de Friedrich Engels: «trasguean las tradiciones en la mente de los hombres».

Se trata de un Engels oblicuo, no muy canónico, un Friedrich Engels casi hermanos Grimm, que habla de duendes hogareños. Pero lo importante (como sabía todo el mundo) era traer a cuento, por la razón que fuera, a tan pesante autoridad. La frase de Engels era como el sellito de Kim Il Sung en la solapa del traje que se vistiera. Que quien entrara a la cocina distinguiera a la entrada la inscripción de ese nombre. A lo que habría que añadir las declaraciones políticas puestas en el prólogo del libro.

Las ediciones prerrevolucionarias de Cocina al minuto se abren con páginas de publicidad comercial. Contienen dibujos de Raúl Martínez, quien luego será traductor de la iconografía revolucionaria al pop art, cultivador de un despecífico pop en el que figuran los retratos seriales de Fidel Castro o de Ernesto Guevara. La introducción en esas ediciones anteriores a 1959 brinda consejos acerca de cómo combinar un menú y ofrece propuestas de menús para dos semanas.

La edición de 1980 conserva ese prólogo, aunque le antepone uno más extenso e historicista y suprime las propuestas de menús. Evidentemente, a comienzos de la tercera década de la era revolucionaria resulta arriesgado ofrecer pronósticos económicos incluso para un par de semanas. Y un listado de menús dejaría ver la pobreza y monotonía reinante. Descartados las propuestas de menú y los reclamos comerciales, iban a suprimirse también los dibujos de Raúl Martínez entre receta y receta. Cocinar y comer se había hecho un ejercicio grave, de adustez.

Los libros de recetas culinarias tratan, no importa cuál sea su fecha de publicación, de seducir a los sentidos. Prometen delicias, abren el apetito, empujan al consumo. Si un eufemismo llama a las obras de literatura erótica «libros de una sola mano», los libros de culinaria podrían ser llamados «libros de las muchas puertas». Porque hojearlos inclina a abrir estantes, anaqueles, despensas, refrigeradores, neveras, hornos y microwaves.

Desde sus inicios, Nitza Villapol se preocupó poco de lo placentero. Fáciles y rápidas de hacer, avisaba de sus recetas al inicio de cada emisión televisiva. No apetitosas, no sabrosas. No había adjetivo alguno que apuntara al apetito. Las fórmulas de Cocina al minuto se preciaban de velocidad y viabilidad. Como si el móvil en sus comienzos, la necesidad de comprarse de un automóvil, dictase aquellas obsesiones. Como si el disgusto por tener que cocinar hiciera apurar el paso y salir pronto de allí.

Incluso las ediciones prerrevolucionarias de su recetario apelaban, antes que a una vida de goce, a una vida de correcta nutrición. Nitza no dejó por escrito demasiadas muestras de su entusiasmo por la comida. Si algún júbilo tuvo venía de un equilibrio vitamínico antes que de una consistencia o un sabor. Fue una maestra severa, había en ella poco de gustosa. Y en sus introducciones y recetas no hay que buscar más que simple prosa comunicativa: Nitza Villapol no es M. F. K. Fisher.

De todo lo anterior puede conjeturarse que no le costara demasiado pasarse al sermón político. En la edición de 1980, su libro agrega razones históricas a las razones nutricionistas. Una nueva introducción recorre la historia nacional de los alimentos. Y comienza por la afirmación de que los primeros habitantes del país habían alcanzado una cultura elevada en materia de alimentos, cultura que los conquistadores españoles no supieron aquilatar. Cocina al minuto se hacía, pues, anticolonialista. Con tal de acusar al imperio español, su autora inventaba para Cuba los refinamientos de un imperio azteca o inca. Para hacer ver la tremenda soberbia de los conquistadores, adjudicaba a siboneyes y taínos la cultura que no tuvieron nunca.

Cocina al minuto se hacía antimperialista al detallar los males del intercambio económico con Estados Unidos. La industria porcina yanqui (así la llama Nitza Villapol) separaba la carne de cerdo y sus derivados para la población estadounidense y dejaba a los cubanos la manteca. «Éstos», dice Nitza de los estadounidenses, «conocedores del valor de la carne de puerco como fuente de proteína, de alta calidad, y de vitamina B-1, vendían a Cuba, un pueblo casi analfabeto y por lo tanto en gran medida desconocedor de estas cuestiones de alimentación, y a sus gobernantes de turno nada interesados en la salud popular, una buena parte de la manteca que no consumían. Así, sin saberlo, el cubano contribuía a que sus explotadores pudieran comerse la carne de puerco y sus derivados como perros calientes, jamón, jamonada, etcétera».

En este esquema histórico, los cubanos comían sobras como esclavos domésticos, y la economía estadounidense invadía el país con manteca de cerdo, como si se tratara del agente naranja. Nitza Villapol responsabilizaba al bloqueo (por embargo) estadounidense de todas de las carencias que existían en Cuba.

Cocina al minuto se hacía antimperialista, aunque sabía distinguir entre imperios. Condenaba al español y al estadounidense, pero cantaba las alabanzas de la harina de trigo y la amistad soviética. «Símbolo de alimento desde que el hombre comenzó a cultivar cereales, es para nosotros también una parte de la eterna deuda de gratitud hacia el pueblo de la Unión Soviética y otros países de la comunidad socialista que en los momentos más difíciles tendió su mano amiga».

Todo el que haya frecuentado recetarios sabe que, en su mayoría, son organizados a la manera de un menú, desde los aperitivos y entrantes hasta los postres y licores. El orden de un recetario es el mismo de una carta de restaurante, aunque más frondoso. Cocina al minuto, que en sus primeras ediciones podía leerse de esa manera, presenta luego una ordenación muy diferente. Comienza, no por los aperitivos, sino por las recetas de arroz, el plato base del comer cubano, y concluye, no en los postres, sino en diversas recetas de ajiaco. Se trata de una muy extraña cena, capaz de servir un sopón a continuación de lo almibarado.

La explicación de estas transformaciones reposa en ese nuevo ingrediente con que cocina Nitza Villapol, la ideología. Friedrich Engels y la alabanza soviética, el discurso tercermundista y la teleología nacional. El ajiaco, pieza central en ese discurso de la nación que se conforma, viene de una conferencia de 1939 de Fernando Ortiz, Los factores humanos de la cubanidad. En ella Ortiz había sostenido que Cuba era, como nación, un ajiaco:

La imagen del ajiaco criollo nos simboliza bien la formación del pueblo cubano. Sigamos la metáfora. Ante todo una cazuela abierta. Esa es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos… Cazuela singular la de nuestra tierra, como la de nuestro ajiaco, que ha de ser de barro y muy abierta. Luego, fuego de llama ardiente, y fuego de ascua y lento, para dividir en dos la cocedura… Y ahí van las sustancias de los más diversos géneros y procedencias. La indiada nos dio el maíz, la papa, la malanga, el boniato, la yuca, el ají que lo condimenta y el blanco xaoxao del casabe… Los castellanos desecharon esas carnes indias y pusieron las suyas. Ellos trajeron, con sus calabazas y nabos, las carnes frescas de res, los tasajos, las cecinas y el lacón… Con los blancos de Europa llegaron los negros de África y éstos nos aportaron guineas, plátanos, ñames y su técnica cocinera. Y luego, los asiáticos, con sus misteriosas especies de Oriente… Con todo ello se ha hecho nuestro ajiaco… Mestizaje de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas. Caldo denso de civilización que borbollea en el fogón del Caribe.

Siguiendo esta observación, Nitza Villapol fija el nacimiento de la cocina cubana en el momento en que el cocido español pierde en Cuba los garbanzos y se convierte en ajiaco. Fernando Ortiz propone una metáfora y Nitza la data históricamente. Según ella, existe una cocina cubana desde que existe ajiaco, desde que el cocido español pierde sus garbanzos. El ajiaco es, en los fogones, el grito independentista de La Demajagua.

Cocina al minuto reserva sitio de culminación al ajiaco porque es recetario interesado en justificar un nacionalismo, no en planear simples cenas. En sus reencarnaciones posteriores a 1959, el libro de Nitza Villapol intenta una teleología no muy distinta a la de Cien años de lucha, el discurso que Fidel Castro pronunciara el 10 de octubre de 1968. Teleología no muy distinta a la de Ese sol del mundo moral, el volumen donde Cintio Vitier historiara una ética de la nación. (…)

Armónica Victory. Hecha en China. Regalo de Yasiel Pavón. Colección Cuba Material.

Cuando salió de Las Tunas hacia Estados Unidos, en los tempranos años noventa, tenía muy pocas cosas que llevarse. Entre los dos o tres recuerdos y pertenencias con los que pudo o quiso cargar, estaba su vieja armónica. Aunque tenía parte de la pintura gastada y en algunas esquinas se veía abollada, conservaba el aura de lo exótico, del blues y el rock & roll del país en donde viviría.

Yo nunca tuve una, pero siempre añoré tener una armónica. Se me hacía tan «de afuera» como los «pitusas» y los «popis».

Brochure de la exposición anual de Mesas para Pascuas

Brochure de la exposición anual de Mesas para Pascuas auspiciada por la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana. 1960. Colección Cuba Material.

Antonio José Ponte en Diario de Cuba, ¿Quién va a comerse lo que esa mujer cocina?:

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Hace quince años, la publicación de un libro relacionado con la gastronomía me hizo viajar desde La Habana a Miami. Las comidas profundas era un libro acerca de la imaginación cubana al comer, cuando faltaban ciertos ingredientes. No se ocupaba exclusivamente de secretos nacionales: en la Cuba bajo régimen revolucionario llegamos a preparados semejantes a los del París sitiado de la guerra franco-prusiana o de la Barcelona de la guerra civil. Las carencias cubanas podían encontrar linaje cosmopolita en los diarios de Virginia Woolf durante los bombardeos o en un apunte de Eugenio Montale ante el escaparate de un comercio londinense, en medio de las restricciones de posguerra.

El cubano y cualquier otro vecino (escribí en una de sus páginas) sustituye con tal de comer. No encuentra un ingrediente y lo suple por otro, fabrica aproximadamente, a la medida de sus deseos. Esas sustituciones podían partear monstruos, como el bistec de cáscaras de toronja. En mi libro podía hallarse, vuelta a contar después de Apollinaire, la historia del enamorado que, metido en una apuesta, se hacía cocinar un zapato femenino y lo devoraba. O la leyenda de un par de balletómanos que hacían lo mismo con las zapatillas de una ballerina adorada.

Podía considerarse como un libro de recetas monstruosas, de despropósitos culinarios. En sus páginas cabía la nostalgia, el anhelo por comidas perdidas, y eso fue lo primero que percibieron los amigos y conocidos a los que fui encontrando. De manera que me llovieron las invitaciones a restaurantes y fondas.

Excursiones antropológicas hasta el batido de anón o la fritura de malanga eran un modo de resarcirme por haber escrito aquello. A un centenar de millas del país dejado atrás, podía dar con todos los alimentos que soñaban los cubanos de la Isla. El exilio era, entre otras cosas, una reserva gastronómica. La tierra de los ingredientes salvados y de las recetas que no se olvidan.

Tanteos y tanteos habían hecho posible que las frutas fueran aproximándose a como saben las frutas de la tierra. (La cocina de los exiliados es asintótica: una curva con promesa de coincidir, pero en el infinito.) En Miami, entre cubanos, cualquier otro visitante habría estado expuesto a parecidas hospitalidades, más aun el autor de un libro dedicado a la cocina.

Hablamos de recetas en las sobremesas, hablamos de recetarios, y no tardó en mencionarse a Nitza Villapol, que había cocinado delante de las cámaras de televisión, antes y después de 1959, en la abundancia pero también en la escasez. Y me hicieron ver entonces, entre los potes de especias o encima de un refrigerador, las copias de Cocina al minuto atesoradas.

A partir de aquellos ejemplares habría podido fecharse perfectamente la salida al exilio de cada uno de esos amigos y conocidos. No es que hubieran cargado con ellos como Eneas cargó con su padre y con los penates, sino que, lejos ya de Troya, se dieron a la búsqueda de un ejemplar del recetario de Nitza Villapol que fuese exactamente aquella edición por la que alguna vez se guiaran. Ella había publicado sus recetas bajo el mismo título durante más de cuatro décadas. De manera que algunos cocinaban por la primera edición de su obra, puntillosa en especificidades, y otros por ediciones posteriores, mucho menos exigentes a la hora de armar un plato.

Cada cubano metido a cocinero tenía su Nitza Villapol. Los ejemplares eran, en su mayoría, ediciones piratas o simples fotocopias. Porque, si de un lado sustituíamos, de otro fotocopiábamos. Todos forrajeábamos: la cocina cubana se salvaba en la copia y en la sustitución. Igual que cualquier otra gastronomía en tiempos tormentosos o apacibles, era invento y transmisión

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Nitza Villapol fue bautizada así por un río de los Urales, tributario del Tura y navegable a todo lo largo: el Nitsa. Su padre, Francisco Villapol, comunista o admirador de la revolución de 1917, creyó ese nombre fiel a la lengua rusa. Aunque, tal como quedó inscripto, significa en hebreo capullo de flor. O es, en griego, una de las formas de llamar a Helena.

La rama paterna de su familia había emigrado a Cienfuegos desde el pueblo de Villapol, en la provincia gallega de Lugo. El apellido de su madre, Juana María Andiarena, provendría de Navarra o de Guipúzcoa. En la Nueva York de 1923, al nacer Nitza, los Villapol Andiarena eran una familia de ciertos recursos salida de Cuba por razones políticas. Exiliados. Los más viejos recuerdos de Nitza Villapol remitían a Washington Heights, donde vivían. Su primera memoria gastronómica comprendía helados y dulces de marcas estadounidenses. Padeció la polio de niña. La familia regresó a Cuba cuando ella contaba nueve o diez años.

Su currículo varía según las fuentes consultadas, aunque no tendrían por qué excluirse esas noticias. Graduada de la Escuela del Hogar en 1940 y diplomada de doctora en Pedagogía en La Habana en 1948 según unos, otros afirman que estudió Dietética y Nutrición en la Universidad de Londres a inicios de esa década. Es de suponer que no bajo la guerra. Aunque, cualquiera que haya sido la fecha, la escasez británica debió enseñarle el arte de preparar menús con apenas ingredientes.

En 1955 cursó estudios en la Universidad de Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachussets. La costumbre de coleccionar recetas, de copiar a mano secretos de cocina y de recortar los que se publicaban en diarios y revistas, debió conducirla, tarde o temprano, a componer su propio recetario. Durante más de 40 años, mantuvo en el aire un programa televisivo donde enseñaba a cocinar. El espacio cambió de cadena y de frecuencia (diaria durante mucho tiempo, luego tres veces a la semana y, al final, solo los domingos), pero nunca su nombre, que es también el de su libro más difundido: «Cocina al minuto».

«¿No sabe usted ni freír un huevo?», puede leerse en la solapa de la edición de 1958, publicado en coautoría con Martha Martínez. «¿Cree que jamás aprenderá a cocinar? Se está engañando. Usted sabe leer, y usted sabrá cocinar cuando lea COCINA AL MINUTO.» (Muchas de las ilustraciones contenidas en ese volumen son del pintor Raúl Martínez, luego traductor de la iconografía revolucionaria al lenguaje del pop.)

Aquellos que han escrito acerca de la trayectoria de Nitza Villapol la consideran con afán competitivo: lamentan que su récord de permanencia televisiva no fuese registrado en el Libro Guinness. Ciro Bianchi Ross contabiliza que, en su tiempo, solo la superaba por cuatro años el espacio «Meet the Press» de la cadena estadounidense NBC. Sin embargo, nadie podría competir con ella en veteranía de conductora: el periodista Lawrence E. Spivak llevaba 27 años frente a los más de 40 suyos. (Compañera en esa carrera de fondo, Margot Bacallao fue ayudante de Nitza Villapol durante 41 años, 3 meses y 5 días.)

Desde los comienzos de la televisión abundaban los espacios de cocina. Unión Radio Televisión apenas llevaba un mes de operaciones en noviembre de 1951, ni siquiera poseía estudios propios, y producía desde el teatro Alcázar «Teleclub del Hogar», con Dulce María Mestre. Meses antes, el 3 de julio de 1951, esa misma cadena había emitido el primer programa de «Cocina al minuto».

Los canales competidores incluían en sus programaciones espacios semejantes. No faltaban autoras de recetarios: Ana Dolores Gómez, Nena Cuenco de Prieto, Carmencita San Miguel, María Radelat de Fontanills, María Antonieta de los Reyes Gavilán, María Teresa Cotta de Cal (autora de un socorrido manual de cocina con olla de presión). Ninguna, sin embargo, gozó de suerte tan larga como Nitza.

Escritora, directora, guionista y conductora, ella tuvo fama de ser persona amarga fuera de las cámaras. (Suele explicarse que a causa de la polio padecida en la infancia.) Vivía con su madre en un apartamento moderno del Vedado, y la única curiosidad que pareció despertar su vida privada consistía en suposiciones acerca de lo que se comería en aquella casa. Sin embargo, alguien con la misión de entrevistarla se presentó a la hora del almuerzo, para descubrir que todo el festín se reducía a una papilla industrial de plátano, alimento para convalecientes.

Nitza acostumbraba a cenar a solas en la barra del restaurante Emperador, platos tan sencillos como un bistec con papas fritas. No le gustaba cocinar, confesó su ayudante Margot. Igual que los cómicos negados a hacer chistes fuera del escenario, evitaba cocinar sino tenía cámaras delante. Era experta en redondear platos, una gran conocedora de su materia, aunque prefería dejar la práctica en manos de Margot.

En 1993, en lo más crudo del llamado Período Especial, se emitió por última vez «Cocina al minuto». Los directivos de la televisión decidieron clausurar el programa. Más tarde cambiaron de idea (o cambiaron los directivos), pero para entonces ella no estaba en condiciones de volver a la televisión. A su entierro, celebrado cinco años después de la desaparición del programa, asistió muy poca gente.

Hasta aquí su biografía sin referencias políticas. ¿Quién habría sido Nitza Villapol en caso de exiliarse? A diferencia de su competidoras, cuando toda la televisión fue estatalizada, cuando se marcharon del país el propietario del canal y sus directivos, ella no se movió. Las firmas que solían publicitar productos en su programa fueron expropiadas por el Estado, y a ella debió bastarle con este nuevo y único patrocinador.

Permanecer en Cuba la hizo única. Cambiaron los tiempos y ella cambió su método de trabajo. «Sencillamente, invertí los términos», reconoció. «En lugar de preguntarme cuáles ingredientes hacían falta para hacer tal o cual receta, empecé por preguntarme cuáles eran las recetas realizables con los productos disponibles.»

Se hizo maestra de la cocina de estación, que opera con lo que existe en los mercados. Pero maestra de cocina de una estación que ha sido, en Cuba, interminable: la de la crisis. Su programa se acogió, precavidamente, a una frecuencia semanal. Y fue entonces que se hizo legendaria. Abogó por una cocina de sustituciones, dada a las metáforas. Hizo más de la tercera parte de su carrera profesional en puro páramo: emprendió un arte hecho de atajos y de trucos.

A partir de unas pocas existencias, intentó componer siempre el rancho más sabroso. Y debió enfrentar, amén de la economía socialista, los prejuicios del cubano al comer.  (En un libro escrito después de su visita a Cuba en 1970, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal hizo notar cuántos frutos desaprovechábamos. El país vivía una crisis de abastecimiento, y mucho de lo que se comía en tierras vecinas no era considerado alimento por los cubanos.)

Nitza Villapol enseñó a sus televidentes lo que ciertas cocinas latinoamericanas hacían con las cáscaras del plátano: una suerte de ropa vieja vegetal o de vaca frita verde. Presentó nuevas adquisiciones de la acuicultura, como la tilapia. Pero es falso que enseñara a hacer bistec de una frazada de limpiar el piso, y tampoco es suya la receta de la pizza de condones derretidos en lugar de queso. Las aberraciones de su cocina, si las tuvo, no llegaron a lo indigerible.

Se ha dicho que integró la comisión encargada de establecer las dosificaciones de la libreta de de racionamiento. La acusación (porque se trata de una acusación) puede tener alguna base: quizás fue consultada en tanto especialista en Dietética. Pero ella debió entender aquella solución como provisional y como justa. Y quién sabe cuánto cambió de parecer, luego de tantas décadas de practicar una cocina de pura sobrevivencia.

La mayor parte de su vida profesional estuvo bajo sospecha de apuntalar al régimen revolucionario, de justificarlo con la confección de platos. Conformista como era (todo cocinero de estación lo es), la acusaron de complicidad con el desabastecimiento. Aunque en este punto ella se mostró más responsable que las autoridades. Cierto que compartió el optimismo de la propaganda oficial («Tenemos aún dificultades por vencer», escribió de la carestía de los setenta), pero no trampeó nunca. Y quien quisiera hacerse por aquellos años una idea exacta de la economía del país hizo mejor en atender a «Cocina al minuto» que a los noticieros. Pues, mientras estos últimos mostraban cosechas exitosas que dudosamente llegarían a los mercados, Nitza ponía al fuego estrictamente aquello que su ayudante Margot Bacallao veía descargar de los camiones.

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Resulta interesante comparar distintas ediciones de Cocina al minuto. Una edición prerrevolucionaria y otra posterior a 1959, por ejemplo. Salta a la vista que la nueva época, la economía del nuevo régimen, dictó variantes a las maneras anteriores. Simplificó aquellas maneras o las volvió imposibles. Para entonces los huevos exigidos por las recetas dejaron de ser de La Dichosa, el arroz no era Gallo, el aceite no fue más de El Cocinero. Las antiguas precisiones (dictadas por la calidad de los productos o por el peso de los anunciantes) no tenían razón de ser. No existía ya más que una marca: la del Estado.

Huevos, arroz y aceite eran artículos genéricos, arquetípicos casi. No cabía elección. A juzgar por el lenguaje utilizado popularmente, ningún producto era alcanzable mediante compraventa. Venían al mercado. Los daban por la libreta de racionamiento. Venían, con lo azaroso que suelen ser los visitantes. Los daban, como una donación benevolente. La comida pertenecía ahora al ámbito de lo milagroso. Un litro de aceite rubio era un dios que bajaba. El país se abastecía en un tiempo que parecía desprovisto de conexión con el dinero. Era la emulación socialista entre brigadas la que creaba comida, era el trabajo sin retribución alguna, voluntario.

Muchos ingredientes de las primeras ediciones parecían escritos ya en una lengua muerta indescifrable. Nitza Villapol supo desprenderse de ellos como si se tratara de majaderías, pero incluyó en las reimpresiones de sus recetas un ingrediente con que apenas contara antes: la ideología política. El lugar de la publicidad comercial, tan presente en las ediciones anteriores a 1959, fue ocupado por la propaganda política. Ella dispuso como epígrafe de su libro de recetas, a la entrada de su cocina, esta frase de Friedrich Engels:  «…trasguean las tradiciones en la mente de los hombres…».

Se trataba de un Engels no muy canónico, un Engels casi Grimm, que hablaba de trasgos. Aunque lo importante (¿quién no lo sabía entonces?) era traer a cuento a tan pesante autoridad, sin importar lo que dijera.

El prólogo a la edición de 1980 de Cocina al minuto responsabilizaba de todas las carencias padecidas al bloqueo (por embargo) estadounidense. Sostenía que los primeros habitantes del país habían alcanzado una cultura elevada en materia de alimentos (Nitza debió confundir a siboneyes y taínos con aztecas e incas), y culpaba a los conquistadores españoles de no saber aquilatar las recetas culinarias indígenas.

Después de los españoles, tocaba el turno en ese prólogo a los males del intercambio económico con Estados Unidos. La industria porcina yanqui (así la llamaba) separaba la carne de cerdo y sus derivados para la población estadounidense y dejaba a los cubanos la manteca. «Éstos», decía de los estadounidenses, «conocedores del valor de la carne de puerco como fuente de proteína, de alta calidad, y de vitamina B-1, vendían a Cuba, un pueblo casi analfabeto y por lo tanto en gran medida desconocedor de estas cuestiones de alimentación, y a sus gobernantes de turno nada interesados en la salud popular, una buena parte de la manteca que no consumían. Así, sin saberlo, el cubano contribuía a que sus explotadores pudieran comerse la carne de puerco y sus derivados como perros calientes, jamón, jamonada, etcétera».

Nitza Villapol trazaba para su libro de recetas un esquema donde los cubanos comían sobras como esclavos domésticos, y la economía estadounidense invadía el país con manteca de cerdo, como si se tratara del agente naranja. En contrapartida, cantaba las alabanzas de la harina de trigo y la amistad soviética: «Símbolo de alimento desde que el hombre comenzó a cultivar cereales, es para nosotros también una parte de la eterna deuda de gratitud hacia el pueblo de la Unión Soviética y otros países de la comunidad socialista que en los momentos más difíciles tendió su mano amiga».

Pese a ello, en unos años en que la propaganda oficial eludía la idiosincracia nacional (para orbitar mejor en torno a la Unión Soviética), ella hizo hincapié en lo cubano. Y reside en este punto la mayor diferencia entre las distintas ediciones de su libro de recetas. Antes de 1959, el asunto era comer. Más tarde, pareció tratarse de comer en cubano, de dar con lo cubano en la comida.

Todo el que frecuente recetarios comprenderá que la mayoría de ellos son ordenados a la manera de un menú, desde los aperitivos y entrantes hasta los postres y licores. Cocina al minuto, en su edición de 1980, se salta esta norma y presenta una ordenación muy diferente. Comienza por las recetas de arroz, el plato base del comer cubano, y concluye, no en los dulces, sino en diversas recetas de ajiaco. Se trata de una muy extraña cena, que sirve un sopón después de lo almibarado.

La explicación puede encontrarse en ese nuevo ingrediente con que cocina Nitza Villapol, la ideología. En una conferencia de 1939, Los factores humanos de la cubanidad, Fernando Ortiz había sostenido que Cuba era, como nación, un ajiaco. Una suma heteroclítica de ingredientes que bullía en un caldero. Siguiendo esta observación, Nitza Villapol fija el nacimiento de la cocina cubana en el momento en que el cocido español pierde los garbanzos y se hace otro plato. El ajiaco es emblema de la nación, según Ortiz. A lo que agrega Nitza que nuestra cocina resulta independiente desde la invención del ajiaco. El ajiaco es, en los fogones, el grito de La Demajagua.

Cocina al minuto reserva espacio al ajiaco después de los postres por no estar interesado en planear simples cenas (como la mayoría de los recetarios), sino en ordenar una nación. Si cualquier menú que se intente puede ser entendido como historia, los postres no pueden ser la coronación, sino el ajiaco. El acto de comer tiende, al final, a ese momento de independencia. El ajiaco es la saciedad y beatitud definitiva. Y cada vez que lo emprendemos lo que se espesa en él, más que las viandas, es una conmemoración.

Cocina al minuto, en sus más recientes ediciones, intenta una teleología no muy distinta a la de Cien años de lucha, discurso pronunciado por Fidel Castro el 10 de octubre de 1968, o a la de Ese sol del mundo moral, el volumen donde Cintio Vitier historiara una ética de la nación. Comer y cocinar alcanzan, en cierta Nitza Villapol, un sentido político.

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¿Cuánto tienen que esperar los muertos para ponerse en pie?, me preguntaba. Yo era un niño frente al televisor, preocupado por el destino de los espadachines muertos. Y recuerdo de entonces esta otra preocupación, mientras caían los créditos finales sobre la imagen fija del plato confeccionado ese día por Nitza Villapol en «Cocina al minuto»: ¿quién va a comerse lo que esa mujer cocina?

exposición anual de Mesas para Pascuas

Brochure (tapa de contrcubierta) de la exposición anual de Mesas para Pascuas auspiciada por la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana. 1960. Colección Cuba Material.

Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood.

Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood.

Con diseño de identidad de Lisbet Corcoba y sitio web mantenido por alcubo.com, estrenamos el website de la exposición Pioneros. Building Cuba’s Socialist Childhood, que se inaugurará en la Arnold and Sheila Bronson Galleries de Parsons the New School for Design el 16 de septiembre de 2015. En las próximas semanas, les estaré ofreciendo información sobre el evento.

 

maleta con guayatola negativo

La guayabera, prenda cubana por atribución más que por origen, ha sido la gran protagonista (junto al uniforme de campaña), de la moda del siglo veinte cubano, pues aunque se diga que ya desde el dieciocho se utilizaba en el país esta camisa holgada de amplios bolsillos «para llevar guayabas,» es en el siglo veinte cuando su uso se desborda, ramifica, y extiende a facetas tan dispares como el traje de andar, la ropa de salir, o el uniforme de los dependientes de gastronomía; a consumidores tan diversos como los hombres, las mujeres y los niños; y a órdenes políticos tan contrapuestos como la república liberal y el socialismo de estado.

El artista Maldito Menéndez ha convertido este símbolo de cubanidad en un discurso de denuncia. Maldito había anunciado que viajaría a Cuba para asistir a la sexta edición del Festival Internacional de Videoarte de Camagüey, FIVAC, en el que concursaba con una de sus obras. Para ello necesitaba, como todos los ciudadanos cubanos por nacimiento que abandonaron el país después del 1 de enero de 1971, un pasaporte cubano vigente y «habilitado.» Al realizar el trámite de renovación del pasaporte, que cada dos años los ciudadanos cubanos que deseen viajar a Cuba deben hacer (abonando para ello el importe correspondiente, que no es poco), el consulado cubano canceló la «habilitación» del pasaporte de Maldito, privándolo de la posibilidad de entrar a su país.

Maldito Menéndez decidió, no obstante, viajar a Cuba, donde lo esperaban su madre y su hermano menor, el 31 de marzo. Según cuenta en su blog Castor Jabao, al aterrizar en La Habana no le fue permitido abandonar el avión de Air Europa donde viajaba, siendo interceptado a bordo por oficiales cubanos: «Los oficiales que hablaron conmigo eran dos y vestían de uniforme verde oscuro con una estrella blanca en el cuello de la camisa, pero se negaron a identificarse. Me informaron . . . que no podía entrar al país sin el DIE o permiso de entrada. Les expliqué que me esperaban en el Festival internacional de videoarte de Camaguey FIVAC. Les pregunté por qué y quién había ordenado anular mi DIE después que regresé a España de mi último viaje a La Habana, en diciembre de 2013. Les pregunté por qué un cubano sin antecedentes penales, un artista e intelectual, no puede caminar por su propia tierra.»

Habiéndosele negado la entrada a su país natal, Maldito apareció en las redes sociales vistiendo un traje que tiene algo de guayabera y algo de túnica islámica, y que él denominó guayatola. Con ella quiere denunciar la ausencia de libertad de expresión en su país natal, que abandonó en 1991 por el mismo motivo. Maldito «diseñó y mandó a confeccionar la Guayatola para estrenarla el día de la inauguración de la Bienal de La Habana 2015 (Maldito le llama la Vía anal de La Vana), pero como no le dejan entrar a la isla, la llevará puesta en sus próximas apariciones y gestiones públicas, cuál novia plantada a lo Kill Bill (sediento de respuestas).»

No es la primera vez que la política y la moda se entrelazan en la historia cubana para enfrentar el poder y la censura. A finales del siglo diecinueve, las mujeres criollas asistieron al teatro Villanueva vistiendo cintas rojas, azules y blancas y llevando el pelo suelto, en protesta contra el colonialismo español. Más recientemente, las esposas e hijas de los prisioneros políticos encarcelados durante la Primavera Negra de 2003 salieron a las calles a protestar vestidas de blanco y sosteniendo un gladiolo del mismo color en símbolo de paz, dando origen al movimiento de las Damas de Blanco, símbolo de la oposición política en la isla. El arte de protesta no se ha quedado al margen. El propio Maldito Menéndez ha usado el uniforme verdeolivo en alusión directa al poder político cubano en su arte iconoclasta, lo que también ha hecho la artista Coco Fusco trascendiendo los límites del poder politico cubano.

La guayatola actualiza estos discursos. Es una nueva forma de representar o, si se quiere, darle visibilidad a lo político en la moda. Para entender la relación entre uno y otra, Cuba Material entrevistó a Aldo Menéndez, quien respondió por escrito las siguientes preguntas:

En el año 2010 la guayabera se convirtió en la prenda de reglamento de las ceremonias oficiales cubanas y del cuerpo diplomático de esta nación. Cinco años después, el servicio consular cubano en Madrid te comunica que se te ha retirado la autorización para viajar a tu país. ¿La idea de utilizar la prenda de vestir que representa al estado cubano en tu discurso de protesta contra el atropello que significa el que los ciudadanos cubanos tengan que solicitar una «habilitación» o permiso de entrada para viajar al país donde nacieron y la arbitrariedad que rige el otorgamiento de dicha «habilitación» tiene que ver directamente con la connotación oficialista de la guayabera?

Algunas personas dentro y fuera de Cuba –como Otari Oliva, del espacio independiente de arte Cristo Salvador, en el Vedado, y Carlos A. Aguilera, escritor cubano residente en Praga–, sabían que yo me preparaba para intervenir la Vía anal de La Vana desde el verano del año pasado. Desde entonces tuve varios meses para pensar las obras y reunir los diferentes materiales y elementos que necesitaría para llevarlas a cabo en Cuba. Llevaba tres pares de grilletes o esposas, tres zhaocai mao o gato de la suerte chino, un sentai negro, una bomba (jeje ) de aire, rotuladores, linternas de colores, cámaras, tornillos, un magnético de Abajo Kcho (en la foto, en la nevera), una Guayatola y varias cosas más que aún no puedo decir porque todavía pueden hacerse. Es decir, que no, en un principio la Guayatola no tenía nada que ver directamente con las barbaridades que le hace el régimen a los exiliados, puesto que yo no sabía que no me dejarían entrar al país.

¿En general, puedes hablarme sobre las circunstancias en que surgió la guayatola?

La Guayatola estaba pensada para estrenarla en la Vía anal de La Vana, no en el Festival internacional de videoarte de Camagüey. Mi interés en participar en el FIVAC 2015 no era competir, sino presenciar, verificar uno de esos tantos festivales y eventos internacionales que el régimen celebra en Cuba –financiados con el dinero de los cubanos, pero sin contar con nosotros–, para proyectar ese espejismo de paraíso cultural revolucionario tras el que se esconde la dictadura, y sobre todo, para entrar a la isla con una carta oficial, sin levantar sospechas, casi dos meses antes de la Vía anal. El plan era portarme bien en Camagüey para que los perros se relajaran conmigo. Incluso la selección del video MAO –que tiene cierta carga crítica, pero indirecta, en la justa medida de ambigüedad para que la censura la dejara pasar sin recelos, como de hecho sucedió.

Lo que yo no podía calcular era que tenía una orden de anulación de mi habilitación o permiso de entrada a Cuba desde diciembre del 2013, justo después de mi regreso del último (espero que no) viaje que hice a la isla. Si no hubiera tenido que acudir al consulado para prorrogar mi pasaporte, me habría enterado al llegar al aeropuerto José Martí y ser deportado. Por suerte me enteré antes y pude tomar una decisión y pasar por la experiencia voluntariamente; lo cual es clave para transmutar la humillación en desobediencia y el suplicio de las 20 horas de vuelo en acto de arte.

¿Por qué eliges la guayabera, una prenda de vestir que si bien identifica al gobierno cubano también ha identificado, a lo largo del siglo veinte, a los dependientes de gastronomía durante la década de los 1980s y a muchos cubanos nacionalistas lo mismo en el exilio que en la joven república cubana, en lugar de otros elementos del vestir más asociados con el estado cubano y su carácter represor como el uniforme verdeolivo?

Después de lo sucedido a Tania Bruguera a raíz de su intento de performance en la Plaza de la Revolución, cuando fue detenida tres veces y se le retiró el pasaporte en espera de un juicio sin fecha ni sentido, era preciso hilar muy fino para colar una obra insurrecta en la Vía anal sin acabar igual o peor que ella. Por eso no podía emplear símbolos evidentes como la gorra y la camisa verde olivo que suele utilizar Maldito. Nada de banderas, ropa militar o camisetas subversivas podía llevar en mi maleta. Los grilletes, en cambio, pasan fácilmente por la aduana cubana. Y si no pasan, no hay problema, pues lo importante era entrar la Guayatola, dobladita como una fina e inofensiva guayabera.

¿Cómo burlar la censura cubana e intervenir durante la Vía anal de La Vana sin darle el más mínimo pretexto a las autoridades para que me impidan el paso, me detengan, me quiten el pasaporte y me encarcelen? ¿Cómo decirlo todo sin texto, sin decir ni hacer nada y, al mismo tiempo, de forma que pueda entender o empatizar con alguien de cualquier idioma o cultura?

Yo crecí viendo el programa San Nicolás del Peladero, en el que la guayabera era usada por alcaldes, politiqueros y vividores; personajes todos supuestamente desaparecidos tras el triunfo de la revolución. Ahora la guayabera es la piel de cordero oficial del régimen. No puedo evitar recordar la Rebelión en la Granja, de Orwell, y como se van corrompiendo los mandamientos iniciales hasta convertirse en lo opuesto.

¿El hecho de que tu guayatola parezca una bata de mujer y sea, además, de color blanco alude de algún modo al movimiento de las Damas de Blanco? ¿Por qué no utilizaste los colores de la bandera cubana, o el verdeolivo que identifica a los militares que hoy gobiernan el país, o el rojo con que se representa el socialismo de estado?

La Guayatola simboliza el nacionalismo extremo que en Cuba ocupa el lugar de la fe católica durante la colonia y la república (desde el golpe de Batista no ha existido más la república de Cuba). Es el mismo truco de Hitler, Stalin y Mao, pero en versión caribeña: Estructuras y lenguaje religiosos mezclado con orgullo patriótico desmedido; supersticiones y mitos populares sincretizados a la fuerza con el extremismo cultural.

La Guayatola tiene más bolsillos que la guayabera y le caben más guayabas (que en Cuba también significa mentiras). La Guayatola llega hasta los pies, como una túnica; quizás como la túnica de un fundamentalista o extremista islámico, de un fanático. El blanco que disfraza de pureza y justicia, la corrupción y el crimen.

¿El que hayas diseñado una bata, prenda de vestir que en nuestra cultura se asocia con la mujer, para protestar contra un gobierno que, en muchos casos, ha masculinizado la moda como se observa en el uso del uniforme de trabajo y las botas militares en ceremonias tales como los concursos de belleza, constituye una denuncia de cierta misoginia en el discurso y la práctica del poder cubano?

La guayabera es un símbolo de la cultura nacional cubana que no ha sido canonizada en el rito revolucionario. No es sagrada, como el escudo o la bandera o la imagen de los gobernantes, por tanto es pública. Y si es pública y no es sagrada, ni su quema o mutación está penalizada (aún) por las leyes castristas, yo puedo, como artista cubano, cogerla para mis cosas. La Guayatola, por tanto, simboliza el estado actual de la cultura oficial cubana, que se parece a la cultura cubana, pero es falsa. Un secuestro y suplantación cultural cada vez más evidente. Todo en ella es falso, desde el Consejo Nacional [de las Artes Plásticas] y el Ministerio de Cultura, la UNEAC, el ISA y todos los espacios, eventos e instituciones oficiales, hasta (cómo no) el Festival internacional de videoarte de Camagüey, son montajes, carrozas vacías. La unanimidad es altamente improbable, pero después de más de cinco décadas es un horrible imposible. La Guayatola es el silencio unánime de los artistas cubanos; es su camisa de fuerza. Al vestirme con su silencio y cargar con sus guayabas los pongo en evidencia. Es una prenda concebida para causar vergüenza en los malos y en los sucios y empatía en los buenos. Y sí, también contiene al machismo-leninismo verde olivo (que es el machismo cubano de toda la vida, pero potenciado, ideologizado y redirigido hacia el mandamiento superior de perpetuarse en el poder), bajo el lino blanco.

¿Qué mensaje(s) quieres transmitir con la guayatola?

La Guayatola es Cuba globalizándose o tratando torpemente de sonreír, como aquél dibujo animado cubano de unos cosmopioneros que llegan a un planeta donde hay una especie de dragón o dinosaurio que tenía muy mal carácter y tratan de enseñarle a sonreír, pero al principio solo le salen muecas feas, distorsiones, rictus.

El color blanco y la ropa blanca poseen muchos significados en Cuba, étnicos, religiosos, culturales y políticos, que son similares en muchas partes del mundo. La pureza y su extremo, el fanatismo violento, el terrorismo, es un tema de interés global. Es una pena que por fin la cultura cubana alcanza la universalidad y lo hace ofreciendo al mundo un casi pornográfico  –a estas alturas y en Cuba, la otrora perla de las Antillas y supuestamente primer territorio libre de América–, espectáculo de extremismo y barbarie bochornoso, pero también peligroso, pues nadie sabe en lo que pueda transformarse el castrismo en los próximos años.

¿Qué otros planes tienes para la guayatola, además de presentarte con ella en las oficinas consulares cubanas para reclamar tu derecho a regresar a tu país?

Cualquiera puede hacerse una Guayatola y viajar a Cuba con ella o confeccionarla en la isla y usarla libremente, causando vergüenza y risas de complicidad a su paso, sin que puedan decirle nada, al menos legalmente, pues, aunque prohibieran la palabra guayatola, aún podría usarse guayabera extra larga.

¿Pensaste, cuando la diseñaste, en la tradición cubana de desobediencia o protesta a través del vestuario o la moda, como la protagonizada por las mujeres cubanas durante los sucesos del teatro Villanueva en el siglo diecinueve o en la guayabera que, hace un año, la familia Payá Acevedo regalara al Papa Francisco?

Lo más simpático (para no llorar) de la cultura cubana actual es que es tremenda locura. Están todos esos artistas en Cuba fingiendo que no pasa nada, cómo si el hecho de mantener la liturgia fuese a obrar el milagro, aún cuando el templo se está cayendo a pedazos. Se harán estudios y se escribirán ensayos (clínicos?) sobre éstos momentos. De una forma u otra, ya sea mediante actos voluntarios y conscientes o histéricos y enagenados, la cultura cubana jugará el papel de des-cubrir la realidad profunda de Cuba.

Por su connotación nacionalista, la guayabera fue también utilizada por el actual gobierno cubano en épocas tan tempranas como el 26 de julio de 1959, cuando encargó, y subsidió parcialmente, la confección de miles de unidades de esta pieza, que habaneros de la clase media donaron al medio millón de campesinos movilizados para asistir a la Concentración Campesina de La Habana. Asimismo, esta prenda fue la elegida por Fidel Castro para presentarse en su primera aparición pública sin el uniforme verdeolivo en 1994. ¿El que planearas asistir al festival de Camagüey vistiendo la guayatola buscaba una renovación de este símbolo, o se trataba más bien de establecer nuevos lazos entre el exilio y la isla, entre la intelectualidad y el campesinado, entre la oposición y el poder?

La Guayatola simboliza lo que viene después de la revolución: la resaca, la involución, el atraso; el triunfo de lo más conservador y bruto del fenómeno castrista; de los talibanes. Una cultura 100% palmas y cañas, puros y ron, como en el edén perdido de la finca de Angel Castro. Una guayabera atrofiada, con gigantismo o manía de grandeza y chaleco de explosivos debajo, como aquellos cohetes que viajaban de polizones bajo toneladas de blanca azúcar cubana en la bodega de un barco norcoreano. La Guayatola es lo que le de la gana a los cubanos –por una vez–; la página en blanco (y como el papel aguanta, mejor acabo aquí ;) .

Habrá que acompañar a Aldito y presentarnos, aunque sea por una vez, ante un oficial de inmigración, lo mismo en un consulado en el exterior que en el aeropuerto de La Habana, o de cualquier otra ciudad de Cuba, con una larga guayatola blanca (podemos decir, si nos preguntan y si tenemos miedo, que se trata de una copia de un vestido guayabera como el que comprara en Cuba, en los años 1980s, la española Naty Abascal).

Addendum de Aldo Menéndez: Se me olvidó mencionar a Arturo Cuenca, pionero en el uso de la moda para el lenguaje del arte. En los ochenta llevé varios cortes de pelo y algunas prendas loquísimas hechos por él. Los ochenta en Cuba tuvieron un glamour tremendo y la moda era una heramienta de expresión y rebeldía muy importante en el fenómeno cultural de la segunda mitad de esa década. La New Wave y el Punk, los cheos y los pepillos, los frikis y los breakdanceros, etc.

 

Foto cortesía de Maldito Menéndez. 2015.

Foto cortesía de Maldito Menéndez. 2015.

Ver en Castor Jabao Guayatola en el oleaje de tus vuelos.

menu Ten Cents

menu Ten Cents

Parte del menú de la cafetería de los Tent Cents que Woolworth administraba en Cuba. Años cincuentas. Imagen tomada de Facebook, publicada por José Forteza.

Ivette Leyva escribe en Cubaencuentro (No.33, Verano de 2004) sobre las tradiciones culinarias cubanas en Miami: Festín para la memoria:

De todas las definiciones que han acompañado el surgimiento del Miami moderno y cosmopolita, pocas resultan tan irrebatibles como la de santuario de la tradición culinaria cubana. La preservación, difusión y creciente arraigo de sus platos típicos en Estados Unidos figuran a la luz del tiempo como la conquista cultural mejor cumplida por la comunidad exilia- da en estas tierras.

La escasez y las restricciones materiales que han caracterizado la vida de los cubanos bajo el gobierno de Fidel Castro, también han cobrado su precio a la cocina cubana dentro de la Isla. Hoy, a falta de ingredientes, las recetas tradicionales sólo existen en los libros de las abuelitas, y algunas especias son apenas nombres sonoros y exóticos para los cubanos más jóvenes.

Ciertamente, varias comidas tradicionales siguen haciéndose en la Isla en virtud de la inventiva y la pasión culinaria del cubano. Comer suculenta- mente y, sobre todo, proclamarlo, es parte de nuestra desbordada idiosin- crasia. Por eso, cocinar y comer sin las ataduras del racionamiento se han convertido en una de las mayores ilusiones para los que viven en la Isla, en desafío de la cotidianidad.

Aunque el ajiaco, plato nacional, sigue cociéndose con frecuencia en Cuba debido a la variedad y flexibilidad en el uso de ingredientes para su elaboración, otras recetas habituales han desaparecido forzosamente. La restauración del esplendor gastronómico en la vida popular y familiar toda- vía parece una quimera. Los paladares en dólares y los restaurantes para turistas que actualmente funcionan en La Habana y otras ciudades del país no son más que remedos patéticos de una cultura culinaria que se manifes- taba plenamente tanto en el fogón casero como en la fonda de barrio y el salón gourmet.

Hoy puede decirse que si alguien quiere conocer la auténtica cocina cubana, debe viajar a Miami y no a La Habana.

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h/t Ivette Leyva.

Sobre los «blue plate», dice Wikipedia:

La denominación blue-plate special (denominado también como blue plate special – en español: plato azul especial) es una terminología empleada en algunos restaurantes de Estados Unidos, especialmente en diners y cafés.1​ Se refiere a platos de bajo precio incluidos en los menús. Se trata de un tipo de plato denominado así desde 1875 cuando Fred Harvey Company ofrecía sus «Blue plate specials»,2​ servidos en platos de color azul compartimentados en tres partes: patatas, verduras y carnes (o pescado).

La denominación blue plate proviene del color de los platos en los que servían las raciones a comienzos del siglo XX, durante el periodo de crisis económica denominado: Gran Depresión. Por regla general eran platos compartimentados en los que se ponían las guarniciones separadas en tres o más compartimentos. Este concepto evolucionó en los años cincuenta a los denominados platos precocinados. La expresión acabó en la cultura popular con la misma denominación, a pesar de no continuar elaborándose con color azul, con ello se indicaba a aquellos platos de ejecución simple y bajo coste.

Camisa guayabera Criolla. Colección Cuba Material.

En OnCubaUna casa, algunos mitos y muchas guayaberas:

. . .

Desde que el gobierno cubano estableciera en el año 2010 la guayabera como prenda oficial en ceremonias diplomáticas mediante el Decreto-Ley No. 279, la prenda ha adquirido más relevancia. Incluso antes. Actualmente se puede hablar de su retorno a la moda de la Isla, en mayor cantidad de diseños y variantes, aunque a precios elevados. Para develar algunos misterios de su origen y su presencia en la sociedad cubana, OnCuba conversó con Carlos Figueroa, director de la Casa de la Guayabera de Sancti Spíritus.

“La guayabera ha sido objeto de mucho estudio y la historia que la rodea está llena de mitos. Absolutamente todas las referencias históricas de principios del siglo XVIII hablan del famoso cuento del matrimonio andaluz de José Pérez Rodríguez (Joselito) y Encarnación Núñez García, que se asentó a orillas del Río Yayabo y en la que el marido le pidió a la esposa que le cosiera una camisa holgada y cómoda para guardar las herramientas de trabajo. Digamos que ese es el antecedente más antiguo.

“A mí todo eso me parece muy raro. O sea, que hubiese alguien anotando, a inicios del siglo XVIII, este tipo de cosas. Pero ese es el punto de partida que se conoce hasta hoy, y después de eso hay un salto en la historia hasta finales del siglo XIX. Estamos hablando de casi cien años o más sin una mención a la guayabera.

“También se habla de unas décimas de El Cucalambé, de principios del siglo XIX, que las refiere todo el mundo. Digamos que tanto el cuento de Joselito y Encarnación como las décimas de El Cucalambé, son las evidencias mitológicas más fuertes que hay. El Cucalambé nunca pudo escribir estas décimas, porque desaparece en 1862 y la Guerra de Independencia comienza en 1868 y en las décimas se habla de los mambises. De pronto aparecieron fotos y trataron de demostrar que los mambises las usaban, pero no fue así, ellos usaban chamarretas, parecidas a las españolas.

¿Cuándo aparece una evidencia más seria del uso de la prenda?

La gran explosión es a finales del siglo XIX con la conclusión de la guerra, porque si uno busca en la historia, todos los veteranos de la Guerra de Independencia en Cuba se identifican vestidos de guayabera.

Se ha hablado de que Marcos García —anexionista espirituano—, alrededor de 1890 convoca a una reunión contra España en el teatro de Sancti Spíritus y que todos los participantes se vistieron de guayabera, pero no hay evidencia gráfica, aunque sí en la prensa de la época, sobre todo el uso del vocablo guayabera, (corruptela de yayabera, el nombre original).

Ella tuvo además variables dependiendo de la zona, por ejemplo se le ha llamado camagüeyana, o trochana, por la Trocha de Júcaro a Morón en Ciego de Ávila. En La Habana se le dice guayabana a un modelo específico de guayabera, que no lleva bolsillos arriba, solo dos en la parte de abajo.

¿Entonces se defiende el origen espirituano de la guayabera?

No hay ninguna evidencia que diga que la guayabera es espirituana, pero no hay ninguna que lo contradiga. Todo el mundo dice que lo es, de eso no cabe la menor duda.

Lo cierto es que aquí se dinamizó y se apropió la gente de su uso. De hecho el fabricante más importante llamado Rey de las Guayaberas en Cuba fue Ramón Puig, natural de Zaza del Medio en Sancti Spíritus, que emigró a Estados Unidos después de la Revolución y montó en la Calle 8 de Miami su famosa Casa de las Guayaberas donde siguió cortando hasta el año pasado, cuando murió a los 93 años de edad.

¿Qué no puede faltar en una guayabera para hacerla lo que es?

Las alforzas, para mí son clave, el uso del botón (una guayabera lleva más de 25 botones), y un elemento importante, muy discutido, pero a mi juicio muy acertado: la guayabera cubana lleva cinco juegos de alforzas y todas comienzan y terminan en forma de triángulo con un botón, y la lectura semiótica es que simboliza a nuestra bandera. Además la guayabera cubana debe ser blanca y llevar entre 27 y 29 botoa sin uniforme militar; y en el 2011 fue decretada vestuario oficial de la diplomacia de la isla.

La guayabera ha formado parte de la diplomacia simbólica y las campañas políticas desde y hacia Cuba. Cuando el papa Francisco recibió a la familia Payá-Acevedo el 14 de mayo del 2014, estos le ofrecieron una guayabera y, según comentó Rosa María Payá en su cuenta de Twitter, «el Papa bromeó con posibilidad de ponerse guayabera que una familia cubana en el exilio nos dio para él». El ex-presidente Jimmy Carter vistió una guayabera cuando visitó la isla en el 2002 y en el 2011; el candidato presidencial Mitt Romney llevó una cuando se dirigió a los votantes del condado de Miami, en la Florida, en enero del 2008.

Las guayaberas están a la venta en las pequeñas tiendecitas del aeropuerto de La Habana y en los pulgueros de Miami donde  muchos compran mercancía para llevar a Cuba. En la Quinta de Santa Elena, a orillas del río Yayabo, en Sancti Spiritus, el 4 de junio del 2012 abrió sus puertas el Museo de la guayabera. En su tienda, La alforza, pueden adquirirse guayaberas por 368 pesos cubanos.

Ver también, en Cuba Material, guayaberas.

Envase del medicamento Avafortán

Envase del medicamento Avafortán. Importado de la RDA. Producido por Asta Werke AG Chem Fabrlk. Evasado en Cuba por Empresa de Suministros Médicos. Precio de venta de un peso. Colección Cuba Material.

En Habanero 2000: Importando productos y recuerdos:

…En días pasados, estuve indispuesto, con nauseas, cuando me incorporé al trabajo, una compañera me pregunto; ¿Que tomaste? Gravinol, le respondí, alguien me pregunto ¿Qué es eso? Un medicamento para los vómitos, aquí lo llaman Dramamine, pero yo lo sigo llamando; Gravinol. Era como si cambiarle el nombre, cubanizarlo, hiciera el milagro de hacer presente las manos de mi madre llevándomelo a la cama. Un nombre, lograba cambiarle el efecto, mejorarlo, hacerlo capaz de curar el cuerpo y el alma.

Cuando me recuperé y conversé con uno de mis grandes amigos, sobre el malestar que había tenido me dijo; ¿Cómo no me avisaste? Yo tenía Novatropin que mande a pedir de Cuba, eso te lo hubiera quitado todo. Cuando vivíamos en Cuba, el Peptobismol, el Tylenol y otros medicamentos nos parecían la panacea universal, el non plus ultra de la medicina moderna. Ahora que estamos del lado de acá, cuando nos llega un medicamento de nuestra islita, nos parece estar a salvo; no hay enfermedad o malestar capaz de resistírsele.

(…)

La lista de los productos de Cuba, que pedimos desde acá, es larga. Una vez un amigo me pidió, casi me suplico le trajera unas latas de Vitanuova, según me dijo; ninguna salsa para pastas podía compararse con la fabricada en nuestra Isla. Más de una vez me han pedido frazadas de piso. Les explico que siempre le llevo a mi mamá las de aquí, y que las amigas de mi hermana cuando las ven, siempre suplican les regalen una y se van felices con su frazada amarilla, que vino directo de la Yuma. De nada valen mis explicaciones; frazadas como las de Cuba, no hay, son las mejores.

De pronto, por decreto nuestro, acuñado por la nostalgia y las ganas inmensas de traernos a nuestra islita y a nuestros seres queridos hasta acá; Cuba se ha convertido en exportadora de medicinas y artículos para el hogar. Me han contado de algunos que, ahora que pueden comprar los mejores perfumes, mandan a buscar aquellos que venden en la Isla.

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En Emilio Ichikawa: Quien se fue de MEGA TV no fue María Elvira, fue una época:

En la noche de hoy viernes (julio 5-2011) el presentador Tony Cortés comentó en su programa en MEGA TV, junto a un actor invitado, un reportaje fílmico que muestra el estado de destrucción en que se encuentran inmuebles, calles y huertas urbanas de la ciudad costera de Guanabo, al este de La Habana.

Nadie se atrevería a desmentir la realidad presentada por Cortés; o la lógica de sus comentarios. Lo que sí provocó extrañeza fueron los sentimientos de nostalgia que trató de mover al respecto; y que confirmaron lo errático que es ya tratar de sacar dividendos ideológicos a la exhibición del consabido deterioro urbanístico cubano. Cuyo estado ruinoso se ha llegado incluso a estetizar (con notable éxito en los centros dominantes de la cultura Occidental).

Es un hecho: las instalaciones del noreste habanero no son ya como eran en los años ´80 (que es aproximadamente el tiempo que añoran Cortés y su invitado). Ni eran en los ´80 como habían sido antes de 1959.

Ahora bien, cuando se decía, por ejemplo en 1983, que Cuba no era como en 1953 o 43, se quería significar que existía un pasado hermoso, utópico, erigido a través de acciones asentadas en un sistema de propiedad privada capitalista; y que otro régimen, comunista, había malogrado al instaurarse desde 1959.

Pero, cuando Cortés y su invitado “denuncian” que el Guanabo de hoy es un desastre comparado con el Guanabo paradisíaco de 1983, ¿qué sugieren, qué mensaje envían, en qué concepto dan sentido al regodeo fotográfico? Pues en ninguno. Es más, muchas de las lecturas posibles de su reportaje gráfico son contraproducentes, como esa que deja caer que con Fidel Castro y el Kremlin en forma los cubanos estaban mucho mejor que ahora. Algo alarmante, porque… ¿y si fuera verdad?…

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En Emilio Ichikawa: Radio Mambí: Un desplazamiento hacia la «sensibilidad ’70»:

El espacio del antiguo Noticiero de RADIO MAMBI (Miami 7.10 AM) a las 5:00 de la tarde, fue ocupado hoy por un programa de participación que convergió en la evocación de “las fiestas de 15” en los años ’70 en Cuba.

Una oyente recordó como muy grata la experiencia de su fiesta en el Hotel Nacional de Cuba; mientras otra refirió su celebración en una Escuela en el Campo. Alguien agregó que esas reuniones se realizaban con esfuerzo propio, porque “en ese época no se recibía dinero de remesas” (desde el extranjero). También echaron de menos bailar canciones de amor como “Candilejas”, popularizada en la Cuba de entonces por José Augusto. También se refirió al grupo Los Barba como música del momento. Un señor recordó una experiencia singular, cuando él y un amigo se “colaron” en una fiesta que resultó ser la de un familiar de Ramiro Valdés. Fueron sacados por unos “ayudantes”, lo que fue comentado por el conductor del programa (Pepe) como algo lógico tratándose del personaje citado.

Los oyentes proyectaron sobre los años ’70 un sentimiento nostálgico, romántico (centrado en el regreso y recuperación de lo perdido), similar al que una generación anterior ha proyectado sobre la Cuba de antes de 1959; con la peculiaridad de que “la pérdida” del paraíso de los ’70 se da en el marco del mismo sistema político y, según analistas, del predominio del mismo grupo político. A primera vista, juzgando por el trato personal, esta “oleada de los ‘70” está notablemente identificada con los valores de la cultura norteamericana, son críticos del socialismo cubano y no se identifican demasiado con la Cuba republicana (pre-1959).

En agosto de 2011 el actor y periodista Tony Cortés condujo un interesante programa en MEGA TV, donde se hizo un ejercicio de la nostalgia en la pérdida y recuperación de “el Guanabo de los ‘80”. La nostalgia por los ’90, incluso por el Periodo Especial, está tocando a las puertas de la sensibilidad pública de la comunidad cubana de Miami.

Objetos de la colección Cuba Material

Objetos de la colección Cuba Material, en Nueva Jersey. Foto 2015.

Con el título Coleccionar la revoluciónJuventud Rebelde anuncia la celebración, en Cienfuegos, entre el 24 y 25 de octubre pasados, del Taller de Construcción Científica de Colecciones de Museos Puntos de Memorias, bajo el auspicio del Centro Provincial de Patrimonio Cultural. Según el periódico, «el encuentro aúna especialistas de todo el país, quienes debatirán esencialmente sobre la construcción de colecciones en la etapa de la Revolución» con el objetivo de «abordar metodológicamente, de forma coherente y científica, la labor que a lo largo de 53 años ha tenido el sistema de museos cubanos». En el evento se habría dado a conocer «un sitio de coleccionismo, así como el libro La historia del coleccionismo en Matanzas, de Urbano Martínez. En la jornada final se realizará un recorrido por las industrias vinculadas a la historia de la Revolución Cubana y al trabajo con colecciones».

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En Alejo3399: La colección:

Cuando se reúne una familia cubana, en cumpleaños, bodas o tomadera sin motivo definido, aflora siempre el recuerdo del picadillo de cáscara de plátanos y el baño con un trapo untado en alcohol del Período Especial. De aquella época es también la colección. Y cualquiera puede pensar que coleccionar es un comportamiento natural del homo ludens, pero la colección cubana es única, épica, lírica, y sin duda alguna, parte de ese patrimonio cultural escasamente documentado de los momentos más jodidos de la historia de esta nación.

Aquí la gente siempre tuvo hábito guardador de tarecos, de modo que ese Trastorno Obsesivo Compulsivo de preservar sellos de cartas, monedas antiguas y/o de remotas regiones, chapas de autos extranjeros, chapitas de cervezas, fósforos y cualquier bobería en general, avalado como no patológico por los sicólogos, no llegó con las carencias de la década del 90. Hasta hace poco en muchas casas por ahí podían verse colecciones de botella de Coca Cola y de cuanta marca nueva comenzara a entrar al país.

Descubriendo un nuevo mundo

Sin embargo, la moda de la colección en el sentido que hoy le damos la mayoría de quienes vivimos aquella furia, sí fue algo novedoso en Cuba, a juzgar por el hecho de que hasta los viejos coleccionaron. La colección cubana no fue entonces solo cosa de niños y adolescentes sin TV; las personas adultas también tenían sus propias etiquetas de pitusas Zingaro, estuches de nylon de chocolates Sapito, o de jabones Sue, o de Zap (que se pegaban a la piel como tatuajes luego de una untada de alcohol de la tienda).

Lo lindo del caso no es que se guardaran todas estas porquerías de latón de basura de hotel, lo cual es ya de por sí bastante lindo; más curioso es recordar ahora como se olían los estuches y etiquetas, como si se oliera el perfume de Jean Baptiste Grenouville, el personaje diabólico de Patrick Susking; como si el aroma sicodélico de lo hecho fuera de la URRS nos descubriera un nuevo mundo de sensaciones ignotas y deseables.

Las prendas coleccionables, pronto adquirieron valor comercial, y la gente las vendía, las cambiaba y no pocos niños del Período Especial recibieron su primer trompón durante a una vendetta por un Triunfo (estuche dorado de galletas dulces). Se ponían en álbumes, y se contaban y clasificaban, quien tuviera más y más bonitas iba delante en la inocente competencia. Los domingos por las mañanas, cuando se acababa el show de Pocholo y su pandilla, salíamos a la calle con los álbumes de estuches y etiquetas a mercantilizar lo inaudito, a darle valor a la miseria y a hacer vida social con ella. Quien no tenía álbum ponía sus valores entre las páginas de un libro de Fidel y la Religión, o en un Atlas General.

Cristalitos y agua con azúcar

Yo, además, coleccioné cristalitos de colores, y piedras que brillaban al sol. Y en mi adolescencia conocí un retrasado mental famoso que coleccionaba botones y andaba descalzo por la tierra colorada: no recuerdo su nombre, pero sí que habitaba en una comunidad del municipio Sierra de Cubitas llamada Navarro, y que presumía de poderse comer de un solo viaje dos coles (repollos) hervidos, y beberse un jarro de cinco libras lleno de agua de azúcar. Había un hambre del carajo en aquel lugar, como en casi todos.

Ya más recientemente, adquirí un adoquín camagüeyano que fue arrancado del lugar de donde estuvo por más de cien años por los “embellecedores” autorizados de la ciudad, de modo que la colección la llevo en las venas, no la puedo evitar, como tampoco se deja evitar el recuerdo de aquellos tiempos de miseria tremenda siempre que uno ve por ahí alguna escena que los repite. (…)

A mí me parece que por cuestiones sicosociales equiparables, en cierto sentido, a las teorías locas de Einstein, uno cree que en algún punto se acabó la colección en Cuba, que se acabó el Período Especial, el duro, el de verdad. Sin embargo la colección cubana está lejos de ser cosa del pretérito, simplemente ha mutado, como mismo mutan esos parásitos indeseables que habitan en lo más profundo del intestino de un animal carnívoro que camina sin encontrar presa en medio de la sequía. Todavía para mucha gente una latica de cerveza Bucanero, por lejana y desconocida, es algo muy bonito y merecedor de ocupar el espacio preferencial de encima del TV Panda de la sala de su casa.

H/T Café Fuerte.

Sortijas

Sortijas

Sortijas. Foto tomada de LoreLama.

LoreLama es hija de cubanos de Jaguey Grande que emigraron a Estados Unidos en 1962. Tiene un blog, donde bajo el título «Un poco de nostalgia» publicó estas sortijas, producidas por Santayana Jewelers.

Silla diseñada por Clara Porcet

Silla diseñada por Clara Porcet

Silla diseñada por Clara Porcet. Imagen tomada de internet.

La cubana Clara Porcet no tuvo mucho impacto, a largo plazo, en la cultura material de su país. Y es una pena. De los muebles que diseñó para las escuelas de arte y para el programa de viviendas del Escambray y de la Sierra Maestra no debe quedar ninguno. Pocos han leído los artículos suyos que aparecieron en la revista Social, incluso después de que en el año 2005 Letras Cubanas los publicara, ya para entonces mera reliquia bibliográfica. Y su sueño de una escuela de diseño en Cuba nunca se realizó, como tampoco su deseo de regresar a su país ya de avanzada edad. No se lo permitieron las autoridades cubanas, a pesar de habérselo pedido personalmente a Fidel Castro. Su obra es, sin embargo, venerada en México, país en el que impulsó la enseñanza del diseño industrial a nivel universitario, lo que no pudo realizar en Cuba.

Broche

Broche

Broche. Años 1950s. Colección Cuba Material.

Cuando me fui de Cuba, el 6 de enero de 2006, tuve que hacerlo con salida definitiva, pues viajaba con mi hija menor de edad y la ley no permitía que estos (los menores) salieran del país por motivo de turismo u otro de interés personal. Fui forzada así a un exilio que no hubiera escogido. Interesada en llevarme algunas prendas de valor que habían pertenecido a mi familia por varias generaciones, llamé a las oficinas de Aduanas para saber qué objetos personales me estaba permitido llevar. 20 libras de equipaje y no más de 200 pesos en prendas, me dijeron, sin aclararme en qué moneda (por entonces circulaban en Cuba el peso cubano y el CUC) ni según qué tasación (pues una cosa era el precio de venta que el estado cubano asignaba a todo bien cuya propiedad se atribuía y otra el de los bienes a la venta en el circuito estatal o en el mercado negro). El día de la salida me puse los aretes de brillante con que se habían casado mi mamá, mi abuela, mi bisabuela, mi hermana, mi prima y hasta yo misma, además de una sortija que había sido de mi abuela y que desde entonces uso, sobre todo cuando me enfrento a retos difíciles, así sea la evaluación de una clase, y alguna que otra prenda de valor, y me fui al aeropuerto, donde no tuve el menor percance.

Quienes abandonaron el país en los años sesenta corrieron otra suerte. En su blog, la actriz Yolanda Farr ha hecho público el listado de documentos que, por disposición de la Aduana General de la República de Cuba, debía presentarse entonces a las autoridades antes de abandonar el país, en donde se incluye una relación de joyas y cuentas bancarias. También entonces el gobierno cubano solo autorizaba a los exiliados a sacar del país hasta 200 pesos en prendas, pero, a diferencia del presente, quienes abandonaban el país eran, con regularidad, despojados de esos bienes en el aeropuerto.

Relación de documentos a presentar en el aeropuerto de La Habana antes de abandonar el país. 1960s. Imagen tomada del blog de Yolanda Farr.

Tengo amigos que no poseen ni una sola foto de su juventud porque los funcionarios de la aduana se las decomisaron (para acto seguido destruirlas y quedarse con los álbumes y marcos), o que fueron despojados de sus anillos de bodas. Sé incluso de quienes, siendo niños y partiendo solos al exilio, fueron obligados a entregar objetos cargados de valor sentimental, único recuerdo que les acompañaría de la familia que dejaban atrás.

Muchos de los objetos que componen la colección de Cuba Material los he traído en sucesivos viajes, en los que he regresado a Cuba para visitar a mis abuelos y a mi madre. En cada una de esas ocasiones mi equipaje de regreso ha pesado mucho más que las 200 libras reglamentadas por la aduana, pero nadie se ha detenido a cuestionarme. En sucesivos posts compartiré la particular cultura material del socialismo cubano que me acompañó en mi infancia y que ahora estudio. Verán que se trata de una historia muy particular.